Los Códigos de Los Atlantes, Egipcios y Mayas
Esta temperatura más baja es causada por el fuerte campo magnético solar, que aparentemente es diez mil veces más fuerte que el de los polos de la Tierra. Este magnetismo detiene los movimientos de ascenso que, en otras regiones del Sol, transportan energía a la superficie. El resultado es que el área donde está situada la mancha recibe menos energía y, por lo tanto, tiene una temperatura inferior.
Figura 33.
Gráfico del número de manchas solares desde el año 1680. En el interior del Sol existen fuertes corrientes eléctricas que producen campos magnéticos.
Como puede usted ver en este libro, los mayas y los antiguos egipcios poseían un conocimiento extremadamente preciso respecto del tiempo que la Tierra demora en dar una vuelta alrededor del Sol. Contando con semejante precisión, uno no tendría problemas para calcular el tiempo que tarda una revolución de los campos magnéticos del Sol.
Una vez que uno conociera este dato, podría develar después de una larga investigación el ciclo de las manchas solares. Así lo hicieron ellos y así deberemos volver a hacerlo nosotros. El problema es que contamos con una cantidad limitada de datos y es posible que no sean suficientes para adquirir el conocimiento teórico necesario para volver a calcular la fecha del final anunciado.
De todos modos, comenzaré por mostrarle la forma en que
los atlantes lo lograron.
Después de muy largos períodos de observación, se dieron cuenta de que las manchas solares atravesaban el ecuador en un tiempo promedio de 26 días. Más hacia los polos, el tiempo promedio se alarga. Descubrieron también que el tiempo requerido por las manchas solares para desplazarse de un punto a otro varía con el ciclo. Cuando se produce un mínimo, las manchas se mueven más lentamente por el Sol; por el contrario, durante un máximo, lo hacen más rápido. A partir de sus observaciones, postularon una teoría.
El código principal fue redescubierto en 1989 por el investigador Maurice Cotterell, quien empleó números enteros para los campos magnéticos del Sol: 26 días para el ecuatorial y 37 para el polar.
A partir de esos números, Cotterell encontró un ciclo magnético de las manchas solares de 68.302 días con relación a la Tierra. Todo esto está descrito en su libro The Mayan Prophecies [Las profecías mayas]. Empleó diferenciales y un programa de computación al que denominó "diferenciación rotativa". Simplificando un poco, Cotterell usó una comparación, que se basaba en una indicación al azar de los campos magnéticos del Sol y la Tierra con un período intermedio de 87,4545 días.
La elección se debió a que los campos polares y ecuatoriales del Sol completan un ciclo común cada 87,4545 días y regresan al punto de partida. Cotterell equiparó cada ciclo común con un bit.
¡El hecho de que estuvieran al tanto de esta teoría es estremecedor!
Bueno, no existe una fórmula matemática simple para calcular este ciclo. Gracias a papiros de más de cinco mil años de antigüedad, sé que los antiguos egipcios fueron capaces de resolver problemas matemáticos extremadamente difíciles; creo que los mayas debieron haber tenido las mismas capacidades. El siguiente sólo es un ejemplo de un problema difícil que los antiguos egipcios pudieron solucionar: el cálculo del volumen y la superficie de una semiesfera.
Este problema aparece en el papiro de Rhind, que se encuentra en Moscú; su antigüedad aproximada se calcula en unos cinco mil años y fue copiado de documentos aún más antiguos. Cuando analicé el problema, me quedé sin aliento.
¡No era tan simple! Tuve que recurrir a mi libro de matemáticas espacial para resolverlo. Una vez consultado el libro, ¡necesité incluso dos horas para refrescar la memoria y comprender el cálculo!
Figura 34. Las velocidades de los campos magnéticos del Sol: 26 días en el ecuador y 37 en los polos.
Ésta es una prueba muy importante de que los antiguos egipcios sabían mucho más de lo que los egiptólogos están dispuestos a admitir. Más aún, gracias al desciframiento del Códice Dresden y del zodíaco astronómico egipcio, encontré evidencias de que tanto los egipcios como los mayas conocían la teoría del ciclo magnético de las manchas solares.
Esto es clara prueba de que pudieron llevar a cabo la tarea, incontrastable demostración de que ambos tenían un origen similar y de que fueron brillantes matemáticos y astrónomos, superiores por lejos a los científicos contemporáneos. Un ejemplo de ello es el hecho de que el campo polar del Sol es invisible desde la Tierra y sólo los satélites que orbitan alrededor del Sol pueden registrarlo.
El gran misterio es: ¿cómo descubrieron los mayas la velocidad de este campo? ¡Y tengo muchas otras preguntas similares!
Estos
pensamientos por sí solos deberían hacernos conscientes de la
urgencia de desenterrar el Laberinto, donde todo el conocimiento
está sepultado.
Sólo los sacerdotes iniciados en los textos sagrados poseían ese saber; para los otros, todo estaba envuelto en misterio. Esto no facilita nuestra tarea. Detrás de cada número o carácter se oculta un código determinado, cuya interpretación requiere extrema paciencia y tenacidad. Sin esas cualidades no se podrán descifrar los importantes mensajes codificados, dada su complejidad.
Por otra parte, es interesante saber que siempre trabajaban con los mismos "números sagrados".
Mientras no poseamos los datos del Laberinto, ésta es la única forma de encontrar las respuestas. Si volvemos a calcular y efectuamos otros cálculos matemáticos sobre el ciclo de las manchas solares, encontraremos muchos mensajes codificados muy interesantes.
Divida el ciclo teórico de las manchas solares de Cotterell por los períodos de giro de los campos magnéticos del Sol; de esa manera encontrará el número de ciclos que atraviesan los campos magnéticos en un ciclo de 68.302 días o 187 años:
Al restar estas cifras, se encuentra el número de veces que el campo ecuatorial se pone a la par del campo polar:
Este resultado nos permite llegar a diferentes relaciones.
Para calcular el momento en que un campo se pone a la par de otro, realice el siguiente cálculo sencillo:
La explicación es la siguiente: cuando el campo polar ha dado 2,3636 giros, el campo ecuatorial se coloca a la par.
Éste ha descrito un círculo completo más, o 360 grados. Esto se produce exactamente después de 87,4545 días, y coincide con el ciclo calculado por Cotterell. Resulta sorprendente que en ambos campos se produzca el número infinito 0,36363636.
Aquí se encuentra el origen de los 360 grados:
Ya los hice varias veces y no me produjeron un colapso mental, de modo que no debe asustarse. Encontrará varios números notables, que no pueden ser ignorados. Antes de comenzar necesitamos recordar que cada campo magnético del Sol posee una velocidad de órbita diferente. En los polos, la rotación es más lenta que en el ecuador: el campo ecuatorial rota sobre su eje en 26 días, y el polar, en 37.
Después de 87,4545 días, el campo ecuatorial, más veloz, se pone a la par del campo polar; durante ese período el primero ha viajado 3,363636 círculos, y el segundo, 2,363636. La diferencia es exactamente un círculo o 360 grados.
Entonces, podemos seguir adelante. Si leyó el capítulo relativo a la interpretación del código del zodíaco en La profecía de Orion, entonces sabrá que la Tierra se desplaza 3,33333 segundos en el zodíaco cada año.
Ahora habrá que multiplicar ese número por sí mismo:
Este es el promedio de duración de un ciclo de manchas solares. Cada once años, el ciclo asciende y desciende, va de un punto alto a uno bajo. Una vez más, no se trata de una coincidencia. En cálculos posteriores logré interpretar varios códigos con este número, lo que probó que mi investigación iba por el camino correcto.
Al multiplicar este significativo número por el número de ciclos de rotación de los campos magnéticos solares encontré los siguientes resultados sorprendentes, y quiero expresar precisamente eso, verdaderamente sorprendentes:
En realidad, los períodos de las rotaciones vuelven a aparecer, pero en sentido inverso si se comparan con el número de círculos recorridos; hay dos series infinitas de 37 y 26.
Repito: no existe. Forma parte de un "Plan Maestro", un programa de computación muy sofisticado, que derrota al software más moderno por su belleza y complejidad. No es posible ignorarlo.
Simplemente trate de hacer algo así. Este es su punto de partida: incorporar los dos campos magnéticos del Sol, que son las piedras angulares para edificar el ciclo de las manchas solares, con su período promedio. Si le pidiera esto a un astrónomo, lo miraría con desesperación; no respondería la pregunta y, lo que es peor aún, no podría darle un modelo matemático, ¡porque no conoce las fórmulas que los mayas y los antiguos egipcios sí conocían! Estas series de complejos datos astronómicos son sorprendentes.
