por Naomi Klein 2008 extraído de "La Doctrina del Shock" del Sitio Web Moncadista
Me doy cuenta de que tengo unos veinte segundos
para convencerla, y no será fácil. ¿Cómo puedo explicarle a Gail Kastner lo
que quiero de ella, el viaje que me ha llevado a llamar a su puerta?
No, desde luego que no puedo decirle eso.
Así que me limito a contestar:
Hay una larga pausa, y luego el tono de voz de la respuesta es distinto.
Tenso aún, pero ¿ligeramente aliviado?
En menos de veinticuatro horas, estoy frente a la puerta del apartamento de Gail Kastner, en un edificio gris y antiguo en Montreal.
Gail me había advertido que quitaría el cerrojo de la puerta porque le cuesta levantarse.
Son las pequeñas fracturas de su espina dorsal,
que se vuelven más dolorosas a medida que la artritis se extiende por su
cuerpo. El dolor de espalda es sólo uno de los recuerdos de las sesenta y
tres veces que descargaron entre 150 y 200 voltios de electricidad en los
lóbulos frontales de su cerebro, mientras su cuerpo se convulsionaba
violentamente encima de la camilla, causándole diminutas fracturas, roturas
de ligamentos, mordeduras en los labios y dientes rotos.
Tiene más de veinte posiciones, me dice más tarde, y las ajusta continuamente, como un fotógrafo que trata de enfocar la imagen. Pasa los días echada en ese sillón reclinable, buscando la imposible comodidad, esforzándose por no dormirse y caer en lo que ella llama "sus sueños eléctricos".
Entonces es cuando vuelve a verle: "él", doctor Ewen Cameron, el psiquiatra fallecido ya que le administraba las descargas, así como otras torturas, hace tantos años.
Me doy cuenta de que mi presencia posiblemente es muy injusta para ella.
Esa sensación se afianza en mi interior cuando echo un vistazo al apartamento y me doy cuenta de que físicamente apenas hay lugar para mí. Toda superficie disponible está repleta de torres y montones de papeles y libros, todos marcados con pequeños pedacitos de papel amarillentos. Gail me indica el único espacio libre de la habitación, una silla de madera que había pasado por alto, pero se pone un poco nerviosa cuando le pregunto dónde puedo depositar la grabadora, un objeto que sólo ocupa unos centímetros.
Ni pensar en la mesita al lado de su sillón: veinte paquetes vacíos de cigarrillos, Matinée Regular, están colocados formando una pirámide perfecta. (Gail me había advertido por teléfono acerca de su condición de fumadora empedernida: "Lo siento, pero fumo. Y como fatal. Estoy gorda y fumo. Espero que no le importe".)
Parece que Gail ha pintado el interior de las
cajetillas de negro, pero al acercarme más me doy cuenta de que se trata de
una diminuta y apretada letra manuscrita: nombres, números, miles de
palabras.
Para ella, los montoncitos de papel y cajetillas
son algo más que un sistema poco convencional de archivos. Son toda su
memoria.
A veces es capaz de recordar un incidente a la perfección - lo llama "fragmento de memoria" - pero cuando le preguntan por una fecha, puede llegar a equivocarse por dos décadas de diferencia.
De modo que hace listas de todo y lo apunta todo. Pruebas de que su vida realmente ha ocurrido. Al principio se disculpa por el desorden.
Pero más tarde exclama:
Durante varios años, a Gail la desconcertaban mucho sus lagunas memorísticas, así como otros detalles.
Por ejemplo, no sabía la razón por la cual un pequeño destello eléctrico de la puerta del garaje le provocaba un ataque de pánico incontrolable. O por qué le temblaban las manos cuando enchufaba el secador de pelo. Sobre todo, no entendía por qué recordaba la mayor parte de su vida adulta pero casi nada antes de los veinte años.
Cuando se encontraba con gente que decía haberla conocido en su niñez, decía:
Gail creía que formaba parte de su cuadro médico: una frágil salud mental.
Durante su juventud, había sufrido depresiones y
adicción a los medicamentos, y a veces tenía crisis nerviosas tan violentas
que terminaba hospitalizada y en coma. Estos episodios la alejaron de su
familia, y se quedó sola y desesperada. Terminó rebuscando comida en la
basura de las tiendas de alimentación.
Antes de que su familia la abandonara, Gail y su hermana gemela solían discutir sobre la época en que Gail había estado gravemente enferma y Zella la había cuidado.
Gail no sabía qué contestar a las recriminaciones de su gemela.
¿Orinar en el salón? ¿Pedir el biberón de su
sobrino? No recordaba ni por asomo haber hecho esas cosas tan extrañas.
A Jacob, que murió hace más de una década, le preocupaban mucho los años perdidos de Gail.
En 1992, Gail y Jacob se detuvieron frente a un quiosco que exhibía un titular sensacionalista:
Kastner empezó a leer el artículo por encima, y varias expresiones le llamaron inmediatamente la atención:
En un café cercano, la pareja leyó la increíble historia de cómo, en la década de los cincuenta, la CIA había financiado a un médico en Montreal para que realizara extraños experimentos en los pacientes psiquiátricos.
Les privaba de sueño y los aislaba durante semanas, y luego les administraba altas dosis de electroshocks, así como cócteles de drogas experimentales como el psicodélico LSD y el alucinógeno PCP (fenciclidina), conocido más comúnmente como polvo de ángel. Los experimentos transportaban a los pacientes a estados preverbales e infantiles, y se habían realizado en el Alian Memorial Institute de la Universidad McGill, bajo la supervisión de su director, el doctor Ewen Cameron.
La financiación de la CIA se descubrió a finales de los años setenta gracias a una solicitud amparada por la Freedom of Information Act, que dio lugar a varias sesiones en el Senado de los Estados Unidos.
Nueve antiguos pacientes de Cameron se unieron y demandaron a la CIA y al gobierno canadiense, que también había aportado dinero para las investigaciones de Cameron. Durante varios juicios, los abogados de los pacientes argumentaron que los experimentos violaban todos los estándares profesionales de ética médica.
Los enfermos iban a Cameron en busca de alivio a causa de ligeros trastornos mentales de poca importancia (depresión posparto, ansiedad, incluso terapia de parejas) y fueron utilizados, sin su conocimiento o consentimiento, como cobayas humanas para satisfacer la sed de información de la CIA acerca de las técnicas de control mental.
En 1988, la CIA se avino a pagar daños y
perjuicios, por la suma de 750.000 dólares para los nueve demandantes. Fue
la cifra más alta jamás pagada por la agencia hasta la fecha. Cuatro años
después, el gobierno de Canadá se avino a pagar otros 100.000 dólares a cada
demandante que fue objeto de los experimentos ilegales.3
Sus experimentos también nos ofrecen un claro
ejemplo de la lógica subyacente en el capitalismo del desastre. Al igual que
los economistas defensores del libre mercado, que están convencidos de que
sólo mediante un desastre de enormes proporciones - una gran destrucción -
se puede preparar el terreno para sus "reformas", Cameron creía que podía
recrear mentes que no funcionaban, y reconstruir personalidades sobre esa
ansiada tabla rasa, si infligía dolor y traumatizaba el cerebro de sus
pacientes.
Pero ahora, sentada con Jacob en ese café, leyendo las palabras de los otros pacientes - "pérdida de memoria", "regresión" - no dudó.
Dije:
EN LA TIENDA DEL SHOCK
Primero le dijeron que no tenían ninguno. Finalmente lo logró: 138 páginas. El doctor que la había ingresado era Ewen Cameron. Las cartas, notas y cuadros médicos del expediente de Gail cuentan una historia desgarradora: la de una joven de dieciocho años durante los años cincuenta, y sus limitadas opciones, y la de las instituciones públicas y médicos que abusaron de su poder.
La documentación empieza con el diagnóstico del doctor Cameron con motivo del ingreso de Gail: estudiante de enfermería en McGill, Gail saca excelentes notas, y Cameron la describe como,
Sin embargo, sufre episodios de ansiedad
causados, según dictamina claramente Cameron, por su padre, que la maltrata
y que es descrito como un "hombre intensamente perturbador" que la "ataca
psicológicamente en repetidas ocasiones".
Pero durante los meses que pasó bajo su cuidado, Gail sufrió una transformación radical en su personalidad, meticulosamente documentada en el archivo: al cabo de unas semanas,
Las notas indican que esta joven de inteligencia normal apenas llegaba a contar hasta seis.
Luego se volvió "manipuladora, hostil y muy agresiva". Finalmente, "pasiva y apática", incapaz de reconocer a los miembros de su propia familia.
El diagnóstico final es de,
...un cuadro mucho más serio que la ligera
"ansiedad" que sufría cuando fue ingresada.
A menudo las enfermeras consignan los intentos de Kastner de escapar de sus médicos:
Estas quejas invariablemente conllevaban un
nuevo viaje hacia lo que los colegas más jóvenes de Cameron llamaban la
"tienda del shock".4
Leía y estudiaba todo lo que pudiera ser una explicación potencial de lo que le había sucedido en el hospital. Descubrió que Ewen Cameron, un norteamericano de origen escocés, había alcanzado la cúspide de su profesión: la presidencia de la Asociación Americana de Psiquiatría, de la Asociación Canadiense de Psiquiatría y de la Asociación Mundial de la Psiquiatría.
En 1945 fue uno de los tres psiquiatras
norteamericanos que testificó acerca de la salud mental de Rudolf Hess en
los juicios de Nuremberg.5
* Entre otros In the Sleep Room, de Anne Collins; The Searck for tbe Manchurian Candidate, de John Marks; The Mind Manipulators, de Alan Scheflin y Edward Option Jr.; Operation Mind Control, de Walter Bowart; Journey into Madness, de Cordón Thomas; y A Father, a Son and the CIA, de Harvey Weinstein, escrito por un psiquiatra, hijo de uno de los pacientes de Cameron.
Gail se los leyó todos, marcando los pasajes importantes, estableciendo la cronología de los hechos y cruzando las fechas con su documentación.
Así llegó a reconstruir lo que había sucedido. A principios de los años cincuenta, Cameron se había apartado del enfoque estándar freudiano, la "terapia conversacional", que se empleaba para deducir las "causas arraigadas" de las enfermedades mentales de los pacientes.
Su ambición era recrear la mente de sus
pacientes, en lugar de curarles o arreglar lo que fuera disfuncional, y para
ello utilizaba un método de su invención, llamado "impulso psíquico".6 Según sus publicaciones de la época, Cameron creía que la única forma de enseñar a sus pacientes a comportarse de forma sana y estable era meterse dentro de sus mentes y "quebrar las viejas pautas y modelos de comportamiento patológico".7
El primer paso consistía en "erradicar las
pautas", cuyo objetivo era asombroso: devolver la mente al estado en que
Aristóteles describió como "una tabla vacía sobre la cual aún no hay nada
escrito", una tabula rasa.8 Cameron creía que se podía alcanzar
dicho estado atacando el cerebro con todos los elementos que interfieren en
su funcionamiento normal. Todos a la vez. Eran las tácticas militares de
"shock y conmoción" desplegadas en el campo de batalla de la mente humana.
