LA CIVILIZACIÓN DE GANÍMEDES
La Cultura y la Moral en ese Mundo
La clarividencia y clariaudiencia, natas en todos los habitantes de Ganímedes, han permitido el logro de adelantos sorprendentes en infinidad de aspectos de la vida en su astro, y sus favorables influencias norman y fundamentan métodos, sistemas e instituciones en el amplio panorama de la convivencia y desarrollo de todas las actividades en aquel interesante satélite de Júpiter.
Mientras acá, especialmente en los últimos tiempos, estamos envenenando el alma infantil de nuestros hijos, con espectáculos de cine, televisión y otros, que en su mayoría no muestran sino la barbarie de las guerras, la violencia y el crimen de argumentos policiales, las groseras costumbres y los brutales métodos siempre encaminados al delito, de los dramas tipo western norteamericanos; y para sus juegos y distracción les proporcionamos juguetes y artefactos que representan las armas asesinas y toda clase de apáralos más o menos enfocados al afán de destrucción.
Mientras en la gran mayoría de los hogares populares, en todo el planeta, 4os ejemplos que esos niños contemplan son, casi siempre, de vicio, de bajeza moral y de violencia; y en otros hogares, de condición social y económica más elevadas, muchas veces encuentran el abandono de sus progenitores, preocupados por una serie de compromisos, intereses, frícalas vanidades o secretos vicios y contubernios...
Daremos algunas muestras que ilustren mejor, este punto:
Hemos dicho que muchos de los juegos son, también, provechosas lecciones. Lo comprenderemos mejor con un ejemplo: Entre la multitud de seres que pueblan la cuarta dimensión, están las diferentes categorías y especies de “Espíritus de la Naturaleza” como ya se dijo. Muchos de ellos asumen formas bellísimas y son accesibles al ser humano, cuando éste les demuestra su bondad y simpatía. Para darnos una idea de algunos de esos seres, recordemos una de las más hermosas y profundas películas de Walt Disney: “Fantasía”.
Los que la hayan visto recordarán algunas escenas, como las de las flores en que brotaban diminutas hadas, luminosas, gráciles, con rápidos y armoniosos movimientos en una danza maravillosa, al compás de las dulces melodías, en un conjunto esplendoroso de luz, de gracia y de belleza. Para quienes conocemos de estas cosas, esa obra de Walt Disney no fue sólo fantasía, como parece indicar su nombre: Walt Disney tuvo estudios rosacruces, sabía el fondo oculto de lo que estaba haciendo, y esas escenas son iguales a lo que el sexto sentido nos descubre cuando visitamos muchos prados...
Esto explica, ahora, con mayor claridad, aquel pasaje de la segunda parte en que nos referimos al episodio bíblico en que los vientos y el mar obedecieron la orden de aquietarse, impartida por la divina y poderosa voz de Cristo...
Este período, por lo común, dura hasta una edad de siete a ocho años de los nuestros, en que el hijo se encuentra, enteramente, en las manos de sus progenitores, siendo éstos sus primeros maestros. Esta labor, mayormente, es realizada por la madre, interviniendo el padre en las horas que su trabajo diario le permitan. Debe tenerse en cuenta que en Ganímedes no existe un sólo analfabeto ni un ignorante. Esto no es concebible allá.
Hombres y mujeres reciben la misma instrucción, alcanzan los mismos niveles culturales, sin distingos de ninguna clase, y sin costo alguno para ellos, pues todo es proporcionado por el Estado, según veremos después. Hombres y mujeres trabajan por igual en todas las actividades de ese mundo. Pero cuando una mujer es madre, se le concede el cuidar y enseñar al hijo hasta el término de esa primera etapa básica de instrucción, disponiendo de todos los recursos que el Estado le proporciona, como si estuviera desempeñando su cuotidiana labor, porque en ese período se convierte en maestra-madre de un nuevo ser cuya moral, inteligencia y desarrollo previos merecen de todos el más prolijo cuidado.
Siendo esmeradísima y de una amplitud que en la Tierra no alcanzamos, la educación que todos los habitantes de ese mundo reciben, es fácil de comprender este aspecto en el que los padres, en especial la madre, son los primeros profesores, en el largo recorrido cultural de esa raza. Y los métodos de enseñanza, particularmente en esa primera etapa, son eminentemente prácticos y directos. Para ello el sexto sentido ofrece incalculables ventajas. Los niños aprenden jugando. Muchos de sus pasatiempos son otras tantas lecciones que la madre aprovecha para instruirlos.
Así por ejemplo, todo lo relacionado con la anatomía, la fisiología, el funcionamiento general de todos los órganos internos, de los sistemas digestivo, circulatorio, nervioso, respiratorio; de los complicados mecanismos y funciones cerebrales, glandulares u otros, al poder ser vistos y apreciados con toda claridad y en cualquier momento, constituyen un motivo de entretenimiento para ellos, a la par que utilísimas lecciones que jamás se olvidan y que vienen a ser la base para estudios superiores, que, más tarde, convertirán a esos hombres en los propios cuidadores de su salud, o en médicos especializados capaces de realizar verdaderos milagros en comparación con nuestra medicina terrestre.
Para estos casos emplean naves aéreas con capacidad hasta de veinte pasajeros, que hacen el trayecto a los lugares de destino en pocos minutos. Cuando el plan de esparcimiento contempla un viaje de placer y de descanso, a mayores distancias, suelen emplear naves del mismo tipo con capacidad para cincuenta personas.
Tales viajes, por lo general, los llevan a visitar otros valles o centros poblados; pues se debe recordar lo que explicamos en la segunda parte, o sea que todas las urbes o poblaciones están concentradas en los miles de valles diseminados entre las estribaciones de esa intrincada red de cordilleras y montañas que cubre todo el astro. La velocidad de sus naves aéreas les permite hacer tales viajes, a los más apartados lugares de Ganímedes, en cortísimo tiempo. Y así puede disfrutar la familia de los dos días íntegros en su paseo.
Esto permite a todos, especialmente a los niños, conocer y aprender objetivamente cuanto se refiera a lo que, en nuestro lenguaje, llamamos la geografía, puesto que esa palabra, derivada del griego, se refiere entre nosotros a la Tierra, y ellos dan a su mundo el nombre de “Reino de Munt”...
Porque entre esa raza, el amor, el respeto a los padres y mayores, a la sabiduría y autoridad de sus maestros y gobernantes, como base de la síntesis magistral de todos los más altos atributos del alma, y preparación para el entendimiento de las grandes verdades cósmicas, se aprenden y se inculcan desde la cuna.
Esto se logra, comúnmente, a la mitad de ese lapso de tiempo: el resto de esa etapa es dirigido hacia una instrucción especializada preparatoria, que aproveche las condiciones particulares de cada sujeto, estimulándolas y desarrollándolas, para conseguir el mejor desenvolvimiento de su personalidad y el afianzamiento de sus aptitudes predominantes, a fin de encauzarlo por la senda más adecuada en el futuro desempeño de sus actividades. Tanto en la etapa “Shamática” cuanto en las posteriores, toda la instrucción es impartida en centros estatales enteramente gratuitos y bajo la dirección de maestros especializados, igualmente dependientes del Estado.
Esto se consigue dentro de un período en el que se someten a un adiestramiento especial y muy riguroso, en centros o institutos exclusivamente dedicados a ello, que requieren la permanencia constante de todos los educandos a manera de internado, algo parecido a los lamasterios del Tibet o de la India entre nosotros, en los cuales reciben la enseñanza y la práctica de ejercicios adecuados en medio de la más estricta disciplina.
Esto se comprende, fácilmente, si recordamos lo que al principio se dijo sobre tal sentido: es el “Verbo Creador” la facultad de influir por el lenguaje, o la emisión de ondas sonoras de la voz, en la constitución molecular de la materia, en las vibraciones de la misma, y por ende el poder de actuar voluntariamente sobre la “Nota Clave” de todos los cuerpos, de todas las substancias, influyendo y hasta dominando, en muchos casos, las mismas fuerzas de la Naturaleza...
Recordemos que en las partes precedentes de esta obra hemos hecho referencia a varios ejemplos históricos y bíblicos, tales como el famoso caso de la desintegración de las murallas de Jericó por el efecto de las ondas sonoras de las trompetas israelitas dirigidas por Josué; algunos de los efectos producidos en el caso de la destrucción de Sodoma y Gomorra sobre el cuerpo de la mujer de Lot; varios de los prodigios realizados por Cristo que ya mencionáramos anteriormente...
Es natural que así sea.
En un mundo en el que el lenguaje hablado ya no se usa, por ser mucho más fácil, más rápido y efectivo el comunicarse directa e instantáneamente por el lenguaje mental, por la lectura simultánea y recíproca del pensamiento, no tendría, tampoco, razón de ser el lenguaje escrito. Este es reemplazado allá por un admirable sistema electrónico susceptible de captar el pensamiento y grabarlo en cuitas especiales, indelebles una vez grabadas, que lo reproducen en toda su amplitud, en imágenes y frecuencias de onda que son proyectadas en aparatos receptores que nos recuerdan, en cierta forma, a nuestras máquinas fumadoras.
Así puede retenerse las lecciones, y cuanto material merezca ser conservado para su reproducción futura. Y esas máquinas son construidas hasta en tamaños portátiles. Del mismo modo, los documentos oficiales y administrativos vienen a ser esas livianas y pequeñas cintas, en las cuales, junto con lo que llamaríamos el texto, a manera de firma y sello identifica torios, va impresa la imagen del autor, dictando el cierre de los mismos.
Y ya hemos dicho que, a diferencia de nuestras cintas magnetofónicas, o nuestras películas sonoro-visuales, aquellas graban para siempre el pensamiento completo, sin que se pueda alterar en nada el contenido, posteriormente, lo que implicaría la destrucción total de la cinta.
Pero en cuanto a las entidades astrales y a las fuerzas de esa cuarta dimensión, es diferente. Ellas actúan en su mundo, y en su mundo o plano pueden afectar a cualquier ser humano encarnado, pues la encarnación presupone la existencia en un mundo material, aún cuando éste sea del tipo de Ganímedes, o “Reino de Munt” como ellos lo llaman.
Esto nunca tiene lugar antes de los
veintiocho o treinta años. Nos referimos al despertar del sentido
mencionado. Aún así, puede mantenerse dicha facultad en un estado
latente de mediana expresión, cuando a juicio de los maestros
responsables de ese trabajo, el aspirante no alcance todavía las
máximas condiciones requeridas para el pleno uso de tan formidable
poder.
Es así que su reino resulta la expresión viva de todas las más bellas cualidades concebibles en el alma humana.
Y esto se manifiesta en la familia, en el trabajo, en las
relaciones de unos y otros y, por ende, en toda la organización
social, política, económica o religiosa de ese mundo en que no hay
fronteras, ni ejércitos ni policía, como vamos a verlo en los
próximos capítulos de esta obra.
