CAPÍTULO V
LOS SOCIÓLOGOS
EUGEN KOGON Y EL INFIERNO ORGANIZADO (31)
Yo no conozco a Eugen Kogon. Todo lo que sé de él lo he conocido en el momento
de la publicación de su obra, por lo que dice en ella sobre sí mismo y por lo
divulgado en la prensa. Bajo reservas: periodista austríaco, de tipo
cristiano-social o cristiano-progresista, detenido a consecuencia del Anschluss,
deportado a Buchenwald. Presentado al público francés como sociólogo (32).
El infierno organizado es el testimonio mejor difundido y está escrito en forma
conveniente. Trata de una cantidad considerable de hechos, en su mayor parte
vividos. No está exento de ciertas ingenuidades ni de ciertas exageraciones pero
es falso sobre todo en la explicación y en la interpretación. Esto depende por
una parte de la manera de relatar del autor que obra con «espíritu político»
[203] (prefacio, página 14) y por otra de que ha querido justificar el
comportamiento de la burocracia de los campos de concentración de una manera más
categórica todavía y más concreta que David Rousset.
Por lo demás, Eugen Kogon expone los acontecimientos - dice - "desnudamente...
como hombre y como cristiano" (prefacio, página 14) sin ninguna intención de
escribir «una historia de los campos de concentración alemanes» ni «tampoco una
compilación de todos los horrores cometidos, sino una obra esencialmente
sociológica, cuyo contenido humano, político y moral, con una fundada
autenticidad, posee un valor de ejemplo». (Introducción, página 20.)
La intención era buena.
Se creía capacitado para esta misión, y quizá lo estaba. El se presenta como:
«...teniendo por lo menos cinco años de cautiverio... ascendiendo desde abajo en
las condiciones más penosas y habiendo llegado poco a poco a una posición que le
había permitido ver claro y ejercer una influencia..., no habiendo pertenecido
nunca a la clase prominente del campo... no estando manchado por ninguna infamia
en su comportamiento de preso.» (Página 20.)
En la práctica, después de ester destinado durante un año en el comando de la
Effektenkammer (almacén de vestuario), empleo privilegiado, pasó a ser
secretario del médico-jefe del campo, doctor Ding-Schuller, empleo más
privilegiado aún. Por esta última razón tuvo que conocer en detalle todas las
intrigas del campo durante los dos últimos años de su internamiento.
Después de haberlo leído, he vuelto a cerrar el libro. Luego lo he vuelto a
abrir. Y bajo el título de la página de guarda he escrito como subtítulo: o
Plegaria pro domo.
EL PRESO EUGEN KOGON.
En Buchenwald había una «Sección para el estudio del tifus
[204] y de los virus». Ocupaba los bloques 46 y 50. El responsable de ella era
el S.S. médico-jefe del campo, doctor Ding-Schuller.
He aquí cómo funcionaba:
«En el bloque 46 del campo de Buchenwald - que era por otra parte un modelo de
limpieza aparente y estaba bien instalado - no se realizaban solamente
experiencias sobre hombres sino que se aislaba igualmente a todos los tíficos
contaminados en el campo por vía natural o que ya lo estaban cuando fueron
entregados a él. Se les curaba allí, en la medida en que resistían esta terrible
enfermedad. La dirección del bloque fue confiada... por parte de los presos... a
Arthur Dietzsch que había alcanzado algunos conocimientos médicos sólo por la
práctica (33). Dietzsch era comunista y se encontraba en prisión desde hacía más
de 20 años (34). Era un ser muy endurecido y naturalmente una de las personas
más odiadas y más temidas del campo de Buchenwald. (35).
»Como la jefatura de la S.S. del campo y los suboficiales tenían un temor
insuperable al contagio y pensaban que también se podía contagiar el tifus por
simple contacto, por el aire, por la tos del enfermo, etc., nunca penetraban en
el bloque 46... Los presos se aprovechaban de esto en colaboración con el Kapo
Dietzsch: la dirección ilegal del campo se servía de ello por una parte para
desembarazarse de las personas que colaboraban con la S.S. contra los presos (o
que parecían colaborar, o simplemente que eran impopulares) (36) y por otra para
ocultar en el bloque 46 a ciertos prisioneros políticos de importancia
[205]
cuya vida estaba amenazada, lo cual era a veces muy difícil y muy peligroso para
Dietzsch, pues sólo tenía como criados y enfermeras a algunos verdes.. (Página
162.)
«En el bloque 50 se preparaba vacuna contra el tifus exantemático con pulmones
de ratones y de conejos, según el procedimiento del profesor Girond de Paris.
Este servicio fue fundado en agosto de 1943. Los mejores especialistas del
campo, médicos, bacteriólogos, serólogos, químicos, fueron escogidos para esta
tarea, etc...» (Página 163.)
Y he aquí cómo fue destinado Eugen Kogon a su puesto:
«Una hábil política de los presos tuvo como finalidad, desde el comienzo, el
llevar a este comando a los camaradas de todas las nacionalidades cuya vida
estaba amenazada, pues la S.S. sentía tanto temor respetuoso ante este bloque
como ante el bloque 46. No sólo por el capitán de la S.S. doctor Ding-Schuller
sino también por los presos, y por diferentes motivos, este temor fetichista de
la S.S. fue mantenido (por ejemplo colocando letreros sobre el cerco de
alambradas que aislaba al bloque). Algunos candidato para la muerte, tales como
el físico holandés Van Lingen, el arquitecto Harry Pieck y otros holandeses, el
médico polaco doctor Marian Ciepielowski (jefe de producción en este servicio),
el profesor doctor Balachowski, del Instituto Pasteur de París, el autor de esta
obra en su calidad de periodista austríaco y siete camaradas judíos, encontraron
un asilo en este bloque con la aprobación del doctor Ding-Schuller.» (Página
163.)
Es necesario admitir que Eugen Kogon dio serias garantías al núcleo «comunista»
que tenía preponderancia en el campo - ¡contra otros grupos verdes, políticos, o
sea comunistas! - para lograr ser desiguado por él para este puesto de
confianza. Y no hay que olvidar estoe: «con la aprobación del doctor Ding-Schuller...»
Veamos ahora lo que él podía permitirse en este puesto:
[206]
«Con motivo de las peticiones que cada vez sugería, redactaba y sometía a la
firma, ellos fueron protegidos contra súbitas levas, transportes de exterminio,
etc.» (Página 163.)
o también:
«Durante los dos últimos años que he pasado en calidad de secretario del médico,
redacté con ayuda de especialistas del bloque 50, por lo menos media docena de
informes médicos sobre el tifus exantemático firmados por el doctor Ding-Schuller...
Sólo mencionaré de paso el hecho de que yo estaba igualmente encargado de una
parte de su correspondencia privada, incluyendo cartas de amor y de condolencia.
Frecuentemente él no leía ni siquiera las respuestas, me arrojaba las cartas
después de haberlas abierto y me decía: «Despache esto, Kogon. Usted ya sabe
bien lo que hay que responder. Es alguna viuda que busca un consuelo...» (Página
270.)
Y podía declarar:
«Tenía en mis manos al doctor Ding-Schuller.» (Página 218.)
hasta tal punto que estar «en malas relaciones con el Kapo del bloque 46» ni
siquiera le preocupaba.
Resulta de todo este que habiendo sabido granjearse los favores del equipo
influyente en la Häftlingsführung (37), se había atraído al mismo tiempo los de
una de las más altas autoridades
[207] de la S.S. del campo. Todos los que hayan vivido en un campo de
concentración estarán de acuerdo en que semejante resultado apenas era
susceptible de ser obtenido sin algunas retorsiones a las reglas morales de uso
habitual fuera de los campos.
EL MÉTODO.
«Para disipar ciertos temores y demostrar que este relato (así es como él
designa a su Infierno organizado) no corría peligro de transformarse en acta de
acusación contra ciertos presos que habían ocupado una posición dominante en el
campo, lo leí, a comienzos de 1945, cuando ya estaba casi terminado y sólo
faltaban los dos últimos capítulos de un total de doce, ante un grupo de quince
personas que hablan pertenecido a la dirección clandestina (38) del campo, o que
representaban a ciertos grupos politicos de presos. Estas personas aprobaron la
exactitud y la objetividad de ella.
Asistieron a esta lectura:
1.-- Walter Bartel, comunista de Berlin, presidente del Comité internacional del campo.
2.-- Heinz Baumeister, socialdemócrata, de Dortmund, que durante años habla pertenecido al secretariado de Buchenwald; subsecretario del bloque 50.
3.-- Ernst Busse, comunista, de Solingen, Kapo de la enfermería de los presos.
4.-- Boris Banilenko, jefe de las juventudes comunistas en Ucrania, miembro del comité ruso.
5.-- Hans Eiden, comunista, de Treves, primer Lagerältester.
6.-- Baptist Feilen, comunista, de Aquisgrán, Kapo del lavadero.
7.-- Franz Hackel, independiente de izquierda, de Praga. Uno de nuestros amigos, sin función en el campo.
[208]
8.-- Stephan Heymann, comunista, de Mannheim, miembro de la oficina de información del campo.
9.-- Werner Hilpert, del Zentrum, de Leipzig, miembro del comité internacional del campo.
10.-- Otto Horn, comunista de Viena, miembro del comité austríaco.
11.-- A. Kaltschin, prisionero de guerra ruso, miembro del comité ruso.
12.-- Otto Kipp, comunista de Dresde, Kapo suplente de la enfermería de los presos.
13.-- Ferdinand Römhild, comunista de Frankfurt del Main, secretario de la enfermería de los presos.
14.-- Ernst Thappe, socialdemócrata, jefe del comité alemán.
15.-- Walter Wolf, comunista, jefe de la oficina de información del campo.» (Páginas 20 y 21.)
Por sí sola, esta declaración que en cierto modo podria ir como introducción del
libro, basta para hacer sospechoso todo el testimonio: «Para disipar ciertos
temores y demostrar que este relato no corría peligro de transformarse en acta
de acusación contra ciertos presos que habían ocupado una posición dominante en
el campo...»
Eugen Kogon ha evitado pues el referir todo lo que pudiera acusar a la
Häftlingsführung, guardando sólo agravios contra la S.S.: ningún historiador
aceptará esto jamás. Por el contrario, se puede creer fundadamente que obrando
así él ha pagado una deuda de gratitud hacia los que le procuraron en el campo
un empleo completamente tranquilo y con los cuales tiene intereses comunes que
defender ante la opinión pública.
Además, las quince personas citadas que han decidido de su «exactitud y de su
objetividad» resultan sospechosas. Todas ellas son comunistas o simpatizantes
del comunismo (incluso las que figuran bajo la denominación de socialdemócrata,
independiente o centrista) y si casualmente hubiera alguna excepción sólo se
trataría de un agradecido. En fin, constituyen un cuadro de los más altos
personajes de la burocracia del campo de Buchenwald: Lägeraltester, Kapos, etc.
Yo considero como insignificantes o fantásticos los títulos de presidente o de
miembro del comité de este o de aquello que se
[209] han atribuido en forma encubierta: se los han concedido mutuamente entre
ellos en el momento de la liberación del campo por
los norteamericanos e incluso posteriormente. Y no me detengo en la noción de
«comité» que se ha introducido en la discusión y de la cual ya he tratado en
otro lugar: ellos han dicho esto y han logrado hacerlo admitir invocando motivos
muy nobles (39).
A mi juicio, estas quince personas se han alegrado sumamente de encontrar en
Eugen Kogon una pluma hábil para descargarles de toda responsabilidad a los ojos
de las futuras generaciones.
LA HÄFTLINGSFÜHRUNG.
«Sus tareas eran las siguientes: mantener el orden en el campo, velar por la
disciplina para evitar la intervención de la S.S., etc. Durante la noche - que
permitía suprimir las patrullas de la S.S. en el campo - su tarea era acoger a
los recién llegados, lo cual evitó poco a poco los brutales enredos de la S.S.
