por Rafael Poch de
Feliu afirma que se ha puesto fin a la orientación europeísta-occidental del país, llevada a cabo por el zar Pedro el Grande hace trescientos años. ¿Es seria esa ideología, o es una quimera?
La ortodoxia mediática responde una y otra vez a esas preguntas, repitiendo "Putin, Putin, Putin...".
La demonización del Presidente ruso pretende explicarlo todo con un pueril y maniqueo guión de Hollywood, pero,
Uno de los que se ha planteado algunas de estas preguntas es Glenn Diesen, un poco conocido profesor de una universidad de provincias de Noruega, autor de Russian Conservatism (2021).
Su perfil en Wikipedia lo
presenta poco menos que como un diabólico ideólogo al servicio del
Kremlin, sin embargo la simple realidad es que este autor es de los
que mejor han explicado la génesis y los presupuestos de la
mentalidad dominante en el Kremlin.
Si esa ideología es quimera o no, si tiene raíces y futuro en la sociedad rusa, o si por el contrario es la construcción intelectual de los acomplejados dirigentes de una gran potencia venida a menos y en búsqueda de consolidación para su régimen autocrático en crisis, es algo que solo el tiempo dirá.
Pero para entender la
situación presente hay que interesarse por ello, sea cual sea su
verdadera sustancia.
Al mismo tiempo se quieren incorporar a la nueva narrativa nacional conservadora aspectos de ambos periodos para afirmar una "continuidad histórica" superadora de las rupturas "revolucionarias" características de la historia rusa y consideradas responsables de tantos desastres, estancamientos y debilidades.
Superar ese defecto y afirmar una dinámica de modernización y cambio armónico, orgánico, gradual, continuado y asumible por toda la sociedad, era una idea que Putin defendía ya en los primeros años de su mandato, cuando aún era un liberal-conservador occidentalista partidario de la reintegración de Rusia en la "civilización", como se decía entonces.
La idea, común a todos los llamados "demócratas" rusos -en realidad partidarios del mercado autoritarios de mentalidad estalinoide - era que el periodo soviético había excluido a la URSS de la civilización a la que había que regresar.
En su voluntad estabilizadora, Putin introducía una importante enmienda al propósito de los autoritarios de mercado rusos:
En ese afán continuista, el régimen ruso practica hoy una síntesis conservadora de todo lo que es útil en la historia nacional para la consolidación social y el desarrollo:
Contra lo que suele afirmarse a la ligera, el régimen no reivindica el estalinismo, ni mucho menos tiene en él un modelo, sino que practica un equilibrio.
En marzo de 2010 Putin participó junto al primer ministro polaco Donald Dusk en la conmemoración de las masacres de Katyn buscando una reconciliación con Polonia y calificó de "inmoral" el pacto Molotov-Ribbentrop, mientras la Iglesia ortodoxa estigmatizaba a Stalin como "monstruo".
La idea ahora es que no
se puede erradicar ni arrojar a la basura el siglo XX de la memoria
e identidad nacional, porque hacerlo sería malograr el desarrollo
orgánico al adoptar y caer de nuevo en una "ruptura revolucionaria".
Putin será, decía,
Dos décadas después, el régimen ruso afirma estar poniendo fin al viraje occidental llevado a cabo por el zar Pedro el Grande hace trescientos años y los mismos plumíferos del gran diario neoyorkino describen rutinariamente a Putin como "fascista" y "dictador", "criminal de guerra" y "genocida", y hasta el propio Presidente de Estados Unidos se refiere a él como "asesino" que debe ser desplazado del poder.
Obviamente, la invasión de Ucrania ha jugado su papel, pero el giro hacia una calificación rotundamente negativa y la demonización del personaje venía de mucho más atrás.
Merece la pena repasar la
lógica de esa evolución.
El viejo presidente contemplaba su legado. Yeltsin se había abierto paso en los ochenta denunciando los "privilegios de la nomenclatura" y los límites de la democratización de Gorbachov. Yeltsin disolvió la URSS para hacerse con el Kremlin, instauró un caos de latrocinio, corrupción y desigualdad sin precedentes que permitió la reconversión social de la casta dirigente en clase propietaria, y convirtió en ridículos aquellos "privilegios de la nomenclatura" al lado de los nuevos capitales desfalcados.
