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Contenido
-
Dos Grados de
Tergiversación
-
Cómo Preocuparse
-
Advertencias Mundiales
-
Ciudades Horno
-
Las Prioridades de Reforma
en América Latina
-
El Desafío de la
Corrupción en América Latina
-
Aprender el Arte de lo
Posible en América Latina
-
El Inconfensable Secreto
del Calentamiento del Planeta
Dos Grados de
Tergiversación
por Bjørn Lomborg
Enero 2008
COPENHAGUE - La conferencia sobre cambio climático dirigida por las
Naciones Unidas en Bali será recordada menos por la “hoja de ruta”
que al final estableció que por la revuelta colisión entre Estados
Unidos y gran parte del resto del mundo que mantuvo fascinados a los
espectadores.
Los activistas del medio ambiente
denostaron a Estados Unidos por resistirse a la presión de la Unión
Europea para comprometerse de antemano a alcanzar metas específicas
de temperatura - a saber, que el calentamiento global debe limitarse
a no más de 2°C por encima de las temperaturas preindustriales.
Esta meta se ha convertido en un auténtico mandamiento para los
activistas desde que la UE la adoptó en 1996. Los medios
frecuentemente hacen referencia a ella, y a veces dicen que, a menos
que se cumpla, el cambio climático será muy peligroso para la
humanidad. De hecho, esa meta no tiene un respaldo científico, y la
afirmación de que podríamos alcanzarla es completamente improbable.
Evitar que las temperaturas se eleven más de 2°C requeriría
reducciones draconianas e instantáneas de las emisiones - para la
OCDE, las reducciones tendrían que ser de entre el 40% y el 50% por
debajo de lo previsto en apenas 12 años. Aun si se pudiera lograr un
consenso político, el costo sería enorme: según un modelo, el costo
global total sería de alrededor de 84 billones de dólares, mientras
que los beneficios económicos alcanzarían apenas una séptima parte
de esa cifra.
La cifra sospechosamente redonda de 2°C nos da una pista de que esta
meta no se basa en la ciencia. El primer estudio examinado por
homólogos que la analizó, publicado en 2007, la describió
mordazmente como apoyada por “argumentos débiles, basados en métodos
inadecuados, razonamientos descuidados y citas elegidas
selectivamente de un conjunto muy limitado de estudios”.
En todo caso, un límite de temperatura es obviamente una declaración
política, más que científica. Establecer un límite significa
ponderar los costos y los beneficios de un mundo con un nivel de
temperatura y compararlos con los costos y los beneficios de bajarle
al termostato. Este es un proceso inherentemente político.
Decidir cuánto debemos permitir que se eleve la temperatura es como
calcular cuántas personas deberían morir en accidentes de tránsito
si se ajusta el límite de velocidad. No hay un número
científicamente “correcto” de muertes por accidentes. Lo óptimo
sería que esa cifra fuera cero, Pero ello requeriría disminuir el
límite de la velocidad al de caminar - con un costo inmenso para la
sociedad.
Se ha informado ampliamente que el Grupo Intergubernamental de
Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de la ONU nos
dice que la ciencia demuestra que las emisiones de los países
industriales deberían reducirse entre el 25% y el 40% para 2020.
Esto es sencillamente incorrecto: los científicos ganadores del
Premio Nobel del IPCC son “políticamente neutrales”.
Sin embargo, muchos periodistas informaron desde Bali que Estados
Unidos había rechazado los fundamentos jurídicos de la reducción de
emisiones de entre el 25% y el 40%. Se lamentaban de que los
argumentos científicos hubieran quedado relegados a una nota de pie
de página en el documento final y hacían hincapié en que el miope
interés nacional había triunfado. Pero esta interpretación es
totalmente equivocada.
Si observamos la nota de pie de página
de Bali, el IPCC claramente dice que las emisiones se deben reducir
entre el 25% y el 40% si se elige la meta inferior de la UE , pero
entre el 0% y el 25% o menos si se elige una meta más alta . Sin
embargo, al igual que muchos periódicos, el International Herald Tribune escribió que la evaluación del IPCC decía que “el aumento de
la temperatura tenía que limitarse a 2°C”.
Nuestro enfoque desequilibrado en la rápida reducción de las
emisiones de CO2 es innecesariamente costoso y tiene pocas
probabilidades de tener éxito. En la Cumbre de Río de 1992,
prometimos recortes de las emisiones aún más radicales para 2010,
que no cumpliremos en un 25%. Hacer promesas más firmes sobre
promesas que han fracasado difícilmente es la manera de avanzar.
En cambio, deberíamos buscar opciones de política más inteligentes,
como tratar de garantizar que en los próximos 20-40 años existan
tecnologías de energía alternativa a precios razonables. Esto podría
conseguirse si todos los países se comprometieran a dedicar el 0.05%
de su PIB a la investigación y el desarrollo de tecnologías de
energía sin emisión de carbono.
El costo - 25 mil millones de dólares,
que es relativamente bajo—sería casi 10 veces más barato que el del
Protocolo de Kyoto (y muchas veces más barato que un Kyoto II
estándar). Sin embargo, multiplicaría 10 veces la investigación y el
desarrollo a nivel mundial.
Además, si bien abarcaría a todos los países, los ricos pagarían la
mayor parte. Permitiría que cada país se concentrara en su propia
visión de las necesidades energéticas a futuro, ya sea que ello
signifique concentrarse en fuentes renovables, energía nuclear,
fusión, almacenamiento de carbono, conservación o la búsqueda de
oportunidades nuevas y más exóticas. También evitaría los incentivos
cada vez más fuertes para obtener beneficios sin dar nada a cambio y
las negociaciones cada vez más duras sobre tratados tipo Kyoto cada
vez más restrictivos.