Esta era una tarea difícil e ingrata. La guardia del campo de Buchenwald
golpeaba raramente, aunque hubo a menudo brutales altercados. Los recién
llegados, que venían de otros campos, desde luego estaban asustados cuando eran
recibidos por la gente de la guardia del campo de Buchenwald, pero siempre
sabían apreciar seguidamente esta acogida más benigna que en otros sitios...
Siempre había ciertamente tal o cual miembro de la guardia del campo que con
arreglo a su manera de expresarse podía pasar por un S.S. malogrado. Pero esto
tenía poca importancia. Sólo contaba el fin: manfener un núcleo de prisioneros
contra la S.S. Si la guardia del campo no hubiese hecho reinar una impecable
apariencia de orden frente a la S.S., ¿qué hubiera sido del campo entero y de
los millares de prisioneros en el de las llegadas y salidas en grupo, durante
las operaciones de castigo y «last not least» (40) en los últimos días antes de
la liberación?» (Página 62.)
[210]
Si me remito solamente a mi experiencia personal acerca de la acogida que se le
dispensó a mi convoy en dos campos diferentes, no me es posible convenir que fue
mejor en Buchenwald que en Dora, sino más bien lo contrario. Pero debo reconocer
que las condiciones generales de vida en Buchenwald y en Dora no eran
comparables: el primero era un sanatorio en relación al segundo. Deducir de ello
que esto se debía a una diferencia de composición, de esencia y de convicciones
políticas o filosóficas entre las dos Häftlingsführung sería un error: si se las
hubiese invertido en bloque el resultado hubiese sido el mismo. En ambos casos,
su comportamiento estaba impuesto por las condiciones generales de existencia y
no viceversa.
En la época de la que habla Eugen Kogon, Buchenwald estaba en el término de su
evolución. Todo estaba acabado o casi: los servicios ya funcionaban, se había
establecido un orden. Los de la S.S., menos expuestos a las molestias que el
desorden trae consigo, insertados en un programa regular y casi sin azares, se
irritaban mucho menos que antes. En Dora, por el contrario, el campo estaba en
plena construcción, era preciso crear todo e instalarlo con los medios limitados
de un país en guerra. El desorden era el estado natural. Allí todo chocaba entre
sí. La S.S. era inabordable y la Häftlingsführung no sabiendo qué inventer para
complacerla iba a menudo más allá de sus deseos. En Buchenwald, las exigencias
de un Kapo o de un Lagerältester, idénticas en sus móviles y en sus fines, eran
menos sensibles en su alcance solamente porque en una situación major en todos
los puntos ellas no entrañaban consecuencias tan graves para la masa de
detenidos.
Conviene añadir como prueba suplementaria, aun redundante, que en el otoño de
1944 el campo de Dora estaba también terminado poco más o menos, y aun sin haber
modificado en nada la Häftlingsführung su comportamiento, las condiciones
materiales y morales de existencia podían compararse a las de Buchenwald. En
aquel momento se precipitó el fin de la guerra, los bombardeos limitaron las
posibilidades de abastecimiento, el avance de los aliados en ambos frentes
aumentó la población con la de los campos evacuados del Este y del Oeste y todos
los problemas se plantearon de nuevo.
Queda por señalar el razonamiento según el cual para mantener un núcleo contra
la S.S. era importante el sustituirla: no lo entiendo, pues todo el campo estaba
naturalmente contra la
[211] S.S. Podría sostenerse que hubiera sido preferible mantener «en vida» a
todo el mundo contra la S.S., y no solamente a un núcleo a sus órdenes, aunque
sólo fuese para suscitarle dificultades suplementarias... En lugar de esto, se
empleó un medio que si bien salvó a este precioso núcleo hizo morir a la masa.
Porque como reconoce Eugen Kogon, después de David Rousset, no eran sólo las
buenas maneras las que intervenían en la cuestión:
«De hecho, los presos no han recibido nunca las escasas raciones que les eran
asignadas en principio. Primeramente, la S.S. tomaba lo que le agradaba. Después
los presos que trabajaban en el almacén de víveres y en las cocinas se las
"arreglaban" para descontaõ ampliamente su parte. Luego los jefes de cuarto
apartaban una buena cantidad para elles y para sus amigos. El resto iba a los
miserables presos ordinarios.» (Página 107.)
Conviene precisar que todo el que detentaba una pequeña parte de autoridad en el
campo era colocado por esa razón para «sustraer»: el Lagerältester que entregaba
globalmente las raciones, el Kapo o el jefe de bloque que se servían
copiosamente en primer lugar, el jefe de equipo o el Stubendienst (jefe de
cuarto) que cortaban el pan o ponían la sopa en las escudillas, el policía, el
secretario, etc. Es curioso que Kogon ni siquiera lo mencione.
Toda esta gente se regodeaba literalmente con los productos de sus robos, y
paseaban por el campo unos semblantes florecientes. Ningún escrúpulo les
detenía:
«Para la enfermería de los presos había en los campos una alimentación especial
de enfermos, lo que se llamaba la dieta. Esta era muy solicitada como suplemento
y en su mayor parte era sustraída en provecho le las personalidades del campo:
Blockältester, Kapos, etc. En cada campo se podían encontrar comunistas o
criminales que durante años recibían además de otras ventajas tas suplementos
para enfermos. Era sobre todo una cuestión de relaciones con la cocina de los
enfermos compuesta exclusivamente por gente que pertenecía a la clase de presos
que dominaba el campo, o bien un asunto de intercambio de buenos servicios: los
[212]
Kapos del taller de costura, de la zapatería, del almacén de vestuario, del de
herramientas, etc., entregaban a cambio de esta alimentación lo que los otros
les pedían. En el campo de Buchenwald, de 1939 a 1941 se desplazaron cerca de
cuarenta mil huevos en el interior mismo del campo.» (Páginas 110, 111 y 112.)
Durante ese tiempo, los enfermos morían en la enfermería al ser privados de esta
alimentación especial que les asignaba la S.S. Explicando el mecanismo del robo,
Kogon hace de él un simple aspecto del «sistema D», empleado indistintamente por
todos los presos que se encontraban en el recorrido por los alimentos. Esto
constituye a la vez una inexactitud y un acte de benovolencia con respecto a la
Häftlingsführung.
El trabajador de un comando cualquiera no podía robar: el Kapo y el Vorarbeiter
vigilaban estrechamente dispuestos a denunciarle. A lo más que podía arriesgarse
era a coger algo a uno de sus compañeros de infortunio una vez hecha la
distribución de las raciones. Pero el Kapo y el Vorarbeiter podían sustraer de
acuerdo del conjunto de las raciones antes de distribuirlas, y lo hacían
cínicamente. También impunemente porque era imposible denunciarles en otra forma
que no fuese la vía jerárquica, es decir, pasando por ellos. Robaban para ellos,
para sus amigos, para los funcionarios de autoridad a los cuales les debían el
puesto y, en los escalones superiores de la jerarquía, para la S.S. de la cual
querían asegurarse o conserver la protección.
De la dieta de los enfermos, el Kapo de la enfermeria - ¡el que ha confirmado la
exactitud y la objetividad del testimonio de Kogon! - sustraía una importante
cantidad en provecho de sus colegas y de los comunistas acreditados (41).
Durante mi estancia en Buchenwald, hizo guardar una cantidad de leche cercana al
litro, y de paso algunas otras golosinas, para Erich, jefe del bloque 48. Si se
lleva esta operación a la escala del campo ya se puede calcular la cantidad de
leche de la que así eran privados los enfermos. En comparación, los pequeños
robos en el circuito eran insignificantes.
Así pues, bien se tratase del menú ordinario o de la dieta, enfermos o no, para
morirse de hambre los presos tenían dos razones
[213] que añadir; las detracciones de la S.S. (42) y las de la Häftlingsführung.
Tenían por tanto dos razones para recibir golpes y ser maltratados en general.
En estas condiciones, había pocos detenidos que no profiriesen tratar
directamente con la S.S.: el Kapo que robaba con exceso golpeaba también más
fuerte para agradar a la S.S. y era raro que una simple reprimenda de uno de la
S.S. no entrañase por añadidura una tunda del Kapo.
LOS ARGUMENTOS.
Los argumentos que justifican la salvación de un núcleo ante todo y a toda
costa, no son más concluyentes que los hechos.
«¿Qué habría sido del campo entero, sobre todo en el momento de la liberación?»
(Página 273 de la obra citada.)
empieza por preguntarse Kogon atemorizado. De esto que precede resulta ya que el
campo entero sólo hubiera tenido un motivo de menos para morir a este ritmo. No
basta con añadir:
«Es así como los primeros carros de combate norteamericanos que venían del
Norte-Oeste, encontraron liberado Buchenwald.» (Página 304.)
y hace recaer el mérito de ello sobre la Häftlingsführung, para que esto sea
verdad. Según eso se podría decir también que entraron en una Francia liberada,
lo cual sería ridículo. La verdad es que la S.S. huyó ante el avance
norteamericano e intentando llevar consigo el mayor número posible de presos
lanzó a la Häftlingsführung con las porras en la mano a la caza del hombre en el
campo.
Gracias a esto, la operación se hizo con un mínimo de desorden. Y si por una
milagrosa casualidad la ofensiva de los norteamericanos hubiera sido detenida
ante el campo, hasta tal punto que una contraofensiva alemana llevada
vigorosamente hubiese podido decidir el resultado de la guerra en otro sentido,
el razonamiento ofrecería una cierta ventaja que se trasluce de estas líneas:
[214]
«Las jefaturas de la S.S en los campos no eran capaces de ejercer un control
sobre decenas de millares de presos de otra manera que no fuese la exterior y
esporádica.» (Página 275.)
Dicho de otro modo, en una Alemania victoriosa cada uno de los funcionarios de
autoridad del campo hubiese podido alegar su contribución personal al
mantenimiento del orden, su abnegación, etc., para obtener la liberación.
Y el texto que se acaba de leer hubiera podido aparecer sin cambiar ni una sola
coma.
«Mediante un combate sin cesar había que romper y hacer inoperante el método de
la S.S. que mezclaba las diversas categorías de presos, mantenía las oposiciones
naturales y provocaba otras artificiales. Los motivos de esto eran claros entre
los rojos. Entre los verdes no era de ningún modo por motivos políticos; querían
poder dar libre curso a sus prácticas habituales: corrupción, chantaje y
búsqueda de ventajas materiales Todo control les era insoportable, en especial
un control procedente del interior del mismo campo.» (Página 278.)
Es evidente que ningún método de la S.S. podía hacerse inoperante desde el
momento en que practicado por otros con eI mismo propósito se aplicaba al mismo
objeto y en la misma forma. Más aún: era innecesario. La S.S. ya no tenía
necesidad de golpear puesto que aquellos en los cuales había delegado sus
poderes golpeaban mejor; ni de robar, pues ellos robaban mejor y el beneficio
era el mismo cuando no era más substancial; ni de hacer morir a fuego lento para
hacer respetar el orden, pues se ocupaban de ello en su lugar y el orden era más
resplandeciente.
Por otra parte, yo no he observado nunca que la intervención de la burocracia
del campo haya borrado las oposiciones naturales, ni que las diverses categorías
de presos hayan estado menos mezcladas de lo que había decidido la S.S.
Los métodos empleados, se estará de acuerdo, no eran convenientes para obtener
este resultado. Y el fin perseguido - el confesado - no era sino aquel de
«dividir para reinar», este principio
[215] que vale para todo poder deseoso de sostenerse y que valía tanto para la
Häftlingsführung como para la S.S. En la práctica, mientras que la última oponía
indistintamente la masa de presos a los que ella había escogido para
gobernarles, la primera se servía del matiz político, de la naturaleza del
delito y de la selección de un núcleo de cierta calidad.
