07 Mayo 2019
del
Sitio Web
ElSoberano
(Foto PxHere)
El desprestigio le ha hecho perder legitimidad a las instituciones.
Y la legitimidad otorga poder y autoridad.
Si Carabineros roba,
entonces la policía uniformada pierde autoridad y respeto a ojos de
la ciudadanía. Y el delincuente, ese que comete portonazos y
encerronas en la ruta, ciertamente se siente envalentonado y
justifica su accionar con cinismo.
"¿Si ellos roban, con
qué cara me critican por robar?", parece preguntarse.
O pueden hacer esta otra
reflexión:
"Si las personas
votan por delincuentes, ¿con qué moral me vienen a cuestionar a
mí?"
Lo bueno es que el
viejo orden está moribundo, por lo que nos
encontramos ante la oportunidad histórica de regenerar las
instituciones y encarar de mejor manera los desafíos sociales del
país.
Lo mejor de todo es que
no hay que hacer nada del otro mundo, sino empezar a hacer aquellas
cosas que se realizan en los países donde no existen rejas ni casas
con protecciones.
Ni siquiera habría
necesidad de hacer algo tan inútil como pedir el carnet a los
menores de 18:
-
robar a destajo y
con descaro
-
favorecer la
impunidad
-
impulsar
arreglines para librar de la justicia y del escrutinio
público
-
saquear recursos
fiscales
-
encubrir a
pervertidos
-
simular
enfrentamientos para esconder asesinatos
-
coimear políticos
para beneficio propio
-
evadir impuestos
-
atentar contra el
medioambiente para incrementar la ganancia
-
traficar
influencias para obtener tajada a futuro
-
crear pruebas
falsas
-
enchufar a seres
queridos en instancias sociales para que puedan obtener
beneficio económico y prestigio en un futuro cercano,
...parece que están todos
metidos, ya sea en un delito específico o en más de uno:
...los mismos que a cada
tanto, mientras ven la televisión o Internet, tienen la caradura de
escandalizarse por las acciones delictuales de jóvenes pobres, cuyo
único despliegue de poder es el que puede proyectar a través de la
intimidación con un arma de fuego.
El problema es que el poder, el verdadero poder, ese que determina
cómo y cuánto vivimos, ha perdido toda legitimidad para pontificar y
escandalizarse.
Peor todavía:
carece de legitimidad
para impulsar políticas en seguridad pública o para implementar
estrategias orientadas a contrarrestar el fenómeno delictual
debido a su carencia absoluta de credibilidad.
Y eso es un problema
mayúsculo, según el abogado penalista y secretario de la
Corporación Ciudadanía y Justicia,
Mauricio Salinas, quien desestima, de plano, la posibilidad
de que el gobierno pueda obtener buenos resultados en materia de
delincuencia apostando sólo al impulso de iniciativas como, por
ejemplo, la extensión del control de identidad a menores de 18 años.
"Hoy el poder carece
de legitimidad.
Convengamos en que la
justicia siempre ha sido de clase pese a que los ricos y los
pobres cometen delitos por igual. La diferencia es que hay
delitos de ricos y delitos de pobres.
La evasión fiscal es
delito de ricos, el soborno y el cohecho de políticos no es
precisamente un delito de pobres. La diferencia es que para unos
habrá cárcel, y para otros clases de ética.
Eso ha pasado
siempre, pero ahora hay una diferencia: el conjunto del orden
social que se ha defendido bajo la excusa de protegernos del
delito se ha tornado ilegítimo.
Hoy el señor (Andrónico)
Luksic no podría pararse ante el país y reclamar contra
la delincuencia.
Y lo que genera una
respuesta eficiente ante la delincuencia es la legitimidad del
poder, no la amenaza de usar el poder, que no es disuasivo.
La élite perdió su
legitimidad, y con ello perdió la eficacia de su poder", dice
Salinas.
Mauricio Salinas,
secretario de la
Corporación Ciudadanía y Justicia
Hay quienes, como el ex-Presidente
Ricardo Lagos, que, estando
plenamente conscientes del problema, han llamado a crear un gran
acuerdo político para 'enmendar' el rumbo.
Una especie de acto de
redención público que garantice impunidad, un borrón y cuenta
nueva, y aquí no ha pasado nada.
"Dejamos de hacer
barrabasadas y de ahora en adelante nos vamos a portar bien",
parecen decir nuestros políticos, emulando el acuerdo nacional
Lagos-Longueira suscrito tras del caso MOP-Gate.
Pero hoy no está el horno
para bollos.
"Entre 1990 y el 2000
había un acuerdo basado en el miedo.
Temíamos que se podía
desarmar el país, nadie podía atentar contra la Transición, y
eso conllevó a consolidar un sentido de impunidad en la élite
política y económica.
Y cuando la élite
tiene el control logra visibilizar sólo los delitos de los
pobres.
Pero bueno… ese
poder, ese control, ya se perdió", añade el penalista, quien
recuerda la simpleza de la estrategia: que la gente vea y sienta
como peligrosos sólo aquellos crímenes que son cometidos por los
pobres.
"Se le hace creer a la ciudadanía que la evasión de impuestos no
es importante ni reviste peligro, pero cuando hay un choque que
deja cinco heridos graves en una ruta del interior, y el médico
de la posta rural que recibe a los heridos debe elegir a quién
atiende, no nos detenemos a pensar que esa evasión tributaria
cometida por los ricos impidió tener el personal y los insumos
para salvarle la vida a todos", indica el abogado.
¿Cómo puede mejorar el
clima de seguridad publica en un país donde el delincuente común y
silvestre nota, con o sin razón, que están todos robando o
corrompiéndose?
¿Sirve un compromiso
político de cara al país para que empecemos a ver algo más de
decoro? En realidad, no...
Un ejercicio de sanación
pasa por ver a una Justicia que efectivamente pone tras las rejas a
políticos, empresarios, militares, obispos, etc.
Pero el cambio de fondo, según Salinas, viene cuando hay un poder
político acumulado para transformar la realidad jurídica del país,
que contribuye a sostener un orden actual ya descompuesto, podrido,
lleno de pus:
"Cuando
detuvieron a Pinochet en Londres
vivimos algo muy sanador.
Y ocurrió una especie
de destape psiquiátrico, pues mucha gente acudió a médicos y
psicólogos para confesar sus problemas, sus traumas, sus
temores, porque el miedo daba legitimidad al viejo orden.
Hoy ese miedo no da
la legitimidad necesaria para administrar el país como antes.
Hay un contrato social que nunca fue legitimado por las
mayorías, porque la ciudadanía no contrató nada.
Delegó en otros para
que hicieran ese contrato, y los que administraron este país lo
hicieron inculcando el miedo a que la democracia fuera
revertida".
Lo bueno, según el
secretario de la Corporación Ciudadanía y Justicia, es que,
"por la izquierda
aparece otro sector que rompe ese pacto, y cuestiona ese
acuerdo".
Y lo anterior es clave
porque denunciando ese contrato social ya agotado es que podemos,
quién sabe, comenzar a hacer las cosas que en su momento hicieron
los países que han logrado una notable calidad de vida y altos
niveles de paz social, ahí donde una persona puede dejar una
bicicleta tirada en el pasto sin temor a que alguien se la robe.
O sea, ser como Nueva Zelandia, cosa que no lograremos
evadiendo impuestos como si viviéramos en un país africano.
Obvio...
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