APÉNDICE
Explicaciones suplementarias, ejemplos y referencias
El origen del hombre latinoamericano
Todo empezó con
Cristóbal Colón. Cuando el navegante italiano
descubrió el nuevo mundo a finales del siglo XV, estableció contacto
con unos pueblos completamente desconocidos hasta entonces. Dado que
Colón y sus compañeros habían estado buscando el camino de las
Indias Occidentales, estaban convencidos de que los nativos eran los
indios. Pese a que el error sería corregido poco después, el nombre
se conservó. En los últimos 500 años, los hallazgos arqueológicos y
las investigaciones etnológicas han dado lugar a las más
extravagantes teorías acerca del origen del hombre americano.
Gregorio García, funcionario de la Inquisición Española, incluso
suponía que los habitantes del Nuevo Mundo eran de origen bíblico.
Se creía que un hijo de Noé, Isabel, había poblado América hasta
Perú mientras que otro de sus hijos, Jobal, se había establecido en
Brasil. (Esta leyenda sudamericana es obviamente una versión de la
historia de Noé.)
En el siglo XVII
García escribía:
«Los nativos no reconocen a Jesucristo. No nos
están agradecidos por el bien que les hacemos. Por tanto, únicamente
pueden ser infieles».
Las explicaciones de algunos autores populares no son menos
imaginativas. Éstos relacionan el origen de la población nativa de
América con el legendario continente de la Atlántida, el cual, según
el filósofo griego Platón, quedó sumergido en el año 9500 a. de C.
Los proponentes de varias oleadas migratorias desde Egipto, Asia
Menor y Europa pertenecen al mismo grupo.
Walter Raleigh cambió el nombre del príncipe de los incas, Manco
Capác, por el de Inglés Capác. Por su parte, los seguidores del
sabio alemán Wegener creen en el origen africano de la población
indígena americana. En un tiempo en el que África y América estaban
unidas, los indios habrían llegado a la Amazonia a pie.
Existe una evidencia histórica mayor para la teoría del especialista
germano-boliviano Posnansky. Después de veinte años de
investigaciones en las ruinas bolivianas de
Tiahuanaco, llegó a la
conclusión de que los primeros americanos se desarrollaron en el
continente con independencia de los pueblos europeos y asiáticos.
Posteriormente, el investigador británico Fawcett apoyó la teoría de
Posnansky, considerando que Tiahuanaco era uno de los numerosos
asentamientos de un poderoso imperio de los bosques.
En la actualidad, los especialistas están divididos en dos escuelas
claramente separadas: los que proponen una migración desde Asia a
través del estrecho de Bering, y los que creen en el desarrollo
autónomo del hombre americano. Ambos grupos han presentado
innumerables pruebas científicas, pero que, sin embargo, no han
contribuido a clarificar los dos problemas básicos: ¿Dónde se
desarrollaron las primeras naciones americanas?, y ¿cuál fue el
proceso del desarrollo diferenciado de la población nativa que
alcanzó su apoteosis cultural y política con los imperios azteca,
maya e inca?
Estas preguntas apenas pueden ser contestadas científicamente, ya
que se carece de eslabones esenciales en la cadena de evidencias. Lo
que se ha establecido es que en un período muy inicial, hace
probablemente más de 10.000 años, varias tribus gobernaban América y
que éstas debían tener el mismo origen o estaban en comunicación las
unas con las otras. Esto lo sabemos por los hallazgos arqueológicos
de los misteriosos sambaquis, los enterramientos funerarios de los
indios de América del Norte y de América del Sur.
Una evidencia
adicional nos la pueden proporcionar los antiguos ritos mortuorios
de los incas y de los mayas. Mas para todas estas coincidencias no
existe explicación alguna, a no ser que nos sumerjamos en las
leyendas y sagas de estos pueblos.
Mitos y leyendas mayas
Según el
Chilam Balam, el libro de los sacerdotes del jaguar, de los
mayas, la historia comienza en el año 3113 a. de C. El especialista
alemán en temas mayas Wolfgang Cordan relaciona esta fecha con un
misterioso acontecimiento histórico de gran importancia. La
historiografía tradicional, sin embargo, únicamente la menciona como
una curiosidad del complicado calendario maya. De una manera
bastante sorprendente, las tradiciones escritas de las
naciones de América Central coinciden con las leyendas de los indios
de la jungla. Los toltecas y los mayas hablan sobre la aparición de
dioses y de héroes, quienes, sin esfuerzo aparente, realizaban actos
extraordinarios.
Los aruak de la Amazonia describen asimismo la
llegada y partida de portadores de frutas cubiertos con extrañas
máscaras. Algún acontecimiento histórico similar parece haber
influenciado a todos los pueblos que vivían en aquel tiempo. De ello
somos conscientes en la actualidad, y aunque pueda presentarse
envuelto en un manto de mitología, se basa indudablemente en hechos
reales.
La única relación directa entre la historia comprensible y los mitos
latinoamericanos se encuentra en las leyendas de los quiche-maya y
de los ugha mongulala, salvo en que sus tradiciones se refieren
distintamente a Dioses-Reyes y a Padres Antiguos poseedores de unas
asombrosas cualidades físicas. Son éstos los descendientes de una
misteriosa raza estelar; seres muy superiores a los hombres y que
tras su muerte entran en una segunda vida que les está vetada a los
mortales ordinarios.
«Si quieres convertirte en un Dios», dice el Chilam Balam de los quiche-maya, «hazte merecedor de ello. Tu
existencia terrena y tu conducta deben estar en armonía con la
voluntad de los Dioses. Debes seguir las leyes éticas del cosmos.
Sólo así los Dioses no se sentirán avergonzados ante tu presencia y
hablarás con ellos como su igual».
En la Crónica de Akakor, los «Maestros
Antiguos que nosotros llamamos Dioses» vinieron a la Tierra hacia el
año 3.000 a. de C. y la modelaron a su imagen. A los hombres les
dieron nombres, idioma y escritura; les enseñaron unas elementales
leyes agrícolas y políticas que en parte se han mantenido en vigor
hasta la actualidad; y, asimismo, los trasladaron a las residencias subterráneas como una
protección contra una inminente catástrofe. Así es como lo recoge la
crónica. Las tradiciones orales y escritas de los pueblos más
antiguos son invariablemente comparables.
En un tiempo, hace más de
10.000 años, una o varias naciones altamente civilizadas habitaban
en la Tierra, dominaban a los pueblos indígenas y realizaban actos
que dependían de unos asombrosos cálculos matemáticos. Según el
Libro de los Muertos de los egipcios, el
Edda de los celtas y el
libro secreto indio Mahabharata, incluso transfirieron a los hombres
de un planeta a otro.
Fueron asimismo las responsables del
nacimiento de los primeros centros de civilización, en los cuales
posteriormente se desarrollarían las altas culturas.
Las trece residencias subterráneas
Al margen de como contemplemos las memorias y tradiciones míticas,
lo cierto es que resuelven los misterios de la prehistoria terrestre
y humana, y que explican por sí mismas algunas evidencias
arqueológicas bastante problemáticas. El desierto costero de
Nazca,
en Perú, está lleno de dibujos gigantescos que miden varios
kilómetros, cruzados por rayas y líneas de figuras geométricas. En
su minuciosa exploración de la antigua ciudad religiosa de Tiahuanaco,
Posnansky descubrió por toda la ciudad unas extrañas
cámaras subterráneas y cuyas gruesas paredes se ajustaban con
precisión. En la impresionante fortaleza montañosa de Sacsahuamán,
en las cercanías de Cuzco, se encuentran bloques de piedra que pesan
varias toneladas y que ajustan milimétricamente.
El cronista español Montesinos adscribe su
construcción a una poderosa nación desaparecida hace muchas épocas.
En opinión de los americanistas, la fortaleza está construida en el
llamado estilo inca-imperial, dominante hacia los años 1480 a 1530.
Según la Crónica de Akakor, los Padres Antiguos construyeron hace
más de 10.000 años gigantescas ciudades de piedra, entre las que se
encontraban las trece residencias subterráneas y los túneles
trapezoidales que atraviesan la región amazónica.