Lo que es divertido - ¡a distancia! - en esta tesis es la distinción que hace
entre los rojos y los verdes en el poder, acusando a estos últimos de
corrupción, de chantaje y de búsqueda de ventajas materiales: ¿qué hacían pues
los rojos que no fuese esto? Y para el preso ordinario, ¿cuál era la diferencia
si le era imposible medirla en un resultado?
En un mundo bizantinizado por décadas de una enseñanza para pequeños-burgueses,
la yuxtaposición de proposiciones abstractas adquiere mayor importancia que el
inexorable encadenamiento de los hechos. Una moral que para establecer un
contraste entre el delito de derecho común y el delito político tiene necesidad
de suponer una diferencia esencial entre los culpables no da importancia a una
identidad de los móviles del comportamiento en los unos y en los otros, en
cualquier circunstancia que sea. Ella incita a despreciar demasiado la
influencia del ambiente, pero las reacciones de los individuos más
desinteresados y más irreprochables son diferentes si se les trasplanta a un
medio que ponga diariamente la vida en peligro.
Es lo que se ha producido en los campos de concentración: las necesidades de la
lucha por la vida y los apetitos más o menos confesables, han prevalecido sobre
todos los principios morales. En la base, estaba el deseo de vivir o de
sobrevivir. En los menos escrupulosos, iba acompañado por la necesidad de robar
comida y después por la de asociarse para robar major. Los más hábiles en
asociarse para alimentarse mejor - los políticos, pues en la coyuntura la
operación requería más destreza que fuerza - fueron los más fuertes para
conquistar el poder parque eran los mejores alimentados. Y también fueron los
más fuertes para conservarlo porque intelectualmente eran los más hábiles. Pero
ningún principio moral en el sentido en el que lo entendemos en el mundo
exterior a los campos ha intervenido en esta concatenación de hechos de otro
modo que por su ausencia.
Después de esto, se puede escribir:
[216]
«En cada campo, los presos políticos se esforzaron en tomar en sus manos el
aparato administrativo interno, o, llegado el caso, lucharon por conservarlo.
Esto a fin de defenderse por todos los medios contra la S.S., no solamente para
llevar el duro combate por la vida sino también para ayudar en la medida de lo
posible a la disgregación y al hundimiento del sistema. En más de un campo, los
jefes de los presos políticos han realizado durante años un trabajo de este
género, con una admirable perseverancia y un desprecio completo de la muerte.»
(Página 275.)
Pero esto no es más que un descargo cuya forma por laudatoria que sea no logra
ocultar que él asemeja a todos los presos políticos - incluso a aquellos que no
han buscado nunca el ejercer ninguna autoridad sobre sus compañeros de
infortunio - con los menos escrupulosos de entre ellos. Ni la declaración:
«Defenderse por todos los medios...»
Por todos los medios, he aquí lo que esto podía significar:
«Cuando la S.S. pedía a los políticos que hiciesen una selección de los presos
"ineptos para vivir" (43) con el fin de matarlos, y una negativa hubiese podido
significar el fin de los rojos y el regreso de los verdes, entonces era preciso
estar dispuesto a asumir este delito. Sólo había la elección entre una
participación activa en esta selección o un retiro probable de las
responsabilidades en el campo, lo cual, después de todas las experiencias
hechas, podía tener todavía peores consecuencias. Cuanto más sensible era la
conciencia, más difícil resultaba el tomar esta decisión. Como había que tomarla
y sin tardar, era preferible confiarla a temperamentos vigorosos, con el fin de
que no fuésemos transformados todos en mártires.» (Página 327.)
He advertido anteriormente que no se trataba de seleccionar a los ineptos para
vivir sino a los ineptos para et trabajo. El matiz es perceptible. Si se quiere
despreciarlo a toda costa, yo confieso
[217] públicamente que sería preferible «arriesgar un retiro probable (44) de
las responsabilidades en el campo» que cargar la conciencia con esta
participación activa», siempre diligente en la práctica. ¿Habrían vuelto los
verdes al poder? ¿Y después? Primeramente, no eran bastante fuertes para
conservarlo. Luego, en este caso concreto, no habrían tenido más celo respecto a
la masa. No hubieran designado a mayor número de ineptos ni habrían tomado menos
en consideración la calidad, pues, en estas selecciones, los rojos no se
preocupaban más que los verdes del color político, a menos que la
Häftlingsführung estuviese interesada por alguno de los suyos.
Por tanto, y si esto era para asumir este delito a los ojos de la moral, ¿por
qué tomar el poder a los verdes o querer conservarlo contra ellos? Es posible
que al estar los verdes en el poder, los ineptos seleccionados de este modo no
hubieran sido los mismos, salvo en algunos casos. Pero nada hubiese cambiado en
cuanto al número, que estaba determinado por la estadística general del trabajo
y según la posibilidad material del campo para sostener un número más o menos
grande de no trabajadores. El mismo Eugen Kogon quizá no hubiese tenido la
posibilidad de llegar a ser o de permanecer como secretario particular del
capitán médico de la S.S., doctor Ding-Schuller, y, arrojado en la masa, quizás
hubiese caído también él entre el número de estos ineptos a fuerza de ser
golpeado y de tener hambre. Posiblemente, hubiese sucedido lo mismo a los otros
quince que han dado la absolución a su testimonio. Entonces, hubiera sobrevenido
la catástrofe más inesperada: sólo hubiese podido ocurrir lo siguiente:
«No todos nosotros fuimos transformados en mártires, sino que pudimos continuar
viviendo como testigos.» (Ya citado.)
Como si importase para la historia que Kogon y su equipo fuesen testigos antes
que otros - como Michelin de Clermont-Ferrand, François de Tessan, el doctor
Seguin, Crémieux, Desnos, etc.-, pues este todos y este nosotros sólo se
aplican, bien entendido, a los privilegiados de la Häftlingsführung, y no a
todos los políticos que a pesar suyo constituían la mayor parte de la masa. Ni
siquiera por un instante le ha venido al autor la idea de que
[218] contentándose con comer menos y golpear menos la burocracia del campo
hubiese podido salvar a la casi totalidad de los presos y de que hoy sólo
reportaría ventajas el que también ellos fuesen testigos.
Para que un hombre tan prevenido y que ostenta por otra parte una cierta
cultura, haya podido llegar a conclusiones tan miserables es preciso ver la
causa en el hecho de que ha querido juzgar a los individuos y los
acontecimientos del mundo del campo con unidades de medida que le son ajenas.
Cometemos el mismo error cuando queremos apreciar todo lo que sucede en Rusia o
China con unas reglas morales que son propias del mundo occidental, y tanto los
rusos como los chinos hacen lo mismo en sentido inverso. Aquí y allí se ha
creado un orden y su aplicación ha dado origan a un tipo de hombre cuyas
concepciones de la vida social y del comportamiento individual son diferentes y
aún opuestas.
Lo mismo sucede con los campos de concentración: diez años de experiencia han
bastado para crear un orden en función del cual debe ser juzgado todo, y máxime
teniendo en cuenta que este orden dio origan a un nuevo tipo de hombre
intermedio entre el delincuente común y el preso político. La característica de
este nuevo tipo de hombre resulta del hecho de que el primero ha descarriado al
segundo y le ha vuelto casi semejante a él, sin herir demasiado su conciencia,
al nivel de la cual estaba adaptado el campo por aquellos que lo habían
concebido. Es el campo el que ha dado un sentido a las reacciones de todos los
presos, verdes o rojos, y no a la inversa.
De acuerdo con esta comprobación y en la medida en que se quiera admitir que no
se trata de una simple construcción del espíritu, las reglas de la moral en
curso en el mundo exterior a los campos pueden intervenir para perdonar, pero en
ningún caso para justificar.
EL COMPORTAMIENTO DE LA S.S.
Comparo entre sí dos afirmaciones:
«Algunos presos que maltrataban a sus camaradas, o incluso les golpeaban hasta
causarles la muerte,
evidentemente nunca eran castigados por la S.S. y tenían que ser matados por la
justicia de los detenidos.» (Página 98.)
y:
«Una mañana se encontró a un preso colgado en un bloque. Se abrió una encuesta y se descubrió que el «ahorcado» había muerto después de haber sido horriblemente golpeado y pateado, y que el Stubendienst dirigido por el Blockältester Osterloh (45) le colgó para simular un suicidio. La víctima había protestado contra una sustracción de pan por el Stubendienst. La dirección del campo de la S.S. logró (46) echar tierra al asunto y reposo al asesino en su puesto, de forma que no cambió nada.» (Página 50.)
Es exacto que la jefatura del campo de la S.S. generalmente no intervenía en las
discusiones que enfrentaban a los presos entre sí, y en vano se podía esperar de
ella cualquier decisión de justicia. No podía ser de otra manera:
«Ella ignoraba lo que sucedía realmente detrás de las alambradas.» (Página 275.)
La Häftlingsführung, en efecto, multiplicaba los esfuerzos para que ella lo
ignorase. Erigiéndose en verdadera «justicia de los detenidos», aprovechando
para tomar las más inverosímiles decisiones que no se podía apelar de ningún
modo contra ellas, no recurría nunca a la S.S. más que para reforzar su
autoridad cuando sentía que se debilitaba. No obstante, no quería ver intervenir
a aquélla, temiendo a la vez que fuese menos severa, lo cual pubiera puesto a
discusión en la masa su autoridad y las apreciaciones de ella en cuanto a su
aptitud para gobernar, y hubiese creado el problema de su destitución y de su
reemplazo. Prácticanente, todo esto se resolvía con un compromiso: la
Häftlingsführung «evitando los chismes», impidiéndoles atravesar
[220] la pantalla que ella formaba; la S.S. no interesándose por nada, con la
salvedad de que reinase el orden y fuese inatacable.
En el caso que se ha expuesto, si el jefe de bloque Osterloh hubiese sido un
rojo, nada habría llegado a oídos de la S.S. de otro modo que no fuese el de la
versión del suicidio de la víctima, lo cual no ofrecía dificultades. Pero era un
verde y representaba una de las últimas partículas del poder que su categoría
conservaba en el campo: los rojos le denunciaron con la esperanza de eliminarle.
La S.S. no resolvió en la medida de sus deseos. Así lo quería el orden: un jefe
de bloque, incluso culpable, no podía resultar sospechoso ni ser castigado más
que por la autoridad superior, en ningún caso a petición o por reacción de la
masa. Que fuese verde o rojo, era igual.
Se pueden invertir los términos de la proposición, transformar al acusado en
víctima y a la víctima en asesino: en este caso la propia Häftlingsführung
hubiese hecho éste razonamiento. Sin preocuparse del color de Osterloh, ella se
hubiera considerado como afectada o amenazada en sus prerrogativas y hubiese
dado aviso a la S.S. pidiendo un castigo ejemplar - a menos que, lo cual es más
probable, ella no hubiera aplicado primeramente el castigo y solamente después
hubiese pedido a la S.S. la confirmación mediante sentencia. En el primer caso,
la S.S. lo transmitía al grado jerárquico superior y esperaba la decisión: paso
por alto los golpes que procedentes de todas partes acompañaban al asesino en el
Bunker (47)... En el segundo, ella aprobaba la actitud de la Häftlingsführung
precisamente para evitar demandas de explicaciones, de justificaciones, etc., y
molestias de todo género por parte de este grado jerárquico superior. En ambos
casos, en el sentido de la facilidad, no había nada que fuese compatible con el
orden, incluso revisado y corregido sobre el terreno.
En el asunto Osterloh, al cual habían dado imprudentemente los rojos el carácter
de una cuestión de conciencia en la cual la honradez atacaba al orden, tuvo que
intervenir Berlín y suscitó tantas dificultades que, según la declaración del
testigo, la jefatura de la S.S. de Buchenwald sólo pudo lograr que se echase
tierra al asunto. En general, las jefaturas de la S.S. tampoco deseaban
referirse a él. Temían las tardanzas, las indiscreciones,
[221] incluso los escrúpulos que podían tomar el de ligeras persecuciones y en
cabeza de los cuales estaba el envío a otra formación, lo cual en tiempo de
guerra tenía graves consecuencias. Teniendo a Berlín en una ignorancia casi
tctal, informándole sólo de lo que no podían ocultarle (48), regulaban al máximo
sobre el terreno.
