por Collin Rodney

1952

extraído de "El Desarrollo de La Luz", Capitulo 1

del Sitio Web Scribd

 

I - EL ABSOLUTO

 

Filosóficamente, el hombre puede suponer un Absoluto.

 

Un Absoluto así incluiría todas las dimensiones posibles tanto de tiempo como de espacio. Lo que es decir: Incluiría no sólo todo el universo que el hombre puede percibir o imaginar, sino todos los demás universos semejantes que puedan encontrarse más allá del poder de nuestra percepción.

 

Incluiría no sólo el momento presente de todos aquellos universos, sino también su pasado y su futuro, cualesquiera sea lo que puedan significar pasado y futuro, en su escala. Incluiría no sólo cuanto se ha actualizado en todo el pasado, presente y futuro de todos los universos; sino, también, cuanto potencialmente pudiera actualizarse en ellos.

 

Incluiría no sólo todas las posibilidades para todos los universos existentes, sino también todos los universos en potencia, aunque aquéllos no existan o nunca hubieran existido. Una concepción de esta clase es, para nosotros, filosófica.

 

Lógicamente debe ser así, pero nuestra mente es incapaz de asirla o de dotarla de algún sentido.
 



En el momento mismo que pensamos acerca del Absoluto, tenemos que pensarlo modificado en una u otra forma. Tenemos que pensarlo en la forma de algún cuerpo, cualidad o ley. Pues tal es la limitación de nuestra mente.

 

Ahora bien: el efecto o la influencia de un cuerpo cualquiera sobre otro varía en tres sentidos:

  1. En proporción inversa al cuadrado de su distancia 4 – medimos este efecto como radiación, o como el efecto activo de lo más grande sobre lo más pequeño.

  2. En proporción directa a su masa – medimos este efecto como atracción, o efecto pasivo de lo más grande sobre lo más pequeño.

  3. En proporción directa a su distancia – medimos este efecto como tiempo, o efecto retardado entre la emisión de la influencia del más grande y la recepción por el más pequeño. Estas, en efecto, constituyen las tres primeras modificaciones de la unidad, las tres primeras modificaciones del Absoluto.

4 - Esto es al doble de la distancia, solamente se siente un cuarto de la cantidad de influencia.
 

Imaginemos una bola de hierro candente, que representa la unidad.

 

Su composición, peso, tamaño, temperatura y radiación constituyen una cosa, un ser. Pero su efecto sobre cuanto lo rodea se desarrolla de acuerdo con tres factores – los alumbra y calienta en proporción directa a su distancia. Si su masa y su radiación son constantes, entonces este tercer factor, aunque efectivamente presente, permanece invisible e inmensurable.

 

Mas, en cuanto a todos los objetos que están en relaciones diferentes respecto a la bola radiante, el efecto combinado de estos tres factores será diferente y distinto. Así, las variaciones en el efecto de la unidad radiante, mediante la interacción de los tres factores, son infinitas. En este caso, sin embargo, estamos va afirmando dos cosas – una unidad radiante y su derredor. Imaginemos en su lugar una sola bola, en la que su polo norte está candente y el polo sur está en el cero absoluto.

 

Si suponemos que esta bola o esfera es fija en su forma, tamaño y masa, cuanto mayor sea el calor del polo norte, mayor será la calefacción de la materia en su vecindad y, en consecuencia, mayor será la condensación de la materia en la vecindad del polo frío.

 

Si se proyecta este proceso al infinito, la radiación y la masa se separarán por entero, representando el polo norte algo así como la pura radiación y el polo sur.

Ahora bien, prácticamente dentro de la esfera misma estos tres factores –radiación, atracción, tiempo– crearán un número infinito de condiciones físicas un número infinito de relaciones con uno y otro polo. Las tres modificaciones de la unidad habrán creado la variedad infinita.

 

Cualquier punto de la esfera recibirá una cantidad definida de radiación desde el polo norte, sentirá un grado definido de atracción hacia el polo sur, y se separará de ambos polos (sea al recibir impulsos de aquéllos o sea ya al reflejar, de vuelta, los impulsos a aquéllos) por períodos definidos de tiempo. Estos tres factores juntos, podrían integrar una fórmula que proveería una definición perfecta de cualquier punto particular de la esfera, la cual indicaría exactamente su naturaleza, sus posibilidades y sus limitaciones.

 

Si llamamos cielo al polo norte y al polo sur infierno, tenemos una figura que representa el Absoluto de la religión. Al presente, empero, nuestra tarea es aplicar este concepto al Absoluto de la astrofísica, a ese cuadro del Todo que la ciencia moderna pugna por discernir a través de distancias insondables y de inimaginables duraciones que, repentinamente, se abrieron ante aquélla.

 

Para esto tenemos que imaginar toda la superficie de nuestra esfera universal, con sus dos polos de radiación y atracción, tachonada de galaxias, del modo como toda la superficie del sol lo está con vórtices de fuego y toda la superficie de una naranja está perforada de poros. Cada una de las galaxias es tan grande como nuestra propia Vía Láctea, mas en relación con la esfera universal, cada una no es más que una cabeza de alfiler.

 

Esta esfera universal no está sujeta a la medición ni a la lógica humanas. Los intentos de medición realizados en diferentes formas, reducen unos a los otros al absurdo y deducciones igualmente plausibles acerca de aquélla, llevan a conclusiones diametralmente opuestas. Ni esto es de sorprender cuando recordamos que esta es la esfera de todas las posibilidades imaginables e inimaginables.

 

Mirando, por ejemplo desde nuestro punto infinitesimal en el interior de un punto, dentro de un punto, a la superficie de esta esfera, los hombres pueden ver ahora con telescopio, galaxias desde las cuales la luz emplea 500 millones de años para alcanzarnos. Es decir, ven las galaxias como fueron hace 500 millones de años. Empero, al mismo tiempo, cree la ciencia moderna que toda esta esfera infinita ha sido creada solamente hace unos cuantos miles de millones de años en un lugar y que ha estado expandiéndose desde entonces.