Para llevar a cabo todo
eso, Yeltsin restableció el tradicional sistema autocrático ruso del
que la perestroika había sido breve paréntesis y excepción.
Que un tipo así procediera de los cuadros medios/bajos del KGB era una ventaja añadida.
La KGB estaba mucho menos corrupta que el conjunto de los aparatos de estado, así que todo ello ofrecía un promedio muy a la medida de la situación: poner orden sin regresar al pasado, hacerse respetar sin abandonar el alineamiento con Occidente, lo que los liberal-estalinoides rusos designaban como la "civilización".
Además, Putin era un tipo leal que ofrecía algo fundamental, garantías de seguridad personal: que no se perseguiría a Yeltsin y su familia por haber disuelto la URSS y haber dejado el país hecho unos zorros.
Por todo ello, Putin fue el seleccionado. En el orden internacional, la situación era crítica.
De la idea de Gorbachov de "superar" la guerra fría, se había pasado a otra cosa: el discurso del Presidente Bush-padre de "victoria" occidental en la guerra fría.
La nueva música del presidente americano era inequívoca:
La cumbre de la OTAN de
1991 en Roma siguió esa senda: la disolución del Pacto de Varsovia
no afectaba a su razón de ser ni a su papel, que debía globalizarse,
estableció.
Por razones geográficas, la gran integración europea de Gorbachov dejaba fuera a Washington, lo que disminuía su potencia global. Y en tercer lugar por reacción a los espectáculos de la propia Rusia.
En 1991 hubo dos golpes de estado, el frustrado de agosto de los conservadores del PCUS contra la perestroika y el exitoso de diciembre disolviendo la URSS. Siguió en 1993 el golpe de Yeltsin en octubre que abolió a cañonazos el pluralismo institucional y convirtió un parlamento efectivo en una Duma consultiva con una constitución autocrática.
El primer "gesto de autoridad" del nuevo régimen fue el desastroso intento de aplastar militarmente la rebelión chechena.
Y rodeando todo aquello,
el espectáculo del saqueo económico del país, con decenas de
decretos de privatización redactados por asesores norteamericanos...
La Rusia de Yeltsin ya no tenía esa credibilidad. Yeltsin era la restauración de una autocracia bananera cuyo ejército era batido en 1994 por seis mil guerrilleros chechenos en el Cáucaso del Norte...
Habiéndose instalado la idea de que eso siempre sería así,
¿Quién podía tomarse en serio a Rusia? Así que por esos tres factores Euroatlántida se impuso sin mayor dificultad a la "casa común europea".
Y la esencia de Euroatlántida era una Europa ampliada representada por una UE, neoliberal y sin instituciones democráticas, en expansión, que imponía uniformidad y disciplina (la díscola Yugoslavia fue eliminada, aprovechando sus serios problemas internos), así como una seguridad exclusiva a la medida de la tutela de Estados Unidos.
En lugar de contribuir a la multipolaridad y al consenso internacional, la nueva formula apuntaba hacia otra cosa mucho más autoritaria y dictatorial para las relaciones internacionales:
En uno de sus primeros discursos (diciembre de 1999) decía lo siguiente:
Meses después, en 2000, insistía:
El 25 de septiembre de
2001, Putin explica en alemán ante el Bundestag que los "derechos y
libertades democráticos" son el "objetivo clave de la política
interior de Rusia" y que por primera vez el presupuesto militar es
inferior al gasto social en su país.
Tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York fue el primero en ofrecerle a George W. Bush una "plena colaboración".
Facilitó el establecimiento de bases militares de Estados Unidos en Asia Central, ofreció una importante cooperación de su inteligencia militar para la invasión americana de Afganistán (otoño de 2001), se abrió a un condominio de los ricos recursos de la región del Caspio y en Transcaucasia...
No sirvió para nada.
Todo eso se interpretó como debilidad y como expresión del lógico sometimiento. No tuvo ninguna consecuencia en la actitud de Occidente hacia Rusia. Al contrario, cuanto menos desbarajuste había en Rusia, tanto más crecía su mala imagen en Occidente como negador de valores democráticos.
