por Andreas Faber-Kaiser 1991 de AFK Website
Debajo de la isla de Pohnpei (o Ponape), en el océano Pacífico, se esconde una página secreta de la historia de la Humanidad. Por esta razón, los iniciados de la hermandad de los 'tsamoro' le dan a su isla justamente este nombre: "Sobre el secreto".
Un lugar que le sigue ocultando al extraño gran parte, precisamente, de sus conocimientos secretos.
El único que ha trascendido más allá de sus límites, sigue sin estar resuelto: frente a sus costas se asientan las ruinas de la enigmática ciudad acuática de Nan Madol, construida - nadie sabe cuándo ni por quién - con gigantescos bloques de basalto sobre 91 islotes artificiales.
Invadida por la jungla y los manglares, continúa siendo para los nativos una ciudad prohibida, que - de acuerdo con su tradición - acecha con la muerte a quien osa permanecer en ella después de la caída del Sol.
Noticias posteriores afirmaban que en la costa oriental de Pohnpei
se hallaban diseminadas en una amplia área misteriosas
construcciones cubiertas por la jungla: un sistema de canales, muros
ciclópeos, ruinas de fortificaciones, ruinas de palacios...
Hasta que los
submarinistas regresaron con narraciones fabulosas: allí abajo se
habían podido pasear por calles en parte bien conservadas, si bien
recubiertas por moluscos, colonias de corales y otros habitantes
marinos, amén de algún que otro vestigio de ruinas. Desconcertante
había sido, según ellos, la visión de numerosas bóvedas de piedra,
columnas y monolitos.
De acuerdo con estos testimonios, habrían ido extrayendo platino del fondo marino hasta el momento en que dos submarinistas ya no volvieron a emerger.
Desaparecieron sin dejar rastro, llevándose consigo su
moderno equipo de inmersión y de trabajo: jamás nadie volvió a
verlos.
Para despejarla, valía la pena estar volando, como lo estábamos haciendo Miquel Amat y yo, en pos del Sol.
Que esto no lo hacía nadie, que la gente se iba, pues... a Hawaii o a las Fidji, pero allí no:
Mal informado estaba el funcionario yanqui sobre las actuales preferencias culinarias de los pohnpeyanos, pero menos aún sabían en las agencias de viaje de la otra costa americana:
En eso, parecía evidente que el inquisidor de New York
había tenido razón: a Pohnpei la gente no iba.
Ni siquiera el experimentado taxista hawaiiano que nos llevó del aeropuerto de Honolulu a la playa de Waikiki. Únicamente el gerente del restaurante 'Tahitian Lanai' en Waikiki supo aportar algo concreto; conocía Pohnpei: que si lo nuestro era el masoquismo, que fuéramos allí.
Pero que el Pacífico ofrecía mil rincones para
visitar antes que éste.
Sobrevolamos los arrecifes de coral del extremo norte de la isla, e inmediatamente surgió un poco más a la izquierda el islote sobre el que se extiende el campo de aterrizaje de Pohnpei.
Aterrizaje - huelga decirlo - sin ayudas de tierra: a ojo.
A una temperatura media permanente de 27-28°C, este tipo de alojamiento es el único idóneo para el lugar.
Tuvimos que
acostumbrarnos a compartir el interior del habitáculo con lagartos,
lagartijas, sapos, caracoles gigantes y la visita diaria de una
rata. Pero todo esto quedaba compensado por la magnífica vista
tropical que desde nuestra cabaña disfrutábamos sobre la Bahía de la
Mala Acogida, como la bautizaron cuando la descubrieron en enero de
1828 unos navegantes rusos, a causa del poco hospitalario carácter
de sus moradores.
De la oscuridad surgió una figura igual de oscura que nos invitó por señas a seguirla. Nos ofreció cobijo en la cercana cabaña de reunión de los hombres del lugar.