 

Muy bien, supongamos que se construyeran telescopios una docena de veces más penetrantes que los que existen hoy día. Entonces, los astrónomos verían la creación del universo. Verían la creación de nuestro propio universo en el comienzo riel tiempo, por la penetración infinita en la distancia.

Tales anomalías son posibles solamente en una esfera universal de la clase que hemos imaginado, donde un polo representa la radiación o punto de creación, el otro polo la atracción o punto de extinción y donde todos los puntos están tanto conectados como separados por la inacabable superficie curva del tiempo.

 

Desde un punto de vista todas las galaxias, todos los mundos, pueden verse como si se movieran lentamente desde el polo de radiación hacia el ecuador de expansión máxima, sólo para reducirse nuevamente hasta el polo final de masa. Dude otro punto de vista, puede ser la fuerza de vida, la conciencia misma del Absoluto, la que está haciendo este peregrinar imperecedero.

 

Y, una vez más, de acuerdo con nuestra misma definición del Absoluto, todas las partes, posibilidades, tiempos y condiciones de esta esfera universal deben existir juntas, simultáneas y eternas, cambiando siempre y siendo siempre las mismas. En una esfera de esta clase, todos los diferentes conceptos de la antigua y moderna física pueden unirse. La esfera toda es aquel espacio cerrado postulado primero por Riemann.

 

La nueva idea de un universo en expansión, que aumenta al doble sus dimensiones cada 1,300 millones de años, es una expresión del movimiento desde el polo de radiación hacia el ecuador de la expansión máxima.

 

Aquellos que describen el universo con un comienzo de densidad de muerte y que crece más y más en calor hacia alguna muerte final por el fuego absoluto, tienen puestos los ojos en el movimiento desde el polo de masa hasta el polo de radiación. Aquellos que lo describen como creado en el fuego absoluto y que se hace más y más frío hasta la muerte final por enfriamiento y condensación, tienen puestos los ojos en el movimiento inverso.

 

Mientras Einstein, en el intento – con su intangible e inconmensurable ‘repulsión cósmica’ – de satisfacer la necesidad de una tercera fuerza, agrega a este cuadro de dos polos la superficie mediadora y conectante del retardo o tiempo.

 

Todas estas teorías son verdaderas y falsas por igual: como eran las de aquellos ciegos en el cuento oriental que, al describir un elefante a tientas, decía el uno que era como una cuerda, el otro que era como un pilar y, un tercero, que era como dos fuertes lanzas.

 

Todo lo que con verdad podemos decir es que el Absoluto es Uno y que, dentro de este Uno, tres fuerzas – que se diferencian en sí mismas como radiación, atracción y tiempo – crean de consuno el Infinito.
 

 


II - LA VÍA LÁCTEA EN EL MUNDO DE NEBULOSAS ESPIRALES

 

Dentro del Absoluto podemos considerar, empero, las unidades mayores susceptibles de ser reconocidas por el hombre. Estas son las nebulosas galácticas, cerca del centro de una de las cuales, conocida por Vía Láctea, existe nuestro Sistema Solar.

 

Aunque la existencia de otras nebulosas más allá de la nuestra, el hombre sólo la conoció con la erección de los modernos telescopios, varios centenares de miles están ahora al alcance de su vista y varios cientos de aquéllas han sido claramente observadas. La apariencia de estas nebulosas, cada una de las cuales se compone de incontables millones de estrellas, es muy diferente.

 

Algunas parecen líneas de luz, otras con forma de lentes y otras más son como espirales en las que corrientes de soles parecen brotar desde el centro como lluvia radiante. Esta variación, sin embargo, se está de acuerdo en que no es de la nebulosa misma, sino resultado del ángulo desde el cual la vemos – sea ya desde el borde, ya desde algo por encima de su plano, o ya mirando directamente desde abajo sobre ellas.

 

Toda nebulosa, incluso nuestra Vía Láctea, tiene de hecho el mismo diseño fundamental. Son, aparentemente, vastos discos de estrellas, separados cada uno por un infinito de distancia de los otros, aunque cada uno es tan inmenso que las estrellas que lo forman, por su solo número, parecen fluir y discurrir al modo de un gas o un líquido bajo la influencia de alguna gran fuerza centrífuga.

 

Esta fuerza les imparte un movimiento o forma en espiral, a semejanza de una tromba en un arenal que imparte movimiento en espiral a la columna de polvo que levanta. Es indudable que nuestra Vía Láctea posee, también, esta forma centrífuga pero, naturalmente, sólo puede verse desde afuera. Para nosotros, situados dentro de su plano, aparece como una línea curva o arco de luz en los cielos por encima nuestro.

 

Por contraste, vemos el Sol como un plano curvo o disco y, del mismo modo, magnificados los planetas. Mientras que al aproximarnos todavía más a nuestra escala, lo que podemos explorar de esta tierra es un sólido curvo o la superficie de una esfera. Estas tres formas –arco, disco y esfera– son aquéllas en las cuales tres grandes escalas de entidades celestes se presentan a la percepción humana.

 

Evidentemente no son estas las formas reales de esas entidades, pues sabemos muy bien que, vista desde cualquier otro lugar, la Vía Láctea, por ejemplo, aparecería no como una línea sino, a semejanza de otras galaxias, como un disco giratorio. Empero, estas formas aparentes de los mundos celestes son muy interesantes y de importancia.

