por Andreas Faber-Kaiser
1992
del Sitio Web
AndreasFaber
Los
indios Hopi, en Arizona, afirman que
sus antepasados fueron visitados por seres que se desplazaban en
escudos volantes y dominaban el arte de cortar y transportar enormes
bloques de piedra, así como de construir túneles e instalaciones
subterráneas.
EL MENSAJE DEL LABERINTO
La senda del conocimiento puede conducir a la sabiduría o a la
perdición del buscador, y este es el riesgo inherente a toda
aventura humana desde el momento mismo en que vislumbramos la
posibilidad de acceder a la inteligencia.
A ello alude por ejemplo la leyenda de Teseo y Ariadna, escenificada
en el laberinto de Dédalo, en Cnossos, en la isla de Creta. El
esquema de dicho laberinto —dibujo ancestral que se repite en
diseños parecidos en diversas culturas de la antigüedad— tal y como
aparece grabado en monedas cretenses antiguas, es idéntico a otro
que aparece en una cruz rúnica danesa, y a otro que simboliza a la «madre
Tierra» entre los indios Hopi americanos.
La identidad de dichos
esquemas, que forman parte del simbolismo inherente a culturas tan
dispares como estas tres, es realmente asombrosa y sigue
constituyendo un enigma a la par que un reto para el investigador.
ESCUDOS VOLADORES
Igualmente asombroso es el hecho de que el esquema de la mitología
mediterránea aparezca idéntico precisamente entre los indios Hopi.
Pues la tradición de dicho indios —viva hoy en día— une el origen de
su pueblo al contacto con unos seres de forma humana que disponían
de aparatos voladores en forma de escudos. Los textos clásicos
latinos, por su parte así como también los Annales Laurissenses que
daban cuenta de las campañas de Carlomagno, refieren diversos
avistamientos de escudos voladores.
Las tradiciones de los indios Hopi, exactamente igual.
Detengámonos pues un momento en estas
tradiciones.
Los indios Hopi viven hoy en una reserva en el estado norteamericano
de Arizona, y su poblado principal es Oreibi, el más antiguo lugar
ininterrumpidamente habitado de Norteamérica. Josef F. Blumrich, el
ingeniero de la NASA que
reconstruyó el esquema de la nave que vió y
describió en los textos bíblicos el profeta Ezequiel, y con quien
tuve ocasión amplia de intercambiar informaciones en sendos
congresos de la Ancient Astronaut Society celebrados en Crikvenica (Croacia)
y en Munich, vive en Laguna Beach, en California, no lejos de la
reserva de los Hopi.
Desde el año 1971 mantiene una agradable
amistad con el anciano indio White Bear, el cual le ha venido
narrando pacientemente a Blumrich los recuerdos ancestrales de su
pueblo, que forman parte de su actual tradición viva. El ingeniero
Blumrich dispone hoy así de casi cincuenta horas de cintas grabadas
con narraciones y explicaciones adicionales.
Voy a resumir aquí los
puntos que nos interesan de estas grabaciones.
KASSKARA Y LOS SIETE MUNDOS
De acuerdo con la tradición Hopi, la historia de la Humanidad está
dividida en períodos que ellos denominan «mundos», los cuales están
separados entre sí por terribles catástrofes naturales:
Actualmente vivimos en el cuarto mundo. Y en total, la
Humanidad deberá recorrer siete.
No siendo comprobables históricamente los dos primeros mundos, la
memoria tribal de los Hopi se remonta a la época del tercer mundo,
cuyo nombre era Kasskara. Este era el nombre, en realidad, de un
inmenso continente situado en el actual emplazamiento del océano
Pacífico. Pero Kasskara no era la única tierra habitada. Existía
también el «país del Este».
Y los habitantes de este país tenían el
mismo origen que los de Kasskara.
LOS KATCHINAS LLEGARON POR EL AIRE
Los habitantes de este otro país comenzaron a expandirse y a
conquistar nuevas tierras, atacando Kasskara ante la oposición de
ésta a dejarse dominar.
Lo hicieron con armas potentísimas (y uno
piensa inmediatamente en las armas devastadoras descritas en las
antiguas epopeyas hindúes, así como en la
deflagración atómica de Sodoma y Gomorra), imposibles de describir.
Tan sólo los elegidos, los seleccionados para ser salvados y
sobrevivir en el mundo siguiente fueron reunidos bajo el «escudo».
Los proyectiles enemigos reventaban en el aire, de modo que los
elegidos colocados bajo el «escudo» quedaban indemnes.
Repentinamente, el «país del Este» desapareció por alguna causa
desconocida bajo las aguas del océano, y también Kasskara comenzó a
hundirse paulatinamente.
