VI. CONOCIMIENTOS LIBERADORES EN
LA VANGUARDIA DE LA CIENCIA
Toda verdad crea MARGUERITE YOURCENAR
Memorias de Adriano
Los recientes descubrimientos sobre la naturaleza asombrosa de la
realidad constituyen un factor fundamental de cambio, al venir a
socavar ideas que considerábamos de sentido común y toda la antigua
filosofía académica en general.
«Los años ochenta serán un período
revolucionario», ha dicho el físico Fritjof Capra, «pues la
estructura global de nuestra sociedad no se corresponde con la
visión del mundo que está surgiendo en el pensamiento
científico.»
El programa de la década que comienza tendrá que ajustarse a ese
nuevo saber científico, a esos descubrimientos que están obligando a
revisar la misma base de datos que servía de apoyo a nuestras
concepciones, a nuestras instituciones, a nuestras vidas. Las
perspectivas que se ofrecen van mucho más allá de nuestra antigua
visión reduccionista. La nueva visión nos revela una naturaleza
rica, creativa, dinámica, interconectada. Estamos aprendiendo a
mirar la naturaleza no como una fuerza sobre la que tenemos que
triunfar, sino como un medio para la propia transformación.
Los misterios que vamos a explorar en este capítulo no están lejos
de nosotros, como los agujeros negros del espacio exterior, sino que
están en nosotros mismos. En nuestros cuerpos y cerebros. En el
código genético. En la naturaleza misma del cambio. En la expansión
y contracción de la experiencia consciente. En el poder de la
imaginación y de la intención. En la plasticidad de nuestra
inteligencia y nuestra percepción.
Vivimos de acuerdo con lo que sabemos. Si creemos que el universo y
nosotros mismos somos algo mecánico, viviremos de forma mecánica.
Por el contrario, si sabemos que formamos parte de un universo
abierto, y que nuestra mente es una matriz de realidad, viviremos la
vida más creativamente y con mayor energía. Si nos imaginamos como
seres aislados, flotando en un océano de indiferencia, nos
comportaremos en la vida de forma diferente a como lo haríamos de
sabernos en un universo total indivisible. Si creemos que el mundo
es fijo, nos opondremos a todo cambio; si sabemos que el mundo es
fluido, seremos cooperadores del cambio.
Como decía Abraham Maslow, el miedo a saber es en el fondo un miedo
a hacer, porque todo conocimiento entraña una responsabilidad. Estos
nuevos descubrimientos desvelan aspectos de la realidad que, por su
rica complejidad, escapan al análisis, pero no obstante podemos
comprenderlos. En algún nivel, lo llamemos corazón, cerebro derecho,
tripas o inconsciente colectivo, reconocemos la justeza e incluso la
sencillez de los principios que implican: se corresponden con un
saber hondamente enraizado en nuestro interior.
La ciencia no está
haciendo más que confirmar paradojas e intuiciones con las que la
humanidad se ha tropezado repetidas veces, pero empeñándose
tercamente en no verlas. Nos está diciendo que nuestras
instituciones sociales y nuestras mismas formas de vida están
violando la naturaleza. Nos dedicamos a fragmentar y a congelar lo
que deberíamos dejar moverse por ser dinámico. Establecemos
jerarquías de poder antinaturales. Competimos, cuando en realidad
podríamos cooperar. Si leemos los letreros que aparecen en la
cartelera de la ciencia, veremos la necesidad crítica de cambio en
que nos encontramos; un cambio que consiste en vivir de acuerdo con
la naturaleza, y no en contra de ella.
Descubrimientos emanados de campos diversos de la ciencia,
investigación sobre el cerebro, física, biología molecular,
investigación sobre el aprendizaje y sobre la conciencia,
antropología, psicofisiología, convergen por caminos
revolucionarios, y sin embargo la imagen resultante dista mucho de
ser bien conocida. Normalmente, las noticias de las fronteras de la
ciencia nos llegan sólo filtradas a través de canales altamente
especializados, a veces en forma fragmentaria y desordenada. Y sin
embargo es algo que nos concierne a todos; son noticias a esparcir,
no algo a archivar como un diario íntimo.
Antes de examinar tales descubrimientos, parémonos a considerar
brevemente las razones por las que esas noticias nos llegan
solamente a pedacitos, si es que nos llegan. Desde luego no es que
alguien las censure. Como veremos, el problema de comunicación se
debe, en parte, al propio carácter extraño de lo que se ha ido
descubriendo; en parte resulta también de la extremada
especialización de los investigadores que, como tales, carecen de
una visión de conjunto. Hay muy poca gente que se dedique a hacer la
síntesis de informaciones procedentes de lugares muy apartados entre
sí. Es como si exploradores militares estuvieran continuamente
regresando de misiones de reconocimiento, y no hubiera generales
para reunir y aprovechar toda esa información.
Hubo un tiempo en que todo el mundo «hacía» ciencia. Mucho antes de
que hubiera carreras científicas, la gente intentaba comprender la
naturaleza como entretenimiento o por propio interés. Coleccionaban
ejemplares, experimentaban, construían microscopios y telescopios.
Aunque algunos de estos científicos aficionados llegaron a ser
famosos, difícilmente se nos ocurre pensar que no habían recibido
formación académica propiamente tal; desde luego no tuvieron que
escribir tesis ni tesinas para ninguna universidad. Y también todos
nosotros hemos sido científicos: niños curiosos, probándolo todo con
la lengua, descubriendo la gravedad, atisbando entre las rocas,
viendo figuras en las estrellas, preguntándonos por qué el cielo es
azul y por qué la noche nos da miedo.
Pero el romanticismo de la ciencia desaparece rápidamente en la
mayoría de los adolescentes, en parte debido al estilo reduccionista,
de hemisferio izquierdo, de la enseñanza de la ciencia en el sistema
educativo, y en parte a causa de la demanda tecnológica, de
aplicaciones prácticas, ejercida por la sociedad. Quienes sienten
amor por la naturaleza, pero les disgusta disecar animalitos,
aprenden pronto a apartarse de la asignatura escolar llamada
biología. Estudiantes que se apuntan a cursos de psicología,
confiando aprender algo acerca de cómo piensa y siente la gente, se
encuentran a sí mismos teniendo que aprender sobre ratas o sobre
estadística más de lo que hubieran querido.
Dentro de la educación
superior, la ciencia se estrecha aún más. Los estudiantes de letras
y los de ciencias pastan en distintos cercados, como si fuesen
ovejas y cabritos; en muchas universidades los centros dedicados a
ciencias y los de humanidades están en bloques separados. La mayoría
de los estudiantes evitan toda enseñanza científica fuera del mínimo
de horas requeridas.
Los que sobresalen entre los estudiantes de
ciencias son canalizados hacia especialidades, subespecialidades y
microespecialidades. Ya en la universidad, apenas pueden comunicarse
unos con otros. La mayoría acabamos por pensar que la ciencia es
algo especial, aparte, que escapa a nuestra competencia, como el
griego o la arqueología. Una minoría prosigue su senda entre
estrechuras, y al final tenemos las Dos Culturas de que hablaba
C.
P. Snow, la Ciencia y el Arte, cada una creyéndose un poco superior
a la otra, y envidiándola también un poco, trágicamente incompletas
una y otra.
Toda disciplina científica es también una isla. La especialización
ha impedido a muchos científicos pisar otros «campos» distintos del
suyo por miedo a parecer necio y a causa de la dificultad de
comunicación. La síntesis queda para unos pocos esforzados
investigadores, irrefrenablemente creativos que sirven de motor a la
industria entera con sus intuiciones penetrantes. Hace poco, con
ocasión de celebrarse la asamblea anual de la Asociación
Norteamericana para el Progreso de la Ciencia (fundada para promover
la conexión interdisciplinar), se informaba de la reunión de un
grupo de antropólogos en un hotel de Filadelfia a fin de
intercambiar información sobre las causas posibles de la extinción
de las tribus. A la misma hora, cientos de biólogos se reunían en un
hotel cercano para examinar las razones de la extinción de
determinadas especies. Los dos grupos, separados cada uno en su
hotel, llegaron a una misma respuesta: la superespecialización.
La especialización ha engendrado otro problema: los lenguajes
técnicos y matemáticos, auténtica Torre de Babel. Solamente en torno
al cerebro, se publican anualmente cerca de medio millón de
artículos científicos. La neurología se ha convertido en una
disciplina tan esotérica, tan estrictamente subespecializada, que
los investigadores encuentran una dificultad extraordinaria a la
hora de comunicar entre sí. Sólo hay un puñado de investigadores que
están intentando extraer un significado global del conjunto.
Una segunda razón de la fisura de comunicación existente proviene
del carácter radicalmente extraño de la nueva visión del mundo. Nos
vemos compelidos a ir de cambio de paradigma en cambio de paradigma,
obligados a cambiar drásticamente nuestras viejas creencias para
mirar desde una perspectiva nueva. Se ha dicho que la ciencia
sustituye el sentido común por el conocimiento. Es verdad que
nuestras más intrépidas aventuras intelectuales nos transportan a un
país de las maravillas que trasciende las fronteras de nuestra
comprensión lógica, lineal. Como observa el gran biólogo J. B. S. Haldane en una cita reproducida con frecuencia,
la realidad no sólo
es más extraña de lo que imaginamos, sino más extraña de lo que
podemos imaginar.
En la naturaleza nunca tocamos fondo. No hay tal cosa como el nivel
más profundo en que todo encontraría sentido. Eso puede
amedrentarnos. Puede darnos la impresión de regresar a la infancia,
cuando la naturaleza nos parecía inmensa, misteriosa, poderosa. Más
tarde aprendíamos a separar los hechos de la fantasía, y a reducir
el misterio a «explicaciones».
El conocimiento de los «hechos»
subyacentes a fenómenos como el rayo, el magnetismo o las ondas de
radio, por ejemplo, nos inducía a pensar que la naturaleza era
comprensible o estaba a punto de ser comprendida. Esta concepción
errónea, sostenida por la mayoría de los científicos de finales del
siglo pasado, pasó a ser también patrimonio del pueblo y fue causa
de la falsa idea popular sobre los poderes de la ciencia. Y ahora
que la ciencia más avanzada comienza a sonarnos mítica y simbólica,
ahora que está abandonando la esperanza de llegar a una última
certeza, no la creemos. Es como si nos estuvieran pidiendo volver al
asombro y la credulidad de nuestra primera infancia, cuando aún no
sabíamos qué era «realmente» el arco iris.
Como veremos, la nueva ciencia, por encima de la fría observación
clínica, nos hace entrar en un reino donde brilla parpadeante la
paradoja, donde nuestra misma razón parece peligrar. Y sin embargo,
así como hemos podido aprovecharnos de los grandes avances
tecnológicos de nuestra civilización, como el transistor por
ejemplo, así también la nueva visión del mundo de la ciencia de
vanguardia va a liberar nuestras vidas, con independencia de que
entendamos o no sus aspectos técnicos.
Muchas de las intuiciones fundamentales de la ciencia moderna se
expresan en términos matemáticos, «lengua» que la mayoría de
nosotros no hablamos ni entendemos. El lenguaje ordinario resulta
inadecuado para tratar lo no-ordinario. Las frases y palabras nos
han proporcionado una idea falsa de la comprensión, volviéndonos
ciegos para la complejidad y la dinámica de la naturaleza. La vida
no se construye como se construye una frase, con un sujeto que actúa
sobre un objeto.
En la realidad, numerosos acontecimientos se
afectan entre sí recíprocamente de forma simultánea. Tomemos por
ejemplo la imposibilidad de establecer quién-hizo-qué-primero o
qué-ocasionó-tal-conducta en una familia. Construimos todas nuestras
explicaciones ajustándonos a un modelo lineal que solamente existe
en cuanto ideal.
Especialistas en semántica como Alfred Korzybski y Benjamin Whorf
advierten que las lenguas indo europeas nos vinculan a un modo de
vida fragmentado. Descuidan la relación. Por medio de la estructura
sujeto-predicado, moldean nuestro pensamiento, forzándonos a pensar
simplemente en términos de causa y efecto. Por ello nos resulta muy
difícil hablar, incluso pensar, sobre física quántica, sobre la
cuarta dimensión, o sobre cualquier otra noción en donde no
aparezcan claramente delimitados el comienzo y el fin, lo alto y lo
bajo, el ahora y el luego.
En la naturaleza los acontecimientos
tienen múltiples causas simultáneas. Algunas lenguas,
particularmente el hopi y el chino, están estructuradas de forma
diferente y pueden expresar ideas no lineales con menos esfuerzo. De
hecho sirven para «hablar física». Nosotros, a semejanza de los
antiguos griegos, cuya filosofía tanto influjo tuvo en la zurdera
cerebral de Occidente, decimos: «La luz resplandeció». Pero la luz y
el resplandor eran una sola cosa. Un hopi diría de forma más
precisa: «¡Reh-pi!», esto es «¡Resplandor!».
Según Korzybski, no
seremos capaces de captar la naturaleza de la realidad hasta no
haber captado la limitación que suponen las palabras. El lenguaje
enmarca el pensamiento, encartándolo por tanto entre barreras. El
mapa no es el territorio. Una rosa no es una-rosa-es-una-rosa, la
manzana del día 1 de agosto no es la manzana del 10 de septiembre,
ni el fruto arrugado del 2 de octubre. El cambio y la complejidad
exceden siempre a nuestra capacidad de descripción.
Curiosamente, la mayoría de los científicos tampoco relacionan sus
conocimientos con su vida ordinaria. La presión ejercida por sus
colegas les desanima del intento de buscar un más amplio sentido o
significación «fuera de su propio campo», manteniendo así
compartimentalizado e irrelevante su saber, como una religión que
sólo se practica los días festivos. Sólo unos pocos tienen el rigor
intelectual y el valor personal de intentar integrar su saber en sus
propias vidas. Capra señalaba que la mayoría de los físicos vuelven
del laboratorio a su casa para comportarse como si Newton, y no
Einstein, fuera quien tuviera razón, como si el mundo fuera mecánico
y estuviera fragmentado.
«Parecen no haberse dado cuenta de
las implicaciones filosóficas, culturales y espirituales de sus
propias teorías.»
Los aparatos que usamos como instrumentos de cuantificación,
microscopios electrónicos, computadoras, telescopios, generadores de
números aleatorios, electroencefalogramas, estadística, baterías de
tests, cálculo integral, ciclotrones, nos han abierto paso
finalmente a un reino situado más allá de los números. El resultado
no es un sin sentido, sino una especie de meta-sentido, que no es
ilógico, pero que trasciende la lógica, según lo hemos definido.
Crear una teoría nueva, decía una vez Einstein, no es levantar un
rascacielos donde antes había un granero.
«Es más bien como trepar una
montaña, descubriendo nuevas y más amplias perspectivas,
conexiones inesperadas entre el punto de partida y toda la
riqueza de su entorno. Pero el punto de partida sigue existiendo
y podemos seguir viéndolo, aunque parezca más pequeño, como una
parte diminuta en todo el amplio panorama...»
Asomándonos al nuevo mundo
Como les pasaba a los habitantes del
País del Plano, también a
nosotros nos faltaba al menos una dimensión. Esa dimensión, por
extraño que pueda sonarnos al principio, es, en un sentido muy real,
la génesis de nuestro mundo, de nuestro verdadero hogar.