Si se duda sobre ello, he aquí otro texto:
«Frecuentemente, tenían lugar en los campos las visitas de la S.S. Con este
motivo, la jefatura de la S.S. aplicaba un extraño método: por una parte
disimulaba todos los detalles accesorios; por otra organizaba verdaderas
exhibiciones. Todos los dispositivos que podían hacer adivinar que se torturaba
a los presos eran pasados en silencio por los guías, y se les ocultaba. De este
modo el famoso potro que se encontraba en la plaza era disimulado en un barracón
habitable hasta que partían los visitantes. Una vez, parece ser que se olvidaron
de tomar estos medidas de prudencia: al preguntar un visitante qué era este
instrumento, uno de los jefes del campo respondió que era un molde de
carpintería que servía para fabricar formas especiales. Igualmente eran
apartadas las horcas y las estacas en las cuales se colgaba a los presos. Los
visitantes eran conducidos a través de unas «instalaciones modelo»: enfermería,
cine, cocina, biblioteca, almacenes, servicio de limpieza de ropa y sección de
agricultura. Si entraban en algún bloque lo hacían en los que habitaban «fuera
del servicio» los peluqueros y los sirvientes de la S.S. y algunos presos
privilegiados, bloques que por este motivo nunca estaban superpoblados y siempre
se encontraban limpios. En la huerta, así como en el taller de escultura, los
visitantes de la S.S. a veces recibían regalos como recuerdo.» (Página 258.)
[222]
Esto en cuanto a Buchenwald. Si se quiere saber quiénes eran esos visitantes,
veámoslo:
«Había visitas colectivas y visitas particulares. Estas últimas eran
especialmente frecuentes en período de vacaciones, cuando los oficiales de la
S.S. enseñaban el campo a sus amigos o parientes. Estos eran igualmente, en su
mayoría, miembros de la S.S. o jefes de la S.A., a veces también oficiales de la
Wehrmacht o de la policía. Las visitas colectivas eran de diferentes clases. Se
veía frecuentemente a promociones de agentes de policía o gendarmes de un
cercano centro de formación, o a promociones de aspirantes de la S.S. Después de
comenzada la guerre, había también visitas de oficiales aviadores. De vez en
cuando, se veían igualmente paisanos. Una vez llegaron a Buchenwald delegaciones
de juventudes de los países fascistas que se habían reunido en Weimar para un
"congreso cultural". También iban al campo grupos de las juventudes hitlerianas.
Los visitantes de importancia, tales como el gauleiter Sauckel, el jefe superior
de la policía de Weimar, Hennicke, el príncipe de Waldeck-Pyrmont, el coude
Ciano, ministro de Asuntos Exteriores de Italia, comandantes de la
circunscripción militar, el jefe de Sanidad del Reich doctor Conti, y otros
visitantes de esta categoría quedaban frecuentemente hasta la hora de formar
filas por la noche.» (Página 257.)
Así pues, se ocultaban cuidadosamente las huellas o las pruebas de malos tratos,
no solamente en general a los visitantes extranjeros u otros, sino incluso a las
más altas personalidades de la S.S. y del III Reich. Yo me figuro que si estas
personalidades se hubieran presentado en Dachau y en Birkenau se les habría
suministrado respecto a las cámaras de gas explicaciones tan pertinentes como
sobre el «potro» de Buchenwald. Y yo planteo la cuestión: ¿Cómo se puede afirmar
después de esto que
[223] todos los horrores de los que han sido teatro los campos formaban parte de
un plan concertado en las «altas esferas»?...
En la medida en que, a pesar de todo lo que se le ocultaba, Berlín descubría
algo insólito en la administración de los campos, se dirigían llamadas al orden
a las jefuturas de la S.S.
Una de ellas, que procedía del jefe de la Sección D, estipulaba con fecha del 4
de abril de 1942 lo siguiente:
«El Reichsführer de la S.S. y jefe de la Policía alemana ha ordenado respecto a
sus órdenes de apaleamiento (tanto en los hombres como en las mujeres en prisión
preventiva) que en caso de que se añada la palabra «grave» conviene que se
aplique la pena en las posaderas al desnudo. En todos los demás casos, se
seguirá el método usado hasta el presente, conforme a las anteriores
instrucciones del Reichsführer de la S.S.»
Eugen Kogon, que cita esta circular, añade:
«En principio, antes de aplicar la pena a palos, la dirección del campo debía
solicitar la aprobación de Berlín y el médico del campo tenía que certificar al
W.V.H. de la S.S. que el preso tenía buena salud. Este fue el uso durante mucho
tiempo en todos los campos, hasta que al fin en gran número de ellos se comenzó
por enviar al preso al "potro" y darle tantos golpes como se juzgaba oportuno.
Luego, después de haber recibido la autorización de Berlín, se comenzaba de
nuevo, pero esta vez oficialmente.» (Página 99.)
No hay que advertir que el apaleamiento se aplicaba casi siempre en las
posaderas al descubierto y que para luchar contra este abuso y no para agravar
la pena, fue enviada a todos los campos la circular en cuestión.
Ciertamente, uno puede sorprenderse y encontrar bárbaro que el apaleamiento haya
sido uno de los castigos previstos. Pero ésa es otra cuestión: en un país como
Alemania en el que con el nombre de «Schlag» hasta fines de la guerra 1914-1918
estaba previsto para todo el mundo como el castigo más benigno, no resulta
sorprendente que haya sido mantenido por el nacional-
[224] -socialismo para los delincuentes mayores, sobre todo si se tiene en
cuenta que la república de Weimar obró de la misma manera. Más sorprende que en
un país como Francia, donde montones de circulares han confirmado su supresión
desde hace un siglo, millones de negros continúen estando expuestos a él y lo
sufran efectivamente con las posaderas al descubierto, puesto que tienen por
añadidura la mala suerte de vivir en regiones de la tierra donde no tienen
necesidad de ir vestidos.
Otra circular fechada el 28 de diciembre de 1942, procedente de la Oficina
central de administración económica de la S.S. (registrado en el libro de
correspondencia secreta con el número 66/42, referencia D/111/14h/82.42.Lg/Wy) y
llevando la firma del general Kludre de la S.S. y de las Armas S.S., dice:
«... Los médicos de los campos deben vigilar más de lo que lo han hecho hasta el
presente, la alimentación de los presos, y de acuerdo con las administraciones
deben someter al comandante del campo sus propuestas de mejora. No obstante,
éstas no deben quedar sobre el papel, sino que deben ser regularmente
controladas por los médicos de los campos.
»Es preciso que la cifra de mortalidad sea disminuida notablemente en cada
campo, pues el número de presos debe ser puesto al nivel exigido por el
Reichsführer de la S.S. Los médicos primeros del campo tienen que emplear todos
sus medios para conseguir esto... El mejor médico en un campo de concentración
no es el que cree útil distinguirse por una dureza fuera de lugar, sino el que
mantiene en el más alto grado posible la capacidad de trabajo a través de la
vigilancia y procediendo a cambios en los lugares de trabajo.» (Páginas 111 y
141, citado en dos veces.)
Quizá podrían venir otros documentos en apoyo de la tesis que sostengo: duermen
todavía en los archivos alemanes, donde, en caso de que ya estén puestos al día,
no han sido publicados por aquellos que han tenido la suerte de compulsarlos. El
método que se sigue para efectuar este trabajo es sorprendente. Por ejemplo, con
el título de El payaso no ríe David Rousset ha publicado una colección de
documentos relativos a las atrocidades
[225] alemanas en todos los dominios; él calla respecto a la segunda de las dos
precitadas circulares porque destruye en gran parte su argumentación; y si bien
cita la primera, adultera completamente el sentido de ella (49). A este
respecto, si bien hay motivos para desconfiar de las explicaciones e
interpretaciones de Eugen Kogon, hay que felicitarse de que haya sido lo
bastante objetivo - quizá incluso involuntariamente - para descubrir la verdad.
EL PERSONAL SANITARIO.
«En los primeros años el personal sanitario no tenía ninguna competencia. Pero
poco a poco logró una gran experiencia práctica. El primer Kapo de la enfermería
de Buchenwald era impresor; su sucesor Walter Kramer era una fuerte y animosa
personalidad, muy trabajador y con sentido de la organización. Con el tiempo
llegó a ser un notable especialista para las heridas y las operaciones. Por su
posición, el Kapo de la enfermería ejercía en todos los campos una influencia
considerable sobre las condiciones generales de existencia. Por eso los
detenidos (50) no llevaron nunca a un especialista a este cargo, aunque ello
hubiera sida posible en numerosos campos, sino a una persona que estuviese
dedicada enteramente al grupo reinante en el campo. Cuando, por ejemplo, el Kapo
Kramer y su más próximo colaborador Peix fueron fusilados por la S.S. en
noviembre de 1941, la dirección de la enfermería no pasó a un médico, sino que
por el contrario fue confiada al ex diputado comunista en el Reichstag Ernst
Busse. Este, con su adjunto Otto Kipp de
[226]
Dresde, se dedicó a la parte puramente administrativa (51) de este servicio cuya
actividad no dejaba de desarrollarse, y participó notablemente en la creciente
estabilización de las condiciones de existencia. Un especialista, colocado al
trente de este servicio, habría llevado sin duda alguna al campo a una
catástrofe, pues nunca hubiera podido ser capaz de dominar todas las complicadas
intrigas, y cuyo desenlace, yendo más lejos, era frecuentemente mortal.» (Página
135.)
Se estremece uno al pensar que semejante razonamiento haya podido ser hecho por
su autor sin turbarse, y se haya propagado entre el público sin levantar
irresistibles movimientos de indignada protesta. Para comprender bien todo el
horror, conviene saber que el Kapo escogía a su vez a sus colaboradores en
función de imperativos que tampoco tenían nada de común con la competencia. Y
entender que éstos que a sí mismos se llaman «jefes de los presos», exponiendo a
millares de desgraciados a la enfermedad, golpeándoles y robándoles su comida,
les hacían cuidar finalmente, sin que la S.S. les obligase a ello, por personas
que eran absolutamente incompetentes.
El drama comenzaba en la puerta de la enfermería:
«Cuando finalmente llegaba allí el enfermo, primero tenía que formar fuera en la
cola, aun con mal tiempo, y con el calzado limpio. Como no era posible examinar
a todos los enfermos, y por otra parte se encontraban entre elles muchos presos
que sólo tenían el comprensible deseo de huir del trabajo, un fornido portero
preso procedía a la primera selección radical de los enfermos.» (Página 130.)
El Kapo, escogido porque era comunista, elegía un portero no porque fuese capaz
de distinguir los enfermos de los demás, o bien entre los primeros a los graves,
sino porque era fornido y podía propinar fuertes palizas. No es preciso señalar
que le mantenía en buenas condiciones físicas con una sopa suplementaria. Las
razones que presidían la designación de los enfermeros
[227] eran de una inspiración tan noble, annque no fuesen de la misma
naturaleza. Si en las enfermerías de los campos hubo médicos, aunque
tardíamente, fue porque lo impusieron los de la S.S. Incluso fue necesario que
viniesen ellos mismos a separarles de la masa cuando llegaban los convoys. Paso
por alto las humillaciones y hasta las medidas de retorsión de que fueron
víctimas los médicos, cada vez que opusieron los imperativos de la conciencia
profesional a las necesidades de la política y de la intriga.
Eugen Kogon ve ventajas en el procedimiento: el Kapo Kramer se había convertido
en "un notable especialista para las heridas y las operaciones" y añade:
«Un buen amigo mío, Willy Jellineck, era pastelero en Viena... En Buchenwald era
enterrador, es decir un cero en la jerarquía del campo. En su calidad de judío,
joven, de alta talla y de una fuerza poco ordinaria, tenía pocas probabilidades
de sobrevivir al período de Koch. Y sin embargo, ¿gué llegó a ser? Nuestro major
experto en tuberculosis, un notable perito que ha ofrecido ayuda a machos
camaradas y que era además bacteriólogo del bloque 50...» (Página 324.)