Hasta el momento,
las ciudades subterráneas únicamente han aparecido en mitos y en
leyendas. La tradición tibetana habla del reino subterráneo de Agarthie. Los indios de América del Norte conocen la existencia de
enormes cuevas en las que se guardaban y cuidaban los pájaros de
trueno de los dioses. Los túneles subterráneos han sido descubiertos
por todo el mundo.
En Perú y Bolivia, los especialistas y los exploradores han
encontrado enormes pasadizos de piedra cuya construcción sería
difícil incluso con los conocimientos técnicos actuales. En la
peruana Serie documental del Perú incluso se describe una expedición
que en 1923 emprendieron miembros de la universidad de Lima.
Acompañados por expertos espeleólogos, los científicos penetraron
desde Cuzco en los túneles trapezoidales. Tomaron medidas de la
abertura subterránea y avanzaron en dirección a la costa.
Repentinamente, las comunicaciones con el punto de entrada se
interrumpieron. Después de doce días, y casi extenuado, un único
miembro de la expedición regresó a la superficie. Pero sus historias
sobre un confuso laberinto subterráneo eran tan increíbles que los
colegas del desafortunado explorador creyeron que se había vuelto
loco. Para impedir nuevas pérdidas de vidas, la policía prohibió
la entrada a los misteriosos pasadizos y dinamitó el punto de
entrada.
El gran terremoto de Lima de 1972 llevó una vez más las estructuras
subterráneas peruanas a los titulares de los periódicos. Durante su
trabajo de salvamento, los técnicos descubrieron largos pasadizos
que nadie hubiera sospechado se encontrasen allí. La exploración
sistemática de los cimientos de Lima llevó al asombroso
descubrimiento de que extensas partes de la ciudad estaban cruzadas
por túneles, conduciendo todos ellos a las montañas. Pero no
pudieron determinarse los puntos de terminación, ya que con el
tiempo se habían hundido.
¿Quién construyó estos pasadizos? ¿Cuándo? ¿A dónde conducen?
Solamente dos de las muchas teorías existentes nos ofrecen una
explicación lógica. La primera alude a rutas de huida construidas
por los incas tras la llegada de los conquistadores españoles. La
segunda se basa en las leyendas incas, que adscriben los túneles a
un pueblo antiguo.
Montesinos, en sus Memorias antiguas,
historiales, políticas del Perú, escribe:
«Cuzco y la ciudad en
ruinas Tiahuanaco están unidas por un gigantesco camino subterráneo.
Los incas desconocen quién lo construyó. Tampoco saben nada sobre
los habitantes de Tiahuanaco. En su opinión, fue construida por un
pueblo muy antiguo que posteriormente se retiró hacia el interior de
la jungla amazónica».
La Gran Catástrofe Universal
Los mitos de las poblaciones aborígenes de América Latina
forman un cuadro bastante coherente. En un pasado bastante lejano,
la Tierra estaba gobernada por una poderosa raza de dioses que
sometió a las poblaciones nativas y construyó gigantescas ciudades.
Estos seres, obviamente construyeron asimismo ciudades subterráneas
y fortalezas ante la expectativa de una guerra que evidentemente
creían era inevitable. El posterior acaecimiento real de un
acontecimiento terrible no sólo es confirmado por la tradición: los
geólogos y los arqueólogos dan por hecho que la primera Gran
Catástrofe según la Crónica de Akakor, la destrucción del mundo
según el vocabulario de los mayas, el Diluvio según el Antiguo
Testamento, ocurrió realmente.
En la actualidad, los científicos interpretan como natural un
acontecimiento que es un lugar común en la historia de todos los
pueblos. Podría haber sido provocado por una modificación del eje de
la Tierra debido al acercamiento de una estrella o al de un cometa,
o a la caída de una luna. Numerosos geólogos creen que hubo grandes
cambios en la corteza de la Tierra y posteriores olas enormes. Las
leyendas y los mitos de los pueblos aborígenes atribuyen estos
hechos a los dioses. El
Popol Vuh quiche-maya habla de una visita de
los dioses para destruir a la Humanidad malvada.
El libro secreto
indio
Mahabharata describe una guerra entre los dioses. El
Edda
germánico habla de una revuelta del averno:
«El Sol se vuelve negro. Se desata el trueno. La trompa de Yggdrasill comienza a temblar. El
espíritu de los árboles gime. El gigante se escapa. Todo se
conmociona. En el averno, las ataduras de Surt, el amigo de sangre,
se rompen. El cielo revienta. El vientre de la Tierra se abre hacia
el cielo y vomita llamaradas de fuego y veneno. El dios se pone en
camino para enfrentarse
con el dragón. Se oculta el Sol. La Tierra se hunde en el agua. Las
felices estrellas caen del cielo».
La Crónica de Akakor complementa y completa la información mítica de
otros pueblos. Nos habla de dos razas divinas con diferentes
propiedades físicas. El comienzo de la guerra se sitúa en el año 13
(10.468 a. de C., según el calendario occidental). Platón, en su
diálogo llamado
Critias, menciona el año 9500 a. de C. como aquel en
el que la legendaria
Atlántida fue destruida. El historiador
Hemus
habla de una terrible catástrofe que ocurrió en el año 11.000 a. de
C. Posnansky sitúa la destrucción de
Tiahuanaco hacia el año 12.000
a. de C. Un filósofo griego, un historiador egipcio y un
investigador alemán, todos ellos confirman algo que es conocido
desde hace mucho tiempo por las tradiciones orales y escritas de
todos los pueblos.
¿Comenzó el auge de la Humanidad con la llegada de astronautas
extranjeros? ¿Se desarrolló el hombre sobre la Tierra o procedía de
planetas bastante alejados? Aquel que conceda una credibilidad mayor
a las leyendas de los pueblos antiguos que a las hipótesis
científicas o a las afirmaciones religiosas puede encontrar
innumerables indicaciones de que los dioses fueron los responsables.
Pero las leyendas no son la evidencia. Ni siquiera las gigantescas
ciudades religiosas de los mayas, las enormes pirámides de los
egipcios o las gruesas estructuras de Nazca en el Perú tienen por
qué ser necesariamente estructuras no humanas. Son, efectivamente,
testimonios del florecimiento de unas altas civilizaciones que ya no
comprendemos.
Pudiera ser esta enorme escala la que a nuestros ojos
eleva a sus constructores a la estatura de Dioses.
Los egipcios y los fenicios en Brasil
La historia del primer hombre americano continúa siendo un misterio.
La mayoría de los científicos sostienen que atravesó a pie el
desierto helado del Estrecho de Bering y que pobló el continente de
Norte a Sur. Los seguidores de Posnansky le consideran como el
descendiente de la población de Tiahuanaco. Muchos de los autores de
ciencia popular creen que es el superviviente de la legendaria
Atlántida. Mas hasta el momento nadie ha podido aportar pruebas
incontrovertibles.
En 1971, el profesor norteamericano Cyrus Cordón originó un revuelo
aún mayor al publicar una asombrosa teoría. Este investigador
afirmaba que las antiguas naciones del Oriente habían tenido
conocimiento de América durante miles de años. Como evidencia,
presentó la copia de una losa de piedra que había hallado en el
estado federal brasileño de Ceará, y que lleva grabada la siguiente
inscripción:
«Somos hijos de Canaán. Procedemos de Sidón, la ciudad
del Rey. El comercio nos ha traído hasta esta tierra de montañas.
Hemos sacrificado un joven para conjurar la ira de los dioses en el
decimonoveno año de Hiram, nuestro rey poderoso. Iniciamos nuestro
viaje en Eziongaber y navegamos con diez bajeles por el Mar Rojo.
Hemos pasado dos años sobre el mar y bordeamos un país llamado Ham.
Luego una tormenta nos separó de nuestros compañeros; finalmente
llegamos aquí, doce hombres y tres mujeres, a una playa de la que
yo, el almirante, he tomado posesión».
Las afirmaciones de Cyrus Cordón
provocaron una explosión de indignación entre los arqueólogos e
historiadores brasileños. La teoría rebajaba a los descubridores portugueses
a meros epígonos de los navegantes fenicios, y asimismo
proporcionaba una explicación completamente nueva al origen del
término Brasil. La versión habitual deriva su nombre del árbol pau
do Brasil. Según el profesor estadounidense, la palabra tiene su
origen en el vocabulario hebreo. Varias universidades brasileñas
enviaron grupos de investigadores al área en la que el profesor
había localizado el hallazgo para estudiar y verificar el
sensacional descubrimiento.