En este momento, los katchinas ayudaron a los elegidos a trasladarse
a nuevas tierras.
Este hecho marcó el fin del tercer mundo y el
comienzo del cuarto.
Es preciso aclarar que, desde el primer mundo, los humanos estaban
en contacto con
los katchinas, palabra que puede traducirse por «venerables
sabios». Se trataba de seres visibles, de apariencia humana, que
nunca fueron tomados por dioses sino solamente como seres de
conocimientos y potencial superiores a los del ser humano. Eran
capaces de trasladarse por el aire a velocidades gigantescas, y de
aterrizar en cualquier lugar.
Dado que se trataba de seres corpóreos,
precisaban para estos desplazamientos unos artefactos voladores,
unos «escudos voladores» —al igual que en las crónicas romanas, al
igual que en las crónicas de Carlomagno— que recibían diversos
nombres.
ESCUDOS VOLADORES
White Bear describe estos artefactos:
«Si de una calabaza cortas la parte inferior, obtendrás una corteza;
lo mismo debe hacerse con la parte superior. Si luego se superponen
ambas partes, se obtiene un cuerpo de forma de lenteja. Este es
básicamente el aspecto de un escudo volador».
Hoy en día los katchinas ya no existen en la Tierra.
Las danzas katchinas, tan conocidas hoy en Norteamérica, son representadas por
hombres y mujeres en calidad de sustitutos de unos seres realmente
existentes antaño. Los katchinas podían en ocasiones tener un
aspecto extraño, siendo así que originariamente se solían
confeccionar muñecas katchina para que los niños se acostumbraran a
su aspecto.
Hoy en día, estas muñecas se fabrican preferentemente
para los turistas y coleccionistas.
EL GRAN ÉXODO
Hecha esta aclaración, regresemos al cambio de territorio de los
antiguos habitantes de Kasskara.
La población, de acuerdo con el recuerdo tradicional de los Hopi,
llegó a la nueva tierra por tres caminos diferentes. Los
seleccionados para recorrerla, inspeccionarla y prepararla, fueron
llevados allí por aire, a bordo de los escudos de los katchinas. El
gran resto de la población tuvo que salvar la enorme distancia a
bordo de barcas.
Y cuenta la tradición que este viaje se efectuó a
lo largo de un rosario de islas que, en dirección noreste, se
extendía hasta las tierras de la actual América del Sur.
LA TOCADA POR EL RAYO
La nueva tierra recibió el nombre de Tautoma, que viene a significar
«la tocada por el rayo».
Tautoma fue también el nombre de la primera
ciudad que erigieron, a orillas de un gran lago. De acuerdo con los
conocimientos actuales, Tautoma se identifica con
Tiahuanaco,
mientras que el lago corresponde al Titicaca, en la frontera actual
de Perú con Bolivia.
Posteriormente, un cataclismo convulsionó a la ciudad, destruyéndola,
motivo por el cual la población se fue desperdigando por todo el
continente. Durante un largo período de tiempo estos hombres
procedentes del Pacífico se fueron repartiendo en grupos y clanes
por los dos subcontinentes.
Algunos de estos clanes iban en compañía
de los katchinas, quienes a menudo intervinieron para ayudarles.
DE LA SELVA A LA PARED DE HIELO
Los Hopi formaban parte del grupo de tribus que emigraron en
dirección norte, y sus leyendas recuerdan un período en el que
atravesaron una calurosa selva, y un período en el que se toparon
con una «pared de hielo» que les impidió el avance hacia el norte, y
les obligó a volver atrás.
El ingeniero Josef F. Blumrich, comentando lo sorprendentes que
pueden llegar a parecer algunas de estas tradiciones, recuerda que
todavía hoy en día siguen vivas a través de diversas ceremonias.
LA CIUDAD ROJA
Mucho tiempo después de estas migraciones todavía había clanes que
seguían conservando las antiquísimas doctrinas.
Estos clanes se
reunieron y construyeron una ciudad «de importancia trascendental,
que recibió el nombre de "la ciudad roja"», a la que se identifica
con Palenque, en el Yucatán mexicano. En dicha ciudad fue
establecida la escuela del aprendizaje, cuya influencia todavía
puede descubrirse en algunos Hopi.
Los maestros de dicha escuela eran los katchinas, y la materia de
enseñanza estaba compuesta esencialmente por cuatro apartados:
-
Historia de los clanes
-
La naturaleza, las plantas y los animales
-
El hombre, su estructura y su función física y psíquica
-
El cosmos y su relación con el
hacedor
Tras un posterior período de numerosos enfrentamientos entre las
ciudades establecidas en el Yucatán, sus habitantes abandonaron la
zona y reemprendieron la migración hacia el norte. Durante aquella
turbulenta época los katchinas abandonaron la Tierra.