Prueban sin lugar a duda la inteligencia de quienes crearon aquellas teorías. Del mismo modo en que el descubrimiento de la piedra de Rosetta condujo al nacimiento de la egiptología, esta forma de decodificar provocará una revolución en el conocimiento de la antigüedad. Es un vínculo crucial para la existencia de nuestra civilización. En cierto modo, estos números pertenecen a la numerología esotérica. Como podemos observar, son números esenciales, que se pueden procesar para encontrar unidades básicas, y cuando éstas a su vez se procesen, ¡nos llevarán a los mismos números!
Reunidos en un simbolismo esencial, su supuesta simplicidad oculta una enorme complejidad mitológica, religiosa, científica y matemática. Pero la cosa no se detiene aquí. Aparentemente, el descubrimiento de que el campo ecuatorial del Sol rota cada 26 días fue sencillo de hacer. Calcular la rotación del campo polar resultó mucho más difícil debido a su invisibilidad desde la Tierra; por esa razón ocultan el código secreto del campo polar en el número de la precesión.
La prueba es la siguiente:
No es una coincidencia que aquí encontremos una serie infinita de 37.
Una vez más, se pueden descubrir otras relaciones entre el corrimiento del zodíaco y el magnetismo solar. Si lo logramos, obtendremos la prueba ele los anunciados y efectivamente acaecidos hechos que destruyeron la Atlántida y, al mismo tiempo, tendremos más evidencia de lo que va a suceder en el año 2012.
Los atlantes no ignoraban que un gigantesco cortocircuito en el Sol produce enormes erupciones. La onda electromagnética generada es tan poderosa que desintegrará el campo magnético de la Tierra. Una vez que esto se produzca, ¡el planeta comenzará a girar en dirección contraria, invirtiendo el orden en que vemos las constelaciones del zodíaco!
Con el propósito de describir este acontecimiento, los atlantes buscaron una relación matemática entre ambos fenómenos. Nosotros la revelaremos juntos usando el campo de rotación de los campos magnéticos del Sol: 26 y 37 días. Luego calcularemos el número de grados que cada campo recorre en un día.
Al dividir el número de grados de un círculo por esas cifras, obtenemos lo siguiente:
Dividamos ahora el ciclo de precesión por estos resultados:
Observemos estos números con una mirada más atenta. El primero ya es significativo, puesto que 18.720 no sólo es un número muy importante entre los mayas, sino también ¡el período más corto del zodíaco egipcio!
Además, encontré estos números varias veces en mis cálculos. La exactitud de esta sencilla operación aclara todas las dudas pendientes, pero esto no es todo todavía. Posteriormente 2.664 será indicado como un número de código esencial en el Códice Dresden. Dicho de otro modo: podemos recuperar dos números de código maya ¡haciendo un cálculo sencillo con números provenientes del zodíaco egipcio!
Esto indica que deben tener el mismo origen. Al profundizar en este descubrimiento, pude decodificar otros datos importantes. La omnipresencia de los números simbólicos usados por los mayas y los egipcios no es fortuita sino que demuestra una extraña pero comprensible similitud. Los números son la síntesis de una civilización superior que se confrontó con el fin de su tiempo, dioses matemáticos que incorporaron inteligentemente sus mitos y sabiduría en una gran idea que se convirtió en una fuente de conocimiento científico perturbadoramente exacto.
Me quedé sin aliento. ¿Qué otros descubrimientos había por delante?
Hallar la precesión requiere conocer que existen dos puntos en un año donde el día y la noche son iguales: el 20 de marzo y el 22 de septiembre. Las investigaciones indican que los mayas y los egipcios lo sabían porque varios templos fueron construidos en el lugar en donde el Sol nacía en el horizonte, al comienzo de la primavera.
El ciclo de precesión es una majestuosa maquinaria de extraordinaria complejidad; por eso el conocimiento del cosmos que poseían tuvo que ser enorme, y el de las matemáticas, asombroso. Sabían que transcurren 72 días antes de que el Sol se corra un grado sobre la eclíptica; y éste es un cálculo notablemente exacto, según los astrónomos contemporáneos. Únicamente una ciencia matemática y astronómica de grado muy avanzado puede generar semejante precisión.
Me hice las siguientes preguntas:
Lleno de sobrecogimiento, comencé a hacer los cálculos y pronto fue evidente que mi intuición era correcta:
Estoy completamente seguro de que usted se sorprendió al observar el número 72.
Al multiplicarlo por el período de los campos magnéticos solares (polar y ecuatorial), da por resultado los números consignados, los cuales aparecen con tanta frecuencia que resulta imposible ignorarlos. Aquí tropezamos con la esencia y, sin lugar a la más mínima duda, es evidente que los egipcios deliberadamente incorporaron esas cifras en sus cálculos.
¿Por qué?
Un estudio profundo del texto de Albert Slosman sobre la catástrofe precedente me dio la respuesta a esta apremiante pregunta:
Esta vinculación entrenúmeros básicos del ciclo de las manchas solares y el zodíaco había sido creada con una finalidad, pues ellos son la respuesta matemática (y, por ello, temiblemente realista) a visiones apocalípticas de erupciones volcánicas, enormes terremotos, eras glaciares y olas gigantescas.
No me cansaba de pensar en esto. ¿Era un mensaje telepático a través de las nieblas del tiempo? Algo me decía que era así y había muchas cosas por encontrar detrás de esos números provenientes del pasado remoto. ¿Sería capaz de convocar esos recuerdos? ¿Podría descifrar con mayor amplitud los códigos que ocultaban estos mensajes olvidados?
Miré los números con un interés renovado y, después de un breve pero intensivo análisis, fui recompensado con el éxito (los lectores interesados en las matemáticas encontrarán la evidencia en la Parte V).
¿Qué hemos encontrado?
Una relación directa entre el magnetismo solar y el corrimiento del zodíaco. Se trata de una ciencia extremadamente desarrollada, que excede a la ciencia actual. Detrás de todo existe una mano servicial que trata de advertirnos y los responsables de ello fueron científicos asombrosamente inteligentes. Esta relación no es producto del azar sino que existe un vínculo directo entre los dramáticos períodos de tiempo que se producen en la Tierra.
Desde la década del setenta se sabe que el ciclo de precesión está estrechamente ligado con el comienzo y el fin de las eras glaciares. Los descubrimientos previamente mencionados son la evidencia de que los atlantes tenían un nivel de conocimiento más alto, ¡hace más de doce mil años!
Hallaron, al igual que los científicos actuales, que una variedad de causas produjo las eras glaciares y se enfrentaron con ello el 2 de febrero del año 21312 a.C; aquel día, la Tierra giró 72 grados y la Aha-Men-Ptah subtropical ("Primer Corazón de Dios") en pocas horas fue parcialmente cubierta por lo que en ese momento era el Polo Norte, tragedia a la que luego sucedió un maremoto.
Los sobrevivientes se reagruparon en la zona del continente que siguió siendo habitable y decidieron crear un centro astronómico, el "Círculo de Oro" y durante miles de años los mejores científicos estudiaron los cielos. En 10,000 a.C, los habitantes de la Atlántida estaban tan seguros de la correlación entre el campo magnético del Sol y los terribles sucesos que mencionamos antes, que decidieron comenzar a planear un éxodo, cuya preparación les llevó doscientos ocho años.
¿Qué calcularon?
Después de doce mil años, ¡habrá una inversión gigantesca del campo magnético del Sol!
Cuando esto suceda, increíbles llamaradas escaparán de su superficie, cientos de miles de millones de partículas llegarán a los polos terráqueos y los "incendiarán". A causa de la corriente continua de electromagnetismo, el campo magnético de la Tierra se sobrecargará, se generarán fuerzas eléctricas desconocidas; y cuando los polos estén llenos de auroras provenientes de las partículas que caen, lo inevitable va a acontecer: el centro electromagnético más profundo de la Tierra se recargará y estallará.
Y entonces, ¡pum! ¡Se invertirá el campo magnético terrestre y nuestro planeta comenzará a girar en sentido contrario!
Del mismo modo que una dínamo que empieza a girar en sentido contrario, ¡el Polo Norte se convertirá en el Polo Sur y viceversa! ¡Y nuestra civilización entera será destruida!
Por esa razón,
ignorar tales mensajes equivale a un suicidio, ya que, si no se
toman precauciones urgentes, casi todos morirán en el transcurso de
esos acontecimientos y, sobre todo, los sobrevivientes no contarán
con computadoras ni máquinas en las cuales confiar para recoger los
pedazos y rearmar la vida tal como la conocemos.