Este capítulo trata de introducirnos a esa otra dimensión a través
de unas cuantas puertas científicas. Los términos técnicos se han
reducido al mínimo indispensable, para poder seguir mejor el «hilo
conductor». Quienes deseen profundizar en ciertos datos, podrán
encontrar las referencias técnicas correspondientes al final de la
obra.
En un viaje de exploración, el cerebro izquierdo es un compañero
útil, al menos hasta un cierto punto. Su habilidad para hacer
mediciones es la que nos ha conducido a sentir respeto y a creer
intelectualmente en esa dimensión más amplia. Pero en muchos
aspectos es como Virgilio en la Divina Comedia de Dante. Virgilio
podía acompañar al poeta en su recorrido por el Infierno y por el
Purgatorio, donde todo era razonable, donde, por ejemplo, todo
crimen recibía su adecuado castigo. Pero cuando Dante se acercaba a
los linderos del Paraíso, Virgilio tuvo que quedarse atrás. Podía
llegar ante el misterio, pero no le estaba permitido penetrar en él.
Fue Beatriz, la musa del poeta, quien le acompañó por ese lugar de
trascendencia.
La comprensión no lineal consiste más en un «sintonizarse» que no en
un ir de un punto a otro. Los descubrimientos científicos a que
alude este capítulo nos transportan a un país cuya cartografía puede
ser sentida más que trazada. Cuando el cerebro izquierdo se ve
confrontado con la dimensión no lineal, se pone a dar vueltas
alrededor, a romper el todo en partes, a reconstruir los datos, y a
hacer preguntas improcedentes como un periodista en un funeral.
¿Dónde, cuándo, cómo, por qué? A menos que dejemos en suspenso esa
clase de preguntas y en general toda clase de juicio, no podremos
«captar» la otra dimensión, como tampoco podemos captar a la vez las
dos perspectivas de la conocida ilusión óptica en forma de escalones
o cubos colgantes, ni podemos sumergirnos en el disfrute de una
sinfonía si al mismo tiempo intentamos analizar cómo fue compuesta.
Sin embargo, un mundo sin espacio ni tiempo no es algo completamente
ajeno a nuestra experiencia Es un poco como los sueños, donde se
mezclan pasado y futuro y los lugares cambian de forma misteriosa.
Recordemos el modelo de cambio de paradigma propuesto por Thomas Kuhn: en ciencia, toda idea nueva que sea importante suena rara al
principio. Como señala el físico Niels Bohr, las grandes
innovaciones parecen embrolladas, confusas, incompletas. Sus mismos
descubridores las comprenden sólo a medias, y para todos los demás
son un misterio. Toda especulación que no parezca absurda a primera
vista tiene pocas probabilidades de resultar cierta, decía Bohr. Fue
él mismo quien hizo una vez la siguiente observación sobre una idea
que proponía su famoso colega Werner Heisenberg:
«No es lo
suficientemente loca para ser verdad» (de hecho resultó no serlo).1
Si decidimos negarnos obstinadamente a considerar todo lo que pueda
parecer mágico o increíble, nos encontraremos en compañía de gente
muy distinguida. La Academia Francesa anunció en un momento dado que
se negaba a aceptar en lo sucesivo ningún otro informe relativo a
meteoritos, pues era claramente imposible que pudieran caer rocas
del cielo. Muy poco después una lluvia de meteoritos estuvo a punto
de romper los cristales de la Academia.
Si los científicos se toman su tiempo hasta aceptar una información
nueva, la gente por lo general aún tarda más. El gran físico Erwin
Schródinger decía una vez que para que un descubrimiento científico
importante consiga hacerse de dominio público se requieren al menos
cincuenta años; medio siglo hasta que la gente consigue darse cuenta
realmente de las opiniones sorprendentes defendidas por los
científicos. La especie humana no puede ya seguirse permitiendo el
lujo de unos plazos tan largos y de unos cambios de mentalidad tan
lentos por parte de una clase científica atrincherada en sus
posiciones. Los costos para nuestra ecología, nuestras relaciones,
nuestra salud, nuestros conflictos y nuestro futuro colectivo
preñado de amenazas, son demasiado grandes. Tenemos el deber de
buscar, de cuestionar, de abrir nuestras mentes.
Una de las tareas principales de la Conspiración de Acuario consiste
en fomentar los cambios de paradigmas, señalando los fallos del
viejo paradigma y mostrando cómo el nuevo contexto resulta más
explicativo y tiene un sentido mayor. Como veremos, las ideas de la
ciencia moderna con mayor potencial transformativo encajan entre sí
como piezas de un rompecabezas. Se apoyan unas a otras, y juntas
forman como una plataforma que permite contemplar una más amplia
visión del mundo. Cada una de estas ideas principales forma un todo
en sí misma, cada una compone un sistema de comprensión de una serie
de fenómenos que tienen lugar en la sociedad y en nuestras vidas.
Todas ofrecen también extraños paralelos con antiguas descripciones,
poéticas y místicas, de la naturaleza. La ciencia no está haciendo
ahora sino verificar lo que la humanidad ha conocido siempre
intuitivamente desde el alborear de la historia.
En
El retorno de los brujos, Pauwels y
Bergier teorizaban sobre la
existencia de una conspiración abierta entre los científicos que
habrían descubierto esas realidades metafísicas. Muchos de los
Conspiradores de Acuario son científicos, que forman una fraternidad
de infractores de paradigmas, dispuestos a traspasar recíprocamente
sus mutuas fronteras en busca de nuevas intuiciones. Muchos otros,
aunque profanos, están también profundamente interesados en los
avances de la ciencia, y diseñan modelos de cambio social
inspirándose en las evidencias proporcionadas por la ciencia sobre
el comportamiento real en último término de la naturaleza. Otros
conspiradores llegan a interesarse por la ciencia, movidos del deseo
de entender la base física subyacente a las experiencias que han
podido tener en la práctica de las diversas psicotécnicas.2
Al apoyar encuentros de científicos pertenecientes a diversas
disciplinas, para que puedan examinar conjuntamente las
implicaciones de sus trabajos con el cambio personal y social, la
Conspiración de Acuario juega un papel educativo importante. Por
ejemplo, uno de estos típicos encuentros tuvo lugar en Nueva York a
fines de 1978, y en él intervinieron dos físicos, el premio Nobel Eugene Wigner y
Fritjof Capra, una psicólogo investigadora de
estados alterados de conciencia, Jean Houston, un investigador del
cerebro, Karl Pribran, y un yogui Swami Rama, que se hizo famoso en
los años setenta cuando la Fundación Menninger y otros laboratorios
comprobaron su notable capacidad para controlar sus propios procesos
fisiológicos (incluso llegar a parar prácticamente el corazón).
El
tema del encuentro fue: «Las nuevas dimensiones de la conciencia».
El prospecto de la conferencia, típico también, aludía a la
convergencia de ciencia e intuición:
"Hoy día nos encontramos al filo de una nueva síntesis. En los
cuatro siglos anteriores, los conceptos científicos básicos han
experimentado constantes estallidos y reformas. Recientemente la
comunidad científica ha empezado a reconocer una sorprendente
correspondencia entre sus descubrimientos y los expresados de forma
abstrusa por místicos de otros tiempos. Esta es una convocatoria
para todos los visionarios, hombres y mujeres, que se consideren
pioneros de la nueva síntesis".
Encuentros semejantes se han celebrado por todo el país, en
universidades, museos de la ciencia, y a niveles internos de la
ciencia oficial, con títulos como: Sobre la naturaleza última de la
realidad, La física de la conciencia, Conciencia y Cosmos,
Conciencia y cambio cultural.
Investigaciones sobre el cerebro y la conciencia
Hasta los años sesenta había relativamente pocos científicos
dedicados al estudio del cerebro, y aún menos que estuviesen
investigando la interacción entre el cerebro y la experiencia
consciente. Desde entonces, la investigación sobre el cerebro y la
conciencia se ha convertido en una industria próspera. Cuanto más
sabemos en este campo, tanto más se radicalizan las preguntas. «Esta
tarea no va a tener fin, al menos durante siglos», ha dicho el
neurofisiólogo y premio Nobel John Eccles.
Al comienzo de los años sesenta, la investigación sobre biofeedback
demostró que los sujetos humanos podían controlar procesos internos
delicados y complejos, considerados durante mucho tiempo
involuntarios. En los laboratorios la gente era entrenada para
acelerar o lentificar su ritmo cardíaco, alterar la actividad
eléctrica de la superficie de la piel, y cambiar en ondas lentas,
tipo alta, el ritmo rápido de la frecuencia beta del cerebro.
Ciertos sujetos aprendían a «disparar» (causar en ella una acción
bioeléctrica) una sola célula nerviosa motora. Barbara Brown,
pionera en este campo investigativo, asegura que esa profunda
conciencia biológica es un reflejo de la capacidad de la mente para
alterar cualquier sistema fisiológico e influir en cualquier célula
del cuerpo.
Los sujetos sometidos a experimentación con biofeedback podían
sentir en sí mismos sus propios cambios, sin embargo eran incapaces
de explicar cómo los conseguían. En un nivel, el biofeedback parece
un fenómeno muy simple: una máquina detecta informaciones
procedentes del cuerpo, las transforma en señales luminosas o
sonoras, y permite al sujeto identificar las sensaciones asociadas a
la fluctuación de las señales. Pero hay un salto misterioso de la
intención a la acción fisiológica. ¿Cómo puede la voluntad
seleccionar una única célula entre miles de millones y producir en
ella una descarga? ¿O cómo puede liberar una determinada sustancia
química? ¿O limitar la secreción de jugos gástricos? ¿O alterar el
comportamiento rítmico de poblaciones enteras de células cerebrales?
¿O dilatar los capilares haciendo que aumente la temperatura de las
manos?
La conciencia es más vasta y profunda y la intención es más poderosa
de lo que nadie creía. Claramente, los seres humanos no han
comenzado a explotar aún su potencial de cambio.
Los fenómenos de biofeedback obligaron a los investigadores a volver
apresuradamente sobre sus pasos en busca del puñado de informaciones
científicas aparecidas, relativas a yoguis que parecían poseer esas
facultades de control sin ningún tipo de biofeedback. Antes de que
este fenómeno quedase atestiguado en los laboratorios de
biofeedback, se daba generalmente por supuesto que los yoguis habían
conseguido engañar de algún modo a los pocos investigadores que se
habían atrevido a investigar sus proezas.
Al mismo tiempo iban surgiendo también estudios de laboratorio sobre
la meditación y otros estados alterados de conciencia. Se pudo
establecer que quienes meditaban sufrían cambios fisiológicos
específicos en la actividad eléctrica cerebral, en la superficie
cutánea y en la respiración. La mayor amplitud, lentitud y ritmo de
las ondas cerebrales vinieron a confirmar la pretensión de las
psicotécnicas en el sentido de que quienes las practican alcanzan
una mayor armonía interna.
Por la misma época, la investigación sobre el cerebro dividido
(examinada en el capítulo 3) demostraba que los seres humanos tienen
realmente «dos mentes», y que ambos centros de conciencia pueden
funcionar independientemente uno de otro dentro de un mismo y único
cráneo. No cabe sobre estimar la importancia de esta investigación,
que vino a abrir paso a otro campo de investigación relacionado: el
estudio de la especialización de los hemisferios cerebrales. También
nos ha ayudado a comprender la naturaleza específica de los procesos
«holísticos», esa forma misteriosa de conocimiento sobre la que se
ha insistido, discutido y dudado durante siglos. En lo sucesivo, la
«intuición» como fenómeno queda situada, aunque vagamente, sobre el
mapa neuro anatómico.
El hemisferio cuantificador confirmaba la realidad innegable del
otro hemisferio «menor», cualitativamente diferente, compañero de
hecho perfectamente igual, aunque reprimido. Sus poderes resultaban
evidentes en los logros asombrosos de los sujetos sometidos a
biofeedback, en la alteración de procesos fisiológicos comprobada en
personas en estado de meditación, y en la doble conciencia
manifestada extrañamente en pacientes con el cerebro dividido.
Técnicas aún más sutiles pronto revelaron la presencia de la «otra
mente» en la percepción en general. Los investigadores demostraron
que nuestra atención es exquisitamente selectiva, influenciada como
está por creencias y emociones; procesamos la información
simultáneamente en canales paralelos; disponemos de una
extraordinaria capacidad memorística (aunque no siempre nos resulte
fácil acceder al propio banco de datos).
A mediados de los años setenta, una serie de hallazgos vinieron a
abrir un nuevo campo de investigación apasionante, que está
cuestionando radicalmente todo cuanto sabíamos acerca del
funcionamiento del cerebro. El más conocido de todos es el
descubrimiento de una clase de sustancias cerebrales conocida como
endorfinas o encefalinas, a las que algunos han llegado a llamar «la
morfina natural del cerebro», debido a que en un principio se las
identificó a través de su acción en las zonas cerebrales donde
ejerce su efecto la morfina. Las endorfinas, lo mismo que la
morfina, son también analgésicos.
Las endorfinas y las otras sustancias cerebrales de la clase
conocida como péptidos han aportado un principio nuevo de
funcionamiento cerebral. Se ha podido rastrear en el cerebro la
acción de los transmisores químicos conocidos; éstos trabajan de
manera lineal, de célula a célula. Mientras que las nuevas
sustancias actúan de forma más simultánea: su forma de modular la
actividad de las células cerebrales se parece más bien al hecho de
sintonizar una emisora de radio y ajustar el volumen. Algunas de
ellas también «emiten» mensajes, lo que ha inducido a Roger
Guillaumin, premio Nobel investigador en este campo, a sugerir la
existencia de un sistema nervioso «nuevo» controlado por estas
sustancias.
Como la acción de los péptidos es general y muy potente, a veces
producen efectos espontáneos sobre el cuerpo y sobre el
comportamiento. Se ha demostrado, por ejemplo, que las endorfinas
afectan a la sexualidad, al apetito, a las relaciones sociales, a la
percepción del dolor, a la atención, al aprendizaje, a las
recompensas, a los ataques y a las psicosis. Ciertos experimentos
han relacionado a las endorfinas con el misterioso efecto placebo,
según el cual una sustancia neutra, como podría ser una píldora a
base sólo de azúcar, produce alivio simplemente porque el paciente
espera obtenerlo de ella.
Pacientes que habían experimentado alivio
por medio de placebos frente a la molestia sentida después de una
operación dental, afirmaron que les volvían los dolores después de
habérseles administrado una sustancia química inhibitoria de las
endorfinas. Aparentemente, la fe inspirada por el placebo libera
endorfinas. Cómo sucede ello, es un misterio tan denso como el
influjo de la intención en el biofeedback.
Las endorfinas son tal vez también el mecanismo que nos permite
expulsar de la mente todo aquello que no queremos sentir o en lo que
no queremos pensar: la química del rechazo. Asimismo tienen
claramente que ver con los estados de bienestar mental Los cachorros
que se sienten afectados por haber sido separados de sus madres,
sufren una caída en los niveles de endorfinas. También hay evidencia
de que el comer libera endorfinas en el aparato digestivo, lo que
explicaría el placer que mucha gente encuentra en la comida.
La familia de las endorfinas comprende muchas sustancias diferentes
que producen efectos distintos. Desde el punto de vista químico, las
endorfinas son moléculas fraccionadas de una molécula muy grande,
que a su vez, como se ha descubierto recientemente, se encuentra
almacenada en el interior de una molécula enorme. El cerebro parece
sacar estas sustancias del «refrigerador» a medida que las necesita.