Causaba un daño permanente menor que la
lobotomía, y parecía que funcionaba: los pacientes histéricos a menudo se
calmaban, y en algunos casos las descargas eléctricas devolvían una cierta
lucidez a las personas. Pero se trataba solamente de datos observados, y ni
siquiera los médicos que habían desarrollado la técnica podían ofrecer una
explicación científica de su funcionamiento.
Estrechamente relacionado con la pérdida de memoria, el otro efecto secundario del que había constancia era la regresión. Los médicos indicaron que en docenas de estudios clínicos, en los momentos inmediatamente posteriores al tratamiento, los pacientes se chupaban el dedo, adoptaban la posición fetal, había que alimentarles como a bebés, y lloraban reclamando a sus madres (a menudo confundían a enfermeras y médicos con sus padres y madres).
Esta etapa de comportamientos solía desaparecer rápidamente, pero en algunos casos, cuando las sesiones de electroshock eran numerosas, los médicos informaban de casos en los que la regresión de los pacientes era completa, llegando éstos a olvidarse de andar y de hablar.
Marilyn Rice, una economista que a mediados de los años setenta encabezó el movimiento de los pacientes en defensa de sus derechos, en contra del electroshock, describía vividamente lo que significaba perder sus recuerdos, y gran parte de su educación, a causa de los tratamientos.
Por contra, Cameron lo veía de forma muy distinta: como una tabla rasa, libre de las costumbres nocivas del pasado, sobre las cuales se podían crear nuevas pautas y nuevos modelos de comportamiento.
Para él, "la pérdida masiva de memoria" que traía consigo el electroshock no era un desafortunado efecto secundario: era el aspecto esencial del tratamiento, la clave para arrastrar al paciente a un estado anterior de su desarrollo mental,
Igual que los halcones de la guerra que claman para bombardear países "hasta devolverlos a la Edad de Piedra", Cameron creía que la terapia de shock era el método que arrojaría a sus pacientes de vuelta a la infancia, en una regresión absoluta.
En un artículo que escribió en 1962 para una re -vista científica, describió el estado al que quería reducir a pacientes como Gail Kastner:
Para "borrar la pauta" de sus pacientes, Cameron utilizó un instrumento relativamente nuevo, llamado Page-Russell, que administraba hasta seis descargas consecutivas en vez de una.
Frustrado por el hecho de que sus pacientes seguían aferrándose a los retazos de sus personalidades originales, Cameron los desorientó aún más con anfetaminas, ansiolíticos y drogas alucinógenas:
Una vez se completaba el proceso de "eliminación de las pautas" del paciente, y su anterior personalidad había sido satisfactoriamente borrada, el proceso de implantación de conducta podía empezar.
Consistía en que Cameron hacía escuchar a los pacientes cintas grabadas con mensajes como:
En tanto que psicólogo conductista, creía que si
sus pacientes se impregnaban de los mensajes grabados en la cinta,
empezarían a comportarse de forma distinta.*
En una ocasión, Cameron le hizo escuchar a un
paciente la cinta de forma ininterrumpida durante 101 días.13
Un memorando desclasificado de la CIA explica que el programa,
El proyecto conoció el primer nombre en código de Bluebird, luego Proyecto Alcachofa y finalmente fue bautizado como MKUltra en 1953.
Durante la siguiente década, MKUltra gastó más
de veinticinco millones de dólares en busca de formas nuevas de romper la
voluntad de un prisionero sospechoso de comunismo o de ser agente doble. Más
de ochenta instituciones participaron en el programa, incluyendo cuarenta y
cuatro universidades y doce hospitales.15
Las actividades de los primeros años del
Proyecto Bluebird y Alcachofa se parecen sospechosamente a esas escenas de
una película de espías tragicómica en la que los agentes de la CIA se
hipnotizan mutuamente y deslizan LSD en las bebidas de sus colegas para ver
qué sucede (en al menos uno de los casos, un suicidio), por no mencionar la
tortura de los sospechosos de pertenecer al espionaje ruso.16
Pero era demasiado arriesgado: si se descubría que la CIA estaba probando drogas peligrosas en suelo americano, existía la posibilidad de que se le diera carpetazo al programa.17
En ese punto entraron en escena los investigadores canadienses, y el interés de la CIA en sus actividades. El inicio de la relación se remonta al 1 de junio de 1951, en una reunión a tres bandas entre agencias de inteligencia de diversas nacionalidades y un grupo de científicos en el Ritz-Carlton de Montreal.
El tema del encuentro era la creciente preocupación que sentía la comunidad internacional de las agencias de inteligencia occidentales ante la posibilidad de que los comunistas hubieran descubierto un método para "lavar el cerebro" de los prisioneros de guerra.
El motivo de esa inquietud era que los soldados norteamericanos cautivos en Corea aparecían frente a las cámaras, al parecer cooperando, para denunciar el capitalismo y el imperialismo.
Según las actas desclasificadas de esa reunión en el Ritz, los asistentes,
...estaban convencidos de que las potencias occidentales debían descubrir urgentemente la forma en que los comunistas lograban arrancar esas impresionantes declaraciones de los soldados.
El primer paso era llevar a cabo un "estudio
clínico de casos reales" para analizar si los lavados de cerebro podían
funcionar.18 El objetivo declarado de esta investigación no era utilizar el
control mental en los prisioneros, sino preparar a los soldados de las
potencias occidentales para las técnicas coercitivas a las que podrían ser
sometidos en caso de ser capturados.
No después de las revelaciones acerca de los
sistemas de tortura nazi que habían provocado un rechazo unánime en todo el
mundo.
Los jefes de inteligencia se quedaron muy impresionados, y tres meses después Hebb recibió una beca de investigación del Departamento de Defensa de Canadá, para llevar a cabo una serie de experimentos de privación sensorial. Hebb pagó veinte dólares a un grupo de sesenta y tres estudiantes de McGill para que se sometieran a aislamiento sensorial: encerrados en una habitación, con gafas oscuras, cascos con cintas de ruido monocorde, y tubos de cartón sobrepuestos a sus manos y pies para enturbiar su sentido del tacto.
Durante días, los estudiantes flotaron en un mar vacío, sin ojos, orejas o manos que les orientaran, viviendo cada vez más intensamente al ritmo de los vaivenes de su imaginación.
Para comprobar hasta qué punto la privación sensorial los hacía vulnerables al "lavado de cerebro", Hebb empezó a pasarles cintas de voces que sostenían que los fantasmas existían, o que la ciencia era una superchería.
Antes del experimento, los estudiantes habían
declarado que no estaban de acuerdo con esas ideas.19
El informe seguía diciendo:
Además, la curiosidad estimulada de los estudiantes les hacía más receptivos a las ideas que enunciaban las cintas, y sorprendentemente varios de ellos desarrollaron una afición por las ciencias ocultas que duró varias semanas después de la finalización del experimento.
Era como si la privación sensorial hubiera
borrado parcialmente sus mentes, y los estímulos sensoriales aplicados
durante el proceso hubieran reescrito sus pautas de conducta.
El vivo interés de la CIA no resultaba nada sorprendente: como mínimo, Hebb había demostrado que un período de aislamiento intensivo podía llegar a interferir en la capacidad de pensar claramente y hacía que las personas se inclinaran con más facilidad ante las sugerencias o indicaciones de sus captores. Eran ideas que no tenían precio para un interrogador.
Hebb finalmente se dio cuenta de que los frutos de su investigación tenían un enorme potencial, y que no solamente podían emplearse para la protección de los soldados capturados, sino también como un protocolo para la tortura psicológica.
En la última entrevista que concedió en 1985, antes de fallecer, Hebb declaró:
El informe de Hebb indicaba que cuatro de los estudiantes,
...lo que equivalía a decir que si les obligaba a permanecer en el marco del estudio más allá de su umbral de resistencia - dos o tres días - estaría violando la ética médica.
Consciente de las limitaciones que eso impondría en el experimento, Hebb escribió que no podía obtener,
Quizá no era posible para Hebb, pero su colega en McGill y archirrival académico, el doctor Ewen Cameron, no tenía ningún problema. (En un momento de franqueza, Hebb tildó a Cameron de "criminalmente estúpido".25)
Cameron ya estaba convencido de que la destrucción violenta de las mentes de sus pacientes era el primer paso necesario para que emprendieran su viaje de regreso a la salud mental, y por lo tanto no constituía una violación del juramento hipocrático. En cuanto al tema de la autorización del paciente, tampoco era un problema.
Estaban a su merced, pues el formulario estándar
de ingreso en el hospital prácticamente confería a Cameron un poder absoluto
para dictaminar el tratamiento requerido. Incluso podía recomendar una
lobotomía total.
A medida que los dólares de la CIA fueron a
parar a las arcas del Alian Memorial Institute, éste se parecía más y más a
una prisión macabra y menos a un hospital.
Cameron empleó la máquina en sus pacientes dos
veces al día durante treinta días, alcanzando la escalofriante cifra de 360
descargas por paciente, mucho más de lo que Gail y otros pacientes al
principio habían recibido.28 Añadió más drogas experimentales al
cóctel que recibían, ya de por sí explosivo; a la CIA le interesaban
particularmente las que alteraban la percepción sensorial, como el LSD y la
fenciclidina.
Gracias a la financiación de la CIA, Cameron convirtió los antiguos establos de la parte posterior del hospital en espacios individuales de aislamiento. También remodeló el sótano cuidadosamente, construyendo una habitación que denominó la "celda de aislamiento".30
La estancia se insonorizó, aunque instaló altavoces para emitir ruido blanco, un sonido monocorde permanente. Eliminó la iluminación y cada paciente recibió un par de anteojos oscuros y "tapones de goma" para las orejas. Sus brazos y piernas fueron forrados con tubos de cartón, "impidiendo que los sujetos toquen su propio cuerpo, y logrando así interferir en la percepción que tienen de su propio cuerpo", tal y como Cameron describió en un artículo publicado en 1956.31
Pero en lugar de someter a los sujetos a un par
de días de privación sensorial intensa, como los estudiantes de Hebb que no
pudieron aguantar más, Cameron los obligó a permanecer en ese estado durante
semanas. Uno de ellos se pasó treinta y cinco días en la celda de
aislamiento.32
Los pacientes permanecían en dicho estado de quince a treinta días, aunque Cameron informó que,
El personal del hospital tenía instrucciones de no permitir que los pacientes les dirigieran la palabra.
Tampoco debían darles ninguna información acerca
del tiempo que iban a permanecer en la habitación. Para asegurarse de que
nadie lograra escapar de esa pesadilla, Cameron administró a un grupo de
pacientes pequeñas dosis de curare, droga que provoca una parálisis física,
convirtiéndolos, literalmente, en prisioneros de sus propios cuerpos.35
Es decir, que nos permiten saber quiénes somos y dónde estamos.
Esas dos fuerzas son,
Gracias al electroshock, Cameron aniquilaba la memoria; mediante las celdas de aislamiento, destruía todo origen de información sensorial. Estaba decidido a forzar la completa pérdida de sentidos en sus pacientes, hasta que no supieran dónde estaban ni quiénes eran.