Yo quiero... Quisiera hacer abstracción del empleo y de la suerte de los médicos
de oficio a los que la Häftlingsführung juzgó menos interesantes individual y
colectivamente que a Kramer y Jellineck. Quiero incluso haber abstracción
también del número de muertos que han pagado la notable prueba de estos últimos.
En caso de que se admita que estas consideraciones son insignificantes, ya no
hay razón para no extender esta experiencia al mundo de fuera de los campos de
concentración y generalizarla. Se podrían dictar inmediatamente con toda
tranquilidad dos decretos: el primero suprimiría todas las facultades de
medicina y las reemplazaría por centros de aprendizaje de los oficios de
pastelero y de tornero; el segundo enviaría a las diversas empresas de obras
públicas a todos los médicos que atestan los hospitales o que tienen consulta
particular, con el fin de reemplazarles por pasteleros o torneros comunistas o
comunistoides.
Yo no dudo que estos últimos saldrían airosamente; en lugar de reprocharles las
muertes de todo género que ocasionarían,
[228] se podría poner en su activo la pericia con la cual triunfarían en todas
las intrigas de la vida política. Es una manera de ver las cosas.
ABNEGACIÓN.
«Desde el principio, los presos que pertenecían al personal de los servicios
dentales trataron de ayudar en todo lo posible a sus camaradas. En todos los
centros dentales trabajaban clandestinamente, exponiéndose a graves riesgos y de
una manera apenas concebible. Se fabricaron dentaduras, aparatos de prótesis y
puentes para los presos a los cuales habían partido los dientes los de la S.S o
que los habían perdido con motivo de las condiciones generales de vida.» (Página
131.)
Es exacto. Pero los "camaradas" ayudados eran siempre los mismos: un Kapo, un
jefe de bloque, un Lagerältester, un secretario, etc. Los de la masa que habían
perdido sus dientes por las razones indicadas murieron sin haber recuperado
otros artificiales, o tuvieron que esperar hasta la liberación para ser
cuidados.
La clandestinidad de este trabajo era, por lo demás, muy especial y llevaba el
acuerdo previo de la S.S.
«Durante el invierno 1939-1940 se llegó a crear una sala clandestina de
operaciones gracias a la estrecha colaboración de una serie de comandos y al
acuerdo tácito del doctor Blies de la S.S....» (Página 132.)
Se apreciará su alcance y sus consecuencias si se tiene en cuenta que las
instalaciones dentales y quirúrgicas estaban previstas en provecho de todos los
presos de todos los campos. Y que gracias a la complicidad de algunos de la S.S.
bien situados, esas instalaciones pudieron ser desviadas de su fin en provecho
exclusivo de la Häftlingsführung. Mi opinión es que si aquellos que procedían a
este desvío «se exponían a graves riesgos» resulta muy de justicia... visto
desde abajo.
[229]
El mismo Eugen Kogon siente la fragilidad de este razonamiento:
« El último año, la administración interna de Buchenwald estaba tan sólidamente
organizada, que la S.S. ya no tenía el derecho de inspección sobre determinadas
cuestiones interiores muy importantes.
»Fatigada, la S.S. se había acostambrado ahora a "dejar ir las cosas a su ritmo"
y, en conjunto, permitía actuar a los políticos.
»Ciertamente, siempre era la clase dirigente la que, identificándose más o menos
(52) con las fuerzas antifascistas activas, se aprovechaba más de este estado de
cosas: la masa de los presos sólo se beneficiaba ocasional e indirectamente de
ventajas generales, frecuentemente en este sentido de que ya no había que temer
más la intervención de la S.S. cuando la dirección de los presos, por su propia
autoridad, había tomado medidas en interés de todos.» (Página 284.)
Evidentemente, se puede interpretar que si «la S.S., en conjunto, permitía
actuar a los políticos y dejaba ir las cosas a su ritmo» era porque estaba
«fatigada» o «habituada»: también es una manera de ver las cosas... No por ello
quedaré menos persuadido de que fue porque los políticos le habían dado pruebas
numerosas y perceptibles de su adhesión al mantenimiento del orden, por lo cual
había inferido ella que podía otorgarles su cofianza en un elevado número de
casos.
En cuanto a las «medidas tomadas en interés de todos», quizá evitaban la
intervención de la S.S., pero era precisamente en esta singular «ventaja» en la
que radicaban las causas de todas las catástrofes que se descargaban sobre la
masa: más vale ser tratado por Dios que por sus santos. Además, si el poder se
consolida en la medida en que logra dividir a las posibles oposiciones, también
se debilita recíprocamente por ]as disensiones entre los que participan de él:
desde este punto de vista, una S.S. ejerciendo un control constante y meticuloso
de todo lo que pasaba en el campo, hubiera sustituido la desconfianza por el
espíritu de connivencia en todas las relaciones que mantenía con la
[230] Häftlingsführung. Que la S.S. no quería esto, se comprende fácilmente.
Pero la otra tampoco lo quería: había pasado deliberadamente el Rubicón, y, en
vez de una situación que le hubiese asemejado a la masa de los detenidos,
prefería - costase lo que le costase a la comunidad - la posibilidad de
practicar una adulación rastrera cuyos insignificantes beneficios le salvaban la
vida sumándose los unos a los otros.
CINE, DEPORTES.
«Una o dos veces por semana, a menudo con interrupciones bastante largas, el
cine presentaba películas divertidas y documentales. Dadas las horribles
condiciones de existencia que reinaban en los campos, más de un camarada no se
decidía a ir al cine.» (Página 128.)
«Cosa extraña, en los campos había algo parecido al deporte. No obstante, las
condiciones de vida no se prestaban especialmente a ello. Pero había sin embargo
jóvenes que creían tener aún fuerzas para gastar, y lograron obtener de la S.S.
autorización para jugar al fútbol.
»Y los débiles que apenas podían caminar, los seres descarnados, los consumidos,
los medio muertos sobre sus piernas temblorosas, los hambrientos, asistían con
placer a este espectáculo...» (Páginas 124 y 125.)
Estos débiles, estos hambrientos, estos medio muertos de los que dice Eugen
Kogon que asistían con placer, aunque fuese de pie, a un partido de fútbol, son
los mismos de los que piensa que, dadas las horribles condiciones de existencia,
no tenían el ánimo para ir al cine, donde se estaba sentado.
La verdad es que no iban al cine porque cada vez que había sesión todas las
plazas estaban reservadas para la gente de la Häftlingsführung En el fútbol era
diferente: el terreno estaba al aire libre, a la vista de todos, y el campo era
grande. Todo el mundo podía asistir. También era necesario que no se le
ocurriese a algún Kapo el irrumpir con la porra en la mano entre la masa de
asistentes y empujase a todos estos desdichados hacia los bloques
[231] con el pretexto de que mejor harían en aprovechar la tarde del domingo
para descansar.
Respecto a los «jóvenes que creían tener fuerzas para gastar» y que formaban los
equipos de fútbol, se trataba de gente de la Haftlingsfÿhrung o de sus
protegidos: se atiborraban de los alimentos robados a los que les miraban, no
trabajaban y disponían por tanto de buenas condiciones físicas.
LA CASA DE TOLERANCIA.
«El burdel era conocido con la pudorosa denominación de Sonderbau (53)... Para
la gente que no tenía altas relaciones, el tiempo de visita estaba fijado en
veinte minutos... Por parte de la S.S. la finalidad de esta empresa era
corromper a los políticos... La dirección ilegal del campo había dado la
consigna de no ir a él. En conjunto, los políticos siguieron la consigna, de
modo que el propósito de la S.S. quedó frustrado.» (Páginas 170 y 171.)
Como el cine, el burdel sólo era accesible a la gente de la Häftlingsführung, la
única que por otra parte podía encontrarle alguna utilidad. Nadie se ha quejado
nunca y todas las discusiones que podrían establecerse en torno a este hecho no
tienen ningún interés. Sin embargo, quiero advertir que:
«Algunos presos sin moralidad, y entre ellos un gran número de políticos, han
mantenido horribles relaciones, primeramente a través de la homosexualidad,
luego con la pederastia tras la llegada de los jóvenes.» (Página 236.)
Mi opinión es que los políticos en cuestión hubiesen hecho mejor en ir al
burdel, ya que se les ofrecía la posibilidad. El razonamiento consistente en
alabarles por haber rechazado el ofrecimiento con el pretexto de no dejarse
corromper (!...), se convierte en una monstruosa impostura a partir del momento
en que conduce a la corrupción de los jóvenes. Añado aún que fue
[232] justamente para quitar toda excusa y justificación a esta corrupción de
menores, para lo que la S.S. tenía previsto el burdel en todos los campos...
SOPLONERÍA.
«Las jefaturas de la S.S. colocaban espías en los campos para estar informadas
de los sucesos internos... La S.S. sólo obtenía resultados con espías escogidos
en el propio campo: delincuentes comunes, asociales y también políticos...
(Página 276.)
«Era muy raro que la Gestapo escogiese en los campos presos para hacer de ellos
espías y soplones. La Gestapo hizo tan malas experiencias con las tentativas de
este género, que felizmente sólo empleó este media en casos muy raros.» (Página
225.)
Parece bastante sorprendente que un procedimiento que daba resultados cuando era
empleado por la S.S., pudiese fracasar al servicio de la Gestapo. De hecho, es
exacto sin embargo que la Gestapo sólo excepcionalmente recurrió a él: no tenía
necesidad. Todo internado que conservaba una parte de poder o un empleo por
recomendación era más o menos un soplón que informaba a la S.S. directamnente o
por mediación de otra persona: cuando la Gestapo quería un informe, le bastaba
con pedírselo a la S.S...
Examinados atentamente , los campos estaban cogidos en las mallas de una vasta
red de soplones. En la masa estaban los pequeños, los mercachifles del oficio
que informaban a la gente de la Häftlingsführung por servilismo congénito, por
una sopa, un pedazo de pan, una barra de margarine, etc., o incluso
inconscientemente. Por grandes que hayan sido, sus fechorías no han entrado aún
en la historia por falta de historiadores. Por encima de ellos, estaba toda la
Häftlingsführung, que cuando era menester espiaba a la masa por cuenta de la
S.S. Finalmente, la Häftlingsführung estaba compuesta por individuos que se
espiaban entre ellos.
En estas condiciones, la delación tomaba frecuentemente aspectos singulares:
[233]
«Wolf (antiguo miembro de la S.S., homosexual y Lagerältester en 1942) se puso a
denunciar por cuenta de sus amigos polacos (era el amante de un polaco) a otros
camaradas. Incluso en cierta ocasión, fue lo bastante insensato como para
proferir amenazas. Sabía que un comunista alemán de Magdeburgo iba a ser
liberado. Cuando le dijo que sabría impedir su liberación señalándole por
actividad política en el campo, recibió como respuesta que la S.S. conocería sus
prácticas de pederastia. La contienda se envenenó hasta el punto de que la
dirección ilegal del campo se adelantó a la acción de los fascistas polacos
entregándoles a la S.S.» (Página 280.)
Dicho de otra manera, la denuncia que era una ignominia cuando era practicada
por los verdes, se convertía en una virtud, incluso con carácter preventivo,
cuando era hecha por los rojos. ¡ Dichosos rojos que pueden librarse colocando
la etiqueta de «Fascista» sobre la frente de sus víctimas!
Pero en lo siguiente se ve mejor:
«En Buchenwald tuvo lugar , en 1941, el caso más famoso y más siniestro de
denuncias voluntarias (54) cuando el emigrado ruso blanco Gregorij
Kushnir-Kushnarev, que pretendía ser general zarista y ganó durante meses la
confianza de numerosos medios, se puso a entregar al cuchillo de la S.S. a toda
clase de camaradas, especialmente de prisioneros rusos. Este agente de la
Gestapo, responsable de la muerte de centenares de presos, se atrevía también a
denunciar de la manera más infame (55) a todos aquellos con los cuales había
entrado en conflicto, incluso por motivos secundarios. Durante mucho tiempo no
fue posible cogerle solo para matarle, pues la S.S. velaba especialmente por él.
