CUARTA PARTE
EL “FIN DE LOS TIEMPOS” Y LA GRAN MISIÓN ACTUAL

 

 


CAPITULO XVII
Una Civilización que Agoniza


Es posible que a muchos les parezca absurdo cuando se expresa en el capítulo anterior. Otros encontrarán lógicas muchas de esas explicaciones. Y algunos, quizás más de los que podamos suponer, comprenderán toda la verdad encerrada en tan sorprendentes revelaciones.

 

Todo está en relación directa con el grado evolutivo en que se encuentren, porque en una humanidad tan heterogénea como la nuestra podemos apreciar hoy, todavía, los exponentes de todos los niveles de la cultura simbolizados en aquella escalera del sueño de Jacob que iba desde el suelo hasta los cielos...

 

Nadie negará que en la Tierra, pese a estar llegando a la etapa de la conquista del espacio sideral, poseemos ejemplares de todos los tipos comunes de la evolución humana: desde los más primitivos salvajes que aún abundan en diversas regiones del globo, hasta los depurados ejemplos de elevada moral y brillante genio que han marcado o marcan rumbos a la superación integral de sus congéneres.


Y esto, que motiva una serie de desarmonías y desequilibrios para la misma convivencia de los hombres y de los pueblos en el planeta, es una de las causas primordiales del gran fenómeno cósmico en gestación en los planos superiores que, a partir de la Cuarta Dimensión, están desarrollando todo el conjunto de elementos, fuerzas y energías de todo orden que habrán de producir los profundos cambios, las formidables mutaciones y dantescos reajustes previstos en los Planes Cósmicos de nuestro sistema solar para la nueva estructuración de la Vida en este planeta.


Quienes hayan tenido oportunidad de estudiar lo que la metafísica enseña al respecto, en sus clases más avanzadas, no se sorprenderán de nada. Y los que pudieron leer, alguna vez, obras serias relacionadas con las sabias enseñanzas de la Gran Pirámide de Egipto, sabrán ya cuanto se prepara y se viene realizando, desde el comienzo de este siglo, como prólogo de los tremendos acontecimientos que habrán de cambiar por completo la faz del globo terráqueo y todas las estructuras, instituciones, ideas y hasta la vida misma en este mundo, en el breve lapso que nos separa de aquella fecha mencionada en el capítulo anterior: el año 2001...


Para quienes se interesen en conocer abundancia de detalles al respecto, les recomendamos leer una de las obras más completas y mejor documentadas que se haya publicado hasta hoy. Se trata de un libro reciente del profundo escritor mexicano Rodolfo Benavides y lleva por título “Dramáticas Profecías de la Gran Pirámide”. Nos hemos permitido mencionarlo, aún cuando no tenemos el honor de conocer a tan esclarecido maestro azteca, porque en todas sus magníficas obras publicadas y extendidas por diferentes países, brilla la Luz de los Planos Superiores...


En cuanto a la serie de cambios trascendentales que han de tener lugar en los últimos decenios del presente siglo, muchos de ellos han comenzado a manifestarse ya, y los síntomas tradicionales y característicos precursores de las grandes mutaciones que sufrirá el planeta, pueden ser reconocidos fácilmente por quienes conozcan el proceso evolutivo de la .Tierra y las profundas transformaciones operadas en ella a través de los millones de años de su existencia como tal.

 

Para los menos enterados sobre el tema hemos de recordar cuanto la ciencia nos enseña en los campos de la Geología, Paleontología, Antropología, Sociología e Historia, y muy especialmente en los terrenos de la Biología, de la Física y la Química, para poder adentrarse en la moderna Cibernética, en un esfuerzo por comprender las estrechas relaciones de la Metafísica y de la Mitología, con los actuales adelantos de la Física moderna y de la Astronomía, si queremos alcanzar una correcta interpretación de todo el conjunto fenoménico actual y su íntima y lógica relación con las vinculaciones tan estrechas entre la evolución de nuestra humanidad y esa otra humanidad extraterrestre a la que nos venimos refiriendo.


Para los hombres de ciencia no es ningún secreto el hecho de que todas las grandes civilizaciones han seguido un ciclo evolutivo comparable al proceso vital de los seres humanos como individuos: nacimiento, infancia, juventud, madurez, ancianidad y muerte. La Historia nos lo demuestra. Y ese proceso, general para todos los pueblos y todas las civilizaciones que han pasado por la Tierra, ha coincidido, varias veces, con profundos cambios operados en la corteza terrestre, cambios algunos de tal magnitud que llegaron a modificar la fisonomía geográfica del planeta, como lo han comprobado la Geología, la Paleontología y la Arqueología en numerosas ocasiones.

 

Y la metafísica nos enseña que las grandes transformaciones operadas en el globo terráqueo, comprobadas por las otras ciencias, han obedecido a fuerzas hasta hoy no identificadas ni en su verdadera identidad ni en la magnitud exacta de su tremendo poder, dentro de ciclos repetidos periódicamente, algunos de los cuales se han desarrollado entre lapsos de tiempo que por la igualdad en su extensión denotan la presencia de causas ocultas que actuarían sincrónicamente produciendo efectos similares ante la repetición de situaciones fenoménicas también semejantes, y todo ello enmarcado por un proceso cíclico de evolución general del planeta.


A esto se refiere aquella cifra misteriosa que hemos mencionado varias veces en los capítulos anteriores: el guarismo 28.791 ¿Qué significa este número?

 

Es la suma de años en que se desarrolla uno de aquellos ciclos evolutivos, conocidos en las escuelas esotéricas como “Revolución Cósmica”, o sea el período de tiempo durante el cual tienen lugar una serie de fenómenos encaminados a favorecer el progresivo desenvolvimiento del planeta y de sus habitantes, desde las formas inferiores hasta las superiores, como vimos en capítulos anteriores.

 

Tal proceso tiene lugar dentro de ciclos en los cuales se manifiestan determinadas características, circunscritas por el desarrollo de fuerzas de la Naturaleza que van gestando paulatinamente los diversos cambios, y que son normadas por leyes fijas que obedecen a impulsos y energías provenientes de los planos superiores, o dimensiones como viéramos al ocuparnos de la “Cuarta Dimensión”, por lo que generalmente, presentan características semejantes, en la manifestación de sus efectos, ante la concurrencia de factores, también semejantes, y en plazos iguales en duración, por la concordancia de influencias astrales poderosas que tienen su máxima expresión dentro de ciertos límites de tiempo, fijos, por obedecer a la sincrónica marcha de los astros que forman nuestro sistema solar y sus relaciones con otros sistemas vecinos en la galaxia a la que pertenecemos, o sea la Vía Láctea.


Es por eso que cada 28.791 años, se presentan condiciones similares, cambios profundos en la vida y población del globo, fenómenos geológicos y transformaciones trascendentales, que influyen poderosa y drásticamente en toda la topografía de la Tierra, y por ende en la marcha progresiva de sus pobladores, con la consiguiente marca inevitable sobre el desarrollo de las civilizaciones o formas de vida inteligente que hayan alcanzado a producir.