Si colocamos algunos filamentos de hierro alrededor de un imán, aparecerán muchas clases de líneas que ilustran los campos de fuerza. Más aún, todos saben que una dínamo crea electricidad cuando los imanes que se encuentran en el interior giran. Estoy seguro de que hasta aquí usted ha podido seguir la argumentación sin ningún problema; muchos de nosotros hemos jugado con imanes y hemos visto su enigmático poder.
Cósmicamente cerca, aunque a miles de millones de kilómetros de distancia, se encuentra rotando un gigantesco campo magnético. Probablemente alce la vista con asombro, pues no se trata de algo fácil de entender.
¿Qué podrá ser? ¿Es un pulsar o una estrella que colapso? No, por supuesto que no.
Pero, entonces, ¿qué es?
La respuesta es: ¡nuestro Sol!
Muchos de los lectores se sorprenderán y formularán las siguientes preguntas:
Bien, estimado lector, todo depende de la definición que adoptemos.
Según los científicos, el campo magnético de la Tierra tampoco es tan fuerte, pero, cuando pensamos en esto con más detenimiento, llegamos a la conclusión de que este punto de partida es erróneo. De hecho, cuando medimos la fuerza del campo magnético de nuestro planeta, no nos impresiona demasiado, pero si en cambio observamos su tamaño total llegamos a cifras sorprendentes y nos damos cuenta de que es una estructura colosal.
Esto es sin duda una gran tontería. Si nos acercamos más al Sol con un teleobjetivo, veremos un inmenso campo magnético en rotación. Y si observáramos el campo del ecuador desde una nave espacial, nos abrumaría la imagen que se generaría en nuestra retina: ¡el campo ecuatorial del Sol gira sobre su propio eje a la increíble velocidad de siete mil kilómetros por hora! Y arrastra junto consigo abigarradas masas de materia.
Es un trompo gigante, ardiente, y las llamas solares atormentan su superficie. Si proyectáramos la Tierra en una pequeña llama solar, sólo la detectaríamos como un alfilercito en medio de toda esa violencia.
¡Los poderes magnéticos del Sol no parecen ser
de este mundo!
Una mayor investigación ayudó a los antiguos científicos a descubrir que el campo de rotación solar se devana como un ovillo, como una lucha entre poderes contrarios. Por un lado, la gravedad trata de unir toda materia, mientras, por otro, los poderes magnéticos luchan contra ella. Durante once años, estos poderes opuestos logran equilibrarse entre sí y conviven pacíficamente.
Sin embargo, cuando comienza a producirse inestabilidad, las fuerzas se liberan de una manera potente, impresionantes llamas atormentan la superficie del Sol en el pico más alto del ciclo de las manchas solares.
Éste fue el primer elemento de la investigación. Más aún, los antiguos científicos vieron que la velocidad del campo ecuatorial solar se elevaba a veintisiete o veintiocho días, visto desde la Tierra.
En el propio Sol era de veintiséis días, pero, dado que la Tierra gira a su alrededor, aparentemente es de veintisiete o veintiocho días.
Figura 35. A un promedio de 11.500 años, los polos terráqueos se invierten, lo que significa que el Polo Norte se convierte en el Sur. Ningún científico de la Tierra conoce en la actualidad por qué sucede esto ni tampoco posee indicios acerca del poder enormemente destructivo de este cambio. Sin embargo, en un tiempo remoto, la Tierra estuvo gobernada por una civilización altamente desarrollada, que reveló los secretos escondidos en el corrimiento de los polos. Ahora nos toca a nosotros volver a descubrir ese conocimiento.
Cuando un máximo solar se encuentra cerca, aparecen superficies más oscuras en el Sol. Allí, el campo magnético resulta perturbado, lo que hace que esas áreas sean algo más frías que el entorno.
La temperatura más baja hace que parezcan más oscuras que el resto de la superficie; de esa manera los antiguos científicos pudieron seguir con facilidad la velocidad de esas "regiones oscuras". Con esto se apuntaron una segunda victoria en el camino hacia un mayor conocimiento, pues su tarea era encontrar una relación matemática entre esos hechos cósmicos y las catástrofes que cíclicamente afligían a la Tierra.
Aún más que eso, buscaban calcular con anticipación la siguiente calamidad, pero ¿cómo? ¿Cuál era el trasfondo físico de las traumáticas erupciones que amenazaban a la Tierra cada tantos milenios?
Ya habían resuelto gran cantidad de problemas: las fases de la Luna y las estaciones, entre otros.
Fueron capaces, por ejemplo, de explicar los eclipses solares por la posición geométrica de la Tierra, el Sol y la Luna, que, en un determinado momento, se ubican en la misma línea; esto se debe a la regularidad con la que dichos cuerpos giran unos alrededor de los otros trazando trayectorias definidas. Las cosas ocurrían porque existían modelos científicos.
Pero ¿qué sucedía con aquellos eventos repentinos en el Sol? ¿Cuál era el encadenamiento causal que se ocultaba detrás de ellos?
Empleando la lógica, dedujeron que los terremotos eran el resultado de la acumulación de tensiones en la corteza terrestre. Por supuesto, su conocimiento sobre el tema tenía muchas lagunas, pero creyeron que se podría aplicar al Sol. En algún lugar debía existir una causa natural que, suficientemente investigada, podía ser descripta con exactitud con ayuda de la matemática.
Lo que veían era inconmensurables poderes magnéticos que luchaban y se mezclaban en desorden en una bola de rayos, tormentas y truenos solares, algo semejante a una visión apocalíptica de la cuenta regresiva del Juicio Final. ¿Dónde podrían encontrar la lógica, la proposición que describiera todo eso? La presión de las autoridades, a pesar de todo, era enorme.
Si bien podían comprender sólo una parte de la totalidad, detrás tenía que existir un mecanismo superior, algo que gobernase a todas las demás cosas y con cuya ayuda tal vez pudieran predecir el violento futuro del Sol y sus repercusiones en la Tierra.
Por ende, tenían que encontrar la respuesta a esta pregunta
imperativa: ¿cuándo cambiará el campo de rotación deí Sol el ciclo
de la vida y la muerte en la Tierra?
Dedujeron lo siguiente:
Los teóricos tenían que resolver este problema, pero ¿qué debían buscar? ¿Qué extraño fenómeno constituía la base de esto?
Era de máxima importancia saber cuándo y bajo qué circunstancias el Sol volvería a estallar. Más aún, debían mostrar que no implicaba la etapa final sino la creación de un nuevo Sol. Su poder debía ser tan grande que anulara todas las demás manifestaciones visibles. Figura 36. En los templos de la Atlántida, buscaron diligentemente los secretos de los corrimientos polares.
La respuesta condujo a una gran revolución en los albores de la física.
Los antiguos científicos sospecharon que el Sol sostiene su masa empleando la inmensa presión de gas y fuerzas electromagnéticas de sus humeantes entrañas, pues de lo contrario se desplomaría. Eso era bastante claro. Más aún, a menor escala era posible observar una rápida desorganización, como turbulencia y explosiones; sin embargo, las manchas solares permanecían estables, girando constantemente, imperturbables ante el caos que las circundaba.
Dicho de otro modo: se encontraban en un estado de caos estable. En el ínterin, los sumos sacerdotes pudieron resolver ecuaciones lineales. Mas ¿cómo se puede describir la estabilidad en un todo caótico? ¿Cómo era posible que el caos fuera generado por un comportamiento regular?
Era un problema inmenso.
Partiendo de este desorden fueron capaces de crear fórmulas matemáticas que describieran pautas complicadas. La búsqueda fue exitosa. Vieron ritmos en las olas de los ríos, que competían entre sí, olas que se absorbían mutuamente, separando superficies y capas fronterizas.
Vieron turbulencias y series de
vórtices, y entendieron que se trataba de irregularidades dentro de
una corriente continua pues, a pesar de sus patrones caóticos, los
ríos continuaban fluyendo.
¡Allí estaba la solución del enigma que durante tanto tiempo habían tratado de resolver! Por eso, comenzaron a pensar con mayor ahínco aún en él cambio de velocidad del Sol.
Sin ninguna duda, este cambio era la prueba de que el Sol no era sólido como la Tierra, en la que todos los puntos de la superficie rotan a la misma velocidad; debía existir una esfera que giraba en el centro del Sol y que arrastraba consigo las capas de nubes circundantes. La fuerza llega al máximo en el centro del Sol, donde la velocidad de rotación es consecuentemente más rápida.
