por Mark Crispin Miller
13 Diciembre 2005
del Sitio Web
VolatireNet
Mark Crispin Miller
Especialista en el estudio de los medios de comunicación y profesor en la
Universidad de New York, donde trabaja.
Es también el autor de
«Boxed In
- The Culture of T.V.» y de la célebre obra
«The Bush Dyslexicon
- Observations
on a National Disorder».
El profesor e investigador
universitario estadounidense Mark Crispin Miller (foto derecha),
autor de este artículo.
Este artículo apareció originalmente en marzo 2003. |
Los grandes medios de comunicación en EE.UU., sean prensa escrita, radial o
audiovisual se han alineado con el poder político.
Este fenómeno nuevo en
este siglo por su dimensión, se debe sobre todo a que la gran prensa - que a
la base son empresas comerciales trabajando con la información -, hayan dado
prioridad a su interés económico, donde tienen más a ganar financieramente
que defendiendo la libertad de expresión e informando a la ciudadanía.
En
esta alianza pervertida, con el capital multinacional y el poder político
que abona el terreno, los grandes medios han escogido su campo.
La historia
de un escritor norteamericano fallecido nos revela de cómo funciona este
sistema.
El presidente George W. Bush
dirigiéndose a la muchedumbre en su discurso de
la «Guerra contra el terror».
Filadelfia, 12 diciembre 2005.
Cuando el periodista estadounidense James Hatfield
[1] comenzó a redactar su
libro
El Nerón del Siglo XXI, George W. Bush presidente, una investigación
biográfica del actual presidente de los Estados Unidos, no tenía la más
mínima idea ni se imaginaba tampoco de lo que le esperaba. En ningún momento
al autor se le ocurrió destruir la imagen de aquel hombre [Bush] al que
los
dioses habían dado su bendición.
No, destruirlo no era su intención.
Aunque el libro crítico, el contenido de esta obra sobre el presidente
norteamericano no era hostil (como lo muestra claramente el libro). Parecía
como que si James Hatfield se sintiese atraído por esta biografía (y
personaje), en parte porque veía en Bush otra cosa, otra imagen, de lo que
éste mostraba a la opinión pública a través de los medios de comunicación.
Hatfield veía en él a alguien que había triunfado, [que había conquistado el
poder político], a pesar de un pasado turbio.
James Hatfield, (derecha) autor del libro "El Nerón del siglo XXI",
fue
encontrado muerto después de haber sido amenazado.
El objetivo del periodista era la de escribir
una biografía detallada del presidente, así que recurrió y contactó a
algunos de sus más cercanos colaboradores -Karl Rove [2] y Clay Johnson [3] - para lo guiaran y le
proporcionaran información de primera mano en la realización de este trabajo,
lo cual no corresponde ciertamente a la manera de proceder de un autor quien
busca a destruir la imagen de un personaje.
Hatfield partía de la base o idea que la simple verdad, presentada de forma
justa e imparcial, justificaría todo lo que pudiese descubrir en el pasado
de George W. Bush, y se lanzó a fondo en esta misión sin imaginar el
suplicio final que le esperaba.
Los detalles de su castigo público (su crucifixión por haber osado escribir
un tal libro) - la divulgación intempestiva de sus antecedentes penales por
la prensa estadounidense para desacreditarlo, la falta de habilidad de su
parte para responder tales ataques y la explotación ávida del caso por los
medios - resultan ya familiares a quienes conocen la historia de James Hatfield.
Pero se sabe mal que el equipo de asesores de George W. Bush envió un
mensaje personal amenazante a este incómodo autor, un poco antes de la
publicación del libro por la casa editorial Soft Skull [4].
Efectivamente, James Hatfield llamó inoportunamente a
Clay Johnson para
comunicarle su regocijo por la nueva versión del libro que saldría pronto en
las librerias.
El propio James contó a los cineastas Suki Hawley y
Michael Galinsky [5] que había llamado desde la casa de su suegra:
«Me mostré un
poco demasiado seguro de mí mismo», dijo en aquel entonces...
Hatfield cuenta:
«Mientras caminaba de un lado a otro con mi teléfono
celular, llamé a una de las fuentes nada más que para decirle que el libro
iba a salir de nuevo [6], como diciéndole: 'Ja jaa, ustedes trataron de
impedirlo ¡pero va a salir otra vez!'”.