Un diálogo sensato sobre política exige que hablemos abiertamente
sobre nuestras prioridades. A menudo, existe una intensa sensación
de que se debe hacer lo que sea para mejorar una situación. Pero en
efecto no lo hacemos. En las democracias discutimos mucho sobre cómo
gastar en distintas iniciativas porque sabemos que no tenemos
recursos infinitos y que a veces dedicar más dinero a un problema no
es la mejor solución.
Al hablar del medio ambiente, sabemos que con restricciones más
severas habrá mejor protección, pero con costos mayores. Decidir qué
nivel de cambio de la temperatura deberíamos fijar - y cómo
alcanzarlo—es una discusión en la que todos deberíamos participar.
Pero confundir activismo político con
razones científicas no ayudará.
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Cómo Preocuparse
por Bjørn Lomborg
Diciembre 2007
COPENHAGUE - Desde tiempos inmemoriales, a la gente le
ha preocupado el futuro de la Tierra. En épocas recientes nos ha
preocupado el que el planeta se pueda llegar a congelar y también
que la tecnología quedase paralizada debido a un error informático
que, se suponía, iba a quedar en evidencia en el cambio de milenio.
Esos temores quedaron en nada, pero hoy el mundo tiene muchos
problemas apremiantes. Piense en el medio ambiente, la capacidad de
gobierno, la economía, la salud o la población, y encontrará
multitud de razones de las que preocuparse.
Sin embargo, lamentablemente tendemos a centrarnos apenas en algunos
de los problemas más importantes del planeta, y como resultado nos
formamos una visión distorsionada del mundo. La deforestación es un
desafío que ha generado muchos titulares alarmantes, declaraciones
de famosos y una ansiedad generalizada. Para decirlo directamente,
es una causa popular.
Por eso parece sorprendente leer que la deforestación es un problema
que ha ido mejorando. La solución no se encontró en la condena de
Occidente a las prácticas de los países en desarrollo ni en
protestas de ambientalistas bienintencionados, sino en el
crecimiento económico. En general, los países desarrollados
aumentaron sus áreas boscosas, porque se lo pueden permitir en
términos de dinero; los países en desarrollo, no. Para estimular un
descenso de la deforestación - y una mayor reforestación - lo mejor
que podemos hacer es ayudar a que las naciones no desarrolladas se
hagan más ricas a una mayor velocidad.
Algunos retos no generan una preocupación generalizada.
Probablemente deberíamos preocuparnos mucho más de los cambios
demográficos que causarán una radical baja en la fuerza laboral en
los países ricos, y un aumento de quienes dependen de las pensiones
y el sistema de salud. En la mayor parte de los países
industrializados, el empleo se concentra en una estrecha franja
etárea, por lo que un descenso de la fuerza de trabajo causará una
baja de la producción, haciéndonos menos ricos.
Este problema afectará incluso a China, de modo que tenemos que
comenzar a hablar de las opciones: elevar la edad de jubilación,
aumentar la inmigración desde los países en desarrollo y reformar
los mercados laborales.
Cuando nos preocupamos en exceso acerca de algunas cosas, olvidamos
otras que posiblemente sean mucho más importantes. En Occidente, nos
preocupa el uso de pesticidas en los cultivos, lo que se está
convirtiendo en una importante bandera de lucha de los
ambientalistas.
Sin embargo, la contaminación del aire dentro de recintos cerrados
es un problema ambiental mucho mayor. El humo producido por cocinar
en lugares cerrados quemando leña y estiércol matará más de 1,5
millones de personas este año, muchas de ellas niños.
Podríamos
combatir este problema de manera eficaz y relativamente poco costosa,
proporcionando mejores aparatos de cocina (como hornillos con tubos
de salida de gases) y combustibles limpios a quienes los necesiten,
y promoviendo el secado del material combustible, el mantenimiento
de las estufas y chimeneas, y el uso de tapas en las ollas para
conservar el calor. Podríamos hacer campañas para que los niños
vulnerables se mantengan alejados del humo.
Por supuesto, en la actualidad la mayor inquietud sobre el planeta
es el cambio climático. Se trata de un problema serio que exige una
respuesta seria. Sin embargo, las anteojeras que nos hemos puesto al
centrarnos en la reducción de las emisiones de gases de carbono nos
han hecho buscar en el lugar equivocado las respuestas a otros retos.
Están aumentando las pérdidas por desastres climáticos, pero la
razón no es el cambio climático - como muchos de nosotros suponemos
- sino los cambios demográficos.
Más personas, con sus pertenencias, habitan más cerca de lugares en
donde pueden sufrir daños. Lo que es peor, son pocos los gobiernos
que toman medidas para prepararse ante huracanes, terremotos o
inundaciones. No hacen lo suficiente para disuadir a las personas de
vivir en áreas peligrosas, y a menudo los planes de respuesta dejan
mucho que desear.
El estrecho énfasis del debate climático en las reducciones de las
emisiones ha jugado en contra de un énfasis más claro sobre la
reducción de la vulnerabilidad. La Convención Marco de las Naciones
Unidas sobre el Cambio Climático se ha negado a financiar
iniciativas de preparación para desastres, a menos que los estados
demuestren exactamente cómo los desastres que temen están vinculados
al cambio climático.
Según un reciente estudio de RAND, el
financiamiento de Estados Unidos destinado a investigación para la
reducción de pérdidas en caso de desastres llegó en 2003 a cerca de US$ 127 millones, apenas el 7% de la cantidad invertida en
investigación para el cambio climático ese año.
Las políticas contra el cambio climático no son la mejor manera de
reducir los efectos de los desastres del clima. Durante la estación
de huracanes, la República Dominicana, que ha invertido en refugios
y redes de evacuación de emergencia, sufrió menos de diez muertes.
En la vecina Haití, que no se había preparado, se perdieron 2000
vidas.
