por Miguel Urbano Rodrigues
Enero 02, 2013
del Sitio Web
Tlaxcala-Int
traducción de Jazmín Padilla
Versión
en ingles
Versión en Italiano
Una lluvia de insultos fustigó en Israel a Shlomo Sand cuando él publicó un
libro cuyo título “Como fue inventado el pueblo judío -
The Invention of the Jewish People” desmonta mitos
bíblicos que son cimiento del Estado sionista de Israel.
Profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Tel Aviv niega que
los judíos constituyan un pueblo con un origen común y sustenta que fue una
cultura específica y no la descendencia de una comunidad arcaica unida por
lazos de sangre el instrumento principal de la fermentación protonacional.
Para él, el “Estado judaico de Israel” lejos de ser la concretización del
sueño nacional de una comunidad étnica con más de 4000 años fue hecho
posible por una falsificación de la historia dinamizada en el siglo XIX por
intelectuales como Theodor Herzl.
En tanto académicos israelíes insisten en afirmar que los judíos son un
pueblo con un ADN propio, Shlomo Sand, basado en una documentación exhaustiva,
ridiculiza esa tesis acientífica.
No hay además puentes biológicos entre los antiguos habitantes de los reinos
de Judea y de Israel y los judíos de nuestro tiempo.
El mito étnico contribuyó poderosamente para el imaginario cívico. Sus
raíces de sumergen en la Biblia, fuente del monoteísmo hebraico. Tal como la
Ilíada, el Antiguo Testamento no es obra de un único autor. Sand define la
Biblia como “biblioteca extraordinaria” que habrá sido escrita entre los
siglos VI y II antes de Nuestra Era. El mito principia con la invención del
“pueblo sagrado” a quien fue anunciada la tierra prometida de Canaán.
Carece de cualquier fundamento histórico el interminable viaje de Moisés y
de su pueblo rumbo a Tierra Santa y su conquista posterior. Es necesario
recordar que el actual territorio de Palestina era entonces parte integrante
del Egipto faraónico.
La mitología de los sucesivos exilios, difundida a través de los siglos,
acabó por ganar la apariencia de verdad histórica. Pero fue forjada a partir
de la Biblia y ampliada por los pioneros del sionismo.
Las expulsiones en masa de judíos por los Asirios son una invención. No hay
registro de ellas en fuentes históricas creíbles.
El gran exilio de Babilonia es tan falso como el de las grandes diásporas.
Cuando Nabucodonosor tomó Jerusalén destruyó el Templo y expulsó de la
ciudad un segmento de las elites. Pero Babilonia era hace mucho la ciudad de
residencia, por opción propia, de una numerosa comunidad judaica.
Fue ella
el núcleo de las creatividades de los rabinos que hablaban arameo e
introducían importantes reformas en la religión mosaica. Es importante notar
que solamente una pequeña minoría de esa comunidad volvió a Judea cuando el
emperador persa Ciro conquistó Jerusalén en el siglo VI de Nuestra Era.
Cuando los centros de la cultura judaica de Babilonia se disgregaron los
judíos emigraron para Bagdad y no para la “Tierra Santa”.
Sand dedica atención especial a los “Exilios” como mitos fundadores de la
identidad étnica.
Las dos “expulsiones” de los judíos en el periodo Romano, la primera por
Tito y la segunda por Adriano, que habrían sido el motor de la gran diáspora,
son tema de una reflexión profunda del historiador israelense.
Los jóvenes aprenden en las escuelas que “la nación judaica” fue exiliada
por los Romanos después de la destrucción del II Templo por Tito, y
posteriormente, por Adriano en 132. Por si sólo el texto fantasioso de
Flavio Josefo, que da testimonio de la revuelta de los zelotas, quita
credibilidad de esa versión, hoy oficial.
Según él, los romanos masacraron entonces 1.100.000 judíos y aprendieron a 97.000. Eso en una época que la población total de Galilea era según los
demógrafos actuales muy inferior al medio millón.
Las excavaciones arqueológicas de las últimas décadas en Jerusalén y en
Cisjordania crearon además problemas insuperables a los universitarios
sionistas que “explican” la historia del pueblo judío tomando el Torah y la
palabra de los Patriarcas como referencias infalibles. Los desmentidos de la
arqueología perturbaron a los historiadores.