Y esa persona me pareció un poco... exasperada, esa es la mejor manera de
decirlo. Pero no perdió su sangre fría.
Entonces, me dijo por teléfono:
“Oiga, en primera, seguiremos desacreditándolo siempre que sea posible.
Seguiremos diciendo que es un ex convicto y todo lo demás, que lo que usted
escribe es ciencia ficción y no sé qué más”.
La canción de siempre... “y lo
pondremos en evidencia siempre que sea posible”.
Yo respondí:
“Sí, pero la diferencia es que esta vez voy ponerlo todo encima
de la mesa. No me quedaré cruzado de brazos”.
Y agregué:
Si esta vez Bush
dice ese tipo de cosas en la prensa, yo diré: “Bien, quizás sea difícil
conocer a alguien, y quizás si mi padre hubiera sido rico, yo no hubiese ido
a dar a Texas a remover tierra en las plantaciones de algodón en una finca
de una penitenciaría, y...”
Yo había preparado mi discursito, y él me contestó:
«“Además, en segundo lugar, usted tendrá que
ocuparse seriamente de la seguridad de su mujer y de su bebé”, que llamó
por su nombre - Haley [7] - Las llamó a las dos por sus
nombres».
James Hatfield tuvo miedo y pidió inmediatamente a su abogado que impidiera
la publicación de su libro, pero ya era demasiado tarde para hacerlo, el
libro ya estaba en circulación comercial. Trató entonces de apartar de su
mente aquella amenaza de su muerte. Pero nunca se recuperó verdaderamente de
aquel incidente.
El resto, como se dice, es historia – o por lo menos los fragmentos de ella
que la gente pudo conocer.
Bush se convirtió en presidente de Estados Unidos
(en el mayor fraude en la historia de los EE.UU.) y quienes le prestaron su
apoyo directo fueron ampliamente recompensados con altos puestos dentro de
su administración.
Karl Rove, el consejero de Bush.
Karl Rove se convirtió en el propagandista presidencial más poderoso en la
historia de la nación, con acceso a todas las reuniones de la Casa Blanca,
tanto como si se trataba de un ministro de relaciones exteriores o de igual
en asuntos de política doméstica.
Por su parte, Clay Johnson – quien fue compañero de aula de Bush en colegio
de Andover – fue primero «Director ejecutivo de la transición Bush», antes de
convertirse en el jefe de personal de la Casa Blanca.
Y a James Hatflied le fallaron los nervios según dicen. El miedo y el
ostracismo fueron demasiado para él.
El 17 de julio de 2001 – día en que el
vicepresidente [estadounidense] Dick Cheney politiqueaba para obtener más
petróleo y más energía nuclear, mientras que Bush entregaba en la Casa
Blanca la Medalla de Honor a un piloto de helicóptero que había salvado
tropas en Vietnam – James alquiló la habitación 312 en el hotel Days Inn en
la ciudad de Springdale, en Arkansas, y se tomó un puñado de antidepresivos
que bajó con enormes cantidades de jugo de frutas y vodka.
El personal de auxilio lo encontró al otro día sin vida (mientras Bush
estaba de viaje a Europa con vistas a la violenta y sangrienta cumbre del
G-8, en Italia).
[Esta tesis sin embargo ha sido cuestionada seriamente por
un periodista de investigación que conocía muy bien la historia de James Hatfield y que publicaremos esta semana].
Un manifestante antiglobalización es agredido violentamente por la policía
italiana
en el reunión del G-8 en Génova, Italia, en 2001.
Foto Indymedia.
Aunque su destino reviste un carácter un poco particular en los anales de la
biografía no autorizada, James Hatfield no fue seguramente el único que
ignoraba lo que le esperaba si se metía con los Bushevicks [8].
Han pasado más de cinco años después de la Restauración forzosa de estos
últimos, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que muy pocos de entre
nosotros, quizás ninguno, hubiésemos adivinado los extremos a los que serían
capaces de llegar si los dejábamos volver al poder. Retrospectivamente, sin
embargo, la ruina de James - resultado conjunto de la máquina Bush y de
una prensa sumisa - deja entrever lo que nos espera.
