16-Diciembre-2002 del Sitio Web EcoPortal
Permítaseme empezar contraponiendo dos conceptos distintos de democracia. Uno es el que nos lleva a afirmar que en una sociedad democrática, por un lado, la gente tiene a su alcance los recursos para participar de manera significativa en la gestión de sus asuntos particulares, y, por otro, los medios de información son libres e imparciales.
Si se busca la palabra democracia en
el diccionario se encuentra una definición bastante parecida a lo que acabo
de formular.
No olvidemos además que tenemos una larga historia, que se remonta a las revoluciones democráticas modernas de la Inglaterra del siglo XVII, que en su mayor parte expresa este punto de vista.
En cualquier caso voy a ceñirme simplemente al período moderno y acerca de la forma en que se desarrolla la noción de democracia, y sobre el modo y el porqué el problema de los medios de comunicación y la desinformación se ubican en este contexto.
Primeros
apuntes históricos de la propaganda
Había por tanto que hacer algo para inducir
en la sociedad la idea de la obligación de participar en la guerra. Y se
creó una comisión de propaganda gubernamental, conocida con el nombre de
Comisión Creel, que, en seis meses, logró convertir una población pacífica
en otra histérica y belicista que quería ir a la guerra y destruir todo lo
que oliera a alemán, despedazar a todos los alemanes, y salvar así al mundo.
Por ejemplo, se fabricaron montones de atrocidades supuestamente cometidas por los alemanes, en las que se incluían niños belgas con los miembros arrancados y todo tipo de cosas horribles que todavía se pueden leer en los libros de historia, buena parte de lo cual fue inventado por el Ministerio británico de propaganda, cuyo auténtico propósito en aquel momento -tal como queda reflejado en sus deliberaciones secretas- era el de dirigir el pensamiento de la mayor parte del mundo.
Pero la cuestión clave era la de controlar el pensamiento de los miembros más inteligentes de la sociedad americana, quienes, a su vez, diseminarían la propaganda que estaba siendo elaborada y llevarían al pacífico país a la histeria propia de los tiempos de guerra. Y funcionó muy bien, al tiempo que nos enseñaba algo importante: cuando la propaganda que dimana del estado recibe el apoyo de las clases de un nivel cultural elevado y no se permite ninguna desviación en su contenido, el efecto puede ser enorme.
Fue una lección que ya había aprendido Hitler y
muchos otros, y cuya influencia ha llegado a nuestros días.
Si se echa un vistazo a sus ensayos, se observará que están subtitulados con algo así como Una teoría progresista sobre el pensamiento democrático liberal.
Lippmann estuvo vinculado a estas comisiones de propaganda y admitió los logros alcanzados, al tiempo que sostenía que lo que él llamaba revolución en el arte de la democracia podía utilizarse para fabricar consenso, es decir, para producir en la población, mediante las nuevas técnicas de propaganda, la aceptación de algo inicialmente no deseado. También pensaba que ello era no solo una buena idea sino también necesaria, debido a que, tal como él mismo afirmó, los intereses comunes esquivan totalmente a la opinión pública y solo una clase especializada de hombres responsables lo bastante inteligentes puede comprenderlos y resolver los problemas que de ellos se derivan.
Esta teoría sostiene que solo
una élite
reducida - la comunidad intelectual de que hablaban los seguidores de Dewey -
puede entender cuáles son aquellos intereses comunes, qué es lo que nos
conviene a todos, así como el hecho de que estas cosas escapan a la gente en
general.
Es así que la teoría democrática liberal y el marxismo-leninismo se encuentran muy cerca en sus supuestos ideológicos.
En mi opinión, esta es una de las razones por las que los individuos, a lo largo del tiempo, han observado que era realmente fácil pasar de una posición a otra sin experimentar ninguna sensación específica de cambio. Solo es cuestión de ver dónde está el poder. Es posible que haya una revolución popular que nos lleve a todos a asumir el poder del Estado; o quizás no la haya, en cuyo caso simplemente apoyaremos a los que detentan el poder real: la comunidad de las finanzas.
Pero estaremos haciendo lo mismo:
conducir a las masas estúpidas hacia un mundo en el que van a ser incapaces
de comprender nada por sí mismas.
Por supuesto, todo aquel que ponga en circulación las ideas citadas es parte de este grupo selecto, en el cual se habla primordialmente acerca de qué hacer con aquellos otros, quienes, fuera del grupo pequeño y siendo la mayoría de la población, constituyen lo que Lippmann llamaba el rebaño desconcertado: hemos de protegemos de este rebaño desconcertado cuando brama y pisotea.
Así pues, en una democracia se dan dos funciones: por un lado, la clase especializada, los hombres responsables, ejercen la función ejecutiva, lo que significa que piensan, entienden y planifican los intereses comunes; por otro, el rebaño desconcertado también con una función en la democracia, que, según Lippmann, consiste en ser espectadores en vez de miembros participantes de forma activa.
Pero, dado que estamos hablando de una democracia, estos últimos llevan a término algo más que una función: de vez en cuando gozan del favor de liberarse de ciertas cargas en la persona de algún miembro de la clase especializada; en otras palabras, se les permite decir queremos que seas nuestro líder, o, mejor, queremos que tú seas nuestro líder, y todo ello porque estamos en una democracia y no en un estado totalitario. Pero una vez se han liberado de su carga y traspasado esta a algún miembro de la clase especializada, se espera de ellos que se apoltronen y se conviertan en espectadores de la acción, no en participantes.
Esto es lo que ocurre en una democracia que funciona como Dios manda.