Finalmente, ella le nombró, de hecho, director del secretariado de los presos.
En este puesto no se contentó con provocar la caída de todos aquellos
[234]
que no le agradaban, sine que entorpeció el empleo de los servicios de la
organización autónoma de presos en favor de los detenidos. Finalmente, en los
primeros días de 1942, se sintió enfermo y fue lo bastante estúpido como para
dirigirse a la enfermería. Así se entregó a sus adversarios. Con la
autorizaciórõ del doctor Hoven de ta S.S., que había trabajado durante mucho
tiempo en este asunto y estaba de parte de los potíticos, se declaró
inmediatamente que Kushnir era contagioso, se le aisló, y unas horas más tarde
se le mató con una inyección de veneno.» (Página 276.)
Gregorij Kushnir-Kushnarev probablemente era culpable de todo lo que se le
acusa, pero todos aquellos que han trepado por los escalones de la jerarquía de
los campos de concentración y han ocupado el mismo puesto antes o después que
él, se han portado de la misma manera y tienen sobre su conciencia los mismos
crímenes. Este no tenía la aprobación de Eugen Kogon... Sea lo que sea, es
difícil de creer que la S.S., en la persona del doctor Hoven, haya tomado
gratuitamente una parte tan activa en su eliminación.
Eugen Kogon añade:
«Recuerdo todavía el suspiro de alivio que pasó a través del campo, cuando con
la rapidez del relámpago se difundió la noticia de que Kushnir había muerto en
la enfermería.»
El clan del que formaba parte el testigo lanzó sin duda alguna un suspiro de
alivio, y esto se concibe ya que esta muerte significaba su advenimiento al
poder. Pero el suspiro fue sólo de satisfacción en el resto del campo, en el que
la muerte por ejecución de un miembro influyente de la Häftlingsführung siempre
era acogida con alguna esperanza de ver mejorar por fin la suerte común. Al cabo
de algún tiempo, se descubría que nada había cambiado y hasta la siguiente
ejecución resultaba indiferente para todo el mundo el ser sacrificado en el
altar de la verdad o en el de la mentira, unidos ambos en el horror.
[235]
TRANSPORTES.
«Se sabe que en los campos la oficina estadística del trabajo, formada por
presos, administraba el empleo de los trabajadores bajo el control y las
instrucciones del jefe de la mano de obra y del servicio del trabajo. Con los
años, la S.S. no pudo atender las enormes peticiones. En Buchenwald, el capitán
Schwarz de la S.S. sólo intentó una vez formar por sí mismo un transporte de mil
presos. Después de haber hecho permanecer a casi todo el campo media jornada en
la plaza para pasar revista, logró reunir 600 hombres. Pero los individuos
examinados que hubieran tenido que salir de la fila se marcharon sencillamente
en otras direcciones y nadie quedó en manos de Schwarz...» (Página 286.)
A mi juicio, no había ningún inconveniente para que la experiencia Schwarz se
repitiese cada vez que se tratase de organizar un transporte hacia cualquier
lugar de trabajo: si la S.S. nunca hubiera podido lograrlo, hubiera sido mejor.
Pero:
«A partir de este momento, el jefe de la mano de obra confió a los presos de la
Arbeitsstatistik todas las cuestiones sobre el reparto del trabajo.» (Ibídem.)
Y después de haber sido uno seleccionado en la plaza, ya no era posible
"marcharse en otras direcciones" como con Schwarz: todos los Kapos, jefes de
bloque, Lagerschutz (56) etc., con la porra de goma en la mano, formaban una
amenazadora barrera contra toda tentativa de huida. Comparado con ellos, el S.S.
Schwarz resultaba un bonachón. Eran comunistas, antifascistas, antihitlerianos,
etc., pero no podían tolerar que alguno turbase el orden hitleriano de las
operaciones, o intentase disminuir el esfuerzo bélico del III Reich procurando
escapar a él. En cambio, tenían el derecho de designar a los presos que
formarían parte de los transportes y preparaban las listas de ellos con un afán
por encima de todo elogio, como ya hemos indicado anteriormente.
[236]
CUADRO.
«Una posibilidad resultante del "poder ofrecido por la corrupción" era el
enriquecimiento de uno o varios hombres a expensas de los demás. Esto tomó a
veces en los campos proporciones vergonzosas, incluso en aquellos en los que los
políticos estaban en el poder. Más de uno que se aprovechaba de su posición ha
llevado una vida de príncipe mientras que sus camaradas morían a centenares.
Cuando las cajas de víveres destinadas al campo, con manteca, salchichones,
conservas, harina y azúcar, eran sacadas fraudulentamente del campo por los
cómplices de la S.S. para ser enviadas a las familias de los presos de que se
trata, ciertamente no se puede decir que esto estaba justificado. Pero lo más
exasperante era cuando los miembros de menor importancia de la Häftlingsführung,
en una época en que los S.S. territoriales ya no llevaban botas altas sino
simples zapatos del ejército, se paseaban orgullosamente con trajes de moda y
hechos a la medida, como ridículos magnates, y ¡ a veces incluso llevando un
perrito con una cuerda! ¡ Esto en un caos de miseria, de inmundicia, de
enfermedad, de hambre y de muerte! En este caso "el instinto de conservación"
sobrepasaba todo límite razonable y desembocaba en un fariseísmo ciertamente
ridículo pero duro como la piedra, y que se acomodaba mal a los ideales sociales
y políticos proclamados al mismo tiempo por estas personas.» (Página 287.)
Así era en todos los campos. Salvo la indulgencia y algunas reticencias, no se
podría exponer mejor, ni en menos palabras, todas las razones del horror: el
instinto de conservación. Y todos sus medios: la corrupción.
Si bien se podría interrumpir aquí el comentario de este cuadro, también se
puede tomar ejemplo en él para determinar que el instinto de conservación, tema
muy antiguo, es una cosa totalmente distinta a lo que una moral pueril enseña.
Desde el feroz Guitton que, sitiado por Richelieu en La Rochelle, se hacía
[237] sangrías para alimentar a su hijo con la sangre cocida, hasta Saturno que
devoraba a sus hijos al nacer para escapar a la muerte con la que le amenazaba
el Titán, es susceptible de las más variadas reacciones humanas. En una sociedad
que asegura desde el principio la vida a todos los individuos, hay más hombres
como Guitton que como Saturno: el comportamiento individual no permite de
ninguna manera afirmar lo contrario, salvo en caso excepcional. Pero este
comportamiento sólo es un barniz al que nada araña. Basta con rasparle un poco:
si las condiciones sociales cambian brutalmente, la naturaleza humana aparece
con todo el valor que une a la vida.
El buen sentido popular conta en la voz de todos los niños de Francia que Il
était un petit navire... (57), y se consuela en la medida en que cree disminuir
el horror de la situación afirmando que «se echaron pajas» para saber quién
sería comido, en vez de dejar la decisión a una conjura, o tomarla
«democráticamente» en asamblea general. Pero este buen sentido popular no dejó
de indignarse cuando supo que en la realidad el pequeño navío se había
convertido en el dirigible del general italiano Nobile, estrellado en los hielos
polares, y cuando se enteró de que el general fue acusado de haber sobrevivido
hasta la llegada de la expedición de socorro que localizó los restos, comiéndose
a uno o varios de sus compañeros. Si ella no reacciona violentamente contra los
relatos de los campos de concentración, es porque no resalta con claridad cómo
la burocracia interna se ha comido a la masa de presos utilizando todos los
medios de corrupción, guardando para ella las pajas más cortas y encargando del
sorteo a la S.S.
Antes de esta guerra, yo mismo he conocido a muchas personas que «preferían
morir de pie a vivir de rodillas». Sin duda alguna eran sinceras, pero en los
campos han vivido en el colmo del servilismo, y algunas de ellas han cometido
los peores crímenes. Al volver a la vida civil, o simplemente a la vida,
inconscientes de la derrota que han sufrido en el ejemplo que ellos mismos han
dado, siguen siendo tan intransigentes en el proyecto, pronuncian los mismos
discursos y... están dispuestos a empezar a hacer con el bolchevique lo que han
hecho con el nazi.
En realidad, se aprecia muy bien que fuera del instinto de
[238] conservación que ha intervenido en todos los grados jerárquicos, tanto en
el simple preso ante el burócrata, como en el burócrata ante la S.S. e incluso
en la S.S. ante sus superiores, no hay explicación valedera para los
acontecimientos del mundo de los campos de concentración. Se aprecia muy bien
pero no se quiere admitirlo. Entonces se puede recurrir al psicoanálisis: ya los
médicos de Molière hablaban a sus enfermos en un latín que no conocían mejor que
su profesión y tenían el asentimiento resignado de la opinión pública.
APRECIACIONES.
«Los acontecimientos en los campos de concentración están llenos de
singularidades, tanto por parte de la S.S. como por la de los presos. En
general, las reacciones de los prisioneros parecen más comprensibles que las de
sus opresores. Las primeras quedaban en efecto en el campo de lo humano,
mientras que las otras estaban marcadas por lo inhumano.» (Página 305.)
A mi juicio, sería más justo decir que las reacciones de unos y otros
pertenecían a lo humano, en el sentido biológico de la palabra, y que en lo que
atañe más especialmente a la Häftlingsführung y a la S.S. ambas estaban marcadas
por lo inhumano en el sentido moral.
Más adelante, puntualiza Eugen Kogon:
«Los que menos se han transformado en los campos son los asociales y los
criminales profesionales. La razón debe ser buscada en el paralelismo entre su
estructura psíquica y social y la de la S.S.» (Página 320.)
Quizá. Pero también es necesario reconocer que si el ambiante de los campos no
era adecuado para que naciese la mentalidad de un político en un asocial o en un
criminal, suministraba por el contrario múltiples razones a un político para que
se transformase en un bribón. Este fenómeno no es peculiar del campo de
concentración: se observa constantemente en todos los reformatorios y prisiones
donde se pervierte con el pretexto de regenerar.
[239]
La teoría de la represión, del profesor Freud, explica muy bien todo esto y
sería pueril insistir en ello. La del valor del ejemplo no lo contradice: en
todas estas instituciones, la mentalidad del conjunto, resultante de una
práctica sistemática de la coacción, tiende a amoldarse al nivel más bajo,
generalmente representado por el guardián, lazo de unión entre todos los presos.
No hay por qué extrañarse: el medio social en el que vivimos, y que rechaza el
de los campos con tan virtuosa indignación pero practicándolo en grados
diversos, ha permitido al político convertido en granuja - momentáneamente,
confío - el ¡ figurar como héroe!
Esto se debe sin duda a que ha presentido en este orden de ideas el reproche que
Eugen Kogon, adelantándose, ha escrito en su Prólogo:
«Era un mundo en sí, un Estado en sí, un orden sin derecho en el cual se
arrojaba a un ser humano, que a partir de ese momento, sacando partido de sus
virtudes y sus vicios - más vicios que virtudes - sólo combatía para salvar su
miserable existencia. ¿Luchaba sólo contra la S.S.? ¡ Por supuesto que no! Le
era preciso luchar otro tanto, si no más, contra sus compañeros de cautiverio...
(58).
