por Claudio Fabian Guevara
15 Mayo 2013
del Sitio Web
NuevoCronista
Mucho se estudia el impacto de la contaminación electromagnética en
la salud.
Pero hay una dimensión más subjetiva: su influencia en los
vínculos afectivos, la empatía o la capacidad de diálogo de las
personas.
El "efecto aturdimiento", un factor disruptivo que
desorganiza la sociedad.
“La era tecnotrónica implica el surgimiento gradual de una sociedad
más controlada.
Una sociedad semejante quedará dominada por una
élite sin ataduras con los valores tradicionales.
Pronto será
posible imponer esquemas de vigilancia casi permanentes sobre cada
ciudadano...
La tendencia pareciera ser hacia lograr el apoyo
agregado de millones de ciudadanos descoordinados entre sí y
fácilmente controlables”.
Zbigniew Brzezinski
- “Entre dos edades: el rol de los Estados Unidos
en la era tecnotrónica”. 1970
Hay un núcleo duro de decisiones de la élite gobernante que
determina el diseño de la sociedad mundial.
La expansión de las
tecnologías inalámbricas es una de sus matrices fundantes. La red
mundial de antenas de telefonía móvil se expande sin freno, con la
solidez de un plan militar, y lo mismo sucede con otras tecnologías
de comunicación sin cables.
En EE.UU. ya existe Wi-Fi hasta en los
aviones, ciertos departamentos técnicos recomiendan marchar hacia la
abolición de la telefonía por cables,[1] y todo se acepta
inopinadamente como un progreso. Estas tecnologías utilizan como
soporte las microondas pulsantes, que - como vimos en los capítulos
precedentes - pasaron primero por décadas de desarrollo experimental
en laboratorios militares.
Hay pocas voces discordantes sobre los beneficios de las
telecomunicaciones inalámbricas. Yo sostengo que, tal cual están
diseñadas,[2] son un potente factor disruptivo, que crea más
problemas de los que resuelve.
Una exposición masiva a ondas
electromagnéticas de alta frecuencia genera todo tipo de trastornos
y cambios conductuales en la sociedad.
La sociedad medicada
Cuando se lanzó la telefonía móvil, la exposición de las personas a
campos electromagnéticos artificiales ya había sido lo
suficientemente intensa como para permitir detectar tendencias
negativas.
Las primeras evidencias de enfermedades originadas en
exposición a ondas datan de 1932.
Los estudios de los suecos Hallberg
y Johansson establecieron que las tasas de mortalidad por
melanoma de piel y cáncer de vejiga, próstata, colon, mama y
pulmones siguen estrechamente al nivel de exposición pública a ondas
de radio durante los últimos 100 años.
Sin embargo, se impulsó desde en la década de los 80 un crecimiento
formidable de las comunicaciones vía celulares, Wi-Fi y otros
dispositivos. Las nuevas emisiones se basaron en microondas
pulsantes, la tecnología más dañina, y se agregaron al entramado de
radiaciones del tendido eléctrico y los aparatos electrónicos.
Hoy
estamos expuestos a una mezcla compleja de campos magnéticos de
diferentes frecuencias tanto en el hogar como en el trabajo, y los
resultados están a la vista: no sólo hay un incremento exponencial
del cáncer, la depresión y otras dolencias, sino que existe una
misteriosa explosión de “enfermedades raras” cuyo origen nadie
explica.
La salud pública es cada vez más frágil, y era previsible que
sucediera.
El barrido permanente de las microondas sobre nuestros
sistemas biológicos, equivalente a millones de veces la radiación
del entorno natural, provoca un estrés metabólico que nos vuelve
enfermizos, con bajas defensas y vitalidad disminuida.
La decisión
de expandir sin control las tecnologías inalámbricas es funcional al
diseño de una sociedad medicada, de ciudadanos crónicamente enfermos
y cansados, tributarios permanentes de la industria farmacéutica.
¿Hay pruebas científicas de este fenómeno?
La evidencia es abrumadora, y para todos
los gustos:
-
- Para un vistazo rápido, Paul Raymond Doyon, de Kyushu University,
ha resumido decenas de indicadores objetivos (alteración del sistema
Redox, descenso en la producción de melatonina, etc.), comprobables
en laboratorio, que vinculan el Síndrome de Fatiga Crónica y otros
trastornos, con la exposición a microondas.
-
Para un estudio más exhaustivo, Bioniciative Report (2007), a lo
largo de 600 páginas, repasa pruebas de laboratorio de distinto
origen que vinculan los CEM con daños en el ADN, estrés, tumores y
leucemia, trastornos en el sueño, enfermedades autoinmunes y
degenerativas.
El informe también asocia la exposición a los CEM con
una disminución de las facultades cognitivas, problemas de
aprendizaje y concentración, y expresa preocupación por la
influencia que tendrá en las futuras generaciones el uso masivo de
teléfonos móviles. [3]
-
Los médicos de la Declaración de Friburgo (2002), los trabajos de
Robert Becker, Ulrich Warnke y decenas de investigadores, multitud
de experimentos in vivo e in vitro, todos son coincidentes: la
influencia negativa de los CEM sobre la salud es “innegable”.[4]
No podemos registrar efectos lineales, inmediatos e idénticos en
todas las personas, de estos daños.