Cuando se dio cuenta de que algunos pacientes conseguían saber la hora que era gracias a las comidas diarias, Cameron ordenó a la cocina del centro que mezclara los platos y las horas: servían sopa para desayunar y leche con cereales para cenar.
Aun después de aquello, descubrió que a pesar de
sus esfuerzos un paciente conservaba una leve conexión con el mundo exterior
gracias al "ligero murmullo" de los motores de un avión que sobrevolaba el
hospital cada mañana, a las nueve.36
Cuando les preguntan a los prisioneros cómo pudieron sobrevivir durante meses o incluso años de aislamiento, a menudo hablan de cómo oían el lejano tañido de las campanas de una iglesia, o la llamada del imán a la mezquita, o las risas de los niños jugando en un parque cercano.
Cuando la vida se reduce a las cuatro paredes de una celda, el ritmo de los sonidos del exterior es una especie de cuerda salvavidas, la prueba de que el prisionero aún es humano, de que existe un mundo más allá de la tortura.
La mujer anónima en el sótano del Alian Memorial Institute, esforzándose por oír el distante motor de un avión en medio de una neblina de oscuridad, drogas y descargas eléctricas, no era una paciente en manos de un médico. Era, a todos los efectos, una prisionera que estaba siendo torturada.
Existen varios indicios de que Cameron sabía perfectamente que estaba simulando un proceso de tortura real y que, en tanto que acérrimo anticomunista, disfrutaba de la idea de que su programa y sus pacientes formaban parte de la Guerra Fría.
En una entrevista concedida a una popular revista en 1955, comparó abiertamente a sus pacientes con prisioneros de guerra enfrentados a un interrogatorio hostil, diciendo que,
Un año más tarde, escribió que el objetivo de eliminar las pautas conductuales era,
Hacia 1960, Cameron dictaba conferencias acerca de sus investigaciones sobre la privación sensorial, no solamente a otros psiquiatras, sino también a públicos militares.
En una charla en la base aérea Brooks, en Texas, afirmó que no estaba curando la esquizofrenia, sino que más bien,
En las notas que acompañan al texto de la conferencia, menciona la administración de una "sobrecarga de información" a renglón seguido de la privación sensorial, una referencia a su empleo de las descargas eléctricas y los bucles interminables de cintas con repetición de mensaje.
Era una anticipación de las tácticas de
interrogación que habrían de llegar en el futuro.41
A finales de los años setenta y ochenta, cuando por fin se abrió una investigación en el Senado acerca de la participación de la CIA en dichos experimentos y la relación financiera entre la agencia y los investigadores, y más tarde, durante las revolucionarias demandas de los pacientes contra la CIA, los periodistas y los legisladores tendían a aceptar la versión de la CIA: que se había interesado en las técnicas de lavado de cerebro con el fin de proteger la salud mental de los prisioneros de guerra norteamericanos.
La mayor parte de la prensa se concentró en los aspectos sensacionalistas, y destacó que el gobierno había financiado experimentos con drogas alucinógenas.
En realidad, cuando el verdadero escándalo estalló, se puso de manifiesto que la CIA y Ewen Cameron habían destrozado con absoluta impunidad las vidas de los pacientes, sin ningún resultado mínimamente válido. Las investigaciones parecían inútiles: todo el mundo sabía que el lavado de cerebro era un mito de la Guerra Fría.
Por su parte, la CIA fomentó esta visión del asunto, pues prefirió ser el bufón de una tragicomedia de payasos de ciencia ficción, en lugar de los culpables financieros que habían permitido que una respetable universidad se convirtiera en un laboratorio de tortura, muy eficiente por cierto.
Cuando John Gittinger, el psicólogo de la CIA que se puso en contacto con Cameron por primera vez, se vio obligado a testificar frente al Senado, declaró que el apoyo a Cameron había sido,
Al ser preguntado durante las sesiones de la investigación del Senado por qué ordenó destruir todos los archivos de un programa que había costado veinticinco millones de dólares, el antiguo director de MKUltra, Sydney Gottlieb, afirmó que,
En las informaciones publicadas sobre MKUltra en los años ochenta, tanto en las pesquisas oficiales como en la prensa general o los libros escritos sobre el programa, se sigue hablando de los experimentos como "técnicas de control mental" o "lavado de cerebro".
La palabra "tortura" apenas se utiliza.
Florencio Caballero, un interrogador hondureño miembro del brutal y famoso Batallón 3 -16, reveló al periódico que él y veinticuatro de sus compañeros habían viajado a Texas y que la CIA les había entrenado.
Se olvidó de una técnica: el electroshock.
Inés Murillo, una presa de veinticuatro años que fue "interrogada" por Caballero y sus compañeros, dijo al Times que recibió numerosas descargas eléctricas y que,
Murillo también declaró que había alguien más en
la estancia: un norteamericano que les pasaba las preguntas a sus
interrogadores, y al que los demás llamaban "señor Mike".45
The Baltimore Sun interpuso una solicitud de información al amparo de la Freedom of Information Act para obtener el material del curso utilizado para entrenar a gente como Caballero. Durante mucho tiempo la CIA se negó a entregarlo.
Finalmente, bajo amenaza de una demanda, y nueve años después de la publicación del artículo, la CIA hizo público un manual titulado Kubark Counterintelligence Information.
Según The New York Times, "Kubark" es un criptograma codificado. Ku, una sílaba al azar y bark es el nombre secreto de la agencia en aquellos tiempos. Informes más recientes han especulado con la posibilidad de que ku se refiera a un país en concreto, o una operación encubierta o clandestina determinada.47
El texto era un manual secreto de 128 páginas de extensión acerca de las técnicas de "interrogación de fuentes no colaboradoras", que se nutre principalmente de la investigación encargada por MKUltra.
Se adivina la huella de los experimentos de Ewen Cameron y Donald Hebb sobre privación sensorial en todo el documento. Los métodos van desde la consabida privación sensorial hasta posiciones de estrés, capuchas y técnicas para infligir dolor.
(El manual advierte de entrada que muchas de estas tácticas son ilegales e indica a los interrogadores que deben obtener,
El texto afirma que si las técnicas se utilizan debidamente, "destruirán la capacidad de resistencia" de una fuente no colaboradora.
Este es, en definitiva, el verdadero propósito de MKUltra: más allá de la investigación acerca de los lavados de cerebro (que sólo era un proyecto colateral), el objetivo era diseñar un sistema basado en premisas científicas para extraer información de las "fuentes no colaboradoras".49
En otras palabras, tortura.
Representa una nueva era de tortura precisa y refinada. Nada que ver con el tormento sangriento e inexacto que había sido estándar desde la Santa Inquisición.
A modo de prefacio, el manual insiste:
Sigue un completo manual paso a paso sobre cómo
desmantelar la personalidad de un ser humano.
Describe cómo deben construirse las celdas de aislamiento y señala que,
La Freedom of Information Act que amparó la petición del Baltimore Sun también descubrió una versión actualizada del manual, publicada por primera vez en 1983, para ser utilizada en Latinoamérica.
Pero fue la labor de Cameron, y su receta para romper la "imagen tiempo-espacio", lo que conforma el espíritu de la fórmula Kubark. El manual describe varias de las técnicas desarrolladas para romper la pauta de conducta de los pacientes en un sótano del Alian Memorial Institute:
Lo que fascinó a los autores de Kubark, más que las técnicas individuales, fue el enfoque de Cameron en la regresión, la idea de que al privar a una persona de la noción de quién es y dónde está, en el tiempo y el espacio, los adultos vuelven a ser niños indefensos, dependientes de otros, cuyas mentes son tablas rasas abiertas a la sugestión.
Una y otra vez, el autor o autores del texto se recrea en esa idea:
En ese instante, el prisionero se sumerge en un estado de "shock psicológico" o "animación suspendida" del que ya hemos hablado. Es el dulce momento del interrogador, cuando,
Alfred W. McCoy, un historiador de la Universidad de Wisconsin que ha documentado la evolución de las técnicas de tortura desde la Inquisición hasta nuestros días en su libro A Question of Torture: CIA Interrogation from the Cold War to the War on Terror, describe las instrucciones del manual Kubark para la privación sensorial y la sobrecarga sensorial subsiguiente como,
Según McCoy, esa revolución no habría tenido lugar sin los experimentos McGill en los años cincuenta.
En todos los territorios donde el método Kubark se ha enseñado surgen los mismos modelos de comportamiento, diseñados para inducir, profundizar y mantener el estado de shock en el prisionero.
A los prisioneros se los captura de la forma más desorientadora y confusa posible, a última hora de la noche o en veloces operaciones al amanecer, tal y como indica el manual. Inmediatamente se les pone una capucha o les ponen un trapo encima de los ojos. Les desnudan y reciben una paliza. Luego son sometidos a algún tipo de privación sensorial.
Y desde Guatemala a Honduras, de Vietnam a Irán,
desde las Filipinas a Chile, el empleo de las descargas eléctricas es
omnipresente.
Durante esa época, algunos jefes militares franceses impartieron seminarios en una escuela militar de Estados Unidos especializada en la "contrainsurgencia", situada en Fort Bragg, en Carolina del Norte.
Allí entrenaron a los estudiantes, compartiendo las técnicas utilizadas en Argelia.59
Sin embargo, también está claro que el especial modelo de Cameron, que combinaba dosis masivas de shock, no solamente con el fin de provocar dolor, sino específicamente para eliminar la personalidad del detenido, causó una honda impresión en la CIA. En 1966, la agencia envió a tres psiquiatras a Saigón, armados con una máquina Page-Russell.
Fue empleada tan agresivamente que varios prisioneros murieron durante los interrogatorios.
Según McCoy,
Para los oficiales de inteligencia estadounidenses, ese enfoque práctico no era lo habitual.
Desde los años setenta, el papel de los agentes norteamericanos era el de mentor o entrenador, no el de interrogador directo. Los testimonios de los supervivientes de la tortura en Centroamérica de los años setenta y ochenta están plagados de referencias a misteriosos hombres que hablaban inglés y entraban y salían de las celdas, proponiendo preguntas u ofreciendo consejos.
Dianna Ortiz, una monja norteamericana que fue secuestrada y encarcelada en Guatemala en 1989, ha testificado que los hombres que la violaron y la quemaron con cigarrillos se dirigían a otro hombre que hablaba español con un fuerte acento americano, y se referían a él como su "jefe".61
Jennifer Harbury, cuyo marido fue
torturado y asesinado por un oficial guatemalteco a sueldo de la CIA, ha
realizado una importante labor de documentación en su libro Truth,
Torture and the American Way.62
La tortura, ya sea física o psicológica, viola claramente la Convención de Ginebra, que prohíbe "cualquier forma de tortura o de crueldad", así como el propio Código de Justicia Militar del ejército de los Estados Unidos afirma que no deben realizarse actos de "crueldad" u "opresión" contra los presos.63
El manual Kubark advierte a los lectores en la página 2 que sus técnicas comportan la posibilidad de "posteriores demandas judiciales", y la versión de 1983 es aún más directa:
Sencillamente, lo que enseñaban era ilegal y debía permanecer en secreto por su naturaleza.
