t raducción por A. Salbuchidel Sitio Web ElProyectoMatriz Articulo Original en idioma inglés
ADVERTENCIA AL LECTOR La historia oficial afirma que "El Informe de Iron Mountain sobre la Posibilidad y Conveniencia de la Paz" es una falsificación perpetrada en el año 1967 por un grupo de graciosos que fabricaron un "informe", supuestamente producido por un "banco de cerebros" norteamericano, con el fin de "revelar" los principales planes de una gran conspiración mundial de ultraderecha... Al denominar el informe como "Iron Mountain", se estaría aludiendo a su teórico emisor, el Instituto Hudson originalmente fundado por los padres de la cibernética, Herman Kahn y Norbert Wiener. Se dice también que el documento habría sido comisionado por el entonces secretario de defensa estadounidense, Robert McNamara (conspicuo miembro del Council on Foreign Relations y la Trilateral Commission, y ex-presidente del Banco Mundial). El problema que hace que este informe aún preocupe a muchas personas, es el hecho de que, cuando se publicó originalmente, un amplio sector de la opinion publica especializada lo consideró absolutamente genuino y verídico. Se dice que por eso, resultó necesario crear - a posteriori - una narración "explicativa" que permitiera aseverar que el informe era "falso" y nada más que "una chanza" pergeñada por un grupo de traviesos universitarios que se pasaron de la raya. En rigor de verdad, entre los que en su momento le dieron credibilidad estuvieron varios periodistas del prestigioso diario "The New York Times". Este medio llegó a insinuar que uno de los autores del Informe era el conocido y famoso economista John Kenneth Galbraith. Cierto o no, lo concreto es que Galbraith jamás desmintió la versión. Más aún: escribiendo bajo el seudónimo de Herschel McLandress, Galbraith llegó a decir:
El Informe de Iron Mountain fue vuelto a publicar en 1996 (The Free Press, Nueva York) por Leonard Lewin quien procuró "tranquilizar" a la opinión pública diciendo que él mismo había sido el autor de aquella supuesta falsificación. Sus argumentos, sin embargo, convencen mucho menos de lo que puede llegar a convencer el Informe mismo. De hecho, el Informe resulta tan sorprendentemente convincente que la discusión sobre la real autenticidad del documento seguirá, sin duda, por mucho tiempo. Pero, a la luz de los acontecimientos que han ocurrido en el mundo durante los últimos 35 años, su credibilidad solo aumenta. Suele traer a la memoria otros textos apócrifos cuyos contenidos, sin embargo, resultan tan acertados que solo queda repetir aquel conocido apotegma italiano que dice: "si non e vero, e ben trovato".... Saque el lector sus propias conclusiones.
Carta de transmisión
Le adjunto el Informe del Grupo de Estudios Especiales formado por usted en Agosto de 1963 con el propósito de:
Para conveniencia de los lectores no-técnicos, hemos preferido someter nuestros datos estadísticos, que totalizan 604 anexos, en forma separada como así también un manual preliminar del método de "juegos de paz" diseñado durante el transcurso de nuestros estudios. Hemos completado nuestro cometido según nuestro mejor saber y entender, sujeto a las limitaciones en tiempo y en los recursos a nuestra disposición. Nuestras conclusiones y nuestras recomendaciones son unánimes; aquellos de nuestro grupo que han diferido sobre algunos aspectos secundarios respecto de lo que se indica en el presente informe, no consideran que dichas diferencias sean lo suficientemente importantes como para justificar un informe separado sobre estos aspectos menores. Es nuestro sincero deseo que el fruto de nuestras deliberaciones sea de utilidad para nuestro gobierno en sus esfuerzos de liderar a la nación en la resolución de los problemas complejos y de amplio alcance que hemos examinado, y que nuestras recomendaciones para una posterior acción presidencial en este área serán adoptadas. Debido a las circunstancias poco usuales relacionadas con la formación de este Grupo y en vista de la naturaleza de nuestra información, no recomendamos que este Informe sea publicado. Es nuestro juicio afirmativo que tal acción no se ajustaría al interés público. Las inciertas ventajas de una discusión pública de nuestras conclusiones y recomendaciones son - en nuestra opinión - ampliamente superadas por el claro y predecible peligro de una crisis en la confianza pública que la publicación a destiempo de este Informe previsiblemente provocaría. Consideramos obvia la probabilidad de que el lector común, no expuesto a las exigencias de una mayor responsabilidad política o militar, malinterprete el propósito de este proyecto y las intenciones de sus participantes. Recomendamos que la circulación de este Informe se vea restringida cuidadosamente a aquellos cuyas responsabilidades requieren que estén al tanto de su contenido. Lamentamos profundamente que la necesidad de anonimidad, un prerrequisito para que nuestro Grupo pudiera abocarse a su objetivo sin ataduras, no nos permita que reconozcamos de la manera correspondiente nuestro agradecimiento a las muchas personas dentro y fuera del gobierno que tanto contribuyeron a nuestro trabajo. Por el Grupo de Estudios Especiales [Se retienen las firmas para esta publicación] 30 de septiembre de 1966
Introducción El Informe que se brinda a continuación constituye una síntesis de los resultados de un estudio de dos años y medio acerca de la amplia problemática a ser anticipada en el caso de que se produjera una transformación general de la sociedad Americana hacia una condición que carezca de su más critica característica actual: su capacidad y estado de alerta para ir a la guerra cuando se lo juzgue necesario o deseable por sus líderes políticos. Nuestro trabajo se ha basado sobre la previsión de que algún tipo de paz general podría ser negociable en un futuro cercano. La admisión de facto de China Comunista en las Naciones Unidas parecería encontrarse a tan solo unos pocos años en el futuro. Se ha tornado cada vez más claro que los conflictos del interés nacional norteamericano con aquellos de China y la Unión Soviética son susceptibles de una resolución política, a pesar de las contradicciones superficiales de la actual Guerra en Vietnam, de las amenazas de un ataque sobre China y del tenor necesariamente hostil en las declaraciones diarias de la política exterior. También resulta obvio que las diferencias que involucran a otras naciones pueden ser resueltas por las tres grandes potencias cada vez que logren una situación estable de paz entre sí. No resulta necesario, a los efectos del presente estudio, presumir que una détente general de este tipo será una realidad - y no proponemos ningún argumento de esa naturaleza - sino meramente decimos que podría ser una realidad. Seguramente no constituye ninguna exageración decir que una condición de paz mundial generalizada conduciría a cambios revolucionarios en las estructuras sociales de las naciones del mundo de una magnitud sin paralelo histórico. El impacto económico del desarme general, para nombrar tan solo la consecuencia más obvia de la paz, modificaría los patrones de producción y distribución en todo el planeta hasta un grado tal que haría que los cambios de los últimos cincuenta años parezcan insignificantes. Los cambios políticos, sociológicos, culturales y ecológicos también tendrían un amplio alcance. Lo que ha motivado nuestro estudio de estas contingencias ha sido la creciente sensación de hombres pensantes dentro y fuera del gobierno de que el mundo se encuentra totalmente carente de preparación para afrontar las demandas de una situación semejante. Originalmente, al iniciar nuestras tareas, habíamos planeado focalizarnos en las dos siguientes amplias preguntas y sus componentes: ¿Qué podrá esperarse si llega la paz? ¿Qué debemos estar preparados para hacer al respecto? Pero a medida que nuestras investigaciones avanzaban, se hizo claro que ciertas otras preguntas también necesitaban sus respuestas. Por ejemplo, ¿cuáles son las verdaderas funciones de la guerra en las sociedades modernas, más allá de las ostensibles, relacionadas con la defensa y la promoción del "interés nacional" de las naciones? En ausencia de la guerra, ¿cuáles otras instituciones existen o podrían diseñarse para cumplir con estas funciones? Asumiendo que una resolución "pacifica" de las disputas se encuentra dentro de las posibilidades de las actuales relaciones internacionales, ¿es realmente posible la abolición de la guerra? En caso afirmativo, ¿resulta la misma necesariamente deseable en términos de la estabilidad social? En caso negativo, ¿qué podrá hacerse para mejorar la operación de nuestro sistema social respecto de su preparación para la guerra? La palabra paz, tal como nosotros la utilizamos en las páginas que siguen, describe una condición permanente o casi permanente que se encuentra totalmente libre del ejercicio o de la intención nacional de hacer uso de cualquier forma de violencia social organizada o amenaza de violencia, que generalmente se conoce como guerra. Implica el desarme total y generalizado. No se utiliza para describir la más familiar condición de una "guerra fría", "paz armada" u otra mera tregua del conflicto armado, sea durante un plazo breve o extenso. Tampoco la utilizamos como un simple sinónimo de la resolución política de las diferencias internacionales. La magnitud de los medios de destrucción masiva modernos y la velocidad de las comunicaciones modernas requieren de la definición no-calificada brindada precedentemente. Tan solo hace una generación una descripción absoluta semejante hubiese parecido más utópica que pragmática. Hoy en día, cualquier modificación a esta definición la tornaría casi inútil para nuestro propósito. Con el mismo criterio, utilizamos la palabra guerra para referirnos igualmente a la guerra convencional ("caliente"), a la condición general de preparación o disponibilidad para la guerra y al "sistema de guerra" en general. El sentido utilizado surgirá claramente del propio contexto. La primer sección de nuestro Informe describe su ámbito y las presunciones sobre las que nuestro estudio se ha basado. La segunda considera los efectos del desarme sobre la economía, lo cual es el tema de la mayor parte de las investigaciones para la paz hasta el momento. La tercer sección analiza los así-llamados "escenarios de desarme" que han sido propuestos. Las secciones cuarta, quinta y sexta examinan las funciones no-militares de la guerra y los problemas que plantean para una transición viable hacia la paz; aquí encontraremos algunas indicaciones sobre la verdadera dimensión del problema, no coordinadas previamente en ningún otro análisis. En la séptima sección, hacemos una síntesis de nuestras investigaciones y en la octava proponemos nuestras recomendaciones sobre lo que creemos sería un curso de acción práctico y necesario.