Cuanto más arriba del centro, menor es el efecto.
Gradualmente, advirtieron que el caos, archivado en un ropero durante mucho tiempo porque parecía demasiado caprichoso, ofrecía un camino nuevo para resolver antiguos hechos. Había llegado entonces el momento de que ellos hicieran sus presuposiciones en la búsqueda de cosas que no podían ver. Sus mejores teóricos sabían que, cuanto más arriba observaban, menor era la velocidad del Sol.
También se habían dado cuenta de que, a mitad de camino entre el ecuador y la parte más alta del Sol, las manchas desaparecían bruscamente y ¡ya no era posible verlas!
Fue la peor crisis con la que se hubieran enfrentado y torturó los límites de su conocimiento de la naturaleza y de lo que percibían como sobrenatural.
Con renovado coraje comenzaron a hacer cálculos. La velocidad promedio del campo ecuatorial del Sol ascendía a 26 días; esto lo sabían, pero ¿cuál era la del campo más alto, que no podían ver? Sobre la base de la tasa de descenso de velocidad que conocían, en todo caso tenía que ser de más de 30 días.
Cuánto más, sólo podían conjeturarlo.
Por eso pusieron a trabajar en este enigma a los mejores matemáticos. Tal vez hasta podrían hallar una correlación con la futura súper tormenta. El hecho es que un matemático brillante había encontrado una posible relación entre los campos magnéticos del Sol y de la Tierra. Era probable que una simple comparación pudiera describirla, pero ¡antes había que conocer la velocidad de rotación del campo más alto!
Los investigadores reconocen este hecho, pero hasta ahora no han podido ir más allá de sugerir algunas similitudes. Yo me preguntaba qué sucedería si tomáramos este punto de vista al pie de la letra. En vez de algunas vagas semejanzas, ¿aparecerían números más precisos? Ya había podido descifrar los códigos primarios de la civilización de la Atlántida, que se relacionaban con los números de Venus.
¿Ocultarían algo? ¿Podían ayudarme a completar la decodificación largamente buscada?
Esto significa que hace diez mil años llegaron a un grado tal de precisión que casi no encontramos errores en comparación con nuestras operaciones. ¡Hasta ese punto eran precisos sus cálculos! Cuando se avanza en el desciframiento, sólo se puede concluir que fueron capaces de calcular aún con más exactitud que nosotros. ¡Es imposible llegar a una conclusión más extraordinaria!
Está destinada a derribar de sus pedestales a todos los astrónomos y matemáticos, pero sobre eso hablaré más adelante, en un capítulo aparte.
Después de un cálculo extremadamente largo llegarán a descubrirlo. Es difícil calcular cuánto tiempo les tomó a los mayas diseñar esta fenomenal y sobresaliente obra maestra de la astronomía: ¡es tan brillante y complicada a la vez!
Lo más notable es la forma como descubrí la clave de este enigma.
Los egipcios les asignaron a las distintas eras del zodíaco un período de tiempo diferente; comencé a investigar en esto de forma sistemática. Al cabo de un año de trabajo intenso, conseguí descifrar los primeros códigos simples. Aunque avanzaba rápido con el trabajo, me llevaría cerca de dos años terminarlo. Deberíamos tener en mente que todavía quedan cientos de códigos egipcios y mayas esperando que alguien los revele. Pero, bueno, es imposible hacer todo al mismo tiempo.
Cuando se ve el trabajo preliminar que sustenta estos
códigos, es imposible negarlo.
Una tarde me encontraba en casa de Gino. Nuestro descubrimiento del Laberinto en Egipto había aparecido en los diarios y a raíz de ello el Observatorio de Hove se había comunicado con Gino para que diera un curso de arqueo-astronomía; también se mencionaba que Antoon Vollemaere, un especialista en los mayas, daría allí un curso sobre éstos.
De inmediato, algo empezó a resonarme en el cerebro y lo llamé por teléfono, le envié información y, después de algunas conversaciones telefónicas, fijamos una cita.
Un par de horas después, yo estaba convencido de que este contacto me proporcionaría datos muy útiles. Pocos días más tarde encontré el Códice Dresden en mi buzón, conjuntamente con una explicación y todas las interpretaciones que Vollemaere había hecho. Con suma curiosidad, comencé a leer los papeles, los que a primera vista me parecieron dificilísimos.
Contenían una gran cantidad de cifras de Venus y dibujos de dioses mayas; analicé con mucha atención veinte de las setenta y cuatro páginas del manuscrito. Casi me estalló la cabeza con la información que había en él. Seguramente me llevaría años calcular todos los números que estaban detrás de los códigos, por lo que resolví concentrarme en la página que copié aquí como figura 37.
Figura 37. El Códice Dresden con sus importantísimos números. Los códigos descifrados, ¡apuntan a una ciencia mucho más avanzada que la nuestra!
Estudié todo detalladamente. Estaba completamente convencido de que los mayas conocían nuestra escala denaria y de que la emplearon, pero muy pocos tenían acceso a ella. Únicamente los sacerdotes podían usar esa escala para calcular en secreto la posición de los planetas y el ciclo de las manchas solares. De esa forma pudieron despistar a miles de investigadores, pero ¡no a mí!
Ahora bien, ¿por dónde empezar?
¿Detrás de qué números se ocultaban los secretos
perdidos durante tanto tiempo?
El número 40 se
indicaba con dos uinales, el 100 con cinco uinales, y así
sucesivamente. Desde el número 260 hablaban de "tonamalaü". Entonces
300 es igual a un tonama-latl más dos uinales. Para números más
altos hay otros nombres diferentes.
Después de mucho tiempo, ¡tendrá que admitir que es un caso sin solución! Por más esfuerzos que haga, no llegará a ningún lugar.
Figura 38.
Los números mayas. Y, para su asombro, los matemáticos también ¡tendrán que admitir que es absolutamente imposible descifrar sobre la base de semejante notación!
Esto acarreará, sin duda, consecuencias de largo alcance. A partir de esto, podemos decir que los mayas, además de ésta, conocieron nuestra escala denaria y también la usaron.
No existe otra conclusión posible y los
científicos deberán resistir otro golpe en la mandíbula y reconocer
de forma definitiva que los mayas eran mucho más inteligentes de lo
que se pensó hasta hoy.
Sólo era cuestión de hallarlos. No me dejé asustar por esto porque en el ínterin había acumulado mucha experiencia en la interpretación de códigos: tenía que haber algo simple que me llevara a solucionar una decodificación complicada.
Resté un número a otro y vi que el resultado era:
El mismo número permanecía arriba aunque precedido por un signo menos; en su sistema de pensamiento, esto significaba que se trataba de un indicio importante. Siguiendo esta pista, dividí ambos números por 2.200. A] principio, el resultado no me decía demasiado, pero después pude colocarlo fácilmente en el todo.
Luego, decidí dividir por 2.200 el número que Cotterell había encontrado para el ciclo largo de manchas solares:
Al instante, mi corazón empezó a latir más rápido y me corrió un sudor frío, pues yo había visto ese número en mis cálculos previos. Es idéntico a un valor importante del ciclo de las manchas solares que usted podrá encontrar en la parte final del libro. Después de hallar este código, descubrir el segundo era como soplar y hacer botellas.
Réstele el número anterior y obtendrá 0,2363636.
Al multiplicarlo por 10, ¡concuerda exactamente con el número de círculos que el campo polar del Sol necesita para completar un ciclo: 2,363636! Y es una razón suficiente para arquear las cejas.
En una serie continua de desciframientos, pude interpretar el Códice Dresden. Me sentía tan conmocionado que más de una vez tuve dificultades para proseguir. Con frecuencia, detrás de un solo número había varios códigos adicionales ocultos, pero eso lo comprendí después de llevar adelante cientos de cálculos que no dieron ningún resultado satisfactorio.
Y luego, en el instante en que hallé el eslabón, se produjo una rápida revelación. Este enorme avance en el desciframiento prueba que los códigos mayas eran mucho más complicados y sorprendentes de lo que los científicos admiten en la actualidad. Se nos revelan códigos que son increíblemente perturbadores, pero también majestuosamente bellos.
Es evidente que nuestro conocimiento del Códice Dresden es parcial y confuso y que todavía sabemos muy poco de todo el resto de las cosas que los mayas sabían. Esto nos da una lección: nuestro conocimiento es sencillamente un redescubrimiento de antiguos valores. Pero el hecho más perturbador es que el Códice Dresden tiene que ver con el ciclo de las manchas solares, ¡del que hasta ahora nuestros actuales astrónomos no saben nada!