La mayor y la más costosa de las expediciones inspeccionó en 1971 la
región de Quixeramobin, en el centro de Ceará. Durante tres meses de
arduo trabajo, se recogieron más de mil kilogramos de cerámicas y de
muestras del suelo. Los arqueólogos excavaron más de 100 urnas y
descubrieron unas misteriosas imágenes de piedra y ornamentos
coloreados de porcelana. En el mismo otoño, el director de la
expedición, el arqueólogo brasileño Milton Parnés, publicó su primer
informe, que confirma las afirmaciones de Gordon y las observaciones
contenidas en la Crónica de Akakor relativas a contactos entre los
ugha mongulala y el imperio de Samón situado al otro lado del océano
oriental.
Las referencias a una antigua relación entre el Oriente y el Nuevo
Mundo no se limitan a los asombrosos descubrimientos de Ceará. Los
libros egipcios de los muertos del segundo milenio a. de C. hablan
sobre el reino de Osiris situado en un distante país en el Oeste.
Las inscripciones en las rocas de la región del río Mollar, en
Argentina, están claramente en la misma línea que las de la
tradición egipcia. En Cuzco se encontraron símbolos y objetos de
cerámica que son idénticos a los artefactos egipcios. Según el
investigador estadounidense Verril, constituyen la evidencia de la
visita del rey Sargón de Akkad y sus hijos al Perú en los años
2500-2000 a. de C.
En Guatemala, los lugares y los templos de
consagración parecen haber sido erigidos siguiendo el modelo de las
pirámides egipcias. Su arquitectura, que sigue unas leyes
estrictamente astronómicas, apunta hacia el mismo origen o hacia el
mismo constructor. Pero las indicaciones más claras se encuentran en
la Amazonia y en el estado federal brasileño de Mato Grosso:
inscripciones de varios metros de altura que se encuentran en las
caras de rocas difícilmente accesibles exhiben de un modo
incuestionable las características de los jeroglíficos egipcios.
Fueron recogidas e interpretadas por el investigador brasileño
Alfredo Brandáo en su obra en dos volúmenes A Escripta Prehistórica
do Brasil.
En su prólogo escribe:
«Los navegantes egipcios dejaron
sus huellas por todas partes, desde la desembocadura del Amazonas
hasta la bahía de Guanabara. Tienen una antigüedad de unos 4000-5000
años, y podemos por ellas conjeturar que las comunicaciones por mar
entre los dos continentes se interrumpieron en una fecha posterior».
Según la Crónica de Akakor, las relaciones entre Egipto y América
del Sur se interrumpieron en el cuarto milenio a. de C., al destruir
las tribus salvajes la ciudad de Ofir, que había sido construida
por Lhasa.
De aceptarse la teoría del profesor Cordón, la relación fue
reanudada en el año diecinueve de Hiram (1000 a. de C.) por los
fenicios. Y los ugha mongulala afirman que en el año 500 d. de C.,
la prosiguieron los ostrogodos, que se habían aliado con navegantes
del Norte. Y finalmente, otros mil años después, llegaron los
españoles y portugueses en su búsqueda de una ruta marítima más
corta hacia la India.
América, el Nuevo Mundo, había sido
redescubierta.
Prehistoria de los incas
El viaje de Cristóbal Colón fue el primero en traer noticias a
occidente sobre las civilizaciones americanas. Los escribas de Su
Majestad Española describieron las ciudades, condenaron las
tradiciones religiosas de los pueblos y establecieron las primeras
cronologías. El historiador español Pedro Cieza de León y el
descendiente de los incas Garcilaso de la Vega sitúan el nacimiento
del imperio inca en los primeros siglos de la era cristiana.
Solamente el cronista Fernando Montesinos da una tabla genealógica
exacta de los Reyes del Sol, y que se remonta a la era pre-cristiana.
Durante mucho tiempo, la historiografía moderna aceptó la validez de
las fechas de Pedro Cieza de León y consideró que el comienzo del
imperio inca habría tenido lugar hacia los años 500-800 d. de C. Se
suponía que en este lapso de tiempo esta poderosa nación de
guerreros habría iniciado la conquista del Perú y que 300 años
después se extendería hasta la costa del Pacífico. Los nuevos
gobernantes del Perú desarrollaron un fuerte Estado de orientación
socialista y establecieron el mayor imperio conocido en la historia
de América Latina. Únicamente los más recientes hallazgos
arqueológicos en las tierras altas de Perú y de Solivia han dado
como resultado unas opiniones históricas totalmente diferentes.
Dado
que tan difícil es explicar el ascenso de los incas a potencia
mundial en un período de
300 años como comprender el desarrollo de un Estado «socialista», la
nueva teoría sostiene que el origen de los incas se sitúa cientos, e
incluso miles, de años antes del citado 500 d. de C.
El historiador
Montesinos, que durante mucho tiempo había sido desacreditado como
fantasioso, comienza a ser recuperado:
«Hace mucho tiempo, el divino
Viracocha emergió de una cueva. Era más sabio y más poderoso que los
hombres ordinarios, agrupó a las tribus en torno a él y fundó Cuzco,
la ciudad de las cuatro esquinas del mundo. Este es el comienzo de
la historia de los Hijos del Sol, que es como ellos se llaman a sí
mismos».
Montesinos es el único historiador español que sitúa el
origen del imperio inca en la era pre-cristiana. Sin embargo, es más
apoyado por sus colegas cuando describe a las mujeres de la familia
gobernante. Pedro de Pizarra, el conquistador del Perú, se
entusiasma con la piel blanca de las mujeres incas, de su pelo «del
color del trigo maduro», y de sus facciones finamente moldeadas, que
se compararían con ventaja con las de cualquier belleza madrileña.
Todo aquel que esté familiarizado con los indios peruanos de las
tierras altas no puede por menos que dejar de sorprenderse por
semejante retrato. Los descendientes de los orgullosos incas son
pequeños de estatura y tienen la piel rojiza —exactamente lo opuesto
al ideal de belleza español—. O bien éstos han cambiado
completamente en el curso de unos siglos, o los antepasados incas
pertenecían a una estirpe diferente.
Fernando Montesinos lo
relaciona con el legendario Viracocha. Pedro de Pizarra añade que
los nativos consideran a su príncipe como «un niño del dios del
cielo», al igual que a todas las personas blancas de pelo rubio. La
Crónica de Akakor describe a Viracocha como perteneciente a la raza
del divino príncipe
Lhasa. Las leyendas de los indios peruanos de las tierras altas
hablan de una tribu de piel blanca que desapareció en la jungla sin
dejar rastro alguno. Mas este misterioso pueblo no desapareció por
completo.
En 1911, el explorador estadounidense
Hiram A. Binham
descubrió la ciudad en ruinas de
Machu Picchu, en el valle del
Urubamba y a una altitud de 3.000 metros. Se hallaba relativamente
bien conservada y presentaba muchas similitudes con las fortalezas
montañosas incas. Pero ni los contemporáneos de Pizarro ni los
descendientes de los Reyes del Sol tenían noticias sobre su
existencia. Binham llegó a descubrir la ciudad porque estaba
siguiendo las huellas de una antigua leyenda; fue ésta la razón por
la que confundió Machu Picchu con la aún sin descubrir ciudad inca
de Paititi, el reducto del príncipe inca Manco II.
Mientras tanto, los descubrimientos arqueológicos han demostrado que
Machu Picchu no es idéntica a Paititi. La ciudad en ruinas data de
una época sobre la cual nada sabemos y es uno de esos milagros
arqueológicos que ha resistido todo intento de interpretación.
Solamente ha sido explicada y puesta en su perspectiva histórica por
la Crónica de Akakor.
Según la historia escrita de los ugha
mongulala, la «ciudad sagrada» fue una fundación de Lhasa, el Hijo
Elegido de los Dioses. Cuando con la llegada de los españoles el
imperio inca se hundió, los ugha mongulala abandonaron Machu Picchu
y se retiraron hacia la jungla.