Quedó probado que Jericó era
apenas poco más que una aldea sin las poderosas murallas que la Biblia cita.
Las revelaciones sobre las ciudades de Canaán alarmaron también a los
rabinos. La arqueología moderna sepultó el discurso de la antropología
social religiosa.
En Jerusalén no fueron siquiera encontrados vestigios de las grandiosas
construcciones que según el Libro la transformaron en el siglo X, Antes de
Nuestra Era, la época dorada de David y Salomón, en la ciudad monumental del
“pueblo de Dios” que deslumbraba a cuantos la conocían. Ni palacios, ni
murallas, ni cerámica de calidad.
El desenvolvimiento de la tecnología del carbono 14 permitió una conclusión.
Los grandes edificios de la región Norte no fueron construidos en la época
de Salomón.
“No existe en realidad ningún vestigio
- escribe Shlomo Sand - de la
existencia de ese rey legendario cuya riqueza es descrita por la Biblia en
términos que hacen de él casi un equivalente de los poderosos reinos de
Babilonia y de Persia”.
Si una entidad política existió en Judea del siglo X
antes de Nuestra Era, acredita el historiador, solamente podría ser una microrealeza tribal y Jerusalén apenas una pequeña ciudad fortificada.
Es también significativo que ningún documento egipcio refiera a la
“conquista” por los judíos de Canaán, territorio que entonces pertenecía al
faraón.
Shlomo Sand
Foto RAZI/Télérama
EL SILENCIO SOBRE LAS CONVERSIONES
La historiografía oficial israelí, al erigir en dogma la pureza de la raza,
atribuye a las sucesivas diásporas la formación de comunidades judaicas en
decenas de países.
La Declaración de Independencia del Israel afirma que, obligados a ello, los
judíos se esforzaron a los largo de los siglos por regresar al país de sus
antepasados. Se trata de una mentira que falsifica groseramente la Historia.
La gran diáspora es ficcional, como las demás. Después de la destrucción de
Jerusalén y la construcción de Aelia Capitolina solamente una pequeña
minoría de la población fue expulsada. La aplastante mayoría permaneció en
el país.
¿Cuál es el origen entonces de los antepasados de unos 12 millones de judíos
hoy existentes fuera de Israel?
En la respuesta a esta pregunta, el libro de Shlomo Sand, destruyó
simultáneamente el mito de la pureza de la raza, esto es de la etnicidad
judaica.
Una abundante documentación reunida por historiadores de prestigio mundial
revela que en los primeros siglos de Nuestra Era hubo masivas conversiones
al judaísmo en Europa, en Asía y África.
Tres de ellas fueron particularmente importantes e incomodan a los teólogos
israelíes.
El Corán establece que Mahoma encontró en Medina, en la fuga de la Meca,
grandes tribus judaicas con las cuales entro en conflicto, acabando por
expulsarlas. Pero no aclara que en el extremo Sur de la Península Arábiga,
en el actual Yemen, el reino de Hymar adoptó el judaísmo como religión
oficial.
Cabe decir que llegó para quedarse. En el siglo VII el Islam se
implantó en la región pero, transcurridos trece siglos, cuando se formó el
Estado de Israel, decenas de millares de yemenitas hablaban el árabe, pero
continuaban profesando la religión judaica. La mayoría emigró para Israel
donde, además, es discriminada.
En el Imperio Romano, el judaísmo también creo raíces. El tema mereció la
atención del historiador Dión Cassius y del poeta Juvenal.
En la Cirenaica, la revuelta de los judíos de la ciudad de Cirene exigió la
movilización de varias legiones para combatirla.
Pero fue sobre todo en el extremo occidental de África que hubo conversiones
en masa a la religión rabínica. Una parte ponderable de las poblaciones
bereberes se adhirió al judaísmo y a ellas se debe su introducción en el Al
Andalus.
Fueron esos magrebinos los que difundieron en la Península el judaísmo, los
pioneros de los sefarditas que, después de la expulsión de España y
Portugal, se exiliaron en diferentes países europeos, en África musulmana y
en Turquía.
Más importantes por sus consecuencias fue la conversión al judaísmos de los
Jázaros, un pueblo nómada turcófono, emparentados con los hunos, que
viniendo del Altai, se fijó en el siglo IV en las estepas del bajo Volga.