En las tesis científicas, un desciframiento auténtico debe contener algo más que una corazonada; tiene que ser convincente y debe estar refrendado por sólidos principios. Además, el conjunto debe seguir una cierta línea de razonamiento previsible. Los matemáticos sienten el mayor de los respetos por las teorías que están desarrolladas sobre bases estrictamente matemáticas; bueno, este desciframiento cumple con este requisito; Contiene resultados y comparaciones que posibilitan seguir el proceso de decodificación.
Cualquiera que sepa sumar, restar, dividir y multiplicar puede confirmarlo. No es necesario hacer operaciones más complicadas. Los números prueban que los mayas conocían y empleaban la escala denaria y quienquiera que estudie con atención la decodificación debe admitirlo. Así llegamos a una teoría bella e indestructible, simple y al mismo tiempo mágicamente elegante.
Estas propiedades
adicionales revolucionarán por completo el mundo científico y, por
lo tanto, serán ampliamente aceptadas.
No eran lo suficientemente inteligentes para hacerlo, o al menos eso dicen los investigadores modernos. Pero no me estoy expresando correctamente. Los astrónomos de hoy sí son suficientemente inteligentes ¡y sin embargo desconocen esta teoría! Fue un astrónomo aficionado, Cotterell, quien la halló. Con la ayuda de un cálculo integral no demasiado difícil llegó a una solución sensacional en sus comparaciones sobre el ciclo.
Cuando encontró un número claramente similar en sus extensos cálculos sobre el Códice Dresden, inició la búsqueda y, después de años de investigación, recogió algunas pruebas de que los mayas debían conocer el ciclo de manchas solares que él descubrió. Así y todo, Cotterell no pudo extraer hechos decisivos; ahora yo ofrezco la prueba largamente buscada.
Ningún matemático ni astrónomo puede hacerla a un costado, tan convincente es. Insto a todo el mundo a aceptar esta prueba perturbadora lo más pronto posible, pues sólo entonces podremos comenzar las operaciones de supervivencia necesarias para asegurar la existencia de la humanidad.
Por supuesto, para esto es necesario conocer la órbita de la Tierra alrededor del Sol, como así también dominar la geometría espacial.
Dos días después encontré en el buzón el artículo, que llevaba un título difícil:
Lo leí más de una vez.
Los autores investigaron las manchas solares a diferentes grados de latitud desde el año 1915 hasta el año 1990. Demostraban que las manchas solares en el ecuador tardan aproximadamente 25,75 días en dar una vuelta completa alrededor del Sol, Si nos alejamos del ecuador, esta rotación se hace un poco más lenta.
A los 40 grados de latitud tarda aproximadamente 26,6 días; desde los 45 en adelante asciende a 27 días (el campo se mueve a razón de 13.33 grados por día), Para grados de latitud mayores los profesores no tenían ninguna información porque en esas regiones las manchas casi no se ven o no aparecen. ¡Era sencillamente imposible para ellos determinar la velocidad decreciente de rotación del Sol!
Y repito: ¡los investigadores más importantes del ciclo de las manchas solares son absolutamente incapaces de medir desde la Tierra la velocidad decreciente de la órbita de declinación del Sol en las regiones más altas!
Figura 39. El gráfico muestra los límites de visibilidad de las manchas solares. Estas aparecen a 45 grados del ecuador. Por encima de esta latitud, ¡no son visibles! ¿Cómo conocieron los mayas la velocidad de órbita del campo polar del Sol, que es completamente invisible desde la Tierra?
Cotterell había construido su teoría tomando como base la información suministrada por un satélite en órbita alrededor del Sol, que medía la velocidad orbital de los campos polares, pero los mayas no poseían equipos similares a un satélite y, por lo tanto, el profesor Callebaut había señalado correctamente:
¿Calcularon esto "hacia atrás" con la ayuda de su teoría? En aquellos días ¿el Sol se encontraba en otro lugar, de modo que podían ver el movimiento de los campos polares? ¿O bien existían otros factores? Probablemente, nunca se hallará la respuesta, pero es un diez mil por ciento seguro que lo sabían, pues así lo revela el Códice Dresden.
Lo único que necesitamos es conjeturar cómo lo
hicieron.
Toda la cultura maya demuestra que ellos así lo hicieron. Todos los números, calendarios y edificaciones están basados en el ciclo de las manchas solares de 68.302 días, para el cual eligieron el número de código 68.328. Sólo a los sacerdotes les estaba permitido conocer los números verdaderos. Los no iniciados fueron mantenidos en la oscuridad... hasta el momento en que tropecé con su fórmula de cálculo y pude revelar los números secretos.
Esta perturbadora teoría es la respuesta indubitable al mayor interrogante astronómico y matemático de todos los tiempos.
La fecha fatal que los mayas nos proporcionaron debe ser tomada con extremada seriedad. Además de haber trabajado con números sagrados enteros, conocían con exactitud el número que no le estaba permitido conocer a nadie. Si uno comprende este punto de vista, entonces tiene éxito en la decodificación. Sabemos y comprendemos que trabajaban con números esenciales, pero más importante aún es la explicación de los números.
Para descifrar el Códice Dresden, tuve
que emplear el número 27, pero afortunadamente ya había encontrado
su origen con anterioridad.
Durante más de un año me devané los sesos con el número 27 y no le encontraba pies ni cabeza. Luego me pareció muy lógico pero, cuando no se sabe, se busca enloquecidamente. Por fin, encontré la solución en El Atlas del Universo, de Patrick Moore.
Allí decía lo siguiente:
Aparentemente aquí hay un error, porque 13,5 x 2 = 27 y no 26.
Pero, como la Tierra se mueve alrededor del Sol a una velocidad de 29,8 km por segundo, vista desde nuestro planeta la rotación del Sol sobre su eje parece durar 27 días. ¡Ahí estaba! Al descubrirlo, avancé un paso hacia la revelación del mayor enigma de la astronomía de la antigüedad: el número 27 estaba oculto en varios cálculos relativos al ciclo de las manchas solares.
Si ignoramos esto, sencillamente no podemos imaginar ese número, pero, cuando encontramos el vínculo, con mucha rapidez se produce un estallido de relaciones posibles, simplemente porque ahora estamos un ciento por ciento seguros de que se puede emplear este número para descifrar. Comprenderán mi frustración, pues perdí más de un año intentando comprender esto. *
* Para los interesados en las matemáticas, véase el Apéndice.
¡Uno de los ángulos más frecuentes parecía ser de 27 grados!
Sobre esta base, tenía que ser posible recuperar los códigos. Sólo los esenciales, eso estaba claro.
Pero ¿dónde debía buscarlos? Luego, la coincidencia me lo indicó. Leí en un viejo libro que Sirio forma un ángulo de 27 grados con la Estrella Polar (tanta coincidencia no era posible). Sirio, por supuesto, era una estrella sumamente importante para los egipcios y, como el mensaje era decodificar, me puse a investigar de inmediato. Tenía que ser algo sencillo. Las pirámides están allí como un homenaje a las víctimas de la catástrofe y debía de haber una relación con esto.
Al
final de este capítulo, le mostraré la prueba matemática que
encontré.
Rápidamente sumé esta cifra a la anterior.
Salté de alegría: la conversación nos había llevado muy, muy lejos en nuestra investigación.
Probablemente sin esta sencilla
información, yo nunca hubiera podido tener éxito en el
desciframiento del códice maya y tampoco habría hallado jamás la
correlación entre este número y el programa computacional del
cataclismo precedente. Como usted seguramente recordará, había una
diferencia de 576 días entre el valor calculado del período de la
órbita de Venus y el de la Tierra. Esta notable diferencia me puso
en la senda de una investigación más profunda de esta línea.
Descubrí que los números mayas podían utilizarse para descifrar antiguos códigos egipcios y viceversa, pero más sensacional fue el hecho de que, luego de consolidar todos los números codificados, un desciframiento le sucedió al otro. ¡No pude sino concluir que estas obras de arte de la antigüedad se complementaban maravillosamente y formaban un todo!
Las dos características más sorprendentes de estas obras maestras astronómicas primordiales tienen que ver con el planeta Venus y el ciclo de las manchas solares, hecho que queda demostrado cuando retrocedemos a los acontecimientos de hace casi doce mil años. Según la tradición maya, un nuevo sol aparece en el cielo al comienzo de cada era, por eso les pusieron los nombres a estas eras según los eventos que ocurrieron bajo cada uno de los sucesivos soles, que fueron el Sol de Agua, el Sol de Terremoto, el Sol de Huracán y el Sol de Fuego.
