por Thierry Meyssan
12 Septiembre 2008
del Sitio Web
VoltairNet
Thierry Meyssan
Periodista y escritor, presidente de la Red Voltaire con sede en París,
Francia.
Es el autor de La gran impostura y del Pentagate.
Los artículos de esta autora o autor
aquí.
En ocasión del 7º aniversario de los atentados del 11 de septiembre de 2001,
les ofrecemos la traducción al español de un texto de Thierry Meyssan
anteriormente publicado en italiano y ruso en el volumen colectivo
intitulado Cero, por qué la versión oficial del 11 de septiembre es mentira.
El autor explica cómo escribió su libro
La Gran Impostura
y lo que sucedió
después. Escrito hace más de un año, el texto exige, claro está una
actualización ahora que los medios rusos de comunicación están haciéndose
eco del tema.
Resulta evidente que la censura impuesta en los medios
occidentales (que desacreditan y acallan las voces de los disidentes, como
se ha podido comprobar en los últimos con el humorista francés Jean-Marie Bigard) no podrá mantenerse durante mucho tiempo más.
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A la izquierda en este fotomontaje aparece el intelectual francés
Thierry Meyssan, al centro las torres gemelas el 11/S, a la derecha el actual
presidente estadounidense George Bush a finales de mandato y su candidato a
la presidencial 2008 McCain.
Intelectuales, investigadores, periodistas de
buena fé, denuncian desde hace tiempo
las mentiras oficiales del 11/S, que
han servido de pretexto para la política imperial mundial, que las elites
estadounidenses utilizan en su ideología por acaparar los recursos naturales
por la fuerza, constituyendo hoy la principal amenaza para la Paz Mundial.
Al abrir la polémica sobre los atentados del 11 de septiembre, no tenía yo
conciencia de proyectarme hacia a lo que pronto empezaría a conocerse como «una
guerra global sin fin».
Creí que simplemente estaba haciendo mi trabajo como
periodista cuando señalé las incoherencias de la versión gubernamental. En
los días subsiguientes, publiqué en Internet una serie de artículos en los
que reconstruía la cronología de los hechos, minuto a minuto, y señalaba el
increíble papel del NORAD (el comando de la protección militar aérea
estadounidense).
Indiqué inmediatamente que los autores de los atentados
tenían cómplices en la Casa Blanca y en el Estado Mayor Conjunto; que los
individuos a los que se acusaba de haber secuestrado los aviones no
aparecían en las listas de embarque; que la acumulación de indicios que
estos habían dejado tras de sí no resultaba creíble; que había explosivos en
las Torres Gemelas, que Osama Ben Laden resultaba una cómoda coartada para
justificar un ataque contra Afganistán decidido con anterioridad; y, por
supuesto, que todo aquello serviría para alimentar el «choque de
civilizaciones» y justificar toda una cadena de guerras.
Al igual que muchos más, había comprendido yo que aquel día el mundo había
sufrido un cambio. A pesar de ello, seguí actuando y escribiendo como antes.
No fue hasta más tarde, al afrontar las dificultades que iban surgiendo, que
encontré nuevos medios para defender nuestra libertad.
Me aventuré a identificar a los grupos capaces de montar una operación de
aquella envergadura. Como había estudiado anteriormente las redes
stay-behind de la OTAN (comúnmente conocidas como Gladio), me llamó la
atención cierto número de similitudes en el modus operandi. Encontré en mis
archivos la copia de un boletín interno de los comandos que tienen su base
en Fort Braga, conocidos bajo la denominación de Fuerzas Especiales
Clandestinas (Special Forces Underground).
Se anunciaba allí, con 8 meses de antelación, el atentado contra el
Pentágono.
Bajo la presidencia de Bill Clinton, aquel grupo – que se compone
de soldados de élite implicados en las principales acciones secretas de
Estados Unidos en el extranjero – había sido acusado de participar en una
conspiración. En aquel entonces, no había tenido yo por desgracia la
posibilidad de investigar más sobre el tema. Me di entonces a la tarea de
reconstruir detalladamente los diferentes atentados para entender mejor el
mecanismo.