Los Jázaros, que toleraban bien el cristianismo, construyeron un poderoso
estado judaico, aliado de Bizancio en las luchas del imperio Romano de
Oriente contra los Persas Sassanidas.
Ese olvidado imperio medieval ocupaba un área enorme, del Volga a Crimea y
del Don al actual Uzbekistán. Desapareció de la Historia en el Siglo XIII
cuando los Mongoles invadieron Europa destruyendo todo por donde pasaban.
Millares de Jázaros, huyendo de las Hordas de Batu Khan, se dispersaron por
Europa Oriental.
Su principal herencia cultural fue inesperada.
Grandes
historiadores medievalistas como Renan y Marc Bloch y el escritor húngaro-ingles
Arthur Koestler identifican en los Jázaros a los antepasados de los
asquenazíes cuyas comunidades en Polonia, en Rusia y en Rumania vendrían a
desempeñar un papel crucial en la colonización judaica de Palestina.
UN ESTADO NEOFASCISTA
Según Nathan Birbaum, el intelectual judío que invento en 1891 el concepto
de sionismo, es la biología y no la lengua y la cultura quien explica la
formación de las naciones.
Para él la raza es todo. Y el pueblo judío habría sido casi el único en
preservar la pureza de la sangre a través de los milenios.
Murió sin comprender que esa tesis racista, al prevalecer, apagaría el mito
del pueblo sagrado electo por 'Dios'.
Porque los judíos son un pueblo hijo de una cadena de mestizajes. Lo que les
confiere una identidad propia y una cultura y la fidelidad a una tradición
religiosa enraizada es la falsificación de la Historia.
En los pasaportes del estado Judaico de Israel no es aceptada la
nacionalidad de israelí. Los ciudadanos de pleno derecho escriben “judío”.
Los palestinos deben escribir “árabe”, nacionalidad inexistente.
Ser cristiano, budista, mazdeista, musulmán, o hindú resulta de una opción
religiosa, no es una nacionalidad. El judaísmo tampoco es una nacionalidad.
En Israel no hay casamiento civil. Para los judíos es obligatorio el
casamiento religioso, aunque sean ateos.
Esta aberración es inseparable de muchas otras en un Estado confesional,
etnocracia liberal construida sobre mitos, un Estado que cambió el yiddish,
hablado por los pioneros del “regreso a Tierra Santa”, por el sagrado
hebraico de los rabinos, desconocido del pueblo de Judea que se expresaba en
arameo, la lengua en que la Biblia fue redactada en Babilonia y no en
Jerusalén.
El “Estado del Pueblo Judío” se asume como democrático.
Pero la realidad
niega la ley fundamental aprobada por el Knesset. No puede ser democrático
un Estado que trata como parias de nuevo tipo al 20% de la población del
país, un Estado nacido del monstruoso genocidio en tierra ajena, un Estado
cuya práctica presenta matices neofascistas.
El libro de Shlalom Sand sobre la invención del Pueblo Judío es, además de
un lúcido ensayo histórico, un acto de coraje.
Aconsejo su lectura a todos
aquellos para quien el trazo de la frontera de la opción de izquierda pasa
hoy por la solidaridad con el pueblo mártir de Palestina y la condena al
sionismo.
The Invention of The Jewish People
- An Important Book by Shlomo Sand
-
by Miguel Urbano Rodrigues
January 02, 2013
from
Tlaxcala-Int
Website
translation by John Catalinotto
Spanish
version
Italian version
A rain of insults greeted
Shlomo Sand in Israel
when he published a book
entitled,
"The
Invention of the Jewish People"
a book that breaks down the
biblical myths
that are the foundations of
the Zionist State of Israel.
A professor of Contemporary History at the University of Tel Aviv,
Shlomo Sand
refutes the claim that Jews constitute a people with a common origin and
maintains that it is by sharing a specific culture that was the main
instrument of proto-national ferment and not by being descendants from an
ancient community united by ties of blood.
For him "the Jewish state of Israel," far from realizing the dream of a
national ethnic community with over 4,000 years of existence, was made
possible by a falsification of history in the 19th century spurred by
intellectuals such as Theodor Herzl.
While Israeli academics insist that the Jews are a people with their own
DNA, Sand, based on comprehensive documentation, ridicules this unscientific
thesis.
There are indeed no biological bridges between the ancient inhabitants of
the kingdoms of Judea and Israel and the Jews of our time.