Estados mentales como la soledad, la compulsión, la angustia, el
apego, el dolor y la fe, no están solamente «en la cabeza», sino
también en el cerebro. El cerebro, la mente y el cuerpo son un
continuo. Los pensamientos, la intención, el miedo, las imágenes, la
sugestión, las expectativas alteran la química del cerebro. Y ello
funciona en ambos sentidos: también los pensamientos pueden
alterarse cambiando la química del cerebro con drogas, alimentos u
oxígeno.
El cerebro es de una complejidad desesperante. El biólogo Lyall
Wattson aludía al dilema que encierra la investigación cerebral:
«Si
el cerebro fuera lo suficientemente simple como para que pudiéramos
entenderlo, nosotros mismos seríamos tan simples que no podríamos
hacerlo».
El holismo y la teoría de sistemas
Curiosamente, los descubrimientos científicos sobre las facultades holísticas del cerebro, la capacidad de su hemisferio derecho de
comprender globalmente, han hecho surgir serias dudas sobre el
método científico en cuanto tal. La ciencia siempre ha intentado
comprender la naturaleza reduciendo las cosas a sus partes
integrantes. Ahora bien, resulta incuestionablemente claro que las
totalidades no pueden ser comprendidas por medio del análisis.
Esto
es un boomerang lógico, lo mismo que la prueba matemática de que
ningún sistema matemático puede ser realmente coherente consigo
mismo. El prefijo griego syn («junto con»), en palabras como
síntesis, sinergia, sintropía, resulta cada vez más significativo.
Cuando las cosas se juntan, sucede algo nuevo. Toda relación supone
novedad, creatividad, mayor complejidad. Ya hablemos de reacciones
químicas o de sociedades humanas, de moléculas o de tratados
internacionales, hay en todas ellas cualidades que no pueden
predecirse a partir de la simple observación de sus componentes.
Hace medio siglo, Jan Smuts, en su libro Holismo y Evolución,
trataba de Sintetizar la teoría evolucionista de Darwin, la física
de Einstein y sus propias ideas, en un intento de explicar la
evolución de la mente y la materia. La globalidad, decía Smuts, es
una característica fundamental del universo, producto de la
tendencia de la naturaleza a sintetizar.
«El holismo es autocreador,
y sus estructuras finales son más holísticas que las estructuras
iniciales».
Efectivamente, esas totalidades, esas uniones, son
dinámicas, evolutivas, creativas. Tienden hacia niveles de
complejidad y de integración cada vez más elevados.
«La evolución,
decía Smut, posee un carácter espiritual interior que no deja de
profundizarse.»
Como veremos enseguida, la ciencia moderna ha comprobado esa
cualidad globalizadora, esa característica de la naturaleza de
reunir elementos para formar estructuras crecientemente sinérgicas y
significativas. La Teoría General de Sistemas, moderna concepción
que tiene que ver con este tema, afirma que en todo sistema cada una
de las variables se relaciona con las demás de una forma tan
completa que no cabe establecer separación entre causa y efecto. Una
única variable puede ser a la vez causa y efecto. La realidad se
resiste a quedarse quieta. ¡Y no es posible desmontarla! Es
imposible comprender una célula, una rata, una estructura cerebral,
una familia o una cultura, si la aislamos de su contexto. La
relación lo es todo.
Para Ludwig von Bertalanffy, la Teoría General de Sistemas trata de
comprender los principios de totalidad y de auto organización a
todos los niveles:
"Sus aplicaciones van desde la biofísica de los procesos celulares a
la dinámica de las poblaciones, y es aplicable a problemas de física
o de psiquiatría, lo mismo que a temas políticos y culturales...
La Teoría General de Sistemas es sintomática del cambio operado en
nuestra visión del mundo. Hemos dejado de ver el mundo como un juego
de átomos a ciegas, y lo vemos más bien como una gran organización".
Según esta teoría, la historia, por interesante e instructiva que
pueda resultar, es absolutamente incapaz de predecir el futuro.
¿Quién puede saber cuál va a ser el producto del baile de las
variables mañana... , el mes que viene..., el año que viene? La
sorpresa es inherente a la naturaleza.
Evolución: el nuevo paradigma
En la obra de Arthur Clarke
Childhood's End (El fin de la infancia),
los Superamos, misteriosos extraterrestres que han controlado la
tierra durante cientos de años, explican que ellos son sólo
protectores interinos de la humanidad. A pesar de sus mayores
poderes intelectuales, los Superamos se encuentran en un callejón
sin salida desde el punto de vista evolutivo, mientras que la
humanidad tiene una infinita capacidad de evolución.
"Por encima de nosotros está la
Supermente, que nos usa como un
alfarero usa su rueda. Y vuestra raza es la arcilla que está siendo
moldeada en esa rueda.
Nosotros creemos, aunque es sólo una teoría, que la
Supermente está
tratando de crecer, de extender su poder y su conciencia al universo
entero. Por ahora, debe ser la suma de muchas razas, y hace tiempo
que dejó atrás la tiranía de la materia... Nosotros hemos sido
enviados aquí por Ella para cumplir sus mandatos, para prepararnos
para la transformación que está ya a la vuelta de la esquina...
En cuanto a la naturaleza de ese cambio, poco podemos deciros... se
extiende de forma explosiva, como la formación de cristales en torno
al núcleo primitivo en una solución saturada."
Muchos autores científicos serios han expresado en términos
académicos la metáfora literaria descrita por Clarke. Sospechan que
tal vez podemos estar tocando el teclado de nuestra propia
evolución, como si se tratara de un instrumento musical.
La
teoría de la evolución de Darwin, fundada en las mutaciones por
azar y en la supervivencia de los más aptos, ha resultado ser
decididamente inadecuada para poder explicar una gran cantidad de
observaciones en el campo de la biología.
Así como toda una serie de
hechos que escapaban a los presupuestos de la física de Newton
indujeron a Einstein a formular una sorprendente teoría nueva, así
también está surgiendo un nuevo paradigma ante la necesidad de
ensanchar nuestra comprensión de la evolución. Darwin insistía en
que la evolución había tenido lugar de forma muy gradual. Steven Jay
Gould, biólogo y geólogo de Harvard, señala que en vísperas de la
publicación de El origen de las especies, T. H. Huxley escribió a
Darwin prometiéndole luchar en su favor, pero avisándole que había
recargado innecesariamente su argumentación con su insistencia.
La
imagen de Darwin, de una evolución glacialmente lenta, reflejaba en
parte su admiración por Charles Lyell, promotor de la concepción
gradualista en geología. Según Gould, Darwin concebía la evolución
como un proceso majestuoso y ordenado, que operaba a una velocidad
tan lenta que escapaba a las posibilidades de observación durante la
vida de una persona. Y al igual que Lyell rechazaba la evidencia de
los cataclismos en geología, también Darwin eludía los problemas que
se le hacían evidentes. Ciertamente parecía haber grandes saltos,
peldaños ausentes en la escala de la evolución, pero lo atribuía a
mera imperfección en los hallazgos geológicos.
El cambio no era
abrupto más que en apariencia. Pero hasta el día de hoy sigue sin
aparecer una evidencia fósil de esos necesarios eslabones ausentes.
Para Gould, esa extremada escasez de restos fósiles de formas de
vida transicionales constituye «el secreto de fabricación» de la
paleontología. Otros científicos más jóvenes, a la vista de la
ausencia constante de tales eslabones ausentes, miran con creciente
escepticismo a la antigua teoría.
«La antigua explicación de que los
restos fósiles resultan insuficientes, constituye en sí misma una
explicación insuficiente», ha dicho Niles Eldredge, del Museo
Americano de Historia Natural.
Gould y Eldredge, cada uno por su lado, han propuesto para resolver
este problema una teoría que concuerda con los datos geológicos. Los
paleontólogos soviéticos han propuesto una teoría similar. El
puntuacionismo o equilibrio puntuado sugiere que el equilibrio de la
vida viene «puntuado» de vez en cuando por serias tensiones. Si se
aísla una pequeña porción de una población ancestral fuera de su
hábitat normal, ello puede dar lugar a la aparición de una especie
nueva. Por otra parte, la población sufre un intenso estrés cuando
vive al límite de su tolerancia.
Según Gould,
«las variaciones
favorables se extienden rápidamente».
«Las pequeñas porciones
periféricas aisladas constituyen el laboratorio del cambio
evolutivo».
La mayoría de las especies no cambian de dirección
mientras perduran sobre la tierra.
«En los restos fósiles presentan
una apariencia muy semejante a cuando desaparecen», dice Gould.
De
acuerdo con las evidencias geológicas, la nueva especie surge de
golpe. No evoluciona gradualmente a partir de un cambio constante
operado en sus antecesores, sino que aparece de una vez y
completamente formada.
El antiguo paradigma veía la evolución como un continuo trepar por
una escala, mientras que Gould y otros la asemejan al proceso de
continua división y subdivisión de las ramas de un árbol. Por
ejemplo, los antropólogos han descubierto en los últimos años que en
un tiempo hubo al menos tres formas de homínidos coexistentes, esto
es, de criaturas que habían sobrepasado el estadio evolutivo de
simios.
Anteriormente se pensaba que esos diversos especímenes
formaban una secuencia. Hoy en día se sabe que alguno de los
presuntos «descendientes» vivía al mismo tiempo que sus presuntos
ancestros. Del trono parental, primates primitivos, se separaron
vanas ramas diferentes. Algunas sobrevivieron y continuaron
evolucionando, mientras que otras desaparecieron. El Homo, con su
cerebro desarrollado, apareció totalmente de repente.
El nuevo paradigma atribuye la evolución a saltos periódicos
efectuados por pequeños grupos.3 Esta idea del cambio es
significativa al menos por dos razones: de una parte, porque
requiere un mecanismo de cambio biológico más poderoso que la mera
mutación al azar, y de otra, porque abre la posibilidad de una
rápida evolución en nuestra propia época, en la que el equilibrio de
la especie está puntuado por el estrés. En la sociedad moderna, el
estrés se experimenta en las fronteras de nuestros limites
psicológicos más que en las de nuestros limites geográficos. El ser
pionero constituye una aventura cada vez más psicoespiritual, ya que
las fronteras físicas están más que agotadas, ya no queda espacio
por explorar.
A la vista de cuanto estamos aprendiendo sobre la naturaleza
profunda del cambio, parece cada vez menos probable que la especie
humana pueda transformarse.
Según Gould, en el siglo diecinueve los europeos favorecían la idea
del gradualismo, tanto en geología como en la evolución; se adaptaba
mejor a la filosofía dominante, que sentía horror por todo tipo de
revoluciones, incluso naturales. Nuestras filosofías delimitan lo
que nos permitimos ver, decía.4
Estamos necesitados de filosofías
pluralistas que nos permitan percibir la evidencia desde distintos
puntos de vista:
"Si el gradualismo, mas que un hecho natural, es un producto del
pensamiento occidental, entonces deberíamos tomar en consideración
otras filosofías alternativas respecto del cambio, a fin de
ensanchar nuestro campo mas allá de los limites de prejuicios
sofocantes. En la Unión Soviética, por ejemplo, los científicos
utilizan una filosofía muy diferente con respecto al cambio...
Hablan de «transformación de la cantidad en calidad». Esto puede
sonar a jerga de vendedor callejero, pero es una forma de sugerir
que el cambio sucede a grandes saltos, a consecuencia de una lenta
acumulación de tensiones sobre un sistema, que sigue aguantando
hasta alcanzar el punto de ruptura. Calentad agua, y ésta alcanzará
finalmente el punto de ebullición. Oprimid a los trabajadores más y
más, y de pronto harán saltar sus cadenas".
Según los últimos hallazgos, la evolución puede acelerarse por
determinados mecanismos genéticos. En efecto, se ha demostrado que
en las bacterias y en otras formas de vida hay genes y segmentos de
DNA que entran y salen de sus respectivos cromosomas, lo que sugiere
que los cromosomas están tal vez sujetos a continua modificación.
Los investigadores suponen que una reestructuración genética
semejante podría darse en todas las formas de vida. Determinados
segmentos del DNA no parecen contribuir en absoluto al cumplimiento
por los genes de sus funciones ordinarias.
El descubrimiento de esas
secuencias eventuales, que parecen un sin sentido en el contexto del
código genético, fue calificado de «espantoso» por uno de los
investigadores, Walter Gilbert, de la Universidad de Harvard. Según
observaba el periódico británico New Scientist, «el mismo concepto
de lo que es un gen está ahora en cuestión». Es posible que el DNA
no sea ese sólido archivo que habían supuesto los biólogos, sino más
bien un flujo, «un sistema dinámico en el que se dilatan y contraen
conjuntos de genes, con elementos transeúntes que saltan fuera y
dentro del mismo».5
El bioquímico Albert Scent-Gyorgyi, descubridor de la vitamina C y
galardonado con el premio Nobel, ha sugerido que la tendencia hacia
un orden más elevado podría muy bien ser un principio fundamental de
la naturaleza. Él la denomina sintropía, lo opuesto a la entropía, y
cree que la materia viva posee un instinto interior de autoperfeccionamiento. Tal vez en los organismos vivientes la parte
periférica de cada célula transmite información de retorno al DNA
situado en su núcleo, haciéndole cambiar sus instrucciones.
«Después
de todo, ha dicho, hasta hace unos pocos años no se sabía la forma
cómo el DNA transmite sus instrucciones a la célula en primer lugar.
Algún otro tipo de proceso, igualmente elegante, podría alterar esas
instrucciones.»
Scent-Gyorgyi rechaza la idea de que las mutaciones
al azar puedan explicar la complejidad de la materia viva. Las
reacciones biológicas son reacciones en cadena, y las moléculas
encajan entre sí con mayor precisión que las ruedecillas de un reloj
suizo. ¿Cómo, entonces, podrían haberse desarrollado de forma
accidental?
"Porque en caso de cambiar una sola de esas «ruedecillas» sumamente
específicas, todo el sistema deja sencilla y necesariamente de
funcionar. Decir que puede mejorarse por la mutación aleatoria de un
eslabón me suena como decir que se puede mejorar un reloj suizo
dejándolo caer y haciendo así que se doble uno de sus ejes o
ruedecillas. Para conseguir un reloj mejor, es preciso cambiar
simultáneamente todos sus engranajes, haciendo que encajen de nuevo
perfectamente".
Los biólogos han observado que la naturaleza ofrece muchas
características «evolucionadas» del tipo todo-o-nada, tales como la
estructura que permite volar a los pájaros, lo cual no puede haber
ocurrido por mutaciones aleatorias y supervivencia de los más aptos.
El tener medias alas no habría conferido ninguna ventaja para la
supervivencia. Además, las alas no habrían servido para nada de no
haber cambiado la estructura ósea al mismo tiempo.
La evolución implica una verdadera transformación, una reforma de la
estructura básica, y no meras añadiduras.
Incluso en formas vitales más simples se encuentran logros
evolutivos tan sorprendentes que nuestras teorías más elaboradas se
sienten humilladas.
En African Genesis, Robert Ardrey evoca una
anécdota que le sucedió en Kenia, donde Louis Leakey llamó su
atención hacia lo que le pareció ser una flor de color coral formada
por muchos brotecillos, como si fuera un jacinto. Al examinarla de
cerca, cada uno de esos «brotes» de forma oblonga resultó ser el ala
de un insecto: chinches flatidae, según Leakey.