El final del ciclo anterior tuvo lugar en la época en que desapareció bajo las aguas del Pacífico la Lemuria, fenómeno mencionado anteriormente al ocuparnos de las razas. Y en esa ocasión, también, se manifestó la presencia en el cielo de un astro gigantesco a cuya tremenda influencia se debió, entre otros efectos, ía desaparición de la segunda luna terrestre, la modificación del eje de rotación de nuestro planeta y todos los cambios geológicos, climáticos y geográficos de que nos hemos ocupado en ese capítulo.

 

Ahora, igualmente, para el final de este siglo tendremos la visita del planeta frío al que se refiere la Biblia en el Apocalipsis con el nombre de Ajenjo, planeta gigantesco de otro sistema estelar al que nos hemos referido anteriormente con el nombre de Hercólubus, perteneciente al sistema planetario desconocido por muchos de nuestros astrónomos, pero que en Ganímedes conocen como el de la estrella Tila, cuyas descomunales dimensiones pueden imaginarse al saber que Hercólubus, uno de sus planetas, es tres veces más grande que el planeta Júpiter, el gigante de nuestro sistema solar, y que su órbita en torno a su estrella primaria, Tila demora casi catorce mil años de los nuestros.

 

Si tenemos en cuenta que este lapso representa, aproximadamente, la mitad del tiempo señalado por aquella cifra de 28.791 años, y que el gran cataclismo representado por la destrucción de la Atlántida, mencionado en la tercera parte de este libro, tuvo lugar, más o menos, en una época cercana a la mitad de aquel ciclo, no es aventurado pensar que la repetición del fenómeno sideral correspondiente al paso periódico de tan gigantesco astro cerca de nuestro sistema planetario, haya tenido una directa y poderosa influencia en la realización de la susodicha catástrofe.


Es fácil suponer los efectos de la nueva visita de Hercólubus, que esta vez pasará a una distancia aproximada de un millón y medio de kilómetros de la Tierra, ha de ocasionar a nuestro planeta. La formidable inducción electromagnética del gigantesco astro invertirá los polos magnéticos terrestres y volverá a cambiar el eje de rotación, con lo que los polos geográficos tornarán a mudarse de posición.

 

Esto producirá una serie de cataclismos descomunales: hundimiento y elevación de continentes enteros, como ya pasó con la Lemuria y con la Atlántida, transformación completa de mares, cursos de agua y cordilleras en todo el mundo, desaparición de extensas zonas continentales que quedarán sumergidas, y afloramiento de otras porciones, hoy submarinas, que emergerán para formar nuevas islas y continentes distintos a los actuales... ¡Una verdadera revolución cósmica de la corteza terrestre...!


Pero todo eso vendrá a ser el final de los tremendos cambios que sufrirá la Tierra, como crisis postrera del ciclo a que nos estamos refiriendo. Antes, nuestra actual humanidad habrá presenciado y sufrido las consecuencias catastróficas del proceso evolutivo que todas las diversas fuentes de predicciones mencionadas en el curso de esta obra vienen señalando para esta etapa, y que en el lenguaje bíblico se llama “El Fin de los Tiempos”.

 

Es conveniente recordar que todas las profecías, de distinta época u origen, como la de la Gran Pirámide de Egipto, la del Rosacruz Nostradamus, las de Daniel en el Antiguo Testamento, las de los Caballeros de la Mesa Redonda, el Apocalipsis de San Juan, las predicciones de la moderna Orden de Acuarius, y por último, la tercera profecía de la Virgen María a los pastorcitos de Fátima, que fue retenida por las altas autoridades eclesiásticas y guardada en reserva por el Vaticano, con la promesa de comunicarla al público treinta años después y que habiendo vencido este plazo con exceso no ha sido, hasta ahora, dada a conocer, por los terribles vaticinios que encierra para toda la humanidad, coinciden, en todo, con las revelaciones que hoy nos llegan desde Ganímedes, sobre la realización efectiva, en estos últimos veintinueve años del presente siglo, del apocalíptico proceso evolutivo que se está cumpliendo en la Tierra como síntesis cósmica del “Fin de los Tiempos” a los que se refieren, en símbolos y complicadas alegorías, las visiones de San Juan en la isla de Palmos y el mensaje de Cristo referente al “JUICIO FINAL”.


Todo el caótico panorama que nos muestra nuestro mundo en la actualidad, no es otra cosa que el conjunto fenoménico de síntomas reveladores, para los entendidos, de los días postreros de una civilización que está agonizando. Y el retorno, después de muchos siglos, de las astronaves del Reino de Munt, tiene la más íntima relación con todo aquel proceso, porque ahora, como en otros tiempos, aquella super-raza viene de nuevo, en cumplimiento de una trascendental Misión emanada del Reino Central de nuestro sistema solar, a tomar parte activa en el desenvolvimiento final de la Era que termina para la actual humanidad de la Tierra, y en la preparación del planeta para el cumplimiento de la Promesa Crística de establecer su Reino en este mundo...


Vivimos, pues, el final de otro ciclo de 28.791 años, que esta vez coincide con el más profundo de los cambios operados, hasta ahora, en las diferentes eras precedentes. Y la trascendencia cósmica del fenómeno es tal, que en él intervendrán factores de todo orden: Astronómicos, Geológicos, Espirituales, Antropológicos y Biológicos, Psíquicos y Mentales, Físicos y Químicos, Terrestres y Extraterrestres, porque esta vez terminan, para siempre, una civilización, una humanidad y un mundo, que van a ser reemplazados por otra humanidad y otra civilización, en un mundo regenerado y nuevo, capaz de recibir Aquel Reino que Cristo prometiera...
 

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CAPITULO XVIII
El Juicio Final


Para poder llegar a una cabal comprensión de lo que se explica en este capítulo, es preciso haber estudiado detenidamente el contenido íntegro de todos los capítulos precedentes, pues si alguien pretendiera leerlo por anticipado se encontraría con serias dificultades para interpretar, correctamente, una gran mayoría de los aspectos esotéricos sustanciales del proceso cósmico al que se refiere, sintéticamente, la Biblia al hablar del Juicio Final.

 

Y como en todo ese proceso van a jugar un papel de trascendental importancia los superhombres del Reino de Munt, quien leyera esta parte del libro sin haber conocido cuanto se explica en las partes anteriores, se encontraría sin base ni razones para comprender cuanto vamos a detallar ahora con relación al “Final de los Tiempos” que empieza a desarrollarse en los días que estamos viviendo...

 


SUS CAUSAS


En primer lugar, debemos recordar, en toda su magnitud, la esencia pura de la misión crística. El Sublime Espíritu de Cristo descendió a la Tierra para sentar las bases en que habría de sustentarse una nueva civilización, la transformación total de un mundo y de una humanidad. Su doctrina de amor y confraternidad estaba llamada a reemplazar todos los conceptos, todas las ideas fundamentales sobre las que cimentaba el mundo antiguo sus instituciones, fueran éstas de orden político, social, económico o religioso.