La tradición histórica de ese pueblo nos refiere que, hace más de diez mil anos de los nuestros, cuando todavía existía el Planeta Amarillo al que hemos hecho mención en otros pasajes de esta obra, y que, al desintegrarse, diera lugar al “Cinturón de Asteroides" que hoy gira en tomo al Sol entre las órbitas de Marte y Júpiter, los habitantes de aquel planeta se repartían entre los dominios de dos grandes reinos, o imperios, que en el transcurso del tiempo, después de etapas remotísimas en las cuales existieran otras divisiones estatales, o naciones, que en largos períodos de luchas y guerras, llegaron a unificarse en aquellos dos grandes bloques-potencias, las que habiendo alcanzado un notable adelanto en todos los aspectos de su civilización, poseían ya los secretos de la Naturaleza que hoy tenemos en la Tierra y comenzaban a utilizar el sexto sentido y todas las fuerzas derivadas del mismo.
Alcanzaban ya al dominio del espacio y habían desarrollado modelos de astronaves que, sin ser tan perfectas como las actuales, eran más poderosas y versátiles que las que hoy tenemos en la Tierra. Con ellas pudieron visitar diferentes mundos en nuestro sistema solar, conociendo desde tan remotos tiempos, la constitución de los planetas y satélites y las formas de vida o existencia que en ellos se desarrollaban.
Su extraordinaria longevidad, pues aún estaba joven, relativamente, le permitieron elaborar todos los planes y tomar todas las providencias necesarias para evacuar a los habitantes del Planeta Amarillo antes de la catástrofe. Esta iba a producirse un siglo después. Munt y sus colaboradores inmediatos contaban con tiempo suficiente. Entre los mundos visitados por ellos en nuestro sistema planetario, fue escogido el gran satélite de Júpiter por su mayor cercanía, por las condiciones ambientales fáciles de acomodar y dominar, por las fuentes inagotables de fuerza y de energía que la sabiduría de esos hombres descubrieran allá y, también, por encontrarse totalmente deshabitado.
En comparación con nuestro planeta, de tamaño mayor pero mucho más lejano, esas dos facetas resultaron decisivas en la elección de un nuevo mundo, una nueva morada para establecerse, en la que su raza pudiera continuar desenvolviéndose con entera libertad y sin los inconvenientes, molestias y riesgos de todo orden, muy en especial en el campo de la supremacía de niveles evolutivos.
La distancia mayor y la existencia en la Tierra de ese entonces de una humanidad tan primitiva y atrasada en todos los niveles de la Vida, fueron de gran importancia para la decisión final que hizo de Ganímedes la nueva morada de esa raza. Debemos pensar que en tan remotas épocas nuestra humanidad se encontraba en la Edad de Piedra...
¿Se dejaron, quizá, tentar, por la ambición de ser los únicos dominadores de ese mundo? Sólo Dios lo sabe...
Así pues, en aquel lapso de un siglo, Munt y su pueblo fueron estableciendo bases en el satélite de Júpiter; acondicionando las primeras zonas elegidas para su posterior establecimiento; construyendo la numerosa flota de astronaves en que evacuarían a la gente y a todos los implementos y equipos necesarios para el traslado de su civilización al nuevo mundo...
Cuando se acercaba la fecha prevista, ya en él estaba trabajando, paciente y disciplinadamente, la mayor parte de los habitantes del reino. Cuenta su tradición que el sabio Munt hizo varios esfuerzos por convencer a los gobernantes del pueblo vecino. En la centuria transcurrida habían fallecido muchos de los principales consejeros antiguos de ese país, y el mismo rey era nuevo. La fraterna y sapientísima intervención de los enviados de Munt no obtuvo mayor crédito.
Así llegó el momento en que abandonaron el Planeta Amarillo las últimas escuadras de astronaves, conduciendo el Rey Sabio, a todos los altos miembros de su gobierno y a los postreros pobladores de su vieja patria... Reza la tradición que, algún tiempo después, no más de un mes de los nuestros, llegaron hasta ellos algunas astronaves del otro imperio. Conducían a técnicos y pobladores que habían huido, despavoridos, y que explicaban que en ese planeta se estaban produciendo gigantescos terremotos y explosiones volcánicas nunca vistas; que el terror dominaba en todas partes y que la confusión y el pánico eran generales.
Así las cosas, un día pudieron contemplar, desde su nuevo mundo, cómo aumentaba desmesuradamente el brillo y la magnitud del lejano planeta. El fenómeno aumentaba, el destello cada vez más grande, iba igualando al del sol (fenómeno conocido por nuestros astrónomos como “supernova”) y, peco después, llegaba hasta el satélite de Júpiter un sordo rumor que venía del espacio, como el de una remota y extensa tempestad. El espectáculo sideral duró dos días. Al cabo de ellos, aquel resplandor inusitado y aquellos rumores cesaron por completo. El Planeta Amarillo había desaparecido del firmamento. La sabia predicción del Rey Munt acababa de cumplirse...
Y que todo el pueblo decidió denominar, a perpetuidad, REINO DE MUNT a su nueva morada sideral, como homenaje de amor y de respeto hacia el sapientísimo y bondadoso Maestro y Soberano autor de tan magna proeza...
¿Fueron fugitivos del Planeta Amarillo el “Hombre de la Máscara de Jade”, Hermes Trismegisto, Zoroastro, los primeros fundadores de la civilización china, y algunos” otros?...
Los hombres de Ganímedes dicen que sí.
¿Podemos nosotros probar lo contrario?... Si no lo podemos probar,
tampoco debemos negarlo. Aún más, cuando nos ocupemos de la Religión
en ese Reino de Munt, veremos nuevos aspectos y comprobaciones
sumamente interesantes acerca de este problema. Ahora, veamos cómo
es la organización política, social y económica en ese mundo.
Un Gobierno central, de tipo teocrático, rige los destinos de ese pueblo, formado por una sola raza. Encabezan el gobierno un Soberano reinante y dos Supremos Regentes, asistidos por un Consejo Supremo que integran diez Grandes Consejeros del Reino. Tanto el Rey como sus dos regentes inmediatos son hombres que han alcanzado la plenitud del desarrollo evolutivo a que puede aspirarse en aquel mundo.
Su sabiduría y poder, en todos los planos de la vida material como en los de la vida suprafísica, llegan a niveles imposibles de comprender por nosotros en la Tierra. Y eso les permite realizar una labor que, entre nosotros, podría asumir los caracteres de semídivinidad. Pueden trabajar, simultáneamente, en los diferentes planos de la Naturaleza; ello los faculta para poder comunicarse y actuar en constante e íntimo contacto con todas las fuerzas y entidades de esos Planos, y por tanto, conocer y mantener estrecha relación con todos los Planos Cósmicos emanados y dirigidos desde el reino central de nuestro sistema planetario, el Sol, que, en verdad, es aquel Reino al que se refiriera Cristo como “EL SUYO”... Esto ha de causar asombro y perplejidad; pe-ro este punto lo trataremos cuando nos ocupemos de la Religión en Ganímedes.
La sucesión al trono en el Reino de Munt no es hereditaria ni electiva: se verifica por un estricto y minucioso proceso de selección. En un mundo como ése esto es posible sin el menor riesgo de error o de injusticia. El Soberano, por sus facultades y poderes especiales, conoce con gran antelación, la época y la fecha en que habrá de desencarnar. Escoge, minuciosamente, a quienes serán durante cierto tiempo sus dos regentes. Esto se hace, siempre, dentro de los demás miembros de su Gran Consejo, los que a su vez, han sido elevados a tan alta posición, a través de muchos años de trabajo y de esmerada selección en escalones sucesivos encargados de la administración general de aquel Estado.
Puede pensarse, con la suspicacia y malicia tan extendida en la Tierra, que tal sistema genere favoritismos, acomodos, adulación, postergaciones injustas, intrigas y luchas, rencores, y cuantas formas conocemos de perseguir el favor de los poderosos o para obstaculizar el progreso de un rival... Eso sucede en la Tierra, por nuestro atraso en la Evolución, en el Sendero de la Vida, en este mundo de cinco sentidos y de potente influencia de la Región Inferior del Astral o Cuarta Dimensión...
Pero en Ganímedes, o Reino de Munt, todo eso es imposible. Desde las remotísimas edades en que llegaron a alcanzar el sexto sentido, llegó a desarrollarse, entre ellos, el Sistema de la Selección Perfecta, de la justa promoción por el trabajo, la ciencia y la moral de cada uno. Ya hemos dicho que en un mundo en donde no se puede ocultar nada, ni los propios pensamientos; en que no es posible desfigurar, tergiversar o encubrir la verdad, nadie puede pretender lo que no le corresponda, aspirar a lo que no merezca, ni favorecer u otorgar injustamente nada...
Comprendemos que todo esto puede parecer una utopía, un absurdo fruto de la imaginación o del idealismo, ingenuo, de un escritor. No dudamos que la mayoría pensarán de tal modo. ¿Cómo puede pretender tan bellas realidades, tan elevados niveles, una humanidad que pese a sus notables conquistas en el orden científico y técnico, vive aún en estados tan deprimentes de moral, de psiquismo y de espiritualidad?
Todo ese conjunto de pruebas nos habla de un mundo superior al nuestro, de una humanidad más poderosa y sabia que la nuestra; y ahora el destino quiere mostrarnos cómo vive esa humanidad y cómo existen otros niveles de vida que no por ser todavía ignorados por la gran mayoría de este mundo, han llegado a ser conocidos ya por muchos...
Este, a su debido tiempo, designa entre ellos al que lo sucederá. Debe tenerse en cuenta que esa trilogía gobernante, al detentar la máxima sabiduría y poder en la variedad de planos cósmicos en que trabaja al llegar a tan altos cargos, domina también el secreto de la longevidad. Y de tal suerte el futuro soberano es preparado adecuadamente para asumir su puesto en cuanto muera en el mundo físico el cuerpo inferior de su antecesor. Pero ya explicamos anteriormente cómo es el fenómeno y de qué manera esa humanidad sigue comunicándose y conviviendo en la Cuarta Dimensión con los Egos desencarnados.
Así el anterior Rey sigue ayudando y asistiendo al nuevo, durante un tiempo, en todos los problemas en que éste lo requiera.
Estos son los valles a que nos referimos en capítulos anteriores.
En la intrincada red montañosa que cubre toda la superficie del astro, las múltiples planicies encerradas entre las estribaciones de tan complicado sistema orogénico son los centros de actividad humana del reino. En cada valle se asienta una ciudad, más o menos grande según las áreas disponibles, con su correspondiente zona agrícola y el respectivo sistema hidráulico proveniente de un reservorio natural o artificial que abastece de agua a dicha región.
Cada valle constituye, además, un centro de producción industrial, y está regido por uno de aquellos gobiernos comunales, integrados a semejanza del gobierno supremo central por un gobernador, dos subgobernadores y un comité ,o consejo administrativo, cuyos miembros dependen de la importancia que pueda tener el territorio bajo su mando.
Estos gobiernos comunales tienen bastante parecido con nuestras municipalidades; pero sus alcances, atributos y poder son mucho mayores, pues en ellos abarcan el control general de todas las actividades de su región, siendo dependientes y responsables, a su vez, ante el Supremo Consejo del Reino, por intermedio de los grandes consejos funcionales que ya hemos mencionado, según sean los asuntos a resolver.
Todas y cada una de las diferentes
actividades en que se desarrolla la vida en ese mundo son
minuciosamente estudiadas, planificadas, estructuradas, dirigidas y
controladas por organismos del Estado, enfocándolas hacia el más
perfecto y amplio fin de asegurar a todos el mayor bienestar, la
satisfacción total de sus necesidades y el desenvolvimiento de una
existencia exenta de preocupaciones, en un nivel de vida que
garantice la dignidad más elevada, la armonía más completa y la paz
del espíritu y del cuerpo tan cabalmente equilibradas, que de todo
el conjunto se derive la felicidad colectiva y personal del pueblo.