Hay que domesticar al rebaño desconcertado, y no dejarle que brame y pisotee y destruya las cosas, lo cual viene a encerrar la misma lógica que dice que sería incorrecto dejar que un niño de tres años cruzara solo la calle. No damos a los niños de tres años este tipo de libertad porque partimos de la base de que no saben cómo utilizarla.
Por lo
mismo, no se da ninguna facilidad para que los individuos del rebaño
desconcertado participen en la acción; solo causarían problemas.
Aquí la premisa no declarada de forma explícita - e incluso los hombres responsables tienen que darse cuenta de esto ellos solos - tiene que ver con la cuestión de cómo se llega a obtener la autoridad para tomar decisiones.
Por supuesto, la forma de obtenerla es sirviendo a la
gente que tiene el
poder real, que no es otra que los dueños de la sociedad, es decir,
un grupo
bastante reducido. Si los miembros de la clase especializada pueden venir y
decir Puedo ser útil a sus intereses, entonces pasan a formar parte del
grupo ejecutivo.
Así, tenemos un sistema educacional, de carácter privado, dirigido a los hombres responsables, a la clase especializada, que han de ser adoctrinados en profundidad acerca de los valores e intereses del poder real, y del nexo corporativo que este mantiene con el Estado y lo que ello representa. Si pueden conseguirlo, podrán pasar a formar parte de la clase especializada.
Al resto del rebaño desconcertado básicamente habrá que
distraerlo y hacer que dirija su atención a cualquier otra cosa. Que nadie
se meta en líos. Habrá que asegurarse que permanecen todos en su función de
espectadores de la acción, liberando su carga de vez en cuando en algún que
otro líder de entre los que tienen a su disposición para elegir.
Por ejemplo, él destacado teólogo y crítico de política internacional Reinold Niebuhr, conocido a veces como el teólogo del sistema, gurú de George Kennan y de los intelectuales de Kennedy, afirmaba que la racionalidad es una técnica, una habilidad, al alcance de muy pocos: solo algunos la poseen, mientras que la mayoría de la gente se guía por las emociones y los impulsos.
Aquellos que poseen la capacidad lógica tienen que
crear ilusiones necesarias y simplificaciones acentuadas desde el punto de
vista emocional, con objeto de que los bobalicones ingenuos vayan más o
menos tirando. Este principio se ha convertido en un elemento sustancial de
la ciencia política contemporánea.
Porque no lo son.
Somos nosotros, decía, los mejores jueces de los intereses y asuntos públicos, por lo que, precisamente a partir de la moralidad más común, somos nosotros los que tenemos que asegurarnos de que ellos no van a gozar de la oportunidad de actuar basándose en sus juicios erróneos. En lo que hoy conocemos como estado totalitario, o estado militar, lo anterior resulta fácil. Es cuestión simplemente de blandir una porra sobre las cabezas de los individuos, y, si se apartan del camino trazado, golpearles sin piedad.
Pero si la sociedad ha acabado siendo más libre y democrática, se pierde aquella capacidad, por lo que hay que dirigir la atención a las técnicas de propaganda.
La lógica es clara y sencilla:
Ello resulta acertado y conveniente dado que, de nuevo,
los intereses públicos escapan a la capacidad de comprensión del rebaño
desconcertado.
Dado que aprendieron mucho de los éxitos de la Comisión Creel y del miedo rojo, y de las secuelas dejadas por ambos, las relaciones públicas experimentaron, a lo largo de la década de 1920, una enorme expansión, obteniéndose grandes resultados a la hora de conseguir una subordinación total de la gente a las directrices procedentes del mundo empresarial a lo largo de la década de 1920.
La situación llegó a tal
extremo que en la década siguiente los comités del Congreso empezaron a
investigar el fenómeno. De estas pesquisas proviene buena parte de la
información de que hoy día disponemos.
En 1935, y gracias a la Ley Wagner, los trabajadores consiguieron su primera gran victoria legislativa, a saber, el derecho a organizarse de manera independiente, logro que planteaba dos graves problemas. En primer lugar, la democracia estaba funcionando bastante mal: el rebaño desconcertado estaba consiguiendo victorias en el terreno legislativo, y no era ese el modo en que se suponía que tenían que ir las cosas; el otro problema eran las posibilidades cada vez mayores del pueblo para organizarse.
Los individuos tienen que estar atomizados, segregados y
solos; no puede ser que pretendan organizarse, porque en ese caso podrían
convertirse en algo más que simples espectadores pasivos.
Fue la última victoria de los trabajadores en el terreno parlamentario, y, a partir de ese momento - aunque el número de afiliados a los sindicatos se incrementó durante la Segunda Guerra Mundial, acabada la cual empezó a bajar - la capacidad de actuar por la vía sindical fue cada vez menor.
Y no por casualidad, ya que estamos hablando de la comunidad empresarial, que está gastando enormes sumas de dinero, a la vez que dedicando todo el tiempo y esfuerzo necesarios, en cómo afrontar y resolver estos problemas a través de la industria de las relaciones públicas y otras organizaciones, como la National Association of Manufacturers (Asociación nacional de fabricantes), la Business Roundtable (Mesa redonda de la actividad empresarial), etcétera.
Y su principio es reaccionar en todo momento de forma inmediata para
encontrar el modo de contrarrestar estas desviaciones democráticas.
La cuestión estribaba en la idea de que había que enfrentar a la gente contra los huelguistas, por los medios que fuera. Se presentó a estos como destructivos y perjudiciales para el conjunto de la sociedad, y contrarios a los intereses comunes, que eran los nuestros, los del empresario, el trabajador o el ama de casa, es decir, todos nosotros.