 

La humanidad de este planeta había conocido el desarrollo de vanas razas; había vivido en diferentes formas de organización, y desarrollado numerosos niveles de cultura. Sus creencias religiosas pasaron, también, por múltiples aspectos en la progresiva evolución que ya todos conocemos. Las costumbres y normas de vida y de relación entre los seres humanos, alejándose del salvajismo y de la barbarie, requerían, ya, bases de moral más elevadas, conceptos más puros y avanzados, instituciones más perfectas, para encauzar a este mundo hacia niveles superiores de civilización.


Y dando el ejemplo con su vida y con su muerte, dejó Cristo en la Tierra el nuevo mensaje, el Mandamiento de Amor y de Confraternidad en que resumía toda la Ley Antigua, llamando a los hombres a considerarse y tratarse como hermanos. Así marcaba el nuevo paso que esta humanidad habría de dar para subir a los niveles de la Vida donde pudiera realizarse la gran transformación de este planeta en morada propicia en la que fuera posible establecer “Su Reino de Amor y de Armonía”...


Van a cumplirse dos mil años y ¿cuáles son los resultados? ¿Avanzó, positivamente, nuestra humanidad, por el sendero luminoso que Aquel Maestro le trazara?

 

Una observación detenida y minuciosa del panorama actual basta para darnos la respuesta. Y esa respuesta, salvo muy contadas excepciones, ejemplos que por la enorme desproporción al compararlos con la generalidad resultan pequeños y escasos, nos demuestra un balance negativo y una lamentable pérdida de tiempo que pudo ser mejor aprovechado, si la mayoría de esta heterogénea humanidad no hubiese persistido en afirmarse en tradicionales errores, fruto de las bajas pasiones tan arraigadas en casi todos, y que al final de este ciclo son las verdaderas causas que, en la Cuarta Dimensión y Planos Superiores, generan hoy los efectos fenoménicos del proceso evolutivo que tratamos de explicar.


Al ocuparnos de la Cuarta Dimensión en los capítulos precedentes, explicamos, aunque someramente, es necesario para comprender cómo se desenvuelven y actúan las fuerzas y energías de ese plano cósmico, o mundo del alma, que gobierna, invisiblemente, toda la vida en nuestro planeta. Su estudio y conocimiento prueban que, en verdad, en esos planos de la Naturaleza, imposibles de captar por los cinco sentidos comunes pero directamente accesibles por el sexto y demás sentidos, —aunque lo nieguen los materialistas— tienen lugar todos los fenómenos de acción y reacción que operan las Grandes Fuerzas Cósmicas directivas de la Vida en los planos físicos de la Materia o mundo visible.

 

Y si en éste se generan fuerzas negativas, fenómenos de desequilibrio que rompan la necesaria armonía del conjunto, las reacciones, lógicas y naturales de tales desequilibrios y desarmonías, serán tanto más grandes cuanto sean la magnitud y alcances de los errores cometidos.


¿Es lógico pensar que pueda establecerse un mundo de Paz y de Amor, universal mente extendido y unánimemente aceptado y puesto en práctica, por nuestra humanidad? ¿Podrían reinar la armonía y el perfecto equilibrio en la Tierra, tal como hoy se encuentra?... ¿No es verdad que la violencia, la codicia y el odio acaparan al mayor número de sus habitantes y aumentan, día a día, en intensidad y en todas las múltiples expresiones de su destructora furia?...


Lejos de tender a la unión fraternal, los hombres y los pueblos se separan más y más, divididos por las ideas políticas, por la economía y hasta por las mismas religiones. La experiencia terrible de las dos guerras mundiales que sufriera en este siglo nuestro mundo, lejos de haber sido lecciones elocuentes para un definitivo acuerdo entre todas las naciones, fue a manera de laboratorio gigantesco en donde se buscaron nuevos elementos y técnicas de destrucción, en el satánico afán de exterminio que hoy nos lleva, inexorablemente, al estallido cercano de la última conflagración general que se produzca en el planeta.

 

Sabemos, perfectamente, cómo se está preparando la tercera guerra mundial. Ya se perfilan, con toda claridad, los contendientes. Las tres más grandes potencias mundiales poseedoras de fuerza atómica y termonuclear, se aprestan, febrilmente, para el dantesco encuentro. Pero la fértil imaginación del Dante no llegó, ni llegaría, jamás, a vislumbrar lo que será, en verdad, el choque final de los titanes mundiales que hoy se disputan el dominio absoluto del planeta.

 

De nada valen las diplomáticas y superficiales entrevistas y conversaciones de estadistas, que, en el fondo, sólo alcanzan a realizar acuerdos incompletos, ambiguos, muchas veces débiles, y al final, estériles, porque no logran, ni lograrán obligar a todos los pueblos a un desarme efectivo, mundial, verdaderamente total... Y ese desarme no puede lograrse, porque siempre reina la desconfianza, generada por el convencimiento general de la ausencia de una moral elevada que permitiera a los hombres cambiar de métodos y de estructuras en la pacífica convivencia internacional.

 

Y esta misma convivencia no sería posible, mientras no desaparecieron las fronteras y los nacionalismos. Y estas barreras ideológicas generadas por los más variados intereses, disimulados en fórmulas chauvinistas para ocultar los beneficios de grandes grupos encubiertos en la maraña internacional, tampoco podrán desaparecer en un mundo concebido, aún, sobre fórmulas que pudieron ser útiles en tiempos remotos, pero que en una humanidad amenazada por las fuerzas cósmicas del átomo, resultan ya obsoletas...


El viejo aforismo romano: “Dividir para reinar” ha continuado imperando en la Tierra, procurando favorecer el establecimiento de pequeños organismos nacionales, de estados minúsculos con aparente independencia y soberanía, en vez de grandes bloques continentales, como en el caso de la América Latina y del África.

 

Si las antiguas colonias hispanas, al separarse de Esparta, hubieran constituido una gran confederación, ya que tenían todas las condiciones que geográficamente, y dentro de una misma historia común, poseían la misma lengua, las mismas costumbres y tradiciones, la misma raza, la misma religión, el mismo origen y los recursos económicos similares, para haber formado un poderoso estado, no se hubieran dividido, otro habría sido el porvenir de las jóvenes repúblicas hispanoamericanas al haberse unido en una sola y gran nación.

 

Pero esto no convenía, entonces, a los poderosos intereses de las grandes potencias mundiales, pues es mucho más fácil dominar a un grupo de pequeños pueblos, fomentando y estimulando la ambición de núcleos separados que los dirijan, que se convierten así en condescendientes aliados o servidores de las grandes naciones, a tener que habérselas con uno o dos gigantescos bloques, difíciles de manejar en el complicado concierto internacional por su mismo poder. Y esto mismo está sucediendo en el confuso panorama político de las antiguas colonias africanas...


