por Luis Davelouis
28 Julio
2023
del
Sitio Web
IDL-Reporteros
Dina Boluarte
Se está muriendo...
Como la mayoría de
objetos culturales (las ideas, el dinero, las artes, las
instituciones) la democracia,
se sostiene en la
creencia común - o por lo menos mayoritaria - de que aquella
sirve a algún propósito aunque este nos sea difuso y
escurridizo.
La democracia existe
porque creemos en ella.
Más precisamente,
porque creemos que nos sirve y nos sirve mejor que las
alternativas.
En ocasiones, cuando una
convención deja de ser útil empieza su transformación:
primero en entelequia
y, si tiene suerte, finalmente, en mito.
En sus diversas
modalidades, la democracia se tangibiliza y revitaliza a través de
la celebración de una serie de ejercicios y ritos que han venido
perdiendo significado y - peor - noción de función de cara a la
ciudadanía. Ya no sirven...
La más conspicua de esas celebraciones democráticas, es la
facultad - y el derecho - que tenemos los ciudadanos
de elegir - a través del voto - autoridades que nos
representen cabalmente.
Como se puede ver en este
modesto cuadrito, la democracia "revive" - la gente vuelve a creer
en ella - alrededor de las elecciones. La expectativa de que algo
cambie para mejor, o, bueno, qué importa, que solo cambie porque ya
nos aburrió o nos robó demasiado.
Esa expectativa, decía,
le daba aire al enfermo. Eso ha dejado de pasar...
Fuente: Latinobarómetro, 2023.
Elaboración propia.
En los hechos, elegir nuevos representantes no cambia nada de manera
sustancial y, más recientemente, nos ha puesto bajo una sensación de
peligro e incertidumbre permanentes y tremendas.
Lo malo conocido siempre
es mejor que lo bueno por conocer, sobre todo si lo "bueno" por
conocer es probadamente tan malo como ese que ya conocemos y siempre
- siempre - se puede estar peor. Nos consta...
El segundo rito más importante de la democracia es la
conversación, eso que,
se supone hacemos los
ciudadanos del país por medio de nuestros representantes en el
Congreso.
Porque sí, nos
representan.
Ponemos nuestras
posiciones y necesidades sobre el tapete, discutimos sobre
ellos, intercambiamos ideas, encontramos puntos en común y nos
ponemos de acuerdo.
Y si no, respetamos
las decisiones de la mayoría.
En efecto, la existencia
de la democracia - de su utilidad - también depende de la convicción
de que del intercambio de ideas y pareceres se puede llegar a
acuerdos, de que a través de argumentos y discursos es posible
persuadir al adversario de que adopte nuestra perspectiva o ajuste
la que ya tenía.
Que las decisiones se
tomarán de acuerdo a la ley y a su espíritu y que esas decisiones se
respetarán.
El modo democrático
supone, en el acto de conversar, que quien no piensa como nosotros
puede tener la razón y que uno puede estar equivocado.
Por eso, sin buena fe -
que se presume - todo lo descrito es fútil.
¿Es posible presumir
buena fe de nuestros representantes?
Mejor cambiemos la
pregunta:
¿es responsable
presumir su buena fe a la vista de los hechos...?
La respuesta vuelve
estúpida a la pregunta.
La tercera pata o
ejercicio principal de la democracia es el balance de poderes.
La idea - grosso modo -
es que la mayoría que está en control del Poder Ejecutivo o
Legislativo no pueda tomar de rehén a la minoría que no piensa como
ella:
el balance de poderes
busca garantizar que las reglas no serán cambiadas de modo que
beneficien a la mayoría en control del poder y de los votos al
tiempo que vulneran los derechos de todos los demás.
Y eso es lo que está
sucediendo en este preciso momento.
Apenas el 8% del país cree que la
democracia sirve para algo (en realidad, no creemos
en nada ni nadie), votar es inútil,
nadie se siente representado por el parlamento y el balance de
poderes no existe más.
¿Queda democracia que
salvar...?
(Fuente: Ipsos, ránking global de confianza 2022)
Hay iniciativas ciudadanas que con mucho entusiasmo y energía buscan
recuperar los espacios ciudadanos a través de los mecanismos y vías
institucionales que nuestra moribunda democracia pone a su
disposición:
formando partidos y
movimientos políticos para participar en las elecciones,
ganarlas y devolver el huayco de mafias e intereses particulares
a su cauce.