Estaba ocupada
por unos quince individuos que nos fueron estudiando en silencio,
mientras dos de ellos se alternaban en hacernos preguntas concretas
sobre nuestra estancia en Pohnpei: qué habíamos venido a hacer aquí,
cuándo habíamos llegado, qué lugares pensábamos visitar, y - algo que
parecía interesarles especialmente - cuándo volvíamos a abandonar la
isla. Intenté ganar tiempo con respuestas evasivas hasta que paró de
llover.
Volvía a ser el mismo individuo que nos había invitado a la cabaña de los hombres, ahora acompañado de uno de nuestros interrogadores:
Estaba claro que, al igual que en el Kim de
Rudyard Kipling, también la noche de Pohnpei iba a estar llena de
ojos...
El enigma principal que ofrece son las ruinas de Nan Madol. Con
respecto a ellas, la arqueología oficial reconoce abiertamente su
desconocimiento absoluto sobre la finalidad de las más
impresionantes ruinas del océano Pacífico; es más, de la única
ciudad en ruinas que puede visitarse en los 166 millones de km2 de
dicho océano.
El recuerdo claro de la conexión
celeste y de la realidad del vuelo posible, en la antigüedad.
Este escueto y a la vez completo relato iniciático sobre los orígenes de la roca prima de Pohnpei, es un compendio de conocimientos ocultos.
Aquí, en el breve espacio de un artículo, no ha lugar para explicaciones más amplias, que sí están recogidas en cambio en mi libro Sobre el secreto (Plaza & Janés Editores, 1985). Apuntaré aquí solamente que el 9 es - para las empresas de la especie humana - el símbolo del nacimiento.
Entre otras, lo refleja así claramente por ejemplo la cábala lingüística de las voces "nueve-nuevo-nave-huevo" ("novem-novum-navis-ovum"), que cobra todo su vigor en el gay saber de los argotiers, en el argot de aquellos que construían la obra en el país del gallo, en la Galia: "neuf-neuf-nef-oeuf".
En el relato pohnpeyano reaparecen estos
mismos elementos: la nave, tripulada por nueve parejas, para
construir un país nuevo, lo cual significa un nacimiento,
simbolizado por el huevo.
Y en la misma cábala
lingüística de quienes construyen bajo el signo del gallo, Noé es la
radical de Noëlle, la natividad, el nacimiento. Con lo que seguimos
en la constante 9 indicada en el relato primo de Pohnpei: en 9
ciclos (=meses) se forma (= nace) el ser humano.
Como puede también convertirse en un sendero sin retorno. O ser simplemente una excursión por la jungla. Todo depende de la motivación con que uno emprende la ascensión hasta el núcleo habitado más elevado de Pohnpei.
Allí se halla el germen inicial de todo cuanto tiene que
ver con los misterios de la isla.
En busca del lago de agua dulce en el que, en las alturas
de Kiti, crecía la misma hierba que crece abajo en el mar.
Pronto
tendría que darle la razón.
Después de lo cual comprobaría que los distintos vigías de la jungla montañosa estaban informados de nuestra presencia. Entrada ya la noche, acudieron una serie de hombres, con alguno de los cuales nos habíamos cruzado ya en nuestro camino de ascenso. Pero otros acudieron de zonas aún más altas.
En un momento nos vimos acosados por primero tres, e inmediatamente dos más, en total cinco de aquellos guardianes de Salapwuk que, machete en mano y a dos palmos de nosotros - que estábamos hombro con hombro intentando captar aquella situación - imponían la prudencia por encima de cualquier otra reacción.
Tuvimos el segundo justo para confirmarnos mutuamente que aquello se salía de lo normal y podía derivar en algo feo si dábamos un paso en falso, cuando comenzaron a someterme alternativamente los cinco a un severo interrogatorio acerca del motivo auténtico de nuestra presencia en Salapwuk.
Sólo al cabo de
un buen rato de esfuerzos por no perder parte del terreno tan
pacientemente ganado, logré restarle gravedad a la tensión que
evidentemente se había creado.