El egoísmo y la avaricia han dominado, hasta ahora a nuestra humanidad. Y si sumamos la soberbia, la envidia, el odio y la lujuria, cuyas poderosas influencias están manifestándose con caracteres cada vez más alarmantes en todos los pueblos de la Tierra en el presente siglo, tenemos que rendirnos a la evidencia del fracaso de nuestra actual civilización en los campos de la moral, de la superación intelectual, mental y espiritual, que pudieran permitir, a corto plazo, un cambio substancial de estructuras y de conceptos ideológicos favorable para el ideal crístico del advenimiento de un reino universal de paz, de amor y de armonía fraternal en el planeta.


El asombroso desarrollo científico y técnico de los últimos lustros de esta centuria, lejos de acercarnos a ese ideal, nos muestra, peligrosamente, el encausamiento de la inteligencia en este mundo hacia un tipo de humanidad gobernada por seres similares al superhombre imaginado por el filósofo alemán Federico Nietzche.

 

El fantasma de supersabios dotados de un enorme poder científico, pero desprovistos de toda consideración moral o sentimiento humano elevados, que usarían de su ciencia pora dominar al mundo y convertir a los millones de habitantes de la Tierra en simples muñecos vivientes, esclavos inconscientes de un reducido grupo de superhombres nietzcherianos, que tendrían poder absoluto sobre la mente y la voluntad de todos los seres, convertidos por su satánica ciencia en verdaderos robots humanos...


Tan aterrador panorama no es ya un mito. Puede ser alcanzado en sólo veinte artos más. Ya se conoce, en el secreto de los laboratorios militares, sustancias que pueden lograr tan diabólicos resultados. Se ha llevado a cabo experimentos que permiten calcular el dominio de la mente y de la conciencia de los habitantes de ciudades enteras, aunque sean tan grandes como Nueva York o Tokio. Y se estudia el alcance de tales efectos, que todavía serían por períodos transitorios, mientras dure la acción tóxica de aquellas sustancias, para lograr métodos más refinados capaces de asegurar, con toda garantía, la transformación de la personalidad o control permanente de la vida psíquica del sujeto a largos plazos...


¿Cuánto demoraremos para presenciar o sufrir los resultados macabros de tan abominables propósitos?

 

Seguramente el tiempo preciso para que uno de los titanes que se afanan en conseguir la supremacía, en el colmo de su demencia bélica, se considere lo suficientemente fuerte y preparado para aplastar, por sorpresa, al adversario...


Y esta carrera de locos en que ya se han empeñado los más poderosos pueblos de la Tierra, va a tener su desenlace fatal en un lapso muy cercano. De nuevo, por desgracia para millones de inocentes, nos vemos obligados a recordar que las tantas veces mencionadas profecías de la Gran Pirámide no se equivocaron, ni una sola, en la larga lista de predicciones que durante seis mil años han marcado el curso de la presente humanidad.

 

Y que en ese misterioso monumento de granito rojo se señala el año de 1975 como el comienzo de la diabólica crisis...
 

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CAPITULO XIX
El Juicio Final
(Cont.)

 


EL MISTERIO DE LOS NÚMEROS - CLAVE


Ha llegado el momento de referirnos al apasionante secreto de los “Números-Clave”. ¿Qué significa esto? Vamos a procurar dar una idea aproximada de uno de los más intrincados secretos del Cosmos, anticipando que nuestras explicaciones sólo han de alcanzar a la escueta información que se nos ha proporcionado al respecto.

 

Y debe recordarse, como ya lo manifestamos en otras oportunidades, que al hablar del Cosmos no lo entendemos en la forma común que se le atribuye hoy día en materia de Astronomía o en el campo de la Astronáutica, sino al concepto del Cosmos como Universo Integral, Suprema Síntesis de los tres reinos de la Vida: ESPÍRITU, MATERIA Y ENERGÍA.


En el Cosmos, los números tienen una aplicación y un sentido mucho más amplio que los corrientemente conocidos en la aritmética o las matemáticas de nuestro mundo. La esencia cósmica de las cifras está ligada estrechamente a la esencia cósmica de los elementos y de las fuerzas de todos los planos de la Naturaleza. Sus relaciones son tan íntimas, que puede decirse que cada cosa, cada porción del Universo, está identificada con determinado número, que así viene a ser la clave metafísica de aquella. Y tales guarismos sirven a los entendidos para expresar, también en clave, grandes fenómenos o relaciones de orden suprafísico entre los diferentes factores que intervienen en la evolución universal.

 

Las leyes y los métodos que siguen, son del absoluto conocimiento de los iniciados en los más profundos secretos del Cosmos. Y la matemática precisión de innumerables acontecimientos, tiene, también, estrecha relación con el juego de las cifras-clave en las trascendentales matemáticas de los Guías de la Evolución...


Lamentamos no poder proporcionar mayores datos en un trabajo destinado a la generalidad del público. Debemos atenernos a los simples datos que se nos ha proporcionado. Pero del ejemplo que vamos a ofrecer, restringido a lo que nos permiten explicar en relación al trabajo de este libro, podrán sacar los lectores interesantes conclusiones, más o menos importantes según sean los conocimientos metafísicos de cada uno.


En el curso de esta obra hemos mencionado, varias veces, la cifra 28.791, vinculándola con algunos aspectos de nuestra evolución, muy especialmente cuando se trató de los ciclos conocidos como “Revoluciones Cósmicas” y al ocuparnos de todo lo relacionado con el fin de esta Era, y la coincidencia de ese número de años con la fecha que en las predicciones de la Gran Pirámide de Keops marcan el año 2001 como cierre final de todas las profecías.


Veamos, ahora, el desarrollo de una serie de operaciones que, dentro de las normas especiales de la Aritmética Cósmica, o aplicación de valores esenciales metafísicos de los números-clave, van a llevarnos a pasmosos y enigmáticos resultados: En la Biblia, el Apocalipsis de San Juan, al ocuparse del Fin de los Tiempos, menciona concretamente algunas cifras que merecen estudiarse detenidamente a la luz de lo que venimos explicando. Se dice que “serán salvados 144.000 escogidos”; y para llegar a tal número declara que “provendrán de las 12 tribus de Israel, a razón de 12.000 descendientes de cada tribu”, lo que forma ese total de 144.000.


Sabemos ya que tales documentos, muy especialmente el Apocalipsis, fueron escritos a base de símbolos, alegorías cósmicas, vale decir claves iniciáticas. No tendría sentido lógico ni justo pretender interpretar al pie de la letra esta parte, como ya hemos visto con muchas otras partes de los textos bíblicos. Y aplicando las normas de la Aritmética Cósmica a que nos estamos refiriendo, veremos lo que pasa. Para ello debemos explicar que cada número es un símbolo.