Si alguien preguntaba, los agentes
estadounidenses estaban supervisando el aprendizaje de sus estudiantes de
países en vías de desarrollo. ¿La materia? Técnicas avanzadas de
interrogación policial. Ellos no eran responsables de los "excesos" que se
producían fuera del horario escolar.
El ataque terrorista contra las Torres Gemelas y el Pentágono era un shock distinto de los que habían imaginado los autores de Kubark, pero sus efectos fueron notablemente similares: profunda desorientación, miedo y ansiedad agudas, y una regresión colectiva.
Como el interrogador que adopta la "figura paterna", la administración Bush se apresuró a jugar con ese miedo para desempeñar el papel del padre protector, dispuesto a defender "la patria" y su pueblo vulnerable por todos los medios que fueran necesarios.
El cambio en la política de Estados Unidos, que se resume en la desgraciadamente conocida declaración del vicepresidente Dick Cheney acerca de trabajar "el lado oscuro", no significó que esta administración abrazara tácticas que habrían repelido a sus antecesores, más compasivos y humanos (como demasiados demócratas han afirmado, invocando lo que el historiador Garry Wills llama el especial mito americano de la "pureza original").65
Más bien, la revolución es que anteriormente estas operaciones se llevaban a cabo a distancia suficiente como para negar todo conocimiento de las mismas.
Ahora, se realizarían directamente y la administración las defendería abiertamente.
Los presos llegan a las instalaciones mediante "extraditaciones extraordinarias" desde terceros países, transportados por aviones norteamericanos.
Ésa es la diferencia del régimen de Bush: después de los ataques del 11 de septiembre, se atrevió a pedir el derecho a torturar sin vergüenza alguna. Eso ponía a la administración en una posición delicada, pues podía ser objeto de una investigación criminal, problema que soslayó cambiando la legislación.
La cadena de acontecimientos es de todos conocida: el entonces secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, siguiendo órdenes de George W. Bush, decretó que los presos capturados en Afganistán no entraban en el marco de la Convención de Ginebra porque eran "combatientes enemigos", no prisioneros de guerra, un punto de vista corroborado por la Oficina Legal de la Casa Blanca y su director, Alberto Gonzales (más tarde ascendido a fiscal general del Estado).66
Luego, Rumsfeld aprobó una serie de técnicas de interrogación especiales para la guerra contra el terror.
Incluían los métodos descritos por los manuales de la CIA:
Según la Casa Blanca, la tortura seguía estando prohibida, pero para que ahora se considerase tortura, el dolor infligido debía ser,
* Presionada por los legisladores del Congreso y del Senado, así como por el Tribunal Supremo, la administración Bush se vio obligada a moderar ligeramente su postura cuando el Congreso aprobó la Ley de Comisiones Militares en el año 2006. Pero aunque la Casa Blanca utilizó la nueva ley para argumentar que había abandonado la práctica de la tortura, en realidad existían numerosos vacíos legales que permitían a la CIA y otros agentes privados el uso de las técnicas Kubark de privación sensorial y sobrecarga mental, así como otras técnicas "creativas" que incluían la escenificación y simulación del ahogamiento del detenido ("water -boarding"). Antes de firmar la ley, Bush incluyó una "declaración de firmado" estableciendo su derecho a "interpretar el sentido y la aplicación de la Convención de Ginebra" según su criterio. The New York Times describió este documento como "la reescritura unilateral de más de doscientos años de tradición legislativa y Derecho".
Según estas nuevas regulaciones, el gobierno estadounidense era libre de emplear los métodos desarrollados durante los años cincuenta en innumerables operaciones encubiertas, secretismos y desmentidos, sólo que ahora podía utilizarlas a plena luz del día, sin miedo a la persecución legal.
Así, en febrero de 2006, el Comité de Inteligencia Científica, un brazo consultor de la CIA, publicó un informe escrito por un veterano interrogador del Departamento de Defensa.
Declaraba abiertamente que era imprescindible una,
Una de las primeras personas que tuvo que hacer frente a este nuevo orden fue el ciudadano estadounidense, y antiguo miembro de una pandilla urbana, José Padilla.
Fue arrestado en mayo de 2002 en el aeropuerto O'Hare de Chicago, acusado de intentar construir una "bomba sucia".
En lugar de presentar cargos y procesarle por los cauces que ofrecía el sistema legal, Padilla fue considerado combatiente enemigo, lo que le privó de todos sus derechos. Le transportaron hasta una prisión de la Armada en Charleston, en Carolina del Sur. Padilla afirma que le inyectaron una droga, que cree pudiera ser LSD o PCP, y le sometieron a una intensa sesión de privaciones sensoriales: la celda era estrecha y las ventanas estaban tapadas para no dejar pasar la luz.
No le permitían acceder a relojes o calendarios.
Sólo salía de su celda con cadenas, los ojos vendados y cascos para impedir
la percepción cíe cualquier sonido. Padilla pasó 1.307 días en esas
condiciones, sin acceso a ningún contacto humano excepto el de sus
interrogadores. Durante las sesiones de interrogación, éstos bombardeaban
los abotargados sentidos de Padilla con una descarga de luces y sonidos
martilleantes.70
Sin embargo, el juez del tribunal, nombrado por la administración Bush, insistió en que Padilla estaba capacitado para someterse a juicio.
El hecho de que se llevara a cabo ese juicio, en
público, convierte al caso Padilla en algo extraordinario. Miles de
prisioneros detenidos en prisiones a cargo del gobierno estadounidense - y
que a diferencia de Padilla no eran ciudadanos norteamericanos - han sufrido
el mismo régimen de tortura, sin la posibilidad de un juicio público en los
tribunales civiles.
Mamduh Habib, un australiano encarcelado allí, declara que,
Ciertamente, de los testimonios, informes y fotografías que se han filtrado de Guantánamo, se desprende la sensación de que el Allan Memorial Institute de los años cincuenta se ha teletransportado a Cuba.
Al ingresar en la cárcel, se les coloca una
capucha a los detenidos, anteojos oscuros y pesados cascos que les privan de
escuchar sonidos, ver imágenes o conservar nociones espacio-temporales. Les
dejan aislados en sus celdas durante meses, y sólo salen para recibir un
bombardeo de ruidos, como ladridos de perros, luces centelleantes y
grabaciones sin pausa de bebés llorando, música a toda potencia y maullidos
de gatos.
Un detenido liberado, ciudadano británico, les dijo a sus abogados que toda una sección del centro, el Bloque Delta, está reservada para "al menos unos cincuenta" detenidos que han caído en un estado de alucinación permanente.73
Una carta desclasificada del FBI al Pentágono describe a un prisionero de alto valor estratégico que fue,
James Yee, un clérigo musulmán retirado del ejército que trabajaba en Guantánamo, ha descrito a los prisioneros del Bloque Delta, afirmando que presentaban los síntomas clásicos de la regresión extrema.
Los grupos en pro de los derechos humanos señalan que Guantánamo, a pesar de lo horrible que pueda parecer, es en realidad uno de los centros de interrogación gestionados por Estados Unidos y fuera del marco jurídico más flexible y abierto a investigación.
Admiten una relativa labor de control por parte de la Cruz Roja y los abogados. Por todo el mundo, un número indeterminado de prisioneros han desaparecido en la red de "puntos negros" que constituyen las prisiones estadounidenses situadas y controladas en territorio extranjero, o bien se los ha tragado la tierra durante los procesos de extradición.
Los pocos que han sobrevivido a esa pesadilla
afirman haber sufrido todo el arsenal de las tácticas de choque Cameron.
Le llevaron a Egipto, donde vivió en una celda sin luz, con "cucarachas y ratas arrastrándose por mi cuerpo" durante catorce meses.
Nasr permaneció encarcelado en Egipto hasta
febrero de 2007, pero logró sacar al exterior una carta de once páginas
escrita a mano en donde detallaba los abusos que sufría.76
Según un artículo de The Washington Post,
También le aplicaron descargas en los
testículos, según denunció Amnistía Internacional.78
Jumah al-Dossari, un prisionero de Guantánamo que ha intentado suicidarse más de una docena de veces, le dijo a su abogado que durante su detención en Kandahar, bajo custodia norteamericana,
Y Murat Kurnaz, originario de Alemania, tuvo que pasar por situaciones parecidas en otra prisión en Kandahar, también bajo control estadounidense.
Me dijo que a menudo sueña con filas de pacientes entrando y saliendo de un estado onírico inducido por las drogas.
Mientras hablaba, Gail parecía estar muy lejos, hundida en su sillón azul, sus palabras casi sin aliento. Entrecerró los párpados, y pude ver sus ojos moviéndose con rapidez.
Se puso la mano en la sien derecha y dijo con una voz cargada y soñolienta:
Me devané los sesos para recordar una historia apropiada para ese extraño momento y se me ocurrió algo relativamente inocente acerca de la vida en la Zona Verde. El rostro de Gail se relajó lentamente, y su respiración se hizo más pesada.
De nuevo sus ojos azules me miraban fijamente.
Se inclinó y escribió algo en un pedazo de
papel.
Estaban conectados, eran distintas
manifestaciones de una misma y terrible lógica.
No es ningún consuelo para Gail, que tendrá que
vivir para siempre con su columna vertebral dañada y sus recuerdos
quebrados, pero en sus escritos Cameron veía sus actos de destrucción como
un proceso de creación, un regalo para sus desafortunados pacientes que bajo
su cuidadosa labor de repautación, volverían a nacer de nuevo.
Aunque fue un genio en la destrucción de personalidades, fue incapaz de reconstruirlas. Un estudio de seguimiento llevado a cabo después de que Cameron dejara el Allan Memorial Institute determinó que el 75 % de sus pacientes había empeorado después de sus tratamientos.
De los pacientes que desarrollaban una vida laboral normal antes de la hospitalización, más de la mitad fueron incapaces de retomar sus trabajos y otros muchos, como Gail, sufrieron una batería de dolencias físicas y mentales desconocidas.
La "pautación psíquica" no funcionó, ni siquiera
un ápice, y finalmente el Allan Memorial Institute prohibió dichas
prácticas.81
Pero a pesar de lo mucho que se esforzó,
drogando, desorientando y aplicando tratamientos de choque a sus pacientes,
jamás lo consiguió. Resultó ser verdad lo contrario: cuanto más insistía,
más destrozaba a los sujetos de sus estudios. Sus mentes no estaban
"limpias"; más bien quedaban en ruinas, su memoria fracturada y su confianza
traicionada.
En tanto que fervientes creyentes en los poderes redentores del shock, los arquitectos de la invasión británico-estadounidense pensaron que el despliegue de fuerzas sería tan abrumador, tan deslumbrante incluso, que los iraquíes entrarían en una especie de animación suspendida, muy parecida a lo descrito por el manual Kubark.
En esa ventana de oportunidad, los invasores
introducirían un paquete de nuevas medidas de shock - esta vez, económicas -
que crearían una democracia de libre mercado sobre la perfecta tabla rasa
que constituiría el Irak posterior a la invasión.
