por Manfred Max-Neef, Antonio Elizalde y Martin Hoppenhayn
10 Diciembre 2003
del Sitio Web
EcoPortal
Algunas proposiciones
El postulado básico del
Desarrollo a Escala Humana
es que el desarrollo se
refiere a las personas y no a los objetos.
Aceptar este postulado nos conduce a formularnos la siguiente pregunta
fundamental: ¿cómo puede establecerse que un determinado proceso de
desarrollo es mejor que otro?.
Dentro del paradigma tradicional, se tienen
indicadores tales como el Producto Bruto de un país (PBI) o de una región,
que es (caricaturizándolo un poco) un indicador del crecimiento cuantitativo
de los objetos producidos en ese país o región. Necesitamos ahora un
indicador del crecimiento cualitativo de las personas.
¿Cuál podría ser?
Contestamos a la pregunta en los siguientes términos: 'el mejor proceso de
desarrollo será aquel que permita elevar más la calidad de vida de las
personas'. De inmediato se desprende la pregunta siguiente: '¿qué determina
la calidad de vida de las personas?'.
La calidad de vida dependerá de las posibilidades que tengan las personas de
satisfacer adecuadamente sus necesidades humanas fundamentales. Surge
entonces la tercera pregunta: '¿cuáles son esas necesidades fundamentales, y
quién decide cuáles son?'.
Antes de responder a esta pregunta, deben hacerse
algunas disquisiciones previas.
Necesidades y satisfactores
Se ha creído, tradicionalmente, que las necesidades humanas tienden a ser
infinitas; que cambian constantemente, que varían de una cultura a otra y
que son diferentes en cada período histórico.
Nos parece que tales
suposiciones son incorrectas, ya que son producto de un error conceptual.
El típico error que se comete en los análisis acerca de las necesidades
humanas es que no se explica la diferencia esencial entre las que son
propiamente necesidades y los satisfactores de esas necesidades. Es
indispensable hacer una distinción entre ambos conceptos por motivos tanto
epistemológicos como metodológicos.
La persona es un ser de necesidades múltiples e interdependientes. Las
necesidades humanas deben entenderse como un sistema en el que ellas se
interrelacionan e interactúan. Simultaneidades, complementariedades y
compensaciones son características propias del proceso de satisfacción de
las necesidades.
Las necesidades humanas pueden dividirse conforme a múltiples criterios, y
las ciencias humanas ofrecen en este sentido una vasta y variada literatura.
Nosotros combinaremos aquí dos criterios posibles de división: según
categorías existenciales y según categorías axiológicas.
Esta combinación
permite reconocer, por una parte, las necesidades de Ser, Tener, Hacer y
Estar; y, por la otra, las necesidades de Subsistencia, Protección, Afecto,
Entendimiento, Participación, Ocio, Creación, Identidad y Libertad.
Ambas
categorías de necesidades pueden combinarse con la ayuda de una matriz (ver
cuadro 1).
Por ejemplo, alimentación y abrigo no deben considerarse como necesidades,
sino como satisfactores de la necesidad fundamental de Subsistencia.
Del
mismo modo, la educación (ya sea formal o informal), el estudio, la
investigación, la estimulación precoz y la meditación son satisfactores de
la necesidad de Entendimiento.
Los sistemas curativos, la prevención y los
esquemas de salud, en general, son satisfactores de la necesidad de
Protección.
No existe una correspondencia biunívoca entre necesidades y satisfactores.
Un satisfactor puede contribuir simultáneamente a la satisfacción de
diversas necesidades; a la inversa, una necesidad puede requerir de diversos
satisfactores para ser satisfecha. Ni siquiera estas relaciones son fijas.
Pueden variar según el momento, el lugar y las circunstancias.
Veamos un ejemplo.
Cuando una madre le da el pecho a su bebé, a través de
ese acto contribuye a que la criatura reciba satisfacción simultánea para
sus necesidades de Subsistencia, Protección, Afecto e Identidad. La
situación es obviamente distinta si el bebé es alimentado de manera más
mecánica.
