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			por Andreas Faber-Kaiser 
			
			1992 
			de
			
			AFK Website 
			  
			En 1986, me interné en solitario en la 
			selva ecuatoriana, en busca 
			de la entrada que —oculta en la espesura amazónica— da acceso a los 
			túneles de los Tayos, que supuestamente albergan el valioso legado 
			de una civilización desconocida.  
			  
			Desde entonces guardé silencio 
			sobre lo que allí averigüé, por haberlo pactado así con los 
			celadores visibles de aquel mundo subterráneo.  
			  
			Ahora, al cabo de 
			seis años, me veo obligado a publicar parte de su testimonio, 
			forzado a ello por sendos artículos aparecidos recientemente sobre 
			las cuevas de los Tayos y sobre el túnel de Costa Rica. 
			 
			image from
			
			GoldLibrary Website 
			  
			Cuando le sorprendo en el comedor del hotel Guayaquil aquel mediodía 
			de finales de marzo de 1986, le fastidio a Janos Moricz el jugo de 
			papaya que se estaba llevando a los labios.  
			  
			Retornó el vaso a la 
			mesa y me miró como si fuera un ectoplasma: 
				
				"¿De dónde sale usted? Ya no creíamos volver a verle..." 
			Contra su consejo y contra el de sus colaboradores, me había 
			aventurado solo en el Oriente ecuatoriano, en la espesura de la 
			selva amazónica, en busca de una confirmación de cuanto él aseguraba 
			existe en el subsuelo de aquellos parajes vírgenes. Dado que no 
			logré que me acompañara al lugar de su extraordinaria experiencia, 
			decidí ir solo. Intentó disuadirme durante muchos días, para acabar 
			brindándome una cena de despedida para alguien al que no se le va a 
			volver a ver:  
				
				"Entrar solo en la selva supone la muerte. De allí no 
			sales si no la conoces bien." 
			  
			
			LA LEY DEL SILENCIO
 
			Ahora que había regresado, y que le demostré hasta dónde había 
			llegado, su actitud cambió por completo: me abrió su pequeño museo 
			junto a la sede de la Empresa Minera Cumbaratza y de la Empresa 
			Minera del Sur, en Guayaquil, me mostró parte de su oro, sus 
			fotografías del interior de los túneles, y me obsequió con un plano 
			de los mismos:
 
				
				"Es usted el primer extranjero que ha tenido el 
			arrojo de ir solo hasta las cuevas. Otros lo han intentado, pero 
			nunca nadie había ido solo. Ha crecido enormemente mi respeto por 
			usted, por lo que, la próxima vez que venga, le prometo acompañarle 
			a la selva. Solamente le pido a cambio que no publique absolutamente 
			nada de lo que ha visto ni de lo que le he estado explicando." 
			No hacía falta que insistiera en ello.  
			  
			Conozco bien las reglas y sé 
			respetarlas: por ética y por propia seguridad, pues queda mucho 
			camino por recorrer.
 
			  
			
			UN REGUERO DE INFARTOS
 
			Prácticamente a la misma hora en que estaba yo aterrizando 
			procedente de Bogotá en el aeropuerto Simón Bolívar de Guayaquil, el 
			22 de febrero de 1986, moría de un infarto en los montes cercanos a 
			Vilcabamba —en donde Moricz estaba concentrando sus más recientes 
			prospecciones mineras— el ingeniero jefe de su equipo de geólogos, 
			el alemán Dr. Stadler, que hacía su primer recorrido de 
			reconocimiento del terreno.
 
			  
			Esta fue mi bienvenida.  
			  
			Mi llegada 
			coincidió con la del ingeniero Hans Theo Sürth, ayudante de 
			Rommel 
			en el desierto en sus años mozos, y que ahora actuaba en 
			representación del Departamento de Geología y Minería de la misma 
			empresa alemana que había enviado al Dr. Stadler. Al comunicar 
			Sürth 
			la muerte de su compañero a la central alemana, no tardó en recibir 
			un telex de sus jefes que finalizaba con estas palabras: "... y 
			abrid bien los ojos". No dudé en aplicarme el consejo.
 En 1987 telefoneé a Pierre Paolantoni a su casa de Paris. Me 
			interesaba contactarle dado que catorce años antes también él había 
			obtenido información de primera mano de Janos Moricz —que por cierto 
			cambió hace años su nombre original húngaro de Janos por el español 
			Juan—. Quedé con Pierre en que nos veríamos personalmente en la 
			primera ocasión que yo tuviera de viajar a Paris. Cuando meses más 
			tarde se dio esta ocasión, telefoneé previamente para acordar una 
			cita.
 