 

Porque pueden decirnos mucho, no sólo acerca de la estructura del universo sino, también, acerca de la percepción del hombre y, por este medio, acerca de su relación con estos mundos, y de la relación entre éstos. Ahora bien, la relación entre un sólido curvo, un plano curvo y una línea curva es la relación entre tres dimensiones y una dimensión. Así se nos puede decir que percibimos la tierra en tres dimensiones, el Sistema Solar en dos dimensiones y la Vía Láctea en una dimensión.

 

A otras galaxias las percibimos solamente como puntos. En tanto que al Absoluto no lo podemos percibir en ninguna dimensión – es absolutamente invisible. Así, esta escala de mundos celestes –Tierra, Sistema Solar, Vía Láctea, la Totalidad de Galaxias y el Absoluto– presenta a la percepción del hombre una progresión muy especial. Con cada ascenso en esta escala, se le hace invisible una dimensión.

 

Esta curiosa ‘pérdida’ de una dimensión es aparente aun en niveles que están más allá de su percepción, pero que todavía puede imaginar. En relación al Sistema Solar, la Tierra no es más una bola sólida sino una línea de movimiento; en tanto que en relación con la Vía Láctea, la elíptica del Sistema Solar deja de ser un plano para ser un punto.

 

En cada caso, ‘desaparece’ una dimensión inferior.

 

Al mismo tiempo, con cada expansión de la escala se agrega una nueva dimensión ‘superior’ – la misma que es tanto inalcanzable como invisible a la entidad menor. De este modo el hombre, él mismo un sólido y tridimensional – esto es, alto, ancho y grueso – puede trasladarse por sobre toda la superficie de la tierra, creando la configuración de esta superficie, en su escala, el mundo tridimensional en que vive.

 

Empero, en la escala de la tierra, esta superficie deviene únicamente bidimensional, a la que se agrega una nueva tercera dimensión –el grosor de la tierra– que es inconocible e impenetrable por el hombre. Puede decirse, así, que la tercera dimensión de la tierra es una especie diferente y superior de tercera dimensión, inconmensurable con la tercera dimensión del hombre.

 

Es así como en esta gran jerarquía celeste, cada mundo superior parece descartar la dimensión inferior del mundo que queda por debajo, y agregar una nueva dimensión arriba o más allá del alcance de ese mundo. Cada uno de tales mundos completos existe en las tres dimensiones de espacio, poseyendo empero una dimensión más que aquél que está debajo y una menos que el que está encima.

 

Significa esto que cada mundo es parcialmente invisible para aquellos mundos mayores y menores que él mismo. Pero, en tanto que es la dimensión inferior del mundo menor la que desaparece en relación al mayor, es la dimensión superior del mayor la que es invisible al menor. Desde nuestro punto de vista, podemos expresar que cuanto mayor es el mundo celeste, tanto más de aquél debe ser invisible; mientras que aquellas partes de tales mundos superiores, en cuanto son visibles al hombre, deben siempre pertenecer a sus dimensiones inferiores o más elementales.

 

Podemos comenzar a comprender mejor, ahora, el significado de esta apariencia linear de la Vía Láctea. Debe significar que la Vía Láctea real es mayormente invisible. Lo que vemos es una ilusión de nuestra percepción limitada. El aparente ‘arco de luz’ debe ser un efecto de nuestro no verla en suficientes dimensiones.

 

Cuando vemos líneas o círculos aparentes en nuestro derredor ordinario, sabemos bien qué hacer en orden a investigar los cuerpos a que pertenecen. Sea que nos movamos en relación a ellos, o sea que los movamos en relación a nosotros. Al sentarme a la mesa en una habitación a oscuras, veo algo que semeja una línea de luz; mas al levantarme para ver más de cerca, la línea se transforma en un círculo; extiendo mi mano hacia aquello y cojo un objeto que resulta ser un vaso de vidrio. Antes de que hubiera alzado el vaso sólo había sido visible el círculo de la boca del vaso, revelado por la luz – primero al nivel del ojo y luego, desde arriba.

 

Ahora, cuando le doy vuelta en mis manos, mi relación cambiante con aquél en el espacio y el tiempo, revela que no es ni una línea ni un disco, sino un cuerpo sólido dotado de toda clase de propiedades y que contiene una interesante bebida.

 

Esto no podemos hacer en relación con la Vía Láctea ni con otras galaxias.

 

En su escala no podemos cambiar ni en un punto nuestra posición, sea en el espacio sea en el tiempo. En relación a aquélla somos puntos fijos y no hay modo de alterar nuestra visión de las mismas. Aun los movimientos de la Tierra y el Sol no producen un cambio perceptible en el punto de vista del hombre en millares de años; mientras que esos milenios, comparados con la edad de las galaxias, no tienen duración alguna. Es como si estuviéramos condenados por toda la vida a ver solamente el anillo del vaso.

 

E, igualmente, podemos suponer que esto es nada más que un anillo o sección transversal de la galaxia que ven los hombres, y que siempre deben ver con su percepción corpórea.

 

¿Cuál podría ser la naturaleza real de la Vía Láctea y la de su relación con otras galaxias? ¿Qué es en sí misma una nebulosa?

 

Estaríamos perdidos a no ser por el hecho de que la relación entre los mundos celestes, la Tierra, el Sistema Solar y la Vía Láctea, deben tener paralelos exactos en los mundos inferiores de electrones, moléculas y células. Pues esta relación entre mundos interpenetrantes es por sí misma una constante cósmica, que puede verificarse tanto arriba como abajo.

 

En su propia escala – revelada por el microscopio – una célula es un organismo sólido tridimensional, pero para el hombre es sólo un punto inmensurable. Es así como, entre los mundos microcósmicos, se puede observar las mismas adición y substracción de dimensiones. Pero con esta diferencia – que en este caso la naturaleza y el ser del mundo superior, su relación con y el poder sobre los mundos inferiores dentro de él, pueden conocerse y estudiarse. Porque ese mundo superior es el hombre mismo.