Me temo - y realmente
quisiera equivocarme - que eso no sucederá...
Primero,
porque me cuesta mucho creer en los héroes. Al día de hoy, no ha
habido uno solo que no nos haya mentido y esto no es una
generalización irresponsable o teoría de la conspiración, es una
cotidiana constatación.
Segundo, aún si apareciera un héroe o heroína al frente
de un movimiento,
¿quién les va a
creer?
¿Sobre qué
basarán su credibilidad?
¿De dónde
provendrá su legitimidad?
¿Con qué
argumentos apuntalará algo, una causa, una idea, un discurso
- un lo que sea - que aglutine, articule y represente a esta
mazamorra que es el Perú hoy?
Si el Perú fuera
una persona, ¿cómo se vería?
Finalmente,
mucho más relevante, no creo que seamos capaces de recuperar la
democracia porque las mafias que han asido el poder por el
pescuezo nunca lo van a soltar por las buenas.
La mezcla de
intereses superpuestos impedirá que claudiquen y se relevarán
uno a uno en la vanguardia a defender sus intereses y los de sus
patrocinadores:
si la sangre es
más pesada que el agua, la corrupción y la mafia hermanan
más que la sangre y acabamos de ser testigos de tal
comprobación.
Así también lo anuncia la
captura de toda aquella organización del Estado que pudiera oponerse
a dichas mafias y la persecución judicial - y pronto electoral -
sobre todo aquél que pueda amenazarlos o arrebatarles el control que
ya tienen.
¿El poder puede
cambiar de manos en una conversación?
¿Alguien cederá el
poder o control que posee o alguna parte de él a través de
encuentros con un PowerPoint, café y galletitas?
Podría, quizás, conversar
y ceder una parte de ese poder, pero solo para conservar el
control, por sobrevivencia, no por la "magia" del diálogo,
sino por el pragmatismo más tosco.
Esto no es un llamado a la insurgencia.
A diferencia de lo
que creen los extremistas de derecha e izquierda, mantener la
ecuanimidad no es una tara ni un síntoma de cobardía o
debilidad.
Llamar a las cosas
por su nombre no es una traición en cómodas cuotas y no implica
desconocer el contexto en el que se producen esas mismas cosas.
Negar la realidad u
omitir una mirada y callar, por otro lado, sí lo es.
Todo esto no quiere decir
que no haya que dar la batalla a las pestilencias y a los que les
sujetan la cadena de ahorque.
Cuando todo se
desmorone y arda, deben quedar tizones para revivir el fuego de
la institucionalidad democrática.
Dejemos tizones...
Los,
Lunas, Castillos,
Fujimoris, Acuñas, López, Chirinos, Cerrones, Echaízes, etc.,
etc.,
...no se van a ir por las
buenas, pero se irán.
Lo harán cuando este
edificio llamado Perú caiga sobre sus cabezas producto de su propia
depredación y profunda ineptitud.
El felón siempre es cortoplacista y el corto-placismo suele morir
pronto.
Hay que decir que la nuestra nunca fue una democracia robusta en
toda ley. También, que a esa construcción flacucha le hemos colgado
mucho más de lo que podía cargar.
Nuestra democracia
colapsa bajo el peso de nuestras expectativas y convicciones
extravagantes y de sus promesas inabarcables.
La hemos matado, se
ha suicidado y la hemos dejado morir, todo al mismo tiempo.
El Perú ya está en
recesión.
La crisis económica (el
latigazo de la crisis política y la parálisis que esta trajo
consigo) ya no está a la vuelta de la esquina, está aquí.
Están cayendo el
consumo de cemento, la producción de energía, el crédito, el
consumo interno, la inversión privada, pronto le tocará al
empleo y ya casi no hay fondos de AFP de los que echar mano.
(Por cierto,
felicitaciones, señores, qué gran lobby, ojalá les dure... pero no
creo. Lo primero que van a tirar a la pira cuando las papas quemen
serán los fondos de las AFP).
Es muy difícil escribir algo diferente y novedoso, original y con
relieve en medio de tanto ruido permanente.
Es un poco paradójico
también:
el alboroto confunde
y oculta lo evidente y casi siempre también la verdad.
En teoría, eso debería
hacer más fácil el ejercicio de escribir, pues bastaría con señalar
lo obvio. Rara vez es así...
La democracia es como los fénix:
ninguno existe, pero
la leyenda dice que ambos renacerán de sus cenizas.
Quién sabe...
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