por Eric Nepomuceno
30 Junio
2019
del Sitio Web
LaJornada
Milton Eric Nepomuceno es un autor, periodista y
traductor brasileño. Tradujo al portugués importantes
autores latinoamericanos como Jorge Luis Borges, Julio
Cortázar y Gabriel García Márquez, entre otros. Sus
traducciones le rindieron tres Premios Jabuti, además de
otro recibido por su trabajo investigativo sobre la
masacre de Eldorado dos Carajás. Publica sus artículos
con regularidad en Pagina12, Argentina, La Jornada de
México, la agencia latinoamericana de noticias ALASEI y
El Clarín de Chile, entre otros medios. |
Fuente
Desde su estreno en viajes presidenciales, cuando el pasado enero
voló hasta Davos, en los Alpes suizos, a cada salida oficial de
Jair Bolsonaro el país se pone a la espera de los desastres
de turno...
Es infalible:
ha sido así cuando
estuvo en Washington, en demostraciones de sumisión explícita
frente a su modelo y paradigma, Donald Trump, luego en Chile,
otra vez en Estados Unidos, y en Argentina.
Ahora le tocó ir más
lejos:
Osaka, Japón, para la
reunión del G-20, que reúne a las 20 mayores economías del
mundo.
Y el respetable público
no se decepcionó:
antes mismo de su
vuelo, otro avión de la comitiva presidencial estuvo en el
centro de un incidente grave en España. Un sargento de la Fuerza
Aérea brasileña, integrante de la tripulación, fue atrapado con
39 kilos de cocaína.
Como frente a semejante cantidad a nadie se le ocurriría
argumentar que se trataba de droga para consumo personal, lo que
la policía de Sevilla tuvo en manos fue un caso clásico de
narcotráfico.
Es verdad que existen
antecedentes en aviones militares brasileños.
Pero en una comitiva
presidencial, nunca antes hubo algo igual...
Claro está que Bolsonaro no tiene ningún vínculo con el contrabando
de cocaína. Pero queda evidente la brutal y grosera falla en los
mecanismos de seguridad que rodean - o deberían rodear - al
presidente.
En el viaje de regreso Bolsonaro trajo un regalo especial, el
anuncio de que se llegó finalmente a un acuerdo comercial entre el
Mercosur y la Unión Europea.
Luego de arrastrarse por
largos 20 años - la cuestión empezó a ser negociada en época del
entonces presidente Fernando Henrique Cardoso, pasó por dos mandatos
de Lula da Silva, un mandato y medio de Dilma Rousseff y por el poco
menos de dos años de Michel Temer - finalmente se llegó a un punto
final.
Los términos del acuerdo
siguen nebulosos, y serán necesarias nuevas y complejas rondas de
negociaciones para que se establezcan los detalles. Pero, como es
natural, Bolsonaro tratará de sacar provecho de la novedad.
Claro que su contribución en este caso es comprable a mi historia
personal con el Metro de Tokyo: sé que existe, pero nunca lo vi.
Queda claro que alguien debe haberlo advertido del capital político
a ser explotado.
En todo caso, no hay nada que logre ocultar la realidad:
con Jair Bolsonaro,
el país se encuentra más aislado que nunca.
Ya no queda casi nada de
los tiempos de la diplomacia activa iniciada por Fernando
Henrique Cardoso (1995-2002) y multiplicada exponencialmente por
Lula da Silva (2003-2010) y, mal que bien, mantenida por
Dilma Rousseff (2011-2016).
La brusca interrupción de
su segundo mandato, a raíz de un golpe institucional, y su
sustitución por un opaco e insignificante (además de corrupto hasta
la médula) Michel Temer sirvió para empujar el país al rincón
de los insignificantes, amenazando lo alcanzado en las décadas
anteriores.
Con Bolsonaro ese
aislamiento se consolidó, y no hay recuperación a la
vista... Tenemos un presidente que es fuente natural de desastres, y
que no necesita estímulos externos para funcionar.
Su visión del mundo y del
rol que el país puede y debe ejercer en tal escenario no es siquiera
equivocada:
es dramáticamente
primaria, casi inexistente.
Su viaje a Japón confirmó
lo esperado.
Tan pronto desembarcó en Osaka, disparó contra la alemana Angela
Merkel,
'Alemania tiene mucho
que aprender sobre preservación ambiental con Brasil',
...y el francés
Emmanuel Macron,
'No seré como mis
antecesores, que bajaban la cabeza frente a críticas'.
Acto continuo, o casi,
anunció que suspendía una reunión bilateral con Macron.
Luego dio marcha atrás:
dijo que habría un
'encuentro informal'.
Mientras, la comitiva del
francés decía, un tanto atónita, que había sabido de la reunión
bilateral por la prensa:
no hubo ninguna
negociación previa, como prevé el protocolo más elemental.
Todo terminó con un corto
- 12 minutos - diálogo entre los dos.
Con Merkel, quien se había declarado preocupada por la 'dramática
situación ambiental' bajo Bolsonaro, hubo una conversa también
'informal'.
A la salida, el brasileño
dijo que su interlocutora había adoptado 'un tono cordial'.
No dijo lo que le dijeron
tanto Macron como Merkel:
el acuerdo 'Mercosur-Unión
Europea' está absolutamente condicionado a que Brasil
preserve la política ambiental llevada a cabo a lo largo
de los pasados 20 años, y que su gobierno está rigurosamente
empeñado en destrozar.
La lista de
desastres de Bolsonaro no estaría completa sin algún
malestar con China, y el capitán presidente otra vez no
decepcionó:
alegando un retraso
de poco menos de 20 minutos de su interlocutor, suspendió la
reunión bilateral con Xi Jinping, presidente del país que es el
mayor socio comercial de Brasil.
Ya con
Trump, cuyo retraso fue de casi
media hora, la reunión no sólo se mantuvo como fue la gran alegría
del viaje:
al fin y al cabo, no
es en todos los viernes que Bolsonaro logra apretar la mano de
su 'ídolo'...
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