Cada uno tiene su propia
biología y predisposición genética, y al mismo tiempo vive una
exposición diferente a distintos campos, que depende de múltiples
factores: fuentes internas y externas en cada hogar, concentración
de campos en su dormitorio, conductas individuales (tiempo de uso de
celulares o cantidad de horas frente a una computadora), etc.
Por
eso, no es posible esperar “pruebas” o “demostraciones” de una
secuencia lineal de causa-efecto en cada individuo y a corto plazo.[5]
Sin embargo, las cosas aparecen más claras cuando se analiza el
impacto de estas tecnologías en forma global y a largo plazo.
En miles de estudios en todas partes del mundo se documenta la
epidemia de fatiga crónica, cáncer y leucemia, enfermedades
autoinmunes y degenerativas, insomnio y una larguísima lista de
trastornos entre los quienes viven en las cercanías de un mástil de
telefonía móvil. El índice de enfermedades desciende a medida que la
población vive más lejos.
Pero el índice global en la localidad
aumenta a medida que se incrementan las emisiones, con “picos” de
trastornos en la salud pública cada vez que un nuevo mástil de
telefonía móvil se instala.[6]
Otros indicadores globales: los brotes de “sindrome de fatiga
crónica” se hicieron masivos en los 80 en aquellos países que
comenzaron a desplegar su red de telefonía celular.
Al mismo tiempo,
hoy en día éstas y otras enfermedades se muestran prácticamente
ausentes en países que casi no la desplegaron, como Myanmar, Nepal,
Bhutan y Laos.
El ciudadano disfuncional
El impacto sobre la salud tiene variables mensurables. Podemos
contabilizar casos médicos, tratar con diagnósticos y síntomas “objetivos".
Sin embargo, hay una dimensión más subjetiva, mucho más difícil de
abordar pero no menos importante:
¿Cómo medir la influencia del
bombardero inalámbrico en variables como los vínculos afectivos, la
agresividad, o la capacidad de diálogo de las personas?
La
exposición a campos afectar severamente los neurotransmisores, y con
ello, los sentimientos de bienestar y empatía, el carácter y la
vitalidad en general.[7]
Algunos documentos lo describen como “aturdimiento”.
Las personas se sienten irritables, experimentan confusión y
dificultades para concentrarse. Por eso un ambiente irradiado
converge con otras tendencias en el diseño de una sociedad de
relaciones frágiles y fricción creciente.
Este efecto global es más fácil de visualizar a través de “la
metáfora de la colmena”.
El biólogo alemán Ulrich Warkne, que
estudia hace décadas el comportamiento social de las abejas,
describe lo que sucede en una comunidad de abejas cuando se la
expone a un campo electromagnético.
“La temperatura de la colonia se
eleva considerablemente. La defensa del territorio social aumenta de
forma descontrolada hasta el punto de que unos individuos pueden
matar a otros. Ya no se reconocen entre ellos…”
(Warnke, 2007, p
23).
Después de unos días expuestas al campo, las abejas pierden sus
roles, el trabajo social se desorganiza, muchas abandonan la colmena
y la comunidad se destruye en el caos generalizado.
La metáfora de la colmena nos sugiere la sutil influencia que un
discreto bombardeo inalámbrico, desde múltiples dispositivos, puede
tener sobre la vida de millones de personas. Imaginemos pequeñas
alteraciones, casi imperceptibles, que se combinan y se
retroalimentan, y se traducen en conflictos que crecen, grupos que
se desorganizan y personas que se aíslan unas de otras.
En términos hipotéticos, el resultado de un incremento de microondas
crearía ciudadanos menos dialóguicos y más confrontativos, menos
colaborativos y más competitivos, menos creativos y más mecánicos,
menos amorosos y más egoístas.
¿Hay algo de este panorama en la
sociedad actual? ¿Somos abejas crecientemente irritadas en un caldo
electromagnético cada vez más potente?
Hasta ahora, estudiando el crecimiento de enfermedades conectadas
con la contaminación electromagnética, hemos descubierto claros
vínculos entre el incremento de las emisiones, y la propagación de
ciertos síntomas y patologías.
¿Qué pasa si estudiamos las mismas
variables conectadas con el incremento del divorcio, la
fragmentación política o la incomunicación doméstica? Tal vez los gadgets que creemos tan esenciales para comunicarnos, en realidad
interfieren en una efectiva comunicación con nuestros semejantes.
Olle Johansson cree que disminuyendo el nivel de las emisiones
volveríamos a una sociedad “cara a cara”.[8]
¿Qué pasa si medimos el incremento de las emisiones asociado con los
problemas de concentración, disciplina y violencia entre los
estudiantes, las dificultades congnitivas y la baja en el
rendimiento escolar?