Una vez diferenciados los conceptos de necesidades y de satisfactores, es
posible formular dos postulados adicionales. Primero: las necesidades
humanas fundamentales son pocas, delimitadas y clasificables. Segundo: las
necesidades humanas fundamentales son las mismas en todas las culturas y en
todos los períodos históricos.
Lo que cambia a través del tiempo y de las
culturas es la manera o los medios utilizados para la satisfacción de las
necesidades.
Cada sistema económico, social y político adopta diferentes estilos para la
satisfacción de las mismas necesidades humanas fundamentales. En cada
sistema éstas se satisfacen (o no) a través de la generación (o no
generación) de diferentes tipos de satisfactores.
Uno de los aspectos que define una cultura es su elección de satisfactores.
Las necesidades humanas fundamentales de un individuo que pertenece a una
sociedad consumista son las mismas del que pertenece a una sociedad ascética.
Lo que cambia es la cantidad y calidad de los satisfactores elegidos, y/o
las posibilidades de tener acceso a los satisfactores requeridos.
Lo que está culturalmente determinado no son las necesidades humanas
fundamentales, sino los satisfactores de esas necesidades. El cambio
cultural es consecuencia -entre otras cosas- de abandonar satisfactores
tradicionales para reemplazarlos por otros nuevos y diferentes.
La pobreza y las pobrezas
El concepto tradicional de pobreza es muy limitado, ya que se refiere
exclusivamente a la situación de aquellas personas que se hallan por debajo
de un determinado nivel de ingreso. La noción es estrictamente economicista.
Sugerimos no hablar de pobreza, sino de pobrezas.
De hecho, cualquier
necesidad humana fundamental que no es adecuadamente satisfecha revela una
pobreza humana.
-
hay una pobreza de Subsistencia (si la alimentación y el
abrigo son insuficientes)
-
hay una pobreza de Protección (debido a sistemas
de salud ineficientes, a la violencia, la carrera armamentista, etc.)
-
hay
una pobreza de Afecto (debido al autoritarismo, a la opresión, las
relaciones de explotación con el medio ambiente natural, etc.)
-
hay una
pobreza de Entendimiento (por la deficiente calidad de la educación)
-
hay
una pobreza de Participación (por la marginación y discriminación de las
mujeres, los niños o las minorías étnicas)
-
hay una pobreza de Identidad (cuando
se imponen valores extraños a las culturas locales y regionales, o se obliga
a la emigración forzada, el exilio político, etc.),
...y así sucesivamente.
Pero las pobrezas no son sólo pobrezas, son mucho más que eso.
Cada pobreza
genera patologías, toda vez que rebasa, por su intensidad o duración,
ciertos límites críticos. Esta es una observación medular que conviene
ilustrar.
Economía y patologías
La gran mayoría de los analistas económicos estarían de acuerdo en que el
crecimiento generalizado del desempleo, por una parte, y la magnitud del
endeudamiento externo del Tercer Mundo, por otra, constituyen dos de los
problemas económicos mas importantes del mundo actual.
Para el caso de
algunos países de Latinoamérica habría que agregar el de la hiperinflación.
A pesar de que el desempleo siempre ha existido, en mayor o menor grado, en
el mundo industrial, todo parece indicar que nos estamos enfrentando a un
nuevo tipo de desempleo, que tiende a persistir y que, por lo tanto, se está
transformando en un componente estructural del sistema económico mundial.
Es sabido que un individuo que sufre una prolongada cesantía cae en una
especie de 'montaña rusa' emocional, la cual comprende, por lo menos, cuatro
etapas:
-
shock
-
optimismo
-
pesimismo
-
fatalismo
La última etapa
representa la transición de la inactividad a la frustración y de allí a un
estado final de apatía donde la persona alcanza su más bajo nivel de
autoestima.
Es bastante evidente que la cesantía prolongada perturbará totalmente el
sistema de necesidades fundamentales de las personas.
Debido a sus problemas
de subsistencia, la persona se sentirá cada vez menos protegida; las crisis
familiares y los sentimientos de culpa pueden destruir sus relaciones
afectivas; la falta de participación dará cabida a sentimientos de
aislamiento y marginación, y la disminución de la autoestima puede
fácilmente provocar en el individuo una crisis de identidad.