Los guardianes cumplieron perfectamente su cometido, puesto que regresamos después de un día de caminata a pie descalzo por la jungla, sin haber visto el enclave que yo buscaba.
El lugar en el que, en épocas pasadas, cuando se producía alguna sequía anómala, los chamanes invocaban la llegada de la lluvia, que no tardaba en presentarse, después de haber clavado el sacerdote una vara en una abertura del terreno.
Era exactamente la historia que ocho años antes me había contado el superior del santuario de Aishmuqam, en la antigua ruta de los mercaderes que desde el Afganistán se dirigían a la capital de Cachemira, Srinagar.
Guardaban allí el bastón de Musa
(Moisés), que solamente se usaba en aquel extremo norteño de la
India para invocar la llegada de la lluvia, o el fin de una
epidemia, siempre con inmediato resultado positivo.
En Pohnpei los Sau Rakim fueron antiguamente los grandes iniciados - ya no queda ninguno hoy en día - que guardaban los secretos y no los compartían con las demás personas. Los mantenían ocultos, ya que de otra forma eran castigados con la muerte.
Cuenta la tradición que conocían todas las
antiguas historias de Pohnpei, y que cuando morían comenzaba a
llover, a relampaguear y a tronar. Algo similar - se suceden en esta
isla las conexiones planetarias - a lo que sucedió con motivo de la
crucifixión de Jesús.
Los jefes de tribu se constituían automáticamente en miembros de esta sociedad, mientras que a los demás tsamoro se les exigía una demostración de sus aptitudes en el plazo de un tiempo de prueba de varios años de duración. Esta demostración consistía en el conocimiento de la lengua de la sociedad, que no era la del pueblo. Era por lo tanto un argot, una lengua de los argotiers, por lo tanto de los argo-nautas.
Los tsamoro se reunían una vez al año en un lugar sagrado, rodeado de muros de piedra. El acceso les estaba vedado a los no iniciados, bajo pena de muerte inmediata. Durante sus reuniones secretas, los elegidos bebían sakau y cada uno ofrecía un recipiente de esta bebida sagrada a los seres superiores.
Explicaré enseguida en qué consiste esta bebida.
Valga decir antes
aún que el jefe de la hermandad secreta de los tsamoro tenía su sede
en estos montes de Salapwuk en cuya jungla me hallaba, y en donde
cada nueve meses se reunían todos los iniciados para un encuentro de
cuatro días de duración.
Literalmente:
Después de haberse retirado nuevamente las aguas, alguien procedió a reconstruir un túmulo de rocas en Salapwuk, en el reino de Kiti.
Pernis Washndon (el celador de los misterios de estos montes) me dijo en este contexto que Salapwuk no era más que el tapón que tapaba un secreto que se encerraba debajo del lugar que estábamos pisando.
Y considerando que Salapwuk debe su razón de ser
- como ya
vimos en el anterior número de "Más Allá" - a la primera piedra, a la
piedra angular, obligado es aportar aquí el dato de que en el texto
apócrifo Testamento de Salomón, la piedra angular es aquella que se
pone encima de la puerta del templo.
Según ellos, es una bebida proporcionada antiguamente por los seres superiores, como vehículo de comunicación con ellos. Tanto es así, que en el escudo o emblema oficial del actual estado de Pohnpei aparecen juntas las ruinas de Nan Madol y un cuenco de coco conteniendo el sakau.
Nosotros tomamos nuestro
primer trago en el marco de un festivo agasajo del que nos hizo
objeto una familia que ocupaba el pequeño islote de Takaieu, en los
arrecifes que rodean a la isla central de Pohnpei.
La cantidad de hojas de palma depende siempre del mayor o
menor rango del personaje principal que asiste a la ceremonia.
Inmediatamente después lavamos cuidadosamente con agua las raíces y
la plancha de piedra, hasta dejarla completamente limpia.