			  
			Atendió al teléfono su mujer Marie-Thérèse: que no hacía falta 
			que fuera a verlos, dado que al día siguiente de mi primera llamada, 
			Pierre Paolantoni había sido ingresado de urgencia en una clínica 
			por haber sufrido un ataque cardíaco. Precisaba reposos absoluto y 
			no quería ni oír hablar del tema. Durante el invierno de 1991 acudí 
			repetidas veces al domicilio de los Paolantoni en París, pero jamás 
			logré hablar con ellos cara a cara.
 Por primera vez desde su salida durante la ocupación rusa, Janos 
			Moricz tenía intención de viajar a Europa, a su Hungría natal, en el 
			verano de 1990. Al no venir, le llamé a Guayaquil:
 
				
				"Con la guerra 
			que se está fraguando en el Golfo, yo no viajo a Europa ni loco", me 
			dijo, para añadir: "Y le doy un consejo: lárguese con su familia 
			ahora que aún está a tiempo. Aquí tiene usted casa y comida para el 
			tiempo que haga falta."  
			Temía que la guerra del Golfo le matara en 
			Europa. Y las paradojas del destino pueden llegar a ser grotescas, 
			dado que no interpretó bien el mensaje: se quedó en el Ecuador, y 
			exactamente el día antes de que 
			
			el diabólico presidente  
			Bush 
			anunciara el fin de la guerra del Golfo, Janos Moricz fue hallado 
			muerto de un infarto de miocardio, el 27 de febrero de 1991, en la 
			habitación de un hotel en Guayaquil.
 
			  
			
			EL HALLAZGO DE MORICZ
 
			
  Entre la voluminosa documentación que me entregó 
			Juan Moricz cuando 
			regresé de la selva, figura copia de la Escritura notarial de 
			protocolización de la denuncia oficial de su sorprendente hallazgo. 
			  
			La presentó hace casi 20 años al Ministro de Finanzas, y por su 
			intermedio al Presidente de la República del Ecuador, para dejar 
			constancia de la exactitud de sus afirmaciones.  
			  
			Extracto de esta 
			Escritura notarial: 
				
				"He descubierto, en la región Oriental, provincia de Morona-Santiago, 
				(click imagen derecha) dentro de los límites de la República del Ecuador, objetos preciosos 
			de gran valor cultural e histórico para la humanidad, que consisten 
			en láminas metálicas que elaboradas por el hombre contienen la 
			relación histórica de toda una civilización perdida de la cual el 
			género humano no tiene memoria ni indicio todavía.  
				  
				Tales objetos se 
			encuentran agrupados dentro de variadas y distintas cuevas, siendo 
			de diversas clases en cada una de ellas. He realizado el 
			descubrimiento de manera enteramente fortuita, en circunstancia en 
			que, en mi calidad de científico, investigaba aspectos folklóricos, 
			etnológicos y lingüísticos de tribus ecuatorianas.    
				Los objetos por 
			mí descubiertos tienen las características siguientes, las cuales he 
			podido constatar personalmente:  
					
					
					Uno: Objetos de piedra y metal en 
			distintos tamaños, formas y colores. 
					
					Dos: Láminas de metal grabadas 
			con signos y escritura ideográfica, verdadera biblioteca metálica 
			que contiene la relación cronológica de la historia de la humanidad, 
			el origen del hombre sobre la Tierra y los conocimientos científicos 
			de una civilización extinguida." 
					
					 
					Lamina 
					metálica encontrada dentro la Cueva de Los Tayos... 
					(image from
					
					ForosKaliman Website) 
			Más adelante, y siempre dentro de la misma escritura notarial, 
			Moricz no se anda con rodeos ni tapujos cuando se dirige al 
			Presidente de la República: 
				
				"Pido a usted se digne nombrar una comisión nacional ecuatoriana de 
			control y de supervisión, a fin de dar a conocer a sus integrantes 
			el lugar exacto en que se encuentran las variadas cuevas y cavernas 
			que contienen los objetos descubiertos.  
				  