Los godos en América Latina
La historiografía tradicional se muestra prudentemente
reservada sobre la prehistoria de los incas y de los mayas debido a
la escasez de datos, aunque el final de sus civilizaciones es
ampliamente descrito por ¡os historiadores españoles. Exactamente lo
contrario ocurre con los ostrogodos, esa orgullosa raza de guerreros
que conquistaron Italia en un período de sesenta años y que
posteriormente serían derrotados por el general Narsés del Imperio
Romano de Oriente en la batalla del Monte Vesuvio en el año 552 d.
de C. Los últimos supervivientes del antiguamente poderoso pueblo
desaparecieron sin dejar rastro. Los lingüistas afirman haber
descubierto a sus descendientes en el sur de Francia; los etnólogos
y los historiadores piensan que se hallan en el sur de España.
Ninguna de estas escuelas ha podido presentar pruebas definitivas.
Según la Crónica de Akakor, los supervivientes de los desafortunados
godos se aliaron con los audaces navegantes del Norte. Sus dos
naciones partieron juntas para encontrar las Columnas de Hércules,
en donde se quejarían a los dioses. Durante treinta lunas cruzaron
el océano infinito hasta que llegaron a la desembocadura del Gran
Río. Los lingüistas están de acuerdo en al menos un punto. Las
Columnas de Hércules, que ya son mencionadas en la mitología griega,
coinciden con el estrecho de Gibraltar, entre España y África del
Norte.
Aquí se hallaba entonces el lugar en el que los godos
buscaban a los dioses que les habían abandonado. Pero sus esperanzas
se vieron traicionadas: un fuerte viento empujó a las naves de sus
aliados hacia el mar abierto. Las embarcaciones de madera de
cincuenta metros de largo de los «audaces navegantes» debían estar
bien construidas, ya que los vikingos fueron el primer pueblo
europeo en pisar la superficie de Groenlandia, y habrían
efectivamente descubierto, según numerosos especialistas, América del Norte. Sus incursiones en el
Mediterráneo occidental han sido confirmadas, de modo que el
contacto con los godos no puede ser descartado.
En América del Sur, las huellas de los blancos pueblos nórdicos son
bastante numerosas y confusas. En primer lugar, las relaciones
lingüísticas entre los idiomas americano y nórdico; luego, la
creencia en el origen divino; asimismo, las similares estructuras.
Una evidencia concreta de la presencia de pueblos nórdicos en la
Amazonia nos la proporcionan las pinturas rocosas de la famosa Pedra
Pintada de la zona superior del Río Negro. Allí se encuentran
dibujos de carros y de naves vikingas. Esto es realmente
sorpréndete, ya que ningún pueblo americano conocía la rueda antes
de la llegada de los españoles. Para el rey inca Atahualpa, el
allanamiento de una montaña era menos una cuestión de tecnología que
un medio de mantener ocupados a los trabajadores.
La prehistoria de las naciones de América Central es tan misteriosa
y oscura como la de los incas. Las pocas noticias escritas y los
documentos que pudieron ser salvados de las llamas de la Inquisición
han resistido los intentos de desciframiento de hasta las más
sofisticadas computadoras. La cronología maya es el calendario más
matemáticamente exacto de toda la historia mundial. Junto con las
ruinas del templo de Chinchen Itza, constituye el último residuo de
una civilización que fue al menos igual (si no superior) a la de las
culturas europeas contemporáneas.
El mayor misterio del país de los mayas lo constituyen las ciudades
inacabadas de la jungla guatemalteca. Sabemos que fueron construidas
entre los años 300 y 900 d. de C., pero no tenemos ni la más mínima
idea de quién las mandó construir. El investigador maya Rafael Girard sospecha que una de las razones para la repentina interrupción de las
construcciones podría encontrarse en una gran hambre que movió al
pueblo a trasladarse a la zona meridional de México. La Crónica de Akakor menciona las ciudades inacabadas en relación con los godos.
Para impedir una invasión de «los pueblos del Norte adornados con
plumas», el consejo supremo ordenó la construcción de grandes
ciudades en los estrechos, pero que nunca serían completadas.
Después de alguna catástrofe, las fuerzas que habían sido enviadas
huyeron hacia el Norte. El dato que da es el año 560 d. de C., que
coincide con los supuestos científicos.
Hasta el momento, el problema de la llegada al Nuevo Mundo de los
godos o de otros pueblos nórdicos no ha sido aclarado aún. Existe un
determinado número de teorías diferentes, todas ellas difundidas por
reputados científicos. Además, la historiografía tradicional ha
demostrado hasta qué punto está mediatizada por el pensamiento y por
los prejuicios contemporáneos.
Durante generaciones, los
historiadores han cometido errores grotescos, tales como el del
descubrimiento de América por Cristóbal Colón o el de la
construcción de
Tiahuanaco en el año 900 d. de C. Es posible que los
actuales expertos hayan adoptado las dos siguientes suposiciones y
que se hayan mantenido firmes en ellas: todo comenzó con las hordas
salvajes de Asia y terminó con los conquistadores españoles. Hace
setenta años, nada se sabía sobre la fortaleza de Machu Picchu.
Hace
veinte años, la Amazonía era todavía considerada como un vacío
arqueológico. Hace diez años, los científicos aún afirmaban que el
número de indios de la jungla nunca había superado el millón.
Todavía pueden existir muchos secretos enterrados bajo las rocas de
los Andes o
en la inmensidad de las lianas de la jungla.
Estamos aún lejos de
conocer toda la verdad.
La llegada de los descubridores españoles y portugueses
La llegada de Colón a América en el año 1492 inició los contactos
entre los conquistadores europeos y los pueblos del Nuevo Mundo. Su
tradición era la de recibir a los extranjeros con amabilidad, de
modo que trataron a los barbudos blancos con mucho respeto. El rey
de los aztecas obsequió a Cortés con unos regalos preciosos.
Atahualpa, el rey de los incas, envió una delegación para saludar a
Pizarro.
El caudillo de los tupis incluso ofreció a su propia hija
como un signo de hospitalidad a los portugueses que habían
desembarcado en la costa brasileña.
«Los nativos», escribía a su rey
el navegante portugués Cabral, «se muestran tan humildes y pacíficos
que puedo asegurarle a Su Majestad que no tendremos problema alguno
para establecernos en el país. Aman a sus vecinos tanto como a sí
mismos, y su lenguaje es siempre amable, amistoso y va acompañado de
una sonrisa».
Esta conducta, que a los ojos europeos
era inhabitual, fue interpretada por los españoles y portugueses
como una debilidad. Pizarro, descrito por sus compañeros como un
fiel servidor de su rey, pensó que el pueblo debería hacer entrega
inmediata de todo el oro, que se hallaba disponible en cantidades
inmensas. Durante los años siguientes, los conquistadores europeos
hicieron todo lo posible por convertir estas intenciones en actos.
En unas décadas destruyeron tres grandes imperios, asesinaron a millones de personas e
incluso destruyeron todos los registros escritos de civilizaciones
que, en muchos aspectos, no sólo igualaban a la suya propia sino que
la superaban.
El Nuevo Mundo ardió en llamas, devastado y asolado
por los navegantes que habían sido recibidos como dioses. «Nos
veneran como criaturas divinas», escribía el padre jesuita Dom José
al rey español.
«Nos dan todo lo que deseamos. Sí, e incluso conocen
la historia del Salvador. Únicamente puedo imaginar que uno de los
doce apóstoles debe haber estado en este continente anteriormente».
Según las tradiciones orales y escritas de los antiguos pueblos
americanos, los conquistadores españoles y portugueses debían su
amistosa recepción no a un viajero apóstol sino a los dioses. Éstos
no habían hecho más que el bien a los pueblos y les habían prometido
regresar un día.
Dado que, según los sacerdotes, «el tiempo había
cumplido su ciclo y los extranjeros habían llegado a bordo de
poderosas naves que se deslizaban silenciosamente sobre las aguas y
cuyos mástiles llegaban hasta el cielo», el pueblo creyó que la
profecía se estaba cumpliendo. La raza del Padre Sol de los incas y
de los Padres Antiguos de los ugha mongulala había regresado.
Muy pronto, sin embargo, se dieron cuenta los nativos de que habían
sido víctimas de una cruel decepción. Los supuestos dioses se
comportaban como diablos.
«Son rompedores de huesos, peores que los
animales», como reitera la Crónica de Akakor.
Los imperios azteca,
inca y maya fueron destruidos; con ellos murió asimismo la leyenda
del regreso de los antepasados divinos.