Asombrado, Ardrey
señaló que sin duda era un ejemplo sorprendente de defensa por
imitación de la naturaleza. Leakey le escuchaba divertido; luego le
explicó que la flor de coral «imitada» por las chinches flatidae no
existe en la naturaleza. Más aún, en cada puesta de huevos de la
hembra hay al menos una chinche flatidae con alas verdes, no de
color coral, y varias además con alas de colores intermedios.
"La miré más de cerca. En el extremo de la flor formada por los
insectos había un único botón verde. Tras él había una media docena
de brotes no del todo maduros que presentaban nada más que algunas
trazas de coral. Detrás de éstas, sobre la rama, se apelotonaba todo
el resto de la sociedad de chinches flatidae en todo su esplendor,
mostrando sus alas del más puro coral, y completando así la creación
de toda la colonia, capaz de despistar los ojos del más hambriento
de los pájaros.
Hay momentos en que la única respuesta frente a los logros
evolutivos de la naturaleza puede ser una sensación de comezón en lo
alto de la cabeza. Pero aún no había llegado al colmo de mi asombro.
Leakey sacudió el ramaje. La colonia, sorprendida, abandonó la
ramita y el aire se llenó por un momento de un batir de alas de
chinches flatidae... enseguida volvieron a su vara. Se posaron sin
guardar un orden determinado, y por un instante la ramita permaneció
animada de pequeñas criaturas que saltaban unas por encima de otras
al parecer de forma totalmente aleatoria. Pero el movimiento no
tenía nada de azar.
Al poco, la rama estaba de nuevo quieta, y sobre ella podía verse la
flor una vez más".
¿Cómo habían podido evolucionar así las
chinches flatidae? ¿Cómo
pueden conocer sus sitios respectivos, reptando unas sobre otras
hasta quedar en posición, como niños de colegio que ocupan su lugar
para participar en una ceremonia? Colin Wilson ha sugerido que no es
solamente que estas chinches tengan una especie de conciencia común,
sino que su misma existencia se debe a una conexión genética
telepática. La comunidad de chinches flatidae es de alguna manera un
único individuo, una única mente, cuyos genes sufrieron la
influencia de su propia necesidad colectiva.
¿Es posible que estemos también nosotros expresando una necesidad
colectiva, y nos estemos preparando para un salto evolutivo? El
físico John Platt ha afirmado que la humanidad está experimentando
en la actualidad un choque evolutivo frontal, y que,
«muy rápidamente
podría resurgir coordinada de maneras desconocidas hasta ahora...
implícitas no obstante en su material biológico desde el principio,
tan ciertamente como la mariposa está implícita en la oruga».
La ciencia de la transformación
Cuando los rompecabezas y las paradojas reclaman una solución, se
hace necesario un nuevo paradigma. Afortunadamente, la rápida
evolución, biológica, cultural y personal, está encontrando una
nueva, profunda y poderosa explicación.
La teoría de las estructuras disipativas valió a su autor, Ilya
Prigogine, físico y químico belga, la concesión del premio Nobel de
química en 1977. Esta teoría puede suponer para la ciencia en
general un paso tan importante como lo fueron las teorías de
Einstein para la física. Viene a tender un puente sobre el foso que
separa la física y la biología: el eslabón ausente que uniría los
sistemas vivientes con el universo aparentemente carente de vida en
el que aquellos se desarrollan.
Esta teoría explica los «procesos irreversibles» que tienen lugar en
la naturaleza, el movimiento hacia un orden vital cada vez más
perfecto. Prigogine, interesado en un principio en la historia y las
humanidades en general, sentía que la ciencia ignoraba esencialmente
el tiempo. En el universo de Newton, el tiempo se consideraba
únicamente con respecto al movimiento, con respecto a la trayectoria
de un objeto en movimiento. Pero, como dice Prigogine, el tiempo
tiene muchos aspectos: decadencia, historia, evolución, creación de
nuevas formas, de nuevas ideas. ¿Dónde habla sitio en el antiguo
universo para el devenir?
La teoría de Prigogine resuelve el enigma fundamental de los seres
vivientes, que han ido siempre cuesta arriba en un universo donde se
supone que todo corre pendiente abajo. Y además, esta teoría tiene
aplicación inmediata a la vida cotidiana, a la gente. Ofrece un
modelo científico de transformación en todos los niveles. Explica el
papel crítico que juega el estrés en la transformación, ¡y el
impulso transformador inherente a la naturaleza!
Como veremos, los
principios revelados por la teoría de las estructuras disipativas
pueden ayudarnos a comprender el cambio profundo en el campo de la
psicología, del aprendizaje, de la
salud, de la sociología, e
incluso de la economía y la política. El ministerio de Transportes
de los Estados Unidos ha utilizado esta teoría para predecir pautas
de comportamiento en la circulación automovilística. Científicos
pertenecientes a diversas disciplinas la están empleando en sus
propios campos de especialización. Sus aplicaciones son infinitas.
La esencia de la teoría no es difícil de comprender, una vez
superadas ciertas confusiones semánticas. Al describir la
naturaleza, los científicos emplean a menudo en su sentido más
literal palabras corrientes, palabras que tienen también para
nosotros un significado abstracto y que pueden ir teñidas de una
fuerte carga emocional. Para comprender la teoría de Prigogine,
necesitamos dejar de lado los juicios de valor tradicionales
aplicados a palabras como «complejidad», «disipación», «coherencia»,
«inestabilidad» y «equilibrio».
Ante todo, contemplemos de nuevo por un momento algunos ejemplos que
nos recuerdan hasta qué punto la naturaleza está saturada de orden y
es rica en estructuras: flores y colonias de insectos, interacciones
celulares, estrellas del tipo pulsar y quasar, el código genético,
los relojes biológicos, los intercambios simétricos de energía en la
colisión de partículas subatómicas, los patrones de memoria en la
mente humana. A continuación, recordemos que en la naturaleza, a un
nivel profundo, no hay nada fijo. Todos esos patrones están en
continuo movimiento. Incluso una roca es un baile de electrones.
Algunas formas naturales son sistemas abiertos, esto es, están
implicados en un continuo intercambio de energía con el entorno. Una
semilla, un huevo fecundado, un ser vivo, son todos ellos sistemas
abiertos. También hay sistemas abiertos fabricados por el hombre.
Prigogine cita el ejemplo de una ciudad: absorbe energía de la zona
circundante (electricidad, materias primas), la transforma en las
fábricas, y la devuelve al entorno. En los sistemas cerrados, por el
contrario, tendríamos como ejemplos una roca, una taza de café frío,
un tronco de leña, no existe una transformación interna de energía.
El término que Prigogine aplica a los sistemas abiertos es el de
estructuras disipativas. Esto es, su forma o estructura se mantienen
a base de una continua disipación (consumo) de energía. Igual que el
agua se escapa en forma de torbellino, que es creado por ella en su
fluir, así también la energía recorre las estructuras disipativas a
la vez que las conforma. Todos los seres vivos y algunos sistemas no
vivos (por ejemplo, ciertas reacciones químicas) son estructuras disipativas. Toda
estructura disipativa podría muy bien definirse
como un todo fluyente: altamente organizado, pero siempre en
proceso.
Reflexionemos ahora sobre el significado de la palabra complejo:
trenzado conjuntamente. Una estructura compleja presenta conexiones
diversas en múltiples puntos. Cuanto más compleja es una estructura disipativa, tanta más energía se requiere para mantener todas esas
conexiones. Por ello, resulta más vulnerable a las fluctuaciones
internas. Se dice que está «lejos del equilibrio». En las ciencias
físicas, equilibrio no significa una sana estabilidad mental, sino
que se refiere al estado final de dispersión aleatoria de la
energía. (El equilibrio supone una especie de muerte.)
Como las conexiones no pueden mantenerse más que a base de un flujo
de energía, el sistema está siempre en estado de fluidez. Notemos la
paradoja: mientras más coherente es la estructura, mientras más
intrincadas sean sus conexiones, tanto más inestable será. ¡Aumento
de coherencia significa aumento de inestabilidad! Precisamente esa
inestabilidad es la clave de la transformación. Como ha demostrado
Prigogine en elegantes términos matemáticos, la disipación de
energía crea la potencialidad de un nuevo y repentino ordenamiento.
El continuo movimiento de energía a través del sistema se traduce en
fluctuaciones; si éstas son pequeñas, el sistema las absorbe y no
llegan a alterar su integridad estructural. Pero cuando las
fluctuaciones alcanzan un nivel crítico, «perturban» el sistema.
Aumentan el número de interacciones nuevas en su interior,
agitándolo. Los elementos de la antigua estructura entran en
contacto entre sí de nuevas formas, nuevas conexiones.
Las partes se reorganizan en una nueva totalidad. El sistema se
escapa hacia un orden más elevado.
Cuanto más compleja o coherente es una estructura, tanto mayor es el
nivel siguiente de complejidad. Cada transformación hace más
probable la siguiente. Cada nuevo nivel posee un nivel de
integración y de conexión superior al que le precede, por lo que
requiere para su mantenimiento un flujo mayor de energía, lo que le
hace ser aún menos estable. Por decirlo de otro modo, la
flexibilidad engendra la flexibilidad.
Como decía Prigogine, en los niveles de complejidad elevados «cambia
la naturaleza de las leyes de la naturaleza». La vida «come»
entropía. Tiene la capacidad de crear nuevas formas por el simple
procedimiento de permitir la agitación de las antiguas.
Los elementos de una estructura disipativa colaboran a provocar la
transformación del conjunto. En ese cambio, incluso las moléculas no
se limitan a interactuar con sus inmediatas vecinas, precisa
Prigogine,
«sino que ellas también muestran un comportamiento
coherente, apropiado a (las necesidades del) organismo originario».
A otros niveles, los insectos cooperan en el seno de sus colonias, y
los seres humanos en el marco de las formas sociales. Recientemente
se ha informado sobre un nuevo ejemplo de estructura disipativa en
una clase de bacterias situadas experimentalmente dentro del agua,
medio específicamente ajeno a ellas. Las bacterias se pusieron a
interactuar de una forma sumamente organizada que permitió la
supervivencia de algunas de ellas.
La reacción de Zhabotinskii, una estructura disipativa en el campo
de la química, produjo cierta sensación entre los químicos en los
años sesenta. En este ejemplo espectacular de creación natural de
patrones tanto en el espacio como en el tiempo, una solución situada
en un recipiente en un laboratorio muestra un despliegue de bellas
formas enrolladas, cuyos colores alternan del rojo al azul a
intervalos regulares. De modo semejante, al calentar ciertos tipos
de aceite, aparece en la superficie una compleja estructura de
hexágonos. Estos cambios son repentinos y no lineales. Hay múltiples
factores que actúan a la vez, los unos sobre los otros.6
A primera vista, la idea de que por medio de la perturbación se
puede crear un nuevo orden parece ridícula, como si agitando una
caja que contuviera una serie de palabras introducidas al azar,
pudiéramos esperar verlas convertidas en una frase con sentido. Sin
embargo, el acervo de sabiduría tradicional contiene ideas
semejantes.
Todos sabemos,
-
que bajo el influjo de la tensión aparecen
con frecuencia nuevas soluciones repentinas
-
que las crisis se
convierten a menudo en un aviso de una oportunidad
-
que el proceso
creativo necesita pasar por el caos antes de que surja la forma
-
que
las personas salen con frecuencia fortificadas del sufrimiento y las
adversidades
-
que las sociedades están necesitadas del aire fresco
de la disidencia
La sociedad humana ofrece un ejemplo de autoorganización espontánea.
En una sociedad lo suficientemente densa, a medida que los
individuos se relacionan unos con otros, cada uno ve crecer sus
puntos de contacto en todo el sistema a través de amigos o de amigos
de amigos. Cuanto mayor sea la inestabilidad y la movilidad de una
sociedad, tanta mayor interacción se dará en ella. Esto significa un
potencial mayor de conexiones nuevas, de nuevas organizaciones, de
diversificación. Así como determinadas células u órganos de un
cuerpo se especializan a lo largo de la evolución, así también las
gentes que participan de unos mismos intereses saben encontrarse y
acaban refinando su propia especificidad a través de la mutua
estimulación e intercambio de ideas.
La teoría de las estructuras disipativas ofrece un modelo científico
de la transformación de la sociedad por una minoría disidente, como
es el caso de la Conspiración de Acuario. Prigogine ha señalado que
su teoría «viola la ley de los grandes números». Y sin embargo, los
historiadores han venido afirmando desde hace mucho tiempo que una
minoría creativa es capaz de reordenar una sociedad.
«La analogía
histórica es evidente», apunta Prigogine. «Las fluctuaciones,
la conducta de un pequeño grupo de individuos puede cambiar la
conducta de la totalidad del grupo.»
Las perturbaciones críticas, que
constituyen una «dialéctica entre la masa y la minoría», pueden
producir «una nueva media» en la sociedad. Las sociedades tienen un
poder de integración limitado, decía. Cada vez que la perturbación
supera la capacidad de la sociedad de «absorberla» o de reprimirla,
la organización social se destruye, o bien deja paso a un orden
nuevo.
Según Prigogine, las culturas son las estructuras disipativas más
coherentes y extrañas que existen. Un número crítico de partidarios
del cambio puede crear una «dirección privilegiada», de modo
semejante a como un cristal o un imán organizan el entorno a su
alrededor por su propia virtualidad interna. A causa de su tamaño y
densidad, las sociedades modernas están sujetas a extensas
fluctuaciones internas, que pueden desencadenar cambios hacia un
orden superior y más rico. En palabras de Prigogine, pueden aportar
un mayor pluralismo y diversificación a la sociedad.
Prigogine
reconoce que esta "ciencia de la transformación" tiene un fuerte
parecido con las concepciones de las filosofías orientales, de los
poetas y los místicos, y de científicos y filósofos como Henry Bergson y
Alfred North Whitehead. «Una profunda visión colectiva»,
la llamaba él. Y piensa que el abismo entre las dos culturas no
consiste, como Snow creía, en que quienes profesan las humanidades
no leen suficientes cosas sobre las ciencias, y viceversa.
«Uno de los aspectos básicos de las
humanidades es el tiempo, el modo como cambian las cosas. Las
leyes del cambio. Mientras en física y química no contábamos más
que con esa ingenua idea del tiempo, la ciencia poco podía decir
a las artes.»
La ciencia se
está ahora pasando del mundo cuantitativo al mundo cualitativo,
mundo en el que somos capaces de reconocernos: está surgiendo «una
física humana». Esta visión del mundo sobrepasa la dualidad y las
opciones tradicionales, para abordar una perspectiva cultural rica,
pluralista, que reconoce que la vida en un orden superior no está
sujeta a «leyes», sino que es capaz de abrirse a ilimitadas
innovaciones y a otras realidades alternativas.
"Y este punto de vista ha sido expresado por muchos poetas y
escritores como Tagore, Pasternak... El hecho de que podamos citar
verdades enunciadas tanto por científicos como por poetas es ya en
algún sentido una prueba de que es posible tender un puente entre
las Dos Culturas, y de que nos encontramos a las puertas de un nuevo
diálogo.
Nos estamos aproximando a una nueva unidad, a una ciencia no
totalitaria, en la que nadie trata de reducir un nivel al otro".