¿Por qué la vulnerabilidad ante desastres se encuentra tan baja en
la lista de las prioridades globales de desarrollo? Como el resto de
nosotros, los gobiernos tienden a centrar su atención en una pequeña
cantidad de problemas planetarios. Por ejemplo, cada dólar que
dedican a investigar el cambio climático es dinero que no se destina
a la investigación sobre reducción de pérdidas.
Ese es el tema central de mi nuevo libro Solutions for the World’s
Problems (Soluciones para los problemas del mundo), en el que 23
eminentes investigadores abordan 23 desafíos globales. El libro
también permite que los lectores definan sus propias prioridades:
destacados economistas esbozan soluciones y ofrecen relaciones de
costo-beneficio, de modo que las diferentes opciones de políticas se
puedan comparar en iguales condiciones para identificar y priorizar
las mejores.
Después de todo, no es que falten ideas para solucionar los grandes
problemas; lo que sucede es que los gobiernos y las organizaciones
internacionales disponen de una cantidad de dinero limitada. Sería
erróneo dar la impresión de que podemos hacerlo todo de una sola vez.
No hay nada de malo en preocuparse por el planeta, pero debemos
asegurarnos de ver el panorama completo para así saber de qué
tenemos que preocuparnos primero.
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Advertencias Mundiales
por Bjørn Lomborg
Septiembre 2007
Como saben los lectores, se les dice que deben dar a sus hijos
alimentos orgánicos, porque los plaguicidas les producirán cáncer.
Técnicamente, es cierto que existe una relación entre las
substancias químicas y la enfermedad, pero el riesgo es minúsculo en
todos los países que tienen una reglamentación adecuada al respecto.
Hay otra amenaza de la que no se les ha hablado demasiado. Una de
las mejores formas de evitar el cáncer es la de comer muchas frutas
y verduras. Los artículos orgánicos son entre 10 y 20 por ciento más
caros que las demás verduras, por lo que naturalmente, la mayoría
compramos menos cuando "nos pasamos a lo orgánico".
Si reducen la ingesta de frutas y verduras de sus hijos en tan sólo
0,03 gramos al día (el equivalente de medio grano de arroz) al optar
por verduras orgánicas más caras, el riesgo total de cáncer aumenta,
en lugar de disminuir. Si omiten la compra de una sola manzana cada
veinte años por haberse pasado a lo orgánico, la situación de sus
hijos será peor.
Mi intención no es la de asustar para que se dejen de comprar
alimentos orgánicos, pero se deben conocer los dos aspectos de
cualquier asunto.
Examinemos una historia que ha figurado en las portadas de algunos
de los periódicos y revistas más importantes del mundo: la difícil
situación del oso polar. Se nos dice que el calentamiento del
planeta borrará de la Tierra ese majestuoso animal. Sin embargo, no
se nos dice que en los 40 últimos años, mientras aumentaban las
temperaturas, también ha aumentado la población mundial de oso
polar, al pasar de 5.000 a 25.000.
Los organizadores de campañas y los medios de comunicación nos dicen
que debemos reducir las emisiones de CO2 para salvar al oso polar.
Bien, entonces hagamos los cálculos. Imaginemos que todos los países
del mundo - incluidos los Estados Unidos y Australia - firmaran el
Protocolo de Kyoto y redujeran sus emisiones de CO2 durante el resto
de este siglo.
Si tenemos en cuenta la población de
osos polares mejor estudiada, la de los 1.000 existentes en la bahía
de Hudson, ¿cuántos salvaríamos al año? ¿Diez? ¿Veinte? ¿Cien?
En realidad, salvaríamos menos de una décima parte de un oso polar.
Si de verdad nos importa salvar los osos polares, podríamos hacer
algo mucho más sencillo y más eficaz: prohibir su caza. Todos los
años, tan sólo en la parte occidental de la bahía de Hudson se matan
49 osos al año. Así, pues, ¿por qué no dejamos de matar 49 osos al
año antes de comprometer billones de dólares para lograr un
resultado centenares de veces menos bueno?
Desde el fomento de los alimentos orgánicos hasta las declaraciones
sobre la inminente desaparición del oso polar, los medios de
comunicación nos lanzan una lluvia constante de advertencias
unilaterales. En el primer puesto de la lista de motivos urgentes de
preocupación figura el calentamiento del planeta, pero también
figuran en ella el terrorismo, los plaguicidas y la pérdida de la
diversidad biológica... y casi parece no tener fin.
Entretanto, conocemos las terribles
condiciones que sigue afrontando la mayoría de la población mundial,
con más de mil millones de pobres, dos mil millones de personas que
carecen de electricidad y tres mil millones que carecen de agua
potable y saneamiento.
Gran parte de mi trabajo consiste en ver si tienen sentido todas
esas advertencias mundiales. Intento ponerlas en perspectiva y
averiguar cuáles deben preocuparnos de verdad y cuándo debemos
actuar al respecto.
Tal vez resulte extraño, pero no se debe actuar inmediatamente en
relación con todos los motivos de preocupación. Si no disponemos de
una forma válida de resolver un problema, podría ser mejor
centrarnos primero en otro. Al fin y al cabo, cuando no se sabe cómo
se va a conseguir la próxima comida, resulta difícil preocuparse por
cuáles serán las temperaturas planetarias dentro de cien años.
La situación ha mejorado inmensamente tanto en el mundo en
desarrollo como en el desarrollado. En los cien últimos años, los
científicos han ganado muchas de las batallas más importantes contra
las enfermedades infecciosas, hasta el punto de que ahora la pobreza
es la razón principal para la falta de tratamiento. En 1900 la
esperanza media de vida mundial era de 30 años; ahora es de 68 años.