Únicamente las tribus indias
que viven en las regiones inaccesibles de la jungla han preservado
esta creencia hasta la actualidad.
«Los nativos salieron a nuestro encuentro como si nos hubieran
estado esperando», escribe el etnólogo brasileño Orlando Vilas Boas
en su informe al establecer contacto con una tribu del Arual en
1961.
«Escoltaron a la expedición hasta el centro de la aldea y nos
ofrecieron regalos. La conducta de los indios debe estar relacionada
con una antigua memoria que se ha transmitido de generación en
generación.»
Las ciudades blancas, el imperio de la jungla en el Amazonas
El sometimiento del Perú y la destrucción de las tribus indias de la
costa brasileña alteró el curso de la conquista del continente
sudamericano. El carácter de los extranjeros ya no constituía un
misterio para los nativos; ahora eran conscientes de sus objetivos y
de la credibilidad de sus palabras, y ofrecieron una tenaz
resistencia.
El primero en experimentar la nueva situación fue un compañero de
Pizarro, el aventurero español Francisco de Orellana, quien en medio
de grandes dificultades navegó el Amazonas hasta su desembocadura.
Se había logrado así cruzar por primera vez el continente
sudamericano, y esta travesía quedó descrita y documentada en el
diario de navegación de su compañero Gaspar de Carvajal. Según dicho
informe, Orellana encontró a ambas orillas del río comunidades
fuertemente estructuradas.
Carvajal describe edificios para mercados, pesquerías y poblados
profusamente esparcidos y levantados con objeto de impedir el
desembarco de los españoles, así
como calles abundantes, fortificaciones y edificios públicos.
Las
aldeas se sucedían tan frecuentemente que la región parecíale a
Carvajal como una parte de su nativa España:
«Nos adentrábamos cada
vez más en zonas habitadas, y una mañana a las ocho, después de
haber negociado un amarre en el río, contemplamos una hermosa ciudad
que por su tamaño debía ser la capital de un imperio. Posteriormente
observamos también numerosas ciudades blancas, escasamente a dos
millas de la orilla del río».
El informe de Carvajal testimonia la existencia de un imperio muy
desarrollado en el interior de la Amazonía, ya que ni las
fortificaciones ni las ciudades blancas podían haber sido
construidas por los indios de la jungla. Únicamente los incas, los
mayas o los aztecas podían ser capaces de logros semejantes. Dado
que se ha demostrado que sus imperios se limitaron a las zonas
occidentales del continente, sólo puede tenerse en cuenta a otro
pueblo: según la Crónica de Akakor, los ugha mongulala.
Cien años después, el jesuita Cristóbal de Acuña confirmaría los
informes de su predecesor. Éste también describe los signos de la
vida urbana: densa población, medidas defensivas y edificios
públicos «en los que se ven muchas vestimentas hechas con plumas de
multitud de colores».
En la conclusión, Acuña resume las impresiones
que ha sacado del país que ha estado recorriendo durante varios
meses:
«Todos los pueblos a lo largo de este río son
extraordinariamente razonables, vivaces y llenos de inventiva. Esto
puede observarse en todo lo que producen, ya se trate de esculturas,
de dibujos o de pinturas de muchos colores. Los poblados están
cuidadosamente construidos y ordenados, aunque todo parece indicar
que dependen de ciudades situadas más al interior».
Según la Crónica de Akakor, los ugha mongulala gobernaron sobre un
enorme imperio que se extendía a lo largo de casi todo el curso del
Amazonas. Luego llegaron los Blancos Bárbaros con su nuevo símbolo
de la cruz e indujeron a las Tribus Aliadas a romper su fidelidad.
Se repitió la tragedia ¡rica, aunque más lentamente y por etapas. Es
posible que los portugueses no sintieran piedad alguna ya se tratase
de convertir al cristianismo a los nativos o de liberarlos de sus
innecesarios lujos. Pero vivían en un país sin ningún centro
político visible, y estaban luchando contra fuerzas naturales que
parecen resistir hasta a la más moderna maquinaria.
La variante trans-amazónica de la carretera entre Manaus y Barcellos construida
en 1971 sobre el bajo río Negro fue cubierta en tan sólo un año por
la vegetación tropical. Incluso los técnicos tuvieron dificultades
para localizar la dirección aproximada de la carretera.
No es de
sorprender por tanto que ya no existan signos de las «ciudades
blancas».
Las amazonas
La historiografía tradicional ha ignorado casi por completo el
diario de navegación de Gaspar de Carvajal, probablemente debido a
que el informe sobre esos ocho meses en regiones que han conservado
su misterio hasta la actualidad se refiere principalmente a la
búsqueda de comida. Los poblados existían única y exclusivamente
como posibles lugares de saqueo.
Un viajero evitaría las ciudades
blancas y se alegraría cuando pasase a través de ciudades pequeñas e
indefensas. Los contemporáneos de Carvajal centraron precisamente su atención en una pequeña sección: aquélla en la
que alude a una tribu de mujeres guerreras con una capital de oro
propia de un cuento de hadas. Esta parte del diario cautivó la
imaginación de los avariciosos conquistadores, que desde todas
partes avanzaron hacia la región de las zonas altas del Orinoco para
encontrar a la tribu de las amazonas y su legendaria capital, El
Dorado.
Las expediciones militares emprendidas en los siglos XVI y XVII
siguieron invariablemente el mismo curso. Fuerzas españolas y
portuguesas, mercenarios franceses y alemanes bajo el mando de
diversos comandantes; todos ellos vagaron durante meses a través de
inaccesibles territorios. Tuvieron que hacer frente a los ataques de
una población guerrera, a las adversas condiciones naturales y a un
terreno continuamente inundado.
Los hombres caían derrotados por el
hambre, devoraban a sus animales de carga y finalmente recurrían al
canibalismo.
«Cogimos al indio prisionero, y cuando llegamos a la
corriente, lo matamos y nos lo repartimos entre nosotros. Encendimos
una hoguera y nos comimos su carne. Luego nos acostamos para
descansar durante la noche, pero antes freímos el resto de la
carne.»
Lo que antecede forma parte de un informe de Cristóbal
Martín, un soldado de la fuerza expedicionaria del general von
Hutten.
Las valientes amazonas y la misteriosa El Dorado nunca fueron
descubiertas. Según la Crónica de Akakor, aquéllas lucharon contra
los invasores extranjeros durante siete años. Quedaron agotadas.
Destruyeron Akahim y se retiraron al interior de las residencias
subterráneas.
En los siglos que siguieron, El Dorado adquiriría un carácter
peculiar. La fabulosa ciudad de oro parecía caminar de un punto a
otro de la jungla brasileña con la fascinación y la inconstancia de una Fata Morgana. Inmensas áreas serían
exploradas en búsqueda de la escurridiza ciudad, e innumerables
leyendas serían redescubiertas o inventadas. Pero El Dorado había
desaparecido.
A comienzos del siglo XX, su supuesta localización
oscilaba desde el Orinoco en la frontera entre Brasil y Venezuela
hasta la jungla del Mato Grosso. El explorador inglés Fawcett
sostenía haber descubierto en esta región gigantescas pirámides.
Estaba tan firmemente convencido de su existencia que se embarcaría
en numerosas y peligrosas expediciones.
En una carta dirigida a su
hijo justificaba su creencia:
«Hay algo completamente cierto. Un
denso velo cubre la prehistoria de América Latina. El explorador que
logre encontrar las ruinas habrá conseguido ampliar nuestros
conocimientos históricos en una forma inimaginable».
Al igual que les ocurrió a muchos de los que le precedieron, Fawcett
fracasó debido a las condiciones climáticas y geográficas de los
bosques de lluvia tropical: ya no regresaría de su última expedición
en el verano de 1943. Pero su destino no impidió el que otros
valerosos exploradores continuaran la búsqueda de un pasado
distante. En 1944, el etnólogo brasileño Pedro E. Lima descubrió un
camino indio perfectamente delimitado que iba desde la región del
nacimiento del Xingú hasta Solivia. El especialista alemán en temas
indios Egon Schaden recogió las leyendas de los indios brasileños y
las combinó para realizar una magnífica presentación de su
prehistórico pasado.