El cerebro como estructura disipativa
Muchos antes de que la teoría de Prigogine fuera confirmada
experimentalmente, un investigador israelí, Aharon Katchalsky, se
había sentido impresionado por la magnitud de su alcance.
Katchalsky, que era también físico y químico, había estudiado
durante muchos años las pautas dinámicas del funcionamiento del
cerebro, y estaba intentando comprender los mecanismos integrativos
del cerebro y el significado de sus ritmos y oscilaciones.
El cerebro parecía ser un ejemplo perfecto de estructura disipativa.
En cuanto a complejidad es el no va más. Tiene como característica
su propia forma, el flujo que lo recorre, el estar en interacción
con el entorno, el sufrir cambios abruptos, el ser muy sensible a
las perturbaciones. Exige la parte del león respecto del total de la
energía corporal: con un peso de sólo el 2 por ciento del cuerpo
consume el 20 por ciento del oxígeno disponible. Los altibajos de su
consumo energético son típicos de la inestabilidad de una estructura disipativa.
En la primavera de 1972, Katschalsky organizó una sesión de trabajo
en el Instituto de Tecnología de Massachusetts, a la que invitó a
los principales investigadores sobre el cerebro, con el fin de
presentarles la teoría recientemente propuesta por Prigogine. El
mismo Katchalsky presentó también por su parte las pruebas que había
acumulado sobre las propiedades dinámicas organizadoras de la
naturaleza, y explicó cómo éstas se ven afectadas por fluctuaciones
profundas y repentinas.
La teoría de las estructuras disipativas
parecía poner en conexión las pautas dinámicas del cerebro con las
alteraciones mentales. La psicología de la Gestalt, comentó, ha
observado desde hace tiempo transiciones mentales repentinas, saltos
en la percepción.
"La reestructuración de la personalidad individual
puede suceder de forma repentina, como ocurre en casos de
comprensión súbita, de captación de una habilidad nueva, de
enamoramiento, o como en la experiencia de conversión de San Pablo".
En aquella sesión, Vernon Rowland de la
Universidad de Case Western
Reserve, predijo que este enfoque aplicado al cerebro permitiría
desvelar el viejo misterio: en qué consiste la diferencia que hace
que un todo sea más que la suma de sus partes. La clave parecía
estar en la cooperación; cuanto mayor es la complejidad de un
sistema, tanto mayor es también su capacidad de autotrascendencia.
Aunque la mayoría de los participantes desconocía la teoría, pronto
se pusieron de acuerdo sobre la necesidad de proseguir su estudio en
busca de la síntesis posible. Parecía probable que estuviera
surgiendo todo un nuevo campo de investigación. Tal vez la idea de
las estructuras disipativas podría ser clave para un progreso
ulterior de la investigación sobre el cerebro, que parecía estar
necesitando urgentemente un enfoque distinto del enfoque lineal
habitual. Se decidió que Katchalsky presidiría otras sesiones
futuras, organizaría el trabajo y sintetizaría los resultados.
Dos semanas más tarde, Katchalsky caía abatido por las balas de unos
terroristas en el aeropuerto Lod de Tel Aviv.
Había estado a punto de conseguir un acercamiento muy prometedor: la
aplicación de la teoría de las estructuras disipativas a la
investigación de la conciencia y el cerebro humanos. Ello podría
explicar el poder transformativo de las psicotécnicas; cómo es que
por medio de éstas se pueden romper acondicionamientos que en
estados ordinarios de conciencia se resisten firmemente al cambio.
Las ondas cerebrales reflejan fluctuaciones de energía. Suponen que
hay un grupo de neuronas que están experimentando una actividad
eléctrica lo suficientemente fuerte como para aparecer sobre el
electroencefalograma (EEG). En estado de conciencia ordinario, el
EEG de la mayoría de la gente está dominado por la presencia de
ondas cerebrales pequeñas y rápidas (ritmo beta). En el
estado beta,
estamos más atentos al mundo exterior que a la experiencia interna.
La meditación, la ensoñación, la relajación y otras diversas
psicotécnicas tienden a aumentar las ondas cerebrales más lentas y
más amplias, que se conocen con los nombres de alfa y theta. Dicho
de otro modo, la atención interior genera una fluctuación más amplia
en el cerebro. En estados alterados de conciencia, las fluctuaciones
pueden alcanzar un nivel crítico, lo suficientemente amplio como
para provocar el cambio a un nivel superior de organización.
Los recuerdos, que incluyen pautas de comportamiento y de
pensamiento profundamente enraizadas en el sujeto, son estructuras disipativas. Son patrones o formas almacenadas en el cerebro.
Recordemos que en una estructura disipativa las fluctuaciones
pequeñas quedan amortiguadas por la forma existente, y carecen de
efecto duradero. Pero las fluctuaciones de energía más amplia no
pueden ser absorbidas por la estructura antigua. Instauran
ondulaciones que atraviesan todo el sistema, creando en él nuevas
conexiones repentinas. De esta forma, es probable que las pautas
antiguas cambien en presencia de una perturbación o una agitación
máxima, que es lo que sucede en estados de conciencia en los que se
produce un flujo energético significativo.
La teoría de Prigogine puede ayudar a explicar los efectos
espectaculares que a veces se producen en estados de meditación, de
hipnosis o de ensoñación dirigida: la repentina liberación de una
fobia o de un padecimiento físico que le había acompañado a uno
desde siempre. La persona que revive un incidente traumático en un
estado de atención interior profundamente concentrada perturba con
ello la pauta de ese antiguo recuerdo específico. Ello desencadena
una reorganización, una nueva estructura disipativa. La antigua
organización queda rota.
El «cambio sentido» en la técnica de enfoque de la atención de
Eugene Gendlin, caracterizado por un cambio de fase repentino en el
EEG hacia los armónicos de las ondas alfa, responde probablemente a
la aparición de un conocimiento nuevo, de una nueva estructura disipativa. Cambios similares del trazado electro-encefalográfico
ocurridos en estados meditativos han podido asociarse a
informaciones del sujeto sobre percepciones internas experimentadas
por él en el mismo momento. La pauta mental correspondiente a un
pensamiento bloqueado, un paradigma antiguo, una conducta
compulsiva, un reflejo rotuliano... todo ello es estructuras disipativas, susceptibles de ampliación repentina.
La nueva estructura es como un paradigma más amplio. Y la
perturbación que provoca un nuevo orden en una estructura disipativa
es semejante a la crisis que ayuda a forzar el cambio en favor de un
paradigma nuevo.
Una y otra vez encontramos la misma forma de proceder en la
naturaleza a todos los niveles: moléculas y estrellas, conceptos y
ondas cerebrales, individuos y sociedades, todos cuentan con el
mismo potencial de transformación.
La transformación, como un vehículo que se desliza por una
pendiente, acumula energía cinética durante su carrera. Las
totalidades superan a sus partes en virtud de su propia coherencia
interna, de la cooperación entre sus elementos, y del hecho de estar
abierta a la entrada de nuevos datos. A mayor altura en la escala
evolutiva, mayor libertad de reorganización. Una hormiga está
obligada a cumplir su destino; el ser humano se labra el suyo. La
evolución es un proceso continuo de ruptura de totalidades y de
formación de otras nuevas, dotadas de mayor riqueza.
Incluso nuestro material genético está en estado de flujo. Si
tratamos de vivir como sistemas cerrados, estamos condenados a la
regresión. Si ensanchamos nuestra conciencia, si admitimos
informaciones nuevas y sacamos provecho de la maravillosa capacidad
de integración y reconciliación de nuestro cerebro, podemos dar un
salto adelante.
PSI: lo desconocido en Física y en Parapsicología
Para comprender plenamente hasta qué punto la complejidad de la
naturaleza trasciende la lógica ordinaria, uno solamente necesita
hacer una visita al mundo fabuloso de la física quántica o a los
laboratorios de parapsicología. Tanto en física teórica como en
parapsicología, la letra griega psi designa lo desconocido.
Jeremy Bernstein, profesor de física en el Stevens Institute of
Technology, ha dicho que algunas veces tiene la fantasía de estar en
1905 y de que es profesor de física en la universidad de Berna.
"Suena el teléfono y alguno de quien nunca he oído hablar se
identifica como encargado de patentes en la oficina nacional de
patentes en Suiza. Asegura haber oído decir que doy conferencias
sobre la teoría electromagnética, y dice haber desarrollado algunas
ideas que podrían interesarme. «¿Qué clase de ideas?» Pregunto en
un tono un tanto despectivo.
Comienza a exponerme una serie de nociones sobre el espacio y el
tiempo que suenan totalmente dementes: una regla puesta en
movimiento se contrae; un reloj situado en el ecuador va más
despacio que el mismo reloj situado en el polo Norte; la masa de un
electrón aumenta con su velocidad; el que dos acontecimientos sean o
no simultáneos depende del marco de referencia del observador, y así
sucesivamente. ¿Cómo hubiera yo reaccionado?
Bueno, la gran mayoría de los contemporáneos de Albert Einstein
habrían colgado el teléfono. Después de todo, en 1905 Einstein ni
siquiera tenía un trabajo académico".
Pero una lectura cuidadosa de sus papeles habría demostrado que esas
ideas estaban conectadas con lo que se sabía, decía Bernstein.
«Una teoría realmente nueva y
auténtica puede aparecer completamente insensata a primera
vista, pero si tiene algo de bueno debe ofrecer ese aspecto de
conexión con lo anterior.»
No debe ser algo
suspendido en el aire, y en eso se distingue de la pura especulación
hueca.
La física moderna, que se ha dejado adentrar más y más en lo
desconocido sin perder ese fino hilo de conexión, ha revelado la
existencia de un nivel de realidad sumamente fluido, como los
surrealistas relojes derretidos de Salvador Dalí. La materia tiene
solamente «una tendencia a existir». No hay cosas, sólo existen
conexiones. Sólo hay relaciones. Si la materia colisiona, su energía
se redistribuye en otras partículas, en un caleidoscopio de vida y
muerte como la danza de Shiva de la mitología hindú. En lugar de un
mundo sólido y real, la física teórica nos presenta una red
parpadeante de sucesos, relaciones y potencialidades.
Las partículas
sufren transiciones repentinas, «saltos quánticos», comportándose a
veces como unidades, y otras veces, de forma misteriosa, como si
fuesen ondas. Una teoría actual contempla el universo como una
«matriz de dispersión» en la que no existen partículas en absoluto
sino solamente relaciones entre sucesos. Al nivel más primario, el
universo parece ser paradójicamente global e indiferenciado, y esa
textura inconsútil engendra de alguna forma el intrincado tapiz de
nuestra experiencia, una realidad que no podemos de ninguna forma
imaginar.
Pero las matemáticas pueden ir más allá que el sentido común.
Mientras Prigogine desarrollaba un modelo matemático para describir
esa extraña capacidad, autoorganizadora y trascendente, de la
naturaleza, otra prueba matemática venía a amenazar los pilares de
la física posteinsteniana, lo que era ya inimaginable para la
mayoría de nosotros. Esta prueba, el teorema de Bell, fue enunciada
en 1964 por J. S. Bell, un físico que trabajaba en Suiza, y fue
confirmada experimentalmente por primera vez en 1972. El físico
Henry Stapp, en un informe federal fechado en 1975, se refirió a él
como al «descubrimiento más profundo de la ciencia».
El teorema de Bell había sido esbozado en 1935, cuando Einstein y
otros dos colegas propusieron un experimento que creían iba a
demostrar la falacia de la lógica quántica, que a Einstein le
resultaba demasiado incierta para encontrarse cómodo con ella. Si la
teoría de la mecánica quántica era correcta, decían, entonces un
cambio en el spín de una partícula perteneciente a un sistema de dos
partículas, afectaría simultáneamente a su gemela, incluso si ambas
habían sido separadas previamente en el espacio.
A priori, la idea
parecía absurda. ¿Cómo podían estar conectadas de esa forma dos
partículas separadas? Este desafío, conocido más tarde con el nombre
de «el efecto (o la paradoja) Einstein-Podolsky-Rosen», no consiguió
refutar a la teoría quántica, que era lo que pretendía. En vez de
ello, vino a llamar la atención sobre la extraña naturaleza del
mundo subatómico. Lo cual nos lleva al sorprendente teorema de Bell.
Los experimentos demuestran que si se separan dos partículas
idénticas (de polaridad complementaria) y el experimentador cambia
la polaridad de una de ellas, la de la otra cambia también
instantáneamente. Las dos partículas permanecen, pues,
misteriosamente, en relación.
Bernard d'Espagnat, físico de la universidad de París, escribía en
1979:
«La violación de los presupuestos de Einstein parece implicar
que en algún sentido todos estos objetos constituyen un todo
indivisible».
Según el físico Nick Herbert, ese efecto no se debe a
un transfer de información, al menos en el sentido usual de la
expresión. Más bien es,
«consecuencia sencillamente de la unidad de
objetos aparentemente separados... una especie de tronera quántica a
través de la cual la física viene a admitir no meramente la
posibilidad sino incluso la necesidad de la visión unitaria de la
mística: "Todos somos uno"».
Físicos de indudable seriedad se sienten sorprendidos por el curioso
paralelismo que guardan sus descubrimientos con las antiguas
descripciones místicas de la realidad. Esas semejanzas han sido
puestas de relieve por Fritjof Capra en El Tao de la Física y por
Gary Zukav en La Danza de los Maestros...
7.
Capra compara la visión
orgánica, unificada y espiritual de la realidad en la filosofía
oriental con el paradigma que está surgiendo en la física. El libro
de Zukav toma su título de la expresión que se usa en chino para
designar la física, wu li, traducible como «estructuras de la
energía orgánica».
«El teorema de Bell no solamente
sugiere que el mundo es completamente diferente de lo que
parece, dice Zukav, "sino que lo exige". No hay duda acerca de
ello. Está ocurriendo algo apasionante. Los físicos han
"demostrado" de forma racional que las ideas racionales que
tenemos sobre el mundo que vivimos son profundamente
deficientes.»
Cita la opinión de Geoffrey Chew, director del departamento de
física de la universidad de California, en Berkeley:
«Nuestra lucha
actual (con los físicos avanzados) puede ser, pues, sólo una
degustación de un esfuerzo humano intelectual completamente nuevo,
que no solamente quedará fuera del campo de la física, sino que
incluso se le describirá como "no científico"».
Según Zukav, en
algún sentido puede que nos estemos aproximando al «final de la
ciencia».
A la vez que seguimos intentando comprender, estamos
aprendiendo a aceptar los limites de nuestros métodos reduccionistas. Sólo la experiencia directa puede proporcionarnos un
sentido de este universo no local, de ese reino de lo
interconectado. La conciencia ensanchada como por ejemplo en la
meditación puede hacernos traspasar los limites de la lógica y
asomarnos a un conocimiento más completo.
El fin de la ciencia
convencional puede suponer,
«la llegada de la civilización
occidental, a su debido tiempo y a su modo, a las dimensiones más
elevadas de la experiencia humana».
En el curso de los años, muchos grandes físicos se han dejado
absorber profundamente en el intento de descubrir el papel de la
mente en la construcción de la realidad. Schródinger, por ejemplo,
ha podido decir que explorar la relación entre la mente y el cerebro
es la única tarea importante de la ciencia.
En cierta ocasión,
citaba al místico persa Aziz Nasafi:
"El mundo espiritual es un único espíritu, situado como una luz
detrás del mundo corporal. Cuando una criatura viene a la
existencia, brilla a través de ella, como a través de una ventana.