 

Ahora bien, la situación de nuestro Sistema Solar dentro de la Vía Láctea es casi exactamente la misma de una célula sanguínea dentro del cuerpo humano. Un corpúsculo blanco se compone, también, de un núcleo o sol, su citoplasma o esfera de influencia; y éste, también, está rodeado por todos lados por incontables millones de células semejantes o sistemas, formando el todo un gran ser cuya naturaleza sería, para la célula, difícilmente susceptible de concebirla.

 

Si, esto no obstante, comparamos el cuerpo humano a algún gran cuerpo de la Vía Láctea y una célula de ésta con nuestro Sistema Solar y queremos encontrar un punto de vista comparable al de un astrónomo humano en la tierra, deberíamos esforzarnos por imaginar la percepción de algo semejante a un electrón de una molécula de la célula.

 

¿Qué podría conocer tal electrón acerca del cuerpo humano? Qué, en verdad, conocería acerca de su célula o aún de su molécula?

 

Tales organismos serían tan vastos, sutiles, eternos y omnipotentes en relación a él, que su verdadero significado estaría muy lejos de su comprensión, Empero, no hay duda que el electrón percibiría algo de su universo ambiente; y, aunque esta impresión estaría muy lejos de la realidad, es interesante para nosotros imaginarla.

 

Pues estos electrones, por la profunda insignificancia de su tamaño y duración serían, también, como los hombres dentro de la Vía Láctea; puntos fijos mono-dimensionales, incapaces de cambiar la visión de su universo humano ni en el grosor de un cabello. Es cierto que su célula estaría recorriendo su arteria así como el sol recorre su trayecto en la Vía Láctea – y que esta célula puede esperarse que realice muchos mi, les de circuitos del gran cuerpo en el curso de su existencia.

 

Mas para el electrón nada significará esto, porque en toda la duración de su fugaz vida, la célula no habría avanzado ninguna distancia mensurable. Así pues, como puntos, los electrones mirarían sobre una sección transversal estacionaria del cuerpo humano, en ángulos rectos a la arteria en la que fué destinada a moverse su célula. Esta sección transversal constituiría su universo visible o presente.

 

Dentro de este universo se daría cuenta, primero y sobre todo, del resplandeciente núcleo de su célula, fuente de toda luz y de toda vida para aquéllos y para todo el sistema de mundos en el cual viven, Mirando más allá de este sistema, en el cenit – esto es, fuera de su sección transversal y arriba, dentro de la arteria – nada verían, porque sería aquí donde su célula y su universo marcharían en futuro.

 

Un espacio igualmente vacío yacería debajo de ellos en el nadir. Porque sería de aquí de donde habría procedido su universo, o pasado. Si, esto no obstante, mirasen fuera, siguiendo el plano presente de su universo, verían resplandecer por todos los lados con apariencia de ser un anillo brillante formado por un número infinito de otros núcleos celulares o soles, más o menos distintos del propio.

 

De tener algún ingenio, podrían comprender que esta apariencia de anillo era una ilusión resultante de la reducción de la distancia y, en cambio, podrían suponerlo un vasto disco de células de las que la suya sería apenas una entre muchos millones. Posteriormente, midiendo la densidad de la nube celular en, los varios puntos del compás, podrían aun calcular que su propia posición está cerca del centro o más cerca de uno u otro borde de este disco. En esta forma podrían localizar su propio sistema dentro de su galaxia.

 

Pues este disco o nube de forma circular sería su Vía Láctea.

 

En muchos sentidos, los descubrimientos de los electrones pueden hacer paralelo a los descubrimientos de los astrónomos humanos y aquéllos harían frente a problemas muy semejantes. A medida que estudiaran la Vía Láctea de otras células y aplicaran métodos sutiles de medición, podrían, por ejemplo, alcanzar la idea – como lo hicieron los astrónomos humanos, en circunstancias parecidas – de que todas estas células o soles imperceptiblemente estaban retirándose.

 

Ante esto los astrónomos humanos llegan a la conclusión de que los soles de la Vía Láctea fueron creados todos juntos, en una masa de compacta densidad y que, desde entonces, han estado retirándose al exterior desde el centro, en un disco que constantemente se dilata y constantemente rarifica. Ellos hablan de un ‘universo en expansión’.

 

Si alcanzaran los electrones una conclusión análoga con respecto a su universo, por supuesto estarían describiendo lo que ocurre en una sección transversal del cuerpo humano después de la adolescencia, cuando dejan de multiplicarse las células pero donde las ya existentes se extienden, se dilatan y se saturan de agua y de grasa, produciendo el efecto de un cuerpo que se expande en circunferencia.

 

Por fin, cuando han agotado la especulación sobre su Vía Láctea, pueden los electrones descubrir, a inmensurable distancia más allá de sus límites, pero aún sobre el mismo plano, delgadas líneas y nubes que parecerían universos semejantes. Esto podríamos reconocer como la sección transversal de otros cuerpos humanos.

 

Pero para los electrones serían nebulosas extra-galácticas.

 

Pues bien, el estudio de estas distantes nebulosas o universos puede introducir a algunos curiosos problemas al observador electrónico. Algunos los vería, sencillamente, como líneas de luz y se daría cuenta que miraba al borde de un disco galáctico semejante al en que se encuentra él mismo.

 

Sin embargo, otros podrían aparecer como circular o espiral, tal como nos ocurre con ciertas nebulosas. En este caso supondría que las estaba mirando como alguien encima o en el futuro podría ver su propio universo. ¿Cómo sería posible tal cosa? Debemos responder, solamente si la percepción de estos electrones no estaba, de hecho, confinada absolutamente a una dimensión plana.