Queremos estar unidos y tener cosas como la armonía y el orgullo de ser
americanos, y trabajar juntos.
Este era, en esencia, el mensaje. Y se hizo un gran esfuerzo para hacerlo público; después de todo, estamos hablando del poder financiero y empresarial, es decir, el que controla los medios de información y dispone de recursos a gran escala, por lo cual funcionó, y de manera muy eficaz. Más adelante este método se conoció como la fórmula Mohawk VaIley, aunque se le denominaba también métodos científicos para impedir huelgas.
Se aplicó una y otra vez para romper huelgas, y daba muy buenos resultados cuando se trataba de movilizar a la opinión pública a favor de conceptos vacíos de contenido, como el orgullo de ser americano.
De hecho, ¿qué pasa si alguien le pregunta si da usted su apoyo a la gente de lowa? Se puede contestar diciendo Sí, le doy mi apoyo, o No, no la apoyo.
Pero ni siquiera es una pregunta: no significa nada. Esta es la cuestión. La clave de los eslóganes de las relaciones públicas como Apoyad a nuestras tropas es que no significan nada, o, como mucho, lo mismo que apoyar a los habitantes de Iowa.
Pero, por supuesto había una cuestión importante que se podía haber resuelto haciendo la pregunta:
Pero, claro, no se trata de que la gente se plantee cosas como esta. Esto es lo único que importa en la buena propaganda. Se trata de crear un eslogan que no pueda recibir ninguna oposición, bien al contrario, que todo el mundo esté a favor.
Nadie sabe lo que significa porque no significa nada, y su importancia decisiva estriba en que distrae la atención de la gente respecto de preguntas que sí significan algo:
Pero sobre esto no se puede hablar.
Así que tenemos a todo el mundo discutiendo
sobre el apoyo a las tropas: Desde luego, no dejaré de apoyarles. Por tanto,
ellos han ganado. Es como lo del orgullo americano y la armonía. Estamos
todos juntos, en tomo a eslóganes vacíos, tomemos parte en ellos y
asegurémonos de que no habrá gente mala en nuestro alrededor que destruya
nuestra paz social con sus discursos acerca de la lucha de clases, los
derechos civiles y todo este tipo de cosas.
La mayoría de los individuos tendrían que sentarse frente al televisor y masticar religiosamente el mensaje, que no es otro que el que dice que lo único que tiene valor en la vida es poder consumir cada vez más y mejor y vivir igual que esta familia de clase media que aparece en la pantalla y exhibir valores como la armonía y el orgullo americano. La vida consiste en esto.
Puede que usted piense que ha de haber algo más, pero en
el momento en que se da cuenta que está solo, viendo la televisión, da por
sentado que esto es todo lo que existe ahí afuera, y que es una locura
pensar en que haya otra cosa. Y desde el momento en que está prohibido
organizarse, lo que es totalmente decisivo, nunca se está en condiciones de
averiguar si realmente está uno loco o simplemente se da todo por bueno, que
es lo más lógico que se puede hacer.
Hay que hacer que conserven un miedo permanente, porque a menos que estén debidamente atemorizados por todos los posibles males que pueden destruirles, desde dentro o desde fuera, podrían empezar a pensar por sí mismos, lo cual es muy peligroso ya que no tienen la capacidad de hacerlo.
Por ello es importante distraerles y
marginarles.
Todo quedó destruido y nos vimos trasladados a una sociedad dominada de manera singular por los criterios empresariales. Era esta la única sociedad industrial, dentro de un sistema capitalista de Estado, en la que ni siquiera se producía el pacto social habitual que se podía dar en latitudes comparables. Era la única sociedad industrial -aparte de Sudáfrica, supongo- que no tenía un servicio nacional de asistencia sanitaria.
No existía ningún compromiso para elevar los
estándares mínimos de supervivencia de los segmentos de la población que no
podían seguir las normas y directrices imperantes ni conseguir nada por sí
mismos en el plano individual.
Los dos partidos eran dos facciones del partido del poder financiero y empresarial. Y así la mayor parte de la población ni tan solo se molestaba en ir a votar ya que ello carecía totalmente de sentido, quedando, por ello, debidamente marginada. Al menos este era el objetivo. La verdad es que el personaje más destacado de la industria de las relaciones públicas, Edward Bernays, procedía de la Comisión Creel.
Formó parte de ella, aprendió
bien la lección y se puso manos a la obra a desarrollar lo que él mismo
llamó la ingeniería del consenso, que describió como la esencia de la
democracia.
El mismo
Bernays tenía en su haber un importante logro a este respecto, ya que fue el
encargado de dirigir la campaña de relaciones públicas de la United Fruit
Company en 1954, cuando los Estados Unidos intervinieron militarmente para
derribar al gobierno democrático-capitalista de Guatemala e instalaron en su
lugar un régimen sanguinario de escuadrones de la muerte, que se ha
mantenido hasta nuestros días a base de repetidas infusiones de ayuda
norteamericana que tienen por objeto evitar algo más que desviaciones
democráticas vacías de contenido.
Los programas de la era Reagan eran abrumadoramente impopulares. Los
votantes de la victoria arrolladora de Reagan en 1984 esperaban, en una
proporción de tres a dos, que no se promulgaran las medidas legales
anunciadas. Si tomamos programas concretos, como el gasto en armamento, o la
reducción de recursos en materia de gasto social, etc., prácticamente todos
ellos recibían una oposición frontal por parte de la gente.