Esta plancha - de basalto - tiene un sonido
metálico al golpearla con las piedras que sirven para machacar las
raíces de sakau, y los oficiantes comenzaron por golpearla para
señalar el inicio de la ceremonia en sí.
Cuando ya estuvo completamente triturada la raíz de sakau, la salpicamos con agua fresca, al igual que las tiras de corteza de hibisco. Inmediatamente nuestros anfitriones pasaron a amasar las raíces trituradas con agua, mientras otros ya habían dispuesto la corteza en un extremo de la piedra de sakau, para irla rellenando con la masa de raíces.
Esta fue envuelta - liada - completamente en la
corteza, hasta formar un largo y grueso canuto que luego uno de
ellos fue exprimiendo con lentitud y fuerza para que el jugo
resultante se escurriera en un cuenco de coco. Nos lo tendieron para
iniciar la ingestión, tras lo cual lo fuimos ofreciendo a cada uno
de los presentes, como es costumbre entre ellos.
De todas formas, esto no se da entre los habitantes de Pohnpei, que saben dosificarse perfectamente su ración diaria de sakau.
Precisamente porque no
toman el sakau por drogadicción, sino porque constituye para ellos
ancestralmente un vehículo de comunicación sagrado. De comunicación
con seres superiores.
Kanekin Zapatan se fija en la hija de un jefe nativo. Tenemos así a un hombre descendido del cielo que se casa con una mujer terrestre. Ya conocemos eso de los textos bíblicos.
Urgido para el regreso por sus acompañantes, reclama sus alas y su aditivo capilar - un casco que llevaba - para poder reunirse en las alturas con los suyos.
Le acompaña también su mujer, y literalmente dice la tradición:
¿Cabría en aquella remota época mejor concreción para
indicar que le puso un casco, imprescindible para levantar el vuelo?
Al reencontrarse con sus padres les recuerda que "me engendrasteis en la Tierra".
La narración también afirma de él que "sabía andar sobre
el mar". Se suceden los símiles con pasajes bíblicos.
Un curioso invento lo constituyen los sacos voladores que aparecen
en algún que otro relato de los tiempos antiguos de la isla. Se
trataba de vehículos volantes de gran movilidad con capacidad para
un solo tripulante. Incluso quedan narraciones que refieren combates
entre varios de estos sacos voladores.
Para ello hay que remontarse nuevamente a los relatos tradicionales de los nativos. Cuentan éstos que muchísimo tiempo después de la llegada de la primera canoa con las nueve parejas (ver "Más Allá" n°...), hacen aparición en la isla dos hermanos: Olosipe y Olosaupa. Con ellos comienza el enigma de la ciudad de Nan Madol.
El único recuerdo ancestral que los nativos
conservan sobre la construcción de dicha ciudad, es el que refiere
su origen a la actuación, absolutamente mágica, de estos dos
personajes.
Llegaron a Pohnpei para edificar allí un santuario consagrado a un protector de la tierra y del mar: la anguila, desde entonces el animal totémico por excelencia de Pohnpei.
Hay que tener en cuenta que el pohnpeyano
no adora a la anguila misma como animal, sino por lo que éste
representa: en su cuerpo habita el espíritu, la divinidad. La
anguila es así un vehículo de la divinidad. Como lo es la serpiente
para los aborígenes australianos y para los pueblos mesoamericanos,
entre otros. ¿Y por qué en Pohnpei no aparece la figura de la
serpiente, cobrando vigor, en su lugar, la de la anguila? Pues
porque es el único animal que el nativo pohnpeyano puede asimilar a
la imagen de una serpiente, por la sencilla razón de que en su
pequeña isla las serpientes no existen.
Siendo la anguila una serpiente
acuática, el santuario debía erigirse en un lugar que fuera a la vez
mar y tierra: el arrecife coralífero que rodea a la isla.