 

Supongamos alguna ilusión por la refracción, alguna oscilación ondulatoria, que permitiera a su percepción abarcar, digamos, sólo dos grados por debajo del nivel de su plano. Un ángulo así sería demasiado pequeño para hacer que se dieran cuenta de algo del pasado, que mereciera hablarse de él, dentro (le su propio universo. Pero proyectado a una distancia inmensa, ciertamente sería suficiente para abarcar todo el disco del universo que se encuentra en ángulo recto con el suyo; es decir, la sección transversal, pero horizontal, de otro cuerpo humano.

 

De ser verdadera nuestra analogía lo precedente puede probar la significación del fenómeno celeste que ante nosotros aparece como Vía Láctea y como muy distantes galaxias. Representarían secciones de cuerpos inmensos, inconcebibles y eternos para nosotros y de los cuales nada podríamos decir, excepto que deben existir.

 

¿Pero es esto verdad? No puede haber respuesta directa.

 

Sólo podemos decir que otra escala de vida, estudiada correctamente, revela fenómenos estrechamente comparables con aquéllos que percibimos en los cielos y los cuales, ahí, en esa inmensa escala, están mucho más allá de nuestra comprensión. Y podemos agregar que, puesto que las leyes naturales deben ser universales y puesto que el hombre no puede por sí mismo inventar un esquema cósmico, la analogía, que muestra la correspondencia entre diseños creados por tales leyes arriba y abajo, es quizá la única arma intelectual

suficientemente vigorosa para determinados problemas. Esta puede, en cualquier caso, revelar las relaciones.

 

Así es como al estudiar el electrón en el cuerpo humano, vemos bien la escala del ser que pugna por apreciar la estructura, tiempo de vida y propósito de las muchas galaxias, en comparación con el fenómeno de que es testigo.
 

 


III - EL SISTEMA SOLAR EN LA VÍA LÁCTEA

 

En cuanto a las nebulosas extra-galácticas tenemos poco más conocimiento, de hecho, que el de su existencia. Respecto a nuestra propia galaxia o Vía Láctea, podemos decir más.

 

De acuerdo con las ideas más recientes, es la misma una nebulosa espiral, quizás de un diámetro de 60,000 años-luz. Dentro de este enorme mar estelar hay, también, estanques más densos y profundos, en algunos de los cuales, como la Masa de Hércules, las estrellas individuales sólo pueden distinguirse de la niebla resplandeciente por medio de telescopios de muy alto poder.

 

Cabeza de alfiler apenas visible en esta escala, nuestro Sistema Solar se mueve alrededor del centro galáctico en una órbita muy distante, comparable tal vez con la de Júpiter alrededor del Sol. Desde que tal órbita tendría una longitud de 130,000 años-luz, el Sistema Solar –como ya hemos visto– parece estacionario en su lugar frente a los límites extremos del cálculo del hombre, como desde un barco en altamar no es aparente cambio alguno en el escenario, a la vista di, los pasajeros.

 

Sin embargo se mueve, y el recorrido del Sol nuestro en ángulos rectos al sistema planetario se dirige por ahora hacia la brillante estrella Vega, la quinta del cielo, que brilla en la constelación Lira, un poco por encima del plano de la misma Vía Láctea.

 

En esta inmensidad ¿cómo podemos orientarnos? ¿Dónde es arriba, dónde abajo, dónde el este y el oeste, dónde el pasado o el futuro?

 

Hemos llegado al punto en que debemos ubicar el Sistema Solar en su galaxia y poner los puntos del compás sin los cuales no puede lograrse mayor estudio o medición. Esto es posible por las constelaciones, aquellos diseños de legendaria significación con respecto a los cuales los antiguos determinaron la posición de las brillantes estrellas fijas sobre toda la bóveda celeste.

 

Pues bien, el movimiento de nuestro Sol hacia Vega indica una órbita inclinada en unos 35° respecto al plano de la Vía Láctea, de modo que el plano del Sistema Solar, en ángulo recto con esta órbita, estará colocado, lógicamente, en ángulo de 55° grados respecto a aquélla. 5

 

Las distantes constelaciones que marcan los puntos del compás para este plano del Sistema Solar son las bien conocidas Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Escorpión, Sagitario, Capricornio, Aquario y Piscis.

 

5 - La tierra a su vez, se inclina en un ángulo de 24° a la elíptica del Sistema Solar, de modo que el ecuador terrestre se encuentra en un ángulo de cerca de 80 grados respecto a la Vía Láctea.
 

Las que marcan el plano de la Vía Láctea son Géminis, Monoceros, Canis Mayor, Argo, la Cruz del Sur, Centauro, Norma, Sagitario, Oficus, Aguila, Cisne, Cefeus, Casiopeia, Perseo y Auriga. En Géminis y, otra vez, en Sagitario, se interceptan las dos elípticas. Como esta línea de intersección debe pasar por el centro de la Vía Láctea, es claro que al mirar a una de estas constelaciones estamos de cara al foco de nuestra galaxia o universo, mientras que al mirar a la otra estamos de cara a su borde exterior.

 

Pero ¿cuál es cuál?

 

Tenemos dos indicios. En primer término, la conglomeración de estrellas hacia Sagitario es más densa, como debiéramos esperarlo observando a través del centro y espesor de la galaxia. En segundo término, la Vía Láctea hacia Sagitario es más complicada, y parece dividirse en dos o más capas de grosor.

 

Si nuestra primera idea es correcta, es decir, en cuanto se refiere a que la percepción del hombre no está por entero confinada al presente plano de la Vía Láctea, sino que es capaz de moverse un grado o más fuera de la horizontal, debiéramos, naturalmente, esperar ver una sección más intrincada de la Vía Láctea en dirección del mayor espesor, ya que el mismo ángulo abarcará una sección más profunda sobre ese lado.