Según sea la clase y el tamaño de la ventana, entra más o menos luz
en este mundo".
El pensamiento occidental está aún tratando de objetivarlo todo.
Schródinger decía: «Necesita una transfusión de sangre de
pensamiento oriental». Un sutra hindú reza: «En este mundo cambiante
sólo existe la mente». Visión que encuentra un eco en el físico John
Wheeler:
« ¿Será verdad que el mundo "es traído a la existencia", en
algún extraño sentido, por el acto vital de participar?».
Para simbolizar su teoría de la complementariedad,
Niels Bohr 8
diseñó un blasón que ostentaba el símbolo del yin y el yang. El
aforismo taoísta «lo real es vacío y el vacío es real» no difiere
mucho de esta afirmación del físico Paul Dirac:
«Toda materia ha
sido creada de algún sustrato imperceptible..., de una nada,
inimaginable e indetectable. Pero esa nada, de la que toda materia
ha sido creada, tiene una forma peculiar».
En último término el psi sigue siendo incognoscible para la física.
Revisando la teoría del Big Bang sobre los orígenes del universo,
Robert Jastrow, un astrofísico que dirige el Instituto Godard de
Estudios Espaciales de la NASA, señala que no se trata exactamente
de una explicación causal.
«Si un científico examinase
realmente sus implicaciones, quedaría traumatizado. Como de
costumbre, cuando la mente debe afrontar algo traumático,
reacciona ignorando sus implicaciones, en ciencia eso se llama
"negarse a considerarlo", o trivializando el origen del mundo,
dándole el nombre de Big Bang, como si el universo no
fuera más que un petardo.»
Consideremos la enormidad del problema: la ciencia ha demostrado que
el mundo comenzó a existir en medio de una gran explosión en un
momento dado. Se pregunta: ¿cuál fue la causa que produjo ese
efecto? ¿Qué o quién dotó de materia y energía al universo? ¿Fue
creado el universo de la nada, o proviene de la reunión de
materiales preexistentes? Y la ciencia es incapaz de responder a
estas preguntas.
No es cuestión de esperar otro año, u otra década de trabajo, o de
que surja otra medida u otra teoría. En este momento parece que la
ciencia no podrá nunca alzar el telón tras el que se oculta el
misterio de la creación
La naturaleza carece de niveles simples, ha señalado Prigogine.
Cuanto más intentamos acercarnos a ellos, tanto mayor es la
complejidad con que tropezamos. En este universo rico y creativo,
las supuestas leyes de causalidad estricta son apenas caricaturas de
la auténtica naturaleza del cambio.
Hay,
«una forma más sutil de
realidad, en la que al mismo tiempo se encuentran implicadas todas
las leyes y los juegos, el tiempo y la eternidad... En lugar de la
clásica descripción del mundo como un autómata, estamos volviendo al
antiguo paradigma griego que describía el mundo como una obra de
arte».
Tanto Prigogine como sus colegas de Bruselas están ahora elaborando
un concepto que juzgan más importante que la teoría de las
estructuras disipativas: una especie de nueva teoría indeterminista,
aplicable al nivel cotidiano de la realidad, y no solamente al campo
de lo muy pequeño o de lo inconmensurable. Los procesos predecibles
resultan alterados por lo impredecible. Aquí, como en general en la
ciencia moderna, los descubrimientos clave se efectúan por sorpresa.
«Lo imposible se convierte en posible».
Lo que engendra este mundo
nuestro de apariencias concretas es un dominio de indivisa
totalidad; de esa dimensión, en la que sólo existen potencialidades,
nosotros extraemos significados, sentimos, percibimos, medimos.
Según Eugene Wigner,
«todo fenómeno es inesperado y sumamente
improbable antes de ser descubierto. Y algunos incluso siguen
pareciendo irrazonables mucho tiempo después de haber sido
descubiertos».
Los fenómenos paranormales fenómenos psi,
probablemente no son menos naturales que los fenómenos de la física
subatómica, pero son notoriamente menos previsibles. Y a mucha gente
les resultan más amenazadores. Después de todo, si lo deseamos,
podemos dejar de lado el mundo pavoroso de la física moderna. Una
cosa es que un astrofísico como
Stephen Hawking, de la universidad
de Cambridge, hable de los agujeros negros,
«en los que el
espacio-tiempo debe curvarse tanto que simplemente llega a su
término, originando el derrumbamiento de todas las leyes físicas
conocidas».
Nadie espera encontrarse en un agujero negro.
Pero otra cosa muy distinta es tener que reconocer la dimensión de
lo desconocido en la vida cotidiana:
-
la evidencia de
la visión a
distancia (clásicamente conocida como clarividencia)
-
de la
telepatía (transferencia de contenidos mentales)
-
de la precognición
(conciencia de sucesos futuros)
-
de la psicoquinesis (interacción de
la mente y la materia)
-
de la sincronicidad (coincidencia
significativa, fenómeno compuesto de varios de los anteriores)
Salvo el de sincronicidad, estos fenómenos son susceptibles de
experimentación. A pesar de la artificialidad del marco de
laboratorio, de la importancia del estado mental y del notorio
carácter escurridizo de psi,
hay un cuerpo creciente de evidencias
acumuladas en favor de la existencia irrefutable de este tipo de
fenómenos y de que las psicotécnicas facilitan su producción. Se ha
demostrado que la intención humana interactúa con la materia a
distancia, afectando a partículas situadas en una cámara de
burbujas, a cristales, e incluso a la tasa de desintegración
radiactiva.
Se ha comprobado que la intención de «curar» altera las
enzimas, los valores de la hemoglobina, y hasta los enlaces
hidrógeno-oxígeno del agua. Se desconoce la forma cómo se transmite,
así como también entre la intención y el efecto observado por
control de biofeedback hay un eslabón ausente, y lo mismo sucede
entre la sugestión y la reacción química cerebral que entraña el
efecto placebo. Toda intención humana que se traduce en una acción
física es fruto, efectivamente, de la acción de la mente sobre la
materia. El modo de interacción entre la conciencia y el mundo
físico sigue siendo un misterio.
La parapsicología, campo acotado de psicólogos y psiquiatras en otro
tiempo, ha atraído a muchos físicos en los últimos años9. Incluso
así, las teorías relativas al mecanismo de Psi son elementales, y la
mayoría de ellas se limitan a intentar comprender lo que facilita o
impide la producción de los fenómenos.
Un reciente estudio efectuado sobre más de setecientas referencias
parapsicológicas recoge una variedad que marea de enfoques. Entre
los factores estudiados, se encuentran:
-
efectos producidos por el
tiempo y la distancia
-
elección forzada
-
impulsividad
-
motivación
-
factores interpersonales
-
el efecto-experimentador
-
alteraciones de
la conciencia (sueños, hipnosis, biofeedback, drogas)
-
aspectos
cerebrales correlativos (ondas alfa, especialización hemisférica,
daños en el cerebro)
-
perfiles de personalidad de alta y baja
puntuación (en neuroticismo, extraversión, creatividad, psicosis)
-
diferencias de sexo, de edad, y de puesto entre el número de
hermanos
-
creencias
-
aprendizaje
-
signos de envejecimiento
-
cortocircuitos del ego
-
lenguaje corporal
-
respuestas a nivel del
sistema nervioso autonómico (cambios en la circulación capilar, por
ejemplo)
-
efectos producidos por luces estroboscópicas
La mente es un circuito invisible que nos une a todos.
«Pensad,
pues, como si todos vuestros pensamientos fueran a ser grabados a
fuego sobre el cielo a la vista de todos y de todo, porque así es en
verdad como sucede», dice el Libro de Mirdad.
Psi no es un juego de
salón. Esos fenómenos nos recuerdan que tenemos acceso a una fuente
de conocimiento trascendente, a un dominio no limitado por el tiempo
ni el espacio.
De la cantidad a la cualidad: los eslabones ausentes
En todos estos avances científicos nos encontramos con cambios
cualitativos, con transformaciones más que con cambios graduales.
Hay saltos, «eslabones ausentes».
Por ejemplo:
- Los cambios repentinos en la actividad cerebral, que se observan
en los estados alterados de conciencia. - El hiato que existe entre la intención y el efecto fisiológico
consiguiente, en el biofeedback... y lo mismo entre la sugestión y
la desaparición del dolor, en el efecto placebo. -
El carácter repentino de la intuición: el salto a la solución sin
que haya unos claros pasos lógicos de por medio. La percepción
repentina de gestalts, de percepciones globales, por el cerebro
derecho. -
Los «genes saltarines» observados por los biólogos moleculares. Las
mutaciones, o transformaciones del código genético. La súbita
aparición de nuevas formas de vida en el curso de la evolución. - Los saltos quánticos en física. - La transferencia de información en los fenómenos para-normales. - El cambio de una estructura disipativa a un orden superior.
En nuestras vidas y en nuestras instituciones culturales, hemos
estado hurgando en aspectos cualitativos con instrumentos diseñados
para detectar lo cuantitativo.
-
¿Cómo podemos medir una sombra, o la
llama de una vela?
-
¿Qué es lo que miden los tests de inteligencia?
-
¿Dónde se encuentra en el arsenal médico el deseo de 'vivir?
-
¿Qué
tamaño tiene la intención?
-
¿Cuánto pesa una pena?
-
¿Cómo es de
profundo el amor?
Es imposible cuantificar las relaciones, las conexiones, la
transformación. No hay nada en el mundo científico que pueda dar
cuenta de la riqueza y complejidad de los cambios cualitativos. En
un universo en transformación, la historia resulta instructiva, pero
no es necesariamente un buen profeta. Como personas, sería tonto
poner límites a nuestra propia capacidad, o a la de las otras
personas, en función de nuestros conocimientos presentes o pasados,
incluida la ciencia clásica.
Para quienes saben escuchar, la ciencia
misma no deja de contarnos historias apasionantes de misterio, sin
final, acerca de la riqueza inimaginable de este mundo. Así como
quien abre un claro en la selva no hace sino aumentar la periferia
de su zona de contacto con lo desconocido, también nosotros no
estamos aprendiendo sino a conocer un poco mejor el alcance del
territorio que aún nos queda por explorar.
Un mundo holográfico
Como observaba en 1972 Gunther Stent, especialista en genética
molecular, algunos descubrimientos científicos aparecen de forma
prematura. Muchos de estos descubrimientos, fruto de la intuición o
del azar, permanecen descartados o ignorados basta que surge la
posibilidad de conectarlos con los datos ya existentes. Aguarda,
efectivamente, la aparición de un contexto que les dote de sentido.
El descubrimiento de los genes por Gregor Mendel, la teoría física
de la absorción de Michael Polanyi, y la identificación, debida a
Oswald Avery, del DNA como sustancia hereditaria básica, fueron
ignorados durante años, e incluso décadas. Stent sugiere que la
existencia de los fenómenos paranormales fue asimismo un
descubrimiento prematuro, incapaz de ser apreciado por la ciencia, a
pesar de los datos en su favor- mientras no hubiese surgido el marco
conceptual adecuado.
Recientemente, un neurólogo de Stanford, Karl Pribram, ha propuesto
un paradigma abarcativo que empareja la investigación cerebral con
la física teórica; sirve para explicar la percepción normal, y al
mismo tiempo excluye a las experiencias «para-normales» y
trascendentales del campo de lo sobrenatural, demostrando que forman
parte de la naturaleza.
Las afirmaciones de los místicos cogen
sentido de repente al ser contempladas desde el ángulo radicalmente
nuevo de esta «teoría holográfica». No es que Pribram estuviese
interesado en lo más mínimo en dar crédito a visiones iluministas.
Solamente estaba intentando encontrar sentido a la serie de datos
acumulados en su laboratorio de Stanford, donde se habían llevado a
cabo estudios rigurosos sobre los procesos cerebrales de mamíferos
superiores, singularmente de primates.
Al principio de su carrera como neurocirujano, Pribram había
trabajado con el famoso Karl Lashley, quien durante treinta años
había estado buscando el misterioso «engrama» que supuestamente
constituye la sede y la esencia misma de la memoria. Lashley
entrenaba a una serie de animales experimentales, a los que luego
dañaba sistemáticamente diversas porciones del cerebro, con la
esperanza de poder determinar la zona donde se localiza lo
aprendido.
Las extirpaciones parciales del cerebro empeoraban un
tanto los resultados, pero le fue imposible erradicar en ellos lo
aprendido sin producir daños mortales en su cerebro. En un momento
dado, Lashley dijo humorísticamente que su investigación probaba la
imposibilidad del aprendizaje. Pribram había tomado parte en la
redacción de la investigación monumental de Lashley, lo que le hizo
estar abocado al misterio del engrama ausente. ¿Cómo era posible que
la memoria no estuviera almacenada en alguna parte del cerebro, sino
distribuida por todo él?
Más tarde, cuando Pribram pasó al Center for Studies in the
Behavioral Sciences de Stanford 10, aún se sentía turbado por el
misterio que lo había atraído a investigar sobre el cerebro: ¿de qué
forma recordamos? A mediados de los años sesenta, en un ejemplar de
la revista Scientific American, leyó un artículo sobre la
construcción por vez primera de un holograma, especie de «imagen»
tridimensional obtenida por medio de una fotografía sin lentes.
Dennis Gabor había inventado en principio la holografía en 1947,
descubrimiento que le valió más tarde la concesión del premio Nobel,
pero la construcción de un holograma tuvo que esperar hasta que fue
inventado el láser.
El holograma es uno de los inventos realmente notables de la física
moderna, algo realmente fantástico cuando se lo ve por primera vez.
La imagen fantasmal que produce puede ser contemplada desde ángulos
diversos, y aparece como suspendida en el espacio.
Lyall Watson
describe perfectamente el principio en que se basa:
"Si dejamos caer un guijarro en un estanque, producirá una serie de
ondas regulares que se desplazarán hacia afuera en círculos
concéntricos. Si dejamos caer dos guijarros idénticos en diferentes
puntos del estanque, se formarán dos series de ondas semejantes que
se irán acercando recíprocamente. En las zonas de encuentro se
producirán interferencias.
Cuando coincidan las crestas de una y
otra, colaborarán a la formación de una onda reforzada que tendrá
una altura doble de la normal. Cuando coincida una cresta con un
vano, ambos se anularán produciendo un área aislada de agua en
calma. De hecho, suceden todas las combinaciones posibles de ambas,
con lo que el resultado final es un conjunto complejo de
ondulaciones, conocido con el nombre de matriz de interferencia.
Las ondas luminosas se comportan exactamente de la misma forma. El
tipo de luz más pura disponible es la producida por un láser, que
emite un rayo en el que todas las ondas tienen la misma frecuencia,
como las que produciría un guijarro ideal en un estanque perfecto.
Cuando dos rayos láser entran en contacto, producen una matriz de
interferencia formada por ondulaciones oscuras y luminosas que
pueden grabarse en una placa fotográfica. Y si uno de estos rayos,
en vez de venir directamente del láser, viene primero reflejado en
un objeto, corno por ejemplo un rostro humano, la matriz resultante
será realmente muy compleja, pero a pesar de todo sigue siendo
posible grabarla. Lo grabado será el holograma de ese rostro".