En primer lugar, la determinación del equipo de Bush por acabar con el libro
de James Hatfield era un claro presagio de su obsesivo deseo de acallar toda
información pública que no fueran los retazos que ellos mismos habían
preparado y acomodado.
Claro está, Rove y su camarilla tenían poderosas razones para desacreditar
El Nerón del Siglo XXI, George W. Bush presidente – las alegaciones sobre la
implicación de Bush en un caso de posesión de cocaína en que finalmente se
dijo que él no tenía nada que ver, alegaciones que representaban una amenaza
doblemente grave para la propaganda electoral que había puesto de moda el
término «transparencia» – y repetían sin cesar la grotesca mentira de que Bush era un tipo como usted y yo.
Sin embargo, no es falso decir que el ataque contra Hatfield iba más allá de
la simple necesidad de acallar una historia picante, porque el deseo de
enterrar la verdad es una característica innata en esa gente (el clan Bush).
La visión que tienen de Estados Unidos no es la de la Declaración de
Derechos sino la de las reuniones del consejo administrativo de Halliburton
y otros cónclaves similares, la de las intrigas del Pentágono y la CIA, para
quienes la transparencia democrática no representa un deber cívico sino un
gran problema.
Desde el principio, y mucho antes de que se robaran la elección, el régimen
Bush/Cheney se caracterizó por su obsesión paranoica por el secreto – el
rechazo del mentiroso vicepresidente a revelar el contenido del plan
energético de la Casa Blanca no fue más que la más polémica de estas áreas
oscuras, entre las que se encuentran también el sospechoso intento de Bush
de esconder los documentos relativos a su época de gobernador incluyéndolos
en la biblioteca presidencial de su padre, así como los esfuerzos de su
equipo por eliminar unas 68,000 páginas de documentos de Ronald Reagan [9]
que la propia familia Reagan deseaba publicar.
Pero fue después del 11 de septiembre 2001 que la Casa Blanca comenzó
realmente a tapiar las ventanas.
El presidente dejó entender con toda
claridad que, en lo adelante, nosotros, el pueblo, no podríamos saber lo que
nuestras propias tropas y espías estaban haciendo, y su ministro de Justicia
llamó a las agencias del gobierno estadounidense a ignorar los pedidos
presentados en el marco de la Ley sobre la Libertad de Información [10]
Lo más llamativo fue, sin embargo, la implacable oposición de Bush y
Cheney
a la creación de una entidad independiente que hubiese estudiado cómo y por
qué se habían producido los atentados terroristas de aquel día.
A pesar de
la voluntad del Congreso y de la opinión pública, así como de la importancia
de precedentes como Pearl Harbor y el asesinato de John F. Kennedy [11]. De
esta manera los más importantes magnates del petróleo se esforzaron tanto
por impedir la investigación y es entonces lícito de pensar que tienen algo
que esconder.
Lo menos que se puede decir es que esa actitud es un sorprendente ejemplo de
la profunda hostilidad de ambos hacia la información de las masas.
Según
declaró a revista estadounidense Newsweek un miembro del Partido Republicano:
«Simplemente existe esa orientación filosófica general según la cual
mientras menos gente esté informada, mejor».
De la misma manera en que la campaña que emprendieron contra el libro
anunciaba los esfuerzos que Bush y Cheney desplegarían más tarde para
esconder las verdades incómodas, lo elemental de la táctica que siguieron en
este asunto – la difamación personal – presagiaba la manera en que la Casa
Blanca trata siempre de imponer su punto de vista.
Más que hacer frente al contenido mismo de un desacuerdo, acusación o
crítica, Bush y sus esbirros empiezan por atacar el carácter, la
credibilidad y/o la salud mental de quien se atreve a expresarse de esa
forma.
El método es viejo pero esta administración lo maneja de manera
extremadamente lógica. Cuando los Busheviks trataron varias veces con
desprecio a Hatfield diciendo que este había sido «encontrado culpable de un
crimen», aquella manera de proceder anunciaba todo el fango que la máquina
presidencial iba a lanzar.
Por ejemplo, cuando se refirieron al senador James Jeffords, después que
este abandonara el Partido Republicano, diciendo que era «raro» (o sea, que
estaba chiflado); o cuando dijeron que Dana Milbank, del diario Washington
Post, quien se había dado cuenta de la inclinación de Bush por el ocultamiento de
la verdad, había divulgado mentiras.