The Bioniciative Report lo expresa sin medias
tintas:
“Podría tener serias implicaciones para la salud de los
adultos y el funcionamiento de la sociedad si años de exposición de
los jóvenes a los CEM pudieran resultar en una capacidad disminuida
para pensar, juzgar, memorizar, aprender y controlar la conducta”.
Una objeción habitual:
“El electrosmog no puede ser culpable de
todos nuestros males”.
Por supuesto que en un mundo multidimensional
y complejo no hay factores determinantes. Pero es obvio que algo que
está en todas partes, necesariamente debe afectarlo todo.
Hace 3 años que realizo observaciones de campo en Mercedes, Buenos
Aires, una ciudad que yo considero altamente irradiada por su
concentración de mástiles en el centro, en una llanura donde las
ondas no tienen ningún obstáculo natural que las amortigüe.
Aquí me
encuentro frecuentemente a personas con algún síntoma del “ciudadano
irradiado”:
-
Es víctima de cambios abruptos del humor, brotes de tristeza
inexplicables, desinterés y baja energía.
-
Es presa fácil de conductas adictivas que le mitiguen un leve
discomfort que no sabe de dónde viene.
-
Su creatividad natural es aplastada por un sentimiento de pereza.[9]
-
Tiene fatiga crónica. Se despierta a menudo por la noche. Se levanta
como si no hubiera descansado.
Muchas personas no alcanzan a enfermarse en el sentido médico de la
palabra, pero se tornan en “ciudadanos disfuncionales”: trabajadores
descuidados y carentes de compromiso,[10] o estudiantes desmotivados
con dificultades cognitivas.
No se trata de una relación lineal. Por supuesto que estos síntomas
también se explican en otros factores.
Pero el bombardeo inalámbrico
le aporta sinergia al proceso. Porque algo emerge claramente después
de muchas décadas de estudio de los efectos de un bombardeo
inalámbrico: si usted quiere desorganizar a un grupo o una sociedad,
irrádiela.
Obtendrá una baja en la vitalidad y salud general de la
gente, habrá mayor desconfianza interpersonal, brotes de
conflictividad y rispideces. Los vínculos sociales y comunitarios se
harán más frágiles. Los acuerdos serán más difíciles, y menos
duraderos.
Una completa consumación de la profecía de
Brzezinski:
“Millones de
ciudadanos descoordinados entre sí y fácilmente controlables”.
Referencias
[1] A Firsterberg.
[2] Barrie Trower llama la atención sobre un punto inquietante: “Yo
trabajé con varias decenas de frecuencias utilizadas en la guerra de
las microondas. “¿Por qué la industria de la telefonía móvil ha
elegido trabajar con algunas de ellas?”
[3] Disponible en varios idiomas en
www.bioiniciative.org
[4] Ulrich Warnke, “Abejas, aves y hombres”. Una publicación de la
asociación alemana Kompetenzinitiative zum Schutz von Mensch, Umwelt
und Demokratie (Iniciativa para la protección del hombre, el medio
ambiente y la democracia).
[5] “Es improbable que puedan realizarse experimentos con campos
magnéticos que sean reproducibles, especialmente en organismos
complejos como el hombre; por ejemplo los parámetros metabólicos
específicos son demasiado variados. Ninguno de estos parámetros
puede ser utilizado como la constante requerida para ser
reproducibles. La “prueba” como criterio en el sentido científico
clásico es por tanto utópica” (Warnke,2007).
[6] Arthur Firstenberg reúne mucho material elocuente en su sitio
www.cellphonetaskforce.com
[7] Ver “Changes of Clinically Important Neurotransmitters under the
Influence of Modulated RF Fields” (Rimbach Study)
http://www.emfacts.com/2011/09/changes-of-clinically-important-neurotransmitters--under-the-influence-of-modulated-rf-fields-rimbach-study/ September 4, 2011
[8] “Electrosensitivity: is technology killing us?" Nicholas Blincoe,
The Guardian, 29 Marzo 2013.
http://www.guardian.co.uk/society/2013/mar/29/electrosensitivity-is-technology-killing-us
[9] Hay estudios académicos que muestran la correlación negativa que
existe entre la exposición a ‘gadgets’, y la creatividad. Un grupo
que se interna en la naturaleza, sin aparatos electrónicos ni señal
de internet, al cabo de tres días experimenta una mejora de
rendimiento de hasta el 50% en ejercicios que miden la creatividad y
la resolución de problemas. Ver John Platt, “Study: Nature inspires
more creative minds".
http://www.mnn.com/health/fitness-well-being/stories/study-nature-inspires-more-creative-minds
[10] La investigadora Ilonka Harenzi describe así un ambiente
electromagnéticamente contaminado: “Uno se siente incómodo. El
ambiente caótico arrastra la resonancia de bajas armónicas, un
sentimiento de descuido, pereza, o estrés emocional circula en todo
el ambiente y afecta a todo aquel que ingresa”.
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