La luz llega a la placa fotográfica de dos fuentes: desde el mismo
objeto y desde el rayo de referencia, esto es, la luz reflejada por
un espejo hacia el objeto y de éste a la placa. El aparente sin
sentido de ondas irregulares grabado en la placa no se parece en
nada al objeto original, pero la imagen puede ser reconstituida por
medio de una fuente de luz coherente como un rayo láser. El
resultado es una apariencia tridimensional proyectada en el espacio
a cierta distancia detrás de la placa
Si se rompe la placa, cualquier pedazo de ella tiene la facultad de
poder reproducir entera la misma imagen.
Pribram vio en el holograma un modelo apasionante de la forma como
el cerebro almacena la memoria11. Si la memoria se encuentra
distribuida más que localizada en el cerebro, tal vez sea un
holograma. Tal vez el cerebro se ocupa de interacciones,
interpretando frecuencias bioeléctricas en toda su extensión. En
1966, publicó un primer artículo exponiendo esa conexión.
En los
años siguientes, junto con otros investigadores, fueron descubriendo
lo que parecían ser las estrategias de cálculo utilizadas por el
cerebro para sentir y conocer. Parece que para poder ver, oír, oler,
gustar, etc., el cerebro lleva a cabo una serie de cálculos
complejos sobre las frecuencias de los datos que recibe. La dureza,
el color rojo, o el olor a amoníaco, son solamente frecuencias
cuando ingresan en el cerebro. Estos procesos matemáticos tienen
poca relación, en términos de sentido común, con el mundo real tal
como lo percibimos.
Según el neuroanatomólogo Paul Pietsch,
«los principios abstractos
del holograma pueden explicar las propiedades más inasibles del
cerebro».
El aspecto difuso de un holograma no ofrece mayor
apariencia de sentido común que el cerebro. Todo el código se
encuentra en cualquier punto del medio.
«La mente almacenada no es una cosa.
Son relaciones abstractas... La mente es algo matemático, en el
sentido de quebrados, ángulos y raíces cuadradas. No es de
extrañar que sea difícil de sondear.»
Pribram ha sugerido que esos intrincados procesos matemáticos
podrían llevarse a cabo por medio de las ondas lentas que, según se
sabe, recorren las células nerviosas por una red de fibras muy
finas. El cerebro podría descodificar las huellas almacenadas en su
memoria, de un modo semejante a como la proyección de un holograma
descodifica o aclara la imagen original. La eficacia extraordinaria
del principio holográfico lo hace aún más atractivo. Como la
configuración grabada en la placa holográfica no tiene dimensiones
espacio-temporales, resulta posible grabar miles de millones de
unidades de información en un espacio diminuto, como sin duda están
también almacenadas en el cerebro.
Pero en 1970 ó 1971, Pribram comenzó a sentirse turbado por una
última y penosa pregunta. Si el cerebro realmente conoce sobre la
base de componer hologramas, transformando matemáticamente las
frecuencias que le llegan «desde fuera», ¿quién es quien interpreta
en el cerebro los hologramas? Es una pregunta antigua y recurrente.
Desde los griegos, los filósofos no han dejado de preguntarse por
«el espíritu de la máquina», por el «caballo de la locomotora», etc.
¿Dónde está el yo, la entidad que hace uso del cerebro? ¿Quién
realiza el acto de conocer? O bien, como decía en una ocasión San
Francisco de Asís, «lo que estamos buscando es lo que busca».
Una noche que estaba dando una conferencia en Minnesota, Pribram
musitó pensativo que la respuesta podría estar en el campo de la
psicología de la Gestalt, según la cual lo que percibimos «ahí
fuera» es lo mismo que, es isomórfica con, los procesos cerebrales.
De pronto exclamó: «¡Tal vez el mundo es un holograma!».
Asustado
por las implicaciones de lo que acababa de decir, se quedó callado.
¿Eran hologramas los que estaban allí sentados escuchándole? ¿Eran
representaciones de frecuencias interpretadas por su cerebro y por
los cerebros de los demás? Si la misma naturaleza de la realidad es
holográfica, y si el cerebro opera de forma holográfica, entonces el
mundo es realmente maya, como afirman las religiones orientales: una
mera apariencia mágica. Su materialidad concreta es una ilusión.
Poco después, mientras pasaba una semana con su hijo, físico,
examinaban juntos estas ideas buscando una posible respuesta en el
campo de la física. Su hijo mencionó que David Bohm, protegido en
otro tiempo por Einstein, venía exponiendo desde hacía tiempo ideas
similares. Pocos días después, Pribram había leído una copia de los
principales artículos de Bohm, en los que invocaba la necesidad de
un nuevo orden en el dominio de la física. Pribrain se sintió como
sacudido por una descarga. Lo que Bohm estaba describiendo era un
universo holográfico.
Todo este mundo aparentemente tangible, estable, visible y audible,
es una ilusión, decía Bohm. Es dinámico y caleidoscópico: no está
realmente «ahí». Lo que nosotros vemos normalmente es el orden
ex-plicado, des-plegado, de las cosas: algo así como contemplar una
película. Pero hay un orden subyacente, que es como el padre de esta
realidad de segunda generación. A este otro orden lo llamaba orden
im-plicado. Este orden implicado encierra en sí nuestra realidad, de
un modo muy semejante a como el DNA presente en el núcleo de la
célula encierra en sí toda la vida en potencia y dirige el curso de
su despliegue.
Para ilustrar estas ideas, Bohm describe la imagen de una gota de
tinta insoluble que se deja caer sobre glicerina. Si por medio de un
dispositivo mecánico se hace girar lentamente el fluido de manera
que no se difunda en él la tinta12, la gota acaba finalmente
convirtiéndose en un fino hilillo distribuido por todo el sistema,
de manera que acaba por resultar invisible a simple vista. Dando
marcha atrás al dispositivo, el hilo comenzará lentamente a
recobrarse hasta que acaba fundiéndose de pronto nuevamente en una
gota visible.
Antes de producirse la fusión, puede decirse que la gota está
«implicada» en el líquido viscoso, mientras que luego aparece de
nuevo desplegada.
Imaginemos a continuación que hemos dejado caer varias gotas en el
fluido en momentos diferentes y en distintas posiciones. Si hacemos
dar vueltas a las gotas de tinta de forma continuada y lo
suficientemente rápido, parecerá que hay una única gota de tinta que
se mueve continuamente de un lado a otro en el fluido de base. Pero
no existe tal cosa. Otros ejemplos: una fila de bombillas eléctricas
que se encienden y se apagan en un anuncio luminoso, dando la
impresión de una flecha en movimiento, o los dibujos animados, que
producen la ilusión de un movimiento continuo. De igual forma, todas
las sustancias y movimientos aparentes son ilusorios. Todos ellos
provienen de Otro orden más primordial del universo. Bohm da a este
fenómeno el nombre de holomovimiento.
Desde los tiempos de Galileo, afirma, hemos estado contemplando la
naturaleza a través de lentes; como sucede en el microscopio
electrónico, nuestro mismo empello por objetivar, altera lo que
queremos ver. Queremos encontrar sus limites, dejarlo quieto por un
momento, cuando su verdadera naturaleza pertenece a otro orden de
realidad, a otra dimensión en la que no existen cosas. Es como si
quisiéramos enfocar bien el objeto «observado», como si quisiéramos
someter a análisis una imagen, cuando en realidad la forma más
precisa de representarlo es la imagen desenfocada. La realidad
básica en sí está desenfocada.
Pribram tuvo la ocurrencia de que el cerebro, al emplear sus
estrategias matemáticas, podría estar enfocando la realidad a modo
de una lente. Esas transformaciones matemáticas transforman las
frecuencias en objetos. Reciben el potencial desenfocado,
convirtiéndolo en sonido, color, olor, gusto y tacto.
«Tal vez la
realidad no sea tal como la perciben nuestros ojos», dice Pribram.
«Si no tuviéramos esa lente, las transformaciones matemáticas
operadas por nuestro cerebro, posiblemente conoceríamos un mundo
organizado como un campo de frecuencias. Sin espacio ni tiempo, sino
tan sólo aconteceres. ¿Sería descifrable la realidad a partir de ese
campo?»
Pribram ha apuntado que las experiencias trascendentales, los
estados místicos, pueden permitimos un acceso directo ocasional a
ese campo. Ciertamente, los informes de sujetos sometidos a esos
estados suenan a menudo como si fueran descripciones de la realidad
quántica, coincidencia que ha inducido a muchos físicos a hacer
especulaciones semejantes. Si traspasamos nuestro modo ordinario,
restrictivo, de percibir, lo que Aldous Huxley llamaba la válvula
reductora, podemos sintonizarnos con la fuente o matriz de la
realidad. Y las matrices de interferencias neurológicas del cerebro,
sus procesos matemáticos, pueden ser idénticos al estado primordial
del universo.
Es decir, nuestros procesos mentales están hechos de
la misma materia que el principio organizador. Los físicos y
astrónomos han señalado en ocasiones que la auténtica naturaleza del
universo es inmaterial aunque ordenada. Einstein sentía frente a
esta armonía una especie de reverencia mística. El astrónomo James
Jeans ha dicho que el universo se parece más a un gran pensamiento
que a una gran máquina, y el también astrónomo Arthur Eddington
afirmó que «la materia del universo es de orden mental». Más
recientemente, David Foster, especialista en cibernética, ha
descrito «un universo inteligente», cuya aparente concreción viene
generada en realidad por datos cósmicos procedentes de una fuente
incognoscible y organizada.
En síntesis, la super teoría holográfica afirma que nuestros
cerebros constituyen matemáticamente la realidad «sólida» mediante
la interpretación de frecuencias provenientes de una dimensión que
trasciende el espacio y el tiempo. El cerebro es un holograma que
interpreta un universo holográfico. Somos realmente participantes en
la realidad, observadores que afectan a lo observado.
Vistos a esta luz, los fenómenos paranormales no son sino
subproductos de esa matriz omniubicua y simultánea. Los cerebros
individuales son pedazos de un holograma más grande. Bajo ciertas
circunstancias, tienen acceso a toda la información presente en el
sistema cibernético total. La sincronicidad, esa red de
coincidencias que parece testimoniar la existencia de alguna
relación o intención superior, encaja también perfectamente en el
modelo holográfico. Tales coincidencias cargadas de sentido derivan
de la naturaleza estructurada, intencional y organizadora de la
realidad matriz.
La psicoquinesis, la acción de la mente sobre la
materia, puede ser resultado natural de esa interacción al nivel
primordial. El modelo holográfico resuelve uno de
los enigmas
permanentes de Psi: la incapacidad de detectar por medio de
instrumentos la aparente transferencia de energía que tiene lugar en
la telepatía, en la curación a distancia o en la clarividencia. Si
todo esto sucede en una dimensión que trasciende el espacio y el
tiempo, no es preciso que la energía se desplace de un lado a otro.
Como dice un investigador, «no hay aquí o allá».
Durante años, los interesados en los fenómenos mentales humanos han
venido prediciendo la aparición de una nueva teoría revolucionaria,
que apoyándose en una base matemática vendría a demostrar que lo
sobrenatural forma parte de la naturaleza. El modelo holográfico se
corresponde con esa teoría integral, que viene a abarcar todos los
aspectos extravagantes de la ciencia y del espíritu. Muy bien podría
tratarse del paradigma ilimitado, paradójico que la ciencia venía
reclamando.
Su poder de explicación, al otorgar sentido a antiguos
fenómenos y al suscitar nuevas y acuciantes preguntas, enriquece y
ensancha el campo de muy diversas disciplinas. Esta teoría presupone
que los estados de conciencia armónicos y coherentes favorecen ~ la
sintonización con el nivel primordial de la realidad, que es una
dimensión en la que reinan el orden y la armonía. Esa sintonización
vendría dificultada por la cólera, la ansiedad y el miedo, en tanto
que sería facilitada por el amor y la empatía.
Esto tiene
implicaciones para el aprendizaje, el entorno, la familia, el arte,
la religión, la filosofía, la curación y la autocuración. ¿Qué es lo
que nos fragmenta? ¿Qué es lo que nos hace ser completos? Esas
descripciones de sensación de fluidez, de cooperar con el universo
que suelen acompañar al proceso creativo, a algunas proezas
atléticas extraordinarias, y que a veces se dan hasta en la vida
ordinaria, ¿son una señal de nuestra conexión con la fuente?
Las experiencias tan a menudo reseñadas en los cuestionarios de la
Conspiración de Acuario, esas horas e incluso meses «de gracia», en
los que tenemos la sensación de estar en cooperación con la fuente
misma de la vida, ¿eran momentos en que estábamos en armonía con el
nivel primordial de la realidad? Hay millones de personas que están
experimentando con las psicotécnicas. ¿Están con ello contribuyendo
a crear una sociedad más coherente, más en resonancia? ¿Están
creando orden, como núcleos de cristalización, en el gran holograma
social? Tal vez consiste en esto el proceso misterioso de la
evolución colectiva.
El modelo holográfico permite también explicar el extraño poder de
las imágenes: la forma como lo que imaginamos, lo que visualizamos,
influye en los acontecimientos. Imágenes evocadas en un estado
trascendente pueden convertirse en realidad.
Keith Floyd, un psicólogo del Virginia Intermont College, decía que
de acuerdo con la hipótesis holográfica,
«y contrariamente a lo que
todo el mundo piensa que es así, puede que no sea el cerebro el
autor de la conciencia, sino más bien puede que sea la conciencia la
que cree la apariencia del cerebro, de la materia, del espacio, del
tiempo, y de todo lo demás que nos complacemos en interpretar como
universo físico».
El acceso a unos dominios que trascienden el espacio y el tiempo
podría explicar también antiguas intuiciones sobre la naturaleza de
la realidad. Pribram señala que Leibniz, filósofo y matemático del
siglo diecisiete, postuló en sus escritos un universo compuesto de
mónadas, esto es, unidades que llevan incorporada en sí toda la
información del conjunto. Es interesante notar que Leibniz había
descubierto el cálculo integral que hizo posible la invención de la
holografía. Leibniz sostenía que el comportamiento admirablemente
ordenado de la luz, aspecto crucial en la holografía, indicaba la
existencia de un orden de realidad subyacente, radical y
estructurado.
Los antiguos místicos describieron también correctamente el funcionamiento de la
glándula pineal siglos antes de que la ciencia
pudiera confirmarlo.
« ¿Cómo pudieron surgir ideas como
éstas siglos antes de contar con los instrumentos que nos
permiten comprenderlas?», se preguntaba Pribram. «Tal vez en el
estado holográfico, al nivel del campo de frecuencia, hace
cuatro mil años es lo mismo que mañana.»
De un modo semejante, Bergson había dicho en 1907 que la última
realidad es una red subyacente de conexiones, y que el cerebro
refleja como en una pantalla esa realidad más vasta. En 1929,
Whitehead describía la naturaleza como un gran plexo en expansión de
acontecimientos situados más allá de toda percepción sensible. La
materia y la mente son diferentes solamente en nuestra imaginación;
de hecho, están entrelazados.
Bergson sostenía que los artistas, lo mismo que los místicos, tienen
acceso al élan vital, al impulso creativo subyacente. Los poemas de
T. S. Elliot están plagados de imágenes holográficas:
«El punto inmóvil del mundo en
rotación», que no es humano ni inhumano, que no es movimiento ni
detención. «Ni habléis tampoco de fijeza allí donde el pasado y
el futuro se reúnen. A no ser por el punto, el punto inmóvil, no
existiría la danza, y danza es todo lo que existe.»