Sección 1 - Ámbito del Estudio Cuando el Grupo de Estudios Especiales fue formado en Agosto de 1963, se instruyó a sus miembros a regir sus deliberaciones según un criterio basado en tres principios. Descriptos brevemente, éstos fueron:
Estas guías no son de manera alguna tan obvias como podría parecer a primera vista y consideramos que resulta necesario indicar claramente en qué forma influirían sobre nuestro trabajo. Ya que expresan sucintamente las limitaciones de los "estudios para la paz" anteriores e implican la naturaleza de la insatisfacción, tanto del gobierno como de círculos no oficiales, con estos esfuerzos anteriores. No es nuestra intención minimizar la importancia del trabajo de nuestros predecesores o de disminuir la calidad de sus contribuciones. Lo que hemos procurado lograr, y creemos haberlo hecho, es ampliar el ámbito dentro del cuál incurrieron. Esperamos que nuestras conclusiones puedan servir, a su vez, como un punto de partida para exámenes aun más amplias y más detalladas de todos los aspectos de los problemas planteados por la transición hacia la paz y de las preguntas que deben ser respondidas antes de que se pueda permitir que semejante transición sea llevada a cabo. Es un hecho que la objetividad es antes una intención expresada que una actitud lograda, pero esa intención - consciente, sin ambigüedad y constantemente autocrítica - conforma una precondición para su logro. Consideramos que no es ningún accidente que se nos instruyera utilizar un modelo de "contingencia militar" para nuestro estudio y tenemos una deuda considerable con las agencias civiles de planeamiento bélico, debido a su trabajo de pioneros en el examen objetivo de las contingencias atinentes a una guerra nuclear. No existe un antecedente semejante en el estudio de la paz. Por ejemplo, gran parte de la utilidad de los programas más elaborados y cuidadosamente diseñados de conversión económica para la paz, se han visto opacados por el deseo de probar que la paz no solamente es lograble sino que resulta barata y fácil. Un informe oficial en particular se encuentra repleto de referencias al rol crítico del "optimismo dinámico" en relación a los desarrollos económicos y pretende someter como evidencia el hecho de que,
Otro argumento frecuentemente adoptado es que el desarme acarrearía relativamente poca disrupción de la economía dado que solo necesita ser parcial; nos referiremos a este enfoque más adelante. Sin embargo, si se aplica una objetividad genuina en estudios de la guerra, entonces se la suele criticar como inhumana. Como dijera Herman Kahn, el escritor de estudios estratégicos mejor conocido por el publico en general,
Y como ha señalado el Secretario de Defensa, Robert S McNamara, (3) al referirse a la necesidad de enfrentar la posibilidad de una guerra nuclear,
Debería resultar obvio que esto se aplica también a la posibilidad opuesta, pero hasta el momento nadie ha dado más que un tímido vistazo por sobre la cornisa de la paz. La intención de evitar juicios de valor preconcebidos hasta puede convertirse en un factor generador de cierto auto-engaño. Nosotros, como individuos, no pretendemos disfrutar de ninguna inmunidad de este tipo de subjetividad, pero hemos realizado un esfuerzo auto-conciente continuo para abordar la problemática de la paz sin, por ejemplo, considerar que una condición de paz es, por si misma, ni "buena" ni "mala". Esto no ha sido fácil, pero ha resultado obligatorio; que nosotros sepamos esto nunca había sido hecho anteriormente. Estudios previos han tomado la conveniencia de la paz, la importancia de la vida humana, la superioridad de las instituciones democráticas, el mayor "bien" para el mayor numero de personas, la "dignidad" del individuo, la conveniencia de la máxima salud y longevidad, y otras premisas deseables, como si fueran valores axiomáticos, necesarios para la justificación de un estudio sobre temas relacionados con la paz. Nosotros no hemos hallado que esto sea así. Hemos procurado aplicar los standards de las ciencias físicas a nuestro proceso intelectual, la principal característica de las cuales no es la cuantificación, como se cree popularmente, sino el hecho de que - como lo indica Whitehead,
Sin embargo, resulta obvio que cualquier investigación seria de un problema, por más "pura" que sea, debe conformarse a algún standard normativo. En este caso, esto ha sido simplemente la supervivencia de la sociedad humana en general y de la sociedad (norte)americana en particular y, como un corolario a la supervivencia, la estabilidad de dicha sociedad. Consideramos que resulta interesante señalar que los planificadores más desapasionados de estrategias nucleares también reconocen que la estabilidad de la sociedad es precisamente el valor fundamental que no puede ser ignorado. El Secretario McNamara ha defendido la necesidad de lograr la superioridad nuclear (norte)americana basándose en la premisa de que "torna posible una estrategia diseñada para preservar la fibra básica de nuestras sociedades en el caso de que se produjera una guerra". (6) Un ex-miembro del equipo de planeamiento de políticas del Departamento de Estado va aún más lejos:
Nosotros, obviamente, no equiparamos la estabilidad con la paz, pero la aceptamos como el objetivo individual en común, tanto de la paz como de la guerra. El tercer criterio - la amplitud - nos ha conducido aún más lejos en relación a los demás estudios sobre la paz realizados hasta hoy. Resulta obvio para cualquier persona que los patrones económicos en un mundo sin guerra serán drásticamente diferentes de aquellos por los que nos regimos en la actualidad y es también obvio que las relaciones políticas entre las naciones no serán aquellas que hemos aprendido a dar por sentado y que a veces se describen como una versión globalizada del sistema dialéctico que rige en nuestro sistema jurídico. Pero las implicancias sociales de la paz se extienden mucho más allá de sus efectos putativos sobre las economías nacionales y las relaciones internacionales. Como demostraremos, la relevancia de la paz y de la guerra sobre la organización política interna de las sociedades; sobre las relaciones sociológicas de sus miembros, sus motivaciones psicológicas y los procesos ecológicos; y sobre los valores culturales resultan también profundos. Más importante aún, son también críticos para determinar las consecuencias de la transición hacia la paz y en determinar si semejante transición resulta factible en absoluto. No debe sorprendernos que estos factores menos obvios hayan sido generalmente ignorados por las investigaciones realizadas sobre la paz. No se han abocado a un análisis sistemático. Ha sido difícil, quizás imposible, medir con algún grado de certeza la confiabilidad de las estimaciones de sus efectos. Se trata de factores "intangibles", pero solo en el sentido en que los conceptos abstractos en las matemáticas son intangibles por comparación con aquellos que pueden ser cuantificados. Los factores económicos, por otra parte, pueden ser medidos, al menos en la superficie; y las relaciones internacionales pueden ser verbalizadas - como el derecho - en un conjunto de secuencias lógicas. Nosotros no pretendemos haber descubierto un sistema infalible de medir estos otros factores o de atribuirles un peso especifico preciso en la ecuación relacionada con esta transición. Pero estimamos haber tomado en cuenta su importancia relativa con el siguiente alcance: las hemos sacado de la categoría de lo "intangible", por lo que serían sistemáticamente sospechosas y, por ende, de un valor secundario. El resultado, creemos, brinda un contexto de realismo para poder abordar los temas relacionados con la posible transición hacia la paz que ha faltado hasta hoy. Esto no significa que presumamos de haber encontrado las respuestas que estábamos buscando. Pero consideramos que nuestro énfasis sobre la amplitud del ámbito ha tornado posible que, por lo menos, empecemos a comprender cuales son las preguntas que deben plantearse.
Sección 2 - El Desarme y la Economía En esta sección examinaremos brevemente algunas de las características comunes a los estudios que han sido publicados y que se relacionan con algún aspecto del impacto que previsiblemente produciría el desarme sobre la economía (norte)americana. Ya sea que se considere al desarme como un resultante de la paz o como su precondición, en cualquiera de los dos casos su efecto sobre la economía nacional será el que más hará sentir sus consecuencias. La calidad cuasi-medible de las manifestaciones económicas ha dado lugar a una especulación más detallada en este área que en cualquier otra. Existe un consenso general respecto de los problemas económicos más importantes que ocasionaría el desarme general. Una evaluación breve de estos problemas, en lugar de una crítica detallada de su importancia comparativa, resulta suficiente a los efectos del presente Informe. El primer factor se refiere al tamaño. La "industria mundial de la guerra" como acertadamente la describe un escritor (8)nsume aproximadamente un 10% de la producción total de la economía mundial. Aunque esta cifra está sujeta a fluctuaciones, cuyas causas a su vez se encuentran sujetas a variaciones regionales, su tendencia se mantiene relativamente estable. A los Estados Unidos, como la nación más rica del mundo, no solo le corresponde la proporción más grande de este gasto, actualmente de más de US$ 60.000.000.000 por año, sino que también,
Los planes para una reconversión económica que minimice la magnitud del problema, tan solo pretenden lograrlo a través de la racionalización - por más persuasiva que sea - del mantenimiento de un presupuesto militar residual bastante substancial bajo alguna clasificación eufemística. La reconversión del gasto militar hacia otros objetivos conlleva una serie de dificultades. La más seria surge del grado de especialización rígida que caracteriza a la producción bélica moderna, lo que se ve mejor ejemplificado en la tecnología nuclear y misilística. Esto no constituyó ningún problema fundamental tras la Segunda Guerra Mundial, como tampoco la cuestión de la demanda del consumidor en el mercado libre por ítems "convencionales" de consumo - o sea, aquellos bienes y servicios que los consumidores ya se habían visto condicionados a requerir. La situación actual es cualitativamente diferente en ambos aspectos. La inflexibilidad es geográfica y ocupacional, como así también industrial, un hecho que ha conducido a la mayoría de los analistas del impacto económico del desarme a focalizar su atención sobre planes en fases para la reubicación del personal de la industria bélica y de sus instalaciones, como así también sobre propuestas para el desarrollo de nuevos patrones de consumo. Una seria falla común a ambos planes es del tipo de lo que en las ciencias naturales se denomina el "error macroscópico". Se hace una presunción implícita de que un plan nacional integral para la reconversión difiere de un programa comunitario para hacerle frente al cierre de una "instalación de defensa" tan sólo en sus alcances. No encontramos ninguna razón para creer que ello sea así, ni que una ampliación general de semejantes programas locales - por más bien que se los diseñe en términos de viviendas, re-entrenamiento ocupacional y esquemas semejantes - pueda ser aplicado a escala nacional. Una economía nacional puede absorber prácticamente cualquier número de reorganizaciones subsidiarias dentro de sus limites totales, siempre y cuando no exista ninguna modificación básica en su propia estructura. El desarme general, que requeriría tales cambios básicos, no se presta a ninguna analogía válida a una escala menor. Aun más cuestionables resultan los modelos propuestos para el re-entrenamiento de las fuerzas laborales para orientarlas hacia ocupaciones no-armamentistas. Dejando de lado por el momento las cuestiones no resueltas relacionadas con los nuevos patrones de distribución - re-entrenamiento, ¿para qué? - las capacitaciones crecientemente especializadas en los conocimientos laborales asociados con la producción de la industria bélica se ven depreciados aun más por las cada vez más rápidas incursiones de las técnicas industriales descriptas, en términos generales, como la "automatización". No resulta excesivo decir que el desarme general requeriría dejar sin efecto una proporción critica de las especialidades ocupacionales más desarrolladas de la economía. Las dificultades políticas inherentes a semejante "ajuste" harían que las críticas que se escucharon en 1964 tras el cierre de un par de instalaciones militares y navales obsoletas, suenen como meros murmullos. En términos generales, el análisis de la problemática relacionada con la reconversión ha sido caracterizado por la resistencia a reconocer sus características especiales. Esto se ejemplifica mejor en el informe reproducido en 1965 por el Comité Ackley. (10) Sintomáticamente, un crítico ha señalado que se asume ciegamente que,