 

Que para llegar a la clave, hay que realizar operaciones diferentes a las comunes de la aritmética oficial, buscando los valores positivos y rechazando, en ciertos casos, los negativos. Así, en este ejemplo, vamos a considerar nulos, como negativos, los ceros: Si sumamos los valores positivos de cada guarismo en la cifra 144.000, suprimiendo los ceros, tenemos 1 + 4 + 4 = 9.

 

Esta suma nos acaba de llevar a uno de los números-clave. En la metafísica elevada, o Aritmética Cósmica, el 9 es el número-clave de la Humanidad. Ahora tomemos las otras dos cifras: 12 tribus y 12.000 seres por tribu. Con el mismo procedimiento, suprimiendo ceros, en ambos casos 1+2 = 3. Este es otro de los números-clave, también conocidos como “números sagrados”.

 

El 3 representa a la Trinidad, a la Trilogía de Principios Fundamentales del Cosmos: ESPÍRITU, MATERIA Y ENERGÍA. ... Pero el simbolismo hermético nos está repitiendo el número tres, dos veces. Si sumamos 3 + 3 = 6, tenemos otro número-clave: 6 es el símbolo de “La Bestia”, de todo lo negativo en la Evolución, de la suma de todos los errores, de la Destrucción...!


Ahora bien, si multiplicamos el resultado de la primera cifra, o sea el 9, por el de la segunda operación, 9 x 6 = 54, y volvemos a reducir ese resultado, tenemos 5 + 4 = 9, otra vez la humanidad. ¿Qué puede significar todo esto? ¿No será que la humanidad, por sus tremendos errores, cae en la destrucción, se destruye a sí mismo bajo el influjo de “La Bestia”, para renacer, más tarde, como el “Ave Fénix” surgiendo de sus cenizas...?


Pero, aún hay algo más.

 

Hemos venido repitiendo que el oráculo de esta civilización trazado en la Gran Pirámide de Egipto cierra la serie ininterrumpida de predicciones en fecha coincidente con el año 2001 de nuestra era actual. Y tal número, por el mismo procedimiento, nos da, también el número 3. Si este 3 lo multiplicamos por el 9 del resultado final anterior, tenemos 27. Si a este guarismo le devolvemos los tres ceros que se desecharon de la cifra básica apocalíptica, o sea 144.000, tenemos 27.000.

 

Hagamos ahora una nueva operación, haciendo intervenir, como factores, a la Tierra, morada de nuestra humanidad, y a Ganímedes, hogar de la super-raza, o, humanidad hermana nuestra:

Resultado de la última operación 27.000
Diámetro de la Tierra en Kms. (12.760) 1.276 (cero suprimido)
Diámetro de Ganímedes en kms. (5.150) 515 (cero suprimido)
Total 28.791

La reunión de todos los factores, en este proceso de los números-clave, uniendo las predicciones de dos fuentes distintas de diferentes épocas, y analizando el fondo esencial de las misteriosas cifras, acaba de darnos, por diversos caminos, la cifra exacta del número de años de los ciclos cósmicos a que nos veníamos. refiriendo anteriormente: 28.791. Y para ello tuvimos que unir en una operación conjunta a la Tierra y Ganímedes...


¿Qué se desprende de todo este misterio matemático del Cosmos?. Cada uno de vosotros es dueño de sacar las conclusiones que mejor estime...

 

En cuanto a nosotros, daremos también las nuestras en los últimos acápites del libro.

 


SUS EFECTOS Y DESARROLLO


Hemos dicho, al final del capítulo anterior, que las profecías de la Gran Pirámide señalan el año de 1975 de nuestra actual era como el comienzo de la terrible crisis bélica mundial. Y si comparamos el lacónico mensaje de las cifras-clave bíblicas y las simbólicas predicciones del Apocalipsis con los diferentes anuncios en tal sentido contenidos en todas las otras fuentes proféticas ya mencionadas, refiriéndolas al curso de los acontecimientos y al panorama internacional, comprenderemos que algo muy grande y de trascendental importancia para la humanidad se está gestando en estos horas cruciales para todo el planeta.


Y a tal conjunto de factores, se viene a unir, hoy, el dramático mensaje que nos llega desde el lejano Ganímedes...

 

Estamos viviendo las horas postreras del Apocalipsis y los acontecimientos que día a día se desarrollan en todos los confines de la Tierra, son, en verdad, el desenvolvimiento de las fuerzas generadas en la Cuarta Dimensión por los tremendos desequilibrios acumulados en el curso de los últimos siglos, fuerzas que se están manifestando en los planos físicos y psíquicos, materiales y mentales de nuestro mundo en todas las diferentes formas de perturbaciones sociales, políticas, económicas, particulares o colectivas, individuales o familiares, nacionales e internacionales, climáticas, geológicas, sísmicas y de todo orden.

 

Son, realmente, las expresiones en el mundo de la materia de aquellos alegóricos “Sellos” que en la Cuarta Dimensión, o mundo Astral, van destapando los Guardianes Invisibles de esta humanidad, que no son otros que los “Siete Ángeles” de la visión de San Juan en la isla de Patmos.
 

Cada vez, a medida que corran los días, se irán acentuando los más fuertes cambios, las más violentas controversias y luchas, las inundaciones, movimientos sísmicos y cuantos fenómenos contribuyan al desenlace previsto... Y cuando, en 1975, la tirantez de las relaciones internacionales haya alcanzado su máximo nivel, la locura dominante precipitará el dantesco choque: en pocas horas serán borradas del mapa enormes ciudades y centros de vida y de producción....

 

Los terribles hongos gigantescos de las explosiones termonucleares convertirán en humo a millones y millones de seres humanos, en diferentes lugares del globo. La satánica demencia, haciendo presa en los conductores de los pueblos, empleará todos los medios de destrucción largamente acumulados, en su afán por acabar al adversario.

 

En Oriente y Occidente, un mar de fuego y radiaciones arrasará, en poco tiempo, a más de la mitad de esta pobre humanidad. Y cuando los colosos que prendieron la chispa del gigantesco holocausto hayan caído fulminados por sus propias fuerzas destructoras, una humanidad enloquecida por el terror, despavorida por el pánico, diezmada día a día por las radiaciones que invadirán todos los confines de la Tierra, buscará desesperadamente, un lugar en donde guarecerse... El implacable flagelo desatado por la codicia y el odio, continuará exterminado a los sobrevivientes de la terrible catástrofe bélica.

 

Y las fuerzas vivas de la Naturaleza, afectadas hondamente, harán sentir a su vez, los efectos negativos generados por los formidables desequilibrios producidos en la corteza terrestre, en los mares y en los campos: las fallas geológicas perfectamente conocidas en la actualidad, estimuladas por los continuos impactos masivos de las grandes concentraciones nucleares puestas en juego en la infernal contienda, comenzarán a producir extensos y repetidos terremotos, maremotos y erupciones volcánicas en diferentes lugares del planeta.