Todas las ocupaciones, todas las actividades, por más variadas que sean, se desenvuelven dentro de organismos pertenecientes al Estado. Así, cualquiera que fuere la ocupación de una mujer, cuando va a tener su primer hijo entra en un nuevo régimen de vida: el de la maternidad y atención de su hogar. A este respecto conviene resaltar que en ese mundo el concepto del hogar, de la familia y de la maternidad son elevadísimos. No es extraño, por tanto, que lo que nosotros llamamos “ciudad capital”, o capital de una nación, tenga allá un término equivalente a “matriz” o ciudad madre de todo el reino. Esto lo veremos con más detalles, después.
Durante ese tiempo, ésta recibe del Estado todo lo necesario para sí y para su hijo. Esto no quiere decir que se prescinda del padre. Este trabaja, como siempre, en su ocupación normal, recibiendo también del Estado cuanto le sea menester para su vida diaria y la de su familia; pero como ya hemos dicho que tanto los hombres como las mujeres trabajan por igual, y todo el mundo lo hace para el Estado, en el período básico de instrucción y educación infantil, la madre es considerada “maestra” del niño. Debe tenerse en cuenta lo ya explicado anteriormente.
En el Reino de Munt la totalidad de sus habitantes reciben la más completa enseñanza. Todos, hombres y mujeres pasan por el mismo proceso que describimos en el capítulo anterior; por tanto, cada madre está capacitada para ser, al mismo tiempo, la profesora de sus hijos, y esto es muy apreciado por los sabios dirigentes de ese mundo en que tanto valor e importancia se da a la conformación moral, intelectual, mental y psíquica del ser humano.
Desde la constitución de los hogares, todo su desarrollo y evolución merecen el cuidado especial de todos los organismos estatales, porque del seno de la familia, como un crisol de mágicas propiedades, deben salir todos los seres que encarnen en ese mundo con las hermosas cualidades, con la superación moral requerida en aquella sociedad, con la educación necesaria para el absoluto dominio de las bajas pasiones provenientes de la influencia que en la cuarta dimensión ejercen las fuerzas negativas del Plano Astral o del Alma.
Y a ese fin se encamina, principalmente, aquel primer período de enseñanza para el que se considera el mejor ambiente el seno del propio hogar.
Sólo cuando llega la tercera etapa, o de especialización, habiendo superado ya la adolescencia, ingresa en centros de instrucción superior, igualmente del Estado, en los que se mantiene el mismo régimen de gratuidad absoluta y en los que vive junto con los demás discípulos, aprendiendo al mismo tiempo que las materias requeridas por una alta especialización, la rígida disciplina que observan en toda su vida, los habitantes de ese reino, y la íntima y estrecha confraternidad que une a todos los seres de ese mundo.
Desempeña sus labores, en cualquiera ocupación que sea, sin recibir ni pretender salario, sueldo o remuneración específica de ninguna clase, porque el Estado le proporciona cuanto necesite para subsistir: vestuario, alimentación, vivienda, comodidades, transporte, distracciones, viajes de placer, servicios asistenciales de todo orden, comunicaciones, etc., están al alcance de todos, en la medida en que los necesiten, en ese intercambio magistral entre el trabajo de cada uno para el Estado, y la retribución de ese trabajo por el Estado, proporcionando a todos y cada uno cuanto le sea menester para el desenvolvimiento de una vida feliz en los más altos y amplios niveles, de los que no tenemos en la Tierra ni la más remota idea...
Aún más, el comercio ha constituido una de las palancas más poderosas de nuestra civilización, llegando a motivar los más terribles enfrentamientos en todos los niveles, desde el íntimo y pequeño de las familias, hasta el grande de las naciones y los pueblos todos del mundo, que luchan constantemente por los mercados y las esferas de influencia, generando los conflictos y las guerras.
El comercio ha favorecido mucho el progreso material de nuestra humanidad; pero acostumbrando a los hombres de la Tierra a medir todo en términos de moneda, a negociarlo todo para el usufructo de una riqueza material, en esa escuela que nos enseña que todo se puede vender y comprar, se ha llegado, en todas las épocas y en todos los niveles hasta el extremo, muy común por cierto, de negociar con el honor, con el alma y la conciencia...
Siendo una sola humanidad, un sólo pueblo, un sólo Estado mundial; no existiendo el comercio como acá lo conocemos, la moneda, o el dinero, no tiene razón de ser, porque la adquisición de cuanto se requiera para satisfacer las más amplias y variadas necesidades, desde los más diversos elementos vitales hasta los más pequeños y frívolos, es proporcionado por los múltiples organismos estatales, que planifican, dirigen, almacenan y distribuyen toda la producción mundial entre todos sus habitantes, dentro de un sistema en que basta ingresar en alguno de los múltiples establecimientos de todo orden, reunir la mercadería que se busca y presentar en el sitio de control la ficha identificatoria.
En ésta, constituida por un material y por un proceso similar al que describimos en el capitulo de la cultura, figuran todos los datos concernientes a la persona y centro de trabajo a que pertenece. Tal ficha es introducida en una pequeña máquina y al instante se tiene la reproducción de la ficha en una cinta que, en tres ejemplares, incluye la relación completa de la mercadería llevada. Un ejemplar es entregado al cliente, otro se remite a la correspondiente central controladora y el tercero queda en los archivos del almacén.
El mismo procedimiento se sigue en todas partes, exceptuando los servicios de transporte, comunicaciones, suministros de energía y fluidos hogareños, que se obtienen libremente y sin ningún control personal, por ser de uso común para todos los habitantes del reino.
El absoluto dominio del cuerpo astral o alma, por el conocimiento y trabajo consciente a través del sexto sentido, permite a todos superar las comunes manifestaciones del instinto sexual, que en la Tierra llegan hasta niveles inferiores a los animales. En los jóvenes de Ganímedes cuando alcanzan la etapa de la pubertad, ya han obtenido toda la instrucción, en los diferentes planos a que tienen acceso por su sexto sentido, para poseer el más claro discernimiento y la fuerza volitiva y mental suficientes para proceder equilibrada, científica y armoniosamente en ese campo.
La unión del hombre y la mujer tienen allá un elevadísimo concepto. Sus especiales condiciones eje clarividencia los alejan de lodos los errores tan comunes en la Tierra en materia sexual. Y siendo el hogar y la familia verdadera mente sagrados en ese mundo, esa unión siempre se realiza por amor y con la bendición de los padres, de la Religión y del Estado.
Cuando dos jóvenes se conocen y simpatizan, su mutua clarividencia les evitan las necias posturas de los principiantes de la Tierra. La recíproca atracción de dos almas destinadas a juntarse está presente en el pensamiento de ambos. Huelgan los rodeos y las hipocresías. El engaño y la falsedad no pueden existir. El amor se manifiesta espontáneo, en toda la amplitud de dos almas que se ven y que se entienden. Y como la educación y la alta moral alcanzadas en ese mundo serían incompatibles con los múltiples desvíos, subterfugios y aberraciones tan comunes entre los seres de este mundo, al tratarse, comprenderse y amarse con la más elevada pureza de pensamiento, para su unión carnal sólo necesitan el cumplimiento de los pequeños requisitos que esa sociedad establece para el matrimonio.
Como en todo, allá también se facilita cuanto es preciso para la felicidad de los enamorados.
Jamás cabe la oposición familiar. La superación moral y fraternal reinante entre ellos, los alejó hace miles de años de las mezquindades y torpezas que muchos padres de la Tierra cometen. La lectura del pensamiento y la visión permanente de la cuarta dimensión evidencian, desde el principio, sí una pareja está capacitada para unirse dentro de los mejores augurios. Esto lo conocen, personalmente los mismos novios desde el primer momento. Todo lo demás se facilita lógicamente. Acordado el enlace, este es comunicado a las respectivas autoridades, civiles y religiosas.
Se llenan los trámites pertinentes para la constitución del nuevo hogar y se realiza el matrimonio en conformidad con las prácticas litúrgicas y legales que la tradición establece desde la más remota antigüedad. Nada cuesta nada, ni a los novios ni a sus padres. El Estado, como siempre, proporciona cuanto es necesario.
La ceremonia nupcial es igual para todos los habitantes del reino: sencilla, amorosa, rodeada por el afecto de parientes y amigos, como entre nosotros; pero sin afectación de vanidad, sin distingo de clase, porque allá no existen diferencias de nivel social, y dentro del marco de una hermosa ceremonia en que se reúne lo material, lo psíquico y lo espiritual para la bendición efectiva, no ficticia como en la Tierra, sino materializada con la presencia efectiva de grandes entidades cósmicas, según detallaremos al tratar este punto en el capítulo de la religión.
Ha nacido una nueva familia, y el ciclo
se repite, para todos, a través de la sabia y paternal organización
de ese reino de superhombres...
Según la extensión de cada uno de estos, es mayor o menor el área acuática.
Muchos de esos lagos o lagunas fueron formados por la acción inteligente de los habitantes, a través de siglos, en su constante expansión por toda la superficie del satélite. Cuando llegaron a é!, como hemos visto, establecieron las primeras bases en el valle que ha sido luego el asiento de su capital, o “Ciudad Madre” como la llaman, y en los valles circunvecinos. El valle “matriz” es uno de los más extensos y hermosos del país.
Rodeado por altísimas montañas cubiertas de nieves perpetuas y de brillantes glaciares, entre los que elevan al cielo, por lo general celeste y limpio, sus blancos penachos de vapor ocho majestuosos volcanes. Refieren las crónicas del reino que en su origen era sólo cinco los volcanes; pero que los tres restantes fueron abiertos y “fabricados” por ellos, exprofesamente, para aliviar la fuerte presión interna sobre la corteza de esa región y para aumentar los coeficientes de fuerzas, energías y materiales que de ellos obtienen.
La planicie en que se extiende la ciudad, bastante grande pues alberga dos millones de habitantes, puede compararse en belleza panorámica a algunos lugares de Suiza o del Tirol. Rodean la zona urbana grandes campos cultivados y frondosos bosques de especies desconocidas en la Tierra, bordeando un lago de cristalinas aguas alimentadas por las vertientes montañosas. En los límites cercanos a la ciudad se aprecian variadas instalaciones, refulgentes como todo en Ganímedes, que rematan una gigantesca represa.
Son naves de paseo, colectivas las primeras y familiares las chicas, para el solaz y esparcimiento de los pobladores que lo deseen. No son empleadas como medio de transporte porque éste, en general es de tipo aéreo, y para evitar que las aguas pudieran ser contaminadas o ensuciadas por tal motivo. En efecto, con las magníficas y poderosas máquinas aéreas que poseen, todo el transporte de personas y materiales viaja por el aire. El transporte terrestre sólo se usa entre las instalaciones subterráneas.
En tales casos la propulsión es de tipo eléctrico, pero los equipos han alcanzado límites verdaderamente maravillosos en cuanto a disminución de espacio-peso-masa y en multiplicación de potencia.