Al tratar de establecer la cronología exacta del atentado contra
el Pentágono, releí con perplejidad varios despachos de la Agencia France Presse:
AFP | 11 de septiembre de 2001 | 13h46 GMT |
URGENTE Evacuado el Pentágono después de la catástrofe del World Trade
Center
WASHINGTON – El Pentágono fue evacuado el martes después de un atentado
terrorista que tuvo como objetivo el World Trade Center en Nueva York,
indicaron responsables americanos.
jm/vm/glr
AFP | 11 de septiembre de 2001 | 13h54 GMT |
URGENTE Dos explosiones en el Pentágono (testigo)
WASHINGTON – Dos explosiones sacudieron el Pentágono en la mañana del martes
y está saliendo humo de una pared del edificio, se supo mediante un testigo,
Lisa Burgués, periodista del Stars and Stripes.
jm/gcv/vmt
AFP | 11 de septiembre de 2001 | 14h51 GMT |
URGENTE Un avión se dirige hacia el Pentágono
WASHINGTON – Un avión se dirigía en la mañana del martes hacia el Pentágono
en las proximidades de Washington, indicó un responsable del FBI a la AFP..
smb/cw/vmt
AFP | 11 de septiembre de 2001 | 16h07 GMT |
Un avión se estrella contra el Pentágono (testigo)
WASHINGTON – Un avión de pasajeros se estrelló el martes contra el Pentágono
golpeando violentamente el edificio situado cerca de Washington al nivel del
primer piso, reportó un testigo, el capitán Lincoln Liebner. «Vi ese enorme
avión de American Airlines llegar rápidamente y a baja altitud», declaró
este testigo. «Lo primero que pensé es que nunca había visto uno tan bajo»,
agregó. «Me di cuenta que lo que estaba sucediendo justo antes de que
chocara» con el edificio, acotó el capitán precisando que había oído gritos
de personas en el lugar del drama. El Pentágono está en Virginia, a cerca de
un kilómetro del segundo aeropuerto de Washington, Reagan National Airport.
jm/gcv/vmt
Según la versión gubernamental, un avión de pasajeros se estrelló contra el
Pentágono a las 9h38 (13h38 GMT). Pero, según los despachos de la AFP, hubo
dos explosiones en el edificio antes de que el avión se estrellara.
Entonces,
no hubo uno sino varios atentados contra el Pentágono.
Me puse entonces a comparar todas las fotos disponibles de la escena del
crimen para ver si había o no huellas de diferentes explosiones. Sin
embargo, una pregunta volvía a mi mente una y otra vez: ¿Cómo había sido
posible que el redactor de la AFP titulara uno de sus despachos «Un avión se
dirige hacia el Pentágono»?
Es posible, en efecto, observar que un avión se
dirige hacia Washington, pero ¿cómo saber si su blanco allí va a ser el
Pentágono, el Capitolio o la Casa Blanca?
Decididamente, aquello no estaba
claro.
Mostré las fotos que había recolectado a algunos amigos competentes: un ex
piloto de intercepción, un bombero, un especialista en explosivos. El piloto
no entendía por qué los terroristas se tomaron el trabajo de hacer una
complicada maniobra para estrellar el avión contra la fachada en vez de
lanzarlo simplemente sobre el techo [del edificio]. El bombero y el
especialista en explosiones se sorprendieron ante el incendio, que no se
parecía en nada a los que se producen en los accidentes de aviación.
Observé
entonces lo que todo el mundo debió notar desde el primer momento: no había
en la fachada ningún orificio de entrada del avión en el edificio, ni ningún
fragmento del avión en el exterior. Simplemente porque no hubo ningún avión.
Acababa yo de encontrar «el huevo de Colón» y América no me daría las
gracias por ello.
