por Martín Lozano extraído de 'EL NUEVO ORDEN MUNDIAL' del Sitio Web NuevoOrdenMundial-MembersTripod
Con la descripción de los organismos vistos en el epígrafe anterior (RIAI, CFR) concluye el análisis de los círculos más discretos e internos de lo que podría calificarse como la parte visible del iceberg.
Entre aquéllos y el
núcleo central del entramado se sitúan las entidades ya descritas al
comienzo de este capítulo (Club Ruskin, Rhodes House,
Round Table, Milner
Group,
Pilgrims Society, Fabian Society), que, a su vez, no serían sino
conexiones o emanaciones directas del nivel más profundo y hermético del que
se tiene noticia, constituido por los círculos iluministas.
Como se recordará, cuando se analizaron los
acontecimientos que dieron paso a la Revolución Francesa, ya se dio cuenta
de la pertenencia de varios francmasones jacobinos (Mirabeau, Marat,
Robespierre, Danton) a una célula del iluminismo galo denominada Comité
Secreto de los Amigos Reunidos. Y fue en los años que precedieron a la
Revolución cuando unos de los lugartenientes de Weishaupt, el
judío-portugués Martínez de Pascualis, organizó varios grupos iluministas en
la Francia pre-revolucionaria.
Por lo que a los Estados Unidos se refiere, el primer grupo del que se tiene
conocimiento data de 1785, año en que fue constituida la logia Columbia de
la Orden de los Iluminados de Nueva York, entre cuyos miembros fundadores
figuraron Clinton Roosevelt, antepasado de Franklin D. Roosevelt, M. de Witt,
gobernador del Estado de Nueva York, Horace Greeley, director del rotativo
Tribune, que más tarde se convertiría en el actual International Herald Tribune, y Thomas Jefferson, futuro presidente de la nación.
Fueron, en
efecto, sus indagaciones en los archivos reservados de la Universidad de
Oxford lo que le permitió conocer y desvelar algunas de las actividades de
los diversos cenáculos iluministas (The Rhodes Crowd, The Times Crowd,
Cliveden Set, Chatham House Crowd y Alls Souls Group) que convergen en la
sociedad The Group.
En su seno convergen, pues, los apellidos más acreditados de los clanes dominantes de aquel país, clanes a menudo emparentados entre sí. Junto a los Whitney, los Adams, los Allen, los Wadsworth, los Lord o los Bundy, cuya genealogía se remonta al Brewster transportado por el Mayflower a las costas del Nuevo Mundo, nos encontramos a los Davison, los Harriman, los Rockefeller, los Khun Loeb, los Lazard, los Schiff o los Warburg, entre otros representantes de la Alta Finanza.
A esta hermandad pertenece desde 1947 el ex-presidente
norteamericano George Bush, descendiente de una de las más rancias dinastías
de Nueva Inglaterra.
Un capítulo notable de dicho caudal informativo lo constituye la
correspondencia mantenida por Giusepe Mazzini y su cofrade iluminista
Albert Picke, correspondencia que reposa desde el pasado siglo en los archivos del
Museo Británico, y en la que aparecen claramente previstas la revolución
bolchevique y las dos grandes guerras del siglo XX, como pasos necesarios
para la implantación de un Gobierno Mundial.
De esta forma, una vez ocupado el núcleo de los centros de dominio e influencia, basta con dar el primer impulso hacia el objetivo deseado para que toda la maquinaria se ponga en marcha.
Dado ese primer impulso, el engranaje funcionará de forma
automática, siguiendo un curso equiparable al efecto dominó. Dicho de otro
modo, el hecho de constituir el núcleo central de los círculos concéntricos
permite que las decisiones adoptadas por las cabezas rectoras de The Order y
The Group se propaguen de la misma manera que lo hacen las hondas producidas
por la piedra arrojada al agua de un estanque.
Todo lo expuesto a lo largo de este capítulo no es el resultado de ninguna desviación del concepto de democracia instaurado por las revoluciones burguesas, sino, muy al contrario, su más fiel y exacta materialización.
Se
trata de la rigurosa puesta en práctica del ejercicio del Poder tal y como
éste fuera entendido desde los mismos comienzos por los artífices del
sistema vigente en la actualidad; un hecho que se ha venido produciendo sin
solución de continuidad desde el nacimiento de los regímenes burgueses hasta
el más inmediato presente.