Cuentan con medios pasmosos, en su formidable adelanto científico y técnico, para dominar, si lo quisieran, a todos los mundos de nuestro sistema planetario. Hemos dicho que, desde los tiempos más remotos, establecieron bases en el espacio, como la que describimos al comenzar esta obra.
Hemos dicho, también, que esas bases, repartidas estratégicamente en diversos puntos de nuestro sistema solar sirvieron para estudiar y conocer todos los planetas, extraer y utilizar diversos materiales de varios de ellos, vigilar y controlar el desarrollo evolutivo de los mismos, y poder cumplir las misiones cósmicos emanadas del centro gobernante de todo el sistema que hemos dicho que es el Sol.
Esto mantiene estrecha relación con sus actuales visitas a la Tierra, como las que efectuaran en otras épocas, en cumplimiento de Planes Cósmicos a los que nos referimos después, en los próximos capítulos. Pero en cuanto a la calidad y extensión de ese poder, recordemos lo presenciado por nuestro amigo Pepe en su primer viaje a través del “Cinturón de Asteroides” ya narrado... y recordemos, igualmente, el hecho misterioso y conocido por todo nuestro mundo actual, del fantástico y gigantesco apagón que sufriera toda la costa oriental de Norteamérica hace pocos años.
En la memoria de todos, en nuestra Tierra, están frescas, aún, las noticias propaladas a todo el planeta de aquel tremendo e inexplicable fenómeno. Una noche, súbitamente, cesó de golpe la corriente eléctrica a lo largo de toda la costa atlántica, desde el norte de Canadá hasta el sur de los Estados Unidos. Al faltar el fluido se detuvieron, de pronto, en todas partes, cuanto mecanismo y artefacto funcione eléctricamente. Las ciudades quedaron en tinieblas. Se detuvieron los ferrocarriles, los automóviles, paralizaron las usinas, fábricas y talleres.
La gente se quedó encerrada en los ascensores, en los subterráneos detenidos, en las tiendas con mamparas eléctricas... todo ello a través de miles de kilómetros en una extensa faja de territorio que abarcó cientos de ciudades y pueblos, entre ellos la populosa Nueva York. El apagón duró dos horas sin que las numerosas cuadrillas de técnicos e ingenieros, que buscaban la causa por doquier, sin poder hallarla ni explicar lo que pasaba, lograran arreglar el desperfecto. Transcurrido ese lapso, volvió la corriente, en la misma forma súbita y misteriosa como faltara...
Nadie en el mundo pudo explicar este fenómeno; pero el pánico, el desconcierto y la curiosidad de millones de seres perduran todavía. ¿Qué pasó esa noche en las costas orientales de toda la América del Norte?...
Ahora, desde Ganímedes, nos viene la respuesta: fueron dos astronaves de ellos. No las del modelo más grande, sino las del tipo de seis tripulantes, ya descritas. Detenidas en el espacio, a una altura imposible de ser descubiertas, una sobre el Golfo de México y la otra sobre el Atlántico en un punto cercano al cabo Farewell, Groenlandia, establecieron un circuito de ondas que paralizó toda la energía eléctrica de aquel sector... No desearon revelar el secreto de esa fuerza. Pero explicaron que había sido un ensayo y un aviso, con íntima relación a los sucesos mundiales que se avecinan y con la futura misión cósmica en que tendrán que actuar para bien de muchos seres de este mundo..
Todo el material de este libro se basa en los informes proporcionados por nuestro amigo, como se explicó desde el comienzo. La mayor parte se debe a las observaciones directas de Pepe. Otras, a la información recibida por él de los mismos habitantes de Ganímedes. Es lógico suponer que haya mucho más que lo captado hasta ahora. Que posean secretos y detalles o aspectos muy íntimos de su civilización que no le revelaran, todavía; al menos hasta que haya llegado a compenetrarse profundamente con ellos.
Esto se desprende claramente, de ciertas
facetas de su narración: en el desarrollo informativo de varios
temas, Pepe me declaró que le habían dicho “Con el tiempo
comprenderás y conocerás nuevas cosas...”
En este campo de acción, todo individuo es su propio guardián, y el conocer y actuar simultáneamente en el mundo físico y en la cuarta dimensión, le está manifestando, en todos los instantes de su vida física, la presencia de aquellas entidades superiores, suprafísicas encargadas de vigilar y dirigir la evolución de todo su mundo. Al no poderse ocultar nada, ni el más pequeño pensamiento ¿qué le sucedería a un individuo en el supuesto, e imposible, caso de dejarse arrastrar por una mala tentación? Todos cuantos le rodearan, la sociedad entera de ese mundo, conocerían, de inmediato, su intención y le impedirían realizarla...
Estos dos últimos aspectos son ejecutados por medios mecánicos enteramente automáticos, accionados por control remoto y en ciertos aspectos, por mecanismos electrónicos de autocontrol, algo así como robots, de una eficiencia asombrosa. Además la alta cultura y la esmerada pulcritud de los habitantes, hace que en todo lugar, hasta los más apartados rincones del reino, se mantenga la limpieza y la higiene general en niveles que superan hasta a las salas de cirugía de nuestros más modernos hospitales. El mismo servicio comunal de asistencia que acabamos de mencionar controla, también, este aspecto de la vida en Ganímedes.
Así, inmediatamente, conoce toda la
población cualquier noticia; nada escapa al ojo y al oído múltiple
de aquel sistema-servicio, gratuito como todos los demás.
Y para mayor abundamiento, cabe anotar la asombrosa coincidencia de la forma cómo en Ganímedes se denomina a la figura central o personaje divino en torno al cual gira todo el culto.
Lo llaman con el más profundo respeto y veneración:
En esto encontramos también otra sorprendente coincidencia con las prácticas y lecciones ocultas de una de las más antiguas órdenes iniciáticas de nuestro mundo: la secretísima de “Los Caballeros de la Mesa Redonda” ya mencionada en otros capítulos de este libro. Entre los herméticos Hermanos Caballeros de esa tan antigua institución esotérica, se llama a Cristo, en nuestro mundo, “El Sublime Maestro, Dios del Amor y del Perdón, Camino de la Luz, de la Verdad y de la Vida”...
La misma fórmula, exactamente idéntica, el mismo concepto y las mismas enseñanzas fundamentales. A través de milenios de separación en el tiempo, y de más de setecientos sesenta millones de kilómetros de distancia en el espacio, ¿qué relación existe o ha existido entre ambos...? No estamos capacitados para resolver este misterio. Pero vamos a ver, a medida que avancemos, otras muchas coincidencias y semejanzas estrechísimas entre la religión de ese mundo y varias doctrinas del nuestro.
El dogmatismo, tan común entre nosotros, ha sido superado por la explicación científica en la enseñanza religiosa, y por la comprobación metafísica en los diferentes planos cósmicos, tanto para la práctica general de los preceptos cuanto en la liturgia de los oficios de la profesión sacerdotal. En los capítulos anteriores manifestamos que el Soberano reinante, allá es al mismo tiempo el Sumo Sacerdote.
Pero el sacerdocio, en Ganímedes, no pretende apoderarse de la conciencia popular ni de dominar la voluntad y la mente de sus feligreses. En todos los niveles eclesiásticos, reducidos en verdad, pues sólo hay cuatro categorías entre el sacerdote común y el Supremo Pontífice, la diaria labor está enfocada, principalmente a la instrucción de las grandes verdades cósmicas, sólido sustento de toda la doctrina, y a las prácticas del culto que no tienen nada de teatral o espectacular y sí, mucho de comprobación objetiva de las enseñanzas previas o teóricas.
Las ceremonias rituales son verdaderas pruebas demostrativas de la existencia y de la interconexión de los diferentes planos cósmicos, o de la Naturaleza, de las fuerzas y energías que en ellos actúan y de la estrecha relación entre las diversas entidades superiores e inferiores que los pueblan. Cada ceremonia, cada rito, pone en evidencia a alguna o a varias de esas fuerzas y entidades, porque el sexto sentido presente en todos, permite verlas, oírlas, unirse a ellas, si conviene, para realizar conjuntamente los maravillosos servicios que en tales oportunidades tienen lugar en beneficio general de todos.
Los novios avanzan solos hasta el centro del templo, que invariablemente es de forma circular y en cuyo centro está ubicado el altar, una simple mesa, redonda y de metal dorado y refulgente, ante la cual los espera el sacerdote. Todos los demás asistentes, padres, parientes y amigos, se reparten en torno de ellos, pero a discreta distancia, llenando el amplio espacio y formando así un compacto círculo humano en cuyo centro permanece el triángulo integrado por los contrayentes y el sacerdote que rodean el ara.
Todo ello tiene un significado cósmico profundo: el recinto simboliza al universo; los concurrentes, ubicados en círculos en torno al altar, recuerdan los mundos y habitantes de nuestro sistema planetario; girando en sus órbitas al rededor del Sol representado por el Ara; y los tres personajes centrales de la ceremonia a realizarse vienen a ser el símbolo de la Vida en aquel astro. No hay ninguna imagen, ningún objeto ni utensilio material sobre el altar.
El sacerdote viste una larga túnica dorada, sin emblema de ninguna clase, y los novios son revestidos, en aquel momento por sus respectivos padres, con un sutil y vaporoso manto blanco. Ello simboliza la educación que los padres les dieron para elevar sus almas a los altos niveles de la pureza moral, mental y psíquica que todos están viendo, con el sexto sentido, en los brillantes resplandores de sus respectivas auras. Cumplido este primer rito y ocupando todos sus puestos correspondientes, comienza la ceremonia sacramental.
El sacerdote eleva sus manos al cielo imitado por todos los asistentes, incluso los novios. Una plegaria muda toma forma en el pensamiento, visible, de todos, siguiendo a la que dirige el oficiante; poco a poco se va notando un suave rumor que parte de todos los labios, como las notas muy tenues de una salmodia. La plegaria telepática, uniforme y concentrada, se une en la cuarta dimensión a las ondas sonoras que se está modulando en aquella letanía o melopea sorda. A medida que la intensidad aumenta, sin llegar nunca a disonancias o estridencia, el recinto se va iluminando con una extraña luz dorada que aumenta en intensidad segundo a segundo.
Junto con aquel brillante resplandor se aprecia una música melodiosa y de singular armonía que envuelve a todos en un ambiente balsámico; en la parte central, exactamente sobre el ara, comienza a notarse como un torbellino de luz, de ráfagas fulgurantes que giran vertiginosamente al principio y que, amenguando poco a poco su velocidad se van condensando y tomando forma humana... Aquella figura resplandeciente ya es perfectamente visible. Es un ser de indescriptible belleza que se mantiene en el aire sobre el altar. De sus ojos y de toda su persona brotan rayos de potente luz dorada, blanca ligeramente celeste, en combinaciones imposibles de explicar en nuestro lenguaje.
El sacerdote oficiante baja los brazos y dirige sus manos hacia los novios. Estos, igualmente, bajan los brazos y se toman las manos. En ese momento aquel Ser maravilloso materializado sobre el Ara dirige su mirada a los contrayentes. Todo el templo se llena de armonías imposibles de explicar en nuestro mundo. Son melodías celestiales que van acompañadas por una suave fragancia que invade todos los ámbitos del templo y que exaltan los sentidos de todos los presentes.