 

Buscando su nuevo equilibrio, las fuerzas orogénicas y telúricas, al modificar la superficie del suelo, contribuirán, en todas partes, el exterminio progresivo de hombres, animales y plantas... Los campos y los mares, contaminados por la radioactividad imposible ya de controlar, negarán sus frutos y sus peces a los hambrientos restos de esta humanidad sacrificada ante el altar de sus propios egoísmos y rencores...

 

Así pasarán los años de la década del ochenta, encontrando los albores del último decenio de este siglo un planeta arrasado en que ambularán, míseramente, pocos millones de seres embrutecidos, dementes y monstruosos por las deformaciones generadas, en el tiempo, a causa del loco empleo de una energía nuclear que pudo haberle dado a la Tierra la prosperidad y la dicha...


Y en tales condiciones, al final de ese decenio, los seres que aún queden con vida y con razón para poder pensar, verán en los cielos acercarse el extraño resplandor de aquel gigante del espacio al que hemos mencionado como el planeta frío Hercólubus.

 

Momento a momento, su visión se irá agrandando, hasta ocupar una considerable porción del firmamento. Ya hemos explicado, anteriormente, los efectos que la visita de ese astro han de producir en el nuestro. Cuando su tránsito alcance la mayor proximidad a la Tierra, ésta sufrirá violentamente los diferentes cambios enumerados en el capítulo XVII...

 

El cataclismo final habrá cerrado el ciclo previsto en las profecías, y el “Fin de los Tiempos” a que alude la Biblia habrá llegado a su total culminación...!
 


Interpretación del JUICIO


Tanto en el Apocalipsis de San Juan, como en los versículos del Cap. 25 de San Mateo referentes al “Juicio Final”, encontramos la promesa de que serán “salvados quienes tengan las blancas vestiduras del Reino”, y que los buenos, o sea los que cumplieron las enseñanzas de Cristo, recibirían el premio de entrar a Su Reino. .. Es aquí el momento de explicar, por una parte, el sentido enigmático de las alegorías y símbolos bíblicos, y por la otra, el motivo por el cual vuelven a la Tierra, después de siglos, los superhombres del Reino de Munt.


Para poder cumplir la promesa crística, las Altas Dignidades de ese Reino de la Luz Dorada tantas veces mencionado en este libro, encomendaron a los habitantes de Ganímedes la nueva misión que habrían de cumplir en provecho de este mundo. Ya se ha visto, por el desarrollo de esta obra, cómo y cuántas veces trabajaron, en otros tiempos, en altas labores de ayuda a nuestra humanidad, en el curso de su evolución. Ahora, la Gran Misión es salvar a todos aquellos a quienes elude la Biblia con el simbolismo de “los elegidos de las blancas vestiduras del Reino”.

 

¿Qué significado tiene esto?

 

Todos los alumnos de cualquier escuela metafísica iniciática saben, perfectamente, desde los primeros estudios, que el ser humano posee un aura, o envoltura luminosa que rodea íntegramente el cuerpo físico y que se manifiesta como un destello de diferentes colores, en una gama variadísima de tonos y de intensidad, según sea el nivel evolutivo, o grado de desarrollo psíquico y espiritual en que se encuentre el sujeto. Todas las emociones, pensamientos o actitudes internas del alma producen rayos de color determinado y de mayor o menor luminosidad en esa envoltura fluídica, la que es visible permanentemente en los dominios del Plano Astral o Cuarta Dimensión, y puede ser vista y analizada por cualquier persona que posea la clarividencia, aún en el plano físico.

 

Esa “aura” es la que los pintores de todas las épocas han colocado en torno a las cabezas de los santos, y que expresaron como rayos de luz despedidos por el cuerpo de los seres divinos en todas las religiones.


Cada pasión, o estado del alma en determinado momento, genera un tipo de luz y color característicos, y los conocedores de esto pueden saber, inmediatamente, la clase de persona y su modo peculiar de ser y de pensar, con sólo ver su aura. En los clarividentes avanzados, basta contemplar a la persona, aún cuando sea a cierta distancia, para conocer, inmediatamente, su estado psíquico, su calidad moral, su posición exacta en los diferentes escalones de la evolución...

 

Las auras, por tanto, vienen a ser como un ropaje identifica torio de sus propietarios, vestido que no se puede quitar nadie y que lo descubre en toda la intimidad de su desnudez espiritual. Ahora podremos comprender por qué se habla en el Apocalipsis de ‘las blancas vestiduras del Reino”. Las luces y rayos de color del aura corresponden al estado del alma de cada uno, y solamente cambian si cambia la persona de modo de ser y de pensar. Y si es de bajos instintos, malévola, mal intencionada, su aura tiene los colores más obscuros, más sucios, los destellos más débiles y opacos, porque el espectro lumínico manifestado en ella está en relación directa con la frecuencia vibratoria generada por la constitución molecular de todos los cuerpos que integran al individuo, como lo explicamos al tratar de la Cuarta Dimensión.


De tal manera las auras de las personas más puras, más elevadas en la escala moral y espiritual, desprenden los más brillantes rayos de luz en tonalidades bellísimas y de una resplandeciente suavidad, entre cuyas radiaciones se aprecia una delicada mezcla de luz blanca, con ligeros toques dorados y celestes, indicadores de las más excelsas condiciones de espiritualidad, o sea, las “Blancas Túnicas del Reino”.


Nuestros Hermanos Mayores de Ganímedes tienen la misión de buscar en toda la Tierra, a los poseedores de ese tipo de au-ras. Por eso es que, desde hace varios años, han venido visitando las diferentes regiones del planeta, sobrevolando las ciudades y las aldeas, observando con detención, especialmente en las noches, todos los sitios en que brille alguna de esas resplandecientes “vestiduras áuricas”.

 

Toda la gente se pregunta ¿qué es lo que hacen? ¿por qué no bajan y se manifiestan públicamente?... Ellos lo saben. Pero sólo les interesa cumplir con su misión. Y esta misión es la de ubicar a todos los que merezcan ser salvados del exterminio total por haber alcanzado el más alto nivel moral que es posible en este mundo, conduciéndolos, en el momento oportuno, hasta su maravilloso reino. Ya muchos han partido, como el caso narrado en la primera parte de este libro.

 

Y otros, también, ya se preparan a abandonar la Tierra. Es una labor silenciosa y sin alardes jactanciosos, pues los que ya saben su destino, por su misma elevación, hace mucho que vencieron la soberbia, el orgullo y la vanidad que, a otros, les impulsarían a pretender una mezquina publicidad. Los que están saliendo han seguido caminos y métodos parecidos a los de nuestro amigo Pepe.

 

La mayor parte no deja huellas, pues, muchos, también, pertenecen a las clases olvidadas y humildes, a ese tipo de seres de la calle que no ocupan renglones destacados en la fantasmagoría social, política o económica de este mundo y, por lo tanto, su presencia o su ausencia no importan mayormente a nadie...