Nunca habían oído estas cosas de nadie más, ya que había que suponer que nadie pensaba así; y si lo había, y era sincero en las encuestas, era lógico pensar que se trataba de un bicho raro. Desde el momento en que un individuo no encuentra la manera de unirse a otros que comparten o refuerzan este parecer y que le pueden transmitir la ayuda necesaria para articularlo, acaso llegue a sentir que es alguien excéntrico, una rareza en un mar de normalidad.
De modo que acaba permaneciendo al margen, sin prestar atención
a lo que ocurre, mirando hacia, otro lado, como por ejemplo la final de
Copa.
Buena parte de la actividad disidente de los Estados Unidos se producía en las iglesias por la sencilla razón de que estas existían. Por ello, cuando había que dar una conferencia de carácter político en un país europeo era muy probable que se celebrara en los locales de algún sindicato, cosa harto difícil en América ya que, en primer lugar, estos apenas existían o, en el mejor de los casos, no eran organizaciones políticas.
Pero las iglesias sí existían, de manera que las
charlas y conferencias se hacían con frecuencia en ellas: la solidaridad con
Centroamérica se originó en su mayor parte en las iglesias, sobre todo
porque existían.
En la década de 1930 surgió otra vez, pero se pudo sofocar el movimiento. En los años sesenta apareció una nueva ola de disidencia, a la cual la clase especializada le puso el nombre de crisis de la democracia. Se consideraba que la democracia estaba entrando en una crisis porque amplios segmentos de la población se estaban organizando de manera activa y estaban intentando participar en la arena política.
El conjunto de élites coincidían en que había que aplastar el renacimiento democrático de los sesenta y poner en marcha un sistema social en el que los recursos se canalizaran hacia las clases acaudaladas privilegiadas. Y aquí hemos de volver a las dos concepciones de democracia que hemos mencionado en párrafos anteriores. Según la definición del diccionario, lo anterior constituye un avance en democracia; según el criterio predominante, es un problema, una crisis que ha de ser vencida.
Había que obligar a la población a que retrocediera y volviera a la apatía, la obediencia y la pasividad, que conforman su estado natural, para lo cual se hicieron grandes esfuerzos, si bien no funcionó. Afortunadamente, la crisis de la democracia todavía está vivita y coleando, aunque no ha resultado muy eficaz a la hora de conseguir un cambio político.
Pero, contrariamente a lo que mucha gente cree, sí ha
dado resultados en lo que se refiere al cambio de la opinión pública.
El intelectual reaganista Norman Podhoretz habló de él como las inhibiciones enfermizas respecto al uso de la fuerza militar. Pero resulta que era la mayoría de la gente la que experimentaba dichas inhibiciones contra la violencia, ya que simplemente no entendía por qué había que ir por el mundo torturando, matando o lanzando bombardeos intensivos.
Como ya supo Goebbels en su día, es muy peligroso que la población se rinda ante estas inhibiciones enfermizas, ya que en ese caso habría un límite a las veleidades aventureras de un país fuera de sus fronteras. Tal como decía con orgullo el Washington Post durante la histeria colectiva que se produjo durante la guerra del golfo Pérsico, es necesario infundir en la gente respeto por los valores marciales. Y eso sí es importante.
Si se quiere tener una sociedad violenta que avale la utilización de la fuerza en todo el mundo para alcanzar los fines de su propia élite doméstica, es necesario valorar debidamente las virtudes guerreras y no esas inhibiciones achacosas acerca del uso de la violencia.
Esto es el síndrome de Vietnam: hay que
vencerlo.
Demasiada gente,
incluidos gran número de soldados y muchos jóvenes que estuvieron
involucrados en movimientos por la paz o antibelicistas, comprendía lo que
estaba pasando. Y eso no era bueno. De nuevo había que poner orden en
aquellos malos pensamientos y recuperar alguna forma de cordura, es decir,
la aceptación de que sea lo que fuere lo que hagamos, ello es noble y
correcto.
Es lo que los intelectuales kenedianos denominaban defensa contra la agresión interna en Vietnam del Sur, expresión acuñada por Adlai Stevenson, entre otros. Así pues, era necesario que esta fuera la imagen oficial e inequívoca; y ha funcionado muy bien, ya que si se tiene el control absoluto de los medios de comunicación y el sistema educativo y la intelectualidad son conformistas, puede surtir efecto cualquier política.
Un indicio de ello se puso de manifiesto en un estudio llevado a cabo en la Universidad de Massachusetts sobre las diferentes actitudes ante la crisis del Golfo Pérsico, y que se centraba en las opiniones que se manifestaban mientras se veía la televisión.
Una de las preguntas de dicho estudio era:
La respuesta promedio que se daba era en torno a 100.000, mientras que las
cifras oficiales hablan de dos millones, y las reales probablemente sean
de tres o cuatro millones.
La pregunta quedaba sin respuesta, pero podemos tratar de encontrarla.
¿Qué nos dice todo esto sobre nuestra cultura?
Pues bastante: es preciso vencer las inhibiciones enfermizas respecto al uso de la fuerza militar y a otras desviaciones democráticas. Y en este caso dio resultados satisfactorios y demostró ser cierto en todos los terrenos posibles: tanto si elegimos Próximo Oriente, el terrorismo internacional o Centroamérica.
El cuadro del mundo que se presenta a la gente no tiene la más mínima relación con la realidad, ya que la verdad sobre cada asunto queda enterrada bajo montañas de mentiras.
Se ha alcanzado un éxito extraordinario en el sentido de disuadir las amenazas democráticas, y lo realmente interesante es que ello se ha producido en condiciones de libertad. No es como en un estado totalitario, donde todo se hace por la fuerza. Esos logros son un fruto conseguido sin violar la libertad.
