por Edgardo Ayala
05 Octubre
2018
del Sitio Web
IPSNoticias
Versión en ingles
Juan Benítez, presidente de la
Asociación Nuevos Horizontes de Joya de Talchiga,
descansa en el borde del dique construido como parte de
la
Minicentral Hidroeléctrica El Calambre.
Las
pocas más de 40 familias del caserío
tienen
electricidad desde 2012, gracias al proyecto
construido por ellos mismos,
en las
montañas del este de El Salvador.
Crédito:
Edgardo Ayala/IPS
JOYA DE TALCHIGA,
El Salvador
En el hogar de Lilian
Gómez, enclavado en las montañas del este de El Salvador, la
oscuridad de la noche apenas se aliviaba con las tenues y
temblorosas llamas de un par de velas, al igual que sucedía entre
sus vecinos. Hasta hace seis años.
La luz se hizo cuando todos se propusieron levantar juntos su propio
proyecto hidroeléctrico, no solo para iluminar la noche, sino para
ir dando pequeños pasos hacia emprendimientos que ayuden a mejorar
las condiciones de vida de la comunidad.
Ahora ella, valiéndose de un refrigerador, elabora "charamuscas",
helados a base de refrescos naturales, que vende para generar
algunos ingresos.
"Con el dinero de las
charamuscas pago la luz y compro comida y otras cosas", contó a
IPS esta mujer de 64 años, al frente de una de las 40 familias
beneficiarias del proyecto Minicentral Hidroeléctrica El
Calambre.
Esa es una iniciativa
comunitaria que provee de energía a Joya de Talchiga, uno de los 29
caseríos del municipio rural de Perquín, de unos 4.000 habitantes,
en el oriental departamento de Morazán, fronterizo al norte con
Honduras.
Esta región fue durante la guerra civil (1980-1992) escenario de
fieras batallas entre el ejército gubernamental y la entonces
guerrilla izquierdista del Frente Farabundo Martí para la Liberación
Nacional (FMLN), ahora partido político y en el poder desde 2009, tras
ganar dos elecciones presidenciales consecutivas.
Ya sin guerra, los pueblos más grandes del área lograron despuntar
con el ecoturismo y el turismo histórico, en el que el visitante
conoce de batallas y de masacres en la zona.
Pero los caseríos más
apartados carecen de servicios básicos para hacer lo mismo.
La Minicentral Hidroeléctrica El Calambre toma el nombre del río de
aguas frías y color turquesa que nace en Honduras y serpentea entre
las montañas hasta cruzar el área donde se asienta La Joya, como le
llaman, dedicada a la agricultura de subsistencia, sobre todo maíz y
frijol.
Un pequeño dique embalsa el agua en un segmento del río, y parte del
caudal es dirigido por medio de tuberías subterráneas hacia una
caseta, la casa de máquinas, 900 metros abajo, en cuyo interior una
turbina hace rugir un generador de 58 kilovatios.
La Joya es un ejemplo de cómo sus habitantes, en su mayoría
campesinos pobres, no se quedaron de brazos cruzados esperando que
la empresa que distribuye la electricidad en la zona les conecte un
servicio tan vital.
La distribución de la energía en este país centroamericano, de 6,5
millones de habitantes, está a cargo de varias compañías privadas,
desde que ese sector se privatizó a finales de los 90.
Durante las jornadas que IPS pasó en La Joya, los vecinos contaron
que son propietarios de los terrenos donde habitan, pero carecen de
toda la documentación formal, y sin ella la empresa que opera en la
región no brinda la electrificación.
Solo dio acceso a un par
de familias que sí tienen todo en regla.
En esta nación centroamericana, los hogares con electricidad
representan 92 por ciento del total en las áreas urbanas, cifra que
baja a 77 por ciento en las rurales, según datos oficiales
publicados en mayo.
Sin muchas esperanzas de que la empresa trajera la energía, los
residentes de La Joya se propusieron obtenerla por sus propios
medios y recursos, con el apoyo técnico y financiero de
organizaciones nacionales e internacionales.
Una de esas fue la asociación Saneamiento Básico, Educación
Sanitaria y Energías Alternativas (SABES El Salvador), que jugó
un papel primordial al llevar a La Joya la iniciativa, inicialmente
recibida con reservas.
"La gente aún dudaba
cuando nos vinieron a hablar del proyecto en 2005, y hasta yo
dudaba, nos costaba creer que podría darse.
Sabíamos cómo
funciona una presa, del agua que mueve una turbina, pero no
sabíamos que podía hacerse en un río pequeño", explicó a IPS el
campesino Juan Benítez, presidente de Nuevos Horizontes, la
organización comunal de La Joya para impulsar iniciativas de
desarrollo.
Carolina Martínez,
acompañada de sus hijos, delante de su casa,
donde
se vislumbra un bombillo encendido,
en el
caserío de Joya de Talchiga, del municipio de Perquín,
en el
oriental departamento de Morazán, en El Salvador.
Esta
maestra de 36 años es una de las beneficiarias
del
proyecto hidroeléctrico comunitario
que
desde 2012 brinda electricidad
a más
de 40 familias del lugar.
Crédito: Edgardo Ayala/IPS
La pequeña planta hidroeléctrica, en funcionamiento desde el 2012,
fue edificada con el trabajo voluntario de hombres y mujeres de la
comunidad, a cambio de ser beneficiarios del servicio.
Para el trabajo
especializado, como el eléctrico o albañilería compleja, fueron
contratados trabajadores en esas ramas.