Ese día jamás llegó. Como Cameron, los doctores
del shock en Irak son capaces de destrozar, pero no parece que sepan
reconstruir nada.
Notas
Milton Friedman y la búsqueda de un laboratorio de laissez -faire
Hay pocos ambientes académicos envueltos en un aura más mítica que la Facultad de Economía de la Universidad de Chicago en la década de 1950, un lugar que era intensamente consciente de sí mismo no sólo como escuela sino como escuela de pensamiento.
No se limitaba a preparar estudiantes, sino que construía y fortalecía la Escuela de Chicago de economía, la creación de una agrupación de académicos conservadores cuyas ideas representaban un baluarte revolucionario contra el pensamiento "estatista" dominante entonces.
No se pasaba a través de las puertas del Edificio de Ciencias Sociales, bajo un cartel que decía "La ciencia es medida" ni se entraba en el legendario comedor, donde los estudiantes ponían a prueba su fuste intelectual atreviéndose a desafiar a sus titánicos profesores, para conseguir algo tan prosaico como una licenciatura. Se pasaban esas puertas para alistarse e ir a la guerra.
Como dijo Gary Becker, economista conservador ganador del Premio Nobel,
Igual que el departamento psiquiátrico de Ewen Cameron en McGill durante ese mismo periodo, la Facultad de Economía de la Universidad de Chicago estaba subyugada por un hombre ambicioso y carismático embarcado en una cruzada para revolucionar por completo su profesión.
Ese hombre era Milton Friedman.
Aunque tenía muchos mentores y colegas que creían igual de firmemente que él en el laissez -faire más radical, fue el impulso de Friedman lo que aportó a la escuela su fervor revolucionario.
La misión de Friedman, como la de Cameron, se basaba en el sueño de regresar a un estado de salud "natural" donde todo estaba en equilibrio, antes de que las interferencias humanas crearan patrones de distorsión.
Si Cameron soñaba con devolver la mente humana a ese estado puro, Friedman soñaba con eliminar los patrones de las sociedades y devolverlas a un estado de capitalismo puro, purificado de toda interrupción como pudieran ser las regulaciones del gobierno, las barreras arancelarias o los intereses de ciertos grupos.
También al igual que Cameron, Friedman creía que cuando la economía estaba muy distorsionada, la única manera de alcanzar el estado previo era infligir deliberadamente dolorosos shocks:
Cameron usaba electricidad para provocar sus shocks; la herramienta que escogió Friedman fue la política, exigiendo que políticos atrevidos de países en dificultades adoptaran la perspectiva del tratamiento de shock.
A diferencia de Cameron, sin embargo, quien
podía aplicar de forma instantánea sus teorías sobre sus pacientes
desprevenidos, Friedman necesitaría dos décadas y varios giros y evoluciones
de la historia antes de disfrutar de la oportunidad de poner en práctica en
el mundo real sus sueños de creación y limpieza radical.
El núcleo de buena parte de la doctrina de Chicago era que las fuerzas económicas de la oferta, demanda, inflación y desempleo eran como las fuerzas de la naturaleza, fijas e inmutables. En el auténtico libre mercado imaginado en las clases y en los textos de Chicago, estas fuerzas coexistían en perfecto equilibrio, la oferta reaccionando con la demanda de la misma forma que la luna empuja las mareas.
Si las economías sufrían de una alta tasa de inflación era invariablemente porque, según la estricta teoría del monetarismo de Friedman, políticos mal aconsejados habían permitido que entrase demasiado dinero en el sistema en lugar de dejar que el mercado alcanzase el equilibrio por sí solo.
Del mismo modo que se autorregulan los
ecosistemas, manteniéndose en equilibrio, el mercado, si se le dejaba a su
libre albedrío, crearía el número preciso de productos a los precios
exactamente adecuados, producidos por trabajadores con sueldos exactamente
adecuados para comprar esos productos: un edén de pleno empleo, creatividad
sin límites e inflación cero.
El capitalismo se considera,
El desafío para Friedman y sus colegas era cómo demostrar que un mercado del mundo real podía estar a la altura de sus fantasías perfectas.
Friedman siempre se enorgulleció de acercarse a la economía con el mismo rigor con el que un físico o un químico se acercan a sus disciplinas. Pero los científicos del mundo físico recurrían a las reacciones de los elementos para probar sus teorías.
Friedman no podía recurrir a ninguna economía real que demostrase que si se eliminaban todas las "distorsiones" lo que quedaba era una sociedad de la abundancia con perfecta salud, pues ningún país del mundo reunía los criterios necesarios para ser considerado un ejemplo del perfecto laissez-faire.
Como no podía demostrar sus teorías en los
bancos centrales o ministerios de Comercio, Friedman y sus colegas tuvieron
que contentarse con elaborar ingeniosas ecuaciones matemáticas y modelos
computerizados en los talleres de los sótanos del Edificio de Ciencias
Sociales.
En su autobiografía dice que su momento de epifanía llegó cuando un profesor de geometría de su instituto escribió el teorema de Pitágoras en la pizarra y entonces, sobrecogido por su elegancia, citó un fragmento de la "Oda a una urna griega" de John Keats:
Friedman transmitió ese mismo éxtasis de amor
por un sistema elegante y onmicomprensivo a generaciones de economistas,
junto con un deseo de simplicidad, elegancia y rigor.
Se sigue ineluctablemente que si algo no
funciona en una economía de libre mercado - alta inflación o desempleo -
tiene que ser porque el mercado no es auténticamente libre. Tiene que haber
alguna intromisión, alguna distorsión del sistema. La solución de Chicago es
siempre la misma: aplicar de forma más estricta y completa los fundamentos
del libre mercado.
Uno de ellos escribió lo siguiente:
Es parcialmente cierto. La naturaleza de la prosperidad global - quién se beneficia de ella y quién no, de dónde surge - es un tema todavía abierto a debate, por supuesto.
Lo que es irrefutable es el hecho de que el
manual de reglas de libre mercado de Friedman y sus astutas estrategias para
imponerlo han hecho que algunas personas prosperen extraordinariamente y les
ha conseguido algo muy cercano a la libertad completa: ignorar las fronteras
nacionales, evitar leyes y tasación y amasar nueva riqueza.
El apartamento de la familia estaba en el mismo edificio que la fábrica que, escribió Friedman,
Aquéllos eran tiempos difíciles para los patronos de fábricas que explotaban a los obreros, con marxistas y anarquistas organizando a los trabajadores inmigrantes en sindicatos que exigían medidas de seguridad y fines de semana libres y que debatían la teoría de la propiedad obrera de los medios de producción en reuniones al finalizar sus turnos de trabajo.
Como hijo del jefe, Friedman sin duda recibió un punto de vista muy distinto sobre estos debates.
Al final, la fábrica de su padre quebró, pero en
sus clases y apariciones televisivas, Friedman habló a menudo de ella,
invocándola como un ejemplo de los beneficios del capitalismo sin
regulaciones, una prueba de que incluso los peores y menos reglamentados
trabajos ofrecen una forma de subir el primer peldaño en la escalera hacia
la libertad y la prosperidad.
En palabras del propio Friedman, sus ideas no consistían en defender el derecho de los propietarios de fábricas a pagar salarios bajos, sino, más bien, consistían en una búsqueda de la forma más pura posible de,
Donde los izquierdistas prometían liberar a los trabajadores de sus jefes, a los ciudadanos de la dictadura y a los países del colonialismo, Friedman prometía "libertad individual", un proyecto que elevaba a cada ciudadano individual por encima de cualquier actividad colectiva y les liberaba para expresar su libre albedrío a través de sus elecciones como consumidores.
Los marxistas tenían su utopía trabajadora, y
los de Chicago tenían su utopía de los emprendedores, y ambos afirmaban que
si se salían con la suya, se llegaría a la perfección y al equilibrio.
Tanto en Estados Unidos como en todas las supuestas economías capitalistas, los de Chicago veían interferencias por todas partes.
Los políticos fijaban precios para hacer algunos productos más asequibles; fijaban salarios mínimos para que no se explotara a los trabajadores y para que todo el mundo tuviera acceso a la educación, que mantenían en manos del Estado.
Muchas veces podía parecer que estas medidas ayudaban a la gente, pero Friedman y sus colegas estaban convencidos - y lo "probaron" en sus modelos - de que lo que en realidad hacían era un daño enorme al equilibrio del mercado y perjudicaban la capacidad de sus diversas señales para comunicarse entre ellas. La misión de la Escuela de Chicago, pues, era conseguir una purificación.
Debían liberar al mercado de esas interrupciones
para que así el libre mercado pudiera elevar su canto.
Toda esa gente no creía en la utopía, sino en economías mixtas, que a ojos de Chicago no eran más que horribles batiburrillos de capitalismo para la fabricación y distribución de productos de consumo, socialismo en la educación, propiedad del Estado en servicios básicos como el agua y de toda clase de leyes diseñadas para atemperar los extremos del capitalismo. Igual que el fundamentalista religioso respeta, aunque les odie, a los fundamentalistas de otras fes y a los ateos y desprecia al creyente informal, los de Chicago declararon la guerra a esos economistas eclécticos.
Lo que buscaban los de Chicago no era
exactamente una revolución, sino una Reforma: un retorno a un capitalismo
puro, no contaminado.
Según Arnold Harberger, que enseñó muchos años en Chicago, "los austriacos", que era como se conocía a aquel subgrupo dentro del grupo, defendían a capa y espada que cualquier intervención estatal no sólo era perjudicial, sino,
En 1947, cuando Friedman se unió a Hayek para formar la Sociedad Mont Pelerin, un club de economistas partidarios del libre mercado cuyo nombre procedía de su sede en Suiza, la sociedad no consideraba adecuado defender que las empresas debían tener libertad para gobernar el mundo como creyeran conveniente.
Todavía estaba fresco el recuerdo del crash de 1929 y de la Gran Depresión que le siguió: los ahorros de toda una vida perdidos de la noche a la mañana, los suicidios, las colas para un plato de sopa en la caridad, los refugiados... La magnitud de aquel desastre del mercado había hecho que cobrara fuerza la exigencia de que el gobierno participara activamente en la economía.
La Depresión no supuso el final del capitalismo, pero sí fue, como John Maynard Keynes había previsto unos pocos años antes, "el fin del laissez -faire", el fin de la libertad del mercado para regularse a sí mismo.13
Desde la década de 1930 hasta principios de la de 1950 transcurrió un período de mucho faire: el ethos de manos a la obra del New Deal dio paso al esfuerzo bélico, se lanzaron programas públicos que ofrecieron los puestos de trabajo que tanta falta hacían y se diseñaron nuevos programas sociales para evitar que un número cada vez mayor de personas se pasara a la extrema izquierda.