Por
ello, si queremos entender y conocer nuestra sociedad, tenemos que pensar en
todo esto, en estos hechos que son importantes para todos aquellos que se
interesan y preocupan por el tipo de sociedad en el que viven.
En los inicios de su andadura era un reducido movimiento contestatario, formado en su mayor parte por estudiantes y jóvenes en general, pero hacia principios de los setenta ya había cambiado de forma notable. Habían surgido movimientos populares importantes: los ecologistas, las feministas, los antinucleares, etcétera.
Por otro lado, en
la década de 1980 se produjo una expansión incluso mayor y que afectó a
todos los movimientos de solidaridad, algo realmente nuevo e importante al
menos en la historia de América y quizás en toda la disidencia mundial. La
verdad es que estos eran movimientos que no solo protestaban sino que se
implicaban a fondo en las vidas de todos aquellos que sufrían por alguna
razón en cualquier parte del mundo.
Ahora,
en cambio, en ninguna parte hay ningún problema. La gente puede estar o no
de acuerdo, pero al menos comprende de qué estás hablando y hay una especie
de terreno común en el que es posible cuando menos entenderse.
Han cambiado muchas actitudes hacia un buen
número de cuestiones, lo que ha convertido todo este asunto en algo lento,
quizá incluso frío, pero perceptible e importante, al margen de si acaba
siendo o no lo bastante rápido como para influir de manera significativa en
los aconteceres del mundo. Tomemos otro ejemplo: la brecha que se ha abierto
en relación al género.
Pero con el tiempo las cosas han cambiado.
Aquellas
inhibiciones han experimentado un crecimiento lineal, aunque al mismo tiempo
ha aparecido un desajuste que poco a poco ha llegado a ser sensiblemente
importante y que según los sondeos ha alcanzado el 20%.
Pues que las mujeres han formado un tipo de movimiento popular semi-organizado, el movimiento feminista, que ha ejercido una influencia decisiva, ya que, por un lado, ha hecho que muchas mujeres se dieran cuenta de que no estaban solas, de que había otras con quienes compartir las mismas ideas, y, por otro, en la organización se pueden apuntalar los pensamientos propios y aprender más acerca de las opiniones e ideas que cada uno tiene.
Si bien estos movimientos son en cierto modo informales, sin carácter militante, basados más bien en una disposición del ánimo en favor de las interacciones personales, sus efectos sociales han sido evidentes.
Y este es el peligro de la democracia:
Hay que vencer estas tentaciones, pero
no ha sido todavía posible.
En el ámbito interno, hay problemas económicos y sociales crecientes que pueden devenir en catástrofes, y no parece haber nadie, de entre los que detentan el poder, que tenga intención alguna de prestarles atención.
Si se echa una ojeada a los programas de las
distintas administraciones durante los últimos diez años no se observa
ninguna propuesta seria sobre lo que hay que hacer para resolver los
importantes problemas relativos a la salud, la educación, los que no tienen
hogar, los parados, el índice de criminalidad, la delincuencia creciente que
afecta a amplias capas de la población, las cárceles, el deterioro de los
barrios periféricos, es decir, la colección completa de problemas conocidos.
En estas circunstancias hay que desviar la atención del rebaño desconcertado ya que si empezara a darse cuenta de lo que ocurre podría no gustarle, porque es quien recibe directamente las consecuencias de lo anterior. Acaso entretenerles simplemente con la final de Copa o los culebrones no sea suficiente y haya que avivar en él el miedo a los enemigos.
En los años
treinta Hitler difundió entre los alemanes el miedo a los judíos y a los
gitanos: había que machacarles como forma de autodefensa.
De hecho, la gente fue bastante injusta al criticar a George Bush por haber sido incapaz de expresar con claridad hacia dónde estábamos siendo impulsados, ya que hasta mediados de los años ochenta, cuando andábamos despistados se nos ponía constantemente el mismo disco: que vienen los rusos. Pero al perderlos como encamación del lobo feroz hubo que fabricar otros, al igual que hizo el aparato de relaciones públicas reaganiano en su momento.
Y así, precisamente con Bush, se empezó a utilizar a los terroristas internacionales, a los narcotraficantes, a los locos caudillos árabes o a Sadam Husein, el nuevo Hitler que iba a conquistar el mundo. Han tenido que hacerles aparecer a uno tras otro, asustando a la población, aterrorizándola, de forma que ha acabado muerta de miedo y apoyando cualquier iniciativa del poder. Así se han podido alcanzar extraordinarias victorias sobre Granada, Panamá, o algún otro ejército del Tercer Mundo al que se puede pulverizar antes siquiera de tomarse la molestia de mirar cuántos son.
Esto da un gran alivio, ya que nos hemos
salvado en el último momento.
Parece que no
ha habido nada que se le pueda comparar ni de lejos, a excepción quizás de
la guerra contra Nicaragua, si convenimos en denominar aquello también
terrorismo. El Tribunal de La Haya consideró que aquello era algo más que
una agresión.
Pero si se tiene la seguridad de que se le puede vencer, quizá se le consiga
despachar rápido y lanzar así otro suspiro de alivio.
Voy a brindarles algunas citas textuales. Los medios informativos describieron sus revelaciones como,
Esto es lo que apareció en el Washington Post y el New York Times en sucesivas reseñas.
Las atrocidades de Castro - descrito como un «matón dictador» - se revelaron en este libro de manera tan concluyente que «solo los intelectuales occidentales fríos e insensatos saldrán en defensa del tirano», según el primero de los diarios citados.