En torno al Ser resplandeciente que se
dispone a bendecir a los novios, giran entonces una serie de
entidades, también luminosas pero sin alcanzar la magnitud de los
destellos que brotan de la figura central. Todo es un conjunto
glorioso, divina emanación de los Planos Superiores de la Vida,
mensajero celestial del Reino de la Luz Dorada que, mi adelante
veremos, en verdad, es el Reino de Cristo... Aquel bellísimo y esplendoroso Ser, dirige sus manos, lo mismo que el sacerdote, en dirección a las de los contrayentes unidas en amoroso lazo. De las divinas manos de la aparición brotan haces de luz, como rayos que envuelven a los novios, y algo así como un coro de mil lejanas voces es percibido claramente por todos los asistentes. La visión se va esfumando, cesan las voces y armonías, se extinguen los destellos luminosos y todo vuelve a la anterior normalidad.
Los dos nuevos esposos acaban de formar un nuevo hogar consagrado, no por los hombres mortales como en la Tierra, sino, directamente, por las altísimas entidades de aquel Reino de la Luz, del Amor y de la Vida al que tantas veces mencionara Cristo cuando, hace dos mil años, nos decía: “Mi Reino no es de este Mundo... Seguidme, porque Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida...”
Nos damos cuenta que a la mayoría de los lectores todo esto les parecerá fantástico. No podemos evitar que piensen así quienes ignoren las grandes verdades del Cosmos. Es el mismo caso que, en otras partes de este libro, comparamos con lo que habrían pensado hace cien o doscientos años si les hubieran descrito en ese entonces nuestra actual televisión, radar, computadoras electrónicas o los viajes a la Luna en máquinas comunicadas y controladas por control remoto... Quien ignora algo no está en condiciones de opinar sobre ello.
Pero todo aquel que posea ya una cultura metafísica y que haya logrado algún adelanto en las ciencias esotéricas, comprenderá que nos estamos refiriendo a fenómenos positivos, a hechos reales y comunes en los planos superiores del Cosmos.
Pero muchos científicos de nuestra época actual ya vislumbran que la Vida puede manifestarse en miles de formas, no sólo en las que nosotros comprendamos.
Para la Vida, que emana de los más altos niveles del Cosmos, que es completamente inmaterial, con absoluta independencia del medio en que le toque manifestarse y que el espíritu, participante de esa Vida y perpetuamente inmortal, puede, así mismo, actuar libremente en cualquier plano de la Naturaleza y asentarse en cualquier mundo, sin que las condiciones ambientales de ese mundo lo afecten en lo menor por su misma inmaterialidad; un mundo como el Sol en que la vida material, física, es inconcebible, puede, sin embargo, ser la morada, el reino especial de un tipo de seres, vale decir espíritus, que en él concentren la fuerza inconmensurable de su Inteligencia y Poder para los Supremos Fines de la Sabiduría Infinita del Creador...
Y ésta es la verdad. El Sol no es
solamente el centro astronómico de nuestro sistema planetario, cuya
fuerza de gravedad mantiene en sus órbitas a tantos otros cuerpos
celestes. No es únicamente la fuente central de energías y fuerzas
que irradia a todos ellos, como ya lo saben nuestra Física, nuestra
Química y todas nuestras ciencias naturales y astronómicas...
Y en la más remota antigüedad ¿por qué adoraban al Sol las más cultas y avanzadas civilizaciones de ese entonces?.., Egipto, Persia, Tiahuanacu, Mayas, Aztecas e Incas centralizaron en el Sol el supremo culto de sus religiones y, bajo diferentes nombres por los léxicos distintos, pusieron al Sol a la cabeza de sus complicadas teogonías.
En esos lejanos tiempos no se explicaba al pueblo las grandes verdades cósmicas ocultas en la simbología. Eran secretos conocidos por unos pocos sacerdotes, incluso no todos, sino los verdaderos iniciados en las ciencias herméticas, como aquellos “Hermanos de la Esfinge” ya mencionados al principio de esta obra. Los historiadores comunes creyeron ver en ello —en el culto al Sol— el reconocimiento, solamente, de las fuerzas y energías físicas, luz, calor, etc., que dan vida químico-física a los mundos dependientes del astro-rey.
Así lo explicaron a la posterioridad. Pero quienes han estudiado, en distintas épocas, la metafísica profunda en aquellas escuelas esotéricas tantas veces mencionadas, saben que existen muchas pruebas del otro aspecto, coincidentes en todo con lo que en Ganímedes constituye una verdad comprobada y un fundamento esencial de su religión.
A este respecto podemos decir que en el Tibet, antes de que la China comunista lo invadiera convirtiéndolo en provincia suya, los Dalai-Lamas y los más altos Lamas conocían y guardaban en el más cuidadoso secreto un voluminoso papiro egipcio de los tiempos de la segunda dinastía —vale decir más de cinco mil años— que la tradición hacía llegar hasta su lejano país conducido por dos “Hermanos de la Esfinge” en la época en que se estaba derrumbando el reino de los Faraones por la decadencia de los Ptolomeos.
Es conocido en todas las escuelas ocultas de los misterios antiguos el éxodo de los últimos “Hermanos de la Esfinge” antes de que llegaran los romanos a conquistar las tierras del Nilo. Se sabe cómo se repartieron por el mundo, estableciendo nuevas escuelas de su ciencia en diferentes lugares de la Tierra. Los rosacruces de la Europa medioeval fueron una de ellas.
Y en el voluminoso rollo de papiros confiado a la custodia y perpetua instrucción de los más sabios Lamas del Tibet, entre muchas enseñanzas relacionadas con el Cosmos, estaba la que se refiere al Sol como sede central de un “reino de Grandes Espíritus, Dioses de los mundos que lo envuelven, que gobiernan los cielos y la Tierra, a los hombres, animales y plantas, y a todas las cosas que dependen del dominio y voluntad supremas de Amon Ra”...
Y ese Gran Ser, reconocido y reverenciado por los “Hermanos de la Esfinge”, por los Magos de Zoroastro en la antigua Persia, por los sacerdotes iniciados de los Mayas, Aztecas e Incas, es el mismo a quien los hombres del Reino de Munt consideran “El Sublime Maestro, Dios del Amor y del Perdón, Camino de la Luz, de la Verdad y déla Vida”...
Que distancia tan grande, en facultades, experiencia, sabiduría y poder hay entre un niño tierno y un adulto instruido. Y esa distancia se multiplica hasta lo infinito si tomamos como elementos de comparación a dos seres pertenecientes a tipos o niveles de evolución muy separados. Por ejemplo al miembro de una raza de pigmeos de la Australia y a uno de nuestros hombres de ciencia actuales. Y esa progresión, como ya se ha dicho, alcanza al Infinito. £s el resultado ineludible de las leyes cósmicas gobernantes de la Evolución Universal. Ya esto lo tratamos al ocuparnos de la Cuarta Dimensión y al explicar la Ley de la Reencarnación.
Hemos venido explicando que la religión en Ganímedes participa de todos los elementos esenciales contenidos en las sublimes enseñanzas de Cristo, y que la diferencia que pueda haber entre la denominación y concepto absoluto del personaje se deben, únicamente, a diferencias de léxico, muy pequeñas y relativas, pero en mayor grado a la distancia enorme del desarrollo evolutivo de ambas humanidades. Todas las lecciones substanciales de la doctrina crística están presentes, de manera inconfundible, en la doctrina básica de la religión de Munt.
Y no sólo están presentes como cuerpo de doctrina y como guía filosófica. Son verdaderas fuerzas vivas que tienen su manifestación objetiva en el desarrollo moral, psíquico y mental de todos los seres que habitan ese mundo. ¿De qué manera han podido grabarse con tal intensidad, con tan poderoso influjo en la mente y en el alma de toda esa humanidad?... Primero, por los métodos de enseñanza de padres, maestros y sacerdotes, que jamás pretendieron obligar a creer determinada verdad como un dogma impuesto y no explicado. Y en segundo lugar, por aquel sexto sentido que permitió a todos, maestros y discípulos, comprobar la realidad de la enseñanza en todos los niveles de la Vida, desde el mundo físico hasta dominios superiores a la cuarta dimensión.
Tomemos la Biblia. En el Evangelio de San Mateo, capítulo 11, versículos 13 al 15, el Señor hablando con sus discípulos sobre la misión de Juan El Bautista, dice:
Más adelante, en el mismo evangelio, cap. 17, versículos del 10 al 13, repite:
En el Evangelio de San Marcos, cap. 9, versículos 10 al 13, hablando sobre la resurrección de los muertos, se lee:
En el Evangelio de San Juan, capítulo 3, versículos 1 al 7 leemos una de las más claras referencias. Dice así:
A través de los siglos se ha pretendido interpretar sofísticamente estas concretas palabras del Salvador, empleando los más complicados juegos de la dialéctica teológica.
Pero Cristo refrenda su afirmación a Nicodemo con estas palabras:
Todos sabemos que para nacer, el cuerpo físico pasa un período de nueve meses en el claustro materno dentro de una bolsa llena de agua que es la placenta. Así pues, confirma la necesidad de volver a nacer en cuerpo físico, o de carne, y con su correspondiente ego, o sea el espíritu. Y vuelve a repetirle: “No te maravilles que te dije: Os es necesario nacer otra vez”.
En los “Registros Akáshicos”, plano cósmico en que está grabado todo cuanto ha sucedido y sucede en un mundo, plano que también es conocido por las escuelas inicia-ticas con el nombre de “Memoria de la Naturaleza” y en el que se encuentran las fuentes de la Profecía, por encerrar en sus regiones superiores todo el pasado, el presente y el futuro, se puede ver cómo se enseñaba todas esas verdades suprafísicas a los primeros cristianos; y en los tiempos de las persecuciones romanas, en el secreto de las catacumbas y de las reuniones clandestinas, toda esa enseñanza fue la clave de la misteriosa fuerza demostrada por los miles de mártires cristianos, que marchaban a la muerte con la entereza, la serenidad y hasta en muchos casos la alegría de quien está seguro que la muerte no es la destrucción final, y que a través de ella lo espera un futuro promisor y bello.
En efecto, a partir del primer Concilio Ecuménico de Nicea, en el año 325 de la nueva era cristiana, y de los posteriores concilios de esa centuria, cuando se inicia la vida pública’ y libre de la Iglesia, al amparo de los decretos del Emperador Constantino y con la ya naciente protección del Estado para la nueva religión, se va olvidando la enseñanza esotérica de aquella gran verdad del Cosmos, hasta perderse por completo en los siglos tenebrosos, de ignorancia y de superstición, de la Edad Media.
No pretendemos investigar el misterio de su desaparición, del conjunto doctrinario que después se ha predicado a todos los cristianos en los siglos posteriores. Pero ahí están, en los evangelios, las palabras categóricas, las afirmaciones positivas de Jesucristo a Nicodemo sobre la necesidad, ineludible, de volver a nacer, de renacer, para poder llegar al Reino de Dios...
¿Por qué se apartaron, en muchos aspectos de básica importancia, los gobernantes de la Iglesia del Medioevo, de la esencia y del camino trazado por el Salvador?