Retomando también las fotos, mi hijo mayor, Raphaël, puso en evidencia la
irracionalidad de la versión gubernamental mediante un juego de los 7
errores que recorrió en pocas horas la Web mundial. En momento en que mis
artículos existían solamente en francés, las notas explicativas que
acompañaban aquellas fotos fueron rápidamente traducidas a los principales
idiomas mientras que el carácter lúdico de la presentación de las imágenes
garantizaba su popularidad.
La gigantesca máquina propagandística que la
alianza atlántica había puesto en marcha para imponer la versión
gubernamental había despertado el interés del público por todo lo
relacionado con los atentados.
Empujado por aquella ola, el «juego de los 7 errores» atrajo a una decena de
millones de internautas en dos semana. Era la primera vez que una operación
de desinformación de envergadura planetaria resultaba desenmascarada en
tiempo real a los ojos del mundo. Se producía así lo que los comunicadores
del Pentágono, sorprendidos ante aquel brusco cambio de la situación,
llamaron «el rumor».
Al resumir mi investigación mediante algunas pocas fotos y exhortar a los
internautas a juzgar por sí mismos, Raphaël lograba captar la atención del
público como ya lo había hecho en otras ocasiones con el mismo éxito. Pero – como
contrapartida de aquella simplificación – reducía el asunto a un simple
problema de comunicación gubernamental mentirosa mientras que ignoraba su
dimensión política. En aquel momento, recibí el apoyo masivo de mis colegas.
En los foros profesionales hubo debates en los que se comparó el atentado
del Pentágono con los muertos de Timisoara (en 1989, la prensa se dejó
embaucar por los opositores de Ceaucescu que expusieron cuerpos que habían
sido objeto de autopsias como si se tratara de cadáveres de personas
torturadas).
Proseguí entonces mi investigación.
Exploré tanto los secretos de la nueva
política energética de Dick Cheney, que conducía inevitablemente a las
tropas del imperio a apoderarse de las reservas de hidrocarburos del «Gran
Medio Oriente», como la extraña trayectoria de Osama Ben Laden, desde la
Liga Anticomunista Mundial hasta el emirato de los talibanes.
En Norteamérica, el principal semanario hispano de información general,
Proceso, retomó integralmente en octubre un largo dossier que yo había
dedicado a los vínculos financieros que unen a las familias
Bush y
Bin
Laden. Se revelaba así de pronto que los dos hombres que encarnaban
respectivamente «el mundo libre» y «el terrorismo» se conocían entre sí y
que compartían incluso intereses comunes en momentos en que misteriosos
individuos bien informados habían obtenido ganancias fabulosas especulando
por adelantado sobre la base de los atentados.
Fueron esas informaciones las que acabaron por convencer a algunos líderes
estadounidenses de que los conspiradores no estaban en alguna cueva de
Afganistán sino en la Casa Blanca. La representante por el Estado de
Georgia, Cynthia McKinney, interrogó a la administración Bush ante el
Congreso. Su voz fue ahogada por las vociferaciones patrióticas, pero la
duda acababa de hacer entrada en el Capitolio.
En definitiva, reuní mis diferentes artículos y los publiqué en forma de
libro en marzo de 2002. Esa nueva presentación, en forma sintética y
coherente, de datos que ya había ido publicando durante 6 meses transformó
bruscamente la naturaleza del debate. Salíamos de las discusiones sobre los
detalles de los hechos para abarcar de nuevo su significado político.
De
poner en duda los comunicados gubernamentales pasábamos a señalar con el
dedo a los criminales, sobre todo porque lo más importante del libro era un
análisis de la transformación futura de Estados Unidos en un Estado
militar-policíaco y una descripción de su nueva tendencia expansionista.
Perplejos, mis colegas franceses guardaban silencio mientras que la prensa
internacional, desde el diario húngaro Népszabadság hasta el chileno
La
Tercera, publicaban crónicas sobre L’Effroyable imposture. [Publicado en
español bajo el título
La Gran Impostura, N.d.T.].