				Dejo constancia de que me 
			reservo el derecho de posteriormente presentar ante quien usted 
			determine, fotografías, películas, e incluso muestras originales que 
			sirvan para ampliar la descripción e identificar claramente la 
			forma, tamaño, disposición y calidad de los objetos por mí 
			descubiertos.  
				  
				Dejo constancia, además, de que en uso de mi derecho 
			de dominio sobre la parte que me corresponde en el hallazgo en 
			conformidad con la Ley, me reservo el derecho de proceder al 
			señalamiento y ubicación exactos del lugar donde los objetos se 
			encuentran una vez que se haya designado oficialmente la comisión 
			que solicito, y ésta se halle reunida e integrada con los 
			científicos, investigadores y observadores que yo por mi parte 
			designe en salvaguarda de mis derechos." 
			  
			
			COMPROMISO DE SILENCIO
 
			El 23 de julio de 1969 se firmó en Guayaquil un documento que 
			comenzaba así:
 
				
				"Los abajo firmantes, integrantes de la expedición a las cuevas 
			descubiertas y denunciadas en el Ecuador por el Sr. Juan Moricz, nos 
			comprometemos formalmente a no formular declaración alguna 
			periodística, radiodifundida, televisada u otras de similar 
			naturaleza, ni a publicar fotografía alguna relacionada con la 
			expedición, sus incidencias, los objetos preciosos existentes en el 
			interior de las cavernas, la ubicación geográfica del lugar 
			descubierto, las teorías o hipótesis a que conduce el descubrimiento 
			y en general respecto de todos los pormenores de la expedición." 
			Etc. 
			De hecho, yo podía haber publicado un libro sobre mi viaje a los 
			Tayos ("Tayu Wari" en el idioma de los nativos) tan pronto como 
			regresé a Barcelona, en la primavera de 1986. Pero no me parecía 
			ético. Prefería seguir buscando en esta dirección, como en tantas 
			otras, en silencio. Prefería la postura del propio Moricz, cuando le 
			pregunté qué pasaría si él moría antes de poder dar al mundo el 
			mensaje que se había traído del interior de las cuevas:  
				
				"No pasaría 
			nada. Entonces no habré sido yo el elegido para dar este mensaje." 
			Pero apareció recientemente un artículo sobre los Tayos, firmado por 
			alguien que nunca estuvo cerca de los mismos, ni mucho menos al 
			borde de su entrada. Valga decir aquí de paso que tampoco Erich von 
			Däniken estuvo jamás en la selva que encierra estas cuevas.
 Un mes después de este reportaje, apareció un artículo sobre el 
			túnel del "Templo de la Luna", al que descendí con 
			Juan José Benítez 
			en Costa Rica en octubre de 1985. Honestamente creo que no era 
			momento todavía de publicar nada sobre ninguno de los dos túneles.
 
			  
			En el caso de los Tayos, me obligan a publicar parte de mi propio 
			testimonio, en apoyo de sus mismas afirmaciones.
 
			  
			
			MANIOBRAS DE 
			DISTRACCIÓN
 
			Como queda dicho, llegué a Guayaquil en febrero de 1986. En la sede 
			de la Empresa Minera Cumbaratza me recibe Zoltan, compañero de 
			fatigas de Moricz, y me comunica que acaba de morir en los montes 
			cercanos a Vilcabamba el geólogo alemán ya citado.
 
			  
			En los días 
			siguientes Janos Moricz, su compañero y compatriota Zoltan y 
			Gerardo 
			Peña, el abogado del grupo, me convierten en su huésped de honor y 
			se empeñan en disuadirme de mi empeño de visitar las cuevas:  
				
				"¿De 
			verdad quiere irse a Oriente? Esto siempre es peligroso, e ir solo 
			es un suicidio."  
			Pero yo no dejo de hacer mis preparativos para el 
			viaje a la selva. Intento conseguir en Guayaquil, sin éxito, el 
			ansiado suero contra la mordedura de serpientes, que no había podido 
			obtener en Barcelona ni en Madrid. Tampoco aquí. En el mercado negro 
			puedo agenciarme un revólver sin licencia por 80.000.- sucres, unas 
			80.000.- pesetas.  
			  