Ejemplos de esto hay muchos en la historia. Que lo digan, si no, los ríos de sangre vertidos por los cruzados, en nombre del Dios del Amor, del Perdón, de la Paz y de la Confraternidad humana... ¿Cómo explicar esa abominable institución, sarcásticamente llamada la “Santa Inquisición”?... Y las aberraciones, crímenes y violencia practicadas hasta por Papas y Cardenales, entre el Medioevo y el Renacimiento, y que fueran la causa de los cismas protestantes y de las guerras de religión, que, hasta hoy, enfrentan a unos cristianos contra otros, convirtiéndolos en fieras, como estamos, todavía, contemplando en la convulsionada Irlanda... Y, todo esto ¿en nombre de un Dios de Amor, de Paz y de Humildad...?
Faltan muy pocos años para que toda
nuestra humanidad contemple, absorta, la llegada de numerosas
escuadras que traerán a los superhombres de esa raza, en el
desempeño de la misión apocalíptica a que han sido designados,
misión que trataremos de explicar en los próximos capítulos y que
tiene la más íntima relación con el Juicio Final prometido por el
Salvador.
Con todo lo informado hasta aquí, podrá el lector comprender mejor la estrecha relación existente entre las humanidades pobladoras de nuestro sistema solar, bajo la sabia y vigilante dirección de aquel reino central al que nos hemos referido como el “Reino de la Luz Dorada”, y su Corte de Grandes Espíritus que enrumban la evolución de todo el conjunto, pese a lo que quieran pensar u opinar los hombres de la Tierra, muy en especial los ignorantes o maliciosos “fariseos” de las distintas religiones que durante siglos se pavonearon como “ministros de Dios”, creando dogmas y mitos que hoy comienzan a desmoronarse ante el avance inexorable de la Verdad y de la Luz, para el mismo cumplimiento de los inmutables Planes Cósmicos dirigidos desde aquel Sublime Reino Central en donde asienta su Glorioso Poder el Sublime Señor a Quien ya hemos llamado varias veces: “Dios del Amor y del Perdón, Camino de la Luz, de la Verdad y de la Vida”.
¿Cómo explicar, entonces, que de padres sin ninguna característica ajena a la raza blanca, hayan podido nacer la raza negra, la raza roja o cobriza y la raza amarilla?...
La creación del hombre allí aludida representa un amplio e infinito proceso cósmico, en que las figuras de los textos literales se refieren a fenómenos abstractos y sus consecuencias objetivas en diferentes planos de la Naturaleza. El polvo de la Tierra con que Dios aparece formando al hombre es la materia que forma todos los mundos en nuestro sistema planetario. Tiene los mismos componentes materiales, químicos-físicos, los mismos minerales que integran, como sabemos, nuestro cuerpo, y el espíritu infundido, a manera de “soplo” divino, sigue el proceso ya explicado cuando hablamos de la cuarta dimensión. Además, si conocemos el significado hebraico de la palabra Adam, veremos que es “Humanidad”. Y esto lo encontramos, también, en el Génesis: en el capítulo 5, versículo 2, leemos: “Varón y hembra los crió; y los bendijo, el día en que todos fueron criados”.
¿Quiénes eran los otros, y de dónde habían salido?
En un desarrollo de milenios, alcanzaron a diseminarse hasta las costas del sur del África. Australia y Mueva Zelandia son restos de aquel gran continente que desapareció bajo las aguas en una serie de cataclismos sucesivos en un período de más o menos diez mil años; su existencia tuvo lugar, probablemente, entre ochenta mil y cuarenta mil años atrás. En esa época la Tierra aún mantenía dos lunas. La otra era de tamaño menor que la actual y giraba en una órbita más amplia, a casi el doble de distancia que la actual.
Refieren los informes obtenidos por nuestro amigo en Ganímedes, que la influencia combinada proveniente de ambas lunas motivó un crecimiento notable del cuerpo físico en hombres y animales, y esto fue la causa de que en esos tiempos vivieran hombres gigantescos en el planeta. Por otra parte, esto se menciona, también, en la Biblia.
De esto la geología tiene abundantes pruebas, y muchos hombres de ciencia, y hasta simples particulares, han tenido oportunidad de ver y estudiar los extensos campos cubiertos con residuos marinos en diferentes lugares elevados de nuestros actuales continentes.
En muchas cumbres de la Cordillera de los Andes; en el Altiplano de Perú y Bolivia, a más de cuatro mil metros de altura; en varios lugares de los Himalayas, entre cinco y siete mil metros de altitud y hasta en pleno centro del actual desierto del Sahara, se encuentra abundantes sedimentos de conchas y toda clase de restos marinos que prueban cómo, en verdad, fueron fondos de mares desaparecidos.
En los albores de la nueva era, que comenzó para nosotros, hace exactamente, 28.760 años, fueron trasladados, en diferentes grupos y en un lapso de más o menos cien años, muchos de los habitantes del planeta Venus, por astronaves provenientes del Planeta Amarillo, del que nos hemos ocupado anteriormente. Las crónicas del Reino de Munt narran que en esos remotos años se estaba gestando en Venus terroríficos trastornos, mutaciones catastróficas y cambios ambientales que darían lugar a la extinción total de la vida en ese astro.
Y que por mandato expreso de los sublimes seres gobernantes del Reino de la Luz Dorada, tuvieron que intervenir para salvar a la humanidad de aquel planeta. No era una humanidad tan adelantada como la de ellos. Pero ya tenían un grado bastante elevado en su civilización. No fue tarea fácil hacerles comprender tan extraordinaria misión, y vencer el temor que a la mayoría les inspiraba su presencia, descendiendo en máquinas de fuego desde los cielos enteramente nublados de Venus. Pero los más sabios pudieron entenderlos y darse cuenta del peligro.
Así, por grupos, fueron siendo transportados a la Tierra, en donde se establecieron, principalmente, en el gran continente al que llamaron la “Tierra de Mu”, la famosa Atlántida de los egipcios y de Platón. En el curso de los siglos, en un lapso de más o menos diez mil años, aquella raza pujante y sabia había desarrollado la gran civilización atlante, centralizando su poder en un extenso continente en que se asentaban diez reinos, como las más antiguas tradiciones egipcias y mayas nos recuerdan. Y en esas tradiciones se conservaba, hasta los tiempos más cercanos, la historia de aquel pueblo bajado de los cielos”, al que, también, conocían como el “País de Mu”.
Existe una gran bibliografía sobre el tema, a la que pueden recurrir quienes se interesen.
Pero no está demás indicar que los atlantes, en su gran expansión por el mundo de ese entonces, llegaron hasta los confines del Norte de América, transpusieron el Mediterráneo y alcanzaron las riberas del Ni-lo y las entonces fértiles llanuras de la Mesopotamia y de toda la península arábiga.
A este respecto es muy interesante conocer que en el Altiplano, entre Perú y Bolivia, en las famosas ruinas preincaicas de Tiahuanacu, se encuentra el monumento más antiguo del mundo: La Puerta del Sol, la que tiene esculpida en el centro la figura del Dios rodeado por otras figuras con alas, clara alusión a seres alados o bajados del cielo, y que en tan formidable monumento existe, también, esculpido, un calendario considerado como el más antiguo que se conoce pues las pruebas al carbono 14 arrojan más de 15.000 años.
Pero lo sorprendente de tal calendario es que representa el año venusiano, con los 255 días terrestres y los meses de 24 días, exactamente.
Y merece citarse, igualmente, lo escrito hace muchos años por el famoso historiador, filósofo y sabio profesor de la Universidad de San Petersburgo, Dimitri Mereshkowsky, en su libro: “El Secreto del Oeste”:
Y ahora pasaremos a ocuparnos de la tercera raza: la raza de Adam, o blanca, llamada también caucásica, y que hace su aparición en la Tierra más o menos a mediados de nuestra actual etapa evolutiva, dentro del conocimiento cósmico de la existencia de ciclos, o “revoluciones cósmicas” con una duración de 28.791 años cada uno. A este respecto, la información obtenida desde Ganímedes por nuestro amigo es categórica. Refiere que los primitivos representantes de esa raza fueron traídos a la Tierra por astronaves del gran imperio, que, más tarde, sería llamado “Reino de Munt”, como viéramos en capítulos anteriores.
Le explicaron que en ese entonces, hace más o menos doce mil años, cuando aún perduraban en el Planeta Amarillo las últimas contiendas entre los dos poderosos bloques étnicos en que se dividieran, como ya hemos visto anteriormente, un numeroso grupo de prisioneros del país vecino, que no podía ser asimilado a su civilización por no haber alcanzado el alto nivel moral requerido, fue trasladado a nuestro planeta, ubicándolo en los territorios, entonces deshabitados pero fértiles y con abundancia de recursos naturales que ahora conocemos como Siria, Jordania y El Irak.
Esto explica, hoy, diferentes pasajes de la Biblia, entre ellos la expulsión del Edén de los primeros progenitores de esa raza, como castigo. Vinieron, en efecto, de un mundo superior. De un mundo en que se desarrollaba una civilización fácilmente comparable con un paraíso. Y venían a un mundo en que tendrían que “trabajar con el sudor de su rostro”, y en donde tendrían que “sufrir y sentir dolor” y en “donde conocerían la muerte”, pues ya hemos visto que en el Reino de Munt, ésta ya no existe, como se ha explicado en capítulos anteriores.
Previamente hemos de añadir que se le explicó a Pepe que siempre actuaron y actúan por orden y dirección de los Supremos Señores del Reino de la Luz Dorada. Pero antes de pasar al siguiente punto, debemos anotar que poco tiempo después de traer aquel primer grupo de “emigrantes”, trasladaron, también, otro grupo al que dejaron en las costas septentrionales del Mar Negro, en la región comprendida entre las desembocaduras de los ríos Dniéper y Danubio.
Este segundo núcleo de seres de raza blanca fue el que, al extenderse con el correr de los siglos, subiendo por las márgenes de ambos ríos poblaron toda la Europa.
Pero en esos remotísimos tiempos el Nilo no recorría lo que, después, fuera poderoso imperio de los Faraones. El extenso y caudaloso río que tiene sus fuentes en los territorios de lo que hoy son Uganda y Etiopía, llegaba hasta más al norte de la primera catarata, en la región en que ahora se levanta la gran represa de Asuán. De allí se desviaba en dirección al Mar Rojo, desembocando en él.
Toda la región ocupada por Egipto era
desierto, continuación del de Libia, con la sola excepción de una
estrecha zona fértil limitada por los desiertos de Nubia y Libia,
que se extendía hasta cerca del lugar en que hoy se asienta la
población de El Qoseir en la ribera del Mar Rojo, siguiendo el curso
original del Nilo.
Enormes astronaves condujeron ingenieros, máquinas y equipos hasta la zona escogida. Un grupo de técnicos extraterrestres se encargaron de educar a los atemorizados pobladores primitivos, que luego de los primeros días de terror, los adoraron como Dioses, y sirvieron de obreros en la obra. Al cabo de pocos años, por los formidables medios con que contaban, se había abierto el nuevo cauce y los cinco canales simétricos que iban a constituir el gran Delta.
El antiguo cauce de desagüe en el Mar Rojo fue anulado y el tiempo se encargó de cubrirlo totalmente. Una pequeña carga nuclear desmoronó la barrera natural que separaba el Nilo de su nuevo curso, y el gigantesco río corrió, desde entonces, a través de lo que, siglos más tarde, iba a ser el gran imperio de los Faraones, y el centro inicial de las grandes escuelas esotéricas del futuro...