»Decenas de milares de supervivientes a los que el régimen de terror ejercido
por arrogantes compañeros de infortunio ha hecho sufrir aún más quizá que las
infamias de la S.S., me agradecerán por haber señalado igualmente este otro
aspecto de los campos, por no haber tenido miedo de descubrir el papel
representado en diversos campos por ciertos tipos políticos que hoy pregonan a
voces su antifascismo intransigente. Yo sé que algunos camaradas míos se han
desesperado viendo cómo la injusticia y la brutalidad fueron adornadas después
con la aureola del heroísmo por personas honradas que no sospechaban nada. Esos
explotadores de los campos no serán ensalzados en mi estudio porque éste ofrece
los medios para hacer palidecer esas glorias usurpadas. ¿ En qué campo
estuviste? ¿En qué Kommando? ¿Qué función ejercías? ¿Qué color llevabas? ¿A qué
partido pertenecías? Etc.» (Página 17.)
[240]
Lo menos que se le puede decir es que el testigo no ha cumplido su promesa: se
buscaría en vano en toda su obra un tipo político al que él acuse concretamente.
Por el contrario, desde el principio al final, defiende al partido comunista
indirecta o expresamente:
«Este muro elástico levantado contra la S.S... Fueron los comunistas alemanes
los que suministraron los mejores medios para llevar a cabo esta tarea.
»Los elementos antifascistas, es decir, en primer lugar los comunistas...»
(Página 286.)
etc., y en consecuencia a la burocracia de los campos, ya que sólo podían
pretender entrar y quedarse en ella los que decían que eran comunistas. En
cierta medida, habla también a favor de sí mismo, y dudo mucho de que después de
haber cerrado el libro, incluso el lector menos avisado no tenga un deseo
irresistible de aplicarle el método que él aconseja: ¿qué funciones ejercías tú?
La conclusión de todo esto es la siguiente:
«Los relatos de los campos de concentración despiertan generalmente, a lo sumo,
extrañeza o algún gesto; difícilmente se convierten en una cosa que impresione
al espíritu y en ningún caso llegan a conmover al corazón.» (Página 347.)
Evidentemente, ¿pero quién es culpable? En el entusiasmo de la liberación, al
exteriorizar un resentimiento acumulado durante los largos años de la ocupación,
la opinión pública ha admitido todo. Al normalizarse progresivamente las
relaciones sociales y al purificarse la atmósfera, ha resultado cada vez más
difícil el subyugarla. Hoy todos los relatos de los campos de concentración le
parecen mucho más justificaciones que testimonios. La opinión pública se
pregunta cómo ha podido caer en la trampa, y con un poco más haría pasar a todos
al banquillo de los acusados.
[241]
NOTA BENE.
He hecho caso omiso de cierto número de historias inverosímiles y de todos los
artificios de estilo.
Entre las primeras, es preciso señalar la mayor parte de las relativas a la
escucha de emisiones extranjeras: yo no he creído nunca que fuese posible montar
y utilizar un receptor clandestino en el interior de un campo de concentración
Si la Voz de América, de Inglaterra o de Francia libre penetraron a veces en
elloes, fue con el consentimiento de la S.S., y sólo un número muy reducido de
presos privilegiados pudo aprovecharse de estolen circunstancias que dependían
exclusivamente del azar. Así, esto me sucedió personalmente en Dora durante el
corto período que ejercí las nobles funciones de Schwung (ordenanza) del
Oberscharführer (brigada, según creo) que mandaba la Hundestaffel (compañía o
sección de perros).
Mi trabajo consistía en mantener en estado de limpieza un bloque de soldados de
la S.S. de mayor o menor graduación, dur lustre a sus botas, hacer las camas,
limpiar los platos, etc., todo lo cual lo hacía con el mayor respeto y
concienzudamente. En cada una de las habitaciones de este bloque había un
receptor de radio: ni por todo el oro del mundo me hubiese permitido girar el
botón, aún teniendo la certidumbre absoluta de estar totalmente solo. Por el
contrario, sucedió dos o tres voces, hacia las ocho de la mañana, cuando todos
sus subordinados se encontraban en el trabajo, el llamarme mi Oberscharführer a
su cuarto, conectar el receptor con la B.B.C. en francés, y pedirme que le
tradujese lo que escuchaba a escondidas.
Al volver por la noche al campo, yo se lo comunicaba en voz baja a mis amigos
Delarbre (de Belfort) y Bourguet (del Creusot), recomendándoles encarecidamente
que lo guardasen para ellos o lo transmitiesen solamente a los camaradas muy
seguros, e incluso en una forma bastante estudiada para no llamar la atención y
no permitir el remontarse a los orígenes.
No nos pasó nada (59). Pero al mismo tiempo hubo en el campo un asunto de
escucha de emisoras extranjeras, en el cual - según creo - estuvo mezclado
Debeaumarché. Yo no he sabido nunca de qué se trataba exactamente: uno de los
miembros de
[242] este grupo se me acercó un día contándome que tenía un receptor
clandestino en el campo, que por medio de él un movimiento político recibía
órdenes de los ingleses, etc., y corroboró sus declaraciones dándome noticias
que yo había escuchado por la mañana o la víspera con mi Oberscharführer. Le
confesé mi escepticismo en tales términos que me empezó a considerar como uno
del que era necesario desconfiar. Esta fue mi suerte: unos días después hubo en
el campo detenciones en masa, en tre ellas la del interesado y el propio
Debeaumarché. Todo este terminó en que algunos fueron colgados. Verosímilmente
se trataba en su origen de un preso en el mismo caso que yo, que había hablado
demasiado y cuyos imprudentes chismes habían llegado a través de un soplón de la
Häftlingsführung hasta el Sicherheitsdienst (servicio de la policía secreta de
la S.S.)
Cuando Eugen Kogon escribe:
«Yo he pasado muchas noches con unos pocos iniciados ante un receptor de cinco
lámparas que le había cogido al doctor Ding-Schuller de la S.S. "para hacerlo
reparar en el campo". Escuchaba La Voz de América en Europa así como el
Soldatensender West (60) para taquigrafiar las noticias de importancia.» (Página
283.)
Le creo fácilmente. Aunque me inclino más a pensar que ha escuchado emisiones,
sobre todo en compañía del doctor Ding-Schuller (61). Pero todo lo demás es sólo
una manera de dar consistencia al cuadro, por un lado para hacer creer en un
comportamiento revolucionario de los que detentaban el poder, y por otro para
disculpar mejor sus monstruosos abusos.
[243]
En cuanto a los artificios de estilo, he omitido también afirmaciones como:
«... se piensa en las prestaciones de juramento de los aspirantes de la S.S. en
la catedral de Quedlinburg, a medianoche, en la que ante los restos mortales
(por otra parte supuestos, pero declarados poco antes como auténticos) de
Enrique I, fundador del poderío alemán oriental en el medioevo, se dedicaba
Himmler a desarrollar la mística de la «comunidad de los conjurados». Después,
bajo un sol radiante, iba a cualquier campo de concentración para ver azotar
(62) en serie a los presos políticos.» (Página 24.)
o como la siguiente:
« La señora Kock, que antes había sido taquigrafa en una fábrica de cigarrillos,
a veces tomaba baños en vino de Madeira que era vertido en una bañera,» (Página
266.)
que abundan a cuenta de todos los grandes personajes del régimen nazi y que
crean excelentes efectos de sadismo. Ellas me parecen depender del mismo estado
de espíritu que llevó a Le Rire a publicar, en septiembre de 1914, una
fotografia del niño con las manos cortadas; a Le Matin del 15 de abril de 1916 a
presentar como un paranoico canceroso, al que sólo le quedaban como máximo unes
meses de vida, al emperador Guillermo II, que acabó sus días, unos veinte años
después, en un retiro dorado cerca de Hammerongen, y a Henri Desgranges en
L'Auto en septiembre de 1939 a burlarse de un Goering al que le faltaba jabón
blando para lavarse. La vulgaridad del procedimiento sólo es igualada por la
credulidad popular y la imperturbabilidad con la cual, aquellos que lo emplean,
repiten sus historias respecto a todos los enemigos en todas las guerras.
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1 / Esta cita no está truncada, a pesar de la falta de sintaxis que podría
hacerlo creer y que ponen en evidencia las palabras subrayadas. En «El derecho
de vivir» del 15 de diciembre de 1950, el señor Martin-Chauffier ha pretendido
en los siguientes términos que el texto estaba correctamente escrito: "Es inútil
añadir que la falta de sintaxis no existe una mentira más sino que un punto y
coma introducido por el señor Rassinier en lugar de los dos puntos que yo había
puesto pueden engañar a los que no están muy seguros de su gramática." Pues
bien, el señor Martin-Chauffier está persuadido de que un clavo saca otro clavo.
Y está demasiado «seguro de su gramática» para que se le pueda contar fácilmente
las relaciones que existen entre el verbo y su sujeto o el pronombre y su
antecedente. Moraleja: un señor que sale de la Escuela de Archiveros parece ser
que no está obligado a saber lo que se exige a un niño de diez años para
admitirle en la 6.ª clase. Nada de discutir por discutir, hemos restablecido los
dos puntos reclamados por el señor Martin-Chauffier y que una malhadada errata
había reemplazado efectivamente por un punto y coma en la primera edición; al
lector que vea que esto modifica en algo la cuestión le rogamos que nos escriba
(se le recompensará!).
(*) Rassinier observa que en la cita recogida como la palabra "aquéllos" va en
plural el resto de las palabras subrayadas debiera ir en el mismo número. Al
replicar, Martin-Chauffier comete de nuevo la falta cuando dice "un punto y
coma.., pueden engañar...". Véase también la página 295, nota 176. (N. del T.)
2 / Subrayado en el texto.
3 / Enfermería.
4 / Que yo sepa sólo ha sido citado por Jean Puissant en su libro La colina sin
pájaros (ediciones del Rond-Point, 1945). Una monografía honesta y minuciosa el
mejor testimonio sobre los campos.
5 / Jefes de cuarto, ayudantes y enfermeros.
6 / Dominique Canavaggio dice justamente "ya": es decir, no lo había sido
siempre.
7 / «Los franceses deben saber y deben guardar en la memoria que los mismos
errores llevarán a los mismos horrores. Deben quedar advertidos del carácter y
de las taras de sus vecinos más allá del Rhin, raza de dominadores, y es por eso
por lo que el n· 43.652 ha escrito estas líneas. Franceses, estad alerta y no
olvidéis nunca.» (Hermano Birin, 16 meses de presidio, pág. 117.) Por otra
parte, «el boche» había vuelto a florecer en todos los labios, con el odio que
se une a la palabra cuando se la pronuncia bien.
8 / La prueba. «Mientras que varias centenas de millares de "personas
desplazadas" adultas han logrado abandonar los campos y partir hacia las dos
Américas, millares de niños han quedado con los ancianos bajo el control del
I.R.O. en los siniestros barracones de Alemania, Austria e Italia. Pero la
organización internacional de refugiados cesará definitivamente sus trabajos en
unos meses y uno se pregunta cuál será la suerte de estos huérfanos abandonados
dos veces.
De aquí en adelante su situación es trágica, pues en ciertos campos sólo reciben
la alimentación equivalente a trescientas o cuatrocientas calorías diarias, y
nadie sabe si esta ración insuficiente podrá ser mantenida. La mortalidad, en
tales condiciones, ocasiona terribles estragos.» (La Bataille, 9 de mayo de
1950.) El diario precisa que son 13 millones los que viven así, en una Europa
desembarazada de Hitler, de Mussolini y de toda preponderancia fascista
reconocida. Yo pido que se avergüen los tratamientos a los cuales les someten
sus guardianes. P. R.
9 / Esta teoría está afirmada con mayor claridad en Los días de nuestra muerte.
10 / Soldado de la S. S. Responsable de la vida de un bloque.
11 / Jefe de los presos, escogido entre ellos por la S.S.
12 / En alemán los campos eran denominados "Schutzhaftlager", es decir, campo de
presos protegidos (contra el furor del pueblo).
13 / Campos de concentración, de trabajo y de castigo.
14 / Dirección del campo por los propios detenidos (Véase la página 78).
15 / Esta distinción le había sido acordada por la pandilla reinante. Se trata
de Marcel Paul. (Véase la pág. 80.)