Supongamos, sin embargo, que los problemas observados precedentemente pueden ser resueltos, a pesar de la falta de evidencia de que un programa viable de reconversión pueda desarrollarse dentro del marco de la actual economía. ¿Qué se ha propuesto para utilizar las capacidades productivas que el desarme presumiblemente liberaría? La teoría más comúnmente sostenida es que simplemente la reinversión económica general absorbería la mayor parte de estas capacidades. Aunque hoy ya se da por sentado (aun por el equivalente actual de los economistas tradicionales del laissez-faire), que la asistencia gubernamental sin precedentes (y el correspondiente control gubernamental) serán requeridos para resolver los problemas estructurales de una transición semejante, una actitud general de confianza prevalece en el sentido de que nuevos patrones de consumo absorberán cualquier desfasaje. Lo que resulta menos claro es cuál será la naturaleza de estos nuevos patrones. Una escuela de economistas sostiene que estos patrones se desarrollarán por sí solos. Presupone algo así como si el equivalente del presupuesto en armamentos se devolviese al consumidor bajo un cuidadoso control a través de una reducción de impuestos. Otra, que reconoce la necesidad indiscutible de incrementar el "consumo" en lo que usualmente se considera el sector publico de la economía, enfatiza el enorme incremento en gastos estatales en áreas de interés nacional tales como salud, educación, transporte masivo, viviendas de bajo costo, provisión de agua, control del ambiente físico y, en términos generales, la "pobreza". Los mecanismos propuestos para controlar la transición hacia una economía libre de armas también son tradicionales: cambios en ambos lados del presupuestos federal, manipulación de la tasa de interés, etc... Reconocemos el innegable valor de las herramientas fiscales en el ciclo normal de la economía, sobre la que brindan un elemento de control para acelerar o demorar una tendencia existente. Sus proponentes más comprometidos, sin embargo, tienden a perder de vista el hecho de que existe un limite al poder de estas herramientas para influir sobre las fuerzas económicas fundamentales. Pueden brindar nuevos incentivos dentro de la economía pero no pueden por si mismas transformar la producción anual de US$ 1.000.000.000 en misiles en su equivalente en alimentos, vestimentas, viviendas prefabricadas o televisores. En última instancia, reflejan la economía pero no la motivan. Analistas más sofisticados y menos sanguíneos contemplan el desvío del presupuesto en armamentos hacia un sistema no-militar igualmente remoto de la economía de mercado. Lo que los "constructores de pirámides" a menudo sugieren es que se expandan los programas de investigaciones espaciales al nivel en dólares de los actuales gastos en materia de armamentos. Este enfoque tiene el mérito superficial de reducir el tamaño del problema de la transferibilidad de los recursos, pero introduce otras dificultades que evaluaremos en la sección 6. Sin pretender criticar a ninguno de los varios estudios principales que se han realizado respecto del previsible impacto del desarme sobre la economía, podemos sintetizar nuestras objeciones a los mismos, en términos generales como sigue:
Sección 3 - Escenarios de Desarme Los escenarios, como se los denomina actualmente, configuran construcciones hipotéticas de eventos futuros. Inevitablemente, se componen de proporciones variables de hechos establecidos, inferencias razonables y adivinación más o menos inspirada. Aquellos procedimientos que han sido propuestos como modelos para realizar el control internacional de armas y el eventual desarme, son necesariamente imaginativos, aunque cuidadosamente diseñados; en este sentido, se asemejan a los análisis de "juegos de guerra" de la Rand Corporation con los que comparten un origen conceptual en común. Todos los escenarios que han sido propuestos implican una dependencia sobre acuerdos bilaterales o multilaterales entre las grandes potencias. En términos generales, requieren que se produzca un retiro progresivo de los grandes armamentos, las fuerzas militares, las armas y las tecnologías armamentistas, coordinadas con sus correspondientes y elaborados procedimientos de verificación, inspección y mecanismos para la resolución de disputas internacionales. Debe tenerse en cuenta que aun entre los proponentes del desarme unilateral, sus propuestas se condicionan al requerimiento implícito de reciprocidad, de características muy similares a la manera en que se desarrollan los escenarios de respuesta graduada en caso de guerra nuclear. La ventaja de la iniciativa unilateral radica en su valor político como expresión de buena fe, al igual que en su función diplomática como catalizador de negociaciones formales de desarme. El modelo de desarme READ (desarrollado por el Research Program on Economic Adjustments to Disarmament - Programa de Investigación sobre los Ajustes Económicos para el Desarme), es típico de estos escenarios. Se trata de un programa de doce años dividido en etapas trienales. Cada etapa incluye una fase separada de: reducción de fuerzas armadas, reducción en la producción de armamentos, inventarios y bases militares en el extranjero; desarrollo de procedimientos internacionales de inspección y convenciones de control; y el desarrollo de una organización soberana internacional de desarme. Prevé una reducción proporcional neta en los gastos de los Estados Unidos en materia de defensa de poco más de la mitad de su nivel de 1965, pero también la necesaria reubicación de las cinco-sextas partes de la fuerza laboral involucrada en la industria de la defensa. Las implicancias económicas sobre los distintos escenarios de desarme identificadas por sus autores divergen fuertemente. Los modelos más conservadores, como el que se cita precedentemente, enfatizan la prudencia económica junto con la militar, en la postulación de complejas agencias de seguridad en el desarme las cuales, a su vez, requieren de fuertes gastos que substancialmente reemplazan a aquellos que desaparecerían con la desplazada industria de guerra. Algunos programas enfatizan las ventajas del menor ajuste económico así previsto. (12) Otros enfatizan, por el contrario, la magnitud (y ventajas opuestas) del ahorro que se lograría con el desarme. Un análisis (13) ampliamente leído estima que el costo anual de las funciones de inspección del desarme general en todo el mundo sería de tan solo entre un 2 y un 3 por ciento de los actuales gastos militares. Ambos tipos de planes tienden a enfocar el problema previsto de la reinversión económica, únicamente en forma acumulada. No hemos visto ninguna secuencia de desarme propuesta, que se condiga con el reemplazo secuencial de determinados tipos de gastos militares con nuevas formas substitutivas de gastos. Sin examinar los escenarios de desarme en mayor detalle, podríamos caracterizarlos con los siguientes comentarios generales:
Sección 4 - La Guerra y la Paz como Sistemas Sociales Nos hemos referido tan solo en términos generales a los escenarios de desarme y a los análisis económicos propuestos, pero la razón por la cual hemos abordado con aparente liviandad a estos estudios tan serios y sofisticados, no yace en que no seamos respetuosos acerca de su competencia. Se trata más bien de una cuestión de su relevancia. Para decirlo claramente, todos estos programas, a pesar de lo detallado y bien desarrollado de su contenido, son abstracciones. La secuencia de desarme mejor diseñada inevitablemente se parece más a las reglas de un juego o a un ejercicio de lógica académica que a un pronóstico de eventos reales en el mundo real. Esto es tan cierto respecto de las complejas propuestas de la actualidad como lo fue del "Plan para la Paz Perpetua en Europa" del Abad de St. Pierre de hace 250 años. Claramente, parece que algún elemento esencial está faltando en todos estos esquemas. Una de nuestras primeras tareas fue la de procurar focalizar más nítidamente este factor faltante y creemos haberlo logrado. Consideramos que en el núcleo de cada estudio sobre la paz que hemos examinado - desde una modesta propuesta tecnológica (por ejemplo, la reconversión de una planta de gases venenosos a la producción de bienes equivalentes que sean "socialmente útiles"), hasta el más elaborado escenario de una paz universal para nuestros tiempos - yace un error conceptual fundamental y común a todos. Se trata de una misma fuente que genera un ambiente de irrealidad que pervade a todos estos planes. Se trata de la presunción incorrecta de que la guerra, como institución, se encuentra subordinada a los sistemas sociales a los que supuestamente sirve. Este error conceptual aunque profundo y de amplios alcances, es totalmente comprensible. Pocos lugares comunes son aceptados tan sin cuestionamiento como aquél que indica que la guerra es una extensión de la diplomacia (o de la política, o de la búsqueda de objetivos económicos). Si ello fuera cierto, entonces sería totalmente apropiado que los economistas y los teóricos políticos consideraran a los problemas inherentes a la transición hacia la paz como esencialmente mecánicos y de procedimiento - que es precisamente lo que hacen al tratarlos como corolarios logísticos en la resolución de conflictos de interés nacional. Si ello fuera cierto, no habrían dificultades substanciales para la transición. Pues resulta evidente que, aun en el mundo actual, no existe ningún conflicto de interés concebible - sea éste real o imaginario y sea entre naciones o entre fuerzas sociales dentro de las naciones - que no pueda ser resuelto sin recurrir a la guerra si a tal resolución se le asigna un valor social prioritario. Y si ello fuera verdad, los análisis económicos y las propuestas de desarme a las que nos hemos referido, con todo lo plausible y bien diseñadas que estén - no inspirarían, como de hecho lo hacen, un sentimiento inevitable de falta de dirección. El punto a resaltar es que esta suerte de lugar común no es verdadero y que los problemas de la transición son, en verdad, concretos y no meramente de procedimiento. Aunque a la guerra se la "utiliza" como un instrumento de la política nacional y social, el hecho de que una sociedad se organice para cualquier grado de aprestamiento para la guerra supera su estructura política y económica. La guerra en sí, es el sistema social básico, dentro del cual otros modos secundarios de organización social entran en conflicto o conspiran. Es el sistema que ha gobernado a la mayoría de las sociedades humanas que registra la historia y lo es también en la actualidad. Una vez que este factor es comprendido correctamente, se torna clara la verdadera magnitud de los problemas presentados por una transición hacia la paz - que también es un sistema social en sí pero con pocos precedentes históricos, salvo en un pequeño número de sociedades pre-industriales. Al mismo tiempo, algunas de las contradicciones superficiales y extrañas de las sociedades modernas pueden entonces ser rápidamente racionalizadas. El tamaño y el poder "innecesarios" de la industria mundial de la guerra; la preeminencia del establishment militar en todas las sociedades, sea en forma abierta o encubierta; la exclusión de las instituciones militares o paramilitares de los standards sociales y legales en materia de comportamiento aceptado y que se requiere en todo otro ámbito social; el éxito de las actividades operacionales de las fuerzas armadas y de los fabricantes y proveedores de armamentos de ubicarse totalmente fuera del marco de las reglas económicas fundamentales de cada nación. Éstas y otras ambigüedades estrechamente asociadas con la relación entre la guerra y la sociedad son rápidamente aclaradas una vez que se acepta que el potencial de hacer la guerra es el principal factor estructurador dentro de la sociedad. Los sistemas económicos, las filosofías políticas y los cuerpos jurídicos sirven y amplían al sistema de guerra y no a la inversa. Se debe enfatizar que el potencial de hacer la guerra dentro de una sociedad precede y se ubica por encima de sus otras características; no surge como resultado de la "amenaza" que se presume existente en un momento determinado y que proviene de otras sociedades. Esto es el reverso de la situación básica. Las "amenazas" en contra del "interés nacional" usualmente son generadas o aceleradas para satisfacer las necesidades cambiantes del sistema de guerra. Únicamente en tiempos relativamente recientes se ha considerado como políticamente conveniente eufemizar a los presupuestos de la guerra como requerimientos de la "defensa". La necesidad que tienen los gobiernos de distinguir entre la "agresión" (mala) y la "defensa" (buena) ha sido un subproducto de la creciente alfabetización y de las comunicaciones rápidas. Esta distinción es tan solo táctica y refleja una concesión a la creciente falta de adecuación de la antigua lógica política para organizar la guerra. Las guerras no son "ocasionadas" por conflictos de intereses internacionales. Una secuencia lógica correcta indica que más a menudo resulta preciso decir que las sociedades guerreras requieren - y por ende deben generar - tales conflictos. La capacidad de una nación de hacer la guerra expresa el mayor poder social que pueda ejercer; hacer la guerra, activamente o contemplada, es un asunto de vida o muerte en la mayor escala sujeta al control social. Por ende, no debe sorprendernos que las instituciones militares en cada sociedad reclamen las máximas prioridades. A su vez, hemos concluido que la confusión prevalente en el mito de que hacer la guerra constituye la herramienta de la política estatal, proviene de una generalizada mal interpretación de las funciones de la guerra. En general, estas funciones se perciben como consistentes en: la defensa de una nación ante el ataque militar por parte de otra nación, o la disuasión ante tal ataque; la defensa o avance de un "interés nacional" - económico, político, ideológico; el mantenimiento o el aumento del poder militar de una nación porque sí. Estas son las funciones visibles u ostensibles de la guerra. Si no hubiera ninguna otra, la importancia del establishment guerrero en una sociedad podría, en verdad, declinar hasta el nivel subordinado que se cree que ocupa. Y en tal caso, la eliminación de la guerra sería, en verdad, un asunto de procedimiento como los escenarios de desarme sugieren. Pero existen otras funciones de la guerra, de mayor alcance y de efectos más profundos, en las sociedades modernas. Son estas funciones invisibles o implícitas las que mantienen a la disposición para la guerra como el factor dominante en nuestras sociedades. Y es el rechazo o la incapacidad de los analistas de escenarios de desarme y de planes de reconversión de tomarlos en cuenta lo que ha reducido la utilidad de sus trabajos, y los ha hecho parecer como poco relacionados con el mundo real que conocemos.