			En algunas ferreterías de la capital del Guayas me 
			ofrecen un rudimentario artefacto de dos balas, sin ninguna 
			precisión, por unas 20.000.- pesetas. Decido que ya veré cómo me 
			defiendo en la selva cuando esté más cerca de ella. Mientras tanto, 
			me compro una hamaca y un poncho de lona para las lluvias.
 En vez de ir conmigo a la selva como estaba previsto, Janos Moricz 
			me invita a acompañarle a Vilcabamba —el pequeño valle andino con 
			mayor índice de longevidad de América—, no sin antes darme un 
			consejo:
 
				
				"Llévese bastantes botellas de aguardiente de caña. No para 
			usted, sino para la mula, por si ésta flaquea en la selva: un trago 
			de aguardiente la levanta de golpe. Además, es lo más seguro: 
			montado en la mula no le morderá ninguna serpiente." 
				 
			Me llevo 
			aguardiente y whisky para mí. Viajo al sur del Ecuador, casi a la 
			frontera con el Perú, en un "Trooper" de la Empresa Minera del Sur y 
			en compañía de Zoltan.  
				
				"¿Por qué no se olvida de los Tayos? Verá 
			cómo le gustan las minas. Es toda una experiencia. Escriba un libro 
			sobre las minas y sobre el oro. Le daremos toda la información que 
			precise y en Vilcabamba estamos abriendo una nueva prospección. 
			Puede vivir allí como invitado nuestro el tiempo que quiera." 
				 
			No 
			sabían con quién estaban hablando.
 
			  
			
			ÚLTIMOS CONSEJOS Y ADVERTENCIAS
 
			En el camino, me compro en Loja unas botas de agua "Siete vidas" 
			para la selva: con ellas avanzas mejor cuando el piso se transforma 
			en lodazal, y puedes evitar la eventual mordedura de alguna 
			serpiente que estés a punto de pisar por no haberla visto entre la 
			hojarasca. Sirven, siempre y cuando sus colmillos sean lo 
			suficientemente pequeños para no perforar la goma de las botas.
 
			  
			Llegamos al Hotel de Turistas de Vilcabamba, en los Andes, adquirido 
			y transformado por Moricz en laboratorio de Geología, en el preciso 
			instante en que en su cocina dan caza a una serpiente que se había 
			colado en el edificio.  
			  
			En los dos días siguientes todo son intentos 
			de disuadirme de mi intención de llegar a los Tayos. Dado que no 
			cedo, Moricz me brinda un banquete de despedida en el que se queman 
			los últimos cartuchos: me advierten que nadie había vuelto solo de 
			aquella selva, que las boas van a dar cuenta de mí antes de que me 
			pueda apercibir de ello, que los tigrillos (jaguares) no son ninguna 
			broma, y que las serpientes esperan gozosas mi llegada. La 
			orquestación era la de toda una "última cena".
 Al día siguiente madrugo para emprender con el hijo del cónsul 
			alemán en Guayaquil, Günter Lisken, agregado al ministro de 
			Industria del Ecuador, el largo viaje en jeep hasta Cuenca, la 
			histórica ciudad de los Andes. Media hora antes, Janos Moricz parece 
			compadecerse de mí y me da unos cuantos consejos prácticos: la mejor 
			ruta que puedo tomar, los contactos que debo localizar en el 
			trayecto a la selva, y cómo protegerme de las serpientes: que 
			embadurne de ajo los extremos de mi hamaca, ya que este olor las 
			repele, y deposite algo más lejos potes de leche caliente, cuyo olor 
			en cambio las atrae de forma casi encantada, mágica.
 
			  
			Pero yo ya no 
			me fío de los consejos de quien me ha dejado plantado y ha hecho los 
			imposibles por distraerme de mi objetivo principal. Cambio toda mi 
			estrategia y mi ruta y prescindo de los contactos de Moricz, que 
			averigüé sobre la marcha que no eran en absoluto recomendables.  
			  
			A 
			partir de ahora todo será improvisado, y me dejo guiar por mi 
			intuición.
 
			  
			
			ÚLTIMOS APROVISIONAMIENTOS
 
			En Cuenca, ya solo, localizo por fin unas minúsculas bolitas de 
			cloro que se utilizan para el agua de las piscinas. Me llevo una 
			bolsa para purificar con ellas en mis dos cantimploras el agua de 
			los arroyos que beberé. También me compro un machete de grandes 
			dimensiones, única arma que finalmente me llevaré a la selva además 
			de mi cuchillo de supervivencia, que ya traía de Barcelona.
 
