Xi Jinping y Joe Biden.
Reuters
Biden y Xi deben remangarse en su cita del día 15 para prevenir frentes de tensión...
Las reuniones celebradas en Washington por el ministro de Exteriores, Wang Yi han propiciado una visión cautelosamente optimista, pero el camino hacia el encuentro no se ha allanado del todo.
También ha habido importantes visitas previas de altos funcionarios de EE.UU. a Beijing para incidir en una mejora de la atmosfera bilateral.
Ambos parecen desearla...
Ambos países, las dos economías más importantes del mundo, anhelan relaciones estables y sostenibles, pero la tozuda realidad se cruza en su camino.
Es más, en los próximos meses la situación podría incluso empeorar a la vista de la doble cita electoral en Taiwán y en EE.UU...
En el primer caso,
El acoso a la industria tecnológica china o incidentes como el del globo o la visita de la ex-titular de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi a Taipéi, conforman una negatividad que no se ha disipado.
El diálogo en asuntos
militares sigue en suspenso...
Por activa y por pasiva, China se queja de la estrategia de contención implementada por EE.UU. y aunque participe en la cumbre APEC se resiste a hacerlo al máximo nivel si no obtiene previa satisfacción en algunas de sus preocupaciones principales.
El propio Wang Yi le espetó a Biden la insatisfacción por el estado de los vínculos y su exigencia de prioridad para sus intereses centrales, es decir,
Pero muchos creen que China es parte del nuevo 'eje del mal' (sic) con Rusia e Irán y ello justifica la multiplicación de los cortafuegos y las políticas de hostilidad.
Si no hay gestos
concretos que disipen esa demonización constante de las
actitudes chinas llevándolas a un terreno de negociación, no es
previsible cambio alguno sustancial por más fotos de ambos líderes
estrechándose la mano.
Washington rechaza cualquier pretensión de "abandono" de la región y, por el contrario, multiplica las alianzas económicas, tecnológicas, de seguridad, con sus socios en una trayectoria que China percibe como "acoso".
En el reciente Foro Xiangshan de seguridad celebrado en Beijing, el ministro de defensa de Singapur, Ng Eng Hen, alertó sobre las consecuencias devastadoras de una guerra en Asia, apelando a Beijing a asumir un papel de líder en el alivio de las tensiones regionales.
Y en efecto,
Beijing ha asegurado que el hecho de que un conflicto entre ambos países suponga una catástrofe no es garantía suficiente de que no se vaya a producir.
No hay automatismo y por ello se requiere un ingente esfuerzo de clarificación y diálogo que, en primer lugar, evite las escaladas y desarrolle medidas de prevención.
Esto requiere de ambas partes el dar y recibir garantías en los temas clave, y crear marcos de confianza que disipen las reservas de los pequeños países de la región que celebran la cooperación económica con China pero prefieren el entendimiento en materia de seguridad con EE.UU.
Las tensiones
territoriales en torno al Mar de China meridional no se
diluyen en ese código de conducta en gestación desde hace años con
poco efecto visible en el alejamiento del conflicto.
Planteado en esos términos de modo preferente, devaluando la importancia y transcendencia de la agenda que ambos comparten con el resto de los países (empezando por la urgencia de la lucha contra el 'cambio climático'...) será difícil que se produzcan avances.
El fatalismo de lo
inevitable de una confrontación no es una opción deseable, claro
está, pero esa sensación puede seguir creciendo si seguimos
escalando las múltiples magnitudes de la competencia.
Visto lo
ocurrido en Europa o
en Oriente Medio, la mera hipótesis
de un conflicto bélico en Asia requiere remangarse ya para adoptar
las correspondientes medidas de prevención que lo puedan evitar.
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