Así mismo, cuando el ministerio del Medio Ambiente estableció oficialmente
un vínculo entre el recalentamiento global y el uso de los combustibles
fósiles, Bush descartó los resultados del estudio con una simple frase:
«Leí
el informe que publicó la burocracia».
Bush empleó también la misma táctica
desdeñosa contra quienes criticaban su «guerra contra el terrorismo»,
refiriéndose a ellos como «sabelotodos» ante el periodista Bill Sammon, del
Washington Times por ejemplo.
La amenaza implícita de todos esos comentarios despectivos se hacía
totalmente explícita en boca de su ardiente e inepto ministro de Justicia,
quien se dirigió en los siguientes términos a los senadores que expresaban
preocupación por el estatuto de la Declaración de Derechos después de los
hechos del 11 de septiembre 2001:
«Para aquellos a quienes asustan los
pacifistas asustan con fantasmas de libertades perdidas, mi mensaje es el
siguiente: la actitud de ustedes no hace más que ayudar a los terroristas ya
que erosiona nuestra unidad nacional y debilita nuestra determinación.
Ustedes refuerzan a los enemigos de América y hacen vacilar a los amigos de
esta. Incitan a la gente de buena voluntad a callarse ante el mal».
Una prensa libre y democrática protestaría con vehemencia ante maniobras tan
autoritarias. La máquina mediática estadounidense apenas les prestó atención
y las deploró menos aún.
Además de vilipendiar la obstrucción que practicó
Ari Fleischer, [12]
«Ari tiene el extraño don de hacer desaparecer las
informaciones de un documento», declaró John Roberts, de la cadena de
televisión CBS, en octubre de 2002, el cuarto poder ignoró ampliamente su
obligación de cuestionar lo que sucede en las altas esferas.
También en ese aspecto, el castigo de James Hatfield presagiaba el
status quo
de Bush/Cheney puesto que, si la prensa no se hubiese dejado distraer por
los detalles sobre el pasado del autor, éste estaría aún entre nosotros vivo
y la campaña de Bush habría tenido que dar respuesta a algunas preguntas
espinosas.
Sin embargo, los periodistas se vieron tan limitados por la maniobra de Karl
Rove que el candidato se declaró perfectamente satisfecho de lo que hicieron.
O sea, evitaron cuidadosamente hablar del abuso de alcohol y drogas en que
había incurrido Bush en el pasado y se hicieron también de la vista gorda en
cuanto al hecho de que nunca en su vida supo respetar las reglas que existen
para todos, aunque se trataba de dos elementos extremadamente importantes
para entender el carácter y las inclinaciones del candidato.
Los medios de difusión siguieron observando la misma deferencia durante toda
la campaña presidencial así como durante el golpe de Estado judicial, la
épica luna de miel de Bush y Cheney y su muy oscuro primer verano.
Después
vino el
11 de septiembre 2001, fecha a partir de la cual el exagerado tacto
de los periodistas se convirtió en culto abyecto.
De esa forma, luego de haber hecho caso omiso o de subestimar el programa
radical de esta administración, la prensa permaneció muda cuando la
camarilla empezó a romper las reglas.
Mientras que los Bushevicks comenzaban
a hacer trizas la Declaración de Derechos (cívicos) y a mandar a nuestras
tropas a los cuatro puntos cardinales en busca de la Tercera Guerra Mundial,
la cobertura mediática siguió siendo especialmente escasa y cortés, como en
Irak o en Moscú a mediados de 1972.
Presidente y vicepresidente de los Estados Unidos,
George W. Bush y Dick
Cheney.
A pesar de su obligación constitucional de arrojar luz sobre la actuación de
nuestro gobierno, la prensa se contenta en lo adelante de dejarnos en la
ignorancia manteniendo en secreto los chismes que la camarilla quiere
mantener en secreto:
-
como la verdad sobre la victoria de Al Gore
[13] en la
Florida (victoria que, como en Oceanía, de Orwell, se reportó como una
derrota)
-
sobre el principal golpe militar contra Irak, que comenzó a
principios de septiembre de 2002, mientras que Bush adoptaba la pose del
«hombre paciente» que quería «consultar» a sus aliados antes de comenzar la
guerra (maniobra que ocupó los titulares de los periódicos del mundo entero
aunque pasó completamente inadvertida en nuestro país, los EE.UU.)