A pesar de la ausencia de
la menor publicidad, el libro, del que se imprimieron 10 000 ejemplares, se
agotó en 5 días. Perplejo, un animador de televisión atípico, Thierry Ardisson, me invitó a su programa. El libro se reeditó entonces urgentemente
y rápidamente se vendieron 180 000 ejemplares en Francia.
Para la alianza atlántica, me convertí así en el hombre al que había que
desacreditar urgentemente. Para mis colegas, que me habían dado ánimos hasta
aquel momento, pasé de pronto de la categoría del simpático reportero Tintín
a la de peligroso competidor y abominable hereje. Comenzó entonces un
diluvio de imprecaciones. Con sólo raras excepciones, todos los medios
respetables me lincharon al unísono.
El más virulento fue el diario de
izquierda Libération, que me estigmatizó en 25 artículos sucesivos. Sin la
menor vergüenza, el diario Le Monde publicó un editorial en el que deploró
mi independencia de pensamiento libre de las presiones económicas de la
profesión. Dominique Baudis, presidente del Consejo Superior Audiovisual,
mencionado en mi libro por su papel en el seno del
Carlyle Group, hizo que
sus subordinados se comunicaran por teléfono con los grandes medios
audiovisuales para que me negaran el acceso a sus programas.
El aspecto surrealista que tomaba la polémica resultaba aún más evidente en
la medida en que Francia se encontraba en medio de la campaña con vista a
las elecciones presidenciales.
Todos los candidatos evitaban por tanto
cuidadosamente hablar del 11 de septiembre para no provocar divergencias
entre sus propios partidarios. La ciudadanía, desilusionada al ver que sus
líderes no se pronunciaban y convencida de que los medios de difusión no
aceptarían nunca reconocer que se dejaron embaucar por los voceros de la
administración Bush, se volvía espontáneamente hacia mis análisis.
Fue entonces cuando el Centro Zayed, el poderoso instituto de estudios
políticos que los Emiratos Árabes crearon para la Liga Árabe, me invitó a
hablar en Abu Dhabi. Acudieron tantos diplomáticos que la mayoría no pudo
entrar en la sala y asistió a la conferencia desde los jardines. Después de
la conferencia uno de los más célebres periodistas árabes, Faisal Al-Kassim,
me hizo una entrevista de una hora para Al-Jazira. Durante estas
intervenciones presenté nuevos elementos y aporté la prueba de que el
atentado contra el Pentágono se perpetró con un misil de las fuerzas armadas
de Estados Unidos.
Lo más importante es que exhorté a los Estados miembros
de la Liga Árabe a pedir la creación de una comisión investigadora
internacional por la Asamblea General de
la ONU. La polémica política
avanzaba así un paso más y se instalaba en lo adelante en el campo de las
relaciones internacionales.
El Departamento de Estado tardó más en reaccionar, aunque había enviado una
delegación de 7 diplomáticos a escucharme. El Centro Zayed publicó en árabe
una versión de La Gran Impostura y el soberano envió los 5 000 ejemplares a
las principales personalidades políticas e intelectuales del mundo árabe.
Los Estados árabes se negaban a cargar con la responsabilidad colectiva de
los atentados. La Liga Árabe y el Consejo de Cooperación del Golfo estaban
al rojo vivo. Desacreditar al Centro Zayed se hacía urgente para Washington.
Se desató una campaña de difamación para acabar con los contactos de ese
prestigioso instituto con el extranjero. En definitiva, los Emiratos Árabes
Unidos decidieron cerrarlo aunque fuera al precio de crear una nueva
estructura antes que desgastarse en una polémica inútil.
La Gran Impostura
se tradujo a 25 idiomas y alcanzó el primer lugar en las ventas en todos los
países de la cuenca del Mediterráneo, exceptuando a Israel. Como utilicé los
primeros fondos que cobré en el financiamiento de la actividad editorial de
la Red Voltaire en el Tercer Mundo, los atlantistas se movilizaron para
provocar la quiebra de mi editor, de manera que nunca pude cobrar los
derechos de autor, que debían ser considerables.