El costo total de la minipresa sobrepasó los 192.000 dólares, de los
cuales unos 34.000 los aportó la comunidad con las muchas horas de
trabajo que pusieron los vecinos, al asignarles un valor monetario.
El cobro del servicio se basa en el número de bombillos que posea
cada familia, y cada uno cuesta 0,5 dólares. Así, si una familia
tiene cuatro, cancela dos dólares mensuales, un monto más bajo del
que se cobra comercialmente.
Los residentes locales aún recuerdan cómo era de difícil la vida
cuando no atisbaban la posibilidad de que aquí llegase la
electricidad.
"Cuando era niña, era
tremendo sin luz, nos tocaba comprar velas o gas (kerosene) para
encender un candil", narró a IPS una de las beneficiarias,
Leonila González, de 45 años, mientras descansaba en una silla,
en el corredor de su casa, localizada en medio de un pinar y a
30 metros del río.
El pequeño generador, en la sala de máquinas
construida por los vecinos de Joya de Talchiga.
Los hombres del caserío cargaron, con maderos en sus hombros,
la pesada turbina que mueve el generador de 58 kW,
ya que no hay acceso a vehículos donde se instaló
la maquinaria de la Minicentral Hidroeléctrica El Calambre,
en el montañoso municipio de Parquín,
en el este de El Salvador.
Crédito: Edgardo Ayala/IPS
La mayoría de los pobladores, recordó, solía usar "ocotes", como se
llaman localmente los trocitos de madera de pino, cuya resina es
inflamable.
"Poníamos en un
tiesto unas dos astillitas, y así nos manteníamos, con una luz
bien pobre, pero así nos tocaba", dijo.
Mientras, Carolina
Martínez, la maestra que atiende el parvulario en la escuela del
caserío, señaló que en esos tiempos los niños llevaban sus tareas
manchadas con el hollín de carbón del ocote.
Ella y sus familiares solían comprar baterías de automóviles para
hacer funcionar algún aparato, lo cual implicaba costos importantes
para ellos, que incluían el pago de los aparatos y de la persona que
los traía desde localidades cercanas.
Otros que necesitaban trabajar con aparatos más potentes, como
sierras para la carpintería, tuvieron que adquirir plantas
generadoras a base de gasolina, contó.
Y quienes contaban con un
teléfono celular debían mandar a recargarlo a Rancho Quemado, una
aldea cercana.
"Ahora vemos todo
diferente, las calles están iluminadas en la noche, ya no es
escuro", dijo Martínez.
En el caserío hay
personas dedicadas a la carpintería o a la soldadura, y ahora la
labor se les hace más fácil con el tomacorriente (enchufe) al
alcance de la mano.
Un niño de La Joya, un caserío del este de El Salvador,
mientras toma una charamusca, un helado a base de frutas,
del
refrigerador de Lilian Gómez, que gracias a la llegada de la
electricidad
ha
montado un pequeño negocio de elaboración de estos productos,
ya
populares entre sus vecinos.
Crédito: Edgardo Ayala/IPS
Para María Isabel Benítez, de 55 años y dedicada a las tareas del
hogar, una de las ventajas de tener electricidad es que puede ver
las noticias y enterarse de lo que pasa en el país.
"Me gusta el programa
de noticias de las 6:00 AM, ahí veo todo", narró, mientras
sostenía en sus brazos a su pequeña nieta Daniela.
En tanto, Elena Gómez, una
joven estudiante de psicología, de 29 años, señaló que ahora puede
realizar sus tareas en la computadora, en casa.
"Ya no tengo que ir
hasta el cibercafé más cercano", recalcó.
El proyecto fue
considerado desde el comienzo como binacional, pues el excedente de
energía generado en La Joya se distribuye al caserío Cueva del
Monte, a cuatro kilómetros de distancia, ya en territorio hondureño.
Para lograrlo se instalaron líneas adicionales y de ese modo su
planta puede beneficiar a otras 45 familias, de las que 32 ya están
conectadas al servicio.
"Los hondureños nos
engañaron, nos dijeron que nos iban a poner el proyecto de
energía, pero no lo hicieron, solo nos quedamos con los planos
hechos", sostuvo a IPS el líder comunitario del caserío
hondureño, Mauricio Gracia.
Los habitantes de Cueva
del Monte son salvadoreños que en septiembre de 1992 quedaron de la
noche a la mañana en territorio hondureño, tras un fallo de la Corte
Internacional de Justicia de entonces, que resolvió una vieja
disputa fronteriza binacional, que incluía esa zona del norte de
Morazán.
Benítez, el presidente de la asociación de La Joya, dijo que a veces
el generador falla, sobre todo cuando hay tormentas eléctricas, por
lo cual la organización se ha propuesto buscar más apoyos para
adquirir un segundo generador, que funcione cuando el primero se
apague.
También, como comunidad tienen la esperanza de ir, poco a poco,
creando algunas iniciativas de desarrollo, con la electricidad que
ya poseen, a fin de mejorar la economía del lugar.
Por ejemplo, han manejado la posibilidad de impulsar el turismo
rural, aprovechando la belleza natural de la zona, con el bosque de
pinos y las pozas y cascadas del río Calambre.
El plan es establecer cabañas de montaña, que cuenten con
electricidad.
Pero la idea no termina
de cuajar porque no se ha logrado poner de acuerdo a los
propietarios de los terrenos, que deben dar el aval, dijo Benítez.
Mientras tanto, Lilian Gómez está contenta de que sus charamuscas
tengan gran demanda entre sus vecinos, algo que no podría haber
logrado si la luz no se hubiera hecho en La Joya.
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