Sección 5 - Las funciones de la guerra Como hemos indicado, la preeminencia del concepto de la guerra como la principal fuerza organizadora en la mayoría de las sociedades no ha sido suficientemente apreciada. Esto también es verdad respecto de los efectos amplios a través de muchas actividades no-militares dentro de la sociedad. Estos efectos son menos evidentes en las sociedades industriales complejas como la nuestra que en las culturas primitivas, cuyas actividades pueden ser visualizadas y comprendidas más fácilmente. Propusimos para esta sección examinar estas funciones no-militares, implícitas y usualmente invisibles de la guerra en lo que hace a su incidencia sobre los problemas de la transición hacia la paz para nuestra sociedad. La función militar u ostensible del sistema de guerra no requiere mayor elaboración; simplemente sirve para defender o avanzar el "interés nacional" a través de la violencia organizada. A menudo, resulta imprescindible para un establishment militar el poder crear la necesidad de sus poderes únicos - para mantener la justificación de su existencia, por así decirlo. Y un aparato militar saludable requiere de "ejercicio" regular, a través de cualesquiera circunstancias que se consideren necesarias, a fin de evitar su atrofización. Las funciones no-militares del sistema de guerra son más fundamentales. Existen no meramente para auto-justificarse, sino que también desempeñan un propósito social más amplio. Si algún día se elimina la guerra, las funciones militares que le han servido terminarán con ella. Pero sus funciones no-militares no concluirán. Resulta esencial, por ende, que se comprenda su significado antes de que podamos evaluar razonablemente cualesquiera instituciones que serán llamadas a reemplazarlas.
Económicas La producción de armas de destrucción masiva siempre se ha visto asociada con el "desperdicio" económico. El término es peyorativo dado que implica una incapacidad funcional. Pero ninguna actividad humana puede considerarse justificadamente como un desperdicio si logra sus objetivos contextuales. La frase "un desperdicio, pero necesario" aplicable no tan solo a los gastos militares sino también a la mayoría de las actividades comerciales "no-productivas" de nuestra sociedad es una contradicción en los términos.
En el caso del "desperdicio" militar existe, en verdad, una mayor utilidad social. Se deriva del hecho de que el "desperdicio" de la producción de guerra se ejerce enteramente fuera del marco de la economía de oferta y demanda. Como tal, provee el único segmento de envergadura y critico de la economía total que se encuentra sujeto a un control central completo y arbitrario. Si se puede describir a las sociedades industriales modernas como aquellas que han desarrollado la capacidad para producir más de lo que se requiere para su supervivencia económica (sin considerar las equidades en la distribución de los bienes dentro de las mismas), entonces el gasto militar puede definirse como el único contrapeso con suficiente inercia como para estabilizar el desarrollo de las economías. El hecho de que la guerra sea un "desperdicio" es precisamente lo que le permite cumplir con esta función. Y cuanto más rápidamente se desarrolla la economía en cuestión, más pesado debe ser ese contrapeso. Esta función a menudo se la considera, con excesiva simpleza, como si fuera un mecanismo para el control de los excedentes. Un escritor sobre este tema lo describe de la siguiente manera:
La principal función económica de la guerra, en nuestra opinión, es que brinda precisamente un contrapeso semejante. Esto no debe confundirse con las distintas formas de control fiscal, ninguna de las cuales emplea directamente a grandes cantidades de hombres y de unidades productivas. No debe confundirse con los gastos masivos del gobierno en programas de asistencia social. Una vez iniciados, tales programas usualmente se transforman en parte integral de la economía general y dejan de estar sujetos a un control arbitrario. Pero aun dentro del contexto de la economía civil general, a la guerra no se la puede considerar completamente como un "desperdicio". Sin una economía de guerra largamente establecida, y sin su frecuente erupción en guerras calientes de magnitud, la mayoría de los principales adelantos industriales conocidos por la historia, comenzando con el desarrollo de hierro, jamás hubieran tenido lugar. La tecnología armamentista permite estructurar a la economía. Según el autor citado precedentemente,
Esto no es ni "irónico o elocuente" sino, esencialmente, se trata de un simple hecho. También debe comprenderse que la producción bélica tiene un efecto sólidamente estimulante más allá de sí misma. Lejos de constituir un drenaje "desperdicial" sobre la economía, el gasto de guerra, si se lo considera pragmáticamente, constituye un factor de efectos consistentemente positivos sobre el aumento del producto bruto nacional y sobre la productividad individual. Un ex-Secretario del Ejército lo definió cuidadosamente para consumo público de la siguiente manera:
En realidad, la utilidad fundamental no-militar de la guerra dentro de las economías es mucho más reconocida de lo que la carencia de afirmaciones explícitas como la arriba indicada parecerían sugerir. Sin embargo, abundan muchos reconocimientos públicos redactados en forma negativa acerca de la importancia de la guerra para la economía en general. El ejemplo más familiar es el efecto de las "amenazas de paz" sobre la bolsa de comercio, por Ej.,
Los bancos, a su vez, solicitan depósitos con slogans precautorios semejantes; por ej., "Si la paz llega, ¿estará usted listo?" Un caso más sutil lo conformó la reciente renuencia del Depto. de Defensa de permitirle al gobierno de Alemania Occidental sustituir bienes no-militares por armamentos no deseados como parte de sus compromisos de adquisiciones a los Estados Unidos. La consideración decisiva fue que las compras germanas no debían afectar a la economía general (no militar). Otros ejemplos incidentales pueden observarse en las presiones ejercidas sobre el Departamento de Defensa cuando anuncia planes para cerrar alguna instalación obsoleta (por tratarse de una forma "desperdicial" del "desperdicio") y en la usual coordinación del incremento de actividades militares (como en Vietnam en 1965) en momentos en que se producen aumentos en la tasa del desempleo. No pretendemos insinuar que no pueda diseñarse dentro de la economía un sustituto para la guerra. Sin embargo, no se ha probado hasta el presente que exista ninguna combinación de técnicas para controlar el empleo, la producción y el consumo que pueda compararse en su efectividad, ni por aproximación, con la guerra. La guerra es y ha sido el estabilizador económico esencial de las sociedades modernas.
Políticos Las funciones políticas de la guerra han sido, hasta el momento, aun más críticas para la estabilidad social. No debe sorprendernos, sin embargo, que los análisis de reconversión económica para la paz tiendan a acallarse cuando se aborda el tema de su implementación política y que los escenarios de desarme, a menudo muy sofisticados en su evaluación de los factores políticos internacionales, tiendan a ignorar las funciones políticas del sistema de guerra dentro de las sociedades individuales. Estas funciones son, esencialmente, organizacionales. En primer termino, la existencia de una sociedad como una "nación" política requiere como parte de su definición una actitud de relacionamiento hacia otras "naciones". Esto es lo que usualmente se denomina política exterior. Pero la política exterior de una nación no puede tener sustancia si no dispone de los medios para imponer su actitud sobre otras naciones. Solo puede realizar esto de una manera creíble si implica una amenaza de máxima organización política para este propósito - lo que significa que debe organizarse para algún grado de guerra. Correspondientemente, la guerra, de la manera que la hemos definido para que incluya todas las actividades nacionales que reconocen la posibilidad de conflicto armado, es en sí el elemento que define la existencia de cualquier nación en relación a cualquier otra nación. Dado que es un axioma histórico que la existencia de cualquier forma de armamento presupone su utilización, hemos utilizado la palabra "paz" como virtualmente sinónima con el desarme. Con el mismo criterio, la "guerra" es virtualmente sinónimo de la nacionalidad. La eliminación de la guerra implica la inevitable eliminación de la soberanía nacional y del estado-nación tradicional. El sistema de guerra no solo ha sido esencial para la existencia de las naciones, como entidades políticas independientes, sino que también ha sido igualmente indispensable para la estabilidad de su estructura política interna. Sin ella, jamás gobierno alguna ha podido justificar su "legitimidad", o su derecho a gobernar a su sociedad. La posibilidad de la guerra brinda un sentimiento de necesidad externa sin la cual ningún gobierno puede perdurar un tiempo significativo en el poder. La historia revela un caso tras otro en el que el fracasado intento de un régimen de mantener la credibilidad de una amenaza de guerra condujo a su disolución, sea a través de las fuerzas del interés privado, por las reacciones de la injusticia social o por otros elementos desintegrantes. La organización de una sociedad para la posibilidad de la guerra es su principal factor estabilizador político. Resulta irónico que esta función primaria de la guerra haya sido reconocida por los historiadores en términos generales únicamente en aquellos casos en los que haya sido expresamente asumida: en las sociedades piratas de los grandes conquistadores. La autoridad básica del estado moderno sobre su población reside en sus poderes de guerra. (Existen, en verdad, buenas razones para creer que los códigos de ley tuvieron su origen en las reglas de conducta establecidas por los militares victoriosos hacia sus enemigos derrotados, que luego se vieron adaptadas para aplicarse sobre todas las poblaciones sujetas) (19) En un plano diario, esta autoridad se ve representada por las instituciones de la policía, organizaciones armadas cuyo cometido expreso se relaciona con los "enemigos internos" de una manera militar. Al igual que el enemigo convencional "externo" militar, la policía también se ve básicamente excluida de muchas de las limitaciones legales civiles sobre el comportamiento social. En algunos países, la distinción artificial entre policía y otras fuerzas militares no existe. Sobre una base a largo plazo, los poderes de guerra y de emergencia de un gobierno - inherentes a la estructura estatal aun entre las naciones más liberales - definen el aspecto más significativo de la relación entre el estado y el ciudadano. En las sociedades democráticas modernas más avanzadas, el sistema de guerra ha brindado a los líderes políticos otra función político-económico de creciente importancia: ha servido como el último gran bastión contra la eliminación de las necesarias clases sociales. A medida que la productividad económica aumenta hasta lograr niveles más y más por encima de la subsistencia mínima, se torna crecientemente difícil para una sociedad mantener patrones de distribución que aseguren la existencia de "cortadores de leña y acarreadores de agua". El continuado desarrollo de la automatización diferenciará aun más agudamente la distinción entre los trabajadores "superiores" y lo que Ricardo denominó los "incultos" (menial workers), mientras que simultáneamente se agrava el problema de mantener una fuente de abastecimiento de mano de obra sin capacitar. La naturaleza arbitraria de los gastos de guerra y de las demás actividades militares transforma a éstas en instrumentos ideales para controlar las relaciones esenciales entre las clases. Obviamente, si el sistema de guerra fuera descartado, se requeriría inmediatamente el uso de nuevos mecanismos políticos para cumplir esta sub-función vital. Hasta tanto se hayan desarrollado, la continuidad del sistema de guerra debe verse asegurada, aunque tan solo sea para preservar la calidad y el grado de pobreza que una sociedad requiere como un incentivo, como así también para mantener la estabilidad de su organización interna del poder.