-
constituye
«el mejor ejemplo de acción secreta realizada por las fuerzas armadas desde
la época de la guerra de Vietnam», como dijo William Arkin [14] en una
página de opiniones a finales de octubre de 2002 (una inversión enorme en
operaciones secretas, a espaldas de la mayoría de los estadounidenses...).
Además de ayudar a proteger los secretos de la camarilla gobernante, los
equipos de redacción de los medios de comunicación se asociaron también a
las maniobras de Bush y Cheney para hacer callar a los periodistas que
estuviesen menos dispuestos a cooperar.
Ese fue el caso, por ejemplo, de Jason Leopold quien, desde las páginas de
Salon [15], removió bastante fango
sobre Thomas White [16] y quien fue acusado entonces de plagio y mentiras
por el diario New York Times en una obra maestra de la infamia capaz de
acabar con la carrera de cualquier periodista.
La complacencia de la prensa (y la capitulación general de los demócratas)
volvieron a la máquina Bush tan insolente que ahora sabemos a qué nos
enfrentamos y con qué chocó Hatfield involuntariamente sin saberlo.
Estamos ante un régimen impuesto a la mayoría mediante el fraude y la
violencia, que se dedica permanentemente a garantizar el predominio de las
empresas, y que busca, con ese objetivo, una guerra eterna, un régimen que
quisiera impedir toda disidencia y cuyas figuras predominantes están
convencidas de que Dios las escogió para guiar este país hacia su destino de
amo y centro del mundo.
Se trata además de un régimen que ha intimidado totalmente a la prensa o la
ha comprometido y que ha obligado a la tímida oposición a esconderse.
En pocas palabras, nos encontramos ante un fascismo al estilo de Texas, y
fue eso lo que destruyó a James Hatfield y desacreditó esta valiosa
biografía.
Después de aquellas primeras amenazas y calumnias (y Dios sabe
qué más), los hombres que se mueven en la sombra prosiguieron su trabajo, «arreglando»
una elección presidencial, suspendiendo las garantías constitucionales,
fomentando la guerra mediante enormes mentiras y siguiendo en muchos otros
aspectos un ejemplo que no es el de Jefferson ni Franklin [17] sino el de Mussolini
[18].
Ahora que lo sabemos, tenemos que volver a leer este libro (El Nerón del
Siglo XXI, George W. Bush presidente), y enterarnos de todo lo que aún no
sabemos sobre Bush y Cheney.
Y después, tenemos que divulgar esa información,
hablar de ella entre nosotros y ver qué podemos y qué debemos hacer para
salvar la democracia estadounidense.
Referencias
[1] Escritor estadounidense y biógrafo de
George W. Bush. Fue encontrado muerto en julio de 2001. La policía
afirma que se trata de un suicidio.
[2] Principal estratega y consejero político de George W. Bush.
[3] Clay Johnson fue compañero de escuela de George W. Bush y se
convirtió en el director del personal de la Casa Blanca bajo su
administración.
[4] Soft Skull fue la primera casa editorial de New York que sacó al
mercado estadounidense el libro El Nerón del Siglo XXI, George W. Bush
presidente ya que, después de ser amenazado por los abogados de Bush, el
editor original, St. Martin Press, retiró de la venta los casi 100,000
ejemplares ya impresos y prometió quemarlos. El libro original llevaba
como título: Fortunate Son.
[5] Suki Hawley y Michael Galinsky son dos cineastas estadounidenses que
hicieron un reportaje documental sobre James Hatfield y su libro. Dicho
docuemtal lleva el nombre de «Horns and Halos»
[6] Ediciones Soft Skull había conseguido los derechos del libro para
reeditarlo ya que la primera edición fue destruida por temor del primer
editor.
[7] Haley Hatfield, la hija del autor, tenía dos meses de nacida en el
momento de la amenaza de muerte.
[8] Juego de palabras, referencia a la serie televisiva de cowboys
Maverick.
[9] Ronald Reagan fue presidente de Estados Unidos por el partido
republicano, de 1980 a 1988.