Los diez últimos años han contemplado un avance decisivo en la
exploración arqueológica del Brasil. Durante la construcción de la
Transamazónica y de la Perimetral Norte —dos carreteras troncales
que atraviesan la jungla—, los bulldozers y las cuadrillas de
obreros pasaron repetidamente a través de campos de ruinas anteriormente desconocidos. El
Servicio Brasileño de Protección India descubrió en la región de
Altamira a unos indios de piel blanca y de ojos azules. En Acre, los
colonos blancos fueron atacados por unos indios que eran «altos,
bien formados, muy hermosos y de piel blanca».
Pero el
descubrimiento más asombroso lo realizaría un grupo de
reconocimiento de un puesto fronterizo brasileño en el área del Pico
da Neblina: estableció contacto con una tribu india en la que las
mujeres desempeñaban el papel predominante.
Según la Crónica de Akakor, Akahim está situada en las ladera orientales del Pico da
Neblina, la montaña más alta del Brasil.
La extinción de los indios de la jungla
La existencia de las misteriosas amazonas continúa todavía en el
reino de la leyenda. La extinción de los indios de la jungla es, sin
embargo, real, y provocada por las enfermedades y por la forma única
de la violencia de los colonizadores blancos. Inmediatamente después
de su llegada relegaron a los indios a un rango inferior al de la
esclavitud. Hasta tal punto fue atropellada y suprimida la población
indígena que no le quedó otro medio de supervivencia más que
alimentándose de gusanos, de hierbas y de raíces. Sus caudillos
fueron asesinados por los europeos bajo crueles torturas para así
domeñar de una vez por toda la resistencia de los salvajes.
Como
señala el historiador español Oviedo:
«Fueron soltados cinco o seis
perros jóvenes sobre cada uno de los dieciséis caudillos para
entrenarlos en este tipo de caza humana. Como todavía eran jóvenes,
se limitaron a corretear y a ladrar alrededor de los indios. Pero cuando
éstos creían que los habían logrado reducir con sus bastones, fueron
entonces soltados dos experimentados bulldogs que inmediatamente los
despellejaron, los destriparon y los devoraron como quisieron».
Tampoco la declaración de independencia de los diversos estados
nacionales de América del Sur tras la victoria del patriota Simón
Bolívar sobre los mercenarios españoles produjo alivio alguno para
la población indígena.
Una reducida clase superior blanca dirigía a
cada uno de los países como si fuera un establecimiento familiar.
Las revueltas de la población india esclavizada fueron cruelmente
reprimidas. Angelim, el líder del más importante movimiento social
revolucionario brasileño, murió en la prisión. El movimiento que él
había capitaneado, la Gabanegem, se desintegró bajo el poder del
fuego de los militares portugueses y británicos. Las dos terceras
partes de la población amazónica fueron masacradas.
En la Crónica de Akakor sólo se hace una referencia marginal a estas
revueltas populares. Los exploradores de los ugha mongulala
observaron con terror las atrocidades de los Blancos Bárbaros y el
pueblo aprovechó el reflujo de la lucha para replegarse hacia el
territorio central de Akakor. Mas la inesperada calma fue breve, y
los indios interpretaron el último acto de la tragedia que había
comenzado con la llegada de Colón, una saga de crimen y de
violencia.
El papel principal lo representan los aventureros, los
buscadores y el infame rifle Winchester. También tienen su papel
aquellos que se oponen al genocidio, tales como el mariscal
brasileño Rondón, creador del Servicio Brasileño de Protección
India.
Pero incluso esta organización, fundada por la civilización
blanca para proteger a los
nativos, ha servido en su desarrollo para acelerar su ruina. Desde
el descubrimiento del Nuevo Mundo quinientos años antes, únicamente
la forma de la codicia del poder de los conquistadores blancos ha
cambiado.
El periódico londinense The Economist informaba en su
número del 15 de mayo de 1968 sobre la situación de los indios
brasileños:
«La lista de crímenes es infinita. La versión original
de la investigación de los resultados de la encuesta ordenada por el
ministro del Interior, Albuquerque Lima, pesa más de 100 kilogramos.
La versión reducida ocupa veintiún volúmenes con 55.115 páginas.
Ésta recoge los crímenes contra las personas y las propiedades de
los indios, desde asesinatos, prostitución y esclavitud hasta los
problemas relacionados con la venta de sus tierras y de su
artesanía.
Según informó el relator del gobierno,
Jader Figueira,
entre los crímenes se incluyen el exterminio de dos tribus pataxi en
el estado de Bahía mediante viruelas transmitidas en pedazos de
dulces. En el Mato Grosso, los Cintas Largas fueron exterminados
mediante bombardeos con aviones de vuelo bajo; los empleados del
Servicio de Protección India remataron a los supervivientes con
ametralladoras. Asimismo, la alimentación de los indios ha sido
mezclada con arsénico y con virus tifoideos».
Por inhumanamente que una clase actúe cuando se trata de asuntos de
interés económico, no puede negarse que está influida por las
convenciones sociales. Los colonizadores europeos no eran más que
meros representantes de una reducida clase dirigente. Podían
exterminar a los indios con impunidad ya que consideraban a los
salvajes como seres «inferiores». E irónicamente, la población del
Nuevo Mundo contempló a los «barbudos extranjeros», y tan sólo por
el color de su piel, como seres superiores predestinados a gobernar. Una única nación parece haber comprendido el
error a tiempo.
El legado de los Padres Antiguos llevó a los
ugha
mongulala a considerar a los recién llegados como Blancos Bárbaros.
Ningún observador objetivo puede dejar de estar de acuerdo con esta
caracterización.
Los representantes de la civilización blanca han
demostrado no ser más que ladrones despreciables, cuando en realidad
podrían haber sido «dioses».
Brasil y el Tercer Reich
La historia del Tercer Reich tiene todavía muchas preguntas sin
respuesta. Conocemos las consideraciones políticas de Hitler y los
planes estratégicos de sus generales, mas todavía siguen confusas la
predilección del Führer por las ciencias ocultas y sus obsesiones
religiosas. Conocemos igualmente la estructura de las batallas y los
terribles resultados de la Segunda Guerra Mundial. Las decisiones
militares de Hitler, sus planes de conquista del mundo y las
acciones de los comandos secretos en las partes más distantes del
mundo continúan en las sombras. Visto retrospectivamente, es difícil
saber qué es lo que más influyó en la historia del Tercer Reich,
pero hay una cosa que es cierta: la mística imagen que Hitler tenía
del Universo no ha sido aún suficientemente estudiada. Por ahora,
limitémonos a los datos históricos.
Hasta mediados de 1939, América Latina se mostró bastante
indiferente ante los acontecimientos políticos que se estaban
desarrollando en Europa. Únicamente cuando las fuerzas del Tercer
Reich invadieron Polonia, y
los planes de Hitler de expansión mundial se hicieron obvios, se
verían los países de América del Sur envueltos en la vorágine de la
guerra mundial que comenzaba.
La visita del comandante en jefe del
Ejército de los Estados Unidos, George C. Marshall, a Río de Janeiro
en junio de 1939, influyó a Brasil para unirse al bando aliado.
«En
la defensa de Estados Unidos», declaró el general, «Brasil juega un
papel esencial. La presencia de fuerzas hostiles en territorio
brasileño y su influencia sobre las comunicaciones con Europa y
África representaría una peligrosa amenaza para los Estados Unidos.
Consecuentemente, la costa entre Salvador y Belém debe estar
protegida y defendida contra una posible invasión.»
Las consideraciones de Marshall fueron bien acogidas por sus colegas
brasileños. También ellos temían a los desembarcos alemanes y
solicitaron la construcción de poderosas fortificaciones a lo largo
de la costa Este. En la conferencia de Panamá de 1939, Brasil se
declaró dispuesta a poner a disposición de los Estados Unidos bases
de apoyo y aeropuertos estratégicos para objetivos de defensa.
En
tan sólo unos meses, los primeros escuadrones de bombardeo
estadounidenses desembarcaron en Joáo Pessoa y Recife. En enero de
1940, el presidente Vargas promulgó unas leyes decisivas en las que
se disponía la supervisión de la colonia alemana pro-nazi. El 7 de
diciembre de 1941, el día en que los japoneses atacaron Pearl
Harbour, la decisión brasileña estaba tomada, las relaciones con
Berlín se rompieron y el país se preparó para incorporarse a la
guerra.