Fue una época en la que los pactos entre la izquierda y la derecha no se consideraban algo sucio, sino parte de lo que muchos veían como la noble misión de evitar un mundo - como Keynes le escribió al presidente Franklin D. Roosevelt en 1933 - en el que "ortodoxia y revolución" se vieran obligadas "a enfrentarse entre ellas".14
John Kenneth Galbraith, heredero de las
ideas de Keynes en Estados Unidos, definió la principal misión de
economistas y políticos como "evitar la depresión y prevenir el desempleo".15
Keynes advirtió desde el primer momento que si el mundo adoptaba una estrategia de laissez -faire respecto a la pobreza de Alemania, las consecuencias serían terribles:
En aquellos tiempos nadie hizo caso a sus
palabras, pero cuando se reconstruyó Europa después de la Segunda Guerra
Mundial, las potencias occidentales abrazaron el principio de que las
economías de mercado debían garantizar un nivel de dignidad básica lo
suficientemente alto como para que los ciudadanos desilusionados no se
tornaran de nuevo hacia ideologías más seductoras, fueran el fascismo o el
comunismo.
Defendían reglamentar o incluso nacionalizar la
explotación del petróleo, minerales y otras industrias claves, de modo que
buena parte de los beneficios obtenidos sirvieran para financiar un proceso
de desarrollo financiado por el gobierno.
El laboratorio más avanzado del desarrollismo fue el extremo sur de América Latina, conocido como el Cono Sur:
El epicentro fue la Comisión Económica de Naciones Unidas para América Latina, con sede en Santiago de Chile, dirigida por el economista Raúl Prebisch desde 1950 a 1963.
Prebisch formó a economistas en la teoría
desarrollista y los envió a que sirvieran de asesores económicos de
gobiernos de todo el continente. Los políticos nacionalistas como el
argentino Juan Perón pusieron en práctica sus ideas con enorme placer,
volcando grandes cantidades de dinero público en infraestructuras como
autopistas y fundiciones, ofreciendo a los empresarios locales generosos
subsidios para que construyeran fábricas que fabricaran coches o lavadoras y
evitando la entrada de productos extranjeros con unos aranceles
prohibitivamente altos.
Los trabajadores de las nuevas fábricas fundaron poderosos sindicatos que negociaron salarios de clase media y sus hijos estudiaron en las recién construidas universidades públicas. La enorme distancia entre la élite de club de polo de la región y las masas campesinas empezó a acortarse.
En la década de 1950 Argentina tenía la clase media más numerosa de todo el continente y el vecino Uruguay una tasa de alfabetización del 95 % y un sistema de sanidad pública gratuita para sus ciudadanos.
El desarrollismo consiguió unos éxitos tan indiscutibles durante un tiempo, que el Cono Sur de América Latina se convirtió en un símbolo para los países pobres de todo el mundo:
El éxito de las economías planificadas - en el norte keynesiano y en el sur desarrollista - supuso una época oscura para el Departamento de Economía de la Universidad de Chicago.
A los archienemigos de los de Chicago en
Harvard, Yale y Oxford los reclutaban presidentes y primeros ministros para
que les ayudaran a domar a la bestia del mercado; a casi nadie le
interesaban las atrevidas ideas de Friedman sobre dejar que se moviera
todavía más libre que antes. Había, sin embargo, unas pocas personas que sí
estaban muy interesadas en las ideas de la Escuela de Chicago. Eran pocas,
pero muy poderosas.
Era un arreglo con el que a todo el mundo le iba
bien, pero un retorno a las reglas anteriores al New Deal podía hacer
que a unos pocos les fuera mucho mejor.
No era una cruzada que pudiera liderar el propio Wall Street, no en aquel clima.
Si Walter Wriston, gerente de Citibank e íntimo amigo de Friedman, se hubiera atrevido a decir que el salario mínimo y los impuestos a las empresas deberían abolirse, le hubieran acusado al instante de ser un explotador. Y ahí es donde entró en juego la Escuela de Chicago.
Pronto quedó claro que cuando Friedman, que era un matemático brillante y un hábil orador, afirmaba exactamente esas mismas cosas, éstas adquirían un cariz muy distinto. Puede que se rechazaran como equivocadas, pero quedaban imbuidas de un aura de imparcialidad científica.
El efecto enormemente beneficioso de hacer que
las posiciones de las empresas fueran presentadas en boca de instituciones
académicas o cuasi académicas hizo que llovieran donaciones sobre la Escuela
de Chicago pero además, en muy poco tiempo, dio a luz a una red global de
think tanks de derechas que darían cobijo a los soldados de a pie de la
contrarrevolución en todo el mundo.
Ahí fue donde tantos países,
Para que los gobiernos volvieran al camino correcto, Friedman, en su popular libro Capitalismo y libertad, diseñó lo que se convertiría en el manual del libre mercado y que, en Estados Unidos, constituiría el programa económico del movimiento neoconservador.
Dentro de la fórmula de tres partes de desregulación, privatización y recortes, Friedman tenía muchas salvedades.
Los impuestos, si tenían que existir, debían ser bajos y ricos y pobres debían pagar la misma tasa fija. Las empresas debían poder vender sus productos en cualquier parte del mundo y los gobiernos no debían hacer el menor esfuerzo por proteger a las industrias o propietarios locales. Todos los precios, también el precio del trabajo, debían ser establecidos por el mercado.
El salario mínimo no debía existir. Como cosas a privatizar, Friedman proponía la sanidad, correos, educación, pensiones e incluso los parques nacionales. En resumen, abogaba de forma bastante descarada por el abandono del New Deal, aquella incómoda tregua entre el Estado, las empresas y los trabajadores que había impedido que se produjera una revolución popular tras la Gran Depresión.
La contrarrevolución de la Escuela de Chicago
pretendía que los trabajadores devolvieran las medidas de protección que
habían ganado y que el Estado abandonara los servicios que ofrecía a sus
ciudadanos para suavizar los cantos más afilados del mercado.
Los activos que Friedman apremiaba a los
gobiernos a vender eran el resultado de años de inversiones y know -how
público, necesarios para construirlos y hacerlos valiosos. Por lo que a
Friedman atañía, por una cuestión de principios había que transferir toda
aquella riqueza compartida a manos privadas.
En la primera etapa de la expansión capitalista el colonialismo aportó ese tipo de crecimiento feroz "descubriendo" nuevos territorios y apoderándose de tierras sin pagar por ellas para luego extraer sus riquezas sin compensar a la población local.
La guerra que Friedman había declarado contra el
"Estado del bienestar" y el "gran gobierno" prometía un nuevo frente de
rápido enriquecimiento, sólo que esta vez en lugar de conquistar nuevos
territorios la nueva frontera sería el propio Estado, con sus servicios
públicos y otros activos subastados por mucho menos dinero del que realmente
valían.
Incluso con un republicano de línea dura en la Casa Blanca como Dwight Eisenhower, no había ninguna posibilidad de que se efectuara un giro radical a la derecha como el que proponían los de Chicago: los servicios públicos y las garantías a los trabajadores eran demasiado populares y Eisenhower tenía el ojo puesto en las siguientes elecciones.
Aunque no tenía muchas ganas de revocar el
keynesianismo en casa, Eisenhower resultó más que dispuesto a emprender
medidas rápidas y radicales para derrotar al desarrollismo en el extranjero.
Fue una campaña en la que la Escuela de Chicago acabaría jugando un papel
fundamental.
El Departamento de Estado estaba particularmente preocupado por el creciente éxito de los nacionalismos económicos en el Cono Sur.
En unos tiempos en que buena parte del globo miraba al estalinismo y el maoísmo como soluciones, las propuestas desarrollistas de "sustitución de importaciones" resultaban bastante centristas. Aun así, la idea de que América Latina merecía tener su propio New Deal tenía poderosos enemigos.
A los terratenientes feudales del continente les gustaba el antiguo statu quo, que les permitía tener grandes beneficios y una masa inagotable de campesinos pobres para trabajar sus campos y minas.
Ahora se sentían ultrajados al ver cómo se canalizaban sus beneficios en la construcción de otros sectores, cómo sus trabajadores exigían una redistribución de la tierra y cómo el gobierno mantenía el precio de sus cosechas artificialmente bajo para que la comida no resultara demasiado cara.
Las empresas estadounidenses y europeas que operaban en América Latina empezaron a plantear quejas similares a sus respectivos gobiernos:
Bajo la presión de estos intereses empresariales, surgió en los círculos de la diplomacia estadounidense e inglesa un movimiento que intentaba colocar a los gobiernos desarrollistas en la lógica binaria típica de la Guerra Fría.
No había que dejarse engañar por el aspecto democrático y moderado de estos gobiernos, afirmaban estos halcones: el nacionalismo del Tercer Mundo era el primer paso en el camino hacia el comunismo totalitario y había que acabar con él antes de que echara raíces.
Dos de los principales defensores de esta teoría fueron John Foster Dulles, el secretario de Estado de Eisenhower, y su hermano Alien Dulles, director de la recién creada CIA.
Antes de ocupar cargo público, ambos habían trabajado en el legendario bufete de abogados Sullivan & Cromwell, de Nueva York, donde habían representado a muchas de las empresas que más tenían que perder con el desarrollismo, entre las cuales se contaban,
Los resultados de la influencia de los Bulles fueron inmediatos:
La empresa, que contaba con la atención de los Dulles desde sus días en Cromwell, estaba indignada porque el presidente Jacobo Arbenz Guzmán había expropiado tierras que no usaba (ofreciendo la correspondiente indemnización) como parte de su proyecto para transformar Guatemala, en sus propias palabras,
En poco tiempo se derrocó a Arbenz y la United Fruit volvió a regir los destinos del país. Erradicar el desarrollismo del Cono Sur, donde había arraigado mucho más, era una cuestión mucho más compleja.
Sobre ello discutieron dos estadounidenses que se reunieron en Santiago de Chile en 1953.
A Patterson le preocupaba cada vez más la creciente influencia de Raúl Prebisch y los demás economistas "rosas" de América Latina.
Este objetivo coincidía con la creencia de Schultz de que el gobierno de Estados Unidos no se empleaba lo necesario en la guerra intelectual contra el marxismo.
Los dos hombres diseñaron un plan que convertiría Santiago, un semillero de la economía centrada en el Estado, en lo opuesto, un laboratorio para experimentos de vanguardia sobre el mercado, ofreciendo así a Milton Friedman lo que deseaba hacía tanto tiempo: un país en el que poner a prueba sus queridas teorías.
El plan original era sencillo: el gobierno estadounidense pagaría para enviar a estudiantes chilenos a aprender economía en lo que prácticamente todo el mundo reconocía que era el lugar más rabiosamente anti "rosa" del mundo: la Universidad de Chicago.
Schultz y sus colegas en la universidad también
recibirían dinero para viajar a Santiago, investigar la economía chilena y
formar estudiantes y profesores en los fundamentos de la Escuela de Chicago.
Al escoger Chicago para formar economistas chilenos - una universidad en la que los profesores abogaban por el casi completo desmantelamiento del gobierno con tenaz insistencia - el Departamento de Estado estadounidense disparaba un torpedo bajo la línea de flotación en su guerra contra el desarrollismo, diciéndoles de hecho a los chilenos que el gobierno de Estados Unidos había decidido qué ideas debían aprender sus mejores estudiantes y cuáles otras no.