[10] El 9 de septiembre, el gobernador del estado de Florida Jeb Bush,
hermano de George W. Bush, proclamó el estado de urgencia en la Florida
– medida que no ha levantado nunca – lo cual le permitió suspender las
leyes relativamente liberales de ese Estado. El hermano del presidente
logro erigir así un obstáculo más ante todo el que intente investigar
sobre lo sucedido en la Florida durante la elección presidencial del año
2000 (ningún otro gobernador, fuera de New York, ha tomado nunca una
medida similar).
[11] John F. Kennedy, presidente de Estados Unidos electo en 1960, fue
asesinado en 1963, antes de finalizar su mandato.
[12] Ari Fleischer fue vocero ante la prensa de la Casa Blanca durante
el primer mandato de la administración de George W. Bush.
[13] Al Gore, fue el candidato demócrata ante George W. Bush durante las
elecciones presidenciales estadounidenses del año 2000, obtuvo la mayor
cantidad de votos pero la Corte Suprema de Estados Unidos le dio la
victoria a Bush.
[14] William Arkin, especialista estadounidense en armamento, colabora
con diferentes ONGs, como Human Rights Watch. También escribe artículos
para importantes periódicos de Estados Unidos.
[15] Salon es un célebre diario electrónico estadounidense (www.salon.com).
[16] Thomas White fue presidente de la compañía Enron durante diez años.
También ocupó un importante cargo dentro del ejército estadounidense.
Enron: gigantesca compañía estadounidense del sector de la energía cuya
quiebra se debió a la corrupción y la destrucción intencional de la
empresa por sus propios cuadros superiores. Se trata del mayor escándalo
político y financiera de los últimos tiempos y de la administración de
George W. Bush.
[17] presidentes estadounidenses habiendo marcado la historia
democrática norteamericana
[18] Benito Mussolini dictador fascista italiano, aliado de Adolf Hitler
durante la Segunda Guerra Mundial
Libros - La biografía No Autorizada Del Gobernante
Norteamericano
El Nerón del Siglo XXI - George W. Bush Presidente
29 de noviembre de 2004
del Sitio Web
VolatireNet
Hay biografías de George W. Bush escritas por
los encargados de la información y comunicantes propagandistas de la Casa
Blanca.
Hay aquellas escritas por periodistas «amigos» del presidente, y
existe: «El Nerón del Siglo XXI» de
James Hatfield, la biografía no
autorizada, la mejor biografía del inquilino de la Casa Blanca, la
investigación que explora en detalle su vida, el entorno del presidente de
los Estados Unidos, sus negocios, sus cambios da casaca, el financiamiento
de sus campañas electorales, su adicción a la cocaína, al alcohol...
Prefacio de José Saramago,
Premio Nobel de Literatura.
Un libro culto para comprender como funciona esta «democracia» y el sistema
político estadounidense
así como la vida del actual
inquilino de la Casa Blanca.
Apoye a la Red Voltaire comprando una de sus publicaciones.
Ver la librería de la Red
Voltaire.
Lanzamiento del libro en
España
La edición castellana del libro «El Nerón del Siglo XXI» fue presentado al
público español el día 3 de noviembre 2004 en Madrid, al mediodía, al mismo
momento que se conocía la victoria de George. W. Bush para un segundo
mandato en los EE.UU. (nov.2004-dic.07).
Para los conocedores no podía ser de
otra manera.
La conferencia de prensa contó con las presencias del escritor José Saramago,
Premio Nóbel de Literatura quien ha redactado el prólogo de esta biografía
en su versión castellana, al igual que los investigadores Thierry Meyssan
(Francia) y el periodista español Bruno Cardeñosa.
José Saramago (izquierda) premio Nóbel de Literatura
quien ha escrito el prefacio
del mejor libro biográfico del presidente estadounidense George W. Bush:
«El Nerón del Siglo XXI» del
desaparecido autor norteamericano James Hatfield (derecha).
Un fascinante libro con una
historia doble
El libro tiene un doble contenido. Por un lado la sorprendente historia que
nos cuenta Hatfield del personaje presidencial (orígenes, pasado y
presente). Por otro la represión, la censura que conoció este libro y su
autor en los Estados Unidos, hecho muy revelador del actual proceso social y
político que vive este gran país. Hatfield nunca imaginó que su trabajo lo
llevaría a la muerte.