Por parte alemana, los esfuerzos estadounidenses en Brasil fueron
cuidadosamente anotados. El general Canaris consideraba la estricta
neutralidad del Brasil como un requisito necesario para el dominio de los submarinos alemanes sobre
el sur del Atlántico. El general Keitel contemplaba la futura
invasión de América del Sur como una secuencia natural de la
expansión del Tercer Reich. Rosenberg, director del departamento
exterior del Partido Nacional Socialista, soñaba en una ocupación
alemana del Brasil y en la asunción del poder por los miembros de la
colonia alemana.
En la primavera de 1942, cuando el Mariscal de Campo Rommel parecía
estar a punto de conquistar África del Norte en su victoriosa
campaña, Brasil fue el principal objeto de discusión en una reunión
del Mando General en Berlín.
Asuntos Exteriores, representado por el
embajador Ritter, aconsejó en contra de una acción militar en vista
de una posible solidaridad por parte de todos los países de América
Latina. Keitel y Rosenberg sugirieron que se montara un ataque
masivo contra dicho país. Después de vehementes discusiones, Hitler
se decidió por un ataque de represalia para «castigar a Brasil por
su alineamiento hacia los Estados Unidos y disuadirle de futuras
acciones hostiles».
La operación secreta se inició en Burdeos a comienzos de julio de
1942. Una flotilla de submarinos salió hacia el Atlántico sur con el
objetivo de hundir en «maniobras libres» tantos barcos brasileños
como fuera posible. El 15 de agosto de 1942, submarinos U-507
torpedearon el carguero brasileño Baendepi en las cercanías de
Salvador, y veinticuatro horas más tarde el carguero Araquara. Siete
días después, el 22 de agosto de 1942; Brasil declaró la guerra al
Tercer Reich.
El resultado final de la Segunda Guerra Mundial no se vio afectado
por la lucha en el frente brasileño, que se limito a la costa septentrional, desde Salvador hasta Belém, en la
desembocadura del Amazonas, pasando por Recife. Los submarinos que
operaban en este área tenían el objetivo de cortar los suministros
aliados a África y Europa e impedir el desarrollo de unas poderosas
fortificaciones defensivas aliadas a lo largo de la costa. Era aquí
donde los brasileños y los estadounidenses habían estacionado
escuadrillas de bombardeo y un ejército de 55.000 hombres. Según una
observación contenida en la Historia do Exercito Brasileiro, su
misión consistía en «la defensa contra una posible invasión alemana
de la región de Joáo Pessoa y Natal».
Tan firmemente convencido estaba el alto mando brasileño de los
planes de invasión alemanes que hacia 1943-1944 aumentó la potencia
del ejército a 65.000 hombres. La estratégica zona «Norte-Nordeste»
sólo perdería importancia tras la victoria aliada sobre el Afrika
Korps de Rommel y el inicio de los planes para la reconquista de
Francia.
¿Planeó realmente Hitler la conquista de Brasil? ¿Era ésta
técnicamente factible? ¿Tuvo lugar?
Según el diario de guerra del
coronel brasileño José Maria Mendes, los militares brasileños
estaban convencidos de los planes de invasión alemanes; de otro
modo, sería imposible explicar las poderosas unidades armadas
estacionadas a lo largo de la costa Norte.
El ministro brasileño de
Asuntos Exteriores Oswaldo Aranha expresó la misma opinión en una
discusión mantenida en 1941 con el embajador de los Estados Unidos
Jefferson Caffery:
«Estamos convencidos de que la Wehrmacht alemana
tratará de ocupar América Latina. Razones estratégicas requieren que
la invasión comience por Brasil».
Barcos brasileños hundidos por los submarinos U- alemanes
Los historiadores militares alemanes ofrecen una opinión bastante
diferente. En su evaluación de la estrategia del Tercer Reich,
consideran que los planes de invasión eran meros sueños de
autorrealización de Rosenberg, técnicamente impracticables y nunca
seriamente planeados. Esta corriente de pensamiento no sabe cómo
explicar un cable secreto enviado por el Secretario de Estado
Weizsaecker a la Feldmark, el nombre en clave de la sección para
América del Sur de Asuntos Exteriores. En este cable,
Weizsaecker informaba al embajador Ritter sobre las discusiones
internas entre la Wehrmacht y Asuntos Exteriores en relación con las
operaciones contra la tierra firme brasileña.
La referencia a la
tierra firme confirma otras informaciones relativas a los planes de
Hitler para extender más tarde o más temprano su poder a América
Latina. Según los protocolos de la conferencia de Munich del 29 de
septiembre de 1938, Chamberlain sugirió al Führer que enviara
colonos alemanes a la Amazonia.
Los 2.000 soldados alemanes en Akakor
Los datos históricos disponibles no son suficientes para
proporcionar una prueba irrefutable de un desembarco de fuerzas
alemanas en Brasil. Pero los informes sobre la mística imagen que
Hitler tenía del Universo son extraordinariamente reveladores. Éstos
se remontan al año 1920, cuando el antiguo pintor de casas conoció
al poeta Dietrich Eckehardt, quien durante tres años influyó
en el futuro «Führer del Gran Imperio Alemán» con sus teorías sobre el
origen de las tribus germánicas en Thule, los seres sobrenaturales
de una civilización desaparecida y el inminente nacimiento de una
raza superior en el corazón de Alemania.
En octubre de 1927, poco
antes de su muerte, Eckehardt escribió:
«Seguid a Hitler. Él
bailará. Pero la melodía la escribí yo. Nosotros le hemos dado la
oportunidad de ponerse en contacto con Ellos. No os aflijáis por mí.
Yo he influido en la historia más que ningún otro alemán».
La canción del maestro Eckehardt fue interpretada demasiado pronto.
En unos pocos años, la asociación religiosa que él había fundado,
Thule, se convirtió en una influyente
sociedad secreta, y bajo su protección crecieron los grupos Edelweiss, las Waffen SS y la asociación Ahnenerbe (Herencia de los
Antepasados). Las doctrinas mágicas que Eckehardt había propuesto
llevaron a la creación de un estado terrorista que combinó un orden
totalitario casi absoluto con la mística teoría de una raza maestra
aria.
Probablemente, el Tercer Reich asignó más fondos al estudio de las
ciencias ocultas que los Estados Unidos aplicaron a la fabricación
de la primera bomba atómica. Las actividades de las asociaciones
secretas nacionalsocialistas fueron desde el buscar los orígenes de
la «raza» aria hasta el enviar grandes expediciones a los más
recónditos lugares del planeta. Cuando las fuerzas alemanas tuvieron
que abandonar Napóles, Himmler ordenó que la tumba del último de los
Hohenstaufen fuese enviada a Alemania. La organización Thule examinó
el significado místico de las torres góticas y estableció numerosos
contactos con los monjes tibetanos. Cuando los rusos avanzaban hacia
Berlín, encontraron a cientos de anónimos tibetanos caídos junto a
los soldados alemanes.
Las operaciones en América del Sur de las asociaciones secretas
alemanas no fueron menos numerosas y bien fundadas. Ya en 1938, un
submarino alemán reconoció la zona inferior del Amazonas. Su
tripulación hizo una investigación geográfica y estableció contactos
con la colonia alemana en Manaus. Realizó asimismo el primer film
histórico sobre la Amazonía, que todavía se conserva en los archivos
de Berlín Oriental. El material fotográfico hecho público demuestra
que el interés de los investigadores fue mucho más allá de la mera
recogida de datos personales.
Otra operación, que se halla documentada en los archivos de la
fuerza aérea brasileña, fue el viaje del barco de la S.S. Carlina en
junio de 1943 desde Maceió hasta Bélém. Sólo pueden imaginarse
cuáles eran las órdenes del audaz carguero alemán. La fuerza aérea
brasileña pensó que transportaba un cargamento de armas para agentes
secretos alemanes y atacó el barco sin éxito. Mas esta explicación,
vista retrospectivamente, parece poco probable. Nunca hubo colonia
alemana alguna en el área de Maceió ni tampoco instalaciones de las
fuerzas brasileñas.
Hay numerosas referencias sobre operaciones secretas del Tercer
Reich en Brasil. Testigos oculares afirman haber observado el
desembarco de submarinos alemanes en la costa de Río de Janeiro. Un
periodista de la revista brasileña Realidade incluso descubrió en el
Mato Grosso una colonia alemana, compuesta al parecer exclusivamente
de antiguos miembros de las S.S.