Washington ejercía presiones de todo tipo sobre Francia para que me hicieran
callar. Una organización sionista llamó Hollywood a boicotear el Festival de
Cannes, maniobra que Woody Allen logró hacer fracasar. El Departamento de
Estado amenazó a los medios de prensa que insistiesen en mencionar el debate
con anularles cualquier acreditación. La cacería de brujas se hacia general.
Simultáneamente, algunas voces libres se hacían oír en Europa. Sobre todo la
del ex ministro alemán Andreas von Bulow y la del ex jefe del Estado Mayor
ruso, el general Leonid Ivashov. La opinión pública y las cancillerías
tenían opiniones diversas. Después de realizar verificaciones, los
principales servicios de inteligencia militar estaban convencidos de la
superchería de la administración Bush. De manera que se puede decir que la
más gigantesca operación de propaganda de la Historia había fracasado en
menos de un año.
En Estados Unidos el movimiento a favor de la verdad se desarrolló con
evidente retraso en relación con el resto del mundo. Los estadounidenses
necesitaban un largo período de duelo antes de recuperar su espíritu crítico.
Durante los 5 años transcurridos desde el 11 de septiembre de 2001 recibí
varios miles de amenazas de muerte por correo postal y por correo
electrónico y tuve que afrontar grandes peligros. En todos mis viajes,
algunos Estados y a veces personas privadas pusieron a mi disposición
escoltas armados y autos blindados, sin que yo lo pidiera. Supe que se podía
viajar con identidades falsas y pasar las aduanas sin ser controlado. Nunca
supe con certeza quién me protegía de esa forma.
Tuve la oportunidad de reunirme con numerosos jefes de Estado Mayor, jefes
de gobierno y jefes de Estado para presentarles mi investigación sobre el 11
de septiembre y para comunicarles informaciones que no se podían publicar.
Sus puertas se abrieron ante mí con extraña facilidad. En función de lo que
entendí, albergo la sensación de tener una deuda personal para con Jacques
Chirac, con quien nunca me reuní pero cuya alta figura evocaron siempre ante
mí aquellos que me recibían y quienes garantizaban mi seguridad.
Durante esos encuentros a alto nivel, observé la evolución de las relaciones
internacionales.
El 11 de septiembre se puede analizar como un crimen en masa o como una
operación militar, pero quedará en la Historia como una puesta en escena que
precipitó al mundo hacia una serie de imágenes y un discurso irracionales.
Los hombres que lo propiciaron quisieron provocar un cambio ideológico en
Estados Unidos y lo lograron. Ese país pasó de una concepción mesiánica de
su propio papel en el mundo a un milenarismo. Hasta entonces se veía a sí
mismo como un modelo de virtud y de eficacia. Esperaba regenerar a la vieja
Europa y vencer al comunismo ateo. Ahora se presenta como un Estado que está
por encima de los demás y con la misión de administrar el mundo él solo. Si
los símbolos del poderío financiero y militar estadounidense – el Centro
Mundial del Comercio y la sede del Departamento de Defensa – se han visto
crucificados, ha sido en aras de propiciar la transfiguración de la bandera
de las barras y las estrellas. Desde aquel entonces, Estados Unidos no tiene
ya ni adversarios, ni socios, ni aliados. Sólo tiene enemigos y súbditos.
La retórica oficial se hunde en el maniqueísmo:
«El que no está con nosotros
está contra nosotros».
El mundo se convierte en un campo de batalla
escatológico donde Estados Unidos e Israel encarnan el Bien, mientras que el
mundo musulmán encarna el Eje del Mal.
Este brusco cambio ideológico entroniza el triunfo de la doctrina Wolfowitz
sobre la doctrina Brzezinski. A fines de los años 70, Carter y Brzezinski
decidieron vencer al Pacto de Varsovia sin confrontación militar directa
sino azuzando contra él al mundo musulmán (primero en Afganistán, luego en
Yugoslavia y en Asia Central) y reservar las capacidades militares
estadounidenses para garantizar la seguridad del aprovisionamiento en
hidrocarburos (creación del Central Command).