Sin duda, el país conocía un endurecimiento autoritario en el orden interno y también un crecimiento sin precedentes en más de una generación:
El consenso social era alto.
Y conforme tenían lugar
esos éxitos, peor era visto Putin en Occidente, porque ni en
Washington ni en Bruselas se aceptaba una Rusia crecida y
restablecida.
Las repetidas objeciones de Moscú sobre decisiones de seguridad europea sin Rusia y cada vez más contra Rusia, se ignoraban. Las tensiones que resultaban de la ampliación de la OTAN se utilizaban para justificar su razón de ser.
La propia OTAN creaba los motivos para su pervivencia. Se reescribía la historia de la Segunda Guerra Mundial equiparando nazismo y estalinismo.
La percepción de que cualquier medida de consolidación interna rusa o cualquier exigencia de que se tuvieran en cuenta sus intereses de seguridad, no era aceptada en el extranjero e incluso se volvía informativamente contra ella (por ejemplo el enérgico discurso de Putin en Munich de 2007), alimentó el despecho de la elite rusa con Occidente y condujo al establecimiento de un nuevo conservadurismo entre los dirigentes rusos y sus intelectuales orgánicos, muy mediatizados por antiguos cuadros de los aparatos de seguridad que Putin había colocado en los puestos de mayor confianza.
A Estados Unidos se le comprendía y respetaba. Al fin y al cabo, aquel país siempre quiso anular a Rusia, pero hacia la Unión Europea, más allá de Alemania y Francia, o de países internacionalmente irrelevantes como España, el sentir era otro: desprecio.
Moscú ha llegado a despreciar a la Unión Europea como marioneta de Estados Unidos, carente de toda soberanía y a merced de los presupuestos rusófobos de países como Polonia y las repúblicas bálticas para los que la rusofobia es su principal aportación a la disciplina euroatlántica.
Así, conforme aumentaba
el agravio y el rechazo a cualquier consolidación de Rusia, en Moscú
ese conservadurismo iba evolucionando gradualmente hacia la derecha
y el antioccidentalismo. Hoy está plenamente asentado en la élite
rusa.
Quienes se enfrentaban frontalmente a su acción de gobierno, medios de comunicación y personas, eran reprimidos sin contemplaciones.
Con una buena coyuntura de los precios del petróleo, se detuvo la degradación de la vida y el prestigio del Presidente se mantuvo alto. Con los años y las dificultades de diversas crisis, ese apoyo disminuyó (70% en 2016, 33% en 2019), la economía, que seguía su curso neoliberal, se estancaba, aprisionada en una integración en la globalización que la condenaba a una extrema dependencia.
Al mismo tiempo, el
discurso oficial ponía cada vez mayor énfasis en la identidad de
gran potencia.
El definitivo descalabro de la influencia rusa en Ucrania de 2014, por una mezcla de revuelta popular y operación de cambio de régimen apadrinada por Occidente, significó un cambio radical:
En ese cuadro, Ucrania se
convirtió en línea de frente y obsesión para el Kremlin.
El cambio de régimen en Kíev de 2014 demostró la profunda debilidad de la política de Moscú hacia su entorno postsoviético, pero se compensó con la consolación de la anexión de Crimea, en una operación impecable que significó una desafío militar inaceptable para el hegemonismo occidental y que fue percibida como indiscutible por la mayoría de los rusos.
La operación volvió a estimular el prestigio de Putin, pero su efecto fue temporal.
La fuerte protesta social
contra los aumentos de la edad de jubilación y privatización
neoliberal de las pensiones, a la que Putin tuvo que echar el freno,
recordó que la mayoría de los rusos prefieren el bienestar y un
orden social mas justo al sacrificio en el altar estatal de la
identidad de gran potencia.
Tras el concepto de "democracia dirigida", que ya se empezó a utilizar a finales de los noventa, apareció el de "democracia soberana", un concepto que rechaza la hegemonía liberal y toda supervisión occidental de los asuntos internos.
En ese exceso,
En esa degeneración, se plantea como reacción,
En las relaciones internacionales "el liberalismose convierte en norma hegemónica" y se banaliza la legalidad a conveniencia.