Esto no obstante, debemos buscar ahora, una explicación más exacta de esta extraña idea de que el hombre puede ver un poco dentro del pasado de la galaxia. ¿Cómo es esto posible?

Como ya hemos notado, la Vía Láctea es tan vasta que la luz emplea 60,000 años para viajar de uno a otro lado. Si observásemos nosotros desde el centro galáctico, la luz que llegara a nosotros desde las más lejanas estrellas sería emitida 30 mil años antes de que la percibiéramos. Veríamos tales estrellas no en las posiciones que ocupan en el momento de nuestra percepción, sino donde estuvieron hace 30 mil años.

 

En la actualidad el Sistema Solar no se encuentra al centro de la Vía Láctea sino, quizás, en los dos tercios hacia su circunferencia; de modo que nuestro punto real de observación está cerca de un sexto del camino a través del diámetro galáctico de 60,000 años luz. Esto significa que el borde más próximo de la Vía Láctea distaría de nosotros cerca de 10,000 años luz, y el más lejano unos 50,000.

 

En otras palabras, suponiendo que es correcta nuestra primera orientación, las estrellas más lejanas, hacia Géminis, se nos presentarían en la posición que ocupaban hace 10 mil años, mientras que las más lejanas hacia Sagitario, estarían para nosotros donde en realidad estuvieron hace 50 mil años, en época cuando el hombre quizás aparecía recién sobre la tierra.

Literalmente, pues, estamos mirando dentro del pasado de la Vía Láctea. Cuanto más lejos miremos más profundamente entraremos en el pasado; y la explicación de esta capacidad de mirar más allá del presente galáctico está en la lentitud de los impulsos de la luz que nos da el medio único de percepción, si se la compara con la casi inimaginable vastedad que debe atravesar.

 

Además, si suponemos a toda la Vía Láctea moviéndose hacia adelante, como todos los demás sistemas del universo, podremos decir, entonces, que el ángulo de nuestra percepción fuera del plano del presente, debe ser igual a la velocidad de la Vía Láctea dividida entre la velocidad de la luz. En la vida diaria un fenómeno exactamente comparable resulta del tiempo que toma el sonido, que hace que escuchemos a la distancia un grito proferido segundos antes, y que así nos hace posible escuchar tanto más profundamente en el pasado cuanto más lejos nos encontramos.

 

Es así como en realidad no miramos a través de tal disco imaginario que representa el presente de la Vía Láctea. Vemos un cono que se extiende a través del tiempo o cuarta dimensión de la galaxia. Pues mientras que las estrellas próximas a nosotros se nos presentan cinco o diez años detrás de este plano, otras brillan en sus posiciones de hace un siglo, un milenio o diez milenios de años, en proporción a sus distancias.

 

Desde nuestra posición todas estas estrellas, que se extienden desde el presente hasta decenas de milenios atrás, se yen superpuestas, dándonos la ilusión de un amplio anillo o muro de estrellas, como las vemos de hecho. Mas como hemos calculado, en el extremo lejano de la galaxia veríamos cinco veces más profundamente en el pasado que lo que veríamos en el extremo próximo.

 

Precisamente debido a la mayor distancia, vemos mucho más de su tiempo o cuarta dimensión en esa dirección. Sería sólo natural, entonces, si la masa visible de estrellas fuera más densa y más espesa la banda visible en ese lado. Y esta es la apariencia efectiva de la Vía Láctea hacia Sagitario.

 

De modo que tenemos por lo menos una base tentativa para suponer que el centro de nuestra galaxia se encuentra en la dirección de Sagitario y su borde exterior hacia Géminis. 6

 

6 - Esta suposición, que puede verificarse a simple vista, fué respaldada por el detallado recuento de las estrellas por Heruspring, Perrine y Shapley entre 1912 y 1918.
 

Ahora bien, si la Vía Láctea es una nebulosa espiral, cuando miramos a Sagitario nos estamos dirigiendo hacia el centro o la fuente de su energía creadora; exactamente como cuando miramos al Sol, nos dirigimos hacia el centro o la fuente de la energía creadora del Sistema Solar.

 

Así, también, cuando miramos a Géminis, estamos dando la espalda a ese centro, del modo como a la medianoche miramos hacia aquella parte de los cielos, opuesta al sol.

 

Esta es, entonces, una medida objetiva de los ‘caracteres’ en los que tanto tiempo se ha creído, de los signos del Zodiaco. Son, de hecho, una medida de nuestra inclinación hacia el foco de nuestra galaxia, tan definitiva como son las horas del día para nuestra inclinación hacia el sol. Cuando el Sol está en Sagitario significa que las radiaciones solares y cualesquiera otras radiaciones desconocidas más altas, procedentes del foco de la Vía Láctea, nos llegan desde la misma dirección, o que están en conjunción.

 

Cuando el Sol está en Géminis significa que las radiaciones solares y galácticas nos llegan desde lados opuestos. Y cuando miramos al sol en los signos intermedios de Virgo y Pisces significa que lo vemos contra el vacío exterior o contra el pasado y el futuro invisibles de la Vía Láctea, cuya radiación central nos llega en ángulo recto a los rayos solares.

 

Al presente no podemos declarar específicamente la naturaleza de las radiaciones que pueden emitirse por el centro galáctico. Pero una radiación general de unos cuantos metros de longitud de onda ha sido detectada, la cual es notablemente más fuerte en la dirección de las nubes de estrellas más densas de la Vía Láctea, y con el máximo vigor en la dirección de Sagitario. 7

 

7 - Primeramente por Jansky, Véase “A Concise History of Astronomy” (Historia Compendiada de la Astronomía), por Peter Doig, pp. 202–3 y 301–2.

 

Esta radiación se considera ahora como una característica definida de nuestra galaxia y, particularmente, de su centro, cuya naturaleza física está oculta a nuestra vista por las nubes de estrellas.

