02 Abril 2018
del Sitio Web
PijamaSurf
Foto: Kalosy
que para que la máquina de la producción masiva pudiera seguir rodando, se debía proveer a los individuos de constantes gratificaciones (la ilusión de la felicidad). El problema es que la felicidad hedonista significa un pacto fáustico en el que se sacrifica la belleza y la verdad...
Existe una bizantina disputa sobre si estamos viviendo el mundo que imaginó Orwell o el mundo que imaginó Huxley (y aunque hay claroscuros, parece que Huxley fue más preclaro).
El analista de medios Neil Postman distinguió la visión distópica de Huxley de la de Orwell.
La del primero estaba basada en el deseo y la segunda en el miedo; de manera quizá un poco más sofisticada, Huxley entendió que en el "futuro" íbamos a ser controlados no a través de la fuerza, la represión violenta o la supresión de la información, sino sobre todo, a través de la distracción y el entretenimiento.
El siguiente párrafo se lee de manera ominosa, si bien ya en 1932, cuando se publicó por vez primera la novela, había visos de que la producción serial - el fordismo - requería del ser humano una constante atención hacia los productos y, por lo tanto, una asociación de la felicidad con el consumo.
Asimismo, Huxley ya vislumbraba que las personas estaban dispuestas a sacrificar su libertad en niveles alarmantes a cambio de seguridad, especialmente después de haber vivido una guerra.
Esto se pudo comprobar
con el movimiento nazi.
Y, por supuesto, cuando llegó a ocurrir que las masas tomaban poder político, entonces era la felicidad lo que contaba y no lo la belleza y la verdad.
Sin embargo, pese a todo, la investigación científica aún era permitida. Las personas aún seguían hablando de la belleza y la verdad como si fueran bienes soberanos. Hasta el tiempo de la guerra de los 9 años.
Eso hizo que cambiaran de tono completamente.
¿De que sirven la belleza o la verdad o el conocimiento cuando las bombas de ántrax están brotando por todas partes? En ese momento la ciencia empezó a ser controlada por primera vez...
Las personas estaban listas hasta para que les controlaran sus apetitos. Todo por una vida tranquila. Hemos seguido controlando las cosas desde entonces. No fue muy bueno para la verdad, por supuesto.
Pero ha sido muy bueno
para la felicidad. Uno no puede tener algo gratis. La felicidad se
debe pagar.
Para que el individuo renovara su deseo y pudiera seguir consumiendo y alimentando el sistema que hoy se conoce como economía de crecimiento infinito, la felicidad debió asociarse con la participación en los bienes de consumo que produce el sistema.
Huxley lleva esto a una especie de hipérbole, considerando que es como el consumo de una droga (y así, ¿es la dopamina digital una versión del soma de Huxley?), que mantiene a los individuos felices y, en consecuencia, inofensivos para el sistema.
Como dice la canción de Radiohead:
La depresión, la melancolía y la tristeza se convierten en anatema, en estados que deben ser rápidamente curados y eliminados.
Al eliminarse, se elimina una dimensión de profundidad de la existencia; sólo queda la verticalidad: tratar de escalar socio-económicamente, de obtener más.
Se pierde también la dimensión estética, ya que ésta requiere de integrar y considerar seriamente todo tipo de sensaciones buenas y malas -el amor y la muerte en el mismo vaso-, de la introspección, de descender a la propia alma y demás cosas que el aséptico neoliberalismo moderno no consiente.
De aquí esta fórmula de que cambiamos la belleza y la verdad a favor de la felicidad o el placer (hedonista y narcisista).
Preferimos vivir cómodos y seguros a enfrentarnos a lo desconocido, al mysterium tremendum, lo numinoso. La sociedad se convierte en un organismo funcional, eficiente, predecible, pero sin alma, y en una perenne crisis existencial que es suprimida por paliativos.
Crisis existencial que es rápidamente atacada por el entretenimiento, por la manipulación del deseo (por la manufactura de deseos), y ahora, por la captación de la atención de la tecnología digital.
Se trata de que el hombre no se enfrente a la oscuridad de su propia mente, ya que si lo hace se dará cuenta de que está sumido en una profunda crisis y que la vida que vive no tiene profundidad, es similar a la de una máquina.
Un hombre realmente no puede tolerar esto mucho tiempo; si lo hace, se enfrentará con la necesidad de una profunda transformación.
Es por ello que es mejor distraerse. Huxley lo vio de manera genial; el monstruo de la indolencia ya estaba latente y hoy se ha expandido como una red global de comunicación que nos dice que estamos perpetuamente conectados.
Estamos conectados pero a la vez cada vez más desligados de nosotros mismos y de aquellas cosas que históricamente le dieron sentido al hombre.
Dostoyevski creía
que el ser humano
no podía vivir sin belleza; belleza
también en el sentido platónico: el esplendor de la verdad, el
símbolo del espíritu.
Una felicidad que no es ciertamente la felicidad eudaimónica de Aristóteles; se trata más bien de la felicidad individualista de suprimir todas las amenazas, todo el dolor, todo el miedo, toda la oscuridad, y de abrirse el terreno hacia la máxima comodidad y hacia el más alto diseño del placer.
Esta es la promesa de la tecno-utopía:
Solzhenitsyn veía las cosas de manera distinta:
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