Se trató de una intervención tan evidente de Estados Unidos en los asuntos de Latinoamérica que cuando Albion Patterson contactó con el rector de la Universidad de Chile, la principal universidad del país, y le ofreció una donación con la que financiar el programa de intercambio, el rector rechazó la oferta.
Dijo que sólo participaría si su claustro podía tener influencia sobre quién en Estados Unidos formaría a sus alumnos.
Patterson contactó entonces con el rector de una institución de menor importancia, la Universidad Católica de Chile, un centro mucho más conservador que carecía de Facultad de Economía.
El rector de la Universidad Católica aceptó la oferta encantado y así nació lo que en Washington y Chicago se conocería como "el Proyecto Chile".
Esta postura combativa fue evidente desde el
principio: el objetivo del Proyecto Chile era producir combatientes
ideológicos que ganaran la batalla de las ideas contra los economistas
"rosa" de América Latina.
En 1965 se amplió el programa para incluir a estudiantes de toda Latinoamérica, con una proporción particularmente alta de argentinos, brasileños y mexicanos. La expansión se financió con una donación de la Fundación Ford y posibilitó la creación del Centro de Estudios Económicos Latinoamericanos de la Universidad de Chicago. Gracias a este programa hubo siempre entre cuarenta y cincuenta estudiantes latinoamericanos en la licenciatura de economía, aproximadamente un tercio del total de estudiantes del departamento.
En programas equivalentes de Harvard o del MIT sólo había cuatro o cinco latinoamericanos.
Fue un logro espectacular: en sólo una década,
la ultraconservadora Universidad de Chicago se convirtió en el primer
destino de los latinoamericanos que querían estudiar económicas en el
extranjero, un hecho que cambiaría el curso de la historia de la región en
las décadas siguientes.
El director del programa, el hombre responsable de hacer que los latinoamericanos se sintieran bienvenidos, era Arnold Harberger, un economista que vestía traje de safari, hablaba un español fluido, se había casado con una chilena y se describía a sí mismo como un "misionero muy comprometido".23
Cuando llegaron los primeros estudiantes chilenos, Harberger creó un "taller de Chile" especial, donde los profesores de la Universidad de Chicago presentaban su diagnóstico altamente ideologizado de los problemas del país sudamericano y ofrecían sus recetas científicas para arreglarlos.
Todas las políticas de Chile se pusieron bajo el microscopio y se consideraron defectuosas: su sólida red de seguridad social, su proteccionismo de la industria nacional, sus barreras arancelarias, su control de precios.
A los estudiantes se les enseñó a despreciar esos intentos de aliviar la pobreza y muchos de ellos dedicaron sus tesis doctorales a diseccionar las locuras del desarrollismo latinoamericano.25
Cuando Harberger regresaba de sus frecuentes viajes a Santiago en los años cincuenta y sesenta, Gunder Frank recuerda que se dedicaba a fustigar el sistema educativo y sanitario de Santiago de Chile - los mejores del continente - a los que consideraba,
Dentro de la Fundación Ford había preocupación por financiar un programa tan abiertamente ideológico.
Algunos señalaron que los únicos conferenciantes latinoamericanos a los que se invitaba a dirigirse a los estudiantes eran ex alumnos del propio programa.
Esta evaluación no impidió que Ford continuara
financiando el programa.
* Water Heller, el famoso economista del gobierno de Kennedy, se burló en una ocasión de los seguidores de Friedman comparándolos con una secta y diciendo que se dividían en tres categorías: "Algunos son friedmanos, otros friedmanianos, otros fried-mánicos y otros friedmaníacos."
Muchos trabajaron como profesores de economía en la Facultad de Económicas de la Universidad Católica, a la que convirtieron rápidamente en su pequeña Escuela de Chicago en el centro de Santiago:
Hacia 1963, doce de los trece miembros del claustro a tiempo completo de la facultad eran graduados del programa de la Universidad de Chicago y Sergio de Castro, uno de los primeros graduados, fue nombrado decano de la facultad.29
Ahora ya no hacía falta que los estudiantes
chilenos viajaran a Estados Unidos: cientos de ellos podían recibir una
educación al estilo de la Escuela de Chicago sin salir de casa.
Gracias a más fondos de USAID, los Chicago Boys chilenos se convirtieron en entusiastas embajadores regionales de las ideas que los latinoamericanos llaman "neoliberalismo", y viajaron a Argentina y Colombia para abrir más franquicias de la Universidad de Chicago para así,
Juan Gabriel Valdés, ministro de Asuntos Exteriores chileno en la década de 1990, describió el proceso mediante el cual se formó a cientos de economistas chilenos en la ortodoxia de la Escuela de Chicago como,
Señaló que,
Fue una forma desvergonzada de imperialismo intelectual. Hubo, sin embargo, un problema: el sistema no funcionaba.
Según un informe de 1957 de la Universidad de Chicago a sus financiadores del Departamento de Estado,
Pero los Chicago Boys no habían alcanzado
el gobierno de sus países en ninguna parte. De hecho, estaban quedándose
atrás.
Los marxistas defendían nacionalizaciones
masivas y reformas agrarias radicales; los centristas decían que la clave
estaba en una cooperación económica mayor entre los países latinoamericanos,
con el objetivo de transformar la región en un poderoso bloque comercial que
pudiera rivalizar con Europa y América del Norte. En las urnas y en las
calles, el Cono Sur estaba dando un giro a la izquierda.
En Argentina, un gobierno militar trataba de
derrotar unas propuestas similares prohibiendo que el partido de Juan Perón
se presentase a las elecciones, pero sólo consiguió radicalizar todavía más
a una nueva generación de jóvenes peronistas, muchos de los cuales estaban
dispuestos a recurrir a las armas para recuperar el país.
En las históricas elecciones chilenas de 1970 el país se había desplazado tan a la izquierda que, sin excepción, los tres principales partidos políticos estaban a favor de nacionalizar la principal fuente de dividendos del país: las minas de cobre controladas por grandes empresas mineras estadounidenses.33
En otras palabras, el Proyecto Chile había sido
un fracaso muy caro. Como combatientes ideológicos que libraban una pacífica
batalla de ideas con sus enemigos de la izquierda, los Chicago Boys
habían fracasado completamente en su misión. No sólo el debate económico
seguía derivando más y más a la izquierda, sino que los Chicago Boys
eran tan poco importantes que ni siquiera se les tenía en cuenta en ninguna
franja del abanico electoral chileno.
Nixon,
Y en ninguna parte fue más creativa que en
Chile.
Allende pertenecía a una nueva raza de revolucionario latinoamericano: igual que el Che Guevara, era médico, pero a diferencia del Che, también lo parecía, pues su imagen y su traje de tweed lo alejaban de la imagen romántica de la guerrilla. Podía pronunciar discursos tan feroces como los de Fidel Castro, pero era un demócrata convencido que creía que el cambio socialista en Chile debía llegar a través de las urnas, no a través de las armas.
Cuando Nixon se enteró de que habían escogido presidente a Allende, lanzó su famosa orden al director de la CIA, Richard Helms, de que "hiciera chillar a la economía".35
La elección también resonó con fuerza en el departamento de Economía de la Universidad de Chicago.
Arnold Harberger estaba en Chile cuando ganó Allende. Escribió una carta a sus colegas describiendo el acontecimiento como una "tragedia" e informándoles de que,
Aunque Allende se comprometió a negociar indemnizaciones justas para compensar a las empresas que perdían propiedades e inversiones, las multinacionales estadounidenses temían que Allende representara el comienzo de una tendencia general en toda América Latina, y muchas no estaban dispuestas a aceptar perder unos recursos que se habían convertido en una porción importante de sus beneficios.
Hacia 1968, el 20 % del total de inversiones extranjeras de Estados Unidos se dirigían a Latinoamérica y las empresas estadounidenses tenían 5.436 filiales en la región.
Los beneficios que producían estas inversiones
eran sobrecogedores. Las empresas mineras habían invertido mil millones de
dólares durante los cincuenta años previos en la industria minera chilena -
la mayor del mundo - pero a cambio habían enviado a casa 7.200 millones de
dólares de beneficios.37
El centro de esta actividad fue el Comité Ad Hoc de Chile, con sede en Washington y formado por las principales empresas mineras estadounidenses con propiedades en Chile, así como por la empresa que, de hecho, lideraba el comité, International Telephone and Telegraph Company (ITT), que poseía el 70 % de la compañía telefónica chilena, que pronto iba a nacionalizarse.
Purina, Bank of America y Pfizer Chemical
también enviaron delegados al comité en varias fases de su existencia.
Tenían muchas ideas sobre cómo causar dolor a Allende. Según las actas de las reuniones que se han hecho públicas, las empresas planeaban bloquear los créditos estadounidenses a Chile y,
Y la lista sigue.39
Su hijo Francisco recuerda con particular alegría los momentos en que su padre tocaba la guitarra y cantaba canciones populares en las fiestas con amigos en su casa de Washington.40
Pero incluso a pesar de todo el encanto y la
habilidad de Letelier, las negociaciones nunca tuvieron ninguna posibilidad
de éxito.
Ante aquellas acusaciones, y con Allende todavía en el poder, el Senado de Estados Unidos, controlado por los demócratas, inició una investigación y descubrió un extenso complot en el que ITT había ofrecido un millón de dólares en sobornos a la oposición chilena y,
El informe del Senado, publicado en junio de 1973, descubrió también que cuando el plan fracasó y Allende llegó al poder, ITT adoptó una nueva estrategia diseñada para asegurarse de que "no se mantuviera en el cargo ni seis meses".
Lo que más alarmó al Senado fue la relación entre los directivos de ITT y el gobierno de Estados Unidos. A través de los testimonios y documentos obtenidos durante la investigación, quedó claro que ITT participaba directamente en el diseño al más alto nivel de la política estadounidense respecto a Chile.
En un momento dado, un directivo importante de ITT escribió al asesor de Seguridad Nacional, Henry Kissinger, y le sugirió que,
La empresa se tomó además la libertad de preparar una estrategia de dieciocho puntos para la administración Nixon que contenía una petición clara de un golpe de Estado:
Cuando el comité del Senado les apretó las tuercas sobre sus desvergonzados intentos de emplear el poder del gobierno de Estados Unidos para subvertir el proceso constitucional chileno sólo para hacer prosperar los propios intereses económicos de ITT, el vicepresidente de la empresa, Ned Gerrity, pareció auténticamente confuso.
El comité contestó en su informe:
Aun así, a pesar de los años de implacable juego sucio de Estados Unidos, durante los que ITT fue simplemente el ejemplo más público, en 1973 Allende seguía en el poder.
Ocho millones de dólares invertidos en operaciones secretas no habían conseguido debilitar su popularidad. En las elecciones de mitad de mandato de ese año, el partido de Allende incluso ganó terreno respecto a las elecciones de 1970. Estaba claro que el deseo de un modelo económico distinto no había calado en Chile y que el apoyo a una alternativa socialista ganaba terreno.
Para los opositores de Allende, que llevaban planeando derrocarlo desde el mismo día en que se conocieron los resultados de las elecciones de 1970, eso significaba que sus problemas no iban a solucionarse simplemente librándose de él, pues simplemente le sustituiría algún otro.