La cesantía prolongada produce, pues, patologías. Sin embargo, esto no
constituye la peor parte del problema. Dadas las actuales circunstancias de
crisis económicas generalizadas, no podemos seguir pensando en patologías
individuales.
Debemos necesariamente reconocer la existencia de patologías
colectivas de la frustración, para las cuales los tratamientos aplicados han
resultado hasta ahora ineficaces.
Necesidades humanas - carencia y potencialidad
Una política de desarrollo orientada a la satisfacción de las necesidades
humanas (entendidas en el sentido amplio que aquí le hemos dado) trasciende
la racionalidad económica convencional, porque compromete al ser humano en
su totalidad.
Las relaciones que se establecen - o que pueden establecerse -
entre las necesidades y sus satisfactores hacen posible construir una
filosofía y una política de desarrollo auténticamente humanistas.
Las necesidades revelan de la manera más apremiante el ser de las personas,
ya que éste se hace palpable a través de ellas en su doble condición
experimental: como carencia y como potencialidad. Comprendidas en un amplio
sentido, y no limitadas a la mera subsistencia, las necesidades patentizan
la tensión constante entre carencia y potencia tan propia de los seres
humanos.
Concebir las necesidades tan sólo como carencias (por ej., tengo necesidad
de alimento porque carezco de él, o tengo necesidad de afecto porque nadie
me quiere) implica restringirlas a lo puramente fisiológico o subjetivo, que
es precisamente el ámbito en que una necesidad asume con mayor fuerza y
claridad la sensación de 'falta de algo'.
Sin embargo, en la medida en que
las necesidades comprometen, motivan y movilizan a las personas, son también
potencialidades y, más aún, pueden llegar a ser recursos. La necesidad de
participar es potencial de participación, tal como la necesidad de afecto es
potencial de recibir afecto pero también de darlo.
Acceder al ser humano a través de las necesidades permite tender el puente
entre una antropología filosófica y una opción política; tal parece ser la
voluntad que animó los esfuerzos intelectuales de hombres como Karl Marx o
Abraham Maslow, por mencionar sólo dos ejemplos.
Comprender las necesidades
como carencia y potencia previene contra toda reducción del ser humano a la
categoría de existencia cerrada.
Así, resulta impropio hablar de necesidades que se 'satisfacen' o se 'colman'.
En cuanto revelan un proceso dialéctico, constituyen un movimiento incesante.
De allí que quizás sea más apropiado hablar de vivir y realizar las
necesidades, y de vivirlas y realizarlas de manera continua y renovada.
Necesidades humanas y sociedad
Si queremos evaluar un medio social cualquiera en función de las necesidades
humanas, no basta con comprender cuáles son las posibilidades que pone a
disposición de los grupos o de las personas para realizar sus necesidades.
Es preciso examinar en qué medida el medio reprime, tolera o estimula que
las posibilidades disponibles o dominantes sean recreadas y ampliadas por
los propios individuos o grupos que lo componen.
Son los satisfactores los que definen la modalidad que una cultura o una
sociedad imprime a las necesidades.
Los satisfactores no son los bienes
económicos disponibles, sino que están referidos a todo aquello que, por
representar formas de Ser, Tener, Hacer y Estar, contribuye a la realización
de las necesidades humanas. Pueden incluir, entre otras cosas, formas de
organización, estructuras políticas, prácticas sociales, condiciones
subjetivas, valores y normas, espacios, comportamientos y actitudes; todas
en una tensión permanente entre consolidación y cambio.
La alimentación es un satisfactor, pero también puede serlo una cierta
estructura familiar (que satisface la necesidad de Protección, por ejemplo)
o un cierto régimen político (que satisface la necesidad de Participación,
por ejemplo). Un mismo satisfactor puede realizar distintas necesidades en
culturas distintas, o vivirse de distinta manera en contextos diferentes a
pesar de que esté satisfaciendo las mismas necesidades.
El hecho de que un mismo satisfactor tenga efectos distintos en diversos
contextos no sólo depende del contexto, sino también en buena parte de los
bienes que el medio genera, de cómo los genera y de cómo organiza el consumo
de esos bienes.