Recordemos que estamos hablando de lo que le
ocurrió a un hombre. Y supongamos que todo lo que se dice en el libro es
verdad.
Allí tuvo la
oportunidad de prestar notables servicios en la defensa de los gobiernos de
El Salvador y Guatemala en el momento en que estaban recibiendo acusaciones
de cometer atrocidades a tan gran escala que cualquier vejación que
Valladares pudiera haber sufrido tenía que considerarse forzosamente de
mucha menor entidad. Así es como están las cosas.
Había en aquella cárcel 432 presos, de los cuales 430 declararon y relataron bajo juramento las torturas que habían recibido: aparte de la picana y otras atrocidades, se incluía el caso de un interrogatorio, y la tortura consiguiente, dirigido por un oficial del ejército de los Estados Unidos de uniforme, al cual se describía con todo detalle.
Ese informe - 160 páginas de declaraciones juradas de los presos -
constituye un testimonio extraordinariamente explícito y exhaustivo, acaso
único en lo referente a los pormenores de lo que ocurre en una cámara de
tortura.
Pero la prensa nacional se negó a hacer
su cobertura informativa y las emisoras de televisión rechazaron la emisión
del vídeo. Creo que como mucho apareció un artículo en el periódico local de
Marin County, el San Francisco Examiner. Nadie iba a tener interés en
aquello. Porque estábamos en la época en que no eran pocos los intelectuales
insensatos y ligeros de cascos que estaban cantando alabanzas a José
Napoleón Duarte y Ronald Reagan.
Nunca se tuvo mucha información
sobre aquellos hechos: los medios de comunicación no llegaron en ningún
momento a preguntarse si la revelación de las atrocidades que se denunciaban
-en vez de mantenerlas en secreto y silenciarlas- podía haber salvado su
vida.
Creo que cada vez tendremos más noticias
sobre todo esto, hasta que tenga lugar la operación siguiente.
En una proporción de dos a uno la respuesta del público americano era afirmativa. Había que utilizar la fuerza militar para que se diera marcha atrás en cualquier caso de invasión o para que se respetaran los derechos humanos.
Pero si los Estados Unidos tuvieran que seguir al pie de la letra
el consejo que se deriva de la citada encuesta, habría que bombardear El
Salvador, Guatemala, Indonesia, Damasco, Tel Aviv, Ciudad del Cabo,
Washington, y una lista interminable de países, ya que todos ellos
representan casos manifiestos, bien de invasión ilegal, bien de violación de
derechos humanos.
En un sistema de propaganda bien engrasado nadie sabrá de qué hablo cuando hago una lista como la anterior.
Pero si
alguien se molesta en examinarla con cuidado, verá que los ejemplos son
totalmente apropiados.
Después de aquella fecha ha habido otras resoluciones posteriores redactadas en los mismos términos, pero desde luego Israel no ha acatado ninguna de ellas porque los Estados Unidos dan su apoyo al mantenimiento de la ocupación. Al mismo tiempo, el sur del Líbano recibe las embestidas del terrorismo del estado judío, y no solo brinda espacio para la ubicación de campos de tortura y aniquilamiento sino que también se utiliza como base para atacar a otras partes del país.
Desde 1978, fecha de la
resolución citada, el Líbano fue invadido, la ciudad de Beirut sufrió
continuos bombardeos, unas 20.000 personas murieron - en torno al 80% eran
civiles -, se destruyeron hospitales, y la población tuvo que soportar todo
el daño imaginable, incluyendo el robo y el saqueo.
Porque, después de todo, aquello es una ocupación ilegal de un territorio en el que se violan los derechos humanos. Solo es un ejemplo, pero los hay incluso peores. Cuando el ejército de Indonesia invadió Timor Oriental dejó un rastro de 200.000 cadáveres, cifra que no parece tener importancia al lado de otros ejemplos.
El caso es que aquella invasión también recibió el apoyo claro y explícito de los Estados Unidos, que todavía prestan al gobierno indonesio ayuda diplomática y militar.
Y podríamos seguir
indefinidamente.
Estamos antes un éxito espectacular
de la propaganda.
Por ejemplo, existe una oposición democrática iraquí de cierto prestigio, que, por supuesto, permanece en el exilio dada la quimera de sobrevivir en Irak. En su mayor parte están en Europa y son banqueros, ingenieros, arquitectos, gente así, es decir, con cierta elocuencia, opiniones propias y capacidad y disposición para expresarlas.
Pues bien, cuando Sadam Husein era todavía el amigo
favorito de Bush y un socio comercial privilegiado, aquellos miembros de la
oposición acudieron a Washington, según las fuentes iraquíes en el exilio, a
solicitar algún tipo de apoyo a sus demandas de constitución de un
parlamento democrático en Irak. Y claro, se les rechazó de plano, ya que los
Estados Unidos no estaban en absoluto interesados en lo mismo. En los
archivos no consta que hubiera ninguna reacción ante aquello.
Por lo pronto, los opositores se sentirían muy felices si pudieran ver al dictador derrocado y encarcelado, ya que había matado a sus hermanos, torturado a sus hermanas y les había mandado a ellos mismos al exilio. Habían estado luchando contra aquella tiranía que Ronald Reagan y George Bush habían estado protegiendo.
¿Por qué no se tenía en cuenta, pues, su opinión?
Echemos un vistazo a los
medios de información de ámbito nacional y tratemos de encontrar algo acerca
de la oposición democrática iraquí desde agosto de 1990 hasta marzo de 1991:
ni una línea.