Sociológicas Bajo este rubro, examinaremos el punto de unión de las funciones brindadas por el sistema de guerra que afectan al comportamiento humano dentro de la sociedad. En términos generales, son de una aplicación más amplia y menos susceptibles a la observación directa que los factores económicos y políticos previamente considerados. La más obvia de estas funciones es el uso tradicional de las instituciones militares para brindar a los elementos antisociales un rol aceptable dentro de la estructura social. Los movimientos sociales desintegrativos e inestables, que se describen en términos generales como "fascistas", tradicionalmente se han enraizado en sociedades que han carecido de alternativas militares o paramilitares adecuadas para satisfacer las necesidades de estos elementos. Esta función ha sido crítica en períodos de cambios rápidos. Las señales de peligro son fáciles de reconocer, aunque sus estigmas porten diferentes nombres en diferentes tiempos. Los lugares comunes eufemísticos actuales - "delincuencia juvenil" y "alienación" - han tenido sus contrapartidas en cada edad. En épocas anteriores, estas condiciones eran resueltas directamente por los militares sin las complicaciones del debido proceso, usualmente a través de pelotones de reclutamiento o la esclavitud. Pero no resulta difícil imaginar, por ejemplo, el grado de disrupción social que hubiera tenido lugar en los Estados Unidos a lo largo de las ultimas dos décadas si el problema de las personas socialmente desalineadas durante el periodo de la pos-Segunda Guerra Mundial no hubiese sido previsto y adecuadamente canalizado. Los elementos más jóvenes y peligrosos de estos grupos sociales hostiles se han mantenido bajo control por el Sistema de Servicio Selectivo (Selective Service System - la conscripción). Este sistema y sus esquemas análogos en otras naciones, brinda ejemplos muy claros de una utilidad militar indirecta. Personas bien informadas en este país jamás han aceptado la lógica oficial de un sistema de conscripción en tiempos de paz - por necesidad militar, para estar listos, etc. - como digno de una consideración seria. Pero lo que ha ganado en credibilidad entre las personas más pensantes es la poco mencionada y no tan fácilmente refutable propuesta de que la institución del servicio militar tiene una prioridad patriótica en nuestra sociedad, que debe mantenerse por su propio valor. Irónicamente la explicación oficial simplista acerca del servicio de conscripción se aproxima más a la verdad una vez que las funciones no-militares de las instituciones militares son comprendidas. Como un instrumento de control sobre elementos hostiles, nihilísticos y potencialmente desestabilizantes de una sociedad en transición, el sistema de conscripción puede ser defendido, y muy convincentemente, como una necesidad "militar". Tampoco puede considerarse como una casualidad el hecho de que la actividad militar abierta, y por ende el nivel de los reclutamientos por conscripción, tiendan a seguir las principales fluctuaciones en la tasa de desempleo entre los grupos de menor edad. Esta tasa, a su vez, es un indicio tradicional del descontento social. Debe tenerse en cuenta también que las fuerzas armadas en cada civilización han brindado el principal refugio apoyado por el estado para lo que hoy denominamos personas "no empleables". El típico ejército permanente europeo (de hace cincuenta años) consistía de "...tropas no aptas para el empleo en el comercio, industria, o agricultura lideradas por oficiales no aptos para ninguna profesión legitima o para conducir un negocio o empresa." (20) Esto, en gran medida, sigue siendo verdad aunque sea menos aparente. En alguna medida, esta función de lo militar como custodio de lo económica o culturalmente insuficiente fue el precursor de los contemporáneos programas de asistencia social civiles, desde el WPA hasta las distintas formas de seguridad médica y social "socializadas". Resulta interesante comprobar que sociólogos liberales actualmente están proponiendo que el Sistema de Conscripción sea utilizado como un medio para mejorar el nivel cultural de los sectores pobres y que se considere esto como una aplicación nueva en la práctica militar. Aunque no pueda decirse en forma absoluta que medidas críticas de control social, como la conscripción, requieren una lógica militar, ninguna sociedad moderna ha estado dispuesta a arriesgarse con algún experimento de otra naturaleza. Aun durante períodos de relativamente simple crisis social como la así-llamada Gran Depresión de los años treinta, se consideraba prudente por parte del gobierno imprimirle a proyectos laborales menores como el Cuerpo de Conservación "Civil", un carácter militar y la más ambiciosa National Recovery Administration (el New Deal del presidente Franklin D Roosevelt) fue colocada en sus comienzos bajo la dirección de un oficial profesional del ejército. En la actualidad, por lo menos una pequeña nación del norte de Europa plagada de problemas sociales entre sus "jóvenes alienados" se encuentra considerando la conveniencia de ampliar sus fuerzas armadas a pesar de la problemática de aumentar la credibilidad de una inexistente amenaza externa. Se han realizado esfuerzos esporádicos de promover el reconocimiento general de las naciones amplias, libres de connotaciones militares, pero estos intentos han resultado poco efectivos. Por ejemplo, para obtener el apoyo del publico para programas tan modestos de ajuste social como la "lucha contra la inflación" o "mantener la salud física", ha sido necesario que el gobierno utilizara incentivos patrióticos (o sea, militares). Vender bonos para la "defensa" y equipar a la salud con la preparación militar. Esto no debe sorprendernos por cuanto el concepto de la "nacionalidad" implica estar preparados para la guerra, por lo que un programa "nacional" debe hacer lo mismo. En términos generales, el sistema de guerra brinda la motivación básica para la organización social primaria. Al hacerlo, refleja a nivel social, los incentivos que hacen al comportamiento humano individual. El más importante de éstos, a los efectos sociales, lo conforma la necesidad psicológica individual de lealtad hacia una sociedad y sus valores. La lealtad requiere de una causa; una causa requiere de un enemigo. Hasta aquí lo obvio; el punto critico radica en el hecho de que el enemigo que define la causa debe percibirse como realmente formidable. En términos generales, el poder que se presume de semejante "enemigo" debe ser lo suficientemente importante como para generar un sentido individual de lealtad hacia una sociedad y debe ser proporcional al tamaño y complejidad de esa sociedad. Hoy en día, por supuesto, ese poder debe ser de una magnitud y terror sin precedentes. De los patrones de comportamiento humano, puede concluirse que la credibilidad en un "enemigo" social requiere simultáneamente un alistamiento para responderle en forma proporcional a la amenaza que representa. En un contexto social amplio, el "ojo por ojo" aun caracteriza la única actitud aceptable hacia una amenaza de agresión presumida, a pesar de los preceptos religiosos y morales en contrario que gobiernan a la conducta personal. La gran distancia entre el plano de las decisiones personales y el de las consecuencias sociales en una sociedad moderna torna fácil a sus miembros mantener esta actitud sin ser conscientes de ella. Un ejemplo reciente de ello fue la Guerra de Vietnam; un ejemplo menos reciente fue el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki. (21) En cada caso, la magnitud y futilidad de las masacres fueron abstraídas dentro de fórmulas políticas por la mayoría de los (norte)americanos, una vez que la propuesta de que las víctimas eran "enemigas" quedó establecida. El sistema de guerra también hace posible semejante respuesta abstracta dentro de contextos no-militares. Un ejemplo convencional de este mecanismo lo encontramos en la incapacidad de la mayoría de la gente para relacionar, por ejemplo, la hambruna de millones de seres en la India con sus propias decisiones en materia política adoptadas en el pasado. Sin embargo, la lógica secuencial que encadena una decisión de restringir la producción de granos en los Estados Unidos con una eventual hambruna en Asia resulta obvia, no-ambigua y difícil de disimular. Lo que le otorga al sistema de guerra su rol pertinente en la organización social, como en otros rubros, es su autoridad sin igual sobre la vida y la muerte. Debe enfatizarse nuevamente que el sistema de guerra no es una mera extensión social de la necesidad presumida de violencia humana individual sino que sirve en si mismo para racionalizar a la mayor parte de las matanzas no-militares. También brinda un antecedente para la voluntad colectiva de los miembros de una sociedad, para pagar un precio en sangre como precio por instituciones mucho menos centrales a la organización social que la propia guerra. Para tomar un ejemplo a mano,
Un analista de la RAND Corporation lo dice en términos más generales y menos retóricos:
El punto puede resultar demasiado obvio para ser reiterado pero resulta esencial a fin de lograr una comprensión cabal de la importancia de la función motivacional de la guerra como un modelo de sacrificio colectivo. Un vistazo sobre algunas sociedades modernas perimidas resulta muy instructivo. Una de las características subrayables que resultan comunes a las mayores, más complejas y exitosas civilizaciones de la antigüedad, fue su uso generalizado del sacrificio de sangre. Si uno se limitara a la consideración de esas culturas, cuya hegemonía regional era tan completa que la posibilidad de la "guerra" se había transformado en algo virtualmente inconcebible - como fue el caso de varias de las grandes civilizaciones precolombinas del hemisferio occidental - se encontraría con que cierta forma de matanza ritual siempre ocupó una posición de enorme importancia social dentro de cada una de ellas. Invariablemente, el ritual era investido de un significado mítico o religioso; y como resulta con toda práctica religiosa y totémica, el ritual enmascaraba una función social más amplia e importante. En estas sociedades, el sacrificio de sangre servía al propósito de mantener un vestigio de "preparación" respecto de la capacidad y voluntad de la sociedad para hacer la guerra - o sea, de matar y ser matado - en el caso de que alguna circunstancia mística - o sea, no prevista - diera lugar a semejante posibilidad. Que dicha "preparación" no resultó ser un adecuado sustituto para una organización militar genuina cuando el enemigo impensable, como fue el conquistador español, apareció en el escenario, no invalida en absoluto la función cumplida por el ritual. Se trataba primariamente, si no exclusivamente, de un recordatorio simbólico de que la guerra había alguna vez sido la fuerza organizadora central de la sociedad y que dicha condición podría repetirse. Esto no significa que una transición hacia la paz total en las sociedades modernas requeriría el uso de semejante modelo aun con un disfraz menos "bárbaro". Pero la analogía histórica sirve como recordatorio de que un sustituto viable para la guerra como sistema social no puede limitarse a una mera farsa simbólica. Debe involucrar un riesgo autentico de destrucción personal y a una escala consistente con el tamaño y complejidad de los sistemas sociales modernos. La clave es su credibilidad. Sea ese sustituto de naturaleza ritual o de funcionamiento concreto, a no ser que brinde una amenaza de vida o muerte creíble, no servirá para la función social organizadora que cumple la guerra. La existencia de una amenaza externa aceptada, entonces, resulta esencial para lograr la cohesión social como así también la aceptación de la autoridad política. Esta amenaza debe ser creíble, debe ser de una magnitud consistente con la complejidad de la sociedad amenazada y debe aparecer, como mínimo, afectando a la sociedad en su conjunto.