Pensile Lawrence, transmisor ya citado del conocimiento esotérico de Pohnpei, me confesaría:
De acuerdo también con la versión esotérica, debajo de Nan Madol yace Kanimeiso, la "ciudad de nadie".
Por ende, cabe comentar aquí
que todo el simbolismo de la construcción del santuario apunta hacia
el feudo de los reyes del Sol: Nan Tauas, la construcción principal
del conjunto, se halla en el vértice oriental (hacia donde sale el
Sol) de Nanisounsap (el lugar del rey del Sol), erigido a su vez en
el extremo oriental de Sau Nalan (el Sol), que a su vez constituye
el flanco oriental, o sea de la salida del Sol, de la isla de
Pohnpei.
En el islote sólo vivía Nahzy Susumu.
Con él, con nuestra
compañera, guía e intérprete Carmelida Gargina, con los grandes
cangrejos cocoteros, dos perros y algunos cerdos, con las rayas y
con las crías y algún que otro padre de tiburón y con la desdichada
morena que pescó Carmelida a golpe limpio de mi machete para cocerla
luego aún medio viva en las brasas de nuestra hoguera, compartimos
las inolvidables y solitarias noches de este mágico arrecife
coralífero del Pacífico.
Por tierra, imposible, dado que la espesa jungla que cubría toda la isla, y los intrincados manglares que se extendían a lo largo de la costa, hacían imposible el transporte de estos enormes bloques de piedra.
Cabía la posibilidad de un transporte por mar, a lo largo del arrecife.
Miquel Amat, experto navegante, me comentó sin embargo que la única posibilidad habría sido, en época tan lejana, el sujetar cada columna de piedra debajo de una enorme balsa, para evitar que esta zozobrara y se hundiera.
Pero entonces, ¿cómo habrían podido
salvar la barrera coralífera con la que habrían topado? El
transporte era a todas luces imposible. Excepto para los iniciados,
aquellos privilegiados isleños que conocían la historia auténtica de
su tierra.
Quien se sonría ante mi ingenuidad, recuerde las palabras del jefe hopi White Bear, cuando explica - sin tener ni la más remota idea de lo que cuentan los transmisores del conocimiento en Pohnpei - que exactamente este corte y trasporte de enormes bloques de piedra es lo que los katchinas - seres que dominaban el secreto del vuelo - enseñaron a los antepasados de los indios hopi, hoy asentados en Arizona, y que por su parte afirman proceder del Pacífico.
Es más: vimos que en la relación solar de todo el simbolismo construccional y de emplazamiento del santuario del rey del Sol - Nanisounsap - el edificio principal, Nan Tauas, ocupaba el vértice más oriental, o sea dirigido al Sol naciente.
Pues bien, Tauas significa en lenguaje
hopi exactamente esto mismo: Sol.
Aquél que está implícito en el propio nombre de Pohnpei:
"Sobre el secreto".
Tuve que
cruzar luego los manglares y navegar hasta Nahnningi, y por ende
explorar las ya devastadas ruinas de la ciudad prohibida de Nan
Madol, para ir arrancándoles a algunos nativos iniciados la
confesión de que Nan Madol no es más que una señal en forma de
desafiante ciudad que indica que frente a su muralla externa, allí
donde moran los tiburones, se esconde bajo las aguas otra ciudad de
construcción muchísimo más antigua.
Nadie explica lo que ha encontrado agua abajo de estas diez
columnas submarinas, de una cultura absolutamente distinta a la de
los constructores de Nan Madol: éstos dispusieron la totalidad de
los bloques de basalto en forma horizontal, mientras que las
mencionadas columnas submarinas se hallan todas en posición
vertical.
Les debía este
homenaje a los Sau Rakim de Pohn Pei, que supieron desaparecer sin
haber narrado más que una parte de su saber, testimoniando así su
pertenencia a la universal comunidad de iniciados.
La sociedad secreta de los tsamoro no
traiciona sus principios.
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