 

Esta radiación es distinta de, pero semejante a, la que se ha conocido como rayos cósmicos, la que al llegar a la tierra desde todos los ángulos y direcciones y que siendo de más alta frecuencia que cualquiera otra conocida que se origina en el sol, debe acarrearnos materia o influencia procedente de algún mundo mayor que incluye al Sistema Solar.

Hemos supuesto que este mundo mayor próximo o cosmos, por encima del Sistema Solar, es la Vía Láctea. Pero hay muchas indicaciones de que la brecha entre los tamaños es, en este caso, tremendamente grande.

 

Más adelante, cuando lleguemos a medir los tamaños relativos y las dimensiones de los cosmos que hemos sido capaces de identificar, 8 veremos que el factor de multiplicación entre el Sistema Solar y la Vía Láctea es mucho mayor que el entre la célula y el hombre, entre el hombre y la Naturaleza, entre la Naturaleza y la Tierra y entre la Tierra y el Sistema Solar.

 

8 - Véase el cuadro de la pág. 45.

 

El Sistema Solar parece perdido en la distancia de la Vía Láctea, como un hombre solo se perdería sobre la superficie terrestre, a no ser por el mundo ordenado de la naturaleza del que forma parte y el cual media, por decirlo así, entre aquélla y él.

El diámetro de la tierra, pongamos por caso, es un millonésimo del diámetro del Sistema Solar, pero el diámetro del Sistema Solar es quizás solamente un cuarenta-millonésimo del diámetro de la Vía Láctea. Cuando en nuestro propio sistema encontramos tales relaciones, no son entre el Sol y los planetas, sino entre el Sol y los satélites de los planetas.

 

Esto es decir que, por analogía de escala y de masa, deberíamos esperar que el Sistema Solar giraría alrededor de alguna entidad bastante más grande, la que a su vez giraría alrededor del centro de la Vía Láctea; exactamente como la Luna gira alrededor de la Tierra, la que a su vez gira alrededor del Sol.

 

Pero, ¿qué es y donde está este ‘sol’ de nuestro Sol?

 

Varios intentos se han hecho para discernir un sistema ‘local’ dentro de la Vía Láctea, en particular por Charlier quien, en 1916, parecía haberlo establecido así, a 2,000 años-luz de diámetro y teniendo su centro a varios centenares de años-luz  más allá, en dirección de Argos. Si estudiamos nuestros alrededores inmediatos en la galaxia, encontramos una gradación interesante de estrellas, dos de las cuales son sugestivas desde este punto de vista. A diez años-luz  encontramos dos estrellas a escala semejante de nuestro sol, y a Sirio, que es unas 20 veces más brillante.

 

Entre 40 y 70 años-luz de distancia llegamos a otras cinco estrellas mucho mayores, de 100 a 250 veces más brillantes que nuestro Sol; entre los 70 y los 200 años-luz, todavía hay siete mayores aún, de 250 a 700 veces más brillantes; y entre 300 y 700 años-luz, encuéntranse seis inmensos gigantes, decenas de millares de veces más brillantes. La más grande de todas estas, Canopus, que se encuentra a 625 años-luz detrás de la estela exacta del Sistema Solar y que es 100 mil veces más radiante que nuestro Sol, podría ciertamente ser el ‘sol’ del sistema local de Charlier.

 

Pero, como en muchos de estos problemas, es solamente cuando abandonamos la teoría astronómica y retornamos a la observación directa del cielo y de los cuerpos celestes, que encontramos una influencia estelar más inmediata, a la cual debe sujetarse el Sistema Solar. Porque el objeto más brillante en los cielos, después de aquéllos del Sistema Solar es, naturalmente, la doble estrella Sirio.

 

Se compone esta pareja de un inmenso sol radiante, 26 veces más brillante que el nuestro con una trayectoria circular de un período de 50 años, alrededor de un enano blanco del tamaño de Júpiter y cinco mil veces más denso que el plomo.

 

La masa de la estrella luminosa que es dos veces y media la de nuestro Sol y la de la estrella opaca equivalente a la de éste, ejercerán una influencia sobre el Sistema Solar –ya que esta pareja estelar se encuentra a menos de nueve años-luz  de distancia que ciertamente debe exceder mucho a la de cualquier otro cuerpo extra solar que podamos pensar.

 

Mas aún, tanto por la distancia física cuanto por la radiación y masa, esta estrella parecería llenar en alguna forma la brecha excesiva entre los cosmos del Sistema Solar y la Vía Láctea. El ancho de la galaxia es siete mil veces la distancia a Sirio, mientras que esta distancia a Sirio –un millón de veces la distancia de la Tierra al Sol– cae naturalmente dentro de la escala mencionada de relaciones cósmicas y suministró a la astronomía del siglo XIX una excelente unidad de medición celeste, el siriómetro, abandonado, ahora, desafortunadamente.

 

No hay información astronómica que contradiga la posibilidad de que el Sistema Solar efectivamente describa un círculo alrededor de Sirio, en el curso del circuito de este último alrededor de la Vía Láctea, como creyera Kant.

 

Pues tal trayectoria circular se haría notar solamente alterando la posición de Sirio mismo en los cielos y de otras dos o tres estrellas, y en una periodicidad de algunos cientos de miles de años pasaría fácilmente inadvertida. De hecho, tenemos evidencia definida para demostrar que tal es el caso.

 

Como observaron los antiguos egipcios, el movimiento aparente de Sirio –medido por su elevación con el sol– es poco menor que el movimiento aparente de todas las demás estrellas, lo que se reconoce en la precisión de los equinoccios. En tanto que la masa general de estrellas asciende 20 minutos más tarde en un día dado de cada año, Sirio asciende solamente 11 minutos después.