Luego, en la era del Sol de Terremoto, la Tierra se hizo pedazos cuando se partió en muchos lugares; muchas de las montañas existentes se derrumbaron, mientras que surgieron nuevas cadenas montañosas, así como de la nada. Una horrible tormenta extramundana le puso fin a la era del Sol de Huracán. Y finalmente, luego de una inundación de sangre y fuego causada por el Sol de Fuego, los sobrevivientes murieron de hambre.
En estas cuatro eras, los incendios, terremotos, huracanes y devoradoras inundaciones cubrieron nuestro planeta y extinguieron nuestra raza.
El más importante de los elementos comunes a estas calamidades globales es la responsabilidad del Sol en la destrucción de la Tierra. Los mayas estaban convencidos de esto y, por lo tanto, basaron sus creencias en ello.
El uso del Sol como un indicador de
sucesivos períodos que colapsaron en una destrucción masiva nos
aclara mucho las cosas. Sin lugar a duda, lo que nos están diciendo
es que un cambio exterior de nuestra fuente de luz y energía le puso
fin a cada ciclo.
A partir de la intensidad esperada podían calcular si tendría alguna consecuencia para la Tierra. Su dedicación a los números era bastante obsesiva, porque sabían que muchos de los secretos de la naturaleza podían explicarse con su uso. Tenían la convicción de que, cuando los números originales de los acontecimientos se comprendieran correctamente, también sería posible calcular con éxito el momento en que estos hechos ocurrirían.
De ahí en adelante, con la ayuda de sus números sagrados, tanto los mayas como los egipcios pudieron recuperar los números correctos; por eso debemos considerar exactos sus cálculos y antiguos mitos. Ellos sabían cosas que nosotros todavía ignoramos. La fecha que calcularon para el fin del Quinto Sol es innegablemente correcta, aunque su ciencia pueda resultarnos demasiado increíble.
Por lo tanto, deberíamos considerar con suma seriedad su profecía sobre el fin de los tiempos.
Este sistema codificado demuestra que podían calcular ciclos largos y también que tenían la capacidad de predecir ciclos de destrucción y posterior creación. Desde el principio, literalmente contaron los días hasta el fatídico final. Nosotros ya sabemos que tenían una increíble precisión y que su cuenta regresiva es un sistema codificado. Según el sistema codificado de los mayas, un ciclo de manchas solares es igual a 68.328 días; más aún, un año solar maya dura 365 días.
Cuando calculamos el período de un ciclo de manchas solares utilizando estos datos, arribamos a la cifra de 187,2 años, y un múltiplo de ese número, 1.872.000, nos conduce a la cuenta regresiva de la destrucción del mundo en el año 2012 d.C.
¿Por qué? Porque desde el principio de su recorrido calendario largo debe haber 27,4 ciclos de manchas solares para llegar al fin.
¿Es posible que lo que estaban mostrando aquí es que se produciría una inversión, de manera brutal e inesperada, en medio de un ciclo? Este interrogante y miles más me perseguían constantemente.
Representaban a Tonatiuh con cara arrugada y una lengua ávida que mostraba su apetito de corazones y de sangre. Al alimentarlo con regularidad creían que podían mantenerlo vivo. Esta misma convicción - que podían aplacar al dios Sol mediante el sacrificio - fue compartida por todas las grandes civilizaciones de Mesoamérica.
Dichas creencias eran contrarias a los conocimientos de los mayas, quienes habían calculado la fecha del fin del mundo a producirse en la era del Quinto Sol. Toda su cultura y todos sus números sagrados giraban alrededor de este evento.
Al utilizar la teoría del ciclo de
las manchas solares, calcularon el momento en que una intensa
explosión de energía proveniente del Sol repentinamente acabaría con
las civilizaciones de la Tierra.
El culto llamado "de Venus" duró el mismo tiempo que una civilización técnicamente adelantada, pero no identificada. Se ha perdido gran cantidad de información, aunque pueden inferirse muchas cosas con un pensamiento lógico y algunos trabajos de investigación. Todas las naciones de América Central le adscriben una enorme importancia a este planeta, al igual que los egipcios, quienes entendían que Venus era una "estrella matutina", pero también "vespertina".
Pero,
La solución tenía que hacerse evidente en alguna parte; entonces, empecé a pensar con lógica, tratando de reconstruir eventos de miles de años atrás. Se sabe que Venus tiene una espesa capa de nubes; ¿tal vez esto tenía algo que ver?
Sólo que los efectos en Venus fueron más intensos, debido a su proximidad con el Sol, y las partículas que lo encendieron estaban mucho más concentradas que las que llegaron a la Tiara. Antiguas escrituras afirman que un "segundo sol" apareció en los cielos estrellados. Pero había más todavía. Cuando la tormenta solar llegó a Venus, su poder no había disminuido; desde las capas atmosféricas superiores de Venus sustancias gaseosas fueron arrancadas y encendidas por una especie de "luz de bengala celestial", formando una cola de cometa magníficamente iluminada.
Hay escrituras mexicanas muy antiguas que describen este fenómeno. Dicen que, primero, Quetzalcóatl - un cuerpo celestial parecido a una serpiente - atacó al Sol, y luego éste se negó a aparecer durante algunos días. Al mundo le robaron la luz. Una innumerable cantidad de seres halló la muerte mientras este desastre se abatía sobre la Tierra.
Entonces, el cuerpo con forma de serpiente se transformó en una estrella; apareció por primera vez en el Este, manteniendo el nombre de Quetzalcóatl, que es la denominación del planeta ahora conocido como Venus.
Más adelante se lee:
Resulta bastante peculiar que el tiempo se mida desde el momento de la aparición del lucero del alba. Tlahuizcalpantecutli o "estrella matutina" apareció por primera vez justo después de que la Tierra fuera barrida por una ola gigantesca y experimentara convulsiones.
El plumaje del cuerpo de serpiente representaba las llamas encendidas al rojo.
En Babilonia, esta estrella matutina/vespertina se llamó Ishtar o "Estrella de los lamentos".
Lo que sigue pertenece a Langdon, en Sumerian and Babylonian Psalms [Salmos sumerios y babilónicos), 1909:
En la Polinesia, hasta no hace mucho tiempo, sacrificaban personas en honor de Venus, la estrella matutina.
Del mismo modo, se ofrendaban niños y niñas al lucero del alba árabe, la reina celestial "al-Uzza", hasta los tiempos modernos. Una fe semejante en los poderes destructivos de este planeta no pudo haberse inventado sin razón aparente. Esta "segunda estrella" hizo que la Tierra se inclinara, la acosó con el fuego, azuzó los vientos hasta hacerlos alcanzar velocidades destructivas e hizo subir el nivel de las aguas a alturas catastróficas.
En resumen, Venus era una imagen muy vivida que permaneció en las mentes de aquellos que sobrevivieron a la catástrofe. ¡Por eso los atlantes y sus descendientes convirtieron los números de Venus en códigos y los incluyeron en sus cálculos! Después del Sol, Venus fue el cuerpo celeste que más atrajo la vista de los humanos en el cielo estrellado de esos días.
Cuando ocurra la catástrofe venidera, Venus volverá a brillar y será un penoso recordatorio de mitos pertenecientes a casi todas las naciones del mundo.
Los que crearon esos avanzados calendarios mayas habían descubierto un medio de integrar el movimiento de Venus con las órbitas de otros planetas. Aparentemente, por estos cálculos, los mayas tenían conciencia del hecho de que Venus necesitaba un promedio de 583,92 días para reaparecer en el mismo lugar. Con la ayuda de estos números especiales pude descifrar el Códice Dresden.
A esto hay que agregarle otro hecho formidable, y es que ellos también habían entretejido su año sagrado - el Tzolkin de 260 días - con el movimiento de Venus. Sucesivas investigaciones aclararon que el número 260 era esencial en la teoría del ciclo de las manchas solares.
En el año 2012, Venus hará una curva perfecta encima de Orión, y ésa es una de las razones por las que mi libro anterior se titula La profecía de Odón. Sin embargo, un dato peculiar es que este movimiento retrógrado de Venus está mencionado en el Libro de los Muertos, como el código de la inversión del campo magnético de la Tierra. Pero los antiguos egipcios no fueron los únicos que se apoyaron en este hecho.
Dorsey, en su libro The Pawnee Mythology [La mitología de los indios pawnees], afirma lo siguiente:
En la historia de los indios pawnees reconocemos el movimiento retrógrado de Venus, que sigue un círculo completo.