Según la Crónica de Akakor, 2.000 soldados alemanes llegaron a la
capital de los ugha mongulala entre 1940 y 1945. El punto de partida
de esta operación secreta lo constituyó Marsella.
Entre sus miembros
se encontraban,
-
A. Jung de Rastatt
-
H. Haag de Mannheim
-
A. Schwager
de Stuttgart
-
K. Liebermann de Roth
Mujeres y niños acompañaron
al último grupo. El contacto había sido facilitado por una hermana
misionera alemana de la estación de Santa Bárbara. Una investigación
de los datos contenidos en la Crónica de Akakor suministró la
evidencia de que los cuatro soldados mencionados fueron dados por
muertos en 1945. Según información recibida de la diócesis
amazónica, la estación misionera de Santa Bárbara fue atacada y
destruida por tribus salvajes indias en el año 1936. Entre
los numerosos muertos se encontraban varias monjas alemanas.
Teniendo en cuenta los preparativos técnicos que el desembarco de
2.000 soldados alemanes habría requerido, los datos son
insuficientes. Pero las operaciones de los comandos secretos
alemanes durante la Segunda Guerra Mundial podrían ser comprobadas
en los casos en los que hubieran sido organizadas por la Abwehr. Los
documentos sobre las actividades de la división extranjera del
Partido Nacional Socialista o de asociaciones secretas del tipo de
la Ahnenerbe o bien nunca fueron registrados o bien fueron quemados.
Técnicamente, el desembarco de 2.000 soldados alemanes podría haber
sido posible. La predilección de Hitler por las ciencias ocultas
debió haberle urgido a establecer contactos con un «Pueblo
Escogido».
El biógrafo de Hitler, Rauschning, caracteriza al
«Führer del Gran Imperio Alemán» de la siguiente manera:
«Los planes
y las acciones políticas de Hitler únicamente pueden comprenderse si
uno conoce sus más profundos pensamientos y ha experimentado su
convicción de la relación mágica entre el hombre y el Universo».
La tercera catástrofe universal
Según los mitos y leyendas de los pueblos latinoamericanos, la
historia del hombre comenzó con la creación del
mundo por los dioses. Primero crearon la Tierra y el cielo, y luego
las plantas y los animales. Lo más difícil fue la creación del
hombre. El Popol Vuh de los quiche-maya relata que los dioses
hicieron primero al hombre del polvo, luego de imágenes de madera y
finalmente de una pasta de harina de maíz Para los miztecas del
Anahuac, el hombre emergió de un árbol. Según la Crónica de Akakor,
los Padres Antiguos trasplantaron a los hombres de planeta en
planeta, uno de los cuales fue la Tierra.
El fin del mundo es descrito de una manera similar por las
tradiciones orales y escritas de las antiguas naciones americanas.
Para las naciones de América Central, el cosmos que nosotros
conocemos es el quinto desde la creación del mundo: el sol de la
tierra o de la noche, el sol del aire, el sol de la lluvia feroz, y
el sol del agua; el quinto sol, el sol de los cuatro movimientos,
desaparecerá cuando los monstruos del crepúsculo se despierten en el
Oeste, incitados por el dios malo Tezcatlipoca, que masticará el
globo de la Tierra y lo mantendrá en sus fauces.
Entonces la raza
humanare extinguirá. Pero nacerá un sexto sol, un nuevo mundo en el
que los hombres serán sustituidos por planetas, es decir, por
dioses. La tribu india de los tupi espera un gigantesco diluvio
universal que destruirá todo. Según la Crónica de Akakor, los Dioses
regresarán después de que una tercera catástrofe haya castigado a
los Blancos Bárbaros.
Si uno presta cierta consideración a los mitos y leyendas de los
pueblos indígenas de América del Sur, el futuro de la Humanidad no
está asegurado. El mundo gira en círculos, cada uno de los cuales
termina en una catástrofe. Según los sacerdotes de los ugha
mongulala, sólo nos quedan unas cuantas lunas, hasta 1 981.
Según el calendario maya, la próxima cuenta atrás termina en el año
2011 (2012?)
¿Cuáles son las expectativas futuras reales del hombre para los
próximos cincuenta años?
El
Club de Roma pinta un cuadro bastante
pesimista. La producción de alimentos va por detrás de la explosión
de la población. La acumulación de armas atómicas es suficiente para
destruir treinta veces seguidas la Humanidad y polucionar la
atmósfera durante siglos. Nuestra civilización ha malgastado
insensatamente durante los últimos cuarenta años el capital de la
Tierra. Muchas especies animales han sido exterminadas para la
obtención de un beneficio, muchas plantas han desaparecido, los
recursos minerales están casi exhaustos, la atmósfera ha sido
saturada de venenos.
La Humanidad vive con «dos corazones»,
complicados en miles de dependencias. Esta división de las mentes
puede observarse por doquier. Estadistas que se consideran a sí
mismos como realistas creen que el actual potencial militar exige la
paz si las naciones desean tener futuro. Los industriales siguen
realizando sus cálculos sobre la base del material humano, del
output productivo y de los mercados.
Los científicos actúan
persiguiendo su propio beneficio personal.
«Si la Humanidad no logra
desarrollar un sistema universal viable para el fragmentado mundo
actual», afirma el Club de Roma, «cualquier proyecto de futuro para
más allá de los próximos cincuenta años no pasa de tener más que un
mero interés académico».
La Crónica de Akakor no habla de la salvación de la Humanidad. En un
círculo que se cierra en 1981, la historia del mundo llegará a un
final con la «tercera Gran Catástrofe».
Ésta dará origen a una nueva
era en la que los hombres, los animales y las plantas vivirán juntos
pacíficamente siguiendo las leyes de la Naturaleza, el legado de los
Padres Antiguos.
Nombres de las tribus indias mencionadas en la crónica
y su
designación probable según la usanza blanca
Tribus en la región de Akakor
-
La Tribu que Vive sobre el Agua
Amautas
-
La Tribu de los Comedores de Serpientes
Nambicuara
-
La Tribu de los Caminantes
Haixas
-
La Tribu de los que se Niegan a Comer
Kampa
-
La Tribu del Terror Demoníaco
Maniteneri
-
La Tribu de los Espíritus Malignos
Apurina
Tribus de los bosques sobre el Gran Río
-
La Tribu de los Corazones Negros
Pianokoto-Tiriyo
-
La Tribu de la Gran Voz
Arawak (Apiaka)
-
La Tribu de la Gloria que Crece
Tukuna
-
La Tribu Donde la Lluvia Cae
Jaminawa
-
La Tribu que Vive en los Árboles
desconocida
-
La Tribu de los Cazadores de Tapires
Kaxinawa
-
La Tribu de los Rostros Deformados
Aiwateri
TABLA CRONOLÓGICA
Calendario de los
ugha mongulala |
Nuestro Calendario
Antes de Cristo |
Acontecimientos en la
tribu ugha mongulala |
Hacia 3000
0 (hora cero)
13
10468
4130
7315
7315
7315-7615
7951
Calendario de los de los ugha mongulala
11051
11051-12012
12013
12417
12422
12444
12449
12462 |
Hacia 13.000
10.481
10.468
3166
6351
3166
3166
3166-2866
2470
Nuestro Calendario
Después de Cristo
570
570-1531
1532
1936
1941
1963
1968
1981 |
Llegada de los Dioses y
antes de la selección de las tribus: hora cero.
Partida de los Dioses
Primera Gran Catástrofe 13-7315
Los años de sangre
Destrucción de Akakor por las Tribus Degeneradas, retirada
a Akakor inferior.
Regreso de los Dioses
Akahim
Gobierno de Lhasa, construcción de Machu Picchu
y Ofir, imperio de Samón.
Viracocha, nacimiento de los incas.
Acontecimientos en la
tribu ugha mongulala
Llegada de los godos.
Los mil años de paz.
Llegada de los españoles al Perú.
Ataque a la Misión de Santa María. Reinha
Llegada de los primeros soldados alemanes.
Luchas en Maldonado.
Tatunca Nara en Manaus, proclamado príncipe de los Ugha
Mongulala.
La tercera Gran Catástrofe.
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