Los alimentos han pasado a ser más abundantes y asequibles, en
particular en el mundo en desarrollo, donde la disponibilidad de
calorías ha aumentado en un 40 por ciento por persona en 40 últimos
años, mientras que los precios de los alimentos se han reducido más
de la mitad. En consecuencia, la proporción de hambrientos en el
tercer mundo ha descendido del 50 por ciento en 1950 a menos del 17
por ciento en la actualidad, mientras que los ingresos a escala
mundial han aumentado más del triple.
Tal vez sea más importante el dato de que se espera que todas esas
tendencias positivas continúen. Según los cálculos de
las Naciones
Unidas, la esperanza media de vida llegará a ser de 75 años a
mediados de este siglo y la proporción de los que pasarán hambre
descenderá hasta el 4 por ciento.
Al final del siglo, los ingresos habrán aumentado seis veces en los
países industrializados y doce veces en los países en desarrollo,
con lo que las personas del mundo en desarrollo serán por término
medio más ricas en 2100 que los estadounidenses o europeos en la
actualidad. El número de pobres se reducirá de mil millones a menos
de cinco millones.
Nada de esto significa que debamos dejar de preocuparnos por el
futuro, sino que podemos dejar de ser presa del pánico y comenzar a
pensar sosegadamente para procurar centrarnos en las cuestiones
pertinentes. Las campanas de alarma mundial pueden causar punzadas
de culpabilidad a los ricos occidentales, pero no nos brindan una
comprensión adecuada de lo que ocurre.
Tenemos que conocer los dos aspectos del
caso.
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Ciudades Horno
por Bjørn Lomborg
Noviembre 2007
COPENHAGUE - Actualmente se puede ver lo que el calentamiento global
le hará a la larga al planeta. Para asomarnos al futuro, basta ir a
Beijing, Atenas, Tokio, o, de hecho, a casi cualquier ciudad de la
Tierra.
La mayor parte de las zonas urbanas del mundo ya han experimentado
aumentos de la temperatura mucho más drásticos que los 2.6°C
previstos para los próximos cien años a causa del calentamiento
global.
Es muy fácil de comprender. En un día cálido en Nueva York, los
habitantes se tienden en el pasto de Central Park, no en los
estacionamientos de asfalto ni en las banquetas de concreto. El
tabique, el concreto y el asfalto - los elementos básicos de los que
están construidas las ciudades—absorben mucho más calor del sol que
la vegetación en el campo. En una ciudad hay mucho más asfalto que
pasto, por lo que el aire que está encima de la ciudad se calienta.
Este efecto, llamado “isla de calor urbano”, se descubrió en Londres
a principios del siglo XIX.
Actualmente, las ciudades con crecimiento más acelerado están en
Asia. Beijing tiene una temperatura de aproximadamente 10°C más en
el día que la zona rural que la rodea y de 5.5°C en la noche. Hay
aumentos incluso más dramáticos en Tokio. En agosto, las
temperaturas se elevaron 12.5°C más que en las zonas rurales vecinas
y llegaron a 40°C - un calor abrasador que afectó no sólo al centro
de la ciudad sino que abarcó unos 8,000 kilómetros cuadrados.
Al examinar una ciudad con rápido crecimiento como Houston, Texas,
podemos ver el efecto real de la isla de calor urbano. En los
últimos doce años, Houston creció en un 20%, es decir, 300,000
habitantes. Durante ese tiempo, la temperatura nocturna aumentó
alrededor de 0.8°C. En un período de cien años, eso significaría un
enorme aumento de 7°C.
Pero mientras que los activistas célebres advierten sobre el
desastre inminente que significa el calentamiento global, la
capacidad de estas ciudades para hacerle frente ofrece una visión
más realista. A pesar de los drásticos cambios de los últimos 50 o
100 años, estas ciudades no se han derrumbado.
Aun cuando las temperaturas han aumentado, las muertes relacionadas
con el calor han disminuido, debido a las mejoras en la atención a
la salud, el acceso a instalaciones médicas y el aire acondicionado.
Tenemos mucho más dinero y una capacidad tecnológica mucho mayor
para adaptarnos que nuestros antepasados.
Por supuesto, las ciudades también se verán afectadas por el aumento
de la temperatura a causa del CO2, además del calentamiento
adicional provocado por las islas de calor urbano. Pero tenemos la
oportunidad de actuar. A diferencia de nuestros antepasados, que
hicieron poco o nada con respecto a las islas de calor urbano,
nosotros estamos en buenas condiciones de abordar muchos de sus
efectos.
Mientras que los activistas célebres se concentran exclusivamente en
reducir el CO2, podríamos hacer mucho más - y a un costo mucho menor—
si nos ocupáramos de las islas de calor urbano. Las soluciones
simples pueden tener grandes efectos en las temperaturas.
Las ciudades son más calientes que las tierras que las rodean porque
son más secas. Carecen de espacios verdes húmedos y tienen sistemas
de drenaje que eliminan el agua eficientemente. En Londres, el aire
que está encima del Río Támesis es más fresco que el que se
encuentra a unas cuantas cuadras en las zonas construidas. Si
plantamos árboles y construimos espacios acuáticos, no sólo
embelleceremos nuestro entorno, sino que lo refrescaremos - por más
de 8°C, según los modelos climáticos.
Además, aunque parezca casi cómicamente simple, uno de los mejores
enfoques para reducir la temperatura es muy sencillo: pintar las
cosas de blanco. Las ciudades tienen mucho asfalto negro y
estructuras oscuras que absorben calor. Al aumentar la reflexión y
la sombra se puede evitar mucha de la acumulación de calor. Si se
pinta gran parte de una ciudad se podría reducir la temperatura en
10°C.
Estas opciones son simples, obvias y eficientes en función del
costo. Consideremos la ciudad de Los Angeles. Instalar techos nuevos
de colores más claros en los cinco millones de hogares de la ciudad,
pintar la cuarta parte de las calles y plantar un millón de árboles,
tendría un costo de aproximadamente mil millones de dólares que se
pagaría una única vez.