Ecológica El hombre, como todos los demás animales, está sujeto a un proceso continuo de adaptación a las limitaciones de su medio ambiente. Pero el mecanismo principal que ha utilizado para este propósito es único entre los seres vivientes. Para conjurar a los inevitables ciclos históricos de insuficientes recursos en materia de alimentos, el hombre pos-neolítico destruye a los miembros excedentes de su propia especie a través de la guerra organizada. Los etólogos (24) han observado que la matanza organizada de miembros de la propia especie resulta prácticamente desconocida entre otros animales. La especie humana tiene una propensión a matar a su propia especie (compartida hasta cierto limite con las ratas) y su incapacidad de adaptar patrones de supervivencia perimidos (como la caza primitiva) puede atribuirse al desarrollo de "civilizaciones" en las cuales estos patrones no pueden ser sublimados efectivamente. También puede atribuirse a otras causas que han sido propuestas, tales como un "instinto territorial" mal adaptado, etc. No obstante, la propensión existe y su expresión social a través de la guerra constituye un control biológico sobre la relación con el medioambiente natural que es propiedad únicamente del hombre. La guerra ha ayudado a asegurar la supervivencia de la especie humana. Pero como mecanismo evolutivo para mejorarla, la guerra ha resultado casi increíblemente ineficiente. Con pocas excepciones, los procesos de selección de otras criaturas vivientes promueve tanto la supervivencia especifica como la mejora genética. Cuando un animal convencionalmente adaptativo se enfrenta a una de sus periódicas crisis de insuficiencia, son los miembros "inferiores" de la especia los que normalmente desaparecen. La respuesta social de un animal a semejante crisis puede cobrar la forma de una migración masiva durante la cual los débiles quedarán en el camino. O puede adoptar el más dramático y más eficiente patrón de la sociedad de lemingos en la que los miembros más débiles voluntariamente se dispersan dejando las provisiones de alimentos para los más fuertes. En cualquiera de los casos, los fuertes sobreviven y los débiles caen. En las sociedades humanas, aquellos que luchan y mueren en guerras de supervivencia son, generalmente, sus miembros biológicamente más fuertes. Esto configura una selección natural al revés. Los efectos genéticos regresivos de la guerra han sido señalados (25) en diversas ocasiones y también deplorados aun cuando se confunden factores biológicos con factores culturales. (26) Esta pérdida desproporcionada de los miembros biológicamente más fuertes es inherente a la guerra tradicional. Permite señalar el hecho de que la supervivencia de la especie y no su mejora es el propósito fundamental de la selección natural, si se puede decir que tenga un propósito, en el mismo sentido de la premisa fundamental del presente estudio. Pero como manifestara Gaston Bouthoul, (27) otras instituciones desarrolladas para servir esta función ecológica han demostrado ser aun menos satisfactorias. (Se incluyen formas establecidas como las siguientes: el infanticidio practicado principalmente en sociedades antiguas y primitivas; la mutilación sexual; el monasticismo; la emigración forzada; los castigos capitales generalizados como en la antigua China y en la Inglaterra del siglo XVIII; y otras prácticas similares, usualmente localizadas). La capacidad del hombre para incrementar su productividad en rubros esenciales para la supervivencia física, sugieren que la necesidad de protección ante hambrunas cíclicas puede hoy ser casi obsoleta. (28)Correspondientemente, existe la tendencia a reducir la importancia aparente de la función básica ecológica de la guerra, que usualmente es ignorada por los teóricos de la paz. Dos aspectos de la misma sin embargo, siguen siendo particularmente relevantes. El primero es obvio: las tasas actuales de crecimiento poblacional agudizado por la amenaza ambiental de productos químicos y otros contaminantes bien podrían generar una nueva crisis de insuficiencia. En caso de resultar así, seguramente será de una magnitud global sin precedentes y no meramente regional o temporaria. Los métodos convencionales de guerra seguramente resultarían inadecuados, en este caso, para reducir el tamaño de la población consumidora a un nivel consistente con la supervivencia de la especie. El segundo factor relevante es la eficiencia de los métodos modernos de destrucción masiva. Aun si su uso no es requerido para hacer frente a la crisis demográfica mundial, ofrecen paradójicamente, la primer oportunidad en la historia de la humanidad de frenar los efectos genéticos regresivos en la selección natural a través de la guerra. Las armas nucleares operan en forma indiscriminada. Su aplicación conllevaría el fin de la destrucción desproporcionada de los miembros físicamente más fuertes de la especie (los "guerreros") en épocas de guerra. Si esta posible ventaja genética compensaría las mutaciones desfavorables que previsiblemente ocasionaría la radioactividad posnuclear, es algo que no hemos aun evaluado. Lo que hace que esta cuestión sea pertinente a nuestro estudio es la posibilidad de que semejante determinación pudiera tener que llevarse a cabo en algún momento. Otra tendencia ecológica secundaria sobre el crecimiento demográfico proyectado es el efecto regresivo de ciertos avances médicos. La peste, por ejemplo, ya no resulta más un factor importante en el control poblacional. El problema del aumento en la expectativa de vida se ha visto agravado. Estos adelantos también presentan un problema potencialmente más siniestro en el sentido de que las características genéticas que previamente se auto-liquidaban, ahora pueden ser mantenidas clínicamente. Muchas enfermedades que antes eran fatales a edades procreadoras ahora pueden ser curadas; el efecto de este hecho es que permite perpetuar susceptibilidades y mutaciones no-deseadas. Queda claro que una nueva, cuasi-eugénica función de la guerra se encuentra en proceso de formación y deberá tenerse en cuenta en cualquier plan de transición. Por el momento, el Departamento de Defensa parece haber reconocido tales factores que quedaron demostrados por el proceso de planeamiento actualmente llevado a cabo por la RAND Corporation para hacerle frente a la pérdida del equilibrio ecológico que se anticipa que ocurriría tras una guerra termonuclear. El Departamento también ha comenzado a acopiar pájaros, por ejemplo, contra la esperada proliferación de insectos resistentes a la radioactividad, etc.
Cultural y científico El orden declarado de valores en las sociedades modernas otorga una alto lugar a las así-llamadas actividades "creativas" y un lugar aun más alto a aquellas asociadas con el avance del conocimiento científico. Valores mantenidos en amplios círculos sociales pueden traducirse en sus equivalentes políticos, lo que a su vez puede influir sobre la naturaleza de una transición hacia la paz. Las actitudes de aquellos que sostienen dichos valores debe ser tenido en cuenta durante el planeamiento de la transición. La dependencia, entonces, de los logros culturales y científicos dentro del sistema de guerra sería una consideración importante en un plan de transición aun si tales logros no tuvieran una función social inherentemente necesaria. De todo el cúmulo de dicotomías inventadas por los estudiosos para explicar las principales diferencias en los estilos y ciclos artísticos, solamente uno ha sido consistentemente no-ambiguo en su aplicación a una variedad de formas y culturas. De cualquier forma que se lo exprese, la distinción básica es esta: ¿Está la obra orientada hacia la guerra o no? Entre los pueblos primitivos, la danza de guerra es la forma artística más importante. En otras culturas, la literatura, la música, la pintura, la escultura y la arquitectura que se han ganado una aceptación permanente, se han referido invariablemente al tema de la guerra, sea en forma explicita o implícita, con lo que expresan la centralidad de la guerra para la sociedad. La guerra en cuestión puede ser un conflicto nacional, como en las obras de Shakespeare, la música de Beethoven, o las pinturas de Goya, o puede verse reflejada en la forma de luchas religiosas, sociales o morales como en las obras de Dante, Rembrandt y Bach. El arte que no pueda ser clasificado como orientado hacia la guerra suele describirse como "estéril", "decadente" y cosas por el estilo. La aplicación del "standard de guerra" a las obras de arte a menudo dejará un amplio espacio de debate en casos individuales, pero no existen dudas acerca de su rol como función determinante de valores culturales. Los standards estéticos y morales tienen un origen antropológico en común, en la exaltación de la valentía, y en la predisposición para matar y arriesgar la muerte en la guerra tribal. También resulta instructivo observar que el carácter de la cultura de una sociedad mantiene una estrecha relación con su potencial para hacer la guerra dentro del contexto de su época. No es ningún accidente que la actual "explosión cultural" en los Estados Unidos tenga lugar en una época marcada por un desarrollo inusualmente rápido de la tecnología bélica. Esta relación se reconoce más generalmente de lo que dejaría entrever la literatura especializada en este tema. Por ejemplo, muchos artistas y autores están comenzando a expresar su preocupación acerca de las opciones de creatividad limitadas que prevén en un mundo sin guerras, que ellos creen o esperan estará pronto entre nosotros. Actualmente, se están preparando para esta posibilidad realizando experimentaciones sin precedentes con formas carentes de sentido; sus intereses en años recientes se han focalizado crecientemente en diseños abstractos, emociones gratuitas, ocurrencias fortuitas y secuencias sin relación. La relación de la guerra con la investigación y el descubrimiento científico resulta más explicita. La guerra es la fuerza motivacional más importante para el desarrollo de la ciencia en todos los niveles, desde el nivel abstractamente conceptual hasta el estrechamente tecnológico. La sociedad moderna le otorga un alto valor a la ciencia "pura" pero históricamente resulta inevitable que todos los descubrimientos significativos que se han hecho acerca del mundo natural se hayan visto inspirados por las reales o imaginarias necesidades militares de las distintas épocas. Las consecuencias de los descubrimientos luego han ido más allá del campo de la guerra, pero fue la guerra la que siempre ha provisto el incentivo inicial. Comenzando con el desarrollo del hierro y el acero, avanzando por los descubrimientos de las leyes del movimiento y la termodinámica, hasta la era de la partícula atómica, el polímero sintético y la cápsula espacial, no existe ningún adelanto científico de importancia que no se haya visto instigado, aunque más no sea indirectamente, por los requerimientos de los armamentos. Ejemplos más prosaicos incluyen la radio a transistores (una consecuencia de requerimientos militares en materia de comunicaciones), la línea de montaje (como consecuencia de los requerimientos de armas durante la Guerra Civil), las estructuras de armazón de acero (que surgieron de los acorazados de guerra), las represas en los canales, etc. Una adaptación típica podemos comprobarla en un artefacto tan modesto como la cortadora de césped: se desarrolló partiendo de la guadaña giratoria inventada por Leonardo da Vinci para que precediera a los vehículos tirados por caballos que se lanzaban sobre las filas enemigas. La relación más directa puede hallarse en la tecnología médica. Por ejemplo, una enorme "máquina de caminar" que amplifica los movimientos del cuerpo se inventó para uso militar en terrenos difíciles y ahora permite que muchas personas que estaban confinadas a sillas de ruedas puedan desplazarse caminando. La Guerra de Vietnam por si sola motorizó espectaculares adelantos en procedimientos de amputación de miembros, técnicas de manejo de sangre y logística quirúrgica. Ha estimulado investigaciones a gran escala sobre la malaria y otras enfermedades parasitarias tropicales. Resulta difícil estimar cuanto tiempo hubiese demandado este trabajo en otras circunstancias, a pesar de su enorme importancia no-militar para casi la mitad de la población del mundo.