Pero, sobre la marcha de la «Tormenta
del Desierto», Paul Wolfowitz aconsejó aprovecharse del derrumbe de la URSS
para abandonar el sistema de seguridad colectiva de la ONU y proclamar la
supremacía exclusiva de Estados Unidos e Israel.
Para ello era conveniente acrecentar al máximo la asimetría de las
capacidades militares mediante el desarrollo del arsenal
israelí-estadounidense y disuadiendo a todas las demás potencias de
presentarse como rivales. Esto implicaba sobre todo privar a la Unión
Europea de toda veleidad política ahogándola en una ampliación forzosa e
indefinida.
Esas dos doctrinas estratégicas han gozado del apoyo de diferentes grupos de
influencia económica. Los que sueñan con el crecimiento continuo y la
apertura de los mercados cuentan con la estrategia de Brzezinski para
garantizar un retroceso de los regímenes socialistas y un aprovisionamiento
permanente en materia de energía tanto para sí mismos como para sus clientes.
Por el contrario, los que sueñan con maximizar las ventas de armas y las
ganancias especulativas cuentan con la estrategia de Wolfowitz para crear
disparidades y tensiones, sin temer a las desigualdades, crisis y guerras
que se presentan como oportunidades para los negocios.
Sin embargo, el espectro del pico petrolero – o sea, el comienzo del
agotamiento del petróleo explotable – ha convencido a una sociedad maltusiana
de que la paz era imposible a mediano plazo y de que el futuro pertenece a
los depredadores.
El mundo actual está obligado a hacer frente a dos Estados expansionistas:
Estados Unidos e Israel.
Ambos se mueven en función de una lógica que los
devora desde adentro: concentran sus capacidades en el fortalecimiento de su
poderío militar en detrimento del desarrollo interno. Han consagrado casi
toda su actividad a la economía de guerra, en forma tal que para ellos es la
paz lo que resultaría funesto. Están obligados a huir hacia delante o a caer
en la quiebra. Sin embargo, el apetito de ambos no amenaza a todo el mundo
de la misma manera ni al mismo tiempo.
Los europeos se han comportado como avestruces. Han rechazado la verdad
sobre el 11 de septiembre porque creían poder seguir siendo aliados de
Estados Unidos cuando no eran más que una presa de este último. Admitieron
sin pestañear el ataque contra Afganistán por parte de los anglosajones, la
creación de un largo corredor que debe permitir a estos últimos drenar los
hidrocarburos del Mar Caspio, y la creación de vastas plantaciones de
amapola que les permiten apoderarse de los mercados europeos del opio y la
heroína.
Algunos europeos, liderados por Francia, creyeron que podrían
oponerse a la invasión de Irak. Pero no pudieron hacer otra cosa que decir
lo que indicaba el derecho y fueron castigados por su atrevimiento al ser
obligados a pagar esta guerra, mediante la dolarización forzosa de las
reservas monetarias del Banco Central Europeo.
Retrocediendo un poco más,
los mismos europeos tratan ahora de desempeñar el papel de mediadores con
Irán, como si sus esfuerzos diplomáticos pudiesen modificar la voluntad del
Imperio.
Lejos de esas lastimosas dilaciones, el mundo musulmán y los Estados
latinoamericanos han dado prueba de lucidez. Comprendieron rápidamente que,
luego de haberse sido considerados como variables de ajuste durante la
guerra fría y más tarde como peones en el «gran tablero» de Zbignew
Brzezinski, no les aguardaba otra cosa que el exterminio.
Habían cometido el
delito de vivir en el sitio equivocado.