Cada año después de eso, los costos del
aire acondicionado disminuirían aproximadamente 170 millones de
dólares y se obtendrían beneficios relacionados con la reducción del
smog de 360 millones. Además, las temperaturas de Los Angeles
disminuirían alrededor de 3°C - es decir, el aumento previsto para el
resto del siglo. Comparemos eso con los 180 mil millones de dólares
necesarios para aplicar el Protocolo de Kyoto, que
prácticamente no tendrá ningún efecto.
Actualmente no se oye mucho sobre las opciones más inteligentes en
lo que se refiere a afrontar el calentamiento global. Eso debe
cambiar.
Podemos elegir qué futuro queremos.
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Las
Prioridades de Reforma en América Latina
por Bjørn Lomborg
Noviembre 2007
SAN JOSÉ, COSTA RICA - Rara vez reconocemos que la falta de
conocimiento - la ignorancia, si se prefiere - daña las decisiones de
gasto de las autoridades y las organizaciones de ayuda
internacional. Sin embargo, las prioridades se definen de manera ad hoc y se concentran poco en obtener la mejor ganancia posible en
términos de bienestar social.
Hace poco se hizo un inusual intento de mejorar la calidad de la
toma de decisiones en América Latina y el Caribe. La Consulta de San
José en Costa Rica pidió a un grupo de importantes expertos en
economía que hicieran una clasificación de los mayores retos que
enfrenta la región. Por primera vez, todos los costos y beneficios
de más de 40 diferentes opciones de políticas se pusieron lado a
lado sobre el papel. Los resultados fueron reveladores.
A lo largo de tres días, los expertos escucharon evidencias acerca
de los mayores retos de la región. Quedó claro que a menudo los
políticos toman decisiones basándose en un conocimiento limitado y
asignan dinero a iniciativas de políticas no probadas.
Por ejemplo, no hay evidencias claras de que cómo podemos mejorar
realmente la educación en las escuelas. Recientemente en México se
creó un programa para dar a los profesores incentivos monetarios y
capacitación profesional, pero los estudios realizados al respecto
no muestran un efecto significativo sobre los resultados de la
educación.
Los índices de violencia en los hogares parecen ser altos en América
Latina. Sin embargo, hay una perturbadora falta de investigación
sobre qué opciones de políticas han funcionado en la región.
Los gobiernos de América Latina y el Caribe necesitan saber cómo
elevar la calidad de la educación y combatir la violencia doméstica.
Es preocupante el que no tengan a su disposición estrategias
probadas o estimaciones adecuadas de costes y beneficios. La
Consulta de San José puso sobre el tapete la urgente necesidad de
estudios e investigación sobre ambos temas. No obstante, la
clasificación de prioridades efectuada por los expertos también
reveló algunas opciones de políticas promisorias e interesantes.
A la cabeza de la lista quedaron los programas de desarrollo de la
niñez temprana. Existen buenas razones para aumentar la inversión
pública al comienzo de la vida de un niño, lo que puede significar
proporcionar servicios de cuidado diurno y actividades preescolares,
mejorar la higiene y los servicios de salud, o enseñar habilidades
de paternidad responsable.
Los estudios demuestran que los programas de desarrollo de la niñez
temprana en América Latina generan mayores niveles de disposición
para los estudios, matriculación y rendimiento académico. Las madres
y los hermanos o hermanas mayores quedan libres para trabajar o
seguir desarrollando su educación. Estos programas se deberían
imitar en toda la región. Son relativamente poco costosos y rinden
beneficios superiores entre cinco y 19 veces a los costes.
La siguiente estrategia más importante que el panel identificó - mejores normas fiscales
- puede no parecer muy atractiva, pero su
ventaja es que no cuesta nada. Aunque las economías latinoamericanas
están pasando por un buen momento gracias a las reformas y los altos
precios de los productos básicos, existen problemas subyacentes.
El objetivo es implementar un conjunto eficaz de leyes de
responsabilidad fiscal que limiten la capacidad de los parlamentos y
ministerios de aumentar el gasto sin medida. Las reglas deben
imponer límites a los déficits, al gasto y al nivel de deuda, además
de exigir transparencia de modo que el público sepa lo que está
ocurriendo. Si van de la mano con un genuino compromiso con el
desarrollo de credibilidad fiscal, los países podrían aumentar su
crecimiento económico de manera sustancial.
En tercer lugar de la lista está una mayor inversión en la
construcción y el mantenimiento de infraestructura. La mayoría de
los países de América Latina y el Caribe gasta menos de un 2% del
PGB en infraestructura, en comparación con el 3% al 6% de China y
Corea. Se necesita invertir especialmente en la red vial, para
construir las arterias que traen empleos y prosperidad: la mayoría
de quienes sufren extrema pobreza en las comunidades rurales de
América Latina viven a cinco kilómetros o más del camino pavimentado
más próximo.
Otras opciones de políticas que quedaron alto en la lista son la
creación de organismos independientes para evaluar rigurosamente los
programas de gasto del gobierno, y un mayor uso de programas de
transferencia condicional de dinero para hacer pagos con regularidad
a hogares pobres por cumplir condiciones como enviar a los niños a
la escuela.
En los últimos lugares de la lista, el panel de de expertos dio muy
poca prioridad a la idea de restringir las ventas de alcohol (como
una propuesta de solución a problemas de salud), a los programas de
bonos educacionales y los programas de reintegración y tratamiento
de drogas en cárceles.
Esto no significa que estas políticas no funcionen, sino que sus
beneficios son mucho menores que los de las estrategias que están
más alto en la clasificación. Además, actualmente se debate la
efectividad de algunas de ellas. Por ejemplo, los programas de bonos
educacionales, sufrieron un golpe cuando un análisis detallado de un
programa chileno no encontró efectos positivos en el rendimiento de
los alumnos.