Cuando estalle la tercera guerra mundial, habrán partido ya de la Tierra todos los que hayan alcanzado el más alto nivel de evolución en esta humanidad. Serán instalados en el Reino de Munt para educarlos adecuadamente y someterlos a un largo proceso, de reacondicionamiento orgánico y fisiológico que les permita alcanzar a vivir, físicamente, varios siglos. Así podrán asimilar el enorme adelanto de sus maestros y prepararse para regresar al planeta de origen, en cuerpo y alma, cuando llegue la hora de iniciar la NUEVA ERA...


Si analizamos, detenida y cuidadosamente, los tantas veces mencionados textos del Nuevo Testamento, veremos que en el “Juicio Final” y en el Apocalipsis existe una marcada diferencia entre los que “serán salvados” y los que “serán juzgados”.

 

Ya hemos visto quiénes son los “salvados”, y cómo se está efectuando, desde ahora, el proceso cósmico... Debemos ocuparnos, por tanto, de los que serán “juzgados”. En el capítulo 25 de San Mateo aparecen con la denominación simbólica de “las ovejas” y “los cabritos”. Las ovejas simbolizando a los buenos, a quienes fueron justos y fieles servidores de las dulces y amorosas enseñanzas del Cristo; y los cabritos, a los que se mantuvieron reacios y malévolos, empecinados en sus vicios y errores, a toda esa legión tenebrosa de la maldad humana... Cuando termine el ciclo de las terribles pruebas.

 

Cuando el “Final de los Tiempos” esté consumado con el paso de Hercólubus, los espíritus desencarnados de toda la población terrestre verán aparecer, en la Cuarta Dimensión, al Sublime Rey y Señor del Reino de la Luz Dorada en medio del glorioso esplendor de su Corte Celestial...

 

La separación de ambas multitudes se habrá hecho ya, automáticamente, por la diferencia vibratoria correspondiente a cada grupo, según las explicaciones metafísicas dadas en los capítulos de las partes precedentes, al tratar de la Vida en la Cuarta Dimensión, y todos aquellos que no hayan alcanzado a superar los niveles inferiores y promedios del Plano Astral, irán a formar parte de la nueva población espiritual del gigantesco planeta Hercólubus, en el sistema estelar de Tila, atraídos por la afinidad vibratoria de aquel astro, que ya dijimos que se encuentra en un nivel comparable al grado de evolución que existía en la Tierra en los tiempos de la pre-humanidad.

 

Para quienes, en medio de su atraso moral, conserven el recuerdo subconsciente de haber vivido en un mundo mejor, conociendo posiciones de vida y civilización muy superiores, el tener que encarnar y permanecer por muchos milenios encadenados a un mundo inferior, de las tristes perspectivas de aquel astro, será, en verdad, un pavoroso infierno... Pero dentro de la admirable sabiduría divina, esta inmigración de espíritus que llegue a Hercólubus, lo ayudará a progresar en el curso de su propia evolución milenaria con la inyección de nuevas fuerzas civilizadoras que permitan el desarrollo, a través de los tiempos, de otra civilización en los confines del Cosmos...


En cuanto a los seres clasificados como “las ovejas” de Cristo, permanecerán en los dominios espirituales de la Cuarta Dimensión del Planeta Tierra, en espera de las condiciones favorables que han de transformar este mundo, según la promesa divina de que “SU REINO BAJARÍA A LA TIERRA”.
 

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CAPITULO XX
La Nueva Era


En los capítulos finales del Apocalipsis, 21 y 22, el simbolismo alegórico de las profecías nos muestran el cumplimiento de la Promesa Crística. Comienzan con la visión de “un cielo nuevo y una Tierra nueva: porque el primer cielo y la primera tierra se fueron”...

 

Claramente se comprende que, después del paso de Hercólubus, el planeta habrá cambiado totalmente. Nuevos continentes reemplazarán a los actuales, y por tanto serán nuevas tierras las que se muestren a la luz del Sol. Y como la poderosa atracción del gigantesco visitante habrá atraído a la Luna, llevándosela consigo en su perpetuo girar en torno a Tila, y producirá el cambio de nuestro eje, haciendo rotar a la Tierra en una forma diferente a la actual, es lógico que una nueva fisonomía del firmamento aparecerá desde entonces, pues la posición de todas las constelaciones habrá cambiado desde el nuevo ángulo de observación terrestre: serán “una tierra y un cielo nuevos...”


Al mismo tiempo, en esos capítulos se nos muestra el descenso a este mundo de la nueva “ciudad de Dios”, “la Nueva Jerusalén, de oro y piedras preciosas” cuya descripción constituye un conjunto simbólico de profundas alegorías en que, de nuevo, se manifiesta la intervención de los Números-Clave.

 

Si estudiamos con detención las detalladas y minuciosas descripciones del texto, y aplicamos el mismo procedimiento explicado al tratar sobre los Números-Clave, comprobaremos que todo ese conjunto de versículos encierra una maravillosa y extensa referencia a las nuevas condiciones de vida, civilización, nivel de humanidad, cultura y elevación moral y espiritual de la nueva raza que poblará la nueva Tierra, o sea este mismo planeta, regenerado. Vale decir, el establecimiento de una nueva humanidad que realice acá el ideal crístico.

 

En otras palabras: La Nueva Era, el nuevo ciclo o Revolución Cósmica de 28.791 años, que comenzarán en el añoi2001, en que termina el actual.


Será en ese entonces donde se realicen las partes más importantes de la Gran Misión que nuestros Hermanos Mayores del Reino de Munt han comenzado a ejecutar. Pasados los cataclismos y todas las formidables transformaciones, nuestro planeta seguirá un tiempo afirmando y estabilizando su nueva topografía. Y para que pueda ser habitado otra vez, tendrán que desaparecer todas las causas de perturbación que impidan el florecimiento de una nueva vida en su suelo. En ello intervendrán, directamente los superhombres de Ganímedes.

 

Ya hemos dicho que, antes del exterminio total, habrán sido trasladados a su reino todos aquellos que, mediante el gran poder de clarividencia del sexto sentido de los hombres de Munt, fueron descubiertos y salvados.

 

Para los profanos que esto lean, debe explicarse que aquel sexto sentido permite a los tripulantes de los Ovnis apreciar desde sus máquinas la brillante luminosidad de las auras, a través de cualquier muro, techo, o lo que sea. Por eso es que han estado y están visitando constantemente todos los centros poblados de este mundo. No necesitan bajar, sino cuando van a recoger a alguien, pues desde la altura conocen muy bien dónde se encuentra cada uno de los poseedores de “las blancas vestiduras del Reino”. Y cuando se acerca el momento propicio para el viaje, ya cada uno de ellos sabe, con anticipación, que vendrán a recogerlo...