The ethnic myth contributed mightily to the civic fantasy. Its roots are
deep in the Bible, the source of Hebrew monotheism. Like the Iliad, the Old
Testament is not the work of a single author. Sand defines the Bible as an
"extraordinary library," which had been written between the Sixth and Second
centuries BCE.
The myth begins with the invention of the "chosen people" who
were called out for the promised land of Canaan.
The endless journey of Moses and his people toward the Holy Land and its
subsequent conquest lacks any historical foundation. It is worth remembering
that the current territory of Palestine was then a part of the Egypt of the
Pharaohs.
The mythology of successive exiles, scattered through the centuries,
eventually gained the appearance of historical truth. But it was forged
starting from the Bible and expanded by the pioneers of Zionism.
The mass expulsions of Jews by the Assyrians are a fabrication. There is no
record of these in credible historical sources.
The great Babylonian exile is as false as the major diasporas. When
Nebuchadnezzar took Jerusalem, he destroyed the Temple and drove out of town
a segment of the elites.
Babylon was long the home city of a large Jewish community, by its own
choice. It was the core of the creativity of rabbis who spoke Aramaic and
introduced important reforms in the religion of Moses. It should be noted
that only a small minority of the community returned to Judea when the
Persian emperor Cyrus conquered Jerusalem in the Sixth century BCE
.
When the centers of Jewish culture in Babylon disintegrated, Jews emigrated
to the Abbasid Baghdad and not to the "Holy Land."
Sand devotes special attention to the "Exiles," which served as founding
myths of ethnic identity.
The two "expulsions" of the Jews in the Roman period, the first by Titus and
the second by Adriano, who had been the driving force behind the great
diaspora, are the subject of a detailed study by the Israeli historian.
Young people learn in schools that "the Jewish nation" was driven into exile
by the Romans after the destruction of the Second Temple by Titus in 70, and
later by Hadrian in 132 CE.
By itself the fanciful text of Flavius Joseph,
bearing witness to the revolt of the Zealots, removes credibility from that
version of history, which is now official.
According to him, the Romans then massacred 1.1 million Jews and captured
97,000. This was at a time when according to contemporary demographers the
total population of Galilee was much less than half a million...
Archaeological excavations in the last few decades in Jerusalem and the West
Bank created insurmountable problems for Zionist universities and
theologians who "explain" the history of the Jewish people by taking the
Torah and the word of the Patriarchs as infallible references.
The denials of archeology findings troubled historians. It has been proven
that Jericho was little more than a village, without the powerful walls
cited in the Bible. The revelations about the cities of Canaan also alarmed
the rabbis. Modern archeology buried the discourse of religious social
anthropology.
In Jerusalem not even traces of grandiose constructions were found that
according to the Book in the 10th century BCE, the golden age of David and
Solomon, transformed that town into the monumental city of the "people of
God" that dazzled all who saw it. Neither walls nor palaces, nor even
quality ceramics could be found.
The development of the technology of carbon-14 allowed one conclusion. The
large buildings in the North were built not during the age of Solomon, but
in the period of the kingdom of Israel.
"There is really no trace - writes Shlomo Sand - of the existence of the
legendary king whose wealth is described by the Bible in terms that make it
almost the equivalent of the mighty kings of Babylon and Persia."
"If a
political entity existed in Judea in the 10th century BCE," the historian
adds, "it could only be a traditional tribal organization and Jerusalem only
a small fortified city."
It is also significant that no Egyptian document refers to "conquest" of
Canaan by the Jews, so that the territory had belonged to Pharaoh then.
Shlomo Sand
Photo RAZI/Télérama
THE SILENCE ABOUT CONVERSIONS
Israeli official historiography, to elevate the dogma of racial purity,
attributes to the successive diasporas the formation of Jewish communities
in dozens of countries.
The Declaration of Independence of Israel says, forced into exile, Jews
strove throughout the centuries to return to the country of their ancestors.
It is a lie that blatantly falsifies the history.
The vast diaspora is fictional, like the rest. After the destruction of
Jerusalem and the building of Aelia Capitolina only a small minority of the
population was expelled. The overwhelming majority remained in the country.
What is the origin then the ancestors of some 12 million Jews outside Israel
exist today?
In answering this question, the book by Shlomo Sand, simultaneously destroys
the myth of racial purity, that is, of Jewish ethnicity.