Se cambian las fronteras de Serbia, se invade Irak, se invoca la lealidad de una "alianza de democracias" como alternativa a la ONU y se llama "orden internacional basado en normas" a la arbitrariedad.
La ambigüedad permite justificarlo todo a conveniencia: "que el "orden internacional basado en normas" priorice el principio de integridad territorial o el de autodeterminación en Kosovo y Crimea, es algo que depende de los intereses de Occidente.
La soberanía desaparece porque las invasiones pasan a ser "intervenciones humanitarias" y los golpes de estado "revoluciones democráticas".
Así,
Un documento de 2014 sobre los Fundamentos de la Política Cultural del Estado dejaba bien claro que el objetivo de integrar a Rusia en "la civilización" (occidental) había caducado al afirmar que,
No se trataba ya de "regresar" a la "civilización" de la que la URSS había sido negación, una especie de aberración histórica sin conexión con la historia nacional rusa y obra de unos bolcheviques extraterrestres, sino de subrayar que Rusia y su mundo son una civilización.
Desde esa reformulación consecuencia del despecho, se difunden las obras de filósofos conservadores como Iván Ilyin, Nikolai Berdiayev y Vladímir Soloviov, y se recupera el concepto de euroasianismo.
La mayor conexión con China ha sido también propiciada por la estupidez estratégica de Estados Unidos, que sometió y somete a Moscú y Pekín al mismo tipo de cerco militar, bloqueos y sanciones.
Para paliar el peligro de verse convertida en la "hermana menor" de China, una potencia con una economía diez veces mayor y un dinamismo social claramente superior, Moscú cuida y estrecha relaciones fuertes también con potencias asiáticas recelosas de China, como India y Vietnam, e incluso lanza puentes a Corea del Sur y Japón -ahora destruidos por la invasión de Ucrania- en búsqueda de cierto equilibrio compensatorio.
Y todo eso en el contexto de la teoría de MacKinder, según la cual el dominio de la matriz continental euroasiática está llamado a tomar el relevo a los imperios marítimos occidentales, con la UE convertida en una mera "península de Eurasia".
Clave de ese relevo es el trazado de corredores energéticos y de transporte, la puesta en marcha de nuevos instrumentos financieros y la creación de recursos de redes sociales con miras a independizarse de los monopolios digitales americanos vistos como aparatos de dominio, censura y guerra híbrida.
La intensa modernización de las fuerzas armadas ucranianas por la OTAN con una millonaria financiación y formación de decenas de miles de militares por instructores occidentales, inmediatamente después del cambio de régimen de 2014, así como la nueva doctrina militar ucraniana encaminada a reconquistar militarmente Crimea y el Donbas, convertía una guerra de Ucrania contra Rusia en "mera cuestión de tiempo", repite Putin.
La invasión de Ucrania
es, por tanto una guerra preventiva, se dice.
La Unión Europea se ha convertido en subsidiaria de la OTAN. De un día para otro, se ha restablecido un dominio de Estados Unidos sin fisuras en el viejo continente.
El proyecto euroasiático chino-ruso de integrar a la Unión Europea en un gran eje continental euroasiático, se ve seriamente comprometido.
Europa está rompiendo con
Rusia y China con lo que se debilitará económicamente y quedará aun
más amarrada políticamente a Estados Unidos.
Si este discurso logra sobrevivir a la guerra de Ucrania, es decir si no hay una quiebra del régimen ruso, el nuevo "telón de acero" está servido.
Pero, ¿será solo un telón
geográfico, digamos con el Dnieper en el antiguo papel del Elba, o
será algo más transversal?
Una fractura transversal que atraviesa y crea brechas,
Sea como sea, en Rusia la guerra, las sanciones y los bloqueos encaminados a,
...van a transformar al régimen político.
Privada de inversiones y paraísos fiscales occidentales, quizá la elite rusa tenga que invertir en el país.
El consenso interno ante las "amenazas existenciales" deberá ser alimentado con una economía de guerra más social para la que el neoliberalismo, simplemente, ya no sirve.
Respecto a los disidentes
y opositores que no hayan emigrado (en marzo abandonaron el país
100.000 rusos, la mayoría de ellos jóvenes cualificados), la crónica
de maltrato y represión de los últimos años puede llegar a ser un
recuerdo feliz...
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