En la civilización industrial, los bienes (entendidos como
objetos y artefactos que aumentan o merman la eficacia de un satisfactor) se
han convertido en elementos determinantes. La forma en que se ha organizado
la producción y apropiación de los bienes económicos en el capitalismo
industrial ha condicionado de manera abrumadora el tipo de satisfactores
dominantes.
Cuando la forma de producción y consumo de bienes conduce a que éstos se
conviertan en fines en sí mismos, la presunta satisfacción de una necesidad
empaña las potencialidades de vivirla en toda su amplitud.
Queda allí
abonado el terreno para la instauración de una sociedad alienada que se
embarca en una carrera productivista sin sentido. La vida se pone entonces
al servicio de los artefactos, en vez de estar los artefactos al servicio de
la vida. La búsqueda de una mejor calidad de vida es suplantada por la
obsesión de incrementar la productividad de los medios.
La construcción de una economía humanista exige, en este marco, entender y
desentrañar la relación dialéctica entre necesidades, satisfactores y bienes
económicos, a fin de pensar formas de organización económica en que los
bienes potencien los satisfactores para vivir las necesidades de manera
coherente, sana y plena.
Esto obliga a repensar el contexto social de las necesidades humanas de una
manera radicalmente distinta de como ha sido habitualmente pensado por los
planificadores sociales y los elaboradores de políticas de desarrollo.
Ya no
se trata de relacionar las necesidades solamente con los bienes y servicios
que presuntamente las satisfacen, sino de relacionarlas además con prácticas
sociales, tipos de organización, modelos políticos y valores que repercuten
sobre la forma en que se expresan las necesidades.
La reivindicación de lo subjetivo
Suponer una relación directa entre necesidades y bienes económicos permite
la construcción de una disciplina 'objetiva', como supone serlo la economía
tradicional.
Es decir, de una disciplina mecanicista, cuyo supuesto central
es que las necesidades se manifiestan a través de la demanda, la que a su
vez está determinada por las preferencias individuales respecto de los
bienes producidos. Incluir los satisfactores como parte del proceso
económico implica reivindicar lo subjetivo más allá de las puras
preferencias en materia de objetos y artefactos.
Bastará tan sólo con proponérnoslo para que podamos detectar de qué modo los
satisfactores y bienes disponibles o dominantes limitan, condicionan,
desvirtúan (o, por el contrario, estimulan) nuestras posibilidades de vivir
las necesidades humanas. Podemos, sobre esa base, pensar las formas viables
de recrear y reorganizar los satisfactores y bienes de manera que
enriquezcan nuestras posibilidades y reduzcan nuestras frustraciones.
La forma en que vivimos nuestras necesidades es, en último término,
subjetiva. Parecería, entonces, que todo juicio universalizador podría pecar
de arbitrario. Tal objeción bien podría surgir, por ejemplo, desde la
trinchera del positivismo.
La identificación que el positivismo hace de lo subjetivo con lo particular,
si bien pone de manifiesto el fracaso histórico del idealismo absoluto,
constituye para las ciencias sociales una espada de Damocles.
Cuando el objeto de estudio es la relación entre los seres humanos y la
sociedad, la universalidad de lo subjetivo no se puede soslayar. El carácter
social de la subjetividad es uno de los ejes de la reflexión sobe el ser
humano concreto. No existe imposibilidad alguna de juzgar sobre lo subjetivo.
Lo que existe, más bien, es miedo a las consecuencias que pueda tener tal
discurso.
Hablar de necesidades humanas fundamentales obliga a situarse
desde la partida en el plano de lo subjetivo-universal, lo cual torna
estéril cualquier enfoque mecanicista.
Tiempo y ritmos de las necesidades humanas
Por carecer de suficientes datos empíricos, no podemos afirmar a ciencia
cierta que las necesidades humanas fundamentales son permanentes.
Sin embargo, nada nos impide hablar de su carácter social-universal, en
tanto su realización resulta deseable a cualquiera, y su inhibición,
indeseable. Al reflexionar en torno de las nueve necesidades fundamentales
propuestas en nuestro sistema, el sentido común, acompañado de algún
conocimiento antropológico, nos ha indicado que seguramente las necesidades
de Subsistencia, Protección, Afecto, Entendimiento, Participación, Ocio y
Creación estuvieron presentes desde los orígenes del 'Homo habilis' y, sin
duda, desde la aparición del 'Homo sapiens'.