Si bien el cambio climáticos y la biodiversidad se han convertido en
problemas de candente actualidad en todo el mundo, el panel llegó a
la conclusión de que la opción de preservar los bosques lluviosos
para crear sumideros de carbono tendría beneficios internacionales
pero costos locales, por lo que estos problemas se deberían pensar
como asuntos globales más que específicamente latinoamericanos.
La Consulta tuvo éxito en su objetivo de destacar las maneras más
eficaces en función de los costes para combatir los mayores
problemas de la región.
Sin embargo, también subrayó las áreas
en las que los políticos están dando "palos de ciego" sin basarse en
investigaciones decentes y creó una vara con respecto a la que ahora
podemos medir las decisiones de gasto de las autoridades.
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El Desafío de
la Corrupción en América Latina
por Susan Ackerman y Bjørn Lomborg
Octubre 2007
Es difícil distinguir las consecuencias de las causas de la
corrupción que afecta de manera persistente a muchas naciones de
América Latina y el Caribe. La corrupción limita el crecimiento,
pero el mismo bajo crecimiento la estimula, haciendo difícil mejorar
la eficacia del gobierno. En todo caso, la corrupción por si sola no
es el problema esencial. Más bien simboliza y resalta debilidades
subyacentes del funcionamiento del estado y su interacción con los
ciudadanos y las empresas.
Algunas instituciones son tan vitales que producen un estado
competente y justo si funcionan bien, o un estado corrupto, ineficaz
e injusto si funcionan mal. El saneamiento de dos de estas
instituciones - el sector público y el poder judicial - debe ser una
prioridad para varios gobiernos de la región.
Los estudios realizados en El Salvador, Nicaragua, Bolivia y
Paraguay en la última década han mostrado que la gente expuesta a la
corrupción tiene menos confianza en el sistema político y se fía
menos de sus conciudadanos. Se preguntó a los nicaragüenses si el
pago de sobornos “facilita que las cosas se hagan en la burocracia".
Quienes estaban de acuerdo con que la
corrupción funcionaba sentían menor respeto hacia la legitimidad del
sistema político.
También es necesaria una burocracia que funcione bien, ya que
contribuye al crecimiento económico. Pocos de los retos más
importantes de esta región se pueden enfrentar con éxito si el
estado no puede administrar programas públicos complejos.
Las causas del fracaso de la administración pública son, entre
otras, la falta de profesionalismo en el cuerpo de funcionarios
públicos, normativas vagas, complejas o que se prestan a confusión,
manejo inadecuado de las finanzas del gobierno, mala distribución de
las tareas entre los niveles de gobierno, falta de transparencia en
los procesos gubernamentales y dificultad para que los funcionarios
se hagan responsables de sus acciones. Si cualquiera de estas áreas,
o todas ellas, presentan debilidades, se crean incentivos para la
corrupción, la ociosidad y la incompetencia.
No basta con aumentar los salarios de los funcionarios públicos;
también se necesitan reformas estructurales. Los países con
funcionarios públicos más independientes y profesionales tienden a
tener burocracias de mayor calidad y menos corrupción.
Un sistema judicial competente y eficaz es una condición necesaria
para establecer el imperio de la ley. Los niveles del crimen
organizado son menores en los países con un poder judicial
independiente. En Ecuador, la incertidumbre judicial y las demoras
en la aplicación de los contratos son un obstáculo para las
inversiones. Otro estudio basado en entrevistas en profundidad a
empresarios ecuatorianos sugirió que la inversión aumentaría en un
10% si el poder judicial estuviera a la par que los sistemas de
tribunales más eficaces.
Una encuesta realizada recientemente en todo el continente mostró
que entre un 10% y un 40% de los latinoamericanos expresaron que no
sienten “nada de confianza” en el poder judicial. Los investigadores
hallaron que en México ocho de cada diez casos que van a los
tribunales eran abandonados. Esta cifra sugiere que ir a juicio
puede ser un ejercicio infructuoso y que muchas disputas
probablemente nunca lleguen a los tribunales. Una encuesta peruana
reveló que el poder judicial era la institución más corrupta. La
incidencia de sobornos era alta, con un notable 42% de personas que
dijeron haberlos pagado a funcionarios judiciales.
Una manera de mejorar la administración de los programas públicos es
ir a la raíz del problema y cambiar la manera en que los gobiernos
proporcionan bienes y servicios y gestionan programas. Si se pone
énfasis en sistemas automatizados y basados en la informática para
las adquisiciones y la recaudación tributaria, se dará grandes pasos
para limitar la corrupción.
Esta reforma debe ir de la mano con una cuidadosa evaluación del
clima normativo para las empresas, diseñado para eliminar o
simplificar las reglas. Por ejemplo, aunque en Perú la corrupción
estaba presente en todos los demás ámbitos, las reformas del
gobierno que redujeron los impuestos lograron aumentar la
recaudación desde un 8,4% del PGB en 1991 a un 12,3% en 1998, y
aumentar el número de contribuyentes de 895.000 en 1993 a 1.766.000
en 1999.
Por supuesto, no todos los programas tienen éxito, pero algunos
casos eficaces de reformas a los sistemas de adquisiciones y
recaudación tributaria rinden beneficios 100 veces mayores que sus
costes. Incluso si la ganancia fuera mucho menor, es evidente que
sería una sólida inversión en el futuro de la región.
Los gobiernos también pueden reducir la corrupción limitando el
alcance de sus actividades. Actualmente América Latina está
experimentando una reacción contra las privatizaciones, en una
tendencia que subraya la importancia de la reforma del sector
público. A menudo, las iniciativas de privatización tienen gran
notoriedad política y son impopulares. Se debería considerar
tercerizar algunas actividades a organizaciones no gubernamentales o
sin fines de lucro, además de mejorar la supervisión externa.