			  
			Me 
			informo de cómo llegar a Macas, la última localidad antes de la 
			selva: iré en un autobús que marcha al Oriente, cruzando los Andes 
			hasta rebasar la tercera cordillera y descender hacia la selva: 300 km que se cubren a marcha lenta en 12 horas. Precio: 300.-pts. En Macas hago el último esfuerzo por conseguir un arma de fuego, pero 
			en vano. Necesito el dinero para alquilar una avioneta que me lleve 
			al corazón de la selva.  
			  
			Tampoco aquí tienen antídoto contra la 
			mordedura de las serpientes. Me cuentan que dos días antes de mi 
			llegada hallaron a una boa roncando junto a la orilla del río, con 
			dos bultos bien visibles en su interior. Más abajo apareció un bote 
			vacío: abrieron la boa y hallaron en su interior a la pareja que 
			ocupaba el bote. Y todavía no me hallaba en la selva virgen.  
			  
			Pido 
			antídoto contra los ofidios en la rudimentaria enfermería de la 
			misión de Chiguaza, algo apartada de Macas. No tienen, pero sí me da 
			un remedio la hermana encargada de la misma: "Cuando te abras paso 
			por la selva reza un avemaría y nada te pasará". Un anciano 
			misionero prácticamente ciego tiene mejor consejo:  
				
				"Durante toda mi 
			vida he andado por la selva pidiendo que no me tocara a mí, sino al 
			que viniera detrás". 
			
 
			RUMBO A LA SELVA 
			Tengo que esperar tres días para obtener permiso de vuelo con la 
			avioneta: falta arreglar una pieza y además acaba de saberse que el 
			general Frank Vargas Pazzos, jefe de la Fuerza Aérea Ecuatoriana, se 
			ha alzado contra el presidente de la República, León Febres Cordero. 
			Se prohíben todos los vuelos en el Ecuador, y el batallón de Selva 
			en cuya pista debe de aterrizar mi avioneta se halla en estado de 
			alerta máxima.
 
			  
			De hecho despegamos de forma clandestina en cuanto se 
			observa el primer claro entre las nubes y las brumas: un rápido 
			contacto por radio para conocer la situación atmosférica en el área 
			de destino permite intentar el vuelo.  
			  
			Sobre la cordillera selvática 
			del Cutucú tenemos serios problemas de visibilidad y no parece que 
			el pequeño aparato quiera remontar fácilmente las copas de los 
			árboles más elevados:  
				
				"Nosotros hace diez años que no tenemos 
			ningún accidente mortal", me tranquiliza el piloto a mi lado. "Los 
			de las misiones protestantes en cambio se la pegan con frecuencia, 
			dado que salen a volar con el estómago lleno de alcohol para darse 
			valor. Aquí en cuanto ves un claro entre las nubes tienes que 
			despegar y rezar para que no se cubra durante el vuelo, para seguir 
			teniendo visibilidad y llegar a tu destino." 
			En la pequeña pista de selva me recibe un sargento a pie de 
			avioneta: debo acompañarle para justificar mi llegada y el motivo de 
			mi estancia en aquél último bastión del ejército ecuatoriano en los 
			lindes de su territorio selvático cercano a la frontera peruana. 
			Allí solamente se iba castigado, o voluntario para subir escalafón 
			en dos años de estancia. El coronel Gordillo me da la bienvenida y 
			me prohíbe hacer fotografías en aquel lugar.  
			  
			A los pocos minutos, 
			una botella de whisky que saco de mi mochila le hace cambiar de 
			opinión y me pide fotografiarse conmigo en aquel mismo marco. Me 
			facilita máquina de escribir y una canoa con escolta armada para un 
			tramo del río que deberé remontar a partir de allí.  
			  
			A cambio me pide 
			un informe de todo cuanto observe en mi ruta, dado que ellos mismos 
			desconocen el lugar al que me dirijo. Les queda únicamente una dosis 
			de antídoto contra las serpientes, pero no me la pueden dar porque 
			es para cualquier emergencia que ellos puedan tener. Me internaré en 
			la selva definitivamente sin armas de fuego ni antídoto contra las 
			serpientes.  
			  
			Aunque sí: me llevo un botellín de keroseno: si te 
			muerden lo tomas y vomitas, pero no te mueres.  
			  