Probablemente en un estadio
evolutivo posterior surgió la necesidad de Identidad, y, mucho más tarde, la
de Libertad. Del mismo modo, es probable que en el futuro la necesidad de
trascendencia -que no incluimos en nuestro sistema por no considerarla
todavía tan universal- llegue a serlo tanto como las otras.
Parece legítimo, entonces, suponer que las necesidades humanas cambian con
la velocidad que corresponde a la evolución de la especie humana: a un ritmo
sumamente lento. Por estar imbricadas a la evolución de la especie, son
también universales. Tienen una trayectoria única.
Los satisfactores, en cambio, tienen una doble trayectoria. Por una parte se
modifican al ritmo de la historia y, por otra, se diversifican de acuerdo a
las culturas y las circunstancias, es decir, de acuerdo al ritmo de las
distintas historias.
Los bienes económicos (artefactos, tecnologías) tienen una triple
trayectoria. Se modifican según los ritmos coyunturales y los cambios
coyunturales ocurren con velocidades y ritmos distintos. La tendencia de la
historia coloca al ser humano en un ámbito crecientemente arrítmico y
asincrónico, en el que los procesos escapan cada vez más a su control.
Esta situación ha llegado actualmente a niveles extremos.
Es tal la velocidad de producción y diversificación de los artefactos, que
las personas aumentan su dependencia y crece su alienación, a tal punto que
es cada vez más frecuente encontrar bienes económicos (artefactos) que ya no
potencian la satisfacción de necesidad alguna, sino que se transforman en
fines en sí mismos.
En algunos de los sectores marginados por la crisis, y en grupos
contestatarios a los estilos de desarrollo dominantes, surgen procesos
contra-hegemónicos en que satisfactores y bienes económicos vuelven a
subordinarse a la actualización de las necesidades humanas. Es en estos
sectores donde podemos encontrar ejemplos de comportamientos sinérgicos que,
de alguna manera, aportan un germen de posible respuesta a la crisis que nos
apabulla.
Si se escoge, a título de ejemplo, el casillero 4C, que indica formas del
Hacer, para satisfacer la necesidad de Entendimiento, se encuentran
satisfactores como investigar, estudiar, experimentar, educar, analizar,
meditar e interpretar. Ellos dan origen a bienes económicos según sea la
cultura y sus recursos, tales como libros, instrumentos de laboratorio,
herramientas diversas, computadoras y otros artefactos.
La función de éstos
es, ciertamente, la de potenciar el hacer del entendimiento.
Satisfactores y sus atributos
La matriz que refleja el cuadro 1 no agota los tipos de satisfactores
posibles.
De hecho, estos abarcan un gran abanico de posibilidades.
Proponemos, a título de hipótesis, distinguir estos cinco tipos:
-
violadores o destructores
-
pseudo-satisfactores
-
satisfactores inhibidores
-
satisfactores singulares
-
satisfactores sinérgicos
Los violadores o destructores son elementos de efecto paradojal.
Son
aplicados con la intención de satisfacer una determinada necesidad, pero no
sólo destruyen por completo la posibilidad de satisfacerla en un plazo
mediato, sino que imposibilitan, por sus efectos colaterales, la
satisfacción adecuada de otras necesidades.
Así, el armamentismo,
supuestamente destinado a satisfacer la necesidad de Protección, en el fondo
aniquila la Subsistencia, el Afecto, la Participación y la Libertad. Algo
semejante sucede con el exilio forzado, la 'doctrina de la seguridad
nacional', la censura, la burocracia o el autoritarismo.
Estos elementos paradójicos parecen estar vinculados preferentemente con la
necesidad de Protección, la cual puede generar comportamientos humanos
aberrantes, en la medida en que su insatisfacción va acompañada del miedo.
El atributo que caracteriza a los violadores es que siempre son impuestos.
Los pseudo-satisfactores son elementos que estimulan una falsa sensación de
satisfacción de una necesidad determinada. Sin la agresividad de los
violadores o destructores, pueden en ocasiones aniquilar, en un plazo
mediato, la posibilidad de satisfacer la necesidad a que originalmente
apuntan. Su atributo especial es que generalmente son inducidos mediante la
propaganda, la publicidad y otros medios de persuasión.