Cumplida su misión, los hombres, los equipos y las máquinas retornaron a su planeta de origen.
Sociólogos, historiadores, arqueólogos y filósofos no atinaron a imaginar cuál pudo ser la causa a la que se debía que los egipcios representaran un fenómeno de evolución completamente distinto a todos los demás pueblos. En todas partes, en todas las razas y civilizaciones más remotas, se advierte el proceso lento y escalonado, sucesivo en sus diferentes gradaciones, desde los niveles más primitivos hasta el apogeo de sus culturas respectivas, en la variada gama de matices que ofrece al investigador estudioso la marcha de cualquier grupo humano en la historia de nuestra humanidad.
Poseían solo rudimentarios elementos, cerámica tosca y modestas construcciones de adobe sin mayores alardes de cultura. Pero de pronto, en sólo el transcurso de un par de centurias, empieza a florecer allá una sorprendente civilización. Comienza a construirse grandes ciudades, con edificios de piedra que cada vez asumen formas y estructuras más notables, hasta llegar, en poco tiempo, a la asombrosa demostración de adelanto que ha llegado a causar el respeto y la admiración de los hombres cultos de todos los países y de nuestros sabios modernos.
También desde Ganímedes nos viene la respuesta. Recordemos que ya, tres mil años antes, la super-raza extraterrestre había preparado las bases con la desviación del Nilo. Pero en esa época empezaron a presentarse en el Planeta Amarillo los primeros síntomas de su futura desintegración, como se ha explicado al ocuparnos de la historia del Reino de Munt.
Era, precisamente, el comienzo del reinado de aquel portentoso soberano. Y, por tal razón, terminada la misión que se les encomendara en la Tierra, se dedicaron exclusivamente a sus propios y urgentes problemas. Ya hemos visto en la tercera parte lo referente a su traslado al satélite de Júpiter y la destrucción del Planeta Amarillo. En ese lapso de cerca de tres mil años de los nuestros, estuvieron muy atareados en adaptar su nuevo mundo a la perfecta evolución de su civilización, y no vinieron a la Tierra.
Y se conoce al detalle el desarrollo evolutivo de tan formidable civilización, desde los tiempos del Rey Menes, fundador oficial de la primera dinastía, que en el año 5.004 antes de Cristo, establece la organización política y administrativa que habría de perdurar a través de las veintiséis dinastías que, oficialmente reconocidas como tales, rigen en el Valle del Nilo hasta ser conquistado por Cambises, Rey de Persia, en el año 527 antes de nuestra era cristiana; cinco dinastías más, de origen extranjero, completan la serie de 31 que termina con la dominación de Egipto por los romanos.
Esa etapa anterior a la de los Faraones que comienzan con Menes, está señalada en la tradición y escritos antiquísimos como el tiempo en que ese pueblo fuera gobernado por los “Dioses bajados del cielo”. No se fija, con exactitud, cuánto duró aquella primera etapa. Los egipcios no acostumbraban a señalar cronológicamente los tiempos en forma correlativa. Preferían relatar los hechos correspondientes a cada período gubernamental, refiriéndolos al personaje gobernante. Y en esa lejana época, no existen datos concretos que permitan identificar, todavía, a los personajes.
Por eso aquel período en que se manifiesta, claramente, un tipo de gobierno manejado por seres divinos, que delegan sus poderes a los sacerdotes gobernantes pero sin descuidar su control directo, ha parecido a muchos una etapa legendaria o mítica de la historia del Egipto.
Pero los hechos comprueban que no hubo tal leyenda, y que los aparentes mitos han sido la transcripción pintoresca en la forma, pero exacta en el fondo, referente a un lapso de más o menos mil años durante los cuales se convirtió a las tribus dispersas entre las regiones del Bajo y Alto Nilo, de núcleos humanos dispersos y desorganizados, en un floreciente imperio que en los tiempos de Menes ya contaba con importantes ciudades, en las que se levantaban magníficos templos y majestuosos monumentos.
Ahora, el “Secreto de la Esfinge”, como se mencionó por largos siglos a tan enigmático monumento, llega a su fin con las explicaciones que nos vienen de Ganímedes. Ellos, los hombres del Reino de Munt, fueron sus constructores. Mejor dicho, los arquitectos directivos de la obra. Se ubicó en un lugar solitario, frente al Nilo, como templo iniciático y sede hermética de los primeros “Hermanos de la Esfinge”, aquella fraternidad oculta tantas veces mencionada en este libro.
En ella se preparaba a los sacerdotes escogidos como los más capacitados para gobernar el naciente imperio, y más tarde, al correr de los siglos, cuando ya había desaparecido el primitivo gobierno teocrático, siguió siendo el lugar de reunión y de instrucción de los miembros de esa escuela de sabiduría cósmica.
Desde los tiempos de la tercera dinastía pudieron ingresar en ella miembros laicos, y así tuvo el Egipto, posteriormente, sabios portentosos ajenos por completo a la orgullosa casta sacerdotal que, por milenios, trató siempre de dominar a los Faraones, sucesores de Menes.
¿Cuántos tesoros culturales podría hallar nuestra humanidad si se descubriera tan misteriosos recintos?. ..
De allí salieron hombres que marcaron hitos en la historia de toda la Tierra. Entre ellos, el famoso Moisés de la Biblia. Y también, la enigmática y sapientísima personalidad conocida en los tiempos de la cuarta dinastía con el nombre de Imhotep, el famoso arquitecto constructor de la Gran Pirámide, ubicada a corta distancia de la Esfinge, que ya, por aquel entonces, era vecina a la gran capital del Bajo Egipto, Menfis, levantada con tal fin por Menes, en las cercanías del misterioso monumento.
Una bomba termo-nuclear sobre cada una de las ciudades las hizo pasar a la historia...
Los judíos salieron de Egipto y atravesaron el Mar Rojo por su parte más estrecha, que separa el África de la Península del Sinaí. La misma historia egipcia lo confirma. Y no lo hicieron en barcas, que no tenían. El Éxodo lo refiere con lujo de detalles. Y el prodigio le costó al Faraón lo más graneado de sus tropas. Todo ello ha sido conocido desde los más remotos siglos y no perderemos tiempo en repetirlo.
Pero, veamos ahora cómo nos han explicado los superhombres de Ganímedes la sucesión de hechos portentosos que tuvieron lugar en aquel episodio.
Y comenzaron los prodigios. De la nube de humo salieron rayos y se estableció una espesa cortina tenebrosa de humo y fuego que separó a los egipcios de los israelitas. De aquella gigantesca cortina partían rayos y truenos y tan amenazante espectáculo detuvo a los egipcios que, atemorizados, empezaron a gritar que Jehová estaba defendiendo a su pueblo. Esta situación se prolongó todo el día.
Mientras tanto se formaban grandes nubes desde la playa y sobre el mar en dirección a las opuestas riberas. Durante la noche un viento huracanado azotó las aguas en toda la zona fronteriza. Los israelitas estaban pasmados y temblaban ante aquellos fenómenos. Sus enemigos continuaban detenidos al otro lado de la barrera flamígera. Con las primeras luces del nuevo día un grito de asombro partió de todo el campamento: el mar estaba dividido, formando las aguas como altas murallas a ambos lados de un amplio corredor o pasaje.
Moisés ordenó a los suyos que lo siguieran y penetró por el centro del providencial camino en demanda de la otra lejana orilla. Al ver eso, no sin dejar de temer, los demás siguieron tras él, marchando apretujados por el centro seco de aquel sendero constituido por el fondo del Mar Rojo.
Con terror miraban a ambos lados las murallas líquidas y trepidantes, como si estuvieran contenidas por tupidas y poderosas mallas de gigantescas redes invisibles. Cuando ya todos los israelitas se encontraban atravesando el mar, a pie enjuto, la columna de humo que los protegía se movilizó, desapareciendo la cortina de fuego que separaba los dos campos. Esta vez fueron los egipcios los que lanzaron grandes voces ante el espectáculo que presenciaban. Detenidos en la playa, presa del terror que tal prodigio les infundía, no se atrevían a avanzar tras los judíos que se iban alejando en demanda de la otra orilla.
Pero sus jefes, más audaces, viendo que la presa se les escapaba, lograron imponerse. Los carros y caballería empezaron a ingresar a tan insólito corredor y viendo que no les sucedía nada, el resto de las tropas los siguió. Los israelitas estaban ya cerca de las otras riberas, y a carrera abierta las alcanzaron cuando los soldados de Faraón llegaban al centro del mar. De la columna de humo que protegía a los judíos comenzaron a partir rayos que destrozaban las ruedas de los carros, mataban a los caballos y jinetes, deteniendo a todo el ejército. El pánico se apoderó de todos. Pretendieron volverse atrás. Pero en aquel momento las murallas líquidas se deshicieron como gigantescas cataratas y todas las tropas fueron sepultadas por las aguas del Mar Rojo.
Pero no podía revelar a un pueblo tan
ignorante y atrasado en todo concepto, las grandes verdades
científicas y cósmicas que él, por su iniciación, sabía cómo
utilizar. Al no poder explicar muchas cosas ocultas, secretos
obtenidos en la forma tradicional y extremadamente rigurosa de su
hermandad iniciática, se vio precisado a atribuirlo a la figura del
Dios
Jehová, personaje que, según analizaremos después, tuvo muchos
aspectos poco divinos en su larga intervención en la vida y religión
del pueblo israelita.
Este fenómeno se logró mediante el empleo de poderosas fuerzas electromagnéticas en combinación con fuerzas vivas de la Cuarta Dimensión, que anulando la gravitación de las aguas, suspendiéndolas como las suspenden las trombas marinas en los grandes tifones, y manteniendo una cohesión molecular parecida a la de los bloques de hielo en ambas “murallas” acuáticas, lograron el efecto perseguido y lo mantuvieron durante todo el tiempo que fue necesario...
En cuanto al ataque a los carros y caballería, lo realizó la máquina pequeña con sus propios y simples elementos defensivos-ofensivos, armas incomprensibles todavía por nosotros a las que nos hemos referido en un capítulo anterior y que los hombres del Reino de Munt no parecen estar dispuestos a explicar en detalle...
Los hombres de Munt explican este hecho manifestando que se trató de un material alimenticio común entre ellos, con alto contenido de proteínas, carbohidratos y minerales vitaminados, provenientes de su reino vegetal, con elevado poder nutritivo, que elabora continuamente su industria manufacturera des-de los más remotos tiempos.
Era transportado en grandes cantidades desde su Reino hasta una de sus bases espaciales, ubicada a más o menos 12.000 kilómetros de altura sobre nuestro planeta.
Se lo llevaba en grandes envases herméticamente cerrados para evitar su descomposición, y lo almacenaban en las grandes bodegas de la base, de donde se extraía la cantidad necesaria para el suministro diario, de lo que se encargaba una de las grandes astronaves de carga con base en dicha estación espacial, la que en las postreras horas de la madrugada, en pocos minutos bajaba hasta escasa altura sobre el campamento, envolviéndose siempre en la consabida nube de humo, arrojaba el cargamento en un lento vuelo circular, y retornaba a su base.
Sobre tal condición pesaba, nada menos, que la pena de muerte, y esta sanción tuvo lugar de manera maravillosa e impresionante varias veces, como en el episodio de aquel oficial del rey David, quien al ver que los cargadores del Arca habían tropezado, temiendo que el Santuario cayese a la tierra, lo agarró con la más sana intención: un rayo fulgurante partió del arca y el oficial cayó fulminado...