			También sirve una 
			lavativa de ajo, y los indígenas tienen un remedio eficaz: la 
			curarina, una planta que nada tiene que ver con el veneno del 
			curare, y que es eficaz remedio contra la mordedura de las 
			serpientes.
 
			  
			
			ME DETIENEN LOS GUARDIANES
 
			Un nuevo peligro lo representarán pronto los torbellinos de las 
			aguas rápidas del río Santiago que estamos remontando. Uno de los 
			dos últimos visitantes de esta zona murió al golpearse contra una 
			roca y caer al agua. Pregunto qué hacer si te ataca una de las boas 
			que acechan en los remansos del río: nada. No tienes tiempo. Si caes 
			al agua te arrastra inmediatamente hacia el fondo te aprisiona el 
			tórax y te devora entero.
 
			  
			El último tramo es a pie, en una caminata 
			ascendente, con una mochila de 22 kg a las espaldas, en que tienes 
			que abrirte paso a machetazos hasta llegar al poblado nunkui del 
			Coangos.  
			  
			Durante el viaje había ido oyendo silbidos en la selva: con 
			el lenguaje de los pájaros se comunican los jívaros de estos 
			parajes, y a mi llegada ya sabían de dónde y en qué circunstancias 
			venía. Me ofrecieron chicha —raíz de yuca masticada por las mujeres 
			del poblado— y aguardiente de caña.  
			  
			Al cabo de un rato me comunican 
			que no puedo entrar en ninguna hea (cabaña), ni salir del poblado: 
			soy su prisionero hasta que se aclare quién soy y para qué he 
			venido.
 
			  
			
			INTERROGATORIO A VIDA O MUERTE
 
			Bien entrada la noche llega por fin un responsable con poder de 
			decisión. Le pregunto qué significa aquella retención y aquella 
			actitud hostil hacia mí, dado que tenía mis papeles en regla, venía 
			desarmado y contaba con un salvoconducto del Gobernador de la zona, 
			que instaba a todos los habitantes de la la misma a prestarme ayuda.
 
			  
			Me contestó que aquel salvoconducto era papel mojado en el 
			territorio de su tribu, y yo estaba en el fondo completamente de 
			acuerdo con él en este extremo.  
			  
			Y continuó: 
				
				"Este es nuestra selva y nuestro territorio, y tu has entrado en él 
			sin nuestro permiso. Si fueras portador de un permiso nuestro, la 
			costumbre de nuestro pueblo nos obligaría a protegerte mientras 
			estés aquí, y nos obligaría a acompañarte hasta que volvieras a 
			salir de nuestra selva con vida, aunque en ello muriera alguno de 
			los nuestros. Pero dado que has entrado en nuestro territorio sin 
			avisarnos de tu llegada, debes saber que si mañana desapareces en 
			estos parajes, si te matamos esta noche, nadie se va a enterar nunca 
			de ello. Nadie conocería tu paradero ni podría venir en tu ayuda. 
			Desaparecerías para siempre."  
			Aquella primera noche dormí sin llegar 
			a pegar ojo. Con el machete a mano y el cuchillo escondido en una de 
			mis botas. Si la cosa se ponía fea eran unos 50 individuos, 
			repartidos en 9 cabañas, los que tendría frente a mi. Tampoco ellos 
			se fiaban de mí. Nadie quiso acogerme en su cabaña. Al día siguiente 
			seguí inquiriendo el motivo de aquella desconfianza y de aquella 
			hostil acogida, que para mí no era lógica en una tribu de su estilo: 
			"Es que puedes ser un espía".  
			  
			Me acordé de repente de que el 
			Gobernador me había advertido que no me adentrara solo en aquella 
			zona de la selva, dado que los jívaros shuaras estaba en guerra 
			entre sí, entre tribus: unos querían ser ciudadanos ecuatorianos 
			"oficiales" y los otros preferían seguir siendo los hijos de la 
			selva y dueños de su propia libertad e independencia.  
			  
			Pensaban que 
			yo podía ser un espía que trabajaba para alguno de los bandos 
			contendientes.
 