Por lo tanto, pensaban que Venus era capaz de invertir la posición de los polos Sur y Norte haciendo esta curva planetaria. De manera similar a muchas otras naciones, los pawnees creían que la futura destrucción depende del planeta Venus y que, al final, los polos Norte y Sur cambiarán de lugar. A juzgar por sus acciones, queda claro que tomaban este tema muy seriamente.
Cuando Venus salía con un brillo muy fuerte, o cuando veían un cometa en el cielo, sacrificaban a un ser humano y lo hacían de la siguiente manera: el cabello de una niña que había sido tomada prisionera era teñido de rojo por su guardián. También él teñía su rostro y cabello de rojo, y llevaba en su cabeza un tocado de doce plumas de águila con forma de abanico, porque era así como el lucero del alba se les aparecía en sus visiones.
Cuatro estacas oficiaban de andamiaje y eran colocadas en las direcciones del viento. Entonces, mediante las estacas le ordenaban a la estrella matutina que permaneciera en lo alto "para que tú puedas transportar siempre los cielos".
En el momento en que aparecía la estrella matutina, dos hombres daban un paso adelante portando palos en llamas. Los hombres cortaban el pecho de la niña y le arrancaban el corazón, y después colocaban haces de palos ardiendo hacia el Noreste, Noroeste, Sudeste y Sudoeste, sobre el andamiaje, para incendiarlo.
Venus es un vínculo entre los mortales giros que golpearon a la Tierra antes y los que la volverán a golpear; las direcciones del viento se invertirán y un período de oscuridad atormentará los cielos. Figura 40. En 9792 a.C., año de la catástrofe anterior, Venus hizo un giro planetario retrógrado detrás de Géminis, En 2012, Venus hará un giro planetario retrógrado en forma de curva encima de Orion,
presagiando una inversión de los
polos en la Tierra. A partir de entonces, Venus anunciará una nueva era.
Mediante antiguas escrituras y el resto del remanente astronómico de los antiguos egipcios y mayas, se puede recuperar una parte importante de datos elementales. Las relaciones matemáticas prueban los viejos mitos, y éstos, a su vez, nos demuestran qué es lo que sucedió. Pude llegar a la conclusión de que la hipótesis en la que trabajaba era dolorosamente exacta.
Los antiguos egipcios y mayas comparten características comunes relacionadas con la catástrofe que nos golpeará:
Como resultado, sus polos magnéticos se invertirán, y luego la rotación del planeta también se invertirá. Más aún, la Tierra será catapultada a otra erjj. El código de Venus se relaciona con este momento. Durante varios meses, Venus hará un aparente movimiento retrógrado encima de Orion.
Con sus cálculos anteriores y su inteligente codificación de
este acontecimiento, los mayas y antiguos egipcios demostraron sus
adelantados conocimientos.
Formula innumerables preguntas, como:
Sobre la base de su familiaridad con el ciclo de las manchas solares, empezó a investigar el templo de una nueva manera y, luego de un estudio muy profundo, halló una unidad lógica.
El templo con sus accesorios fue construido de tal modo que, por curiosidad, formuláramos preguntas, y así nos entregaría mensajes codificados, todos los cuales apuntan al ciclo de las manchas solares. Hasta aquí, ésta es una evidencia lógica de su teoría anterior, que proponía que el ciclo de las manchas solares no sólo era universalmente válido, sino también conocido por los mayas del modo como él lo había calculado. Sin embargo, posteriores investigaciones produjeron un resultado inesperado y sensacional.
Esto lo intrigó sobremanera, pero no podía hallar una solución. La Biblia contiene una extraña historia que se refiere a este número, y predice que vendrá un Apocalipsis y la destrucción total. Nadie sabe a qué alude, porque parece muy extraña y misteriosa.
El Capítulo 13 del Apocalipsis nos cuenta sobre una bestia que surge del mar; tiene siete cabezas y diez cuernos, y sobre su cabeza se puede leer el siguiente mensaje:
Casi todos conocen este número y saben que está relacionado con el fin de los tiempos.
Se han escrito series completas de libros acerca de él, con todo tipo de posibles interpretaciones. A la fecha, nadie ha logrado hallar claves plausibles sobre qué significa. Intrigado, leí este capítulo una y otra vez. No sabemos mucho acerca de esta parte de la Biblia, cómo llegó a nosotros ni quién la escribió. Todo lo que sabemos es que esta historia del Apocalipsis fue escrita por un judío cristiano llamado Juan.
El significado de la palabra "apocalipsis" es 'revelación'. El Libro de las Revelaciones fue escrito entre los años 56 y 95 d.C, en la isla de Patmos, en las cercanías de Turquía. En su prefacio, Juan dice que Dios le entregó la revelación por intermedio de un ángel.
Transcribo el texto:
Sin embargo, no hubo una barrera para Juan. Él tuvo permiso para mirarlo, aunque no tuvo que leerlo, pues vio cómo todo sucedía delante de sus ojos. La historia se pone en verdad interesante con la apertura del sexto sello; se refiere al pulso del universo.
Antes de que se abriera el séptimo sello, hubo un breve silencio y un cambio en la cronología. Como en una película, Juan fue transportado en el tiempo hacia delante y atrás, entre el cielo y la tierra. Los "siervos" de Dios, los 144.000 miembros de las doce tribus de Israel, fueron marcados en su frente con un "sello"; esto los protegería durante el pronunciamiento del Juicio Final.
Después de la apertura del séptimo sello, hay una demora por alguna razón.
Juan nos dice lo siguiente:
Luego, empieza toda una serie de acontecimientos surrealistas.
Primero se presentaron sucesivamente siete trompetas, que representaban el número de los sellos abiertos. Con el primer sonido de la trompeta, la Tierra es bombardeada con granizo y fuego, mezclados con sangre; arde un tercio del planeta. La segunda trompeta cambia un tercio de los océanos por sangre; un tercio de la vida orgánica es barrida y un tercio de todos los barcos es destruido.
Junto con el sonido de la tercera trompeta cae una "estrella" sobre la Tierra, envenenando un tercio de los ríos y lagos. La cuarta trompeta anuncia la extinción parcial de la luz del Sol y la Luna. La quinta abre un abismo en la tierra, de donde surgen extraños animales con cabezas humanas. Con el sonido de la sexta trompeta, son liberados cuatro ángeles, que conducen una caballería de dos millones; tienen coloridos escudos y caballos con cabeza de león.
Mediante varias plagas, un tercio de la humanidad perecerá. Durante esta matanza, según Juan, el resto de los seres humanos se niega a entregar a sus dioses, hechos de oro y plata, los cuales "no pueden ver ni oír ni hablar".*
*
Para los matemáticos, véase el Apéndice. Nuevamente, hay un interludio antes del sonido de la séptima trompeta. Durante este período, Juan recibe un papiro de un ángel, que es conocido en "la tierra y en el mar", quien le ordena comerlo.
Tendrá un sabor dulce en la boca, pero amargo en el estómago, según le asegura el ángel. La lección moral es que los frutos del materialismo no valen la pena, sino que constituyen una amarga píldora para digerir. Por lo tanto, a Juan le entregaron una vara de medición y le pidieron que midiera el Templo de Dios y contara la cantidad de feligreses.
Más aún, le dijeron que dos testigos, simbolizados por dos árboles de olivo y dos lámparas, lanzarían sus profecías sobre la Tierra durante 1.260 días, junto con las plagas y el cambio del agua por sangre. Sin embargo, serían derrotados por la Bestia del abismo.
Entonces, siguen las famosas palabras:
Antes de ahondar en este tema, primero continuaré con la historia de Juan.
Existía también una conexión con el ciclo de las manchas solares; por lo tanto, tenía que ser la base de la próxima destrucción de la Tierra. Otro hecho destacable es que el número 7 se menciona 54 veces en total en la historia de Juan acerca del Apocalipsis. 54 es un número de código importante en el desciframiento del Códice Dresden, y también está directamente relacionado con el zodíaco egipcio; es una clave nada desdeñable.
El libro tiene 22 capítulos, y este número es el principal para descifrar el Códice Dresden. Me preguntaba qué significaría esto. Mientras tanto, había hecho largos cálculos con los números mayas que, probablemente, me colocarían en la senda correcta.
Él había podido ubicar algunos de los números, y su decodificación reveló el ciclo de las manchas solares. Sin embargo, no había resuelto éste: ¿por qué la segunda escalera tenía 22 escalones? Yo sabía la respuesta, porque se necesita este número para descifrar el Códice Dresden. Entonces, mis ojos se detuvieron en algo que posiblemente ocultaba una solución.