Este, en realidad, era muy simple: el Arca según se expresa detalladamente en la Biblia estaba recubierta enteramente de oro, por dentro y fuera. En su construcción (lo que no se dice en ninguno de los libros de Moisés) intervinieron instrucciones secretas recibidas en el Reino de Munt para convertir aquel objeto de culto en un poderoso elemento generador de electricidad.
Convenientemente ocultas en la estructura interior habían pilas formando una potente batería acumuladora de fuerza, la que se manifestaba, a veces, en ciertas ceremonias, como chispas y destellos fulgurantes, atribuidos a la divinidad que en ella se encerraba. En esos tiempos no se conocía la electricidad ni cómo producirla. Ello solo era privilegio de los “iniciados” de algunas escuelas esotéricas.
Y Moisés fue uno de los Hermanos de la Esfinge, los más adelantados en aquel terreno. De tal manera, no fue difícil concebir un artefacto que, dentro de un concepto mítico inspirado por el deseo y la necesidad de impulsar a su pueblo por el camino de la superación, se viera obligado a emplear una serie de trucos y estratagemas, únicas formas de dominar la tremenda rebeldía y los poderosos impulsos hacia el vicio y las bajas pasiones que tanto dominaron, por siglos, a los israelitas.
En aquel entonces, el fin justificaba los medios...
La lista es muy larga, pues se reparte entre todos los pueblos de la tierra. Para detallar todos y cada uno de los casos, necesitaríamos ocupar un volumen especial, tan extenso como este libro en su integridad. Tal vez podamos hacerlo andando el tiempo. Más ahora, debemos concretarnos al desarrollo del tema principal que motiva esta obra, que en realidad, viene a ser un mensaje extraordinario debido al momento histórico y apocalíptico en que se encuentra nuestra humanidad.
Fue un Hermano de la Esfinge y su admirable sabiduría, demostrada por las maravillas de ese milenario monumento, tuvo confirmación y refuerzo objetivo en varias visitas realizadas secretamente al Reino de Munt. Vivió más de doscientos cincuenta años y su muerte fue un misterio, pues siendo personaje tan notable, nadie supo hasta hoy en dónde fue sepultado. La verdad es que al término de su misión en la Tierra lo llevaron a Ganímedes.
Aunque el ropaje de que hacen gala, en mitos y ceremoniales cada una de estas grandes religiones pueda ser diferente, por las distancias que las separan en tiempo y ambientes de desarrollo, tales diferencias revelan al analista imparcial que son el producto, exclusivo, de la intervención de los hombres y de las costumbres de cada lugar y época. Pero la esencia de todas ellas es la misma, lo que prueba, lógicamente, la uniformidad de origen.
Réstanos, solamente, ocuparnos en éste de otra visita importantísima, realizada hace casi dos mil años, y que, en verdad, obedeció a los preliminares preparativos de la Gran Misión Actual.
La Astronomía, la Mecánica Celeste y la actual Ciencia del Espacio nos demuestran la imposibilidad de que se tratara de una estrella o cualquier otro tipo de astro. Su existencia en la época nos la prueba la Historia, que conserva las huellas del tremendo impacto causado en Jerusalén por la visita de los Magos a Herodes y toda la secuela de consecuencias que se derivaron de ella, hasta la terrible matanza de niños ordenada por el déspota- También nos la afirma la Biblia, y es presenciada, además, por multitud de pastores que llegan hasta Belem con el mismo propósito de los Magos.
Pero hoy, ya no podemos aceptar la idea de una estrella, ni de un cometa, ni siquiera la de un satélite, sateloide o meteorito. Si analizamos los textos bíblicos encontramos que la forma en que se refieren a esa “estrella” nos apartan, por completo, del concepto comprobado sobre todo cuerpo celeste común y corriente. Todos los astros conocidos están sujetos a leyes universales que norman su equilibrada y matemática marcha en el espacio. Todos siguen, perpetuamente, las trayectorias trazadas por la Naturaleza, y si alguno se apartara de su órbita ello significaría catástrofes astronómicas. Sin embargo, aquellos Magos del Oriente mencionan haber realizado su viaje porque “esa estrella les anunció en su tierra” un hecho digno de su máxima adoración.
Y esa “estrella”, posteriormente, en Judea, vuelve a presentarse y los va guiando hacia un lugar determinado, al lento paso de los camellos y caballos, y sobre ese lugar se detiene y se mantiene suspendida en el espacio.
Ahora bien, sabemos que los OVNIS pueden ser confundidos a cierta distancia con luminarias celestes; y ya todos conocemos que se pueden mantener estáticos en el espacio, y recorrer el cielo a diferentes velocidades, desde las más vertiginosas imposibles de alcanzar aún por nuestras astronaves, hasta las de menor intensidad, parándose o avanzando en cualquier dirección a voluntad. ¿No es ésta, exactamente, la forma en que nos presenta el texto bíblico a la “estrella” de Belem?...
Siempre se representó a la misma detenida sobre el pesebre del niño Dios, lanzando un haz de rayos que iluminan el lugar. Ya sabemos, también, que aquellas máquinas extraterrestres han sido vistas en la misma forma: detenidas en el espacio, inmóviles a cierta altura del suelo, iluminando con un potente haz de luz el sitio sobre el cual se encontraban...
Esos Magos eran iniciados Hermanos de la Esfinge, oriundos del Egipto; y sacerdotes iniciados de Zoroastro. Los egipcios, que fueron tres, venían de la región de Caldea en donde se refugiaran huyendo de la dominación romana impuesta años antes en su tierra natal. Y los persas, que también fueran tres, provenientes de la región de Bactriana. Conocedores profundos de los Planes Cósmicos de acuerdo con los cuales se norma la marcha de todos los mundos y de todas las humanidades que los pueblan.
En esos Planes Cósmicos, bebieron sus conocimientos los hombres que trazaran en la Pirámide de Keops las famosas profecías a que nos hemos referido como un oráculo perfecto de nuestra actual civilización, y en ese oráculo, como entre las profecías de la Biblia, también estaba señalada la venida a este mundo del Mesías prometido, del Ser divino que bajaría a la Tierra para marcar nuevos rumbos a esta humanidad.
Los grandes iniciados de esas escuelas de misterios sabían QUIEN debía bajar en cumplimiento de tan magna misión cósmica, y conocían, por tanto, que Aquel Gran Ser podía llamarse “REY” pues era y es EL REY DE NUESTRO SISTEMA SOLAR...
Pero no eran alardes frívolos como los de la magia barata de otros encantadores o prestidigitadores comunes de esa época. Eran en verdad poderes elevados, alcanzados en una larga evolución al servicio de la DIVINIDAD por dos de los espíritus que integraban ese grupo: el gran maestro persa y el gran iniciado egipcio, cada uno de ellos acompañado por dos íntimos discípulos.
Y ahora tendrá el lector que repasar cuanto explicamos acerca de la Cuarta Dimensión y de la Reencarnación, pues tenemos que declarar que esos dos imponentes personajes que infundieran temor al Rey Herodes eran, nada menos, que el Espíritu de Moisés, reencarnado como sacerdote persa de Zoroastro, y el espíritu de Sakia-Muni, o Señor Buda, encarnado entonces como Gran Hermano de la Esfinge del Egipto.
La oculta identidad de tan altos personajes ha sido relevada por los superhombres de Ganímedes para explicar la formidable misión cósmica que por designios divinos del Reino de la Luz Dorada, empezaba a desarrollarse en aquellos días, en directa concordancia con el descenso a la Tierra del Supremo Señor del Reino de nuestro sistema solar, que venía a fundar la Nueva Religión llamada a reemplazar a todas las formas religiosas y doctrinas anteriores, preparando el advenimiento de la Nueva Era en este mundo...
El fenómeno se ha repetido siempre, desde los más remotos tiempos, porque el “SENDERO HACIA Dios” ha sido y es una necesidad inherente al Espíritu Humano, presento en todos con mayor o menor intensidad, pero eterno como el propio Espíritu. Y, ante la multitud ignorante, ansiosa de Luz y de Verdad, siempre se formaron grupos de Maestros o de Guías dispuestos a enseñar y conducir...
El origen de todos ellos siempre fue parecido: En los Planes que norman la marcha de la Humanidad hacia el progreso, nunca faltaron Apóstoles de la Verdad que iniciaran una labor efectiva de ayuda y asistencia, de instrucción y educación positivas. Ello se deriva, precisamente, de aquellos Planes Cósmicos ya mencionados.
Pero con el correr del tiempo, al ir desapareciendo los pioneros, los fundadores, los verdaderos guías, amorosos y desinteresados como auténticos “Soldados del Reino”, fue degenerando, en la mayor parte de los casos, el grupo colegiado, la institución o iglesia por ellos creada; y al faltar la sabiduría y el amor de los genuinos apóstoles, la ambición o egoísmo de los seguidores llegó, muchas veces, a las más absurdas pretensiones, a las aberraciones más bajas y los más censurables medios para mantener la autoridad y el poder sobre las masas, que fueron cimentados, al principio, sobre fundamentos nobles, amorosos y elevados...
Sólo en oportunidades en que la misión obliga al Iniciado a manifestarse públicamente, en alguna forma, es que lo hacen. Pero, aún así, es común que guarden el secreto de la verdadera identidad esotérica, de su íntima condición sustancial y de su vinculación con determinada “orden” o “hermandad”, ateniéndose a lo estrictamente necesario para el conocimiento del vulgo ignaro, y reservando a quienes fuera menester los detalles confidenciales de su personalidad y de su labor.
Acamparon en un oasis del desierto, lejos de toda mirada impertinente, y allí aguardaron el descenso de la astronave del Reino de Munt. Cuando esto se produjo, uno de los discípulos egipcios del Gran Hermano de la Esfinge, fue conducido en el Ovni hasta las puertas del monasterio de los Hermanos Esenios en las cercanías del Mar Muerto. Ya estos sabían, en secreto, su misión y la del mensajero del espacio, que permaneció con ellos preparando todo lo que, al correr de los años, tendrían que hacer en tomo a la Gran Misión de Jesús de Nazareth.
La máquina retornó al oasis, y transportó a Persia, a su lugar de origen, a otro de los discípulos Iniciados de Zoroastro, quien debía continuar trabajando por el restablecimiento de la dulce y elevada religión del Zend-Avesta, reemplazada allá, desde muchos años, por las prácticas idólatras y supercherías del Magismo, religión de los Medas, que tres siglos después, al establecerse la dinastía de los Sassánidas, volvió a dominar en Persia por un secular período.
Y el gran iniciado egipcio que encarnaba el espíritu de Sakia-Muni, acompañado también por su discípulo, fueron llevados hasta un lugar conveniente de lo que hoy es España, en donde progresaban las vastas colonias establecidas por los romanos en esa floreciente provincia de su imperio.
La misión de esos cuatro grandes seres, repartidos en puntos estratégicos de la naciente Europa habría de coincidir, en el secreto de los Planes Cósmicos, con los Supremos designios de los sublimes Señores de la Faz Resplandeciente, para el futuro de todo el planeta...
Pero esto lo vamos a tratar en los próximos capítulos.
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