Los pocos
clanes que han seguido manteniendo vivo el antiguo saber se juntaron
más tarde en Oreibi, siendo ésta la razón de la especial importancia
de este lugar.
TÚNELES E INSTALACIONES
SUBTERRÁNEAS
Tras haber recogido toda la información que le ha sido posible sobre
los katchinas, Blumrich llega a las siguientes conclusiones sobre
estos seres que, sin ser considerados en ningún momento como
divinidades —y esto es importante—, se sitúan en el plano cósmico de
injerencia directa en el quehacer humano:
tenían cuerpo físico,
tenían apariencia de hombres, en muchos aspectos se comportaban como
hombres, pero disponían de unos conocimientos muy superiores a los
propios hombres.
Poseían artefactos voladores, y un enigmático escudo que rechazaba a
los proyectiles enemigos a elevada altura. Eran además capaces de
engendrar niños en las mujeres sin mediar contacto sexual.
A todo
ello hay que sumar las habilidades que los humanos aprendieron de
los katchinas, la más importante de las cuales fuera quizás el corte
y transporte de enormes bloques de piedra y, en relación con ello,
la construcción de túneles y de instalaciones subterráneas.
LOS MENSAJEROS DE LOS DIOSES
Además de lo que afirma Blumrich con referencia a los Hopi, que él
estudió en profundidad, podemos corroborar algunas de sus
constataciones observando las costumbres de sus inmediatos vecinos,
los indios zuñi y pueblo, que junto con los Hopi forman el grupo de
pueblos agricultores de la actual Arizona.
Así, por ejemplo, los zuñi, cuyos templos son cámaras ceremoniales
subterráneas, conservan el culto de la serpiente emplumada como
deidad celeste, lo que indica el origen mexicano de ciertos
elementos de su religión al enlazar directamente con la imagen y
culto de Quetzalcóatl (identificado con Kukulkán y Gucumatz) que fue
también serpiente emplumada y voladora, corroborando así en cierta
forma las narraciones de los Hopi que afirman haberse establecido
durante un tiempo en el área del Yucatán.
Los mismos zuñi rinden igualmente culto a los katchinas, para ellos
mensajeros e intermediarios entre las deidades del cielo y el ser
humano. Con lo cual se identifican prácticamente con los seres —emisarios
o mensajeros de la divinidad— que en los textos bíblicos actúan bajo
el concepto de ángeles.
Otro dato curioso es que este grupo de indios pueblos practican el
arte de la pintura en seco, de arena o de polen, frente a sus
altares, para las ceremonias religiosas.
El origen de este arte es
desconocido, y el mismo es practicado igualmente en el Tibet y entre
algunas tribus de Australia.
TECNOLOGÍA PUNTA
Pero regresemos a las observaciones que efectúa Josef F. Blumrich,
sin perder de vista al hacerlo que se trata de las observaciones de
un ingeniero con cargo de directivo de la NASA.
Afirma que los Hopi cuentan que
los escudos voladores de los katchinas se desplazaban a enormes velocidades gracias al impulso de
una «fuerza magnética». En relación con ello, argumenta Blumrich que
ni los Hopi ni nosotros sabemos de qué se trata concretamente. Y que
nosotros, por ejemplo, todavía no sabemos qué es realmente la
gravitación. El día en que logremos descifrar este enigma, existirá
la posibilidad de que incluso nosotros podamos volar sin limitación
alguna.
Cabe recordar sin embargo —volviendo a lo que afirman los Hopi— que
Jonathan Swift vertió en su obra Los viajes de Gulliver datos
astronómicos correctos acerca de los satélites de Marte, que nadie
en su época podía conocer y que no fueron corroborados por nuestros
astrónomos hasta 150 años más tarde.
Swift le hace decir a Gulliver
—personaje central de esta obra— que estos datos se los comunicaron
los tripulantes de un artefacto volante circular y resplandeciente (como
los «escudos» de los katchinas) gobernado a voluntad por estos
tripulantes recurriendo al magnetismo.
La fuerza magnética por lo
tanto que afirman los Hopi que servía para desplazar a sus escudos
voladores.
En cuanto al escudo capaz de hacer explosionar los proyectiles
enemigos en el aire, recuerda Blumrich que los rusos estaban
desarrollando hace ya años unos haces de protones capaces de
destruir a los cohetes en pleno vuelo, mientras que en los Estados
Unidos se estaban realizando ensayos con rayos de electrones
parecidos, que tienen esta misma capacidad.
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