Tenía que ver con nueve series de cinco.
Todos los otros ciclos contenían ocho bits, número sumamente importante para los antiguos egipcios. Hasta aquí, todo bien. Ahora, había que encontrar la relación matemática entre estos dos ciclos de desviación y el número 666. Todo está expuesto en código. Es probable que existiera una relación con el resto de los números principales del Códice Dresden que yo había descifrado.
Tomé mi calculadora y decidí jugar a hacer algunas adivinanzas para develar el acertijo.
Éstos también se relacionan con el zodíaco egipcio; y no olvidemos que dichos números son múltiplos de 36. Luego de reflexionar un poco logré establecer la conexión entre los números que necesitaba para descifrar el código maya y el ciclo de precesión, el ciclo de las manchas solares y el número 666. Algunos minutos más tarde, me acercaba a pasos agigantados a la solución de un enigma de más de mil años.
Ahora estaba un ciento por ciento seguro de que el número 666 indicaba el fin del mundo.
Si observa con cuidado lo que descifré, podrá seguir la línea de mi razonamiento. 25.920 es la cantidad de años que necesita la Tierra para completar un ciclo completo del zodíaco. Del libro Le Grand Cataclysme [El Gran Cataclismo] hemos aprendido que esto nunca podría suceder, porque en ese intervalo se producirá una catástrofe a causa de la cual la Tierra se hallará en una nueva era, y el ciclo del zodíaco tendrá que empezar otra vez, porque todo en el cielo desde la perspectiva de la Tierra habrá cambiado de posición.
Los tres números de código del Códice Dresden se relacionan con esto porque debemos restarlos del ciclo de precesión. Cuando dividimos el resultado por 36 obtenemos números esenciales, dado que también hay que dividir por 36 los tres números de código del Códice para hallar el código subyacente. De ese modo, obtenemos el número de la Bestia.
Tenía que haber una conexión en la construcción lógica de mi desciframiento del Códice. Entonces se me ocurrió pensar en los ciclos de desviación de nueve bits; la solución debía estar allí. De mi desciframiento del Códice Dresden yo sabía que un bit de 87,4545 días guardaba relación con los 3,363636 círculos del campo del ecuador solar.
Después del desciframiento saqué las siguientes conclusiones:
Ésta se basaba en los números sagrados que utilizaba una y otra vez en su manera de calcular. Durante miles de años, la ciencia secreta detrás de todo esto fue transmitida a las siguientes generaciones. Más tarde se perdió durante un negro período de largos siglos. Pero, debido a su asombroso método de trabajo, logré revivir los rastros de esta civilización técnicamente adelantada, envueltos en una mortaja de profecías, de antiguos códigos esotéricos.
Esta idea me atraía cada vez más. ¿En qué otro lugar estaba enmascarado el número 666 en estas construcciones que significan una inconmensurable herencia de profecía para nosotros? Podía estar integrado en cualquier parte. Los mayas eran tan increíblemente inteligentes que elevaron su mensaje a un nivel superior al de la civilización que les confirió los conocimientos. Con él, heredaron el recuerdo de aterradores terremotos, estrellas que caen, un Sol brillante y abrasador y una destructiva ola gigantesca.
Entretejieron todo esto en sus mágicos edificios con el mensaje urgente:
Con renovado coraje e interés empecé a husmear en trabajos anteriores; tenía que haber otra conexión en alguna parte.
En los antiguos anales leemos:
El símbolo de la era actual es el mismo Dios Sol. Los mayas sabían que el Sol ya había llegado lejos en su ciclo y que estaba casi muerto. Sus rasgos están arrugados por el paso del tiempo y su lengua se extiende con avidez en busca de sangre y corazones.
El número 666 juega un papel importante en todo esto. Por esta desviación en el ciclo de las manchas solares, los ciclos del Sol están cambiando. Nos aguarda una completa inversión del campo magnético. ¿Cuándo se producirá esta catástrofe? En el momento exacto en que todos los ciclos desviados hayan llevado los campos magnéticos solares a su punto máximo.
Según los antiguos maestros, esto sucederá el 21 de diciembre de 2012 d.C.
¡Y ahora viene la parte fantástica! ¡El paso desde la sombra a la plena luz tarda exactamente 66,6 segundos!
Esto nos brinda una innegable relación con el número 666. Los mayas usaban nuestra cronología de tiempo de 86.400 segundos, lo que les permitía asimilar el número 666 en su diseño. Para llevar a cabo este magistral ejemplo de pensamiento científico se necesita un enorme conocimiento astronómico y geodésico; una vez más, los visionarios maestros de la antigua ciencia nos dejan atónitos. Éste es un ejemplo de un mito poderoso y permanente que proviene de tiempos inmemoriales; es el recuerdo de un desastre global aterrador.
En esos tiempos, los pioneros sabían y hacían cosas que nosotros ignoramos; sin embargo, sus hallazgos científicos ahora se están imponiendo sobre nosotros como ecos en nuestros sueños. Y nuestros sueños nos están llevando a un acercamiento sin escalas a un desastre mundial. Después de cierta cantidad de ciclos de desviación, se producirá el desastre más catastrófico en la historia de la humanidad.
Cinco ciclos de desviación simbolizados por el número 666 aparecen en un ciclo de manchas solares de 187,2 años. Si dividimos 187,2 por 5 obtenemos el período promedio entre estas desviaciones: 187 + 5 = 37,44 años; multiplicando este número por 100, ¡obtenemos un número maya muy conocido! Otra vez, había hallado un código esencial.
Cuando dividí por este número el período entre el cataclismo anterior y el venidero, dio como resultado aproximadamente un total de 315 ciclos de desviación.
A ellos les gustaba jugar con los números, preferentemente siempre con los mismos, y sobre esta base podían obtener ciertos resultados que se acercaban mucho a la realidad. Después de hacer algunos otros cálculos, se aproximaron cada vez más al valor real, hasta que alcanzaron una exactitud casi increíble. Un ejemplo extraordinario es el período del año solar, ¡que calcularon con toda precisión hasta una innumerable cantidad de cifras después de la coma decimal! (véase el Capítulo 14).
Por cierto que se ocultan muchos códigos más detrás de su manera de calcular.
Después de concluir mi libro tuve otra revelación que mencionaré aquí, aunque volveré a ella en mi próxima obra:
Usted ya ha visto que el ciclo de las manchas solares contiene 315 desviaciones de nueve bits entre la catástrofe anterior y la próxima. En otro desciframiento hallé el tan importante número 351, que me condujo a cruciales hallazgos en el Códice Dresden. Los números 315 y 351 son anagramas uno del otro, lo que significa que tienen las mismas cifras acomodadas de diferente manera. Numerosos cálculos esenciales son ejemplo de esto.
Es una característica particular del jueguito de los mayas con los números. Con ayuda del número 351, ahora yo había logrado calcular la cantidad exacta de días entre el cataclismo anterior y el que está por venir. Podemos concluir entonces que existe una importante relación entre estos números.
Originalmente, tenía la intención de explicarla en este libro, pero es una historia bastante compleja y un tanto larga, de modo que deberá esperar.
De hecho, estas piedras son las mismas gemas que los sumos sacerdotes usaban cuando Dios les entregó las especificaciones del Tabernáculo durante el éxodo con Moisés. Encima de una colorida vestimenta llevaban pectorales que contenían estas doce piedras, las cuales representaban las doce tribus de Israel, aunque asocian con los doce signos del zodíaco.
Las doce piedras con sus correspondientes signos zodiacales son las siguientes:
Y ahora llegamos a una sorprendente conclusión, porque en la lista de Juan aparecen las piedras en orden inverso.
Otra prueba especial
de un corrimiento de los polos, pues luego de la inversión de 9792
a.C. ¡el zodíaco se movió en la dirección opuesta!
Ellos crearon una obra maestra que se basa en su herencia de una civilización superior que una vez gobernó en la Tierra. Con ayuda de sus cálculos increíblemente exactos, los primeros sumos sacerdotes pudieron predecir lo siguiente: el universo se hará pedazos en un gran desorden y hará que los planetas cambien su rumbo.
Después de la catástrofe el Sol, la Luna y las estrellas empezarán a moverse en dirección contraria. La Tierra se sacudirá y temblará y las aguas se elevarán desde su lecho con inusitada violencia y destruirán las civilizaciones existentes. Los antiguos egipcios nos han legado el mismo mensaje.
Y de nosotros depende negar estas verdades que
provienen de tiempos inmemoriales o tratarlas con respeto.
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