16 El mismo fenómeno se ha puesto en evidencia en el proceso recientemente
incoado contra la "Obra de las madres y de los niños" de Versalles, cuya
directora era la mujer del general Pallu. La instrucción del expediente ha
revelado que:
"Los niños estaban mal vestidos, en una repugnante suciedad, en una sala donde pululaban plagas de insectos. Los jergones estaban podridos por los excrementos y la orina; los gusanos bullían en algunos de ellos. Había una sola sábana y una manta. Todos los retretes estaban obstruidos. Los niños hacían sus necesidades donde se encontraban. Estaban llenos de erupciones y de piojos."
Eso como decorado. Allí han muerto de hambre 13 niños. Sin embargo la obra de la mujer del general, reconocida de utilidad pública, además de las raciones normales recibía otras suplementarias. De esto, los niños no veían nada: la mitad de la leche era agua, las materias grasas servían para la alimentación del personal, el azúcar estaba racionado al máximo.
Los niños tenían demasiado ha dicho una vigilante.
A la mujer del general había que entregarle diariamente litro y medio de leche, chocolate, arroz, carne óy de primera calidad. La directora, una morena menuda, enviaba a su familia paquetes de veinte kilos "de sus fondos personales".
Todos ellos estaban bien alimentados y no se extrañaban de esta alimentación escogida en la época de los nabos para cada día.
¿Y los niños? Ah, era tan fácil. Ellos no reclamaban nada.
¿No había pues médicos? Naturalmente que sí. Se contentaban quizá con una visita temprano...
¿Este caso de sarampión? dice el doctor Dupont. Es corriente. Lo he cuidado normalmente. (¡sobre un jergón podrido, con una sola manta!... entonces vino una bronconeumonía y la muerte...).
El sustituto interroga al otro médico, el Dr. Vaslin.
¿Acudió usted pues cuando se le hizo saber que el joven Dagorgne había sido transportado al hospital donde murió a los dos días?
No pude. Era la hora de mi almuerzo.... quiero decir de mi consulta. (Le Populaire, 16 de mayo de 1950).
Esta página es digna de los mejores relatos de los campos de concentración. El drama ha tenido lugar en Francia y la opinión pública no ha sabido nada de ello, ni tampoco la administración de la cual dependía la "Obra de las madres y de los niños", los niños morían allí como los presos de los campos, en las mismas condiciones y por las mismas razones... ¡sin embargo en un país democrático!
17 / Parte primera, capítulo IV.
18 / Comando especial destinado en el crematorio.
19 / En una nota de la edición alemana de La mentira de Ulises se señala que la
siguiente cita ya no está redactada en estos términos en la 5ª edición alemana
del libro de Kogon (N. del T.)
20 / ¿Se han encontrado estas órdenes? Si es así, por qué no se publican? En
caso contrario, ningún historiador aceptará nunca que se haga mención de ellas.
21 / Si su nombre fue publicado, quizá se le podría interrogar.
22 / ¡Por una singular casualidad se encuentra en zona rusa!...
23 / De hecho, tras un viaje realizado en espantosas condiciones, llegó a un
Bergen-Belsen en el cual convergían convoys de ineptos procedentes de toda
Alemania, a los cuales no se sabía donde alojar ni cómo alimentar, lo que tenía
el don de excitar a la S.S. y a las porras de los Kapos... El vivió allí días
horribles y finalmente fue devuelto al trabajo.
24 / Ni tampoco por los testimonios presentados ante el Tribunal de Nuremberg.
25 / Otros dos textos son citados por David Rousset en El payaso no ríe. El
primero es una declaración de un tal Arthur Brosch en Nuremberg, refernte a la
construcción de las cámaras de gas y no a su empleo. El segundo, relativo a unos
coches que provistos de un dispositivo asfixiante habrían sido utilizados en
Rusia, lleva la firma de un alférez y está dirigido a un teniente. Ninguno de
ambos escritos permiten acusar a los dirigentes del régimen nazi de haber
ordenado exterminios por gas.? Se les encontrará en el apéndice a este capítulo.
26 / Subrayado en el texto.
27 / Subrayado en el texto.
28 / Es curioso que se haya encontrado este inforne del alférez y no la
ordenanza a la cual se refiere - a no ser que se publique el uno, pero no la
otra.
29 / Qué detenidos?
30 / El gaseamiento se hacía, pues, por los vapore de carburante: la palabra
queda ahora para los técnicos.
31 / Publicado con el título de Der SS-Staat en la edición original alemana.
32 / Este periodista es actualmente catedrático en el Instituto politécnico de
Darmstadt. En la edición alemana de La mentira de Ulises observa el editor que
según dio a conocer el semanario Reisruf de Hanover el 21 de febrero de 1959,
Kogon fue redactor del órgano oficial de los nacionalsocialistas autríacos
Osterreichischen Beobachter en los comienzos del nazismo. También lo fue de un
semanario católico. A partir de 1934 pasó a ser administrador de los bienes del
príncipe austrohúngaro de Sajonia-Coburgo-Gotha. Detenido en Viena en el otoño
de 1939, pasó al campo de Buchenwald como preso político y permaneció en él
hasta la derrota alemana. A principios de 1942 fue secretario de la sección de
Patología y en la primavera de 1943 secretario del Sturmbahnführer Ding. (N. del
T.)
33 / Durante este tiempo, el doctor Seguin nunca pudo hacerse tomar en
consideración por la Häftlinsführung. El doctor Seguin es el doctor X... de la
página 56: murió por no haber sido reconocido nunca como médico por los
comunistas que le enviaron al Steinbruch (cantera).
34 / En consecuencia, el nacionalsocialismo le había recibido de la rebública de
Weimar. Este hecho no carece de humor, ya que caracteriza una meta común en
ambos regímenes.
35 / No parece haber encontrado a un Martin-Chauffier.
36 / O más simplemente aún, que la molestaban, que amenazaban con ascender a
puestos importantes. El argumento de colaboración con la S.S. carece por otra
parte de valor: esta "dirección ilegal" (sic) colaboraba "abiertamente" con la
S.S. como será demostrado en otro lugar.
37 / En una nota de la edición alemana de La mentira de Ulises recoge el editor
un pasaje del libro Sobre el patíbulo no crece la hierba de Friedrich Oscar. En
él se acusa a los testigos de diferentes procesos de la posguerra cuyos
testimonios eran contradictorios entre sí. Dice Oscar que en los interrogatorios
realizados por la defensa de algunos acusados quedó patente que la mayoría de
los testimonios de Eugen Kogon no eran directos como éste pretendió al
principio, sino que los conocía de haberlos oído decir a otros. Como testigo de
cargo sus declaraciones fueron contradictorias. En el proceso de los médicos -
señala Oscar - declaró Kogon bajo juramento que él no sabía nada acerca de la
"dirección ilegal de los presos": sin embargo en el proceso de Buchenwald que
tuvo lugar en Dachau en 1947, Kogon manifestó, también bajo juramento, que él
mismo había pertenecido a esa "direccion ilegal de los presos" del campo. (N.
del T.)
38 / Eugen Kogon emplea tanto la palabra "ilegal" como la de "clandestina" para
caracterizar a la Häftlingsführung. En realidad ésta no tenía nada de ilegal ni
de clandestina.
39 / Véase en la primera parte la página 79.
40 / "last but not least" : lo que va en último lugar pero no en último orden de
importancia. (N.del T.)
41 / Había muchos comunistas que no lo estaban, aquellos que ante todo eran
gentes honradas. Estaban perdidos en la masa y seguían la suerte común.
42 / Es preciso observar que los de la S.S. no sustraían generalmente por sí
mismos o lo hacían muy tímidamente: "dejaban" robar por su cuenta y así eran
mejor servidos.
43 / Entre comillas en el texto.
44 / Probable solamente, lo subrayo.
45 / Un verde, y por eso se relata el incidente como si tuviese un "valor de
ejemplo".
46 / Subrayado por nosotros.
47 / La prisión interior del campo. De creer a Eugen Kogon, "No fue la SS. quien
la inventó sino el primer Lagerältester Richter» (pag. 174), cuando la S.S. ni
siquiera pensaba en ello.
48 / Para el lector que encuentre este punto de vista un poco aventurado me
permito recordarle mi nota marginal de la página 184. En Francia, los
ministerios de Justicia y de Educación Nacional ignoran poco más o menos todo lo
que sucede en las prisiones y en los campos llamados de reeducación: las normas
prácticas de la disciplina están generalmente en constante y flagrante delito de
violación de las instrucciones oficiales y nadie se entera de ello más que con
motivo de escándalos periódicos. En todos los países del mundo sucede así: hay
un "mundo de delincuentes que vive al margen del otro, en situación de
relegación, y en el cual hace de rey el "Chaouch". En los confines de este
"mundo" se sitúan los pueblos coloniales, a propósito de los cuales los
ministerios de Colonias y de la Guerra de los que dependen, ignoran también
totalmente el comportamiento de sus ayudantes, que llenan sin embargo circulares
humanitarias.
49 / David Rousset ha hablado igualmente de una disposición del III Reich para
la protección de las ranas y ha comparado el texto con el inconcebible régimen
impuesto a los internados. ¿ Es que hay necesidad de advertir que la Francia
republicana posee colecciones enteras de documentos que legislan sobre la
protección de las ranas, de los pescados, etc., y que cada año propagan
ampliamente todas las prefecturas? ¿ Y qué felices resultados no se podrían
obtener con la pluma si se las comparase con aquellas relativas a la infancia
desgraciada, a la suerte de los pueblos coloniales o aun al régimen
penitenciario?
50 / Esta generalización es abusiva; se trata sólo de aquellos que
improvisadamente se habían puesto como sus jefes, por medio de la autoridad que
detentaban de la SS.
51 / Todos los presos de Buchenwald pueden asegurar que su punto de vista era
predominante en materia sanitaria y médica.
52 / Delicioso eufemismo.
53 / Casa especial.
54 / Esta filosofía admite sin duda una denuncia... !involuntaria! Como se ve,
no faltan las salidas de escape.
55 / ¡ Pues evidentemente hay maneras de denunciar que lo son menos o nada en
absoluto!
56 / Policías escogidos entre los presos.
57 / Canción popular francesa en la que se relata la travesía de un barco a
cuyos tripulantes se les agotan los víveres. El cuerpo del grumete soluciona
finalmente el problema alimenticio de los demás. (N. del T.)
58 / Generalización abusiva: contra aquellos que ejercían el poder por cuenta de
la SS. y desconfiaban del resto de sus compañeros.
59 / No constituimos ningún "comité", ni ninguno de nosotros decía a todo el que
se le acercase que estábamos en relaciones con los aliados.
60 / Emisora norteamericana que transmitiía en idioma alemán.
61 / En su tesis Cruz gamada contra caduceo el doctor François Bayle refiere
este curioso testimonio de Kogon en Nuremberg: Ding-Schuller, médico-jefe del
campo de Buchenwald, le pidió que se ocupase de su mujer y de sus hijos en caso
de derrota de Alemania (!...) Si esta petición llevaba consigo una contrapartida
semejante - !lo que de todas formas no diría Kogon! - la situación privilegiada
de este preso singular se explicaría por un contrato de colaboración cuya
inspiración y propósitos serían mucho menos nobles de lo que se ha convenido en
admitir hasta ahora. Especular sobre esta hipótesis sería aventurado;
limitémonos, pues, a registrar que la colabroración de Kogon-SS. fue según su
propia declaración, efectiva, amistosa y a menudo íntima. El precio que ha
pagado la masa de presos es otro cantar evidentemente. Pues también había una
colaboración Kogon-Partido comunista.
62 / !Si se ocultaba el «potro» de Buchenwald al jefe de la Policía de Weimar,
es poco probable que se le enseñase a su ministro!
Joseph Kessel, sabiéndolo por el Dr. Kersten, nos dice por otra parte que «el
jefe supremo de los verdugos, el maestro de los suplicios, no soportaba la
visión de los sufrimientos ni de una gota de sangre». (Las manos del milagro,
pág. 163).