No quieren ver cómo su país acaba siendo destruido, desean y son perfectamente conscientes de que es posible una solución pacífica del conflicto. Pero parece que esto no es políticamente correcto, por lo que se les ignora por completo. Así que no oímos ni una palabra acerca de la oposición democrática iraquí, y si alguien está interesado en saber algo de ellos puede comprar la prensa alemana o la británica.
Tampoco es que allí se les haga mucho caso, pero los
medios de comunicación están menos controlados que los americanos, de modo
que, cuando menos, no se les silencia por completo.
Hace falta que la
población esté profundamente adoctrinada para que no haya reparado en que no
se está dando cancha a las opiniones de la oposición iraquí, aunque, caso de
haber observado el hecho, si se hubiera formulado la pregunta ¿por qué?, la
respuesta habría sido evidente: porque los demócratas iraquíes piensan por
sí mismos; están de acuerdo con los presupuestos del movimiento pacifista
internacional, y ello les coloca en fuera de juego.
Pero, ¿es posible que sea esta una explicación admisible? ¿Defienden en verdad los Estados Unidos estos principios: que los agresores no pueden obtener ningún premio por su agresión y que esta debe ser abortada mediante el uso de la violencia?
No quiero poner a prueba la inteligencia de quien me lea al repasar los hechos, pero el caso es que un adolescente que simplemente supiera leer y escribir podría rebatir estos argumentos en dos minutos. Pero nunca nadie lo hizo. Fijémonos en los medios de comunicación, en los comentaristas y críticos liberales, en aquellos que declaraban ante el Congreso, y veamos si había alguien que pusiera en entredicho la suposición de que los Estados Unidos era fiel de verdad a esos principios.
¿Se han opuesto los Estados Unidos a
su propia agresión a Panamá, y se ha insistido, por ello, en bombardear
Washington?
Y la verdad es que no fue muy divertido lo que ocurrió durante estos años, dominados por las administraciones de Reagan y Bush, en los que aproximadamente un millón y medio de personas fueron muertas a manos de Sudáfrica en los países limítrofes. Pero olvidemos lo que ocurrió en Sudáfrica y Namibia: aquello fue algo que no lastimó nuestros espíritus sensibles.
Proseguimos con
nuestra diplomacia discreta para acabar concediendo una generosa recompensa
a los agresores. Se les concedió el puerto más importante de Namibia y
numerosas ventajas que tenían que ver con su propia seguridad nacional.
¿Dónde está aquel famoso principio que defendemos? De nuevo, es un juego de
niños el demostrar que aquellas no podían ser de ningún modo las razones
para ir a la guerra, precisamente porque nosotros mismos no somos fieles a
estos principios.
Algo sobre lo que
deberíamos reflexionar ya que es alarmante que nuestro país sea tan
dictatorial que nos pueda llevar a una guerra sin dar ninguna razón de ello
y sin que nadie se entere de los llamamientos del Líbano. Es realmente
chocante.
Lo mismo sucedía en el mundo entero, incluyendo a la oposición iraquí, de forma que en el informe final se reflejaba el dato de que dos tercios de los americanos daban un sí como respuesta a la pregunta referida. Cabe presumir que cada uno de estos individuos pensaba que era el único en el mundo en pensar así, ya que desde luego en la prensa nadie había dicho en ningún momento que aquello pudiera ser una buena idea.
Las órdenes de Washington
habían sido muy claras, es decir, hemos de estar en contra de cualquier
conexión, es decir, de cualquier relación diplomática, por lo que todo el
mundo debía marcar el paso y oponerse a las soluciones pacíficas que
pudieran evitar la guerra. Si intentamos encontrar en la prensa comentarios
o reportajes al respecto, solo descubriremos una columna de Alex Cockbum en
Los Angeles Times, en la que este se mostraba favorable a la respuesta
mayoritaria de la encuesta.
Se había
difundido la oferta iraquí de retirada total de Kuwait a cambio de que el
Consejo de Seguridad discutiera y resolviera el conflicto árabe-israelí y el
de las armas de destrucción masiva. (Recordemos que los Estados Unidos
habían estado rechazando esta negociación desde mucho antes de la invasión
de Kuwait).
Si suponemos que se sabía todo esto, cada uno puede hacer sus propias conjeturas. Personalmente doy por sentado que los dos tercios mencionados se habrían convertido, casi con toda probabilidad, en el 98% de la población. Y aquí tenemos otro éxito de la propaganda. Es casi seguro que no había ni una sola persona, de las que contestaron la pregunta, que supiera algo de lo referido en este párrafo porque seguramente pensaba que estaba sola. Por ello, fue posible seguir adelante con la política belicista sin ninguna oposición.
Hubo mucha discusión, protagonizada por el director
de la CIA, entre otros, acerca de si las sanciones serían eficaces o no.
Es muy difícil pensar en otras razones que justifiquen las propuestas iraquíes de retirada, autentificadas o, en algunos casos, difundidas por el Estado Mayor estadounidense, que las consideraba serias y negociables. Así la pregunta que hay que hacer es: ¿Habían sido eficaces las sanciones? ¿Suponían una salida a la crisis? ¿Se vislumbraba una solución aceptable para la población en general, la oposición democrática iraquí y el mundo en su conjunto?
Estos temas no se analizaron ya que para un sistema de propaganda eficaz era decisivo que no aparecieran como elementos de discusión, lo cual permitió al presidente del Comité Nacional Republicano decir que si hubiera habido un demócrata en el poder, Kuwait todavía no habría sido liberado. Puede decir esto y ningún demócrata se levantará y dirá que si hubiera sido presidente habría liberado Kuwait seis meses antes.