James Hatfield, escritor norteamericano, fue el primero en investigar a
fondo y de manera minuciosa la vida de George W. Bush hijo - y de su
familia - cuando éste era aún gobernador en el estado de Texas. Las
relaciones de sus abuelos con el nazismo, la búsqueda y la ambición por el
petróleo de sus padres, las relaciones de conveniencia con los Binladen,
como evitó la Guerra del Vietnam de joven y mucho más.
Todo esto hace que
hoy en día sea el libro más exhaustivo y el trabajo investigativo más
interesante sobre el gobernante estadounidense.
Al presentarse Bush por primera vez como candidato presidencial, James
Hatfield pensó que era el mejor momento para dar a conocer la verdadera
naturaleza de George W. Bush a la opinión pública americana, pero el lobby
del candidato presidencial lanzó una poderosa campaña para desacreditarlo y
amenazó a la casa editorial original de hacerle un proceso por difamación
ante la justicia si publicaba ese libro.
El editor St. Martin Press se asusta de las amenazas y acepta de quemar los
80,000 libros que tenía listos para ser distribuidos en las librerías, a fin
de evitar un conflicto con este poderoso lobby.
James Hatfield es abandonado y Bush gana de
manera fraudulenta las elecciones en 2001.
Primera edición en
llegar a las librerías en los Estados Unidos
Hatfield pensaba que su carrera como escritor estaba terminada, cuando un
pequeño editor de nombre Sander Hicks (Ediciones Soft Skull, New York) le
dio una nueva oportunidad para volver a lanzar el libro. Habían encargado a
la imprenta 45,000 ejemplares.
Es en ese momento que Hatfield le cuenta que
ha sido amenazado de muerte, - él, su esposa y su niña de dos meses - por dos
consejeros del presidente trabajando en la Casa Blanca, si insiste o
mantiene la idea de publicar el libro.
Hatfield tiene miedo y quiere abandonar todo, pero su nuevo editor le
asegura que ya está todo listo y que es muy tarde para bloquear el
lanzamiento. Sin embargo una nueva y misteriosa queja ante la justicia
paralizará la difusión y distribución del libro por un cierto tiempo.
La muerte de James
Hatfield
James Hatfield será encontrado muerto en una habitación del motel «Days Inn»
en Springdale (Arkansas), el 18 de julio 2001.
Según el parte policial se trata de un suicidio. Pero un amigo de Hatfield,
el periodista David Cogswell, que conocía todas las dificultades y amenazas
que tuvo que afrontar Hatfield, ha escrito dos inéditas y excelentes notas
finales en «El Nerón del Siglo XXI», donde explica toda la rareza y el
misterio de su muerte, la manera como Hatfield era vigilado y acechado,
hecho que levanta muchas interrogantes y preocupaciones.
La obra fue ganando poco a poco mucho reconocimiento y fama por la crítica
hasta que se habló de ella en la primera plana de los diarios, fue
seleccionada por el New York Times como best-seller, se ubicó entre las
mejoras ventas de libros en los EE.UU. y levantó una intensa polémica.
El libro es un documento exhaustivo en tono mesurado y dentro de los límites
de la comprensión de la personalidad de George W. Bush. Presenta igualmente
una visión aterradora de la vida pública norteamericana.
Sin embargo, de este extraordinario trabajo, se ha retenido mucho un pasaje
secundario, pero sensible: el candidato Bush había sido detenido por
posesión de cocaína en 1972. Ahora bien, según las leyes locales, este
delito hubiera debido valerle una privación de los derechos cívicos, de modo
que no debió haber tenido el derecho a presentarse como candidato al puesto
de gobernador del estado de Texas ni a la presidencia de los Estados Unidos.
El libro ha sido actualizado con prólogos, introducciones y notas finales,
magníficos aportes de conocidos investigadores, intelectuales, periodistas
del mundo entero:
«Bush,
o la edad de la mentira»
«El
despertar de la bestia inmunda»
«La
alianza Bush-Aznar y cómo conquistaron Hispania»
«De
Hitler a Bush»
«¿El cerebro de George W. Bush?»
La misteriosa muerte del escritor
norteamericano James Hatfield
«¿Quién es George W. Bush?»