Ése fue, en efecto, el criterio de la oligarquía norteamericana, y el que expresarían insistentemente varios de sus más conspicuos miembros, George Washington entre ellos.
A título de ejemplo, la máxima predilecta de John Jay, primer presidente del Tribunal Supremo, no podría ser más elocuente.
No menos ilustrativos al respecto serían los términos empleados por el gobernador Morris en una carta que éste dirigiera al citado John Jay en 1783:
Si nos situamos en épocas más recientes, las manifestaciones en ese mismo sentido tampoco han escaseado, e incluso diríase que expresadas de forma aún más contundente. En la década de los treinta, Harold Lasswel exponía en su Enciclopedia of the Social Sciences todo un recital de ciencia democrática, señalando, entre otras cosas, la necesidad de no caer en "ese dogmatismo democrático según el cual los hombres son los mejores jueces de sus propios intereses", para concluir que sólo las "élites" están en condiciones de disponer cuál ha de ser lo mejor para el bien de la comunidad.
Por ello, añadía Lasswell, las corrientes sociales que discrepen del recto juicio de esas "élites" y pongan en tela de juicio su autoridad deben ser reconducidas al buen camino,
Huelga decir que esa técnica entonces nueva es la que constituye hoy la herramienta fundamental del Sistema y de su maquinaria propagandística, los grandes medios de comunicación, cuya labor consiste en procurar que el engranaje funcione sin estridencias, cosa que se consigue haciendo que sean los propios siervos del régimen oligárquico quienes asuman con entusiasmo las falacias pseudodemocráticas de éste.
Y ése es un logro que sólo está al
alcance de los Mass Media, cuya tarea de intoxicación y adulteración
sistemática resulta mucho más eficaz que las coacciones drásticas, a las que
sólo se recurre cuando la manipulación no es suficiente para obtener el
consenso de las masas, una circunstancia, por lo demás, harto infrecuente.
Tales conceptos, que a la postre constituyen el denominador común
de todos los sistemas de dominio, hicieron perfectamente posible que el
marxista Niebuhr se convirtiera tiempo después en el teólogo oficial del
Establishment estadounidense. Repárese, por otra parte, en el hecho de que
ese "estúpido ciudadano medio" es al que luego denominan eufemísticamente
"pueblo soberano" los mismos embaucadores que llevan dos siglos dominándolo.
En la misma línea, el británico sir Lawis Namier escribía que "en los pensamientos de las masas no hay más libre voluntad que en la rotación de los planetas o en las migraciones de los pájaros", y el guru trilateralista Samuel P.Huntington apelaba al uso de las técnicas propagandísticas necesarias para justificar la política exterior norteamericana, de modo que,
En ese mismo contexto se inscriben igualmente las palabras, ya citadas, del
inefable David Rockefeller apelando a "la soberanía de una élite de técnicos
y de financieros internacionales".
Nada tiene de extraño, por ello, que cuando
esa situación resulta cuestionada por unos pocos disidentes o por la
disconformidad eventual de algún colectivo social, los estrategas del
Sistema hablen de "crisis de la democracia", pues, en efecto, tales
anomalías no figuraban en el programa ni se ajustan a una correcta
interpretación de lo que debe ser "el régimen democrático"(recuérdese el
informe elaborado por un equipo de expertos trilateralistas bajo la
dirección de Samuel P.Huntington, y que ya fue debidamente comentado al
hablar de la Comisión Trilateral).
Dada la incapacidad de los súbditos para discernir lo adecuado, y puesto que su propio albedrío no podría reportarles más que sufrimientos y desgracias, una "élite" de "filántropos" ha de decidir qué es lo mejor para ellos y tomar las riendas del mando en aras del bien común y de la felicidad universal.
Y no será aquí donde se planteen objeciones a la primera parte de ese teorema, cuyas premisas ya se encarga el Sistema de que se cumplan a rajatabla.
Dos siglos de putrefacción burguesa, de materialismo "humanista" y de adulteración sistemática han rendido los frutos apetecidos y cubierto los objetivos marcados: hacer de la población una masa envilecida e idiotizada.
Lo que, sin embargo, resulta un
tanto endeble es la segunda parte del argumento, ya que esa pretendida
"élite" constituye justamente la hez de la decrépita sociedad occidental,
pergeñada a su imagen y semejanza.
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