Por ejemplo, Guatemala contrató
servicios de nutrición y atención primaria para 3,4 millones de
personas a US$ 6,25 por persona. Los estudios demuestran que los
beneficios son mayores que los costes.
El desempeño de la burocracia también se beneficiaría si se
mejoraran las entidades de auditoría y defensoría del pueblo, y
mediante el control de la corrupción a nivel de base, gracias a la
asignación centralizada de mecanismos de entrega de información y
asistencia técnica por parte de los gobiernos u organizaciones no
gubernamentales.
Con respecto al poder judicial, es evidente que el aumento de los
salarios de los jueces y secretarios, además de la dotación de
mejores sistemas informáticos y otros equipos técnicos, mejoraría la
eficacia y el desempeño de los tribunales, lo que significaría una
menor pérdida de tiempo y más claridad para los litigantes. No
costaría nada eliminar las trabas burocráticas que obstaculizan los
procesos legales, y hacerlo tendría grandes beneficios potenciales.
Crear un nuevo sistema alternativo e independiente de solución de
disputas fuera de los tribunales costaría algo de recursos, pero
aseguraría una solución más rápida y aceptable de las disputas más
comunes. Colombia ha implementado con éxito un sistema judicial
alternativo usando “Juntas comunitarias” que tratan las disputas
sobre títulos de dominio de tierras.
La reforma del poder judicial y la burocracia debería ser
prioritaria en la mayoría de los países de América Latina.
Como mínimo, existe una crisis de
confianza y, en el peor de los casos, esa falta de confianza es bien
merecida.
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Aprender el
Arte de lo Posible en América Latina
por Bjørn Lomborg
Mayo 2007
Poco después de ser elegido primer Presidente izquierdista del
Uruguay, Tabaré Vázquez declaró:
"Tenemos que reconstruir el futuro a
partir de las limitaciones de nuestro tiempo".
En toda América Latina se están
produciendo reconstrucciones y transformaciones.
Una "marea rosa" ha llevado a políticos
como Vázquez al centro del escenario y a plantear un desafío a
Norteamérica y a Europa. Las reformas y los altos precios de las
materias primas están impulsando a la región. Las economías de
América Latina están teniendo ahora unos buenos resultados que no
habían tenido durante mucho tiempo.
Pero la reconstrucción no se hace de la noche a la mañana. Las
"limitaciones" a las que se refería Vázquez son inmensas. América
Latina dista mucho de poder competir con la potencia de China o la
India y sigue teniendo la mayor diferencia entre ricos y pobres. El
10 por ciento más rico de su población gana casi la mitad de los
ingresos totales, mientras que el 10 por ciento más pobre gana tan
sólo el 1,6 por ciento. En cambio, el diez por ciento superior de
los países industrializados gana el 29,1 por ciento de los ingreso
totales, mientras que el diez por ciento inferior gana el 2,5 por
ciento.
En el conjunto de América Latina y el Caribe, una de cada cuatro
personas sobrevive con menos de dos dólares al día. Cincuenta
millones de personas, el equivalente de toda la población del Reino
Unido, se las arregla con menos de un dólar. Además, el 14 por
ciento de los habitantes de la región carecen de ingresos
suficientes para costearse la atención básica de salud. Existe una
intensa impresión de corrupción e ineficiencia, por lo que no existe
una gran confianza pública en las instituciones, mientras que
recientemente la inversión en infraestructuras se ha reducido
marcadamente.
Aunque América Latina tiene la voluntad de resolver sus inmensos
problemas, carece de recursos para resolverlo todo de una vez. Por
eso, es importante disponer de una visión general sobre cuál sería
la utilización más eficaz de los escasos recursos financieros de
América Latina.
El próximo octubre, el Centro de Consenso de Copenhague, junto con
el Banco Interamericano de Desarrollo, organizará una conferencia
- la Consulta de San José - en la que se examinará lo que se puede
hacer en todo el continente.
Naturalmente, la región ha presenciado muchas conferencias de buena
voluntad semejantes, pero ésta responderá a una pregunta concreta:
si América Latina dispusiera de 10.000 millones - pongamos por caso
- de dólares suplementarios a lo largo de los cinco próximos años para
mejorar el bienestar, ¿qué proyectos rendirían los mayores
beneficios? ¿Cuánto se podría lograr, si se gastaran más fondos en
educación, en hacer que la administración pública sea más eficiente
o en luchar contra la violencia y el crimen?
En la Consulta de San José se examinarán detenidamente esas y otras
cuestiones: desde la atención de salud hasta el medio ambiente de la
región. Un equipo de 20 expertos económicos especialistas en esa
región, procedentes de América Latina y de otras partes, sopesará
las opciones y examinará detenidamente los costos y beneficios de
las soluciones propuestas.
El equipo se compone de académicos eminentes, entre otros el
economista y Ministro de Hacienda chileno Andrés Velasco, el
Secretario General Adjunto de las Naciones Unidas José Antonio
Ocampo, el profesor de la Universidad de Harvard y antiguo
miembro del consejo del Banco Central de Venezuela Ricardo
Hausmann y Nancy Birdsall, Presidenta del Centro para el
Desarrollo Mundial.
En sesiones a puerta cerrada, ese grupo de expertos confeccionará
una lista de prioridades con las soluciones más prometedoras. Para
lograr la participación comunitaria y de los futuros dirigentes de
la región, intervendrán estudiantes de una de las escuelas de
administración de empresas más importantes de la región. Escucharán
las intervenciones de los mismos expertos sobre la corrupción, la
escolarización y el medio ambiente, pero aportarán la perspectiva de
la juventud a sus deliberaciones.
Actualmente, los encargados de la formulación de políticas y las
organizaciones de ayuda de América Latina gastan los fondos sin la
orientación que brindaría un conjunto coherente y explícito de
opciones. La conferencia subraya el deseo de la región de bastarse a
sí misma. Señalará los problemas que afronta América Latina, pero
también - y eso es más importante - sus soluciones , al tiempo que
permitirá a los encargados de adoptar decisiones centrarse en la
asignación de fondos a los proyectos más beneficiosos.