 

Corresponde esto a la diferencia en el movimiento aparente entré puntos exteriores a un círculo y el centro del mismo círculo, cuando es observado el movimiento desde un punto sobre su circunferencia – exactamente como, en un paisaje visto desde un automóvil en movimiento, los objetos lejanos y los próximos parecen correr unos detrás de otros.

 

Por esta observación tenemos una buena razón para creer que nuestro Sol tiene una traslación circular alrededor de Sirio. Y si suponemos la cifra generalmente aceptada de 20 kilómetros por segundo para el movimiento del Sol a través del espacio, como correcta; entonces esta traslación requeriría 800 mil años – en otras palabras, nuestro Sol haría unas 250 revoluciones alrededor de su sol mayor, por cada circuito completo de la Vía Láctea.

 

Más adelante veremos que esta cifra de 800 mil años es equivalente a cerca de un cuarto del tiempo de vida de la naturaleza, o a un mes de la vida ele la tierra; y que se encuadra muy bien en la relación general entre los cosmos. 9
 

9 - Véase apéndice II, “Los Tiempos de los Cosmos”


Entretanto, otro hecho muy sorprendente parece confirmar la idea de un sistema local estelar que tiene a Sirio como centro. Si tomamos las grandes estrellas que nos son familiares dentro, digamos, de cuarenta años-luz  del Sol – Sirio, Procyon, Altar, Fomalhaut, Pólux, Vega y otros semejantes – encontraremos que todas, menos dos, están dentro de los 15° del mismo plano.

 

Esta sección a través de los cielos corta el ecuador celeste en un ángulo de 60° y en cerca de 7,30 y 19.30 horas de ascención recta y se eleva a 55º de declinación en la vecindad del Arado. Sólo hay una explicación probable para esto: que todas las estrellas cercanas giran alrededor de un centro común y que esta sección es la elíptica sobre la cual están todas sus órbitas.

 

Si suponemos que Sirio es el sol de esos soles, entonces el nuestro –y esto es lo curioso– parece ocupar un lugar semejante en ese sistema al que ocupa la Tierra en el Sistema Solar. Y si esto es así, entonces, el sistema de Sirio puede considerarse casi exactamente un millón de veces más grande en tamaño que el nuestro.

 

¿Qué clase de influencia nos puede llegar del sol Sirio con su extraña combinación de radiación mucho mayor que la solar y de una densidad mucho más asombrosa aún que cualquiera que pueda concebirse en el oscurísimo interior de la luna más muerta? No podemos saberlo.

 

Tales supra-cielo e infra-infierno son inimaginables para nosotros, ni podemos saber si los rayos cósmicos o alguna otra radiación supra-solar se conectan con aquéllos.

De hecho, y solamente en forma general, podemos describir cada uno de los mundos que hemos considerado, como bañados en las radiaciones o influencias de todos los mundos que les son superiores, del modo como nuestra Tierra está bañada simultáneamente por los rayos cósmicos y el calor solar.

 

La suma de estas radiaciones constituirá el ‘medium’ en el cual existe el mundo y su variedad introducirá la posibilidad de escoger la respuesta entre una y otra influencias. Desde otro punto de vista, este ‘medium’ se compone de secciones de mundos superiores. Ya hemos comparado nuestro sistema solar dentro de una sección de la Vía Láctea, con una célula dentro de una sección del cuerpo humano. La célula es a la sección humana, y nuestro Sol es a la Vía Láctea, lo que son los puntos a los planos.

 

De modo que podemos decir, como ley, que el medium en el cual un mundo cualquiera vive y se mueve y tiene su ser, es a aquél como un plano es a un punto. La sección transversal del cuerpo humano es el plano en el cual se mueve la célula. La superficie de la Tierra es el plano de la naturaleza en el cual se mueve el hombre; la elíptica del Sistema Solar es el plano en el cual se mueve la Tierra; y el disco de la Vía Láctea es el plano en el cual se mueve el Sol. Ahora bien, la relación entre un punto y un plano no es infinita, sino infinita al cuadrado.

 

Esto significa que aquélla es inconmensurable, que ha entrado una nueva dimensión. Y cuando comparemos a cada mundo no con la sección del mundo superior en el cual habita, sino con el cuerpo completo de ese mundo superior, la comparación es entre el punto y el sólido, o el infinito al cubo. El cuadrado o el cubo del infinito podemos entenderlo mejor como la introducción del plan, el propósito y la posibilidad.

 

Un número infinito de células forma sólo una masa de protoplasma, pero las células multiplicadas por el cubo del infinito constituyen un cuerpo humano. Un número infinito de cuerpos significa nada más que toneladas de carne y humores, pero los cuerpos orgánicos multiplicados por el cubo del infinito constituyen el mundo armonioso de la naturaleza.

 

En la misma forma, aunque no podemos comprender su significación, la Vía Láctea debe componerse no de un infinito de soles, sino de un infinito al cubo.

 

Empero, célula, cuerpo humano, mundo de la naturaleza, Tierra, Sistema Solar y Vía Láctea son, en sí mismos y al mismo tiempo, completos; conteniendo cada uno un modelo y una posibilidad que reflejan perfectamente, en una escala particular, el modelo y posibilidad del todo. Tales entidades perfectas, conectadas por la escurridiza triada de dimensiones, con entidades semejantes de escalas mayores y menores, se llaman correctamente, cosmos.

 

Un libro se compone de capítulos, los capítulos de párrafos, los párrafos de oraciones, las oraciones de palabras y las palabras de letras. Letra y palabra tienen significación en su propio nivel, aunque carecen de propósito verdadero si están fuera del conjunto del libro.

 

Del mismo modo en el universo, a pesar de nuestras limitaciones, nos esforzamos por aprehender el cosmos superior con el objeto de alcanzar el propósito del inferior.