La reina Isabel II y el príncipe Carlos durante la Apertura de Estado del Parlamento en el Palacio de Westminster el 14 de octubre de 2019 en Londres, Inglaterra (Paul Edwards - WPA Pool
Getty Images)
Ya en la cuna de las
primeras civilizaciones, en Egipto, Mesopotamia y el Valle del Indo
se podrían encontrar gobiernos jerárquicos concentrados en una sola
persona identificada como monarca.
Estos dos acontecimientos
modificaron sustancialmente las condiciones políticas de Europa y,
entre otras características, tienen en común haber nacido como una
especie de respuesta espontánea al "Antiguo Régimen", precisamente
el de la monarquía y sus estratos, el cual buscaron reemplazar por
formas de organización más democráticas, liberales y aun populares
(al menos en principio).
Su importancia en la
historia es tal, que, de hecho, el resultado del proceso fue que la
burguesía se erigió en clase social dominante.
De hecho en Francia misma
hubo todavía algunos periodos de monarquía posteriores a la
Revolución y, como se sabe, Napoleón mismo se coronó
emperador, traicionando de alguna manera los ideales que habían
impulsado el inicio de su ascenso meteórico.
Pese a todo, todavía
poderosas, ya sea en razón del dinero acumulado en su historia, o
precisamente por su simbolismo, que todavía ejerce una influencia
importante en muchísimas personas de los países europeos donde se
encuentran.
En el siglo XVI, como parte del fermento que dio lugar a la Revolución de 1789, Étienne de La Boétie, el amigo más querido de Michel de Montaigne, escribió un libelo al que dio el título de Discurso de la servidumbre voluntaria.
Su argumento, grosso modo, es que la relación entre amo y esclavo, tirano y gobernados, rey y súbditos, está fundamentada en una ilusión, especialmente del lado de los siervos, quienes por temor y otros motivos afines conceden al tirano el poder sobre ellos.
Pero bastaría retirar esa ilusión para que el rey cayera, así, sencillamente, incluso sin sobresaltos.
Dice de La Boétie, en una de las líneas de su texto:
La muerte de Isabel II es, desde cierta perspectiva, el fallecimiento de una persona más.
Si quizá se viera eso,
que después de todo Isabel fue un ser humano como cualquier otro,
tal vez la monarquía del Reino Unido llegaría a su fin...
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