América Latina está experimentando una transformación apasionante.
La Consulta de San José puede ayudarla a
construir un futuro con menos limitaciones.
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El
Inconfensable Secreto del Calentamiento del Planeta
por Bjørn Lomborg
Marzo 2007
La semana pasada, la Unión Europea declaró que prácticamente había
salvado el planeta. Al tiempo que el Presidente de la Comisión,
José Manuel Barroso, afirmaba que Europa encabezaría la lucha
contra el cambio climático, la UE ha prometido reducir en 2020 las
emisiones de CO2 un 20 por ciento por debajo de los niveles de 1990.
Naturalmente, como la UE ya ha prometido
una reducción del 8 por ciento el año que viene conforme al
Protocolo de Kyoto, esa nueva meta parece ligeramente menos
ambiciosa. Además, como siguen existiendo los problemas
fundamentales que afectan al paralizado Protocolo de Kyoto, lo que
la UE ha hecho esencialmente ha sido un acuerdo peor.
El cambio climático provocado por el hombre es, desde luego, real y
constituye un problema grave. Sin embargo, la postura actual de
reducir las emisiones ahora antes de que sea demasiado tarde, no
tiene en cuenta que el mundo carece de soluciones prácticas a corto
plazo.
Ésa parece ser la razón por la que nos centramos en planteamientos
que nos hacen sentirnos bien, como el Protocolo de Kyoto, cuyo
problema fundamental ha sido siempre el de que es a un tiempo
desmesuradamente ambicioso, medioambientalmente insignificante y
excesivamente caro. Exigía reducciones tan importantes, que sólo
unos pocos países podían cumplirlo.
Algunos países, como los Estados Unidos y Australia, decidieron
excluirse de sus rigurosos requisitos: otros, como el Canadá, el
Japón y muchos Estados europeos, aceptan de boquilla sus requisitos,
pero, esencialmente, no alcanzarán sus objetivos.
Sin embargo, aun cuando todos hubieran
participado y siguiesen ateniéndose a los compromisos cada vez más
estrictos de Kyoto, los efectos medioambientales habrían sido
prácticamente nulos. Los efectos del tratado en la temperatura
serían inapreciables a mediados de este siglo y sólo aplazarían el
calentamiento cinco años en 2100. Aun así, el costo habría sido
cualquier cosa menos trivial: unos 180.000 millones de dólares al
año, aproximadamente.
Dada su pomposa retórica, sería comprensible creer que la UE ha dado
ahora por su cuenta el mayor paso con vistas a la resolución del
problema. Barroso llama "histórico" el acuerdo, Tony Blair
alaba sus "innovadoras, audaces y ambiciosas metas" y la Canciller
alemana Angela Merkel se atrevió incluso a decir que esas
promesas "pueden evitar lo que muy bien podría ser una calamidad
para la Humanidad".
Pero nadie considera oportuno revelar el inconfesable secretito del
acuerdo: que no servirá prácticamente de nada y una vez más con un
elevado costo. Según un modelo prestigioso y revisado y aprobado por
expertos en la materia, el efecto de la reducción en un 20 por
ciento de las emisiones por parte de la UE aplazará el calentamiento
sólo dos años en 2100, pese a lo cual el costo ascenderá a 90.000
millones de dólares, aproximadamente, al año. Será costoso, porque
Europa es una zona en la que resulta costoso reducir el CO2,
y también insignificante, porque en el siglo XXI corresponderán a la
UE sólo el 6 por ciento de todas las emisiones. Así, pues, el nuevo
tratado propiciará un uso aún menos eficiente de nuestros recursos
que el antiguo Protocolo de Kyoto.
Es importante aprender del pasado. Con frecuencia se nos han
prometido reducciones espectaculares de las emisiones de CO2 en
fechas muy avanzadas del futuro, pero sólo para que viéramos
esfumarse las promesas cuando llegábamos a ellas.
En 1992, Occidente prometió en Río de
Janeiro estabilizar las emisiones, pero las superó en un 12 por
ciento. En Kyoto se nos prometió una reducción del 7 por ciento de
las emisiones mundiales, pero probablemente sólo lograremos el 0,4
por ciento. Naturalmente, quienes hicieron esas promesas fueron
políticos que con toda probabilidad no seguirán en su cargo cuando
llegue el momento de cumplirlas.
No vamos a poder resolver el calentamiento del planeta a lo largo de
los próximos decenios, sino sólo a mediados o al final del siglo
próximo. Tenemos que encontrar una estrategia viable a largo plazo
que sea sagaz y equitativa y no exija un desmesurado sacrificio para
la obtención de beneficios triviales. Por fortuna, dicha estrategia
existe: la de la investigación y la innovación.
La inversión en la investigación y la
innovación en materia de tecnologías energéticas que no produzcan
emisiones de carbono posibilitaría a las futuras generaciones hacer
reducciones importantes y, sin embargo, económicamente viables y
ventajosas. Un nuevo tratado sobre el calentamiento del planeta
debería obligar a gastar el 0,05 por ciento del PIB en investigación
e innovación en el futuro. Sería mucho más barato y, sin embargo,
mucho más beneficioso a largo plaza.
El nuevo acuerdo de la UE sobre el calentamiento del planeta puede
ayudar a ganar elecciones a unos dirigentes que afrontan a votantes
aterrados ante la perspectiva del cambio climático, pero no servirá
prácticamente de nada, pese a su enorme costo, y - como en el caso de
otras promesas pomposas de la UE - contará con una gran probabilidad
de fracaso.
Esperemos que el resto del mundo se
mantenga sereno y proponga una solución mejor, más barata y más
eficaz para el futuro.
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