Hubo entonces oportunidades que se podían haber
aprovechado para hacer que la liberación se produjera sin que fuera
necesaria la muerte de decenas de miles de personas ni ninguna catástrofe
ecológica. Ningún demócrata dirá esto porque no hubo ningún demócrata que
adoptara esta postura, si acaso con la excepción de Henry González y
Barbara
Boxer, es decir, algo tan marginal que se puede considerar prácticamente
inexistente.
Después de todo, los argumentos de Sadam Husein eran tan válidos como los de George Bush:
Tomemos el ejemplo del Líbano.
Sadam Husein dice que rechaza que Israel se anexione el sur del país, de la misma forma que reprueba la ocupación israelí de los Altos del Golán sirios y de Jerusalén Este, tal como ha declarado repetidamente por unanimidad el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Pero para el dirigente iraquí son inadmisibles la anexión y la agresión. Israel ha ocupado el sur del Líbano desde 1978 en clara violación de las resoluciones del Consejo de Seguridad, que se niega a aceptar, y desde entonces hasta el día de hoy ha invadido todo el país y todavía lo bombardea a voluntad. Es inaceptable.
Es posible que Sadam Husein haya leído los informes de Amnistía Internacional sobre las atrocidades cometidas por el ejército israelí en la Cisjordania ocupada y en la franja de Gaza. Por ello, su corazón sufre. No puede soportarlo. Por otro lado, las sanciones no pueden mostrar su eficacia porque los Estados Unidos vetan su aplicación, y las negociaciones siguen bloqueadas.
¿Qué queda,
aparte de la fuerza? Ha estado esperando durante años: trece en el caso del
Líbano; veinte en el de los territorios ocupados.
George Bush no podía decir lo mismo, dado que, en su caso, las sanciones parece que sí funcionaron, por lo que cabía pensar que las negociaciones también darían resultado: en vez de ello, el presidente americano las rechazó de plano, diciendo de manera explícita que en ningún momento iba a haber negociación alguna.
¿Alguien vio que en la prensa hubiera comentarios que señalaran la importancia de todo esto? No, ¿por qué?, es una trivialidad.
Es algo que, de nuevo, un
adolescente que sepa las cuatro reglas puede resolver en un minuto. Pero
nadie, ni comentaristas ni editorialistas, llamaron la atención sobre ello.
Nuevamente se pone de relieve, los signos de una cultura totalitaria bien
llevada, y demuestra que la fabricación del consenso sí funciona.
Podríamos poner muchos ejemplos a medida que fuéramos hablando. Admitamos, de momento, que efectivamente Sadam Husein es un monstruo que quiere conquistar el mundo - creencia ampliamente generalizada en los Estados Unidos. No es de extrañar, ya que la gente experimentó cómo una y otra vez le martilleaban el cerebro con lo mismo: está a punto de quedarse con todo; ahora es el momento de pararle los pies. Pero, ¿cómo pudo Sadam Husein llegar a ser tan poderoso?
Irak es un país del Tercer Mundo, pequeño, sin infraestructura industrial. Libró durante ocho años una guerra terrible contra Irán, país que en la fase posrevolucionaria había visto diezmado su cuerpo de oficiales y la mayor parte de su fuerza militar. Irak, por su lado, había recibido una pequeña ayuda en esa guerra, al ser apoyado por la Unión Soviética, los Estados Unidos, Europa, los países árabes más importantes y las monarquías petroleras del Golfo.
Y, aun así, no pudo derrotar a Irán. Pero, de repente, es un país preparado para conquistar el mundo. ¿Hubo alguien que destacara este hecho? La clave del asunto está en que era un país del Tercer Mundo y su ejército estaba formado por campesinos, y en que - como ahora se reconoce - hubo una enorme desinformación acerca de las fortificaciones, de las armas químicas, etc.;
¿Hubo alguien que hiciera mención de todo aquello? No, no hubo nadie.
Típico.
Aun así, se le convirtió en una bestia de exageradas proporciones que en su calidad de líder de los narcotraficantes nos iba a destruir a todos. Había que actuar con rapidez y aplastarle, matando a un par de cientos, quizás a un par de miles, de personas. Devolver el poder a la minúscula oligarquía blanca -en torno al 8% de la población- y hacer que el ejército estadounidense controlara todos los niveles del sistema político.
Y había que hacer todo esto porque, después de todo, o nos protegíamos a nosotros mismos, o el monstruo nos iba a devorar. Pues bien, un año después se hizo lo mismo con Sadam Husein.
¿Alguien dijo algo? ¿Alguien escribió
algo respecto a lo que pasaba y por qué? Habrá que buscar y mirar con mucha
atención para encontrar alguna palabra al respecto.
Se trata de si queremos vivir en una sociedad libre o bajo lo que viene a ser una forma de totalitarismo autoimpuesto, en el que el rebaño desconcertado se encuentra, además, marginado, dirigido, amedrentado, sometido a la repetición inconsciente de eslóganes patrióticos, e imbuido de un temor reverencial hacia el líder que le salva de la destrucción, mientras que las masas que han alcanzado un nivel cultural superior marchan a toque de corneta repitiendo aquellos mismos eslóganes que, dentro del propio país, acaban degradados.
Parece que la única alternativa esté en servir a un estado mercenario ejecutor, con la esperanza añadida de que otros vayan a pagamos el favor de que les estemos destrozando el mundo. Estas son las opciones a las que hay que hacer frente.
Y la respuesta a estas cuestiones
está en gran medida en manos de gente como ustedes y yo.
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