An abundant documentation gathered by prestigious world historians reveals
that in the first centuries CE there were massive conversions to Judaism in
Europe, Asia and Africa.
Three of them were particularly important; they upset theologians and
embarrassed the Israelis.
The Quran clarifies that during the flight from Mecca, Muhammad found large
Jewish tribes in Medina; they came into conflict and eventually he ended up
expelling them. But that does not explain why in the extreme south of the
Arabian Peninsula, in current-day Yemen, the kingdom of Hymar adopted
Judaism as its official religion. It had arrived in order to stay.
In the seventh century Islam was implanted in the region, but, after
thirteen centuries had gone by, when the State of Israel was formed, tens of
thousands of Yemenis who spoke Arabic still professed the Jewish religion.
Most emigrated to Israel where, incidentally, they face discrimination.
In the Roman Empire, even in Italy, Judaism also took root,. The subject
attracted the attention of the historian Cassius Dio and the poet Juvenal.
In Cyrenaica, the revolt of the Jews of the city of Cyrene required the
mobilization of several legions to fight them.
But it was above all on the extreme western end of Africa that there were
mass conversions to the rabbinical religion. A considerable part of the
Berber populations adhered to Judaism, owing to its introduction in Al
Andalus.
These were North Africans who spread Judaism to the peninsula, pioneers of
Sephardim who, after the expulsion from Spain and Portugal, were exiled in
different European countries, in Muslim Africa and in Turkey.
More importantly its consequences was the conversion of the Khazars to
Judaism; these were a nomadic Turkic people, akin to the Huns, who, coming
from the Altai, settled in the steppes of the lower Volga in the fourth
century.
The Khazars, who tolerated Christianity well, built a powerful Jewish state,
an ally of Byzantium in the struggles of the Eastern Roman Empire against
the Sassanid Persians.
This forgotten medieval empire occupied a huge area, from the Volga to
Crimea and from the Don to current-day Uzbekistan. It disappeared from
history in the thirteenth century when the Mongols invaded Europe,
destroying everything in their path.
Thousands of Khazars, fleeing the
hordes of Batu Khan, dispersed throughout Eastern Europe. Its main cultural
heritage was unexpected.
Great medievalist historians medievalists like
Renan and Marc Bloch and the English-Hungarian writer
Arthur Koestler,
indentify in the Kahzars the ancestors of the Ashkenazi
whose communities in Poland, Russia and Romania were to play a pivotal role
in Jewish colonization of Palestine.
A NEOFASCIST STATE
According to Nathan Birbaum, the Jewish intellectual who in 1891 invented
the concept of Zionism, it is biology and not language and culture that
explains the formation of nations.
For him, race is everything. And the
Jewish people would have been almost the only one to preserve its purity of
blood through millennia. He died without understanding that this racist
thesis, to prevail, would erase the myth of the holy people chosen by 'God.'
That's because the Jews are a people son of a chain of miscegenation. What
gives them their own identity and culture is an allegiance to a religious
tradition rooted in the falsification of history.
In the passports of the Jewish State of Israel, Israeli citizenship is not
accepted. The full citizens write 'Jew'. The Palestinians have to write
'Arab', with their nationality nonexistent.
Being a Christian, Buddhist, Mazdean, Muslim, or Hindu religious result of a
choice, not nationality. Judaism is also not a nationality.
In Israel there is no civil marriage. For Jews, even if they are atheists,
religious marriage is obligatory.
This aberration is inseparable from many others in a confessional state,
liberal etnocracia built on myths, a state that exchanged Yiddish, spoken by
the pioneers of the "return to the Holy Land," for the sacred Hebrew of the
rabbis, a language unknown to the people of Judea who expressed themselves
in Aramaic, the language in which the Bible was written in Babylon and not
in Jerusalem.
The "State of the Jewish People" is assumed to be democratic. But this
reality denies the fundamental law passed by the Knesset. No state can be
democratic that treats 20 percent of the population them as pariahs of new
type, a state born of monstrous genocide in a foreign land, a state whose
practice shows neo-fascist colors.
Shlalom Sand's book about the invention of the Jewish people is, beyond a
lucid historical essay, an act of courage.
I recommend it to all those for
whom the line in the sand for the left today passes for solidarity with the
martyred people of Palestine and condemnation of Zionism.