El místico alemán Meister Eckhart dijo que «Dios se hace y se
deshace». Y Rumi, el místico sufí, decía:
«Las mentes humanas
perciben las causas segundas, pero sólo los profetas perciben la
acción de la Causa Primera».
Emerson sugería que nosotros vemos, «de forma mediata, no
directamente», que somos lentes coloreadas y distorsionadas. Quizá
nuestras «lentes subjetivas» estén dotadas de poder creativo, decía,
y no existan objetos reales fuera de nosotros en el universo: el
juego e incluso el terreno de juego de la historia entera quizá no
sean más que radiaciones producidas por nosotros.
Un folleto
publicado por la Sociedad Teosófica en los años treinta describía la
realidad como una matriz viviente, «en la que cada punto matemático
contiene las potencialidades del conjunto...».
Teilhard creía que la conciencia humana puede retornar a un punto
«en el que las raíces de la materia desaparecen de la vista». La
realidad posee un «dentro», lo mismo que un «fuera», afirmaba. En
los libros de Don Juan, Carlos Castañeda describe dos dimensiones
que suenan como las dimensiones holográficas primaria y secundaria:
el poderoso nagual, un vacío indescriptible en que todo se contiene,
y el tonal, reflejo ordenado de eso indescriptible desconocido.
En El hombre que regaló el trueno a la tierra,
Nancy Wood narra una
historia taoísta:
"El Segundo Mundo es el auténtico centro de la vida, dijo el Viejo.
Allí todo puede ocurrir, pues allí todo es posible. Es un mundo de
tal vez y de por qué no... Está lleno de caminos en una sola
dirección... El Segundo Mundo es un mundo en que los nudos se
deshacen... un mundo en el que nada tiene nombre ni dirección...
donde no hay respuestas aunque surgen continuamente nuevas
preguntas".
Arthur Koestler habla de una «realidad de tercer orden», que
contiene fenómenos que no pueden ser captados ni explicados en el
ámbito sensorial o intelectual,
«y que sin embargo en ocasiones les
invaden (a estos niveles) como meteoros espirituales que atravesasen
la bóveda celeste del hombre primitivo».
En un antiguo sutra de Patanjali se afirma que el conocimiento de
«lo sutil, lo oculto y lo distante» surge mirando con la pravritti,
término sánscrito que significa «antes de la onda». Esta descripción
sugiere la idea de un mundo aparentemente concreto generado por
matrices de interferencia, por ondas.
Y en un sutra hindú se encuentra esta antigua y extraordinaria
descripción de una realidad holográfica:
"Se dice que en el cielo de India existe una red de perlas
dispuestas de tal manera que si se contempla una se ven todas las
demás reflejadas en ella. De igual forma, todo objeto de este mundo
no es él solamente, sino que encierra en sí a todos los demás
objetos, y está de hecho en todos los demás objetos".
En una conferencia que tuvo lugar en San Diego en 1976,
Pribram
explicó que el cerebro, tal como a él se lo habían enseñado, era una
computadora, pero que «el cerebro que hoy conocemos permite explicar
las experiencias de que hablan las disciplinas espirituales».
Sin embargo, al pretender explicar de qué forma puedan ser alterados
los procesos cerebrales, como para que resulte posible una
experiencia directa del campo de frecuencias, seguimos moviéndonos
en el terreno hipotético. Puede que implique un fenómeno de
percepción conocido: la «proyección», que nos permite experimentar
un sonido plenamente tridimensional como si emanase de un punto
situado a medio camino entre ambos altavoces, en vez de provenir de
dos fuentes distintas; también, si se golpean ambas manos de una
persona a un ritmo determinado, ésta puede sentir como si tuviera
una tercera mano en medio de ambas.
Pribram sugiere como hipótesis
la implicación de una región cerebral profunda, sede de
perturbaciones patológicas y de impresiones del tipo déja vu, que
parece estar implicada en la experiencia mística de «conciencia sin
contenido». Cierta alternancia de frecuencia y las relaciones de
fase producidas en estas estructuras podría ser el «ábrete sésamo»
de los estados trascendentales.
Según Pribram, la experiencia mística no es más extraña que muchos
otros fenómenos naturales, como por ejemplo la liberación selectiva
de DNA a fin de formar primero un órgano y luego otro.
«Si obtenemos fenómenos paranormales
o de ESP (percepción extrasensorial), o fenómenos nucleares en
física, eso significa simplemente que en ese momento estamos
dejando expresarse otra dimensión. En la dimensión ordinaria,
nos resulta incomprensible.»
Pribram reconoce que el modelo no es fácil de asimilar; subvierte
demasiado radicalmente nuestro anterior sistema de creencias,
nuestra forma de comprender las cosas, el espacio y el tiempo de
acuerdo con el sentido común. Las nuevas generaciones crecerán
acostumbradas a la forma holográfica de pensamiento; y para
facilitar el camino, Pribram sugiere que los niños deberían
familiarizarse con las paradojas desde la escuela primaria, ya que
los nuevos descubrimientos científicos están preñados de
contradicciones.
Un auténtico científico debe estar dispuesto a defender el espíritu
tanto como los propios datos que lo apoyan.
«Ese es el concepto
original de la ciencia: la búsqueda de la comprensión», dice Pribram. «Los días de los tecnócratas de cabeza y corazón frío
parecen estar contados».
Pribram admite a veces con un aire de
complicidad: «Espero que se den cuenta de que yo tampoco comprendo
nada de esto». Esta confesión provoca generalmente un suspiro de
alivio incluso entre los auditorios científicamente mejor
preparados.
La extensa repercusión de la síntesis de las ideas de Pribrain con
las de David Bohm y con el modelo de Prigogine ha suscitado el
interés apasionado de sociólogos, filósofos y artistas13. Se han
organizado Simposiums de equipos interdisciplinares por todo el
país, y con la presencia de altos cargos del gobierno en Washington.
En una conferencia a la que fue invitado, Pribram discutió sus ideas
en una comisión con cinco premios Nobel14.
Toda esta rápida convergencia de revoluciones científicas en física,
parapsicología, interacción de mente y cuerpo, evolución acelerada,
la doble vía de conocimiento del cerebro y su capacidad de
conciencia trascendente, nos está seguramente aportando un mensaje.
Cuanto más aprendemos sobre la naturaleza de la realidad, más
claramente apreciamos el carácter artificial de nuestro entorno y de
nuestras vidas.
Por ignorancia o por arrogancia, hemos estado yendo
a contracorriente de la naturaleza. No comprendiendo la capacidad
del cerebro para transformar el dolor y el desequilibrio, los hemos
amortiguado a base de tranquilizantes o nos hemos intentado distraer
con lo primero que teníamos a mano. No comprendiendo que el todo es
siempre más que la suma de sus partes, hemos acantonado nuestra
información en islas, hasta formar un archipiélago de datos
desconectados. Todas nuestras grandes instituciones han crecido
aisladas las unas de las otras.
Sin darnos cuenta de que la
evolución de nuestra especie es fruto de la colaboración, hemos
optado por la competitividad en el trabajo, en la escuela, en las
relaciones. Como no hemos comprendido la capacidad del cuerpo para
reorganizar sus procesos internos, nos hemos drogado y automedicado,
produciéndonos extraños efectos secundarios. Como no hemos
comprendido a nuestras sociedades como grandes organismos, las hemos
manipulado con «remedios» peores que los mismos males.
Más pronto o más tarde, si la sociedad humana tiene que evolucionar
o dicho con mayor precisión, si tiene que sobrevivir, necesitamos
ponemos a la altura de nuestros nuevos conocimientos. Durante
demasiado tiempo las Dos Culturas, las humanidades impregnadas de
estética y sentimiento y la ciencia fría y analítica, han funcionado
independientemente una de otra, como los hemisferios derecho e
izquierdo de un paciente con el cerebro dividido. Hemos sido
víctimas de nuestra conciencia colectiva dividida.
El novelista Lawrence Durrel dice en Justine:
«En alguna parte en el
corazón de toda experiencia reside un orden y una coherencia que
seríamos capaces de captar si fuéramos lo suficientemente atentos,
pacientes y amorosos. ¿Nos queda tiempo todavía?».
Tal vez, al fin,
la Ciencia pueda decir sí a las Artes.
1. Charles Richet, premio Nobel por su descubrimiento del shock
alérgico, fue muy criticado cuando emprendió el estudio del fenómeno
de la clarividencia. «Yo nunca dije que fuera posible», respondió
Richet. «Yo sólo dije que era verdad.»
2. En cierto sentido, los Conspiradores de Acuario representan a las
Dos Culturas: por lo general tienen que ver a la vez con las
ciencias y las artes. Un alto porcentaje de los encuestados toca un
instrumento musical, ejerce algún ante u oficio, y lee literatura,
poesía y ciencia-ficción. En la ciencia, buscan algo más que
información; buscan sentido, meta esencial de todo artista.
3. El escritor científico George Alexander describía así la nueva
teoría: "Mientras que el gradualismo compararía la evolución a un
majestuoso desfile oficial en el que irían pasando unos tras otros
una serie de grandes espectáculos, como sucede en el desfile del Día
de San Patricio en Nueva York, el equilibrio puntuado la asemeja más
bien a una serie de reuniones de vecinos o ferias callejeras. Estos
sucesos localizados son fundamentalmente aislados"
4. El historiador y crítico de arte Rudolf Arnheim señalaba que
cuando se formuló el Segundo Principio de la Termodinámica, Europa
comenzó a echar mano de él para explicar todo lo que parecía ir por
mal camino. "El sol se estaba empequeñeciendo, la tierra se estaba
enfriando", y el mismo declive entrópico generalizado era evidente
en los bajos niveles de disciplina en el ejército, en la decadencia
social, en la disminución de la tasa de nacimientos, en el aumento
de enfermedades mentales, de tuberculosis, de problemas en la
visión.
5. La evolución, que se suponía requerir miles de años, puede no
necesitar sino una sola generación, a juzgar por el reciente
nacimiento de un «siabon», fruto de un gibón macho y una siamang
hembra pertenecientes a especies de monos genéticamente diferentes.
En la actualidad los científicos aventuran la hipótesis de que el
mecanismo primario de divergencia específica podría consistir en
múltiples reordenaciones del material genético más que en una
acumulación de mutaciones.
6. La no-linealidad no es algo misterioso. Prigogine cita un ejemplo
tomado de la vida cotidiana: la densidad del tráfico circulatorio.
Cuando el tráfico es ligero, podemos conducir de forma lineal,
moviéndonos más o menos según elijamos, simplemente reduciendo la
velocidad o cambiando de carril. Pero cuando el tráfico es denso,
"la cosa cambia, surge una competición entre los acontecimientos".
Entonces no sólo conducirnos, sino que somos conducidos por el
sistema. Ahora todos los coches se afectan recíprocamente.
7. El título original es The Dancing Wu Li Master, aparecido en
castellano con el título que aparece en el texto. (N. del T.)
8. Niels Bohr, físico quántico, enuncio su teoría de la
complementariedad para explicar la realidad dual onda-partícula de
la luz. El ser partícula y onda son propiedades mutuamente
excluyentes de nuestra interacción con la luz, pero igualmente
necesarias para entenderla. No son propiedades de la luz, porque sin
el observador la luz no existe. (N. del T.)
9. Históricamente ha habido numerosos científicos eminentes que se
han sentido atraídos por Psi. Entre los primeros miembros de Society
for Psychical Research británica, había tres premios Nobel: J. J.
Thompson, descubridor del electrón; lord Raleigh (J. W. Strutt),
descubridor del argón; y Charles Richet. William James, considerado
generalmente como el padre de la psicología norteamericana, fue
co-fundador de la American Society for Psychical Research. Entre
otros premios Nobel interesados particularmente en los fenómenos
Psi, podemos citar a Alexis Carrel, Max Planck, el matrimonio Curie,
Schródinger, Charles Sherrington y Einstein (que escribió el prólogo
a un libro de Upton Sinclair sobre telepatía, titulado Mental
Radio). Carl Jung y el premio Nobel de tísica Wolgang Pauli
elaboraron conjuntamente una teoría sobre la sincronicidad. Pierre
Janet, famoso científico francés del siglo diecinueve, investigó
activamente sobre Psi. Luther Burbank y Thomas Edison mostraron
también un fuerte interés por este campo.
Otros Conspiradores de Acuario que respondieron al cuestionario (ver
Apéndice) mostraron un nivel de creencia en los fenómenos Psi
sumamente alto. Por lo general, este interés había recorrido unas
pautas cronológicas: al principio, fascinación, miedo, o ambas
cosas; luego, tendencia a evitar estos fenómenos, por considerarlos
distractivos del proceso transformativo propiamente tal; y
finalmente, aceptación de los mismos como naturales y plausibles,
como una extensión de las facultades creativas humanas y como una
prueba evidente de la unidad esencial de la vida entera.
10. Mientras Pribram trabajaba en su obra decisiva Los lenguajes del
cerebro, Thomas Kuhn estaba escribiendo en el despacho de al lado La
estructura de las revoluciones científicas.
11. Entre los investigadores que primero entrevieron la conexión
entre los fenómenos de la conciencia y el principio holográfico, se
cuentan Dennis Gabor, descubridor de la holografía; Ula Belas, de
los laboratorios de la compañía telefónica Bell; Dennis y Terence
McKenna; los físicos William Tiller y Evan Harris; el biólogo Lyall
Watson; y los inventores Itzhak Bentov y Eugene Dolgotf
12. Ese dispositivo consiste en un cilindro embutido dentro de otro
hueco, de tal manera que en el espacio entre ambos hay una capa de
glicerina, en la que se deja caer la tinta. Girando el cilindro
interior, se obtiene el efecto que se describe. (N. del T.)
13. ¿Cómo encaja la teoría holográfica con la teoría de las
estructuras disipatívas? Pribram afirma que las estructuras
disipativas son el medio por el cual se despliega el orden
implicado, la manera como se manifiesta en el espacio y en el
tiempo.
Entre tanto, Apolinario Nazarea, de la universidad de Texas, en
Austin, ha expresado un «tranquilo optimismo» en que el desarrollo
teórico de las estructuras disipativas pueda «reivindicar entre sus
principales líneas directrices la así llamada teoría holográfica...
aunque enfocada desde un ángulo distinto».
14. También en Europa tuvo lugar en 1979, en la ciudad de Córdoba,
un Coloquio organizado por la emisora francesa de radio
France-Culture con el título «Ciencia y Conciencia», que reunió
entre sus participantes al propio Karl Pribram, a David Bohm,
Fritjof Capra, Costa de Beauregard, y el premio Nobel Brian D.
Josephson, entre otros físicos, además de personalidades eminentes,
especialistas en diversas filosofías y tradiciones orientales.
Este Coloquio, también conocido por los especialistas como «Coloquio
de Córdoba», se celebró en esta ciudad en recuerdo del encuentro que
en ella tuvieron en el siglo trece el más célebre filósofo académico
de la época, Averroes, con Ibn Arabi, uno de los mayores maestros
sufíes del pensamiento y la experiencia mística del Islam en aquel
tiempo.
El Coloquio pretendía renovar el encuentro entre «las dos lecturas
del universo», el enfoque científico y la experiencia espiritual,
simbolizadas por aquellos dos hombres, en un nuevo intento de
comprobar la progresiva aproximación que se está produciendo entre
el mundo de la ciencia y el mundo del espíritu.
La propia edición francesa incluye en el texto una referencia
semejante, relativa a este Coloquio. (N. del T)
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