Hacía falta un plan más radical.
Uno era el de Brasil, el otro el de Indonesia. Cuando la junta brasileña, dirigida por el general Humberto Castello Branco y apoyada por Estados Unidos, se hizo con el poder en 1964, el ejército tenía el plan de no sólo revocar los programas favorables a los pobres de Joao Goulart sino de convertir Brasil en un país totalmente abierto a la inversión extranjera.
Al principio los generales brasileños trataron de imponer su programa de un modo relativamente pacífico. No hubo muestras abiertas de brutalidad, no hubo arrestos generalizados, y aunque con posterioridad se descubrió que algunos "subversivos" habían sido brutalmente torturados durante este período, el número fue lo bastante pequeño (y Brasil lo bastante grande) para que los rumores sobre ello casi no pasaran de los muros de las cárceles.
La Junta se esforzó también por mantener ciertos
visos de democracia, incluyendo una limitada libertad de prensa y de
reunión, por lo que a la toma del poder de los militares se la conoció como
el "golpe de los caballeros".
Hacia 1968 las calles estaban saturadas de manifestaciones anti-junta, las mayores convocadas por los estudiantes, y el régimen estaba en serio peligro.
En un gambito desesperado para mantenerse en el poder, el ejército cambió radicalmente de táctica: se eliminaron por completo los restos de la democracia, se negaron todas las libertades civiles, se recurrió sistemáticamente a la tortura y, según la Comisión de la Verdad que luego se establecería en Brasil,
El golpe de Indonesia en 1965 siguió una ruta muy distinta.
Desde la Segunda Guerra Mundial, el país había sido gobernado por el presidente Sukarno, el Hugo Chávez de aquellos tiempos (aunque desprovisto del gusto de Chávez por las elecciones).
Sukarno irritó a los países ricos con medidas proteccionistas para la economía de Indonesia, redistribuyendo la riqueza y echando al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial, a los que acusó de ser meras tapaderas de los intereses de las multinacionales occidentales.
Aunque Sukarno era un nacionalista, no un comunista, trabajó muy unido al Partido Comunista, que tenía tres millones de afiliados. Los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña estaban decididos a acabar con el gobierno de Sukarno.
Documentos desclasificados muestran que la CIA había recibido órdenes desde los altos escalafones de la administración para,
Después de varios intentos fallidos, la oportunidad se presentó en octubre de 1965, cuando el general Suharto, apoyado por la CIA, empezó a hacerse con el poder y a erradicar a la izquierda.
La CIA había compilado en secreto una lista de los principales líderes de la izquierda del país, un documento que acabó en manos de Suharto, mientras que el Pentágono le ayudó suministrándole armas y radios de campaña para que las fuerzas del ejército indonesio pudieran comunicarse en las partes más remotas del archipiélago.
Suharto envió entonces a sus soldados a cazar a los cuatro o cinco mil izquierdistas que aparecían en sus "listas de ejecuciones", tal y como las llamaba la CIA. La embajada de Estados Unidos recibía regularmente informes sobre los progresos realizados.46
Conforme llegaba la información, la CIA iba tachando nombres de la lista hasta que quedó convencida de que la izquierda indonesia había sido efectivamente erradicada.
Una de las personas que participaron en la operación fue Robert J. Martens, que trabajaba en la embajada estadounidense en Yakarta.
Las listas de ejecuciones cubrían los objetivos específicos a eliminar; las masacres indiscriminadas por las que Suharto se hizo tristemente célebre fueron, en su mayor parte, delegadas a los estudiantes religiosos.
El ejército los entrenó rápidamente y los envió a pueblos con instrucciones del jefe de la marina de "barrer" el campo de comunistas.
En poco más de un mes al menos medio millón y probablemente hasta un millón de personas fueron asesinadas, "masacradas a miles", según Time.49
En Java Oriental,
La experiencia Indonesia fue estudiada con mucha atención por los individuos e instituciones que planeaban el derrocamiento de Salvador Allende en Washington y en Santiago.
Lo que resultaba interesante no era sólo la
brutalidad de Suharto sino el extraordinario papel que había jugado un grupo
de economistas indonesios educados en la Universidad de California en
Berkeley, conocidos como la "mafia de Berkeley". Suharto resultó muy
efectivo en la labor de librarse de la izquierda, pero fue la mafia de
Berkeley quien preparó el plan económico para el futuro del país.
También habían vuelto a casa y creado una fiel copia de un Departamento de Economía al estilo occidental en la Facultad de Económicas de la Universidad de Indonesia.
Ford había enviado a profesores estadounidenses a Yakarta para establecer la escuela, igual que los profesores de Chicago habían ido a ayudar al nuevo Departamento de Economía de Santiago.
Los estudiantes financiados por Ford se convirtieron en los líderes de los grupos de los campus que participaron en el derrocamiento de Sukarno y la mafia de Berkeley trabajó estrechamente con el ejército en los preparativos del golpe, desarrollando "planes de contingencia" por si el gobierno caía de repente.* 52
* No todos los profesores estadounidenses enviados bajo este programa se sintieron cómodos en este papel. "Yo creía que la universidad no debía implicarse en lo que esencialmente estaba convirtiéndose en una rebelión contra el gobierno", dijo Len Doyle, el profesor de Berkeley que dirigía el programa de formación en economía de Ford en Indonesia. Ese punto de vista hizo que enviaran a Doyle de vuelta a California y le reemplazasen por otra persona.
Estos jóvenes economistas ejercían una enorme influencia en el general Suharto, que no sabía nada de altas finanzas. Según la revista Fortune, la mafia de Berkeley grababa clases de economía en cintas para que Suharto las pudiera escuchar en su casa.53
Cuando se reunían con él personalmente,
Otro graduado de Berkeley definió la relación de este modo: nosotros,
Y así fue.
Suharto llenó su gobierno de miembros de
la mafia de Berkeley, entregándoles todos
los puestos económicos importantes, incluidos el Ministerio de Comercio y la
embajada en Washington.56
Sin embargo, la mafia de Berkeley fue de lo más generosa con los inversores extranjeros que ansiaban caer sobre las inmensas riquezas minerales y la abundancia petrolífera de Indonesia, descrita por Richard Nixon como el "gran tesoro del Sureste asiático".* 57
* Curiosamente, Arnold Harberger se convirtió en asesor del Ministerio de Finanzas de Suharto en 1975.
Se aprobaron leyes que permitían a empresas
extranjeras el control total de estos recursos, se concedieron "vacaciones
fiscales" por doquier y en menos de dos años, las riquezas naturales de
Indonesia - el cobre, el níquel, las maderas nobles, el caucho y el petróleo
- estaban repartidos entre las multinacionales más importantes de la
industria minera y energética mundial.
Los brasileños habían hecho escaso uso del poder
del shock, y habían esperado años antes de mostrar su apetito por lo brutal.
Fue un error casi fatal, puesto que sus adversarios tuvieron ocasión de
reagruparse y algunos pudieron organizar facciones izquierdistas y
guerrillas armadas. Aunque la Junta logró mantener las calles limpias, la
creciente oposición actuó como un elemento obstaculizador de sus planes
económicos.
Utilizó tácticas de terror sin vacilar, más allá de lo imaginable, y logró que un pueblo que apenas unas semanas antes pugnaba por establecer su independencia terminara cediendo, absolutamente aterrado, el control total del gobierno a Suharto y sus verdugos.
Ralph McGehee, director de operaciones de la CIA de alto rango durante los años del golpe militar, dijo que Indonesia era una,
La otra lección esencial procedente de Indonesia tenía que ver con la alianza previa entre Suharto y la mafia de Berkeley.
Dado que estaban dispuestos a ocupar posiciones
"tecnócratas" en el nuevo gobierno y ahora que Suharto ya era un converso,
el golpe no sólo eliminó la amenaza nacionalista sino que transformó
Indonesia en uno de los lugares más agradables y cómodos para los inversores
extranjeros de todo el mundo.
Poco después de resultar elegido Allende, sus oponentes nacionales empezaron a imitar la pauta indonesia con inquietante precisión.
La Universidad Católica, hogar de los Chicago Boys, se convirtió en la zona cero de creación de lo que la CIA denominó "clima de golpe".59 Muchos estudiantes se afiliaron al frente fascista Patria y Libertad, y desfilaron al paso de oca por las calles de Santiago de Chile en abierta imitación de las Juventudes Hitlerianas.
En septiembre de 1971, tras un año de mandato de Allende, los principales líderes empresariales chilenos celebraron una reunión de emergencia en la ciudad costera de Viña del Mar para desarrollar una estrategia coherente para el cambio de régimen.
Según Orlando Sáenz, presidente de la Sociedad de Fomento Fabril (generosamente financiada por la CIA y por muchas multinacionales afines en Washington), los allí reunidos decidieron que,
Los empresarios organizaron una "estructura de guerra"; una parte establecería relaciones con el ejército, y otra sección, según Sáenz, se ocuparía de,
Sáenz reclutó a varios elementos clave de los Chicago Boys para preparar esos programas alternativos y los instaló en unas dependencias cercanas al palacio presidencial en Santiago.61
El grupo, dirigido por el recién llegado de Chicago Sergio de Castro y por Sergio Undurraga, su colega de la Universidad Católica, empezó a reunirse en secreto con regularidad semanal, para desarrollar detalladas propuestas sobre cómo reconstruir radicalmente la estructura económica del país siguiendo los dictados neoliberales.62
Según una posterior investigación del Senado estadounidense,
Durante algún tiempo, la planificación del golpe transcurrió por dos vías paralelas diferenciadas:
Cuando el clima llegó al punto de ebullición adecuado para una solución violenta, los dos canales abrieron un diálogo coordinado, con Roberto Kelly - un empresario relacionado con el periódico El Mercurio, financiado por la CIA - como el mensajero entre ambas partes.
A través de Kelly, los Chicago Boys enviaron un
resumen de cinco páginas de su programa de medidas económicas al almirante
de la Marina a cargo del plan militar. Éste dio su aprobación, y a partir de
entonces los Chicago Boys trabajaron contrarreloj para tener el programa
listo el día del golpe militar.
Según un comité del Senado que investigó lo sucedido,
Ocho de los diez principales autores del
"ladrillo" habían estudiado economía en la Universidad de Chicago.65
Cuando finalmente se produjo, el golpe de Chile presentó tres formas distintas de shock, una receta que se repetiría en países vecinos y que surgiría de nuevo, tres décadas más tarde, en Irak.
El shock del propio golpe militar fue seguido inmediatamente por dos formas adicionales de choque.
Las tres formas de shock convergieron en los cuerpos de los ciudadanos latinoamericanos y en el cuerpo político de la zona, desatando un huracán sin fin de destrucción y reconstrucción mutuamente reforzadas, eliminación y creación, en un ciclo monstruoso.
El choque del golpe militar preparó el terreno de la terapia de shock económica. El shock de las cámaras de tortura y el terror que causaban en el pueblo impedían cualquier oposición frente a la introducción de medidas económicas.
De este laboratorio vivo emergió el primer
Estado de la Escuela de Chicago, y la primera victoria de su
contrarrevolución global.
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