Otras Hemos optado por omitir en nuestro análisis de las funciones no-militares de la guerra, a aquellas que estimamos no son criticas para un programa de transición. Ello no significa que estas otras funciones no sean importantes, sino meramente que parecerían no representar problemas especiales para la organización de un sistema social orientado hacia la paz. Estas incluyen a las siguientes:
También hemos omitido una caracterización amplia de aquellas funciones que presumimos son ampliamente y explícitamente reconocidas. Como un ejemplo obvio de ello, mencionamos el rol de la guerra como controlador de la calidad y del grado de desempleo. Esto es más que una sub-función económica y política; sus aspectos sociológicos, culturales y ecológicos también son importantes aunque a menudo también teleonómicos. Pero ninguna afectan el problema general de la sustitución. Los mismos rigen para ciertas otras funciones; los que hemos enumerados son suficientes para definir el marco del problema.
Sección 6 - Sustitutos para las Funciones de la Guerra A esta altura, debería resultar claro que el plan maestro más detallado e integral para una transición hacia la paz mundial, seguirá siendo meramente académico si omite abordar el problema de las funciones críticas no-militares de la guerra. Las necesidades sociales que estas funciones satisfacen son esenciales; si el sistema de guerra dejara de existir para satisfacerlas, se deberán entonces crear instituciones sustitutas para dicho propósito. Estos sustitutos deben ser "realistas", lo que significa que deben disponer de un marco y una naturaleza que puedan ser concebidos e implementados dentro del contexto de las posibilidades sociales de la actualidad. Esto no es una perogrullada ya que los requerimientos de un radical cambio social a menudo obligan a tomar conciencia de que la distancia que separa a una proyección muy conservadora de un esquema alocadamente utópico puede ser muy corta. En la presente sección consideraremos algunos posibles sustitutos para estas funciones. Solo en raros casos han sido propuestos para los objetivos que nos conciernen en el presente, pero no vemos ninguna razón que nos obligue a limitarnos a propuestas que se relacionan explícitamente con el problema que hemos planteado. Dejaremos de lado las funciones ostensibles o militares de la guerra; es una premisa del presente estudio que la transición hacia la paz implica en forma absoluta que esas funciones militares no existan más en ningún sentido relevante. También dejaremos de lado las funciones no-críticas expuestas al final de la sección anterior.
Económica Los sustitutos económicos de la guerra deben cumplir con dos criterios principales. Deben representar un "desperdicio" en el sentido usual de la palabra y deben operar fuera del sistema normal de la oferta y la demanda. Un corolario de ello que resulta obvio es que la magnitud del desperdicio debe ser suficiente como para corresponder a las necesidades de la sociedad. Una economía tan avanzada y compleja como la nuestra requiere de la destrucción anual planificada de no menos del 10% de producto bruto nacional, (29) si ha de cumplir con su función estabilizadora. Cuando la masa del contrapeso resulta inadecuada para el poder que se supone debe controlar, su efecto puede ser auto-anulante como si fuera una locomotora que se escapa sin control. La analogía, aunque cruda, (30) es particularmente apta para la economía (norte)americana como lo demuestra nuestra trayectoria de depresiones cíclicas. Todas han tenido lugar durante periodos de gastos militares gruesamente inadecuados. Aquellos pocos programas de reconversión económica que implícitamente reconozcan las funciones económicas no-militares de la guerra (al menos en alguna medida) tienden a presumir que los así-llamados gastos de asistencia social llenarán el vacío creado por la desaparición del gasto militar. Cuando uno considera la cantidad de negocios aun pendientes - o sea, propuestos pero aun no ejecutados - en este campo, la presunción resulta plausible. Examinemos brevemente la siguiente lista que es más o menos típica de los programas generales de asistencia social. (31)
Estos son solo algunos ejemplos de los ítems más obvios del bienestar doméstico y los hemos enumerado a propósito de manera amplia y quizás extravagante. En el pasado un "programa" tan vasto y ambiguo hubiese sido descartado sin más sin prestársele seria consideración; hubiese sido considerado prima facie demasiado costoso, al margen de sus implicancias políticas. (32) Nuestra objeción, por otra parte, apenas podría ser más contradictoria. Como sustituto de la guerra, consideramos que resulta inadecuado dado que es demasiado barato. Si esto parece paradójico, debe recordarse que hasta el momento, todo gasto de acción social propuesto ha debido medirse dentro de la economía de guerra y no como un reemplazo de la misma. El viejo slogan de que un acorazado de guerra o un misil intercontinental cuesta tanto como x hospitales, o y escuelas, o z viviendas, asume un significado muy diferente si ya no ha de haber más acorazados de guerra ni misiles intercontinentales. Dado que esta lista es general, hemos optado por evitar la controversia tangencial que afecta a las proyecciones arbitrarias de costos que no ofrecen estimaciones individuales de costos. Pero el programa mayor que podría efectuarse según los lineamientos indicados podría acercarse al nivel establecido del gasto militar únicamente durante un plazo limitado - en nuestra opinión, sujeto a un análisis detallado de costo y factibilidad, durante menos de diez años. Durante este breve plazo, y a esta velocidad, los principales objetivos del programa serían logrados. Su fase de inversión de capital se habría cumplido y se habría establecido un permanente y comparativamente modesto nivel de costo operativo anual - dentro del marco de la economía general. Aquí yace la debilidad fundamental del sustituto a través de la acción social. A corto plazo, el programa más ambicioso que pudiese diseñarse podría reemplazar a un programa normal de gastos militares, siempre y cuando fuese diseñado, como el modelo militar, para quedar sujeto al control arbitrario. Por ejemplo, planes de construcción de viviendas públicas o el desarrollo de centros médicos modernos podrían ser acelerados o demorados de vez en cuando en consonancia con los requerimientos de una economía estable. Pero en el largo plazo, el gasto en acción social, aunque se lo redefina reiteradamente, necesariamente se convertiría en una parte integral y aceptada de la economía, sin un valor estabilizante mayor que el de la industria automotriz, o la vejez, o el seguro de supervivientes. Al margen del mérito que pudieran tener estos programas de asistencia social en sí mismos, su función como un sustituto de la guerra dentro de la economía se auto-anularía. Podrán servir, por ejemplo, como paliativos hasta tanto se desarrollen medidas sustitutas más durables. Otro sustituto económico que ha sido propuesto consiste en una serie de gigantescos programas de "investigación espacial". Estos ya han demostrado su utilidad en una escala más modesta dentro de la economía militar. Lo que se ha insinuado, aunque aun no se ha propuesto de manera explícita, es que se lleve a cabo el desarrollo de una secuencia a largo plazo de proyectos de investigación espacial con objetivos básicamente no-logrables. Este tipo de programa puede ofrecer varias ventajas que faltan en el modelo de bienestar social. Primeramente, es muy improbable que se auto-liquide, sean cuales fueren las previsible "sorpresas" que la ciencia nos tenga preparada: el universo simplemente resulta demasiado grande. En el caso de que algún proyecto individual tuviera un gran nivel de éxito, no existirían problemas para lograr su posterior reemplazo. Por ejemplo, si la colonización de la luna avanza según lo previsto, luego se tornaría "necesario" establecer bases en Marte o en Júpiter y así sucesivamente. En segundo lugar, no necesita ser más dependiente de la economía de oferta y demanda que su prototipo militar y en tercer lugar se presta excepcionalmente bien a un control arbitrario. La investigación espacial puede visualizarse como el equivalente moderno más cercano, que se haya diseñado hasta el momento , de los constructores de pirámides y similares empresas rituales de la antigüedad. Es verdad que el valor científico del programa espacial, aun del ya ejecutado, es substancial por sí solo. Pero los actuales programas son absurda y obviamente desproporcionados en su relación entre los conocimientos buscados y el gasto incurrido. Salvo una pequeña parte del presupuesto espacial que puede medirse según los standards de objetivos científicos comparables, el resto debe ser cargado de facto a la economía militar. La investigación espacial como un sustituto para la guerra reduciría aun más la lógica "científica" de su presupuesto hasta un nivel ínfimo. Como un sustituto puramente económico para la guerra, entonces, la extensión del programa espacial justifica una seria consideración.En la sección 3, hemos señalado que ciertos modelos de desarme que hemos denominado como conservadores postulaban sistemas de inspección extremadamente caros y elaborados. ¿Será factible extender e institucionalizar tales sistemas hasta un punto tal en que pudieran servir como sustitutos económicos al gasto de guerra? La organización de mecanismos de inspección absolutamente confiables podría ser ritualizada de una forma similar a lo que ocurre con los procesos militares establecidos. "Equipos de inspección" podrían ser muy similares a los ejércitos y sus equipamientos técnicos serian bastante como las armas. No habría dificultad en inflar el presupuesto para tales inspecciones hasta una escala militar. El atractivo de este tipo de esquema yace en la relativamente fácil transición entre dos sistemas paralelos. El sustituto consistente en un esquema de "inspección elaborada" resulta, sin embargo, fundamentalmente falaz. Aunque posiblemente resulte económicamente útil como así también políticamente necesario durante la transición hacia el desarme, no lograría funcionar como un sustituto de la función económica de la guerra debido a una simple razón. Un esquema de inspección para el mantenimiento de la paz conforma parte de un sistema de guerra y no de un sistema de paz. Implica la posibilidad de mantener o fabricar armamentos que no existirían si el mundo se encontrara en paz en la forma que definimos en el presente. Las inspecciones masivas también implican sanciones y, correspondientemente, un estado de preparación para la guerra. La misma falacia resulta más obvia en los planes para crear una estructura inútil de "reconversión de defensa". Esta propuesta, hace ya tiempo desacreditada, de construir instalaciones "totales" de defensa civil es un ejemplo; otro es el plan de establecer un complejo anti-misilistico gigantesco (Nike-X y otros). (33) Estos programas, por supuesto, son económicos más que estratégicos. Sin embargo, no configuran sustitutos para el gasto militar sino meramente representan distintas formas del mismo. Una variante más sofisticada es la propuesta de establecer las "Fuerzas No Armadas" de los Estados Unidos. (34) Esto mantendría muy convenientemente a toda la estructura militar institucional, redirigiéndola hacia actividades esencialmente de acción social a una escala global. Sería en la práctica, una suerte de gigantesco Peace Corps (35) militar. No hay nada inherentemente no realizable en este plan y la utilización de la actual estructura militar para llevar a cabo su propio reemplazo es bastante creativo y también resulta conveniente. Pero aun sobre una base mundial muy ampliada, los gastos en acción social deberán tarde o temprano reingresar a la atmósfera de la economía normal. Las virtudes transicionales prácticas de semejante esquema se verían entonces negadas a la larga por su inadecuación como estabilizador económico permanente.