			  
			
			HAS VENIDO PARA ESPIAR LAS PIEDRAS
 
			Cuando insistí en que no tenía nada que ver en esta lucha, acabó por 
			confesarme:
 
				
				"También puedes haber venido para espiar las piedras." 
			Aquello ya me intrigó muchísimo más. ¿Espiar las piedras? - "Sí, 
			puedes haber venido para espiar las piedras que constituyen la razón 
			de nuestra existencia aquí." Le dije que sí, que ese era 
			precisamente el motivo de mi viaje. 
			En los días siguientes fui indagando más y más aspectos de lo que 
			había detrás de estas piedras: averigüé así que la razón de vivir de 
			estos indios —en esta zona concreta— se debía al hecho de que eran los guardianes de lo que se ocultaba debajo de sus pies, en el 
			subsuelo de aquel pedazo de selva: los agujeros que pertenecían a 
			otros seres que ellos desconocían, pero que el legado de sus padres 
			y abuelos afirmaba vivían en aquellas profundidades.  
			  
			Nunca los 
			habían visto ellos, pero cuando descendían a las cuevas en alguna 
			ocasión veían sombras que huían rápidamente en la penumbra, y que 
			dejaban huellas de pisadas en el lodo. Me fui ganando la confianza 
			de aquellos jívaros distintos hasta lograr que por fin aceptaran 
			tatuarme en el brazo el mismo signo que ellos llevan marcado en el 
			rostro: sería mi salvoconducto para futuras incursiones en su 
			territorio.  
			  
			El veterano Waharai acabó llenando de humo una gran hoja 
			que tomó de los alrededores, afiló una rama en punta y fue 
			pinchándome con paciencia hasta grabarme aquel signo con humo en la 
			piel. Pero antes, con tiento y paciencia, fui averiguando día a día 
			y noche a noche las historia de las piedras. Me acompañaron además 
			hasta la boca de entrada de Tayu Wari, la gran boca negra en la que 
			anidan los tayos, pájaro sagrado que guarda en la tradición el 
			acceso al mundo subterráneo.  
			  
			De regreso, hicimos un alto en el río 
			que separa la boca de la cueva del poblado en el que vivía. De 
			repente, me dice uno de ellos:  
				
				"La otra entrada que buscas está 
			frente a tí. Mira atentamente. Nunca podrás penetrar en ella, pues 
			la guardan las boas. Dos niños de una misma mujer de nuestra tribu 
			han muerto devorados por las boas, uno cada año, el anterior y éste, 
			mientras jugaban aquí en la orilla del río." 
			  
			
			LO QUE HAY DEBAJO
 
			De acuerdo con los relatos que personalmente me hicieran Janos 
			Moricz y su compañero Zoltan en Guayaquil y en Vilcabamba, y de 
			acuerdo también con los relatos que escuché en la selva de boca de 
			los transmisores de los conocimientos antiguos de su tribu —entre 
			ellos los jívaros shuaras Wamputsar y Kajekai Wajarai Nunkuich, así 
			como Venancio, que me abordó mientras estaba solo en el riachuelo de 
			la selva lavando mi ropa—, relatos que en lo esencial coinciden con 
			los recogidos de boca de Moricz por 
			
			Salvador Freixedo y por el 
			matrimonio Marie-Thérèse Guinchard y Pierre Paolantoni, el interior 
			de Tayu Wari alberga lo siguiente:
 
			 
			(image from
			
			ForosKaliman Website) 
				
				
				
				 Una vez descendida la oscura chimenea de más de 80 metros de 
			profundidad en la que anidan los pájaros sagrados llamados tayos, 
			recorridos los primeros 300 metros de subterráneos y atravesada la 
			gran estancia bautizada por Moricz como "Domo de Nuestra Señora del 
			Guayas", hay que recorrer dos galerías largas, hasta que se dobla un 
			recodo de 90 grados que forma el mismo pasadizo, y que a renglón 
			seguido conduce a una curva en sentido contrario. De allí se 
			desemboca en una sala circular. 
				
				En su centro hay una mesa redonda tallada en piedra, rodeada de 
				siete asientos que son también de piedra. En la pared de roca, 
			detrás de cada asiento, una abertura rectangular.
				
				A partir de aquí hay que penetrar en la abertura que está orientada 
			hacia el Sur. Un pasadizo pequeño, bajo y estrecho, asciende por una 
			pendiente poco pronunciada. Al cabo de una hora larga de lenta 
			ascensión, el túnel vira hacia el Sureste y asciende ahora en una 
			pendiente más acentuada. Poco después, el túnel se estrecha aún más, 
			ahora en descenso, y hay que continuar a gatas.
				