Los musulmanes estorbaban en la
explotación de los hidrocarburos; los latinoamericanos utilizaban sus
tierras para alimentarse en vez de cultivar los biocombustibles
indispensables para los 4x4 de los yanquis. Así que no es por casualidad que
el jeque Zayed de los Emiratos Árabes Unidos, y más tarde Sadam Husein en
Irak, y después Bachar el-Assad en Siria fueron los primeros jefes de
Estados en romper explícitamente la mentira.
Y, siguiendo la misma lógica,
hoy son los principales líderes del Movimiento de Países No Alineados, el
venezolano Hugo Chávez y el iraní Mahmud Ahmadinejad, quienes más se
expresan sobre el tema.
Los dirigentes rusos, por su parte, se han dividido en un función de una
tendencia que ya existía desde antes.
Los que estaban preocupados por un
rápido enriquecimiento no querían comprometer sus negocios internacionales
buscándose la enemistad de Estados Unidos. Por el contrario, los que soñaban
con recuperar el estatus de superpotencia aconsejaban debilitar a Estados
Unidos mediante la revelación de sus mentiras.
Pragmático, Vladimir Putin no escogió ninguno de los dos bandos sino que
actuó de forma que Rusia sacara el mayor partido de la situación. Se indignó
medianamente por la guerra en Afganistán, por lo mucho que le divertía ver a
los estadounidenses desbaratar el emirato de los talibanes que ellos mismos
habían creado, principalmente para utilizarlo como base de retaguardia en la
desestabilización de Chechenia.
Se opuso a la invasión de Irak, pero más que
enfrentar a Estados Unidos prefirió empantanarlos allí apoyando en secreto a
la resistencia. Tomó la misma actitud en lo tocante al Líbano y se
sorprendió – como todo el mundo, por cierto – ante la victoria del Hezbollah
sobre el régimen sionista. Y hoy recurre alternativamente a la negociación o
a la amenaza en cuanto a Irán.
Poco a poco está posicionando a su país no como rival de Estados Unidos,
sino como protector de los débiles y como árbitro. Por eso se abstiene de
hacer declaraciones sobre el 11 de septiembre y permite que los veteranos
del KGB lo hagan profusamente en su lugar. Luego de haber creído durante un
período de tiempo más o menos largo que se trataba de una pesadilla que iba
a disiparse con el despertar, los gobiernos del mundo entero han tomado
conciencia del problema que plantea el 11 de septiembre y de la
transformación de Estados Unidos.
Cada uno de ellos tiene la obligación de
proteger a su propio país, lo cual no impide la realización de acciones
colectivas para neutralizar a la fiera. Las fuerzas armadas de Estados
Unidos y de Israel son muy dependientes, en efecto, de sus ex aliados.
Es así que la negativa de Turquía a permitir que la US Air Force utilizara
su espacio aéreo para bombardear Irak obligó al Pentágono a desplazar su
dispositivo y a retrasar su ataque. Si otros Estados se hubiesen opuesto así,
pasivamente, a esa guerra, la misma no habría podido realizarse.
Sin embargo, el paso a la acción colectiva supone un mejor conocimiento del
modo de funcionamiento del imperialismo y del impacto que pudiera tener la
adopción coordinada de medidas nacionales. Es a eso a lo que deben dedicarse
ahora quienes militan por la verdad sobre el 11 de septiembre. Las víctimas
centroamericanas de los escuadrones de la muerte de John Negroponte tienen
que intercambiar experiencias con sus víctimas iraquíes.
Los indios de
Guatemala que se vieron confinados en reservaciones por los consejeros
israelíes de la junta tienen que reunirse con los palestinos encerrados en
la franja de Gaza. Las personas secuestradas y torturadas en América Latina
durante la
Operación Cóndor tienen que debatir con las que acaban de ser
secuestradas en Europa y torturadas por la CIA, y así sucesivamente. Eso es
lo que hemos comenzado a hacer con la conferencia Axis for Peace.
La mentira del 11 de septiembre proporcionó la base de la retórica de la
administración
Bush. Ha llegado la hora de admitir que no se puede combatir
la política de esta administración sin denunciar esa mentira.