Los satisfactores inhibidores son aquellos que por el modo en que satisfacen
(generalmente sobre-satisfacen) una necesidad determinada dificultan
seriamente la posibilidad de satisfacer otras necesidades. Su atributo es
que salvo excepciones, se hallan ritualizados en el sentido de que suelen
emanar de hábitos arraigados.
Los satisfactores singulares son aquellos que apuntan a la satisfacción de
una sola necesidad, siendo neutros con respecto a la satisfacción de otras
necesidades. Son característicos de los planes y programas de desarrollo,
cooperación y asistencia.
Su principal atributo es el de ser
institucionalizados, ya que tanto en la organización del Estado como en la
organización civil, su generación suele estar vinculada a instituciones,
sean estas Ministerios, otras reparticiones públicas o empresas de diverso
tipo.
Los satisfactores sinérgicos son los que al satisfacer una necesidad
determinada estimulan y contribuyen a la satisfacción simultánea de otras
necesidades. Su principal atributo es el de ser contra-hegemónicos, en el
sentido de que revierten racionalidades dominantes tales como la competencia
y la coacción.
De la eficiencia a la sinergia
Enfocar el desarrollo en los términos aquí propuestos, implica un cambio de
la racionalidad económica dominante.
Obliga, entre otras cosas, a una
revisión profunda del concepto de eficiencia. Esta suele asociarse a
nociones de maximización de productividad y de utilidad, a pesar de que
ambos términos son ambiguos. Tal como Taylor la entendía - para ilustrar con
un caso conspicuo -, al llevar el criterio económico al extremo más alienado
de la razón instrumental. La productividad se nos aparece como bastante
ineficiente.
Sobredimensiona la necesidad de subsistencia y obliga al sacrificio de otras
necesidades, acabando por amenazar la propia subsistencia. Cabe recordar que
el taylorismo pasó a la historia como la 'organización del surmenage'.
En discursos dominantes del desarrollo también se asocia la eficiencia a la
conversión del trabajo en capital, a la formalización de las actividades
económicas, a la incorporación indiscriminada de tecnologías de punta y, por
supuesto, a la maximización de las tasas de crecimiento. El desarrollo
consiste para muchos en alcanzar los niveles materiales de vida de los
países mas industrializados, para tener acceso a una gama creciente de
bienes (artefactos) cada vez más diversificados.
Cabe preguntarse hasta qué punto esos intentos de emulación tienen sentido.
En primer lugar, no existen evidencias de que en aquellos países las
personas vivan sus necesidades de manera integrada. En segundo lugar, en los
países ricos, la abundancia de recursos y de bienes económicos no ha llegado
a ser condición suficiente para resolver el problema de la alienación.
El Desarrollo a Escala Humana no excluye metas convencionales como
crecimiento económico para que todas las personas puedan tener un acceso
digno a bienes y servicios. Sin embargo, la diferencia respecto de los
estilos dominantes radica en concentrar las metas del desarrollo en el
proceso mismo del desarrollo.
En otras palabras, que las necesidades humanas
fundamentales pueden comenzar a realizarse desde el comienzo y durante todo
el proceso de desarrollo; o sea, que la realización de las necesidades no
sea la meta, sino el motor del desarrollo mismo. Ello se logra en la medida
en que la estrategia de desarrollo sea capaz de estimular permanentemente la
generación de satisfactores sinérgicos.
Integrar la realización armónica de necesidades humanas en el proceso de
desarrollo significa la oportunidad de que las personas puedan vivir ese
desarrollo desde sus comienzos, dando origen así a un desarrollo sano,
auto-dependiente y participativo, capaz de crear los fundamentos para un
orden en el que se pueda conciliar el crecimiento económico, la solidaridad
social y el crecimiento de las personas y de toda la persona.
Un desarrollo capaz de conjugar la sinergia con la eficiencia quizás no
baste para dar cumplimiento cabal a lo deseado; pero sí basta, y plenamente,
para evitar que en el ánimo de las personas lo no deseado parezca
inexorable.