				Al poco rato se percibe una luz, al final de la pendiente. La boca 
			del túnel queda separada del exterior por una potente cascada de 
			agua que la cubre por completo. Una vez cruzada la cascada, se llega 
			a un promontorio, abierto en lo alto sobre la selva virgen, y que da 
			paso a una enorme gruta. Junto a ella, en la pared de la roca que 
			forma un precipicio a plomo sobre la selva virgen que se divisa 
			abajo en el valle, un resbaladizo camino enlosado forma una 
			estrechísima cornisa que conduce hasta otra abertura —esta vez 
			pequeña— en la roca: se trata de una pequeña cavidad de solamente 
			tres metros de profundidad.
				
				En el piso de esta pequeña estancia hay dos losas cuadradas de medio 
			metro de lado cada una. Debajo de ella, una estrecha escalera de 
			piedra, que hay que descender hasta llegar a una galería de piso de 
			tierra. Al final de la misma, una bajada extremadamente peligrosa 
			que desemboca en una nueva gruta que alberga un pequeño lago de unos 
			40 metros de ancho.
				
				Continúa a partir de aquí una galería horizontal que se extiendo a 
			lo largo de algo más de un kilómetro, para virar luego hacia el 
			Oeste e iniciar una bajada poco pronunciada. Por este camino se 
			llega al cabo de una hora larga de marcha a una nueva gruta, mucho 
			más pequeña que la anterior, y que también posee un pequeño lago 
			interior.
				
				Al retirarse el agua de este lago —fenómeno que se produce en 
			determinadas circunstancias— aparece en su fondo, a unos diez metros 
			de profundidad, una galería lateral. Al cabo de unos metros, una 
			larga escalera ascendente conduce hacia un nuevo pasadizo superior, 
			horizontal, extremadamente estrecho y de algo más de metro y medio 
			de altura, que avanza en espiral. Al final, una escalera descendente 
			muy pronunciada. Un poco más adelante, una nueva cavidad, en cuyo 
			centro se halla una especie de altar. Más allá, un enorme pórtico 
			abre el paso a una galería ancha, que se desanda cómodamente hasta 
			llegar a una suave pendiente que desemboca en una gruta.
				
				En esta gruta, una luz procedente de una especie de 
				lámpara 
			giratoria ilumina numerosos esqueletos humanos totalmente 
			recubiertos de oro. Junto a ellos, ingentes cantidades de joyas de 
			todo tipo. En el centro de la estancia se halla una mesa o pupitre 
			de piedra, sobre el cual se hallan unos libros cuyas hojas son de 
			oro. Sus páginas están cubiertas de jeroglíficos, y contienen la 
			historia de todas las civilizaciones de la Tierra.
				
				Allí moran los habitantes de estas cavernas. Más bajos que nosotros. 
			Se mueven como sombras en la penumbra. Ningún extraño debe tocar 
			nada de lo que allí ve. De lo contrario, nunca más hallará el camino 
			de salida. 
			  
			
			NO DES UN PASO EN FALSO
 
			Esta es la historia y existe el lugar. Pero podría ser que no fuera 
			éste el lugar de esta historia. Porque un lugar así, naturalmente, 
			se cubre con habilidad. Si te aventuras tras las huellas que dejo en 
			este reportaje, no hallarás más que un conjunto de cuevas 
			entrelazadas, y unos indios que guardan silencio.
 
			  
			Pocas son en estos 
			momentos las personas que conocen las claves correctoras para llegar 
			a la biblioteca de oro. Este reportaje te muestra la cerradura. Pero 
			si no posees la llave, nunca llegarás a abrir la puerta. Si intentas 
			forzarla, reventarás en el intento.  
			  
			Lee, escucha, documéntate en 
			otras fuentes, en otros textos, en otros libros. Existen. La llave 
			existe, por fortuna para los auténticos buscadores. Solamente hay 
			que ser sincero consigo mismo, ser honesto, y saber leer cada frase 
			en varios sentidos. De la habilidad y limpieza de propósitos del 
			buscador depende —exclusivamente— el dar con la llave de este 
			legado.  
			  
			Recuerda siempre que solamente llega aquél que realmente 
			merezca llegar. 
			  
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