Y la preparación que reciban en Ganímedes los capacitará para ser, después, a su retorno a este mundo, los progenitores de la Nueva Raza, los fundadores efectivos de la NUEVA ERA... Por eso es necesario que sean trasladados en cuerpo físico, hombres, mujeres y niños, para que acondicionados en el Reino de Munt a semejanza de sus maestros de ese mundo, puedan alcanzar varios siglos de existencia y procrear, en la nueva Tierra, hijos con el sexto sentido y con una educación similar a la que se obtiene en ese reino de superhombres.


Mientras nuestros coterráneos sean así preparados al cumplimiento de tan hermoso destino, los hombres de Munt trabajarán por largo tiempo en el reacondicionamiento de la Tierra, a fin de hacerla nuevamente habitable. Su ciencia y su técnica les permitirá eliminar, totalmente la radiactividad y los restos de isótopos radioactivos que quedaron en todo el planeta como consecuencia de la locura bélica de la extinguida humanidad.

 

Los nuevos continentes serán sembrados con semillas traídas desde su mundo para extender una nueva flora en todas partes. Todos los gérmenes peligrosos o negativos que puedan amenazar la perfecta iniciación de una nueva humanidad, serán eliminados de este mundo, asegurando así la existencia de los nuevos pobladores en un mundo como el de ellos, exento de enfermedades...


Y cuando las condiciones lo permitan, volverán a traer a todos los hijos de este mundo que fueron salvados del desastre. Una nueva civilización comenzará a florecer acá, a imagen y semejanza del Reino de Munt, sobre la base de los hombres y mujeres que fueran “salvados” por ser dignos precursores de aquel Nuevo Mundo que se construirá en la Tierra, bajo la sabia y amorosa dirección de las Sublimes Inteligencias del Reino de la Luz Dorada, y con la cooperación fraternal de sus Hermanos de Ganímedes...


Un nuevo reino de paz y de armonía, de LUZ, de AMOR y de VERDAD habrá nacido en la Tierra de entonces. Y las últimas partes del Apocalipsis habrán tenido su más fiel realización, pues con los cambios sufridos se habrá modificado hasta el clima, ya que al cambiar de posición el eje de rotación, y modificarse totalmente los polos geográficos y magnéticos, nuestro planeta gozará de condiciones ambientales diferentes.

 

Los crudos y marcados fenómenos meteorológicos habrán sido reemplazados por una perpetua primavera en todas las regiones del globo y una nueva luz permanente v que llenará hasta los más recónditos y cerrados recintos, habrá reemplazado a la variante luz del Sol...

 

Con esto se cumplirá, también, aquellos versículos 4 y 5 del Cap. 22. que dicen:

“Y verán Su cara: y Su nombre estará en sus frentes”. “Y allí no habrá más noche; y no tiene necesidad de lumbre de antorcha, ni de lumbre de Sol: porque el Señor Dios los alumbrará; y reinarán para siempre jamás”.

Esta última profecía nos lleva. también, a las últimas explicaciones que nuestros Hermanos nos dieran para completar este Mensaje.


En el curso de toda la obra se ha mencionado al Reino de Cristo como el REINO DE LA LUZ DORADA. Hasta acá, se entendió como referente, de manera exclusiva, al Sol... Pero la última profecía señalada en el Apocalipsis nos abre un nuevo interrogante. Y ese interrogante se une a la pregunta que muchos, los más observadores, se habrán hecho: Si hemos pensado que el Sublime Espíritu de Cristo era rey del Sol, ¿cómo podríamos explicar el misterio de que su dominio se extendiera, también, a Hercólubus, siendo este planeta de un sistema estelar diferente al solar? y ¿qué significado tendría la última profecía mencionada, en cuanto a que no tendrán ya necesidad de la luz del Sol?...


Una vez más tendremos que referirnos a la Gran Pirámide de Egipto y a la asombrosa sabiduría de los hombres que la construyeron. Y esto servirá como postrera comprobación de que el origen primordial de ambas fuentes proféticas, a través del tiempo y la distancia, ha sido, siempre, el mismo. En la Pirámide de Keops y en algunos de los más secretos papiros del antiguo Egipto, existen marcadas y enigmáticas alusiones a la estrella Alción, de la constelación del Toro, y su gran sistema estelar.

 

Igualmente, en la Biblia, en el libro de Job, Cap. 38 Vers. 31, hablando Dios a Job, le dice:

“Podrás tu impedir las delicias de las Pléyades, o desatarás las ligaduras del Orión?” — Y en el Vers. 33, “¿Supiste, tú las ordenanzas de los cielos?”...

Si tenemos en cuenta que la estrella Alción pertenece al grupo que nuestros astrónomos denominan “las Pléyades”, y que desde Ganímedes se informa que, para ese entonces, la Tierra y todo nuestro sistema solar habrá ingresado en una zona de “perpetua Luz Dorada” que abarca un perímetro de muchos años-luz en los dominios del astro que nosotros conocemos como “estrella Alción”, y que esa luz será de tal naturaleza que se encontrará presente en todas partes, alumbrando hasta los más recónditos lugares, aquella profecía del Cap. 22 del Apocalipsis adquiere, ya, un realismo astronómico de trascendental importancia.
 

En cuanto a la otra pregunta, relacionada con los alcances siderales del Reino Cósmico del Cristo, se nos dio esta enigmática respuesta:

“Si en vuestro mundo, los reyes de Inglaterra, simples mortales, fueron los soberanos, simultáneamente, de la Gran Bretaña, Canadá, Australia, India y de todas las colonias repartidas, en otro tiempo, en los diferentes continentes de la Tierra”... “¿Puedes tú negar que el Sublime Reino de la Luz Dorada sobrepase los límites pequeños de la familia de astros que vosotros denomináis “sistema solar”, y que el imperio celestial de Nuestro Señor v Maestro, Dios del Amor y del Perdón. Camino de la Luz, de la Verdad y de la Vida, alcance, también, los límites de aquella gran familia estelar a la que vuestros científicos bautizaron con el nombre de un animal astado...?” “Espera, que al venir a vivir entre nosotros, aprenderás todo esto y mucho más”...

Ante tal respuesta, huelga todo comentario.

 

Sólo nos resta decir que la Promesa de Cristo, al cumplirse íntegramente en la Tierra ya purificada para siempre, dará a esa gran legión de espíritus que fueron considerados “Sus Ovejas”, el reino que todos anhelamos, Porque al ir renaciendo en los cuerpos procreados por los “elegidos”, serán superhombres como sus hermanos de Ganímedes.

 

Construirán una nueva civilización, educados y guiados por ellos, según los moldes del Reino de Munt, y vivirán ya en un mundo que, alumbrado por la LUZ DORADA, esa luz a que los últimos versículos del Apocalipsis llaman “la Luz de Dios”, que iluminará hasta el fondo de las almas, será la expresión material y moral del dulce y placentero paraíso, sin maldad, dolor ni muerte, que el Sublime Maestro predicara, dos mil años antes, en las riberas del Jordán...

 

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