Políticas El sistema de guerra permite la existencia de gobiernos estables en las sociedades. Esto lo realiza esencialmente brindando una amenazante necesidad externa para que una sociedad acepte ser gobernada políticamente. Al hacerlo, establece las bases para la nacionalidad y la autoridad del gobierno para controlar a sus ciudadanos. ¿Qué otra institución o combinación de programas podría desempeñar estas funciones en su lugar? Ya hemos señalado que el fin de la guerra significa el fin de la soberanía nacional y, consecuentemente, el fin del concepto de nación como lo conocemos hoy en día. Pero esto no significa necesariamente el fin de las naciones en el sentido administrativo, y el poder político interno continuará siendo esencial para una sociedad estable. Las "naciones" emergentes de la era de la paz deberán seguir nutriendo su autoridad política de alguna fuente. Se ha realizado una serie de propuestas respecto de las relaciones entre las naciones tras un desarme total; todas son, esencialmente, jurídicas en su naturaleza. Contemplan instituciones más o menos como las de la Corte Mundial o de las Naciones Unidas pero investidas con verdadera autoridad. Pueden o no desempeñar su propósito ostensible pos-militar para la resolución de disputas internacionales pero no necesitamos analizar este aspecto aquí. Ninguna de ellas ofrecería una presión externa efectiva para una nación mundial en paz que le permita organizarse políticamente. Podría argüirse que una fuerza policial internacional bien armada que opere bajo la autoridad de semejante "corte" supranacional podría cumplir la función de un enemigo externo. Esto, sin embargo, constituiría una operación militar como los esquemas de inspección ya mencionados y como ellos, seria inconsistente con la premisa de un fin al sistema de guerra. Posiblemente, alguna variante de la idea de las "Fuerzas No-Armadas" podría desarrollarse de una manera tal que sus actividades "constructivas" (o sea, acción social), puedan combinarse con una amenaza económica lo suficientemente importante y creíble como para justificar la organización política. ¿Seria una amenaza semejante también contradictoria a nuestra premisa básica? - o sea, ¿sería inevitablemente militar? En nuestra opinión, este no sería necesariamente el caso, pero somos escépticos respecto de su capacidad para evocar la credibilidad. A su vez, el efecto obviamente desestabilizante de cualquier sustituto de acción social global sobre las (políticamente necesarias) relaciones de clase, crearía un conjunto totalmente nuevo de problemas de transición de una magnitud por lo menos semejante. La credibilidad, en verdad, yace en el corazón del problema del desarrollo de un sustituto político para la guerra. Aquí es donde las propuestas de la carrera espacial, que son tan adecuadas en muchos aspectos como sustitutos económicos de la guerra, se quedan cortas. El proyecto espacial más ambicioso y menos realista no puede, por si mismo, generar una amenaza externa creíble. Se ha debatido acaloradamente (36) que semejante amenaza ofrecería la "ultima y mejor esperanza para la paz" etc., al unir a la humanidad en contra del peligro de destrucción por "criaturas" de otros planetas o provenientes del espacio exterior. Se han propuesto experimentos para probar la credibilidad de una amenaza consistente en una invasión desde fuera de este mundo; es plausible que algunos de los incidentes de "platos voladores" más difíciles de explicar en los últimos años hayan sido algunos primeros experimentos de esta clase. No prevemos ninguna dificultad en lograr que la "necesidad" de una programa super espacial gigantesco sea creíble por razones económicas aunque no hubiesen precedentes; sin embargo, pretender ampliarlo para que satisfaga determinados objetivos políticos, lo que obliga a incorporarle características que lamentablemente se asocian con la ciencia ficción, seria obviamente una empresa cuyo éxito parece mucho más dudoso. No obstante ello, un sustituto político efectivo de la guerra requeriría "enemigos alternativos" algunos de los cuales podrían parecer rebuscados dentro del contexto del actual sistema de guerra. Podría ocurrir, por ejemplo, que la fuerte contaminación del medio ambiente pudiera eventualmente reemplazar la posibilidad de destrucción masiva por armas nucleares como amenaza principal y más evidente para la supervivencia de nuestra especie. El envenenamiento del aire y de las principales fuentes de alimentos y de agua ya se encuentra bastante adelantado y a primera vista podría representar una solución a este problema; constituye una amenaza que solo puede abordarse a través de una adecuada organización social y con poder político. Pero se estima que deberá pasar entre una generación y una generación y media antes de que la contaminación ambiental, por más severa que sea, se torne lo suficientemente amenazante a nivel global como para ofrecer una posible base de solución. Es verdad que la tasa de contaminación podría incrementarse en forma selectiva para este propósito; en verdad, la mera modificación de los programas actuales para prevenir la contaminación podrían acelerar este proceso como para que se genere una amenaza creíble mucho antes. Pero el problema de la contaminación se ha visto publicitado tan ampliamente en los últimos años que parece altamente improbable que un programa gubernamental de efectos deliberadamente nocivos para el medio ambiente pudiera ser implementado de manera políticamente aceptable. Por más improbable que el posible enemigo alternativo que hemos mencionado pueda parecer, debemos enfatizar que alguno debe ser hallado, y el mismo debe ser de una calidad y magnitud creíble si una transición hacia la paz ha de llevarse a cabo algún día sin que provoque la desintegración social. Resulta más probable, a nuestro juicio, que semejante amenaza deba ser inventada en lugar de que se desarrolle partiendo de condiciones desconocidas. Por esta razón, consideramos como poco conveniente seguir especulando acerca de su naturaleza putativa. Dado que tenemos dudas considerables de que cualquier sustituto político viable pueda ser diseñado, somos remisos a comprometernos, a través de un análisis prematuro, a proponer cualquier posible opción que pudiera adoptar nuestro gobierno al respecto.
Sociológica De las muchas funciones de la guerra que hemos considerado conveniente agrupar bajo esta clasificación, dos resultan críticas. En un mundo de paz, la continuada estabilidad de la sociedad requerirá:
La mayoría de las propuestas se focalizan, explícitamente o no, sobre el problema de la posguerra de controlar a los elementos socialmente alienados y proponen alguna variante del tipo de la Peace Corps o los así-llamados Job Corps [Cuerpos de Trabajo] como solución. Los elementos socialmente desafectados, los económicamente no preparados, los que se sienten psicológicamente incómodos, los "delincuentes" endurecidos, los "subversivos" incorregibles y el resto de los elementos no empleables por la sociedad, son vistos como si se los pudiese transformar en trabajadores sociales más o menos dedicados, a través de las disciplinas representadas por un servicio modelado sobre el ejemplo militar. Esta presunción también se condice con la racionalización, en otros rubros, del plan de las "Fuerzas No-Armadas". El problema ha sido abordado, en el lenguaje de la sociología popular, por el Secretario McNamara:
En una parte aparentemente no relacionada, continúa diciendo,
Aquí como en otras partes de este significativo discurso, el Sr. McNamara se ha focalizado indirectamente, pero sin errar, sobre uno de los temas clave que hacen a una posible transición hacia la paz y ha indicado luego también indirectamente cual seria un enfoque aproximado para su resolución, nuevamente redactado según el idioma del actual sistema de guerra. Parece claro que el Sr. McNamara y otros proponentes de un sistema sustituto como el cuerpo de paz para que cumpla esta función de la guerra se apoyan fuertemente sobre el éxito que tuvieron los programas paramilitares impulsados durante la Depresión a los que nos hemos referido en la ultima sección. Consideramos que este precedente es totalmente inadecuado en sus alcances. Ni la falta de un precedente adecuado ni el sentimentalismo dudoso de la acción social que caracterizan este enfoque, sin embargo, justifican que se lo rechace sin más sin antes estudiarlo cuidadosamente. Podría ser viable, siempre y cuando, primero se le extraiga el origen militar al esquema del Peace Corps en su actividad operacional y segundo que la transición de las actividades paramilitares hacia "trabajos experimentales" se efectúe sin importar las actitudes del personal del Peace Corps o del "valor" del trabajo que se espera que realice. Otro posible sustituto para el control de enemigos potenciales de la sociedad lo conforma la reintroducción, de alguna manera consistente con la tecnología y los procesos políticos modernos, de la esclavitud. Hasta ahora, esto ha sido sugerido solamente en obras de ficción, particularmente en los trabajos de Wells, Huxley, Orwell y otros involucrados en la anticipación imaginativa de la sociología del futuro. Pero las fantasías proyectadas en 'Un Mundo Feliz' y '1984' han parecido cada vez menos inimaginables en los años que corrieron desde sus respectivas publicaciones. La asociación tradicional de la esclavitud con las culturas antiguas preindustriales no debería enceguecernos sobre sus posibilidades de adaptación a las formas avanzadas de organización social, ni tampoco su también tradicional incompatibilidad con los valores morales y económicos de Occidente. Resulta totalmente posible que el desarrollo de una forma sofisticada de esclavitud se transforme en un requisito absoluto para lograr el control social en un mundo en paz. Como un tema práctico, la reconversión del código de disciplina militar en una forma eufemística de esclavitud requeriría sorprendentemente pocas revisiones; el primer paso lógico seria la adopción de alguna forma de servicio militar "universal". Cuando se trata de postular sustitutos creíbles para la guerra que sean capaces de dirigir los patrones del comportamiento humano en nombre de la organización social, existen pocas opciones. Al igual que su función política, la función motivacional de la guerra requiere de la existencia de un enemigo social genuinamente amenazante. La diferencia principal radica en que, a los efectos de motivar una lealtad básica, en contraposición con la aceptación de una autoridad política el "enemigo alternativo" debe implicar una amenaza de destrucción más inmediata, tangible y directamente percibida. Debe justificar la necesidad de tomar y pagar un "precio en sangre" en amplias áreas de interés humano. En este sentido, los posibles enemigos sustitutos ya mencionados previamente resultarían insuficientes. Una excepción sería el modelo de contaminación del medio ambiente si el peligro que presenta para la sociedad resultase genuinamente inminente. Los modelos ficticios deberían conllevar el peso de una extraordinaria convicción, sustentada por una no inconsiderable perdida de vidas humanas; la construcción de una estructura actualizada mitológica o religiosa para este propósito presentaría dificultades en nuestra era pero de todos modos debe ser considerada como una opción. Los teóricos de los juegos también han sugerido, en otros contextos, el desarrollo de "juegos de sangre" para el control efectivo de los impulsos agresivos individuales. Resulta un comentario irónico del estado actual de los estudios sobre la guerra y la paz que se haya dejado en manos de los científicos - y no de los productores de películas comerciales (38) - el desarrollo de un modelo para esta noción del nivel implausible del melodrama popular como persecución humana ritualizada. De un modo más realista, un rito semejante podría socializarse de la misma manera en que lo hizo la Inquisición Española y los menos formales juicios de brujas de otros tiempos, con el propósito de lograr la "purificación social", la "seguridad del estado" u otros objetivos que sean tanto aceptables como creíbles para las sociedades de la posguerra. La factibilidad de realizar una versión actualizada de otra institución antigua, aunque de dudoso éxito, es considerablemente menos complejo que la noción sin fundamento de muchos planificadores de la paz en el sentido de que una condición estable de paz puede ser lograda sin la más profunda examinación de los posible sustitutos para las funciones esenciales de la guerra. De lo que se trata aquí, en cierto sentido, es de la búsqueda del "equivalente moral de la guerra" de William James. También resulta posible que las dos funciones consideradas bajo este rubro puedan ser satisfechas en su conjunto en el sentido de establecer qué es lo antisocial, para lo cual se requiere una institución controladora como el "enemigo alternativo" necesario para mantener a la sociedad cohesionada. El avance sin pausa e irreversible en el tamaño de los grupos de personas no empleables en todos los niveles de la sociedad y la similar extensión de la alienación generalizada de los valores aceptados (39) puede que tornen necesario a un programa semejante incluso como un complemento dentro del actual sistema de guerra. Como antes, no especularemos sobre las formas especificas que podría adoptar un programa de este tipo salvo para señalar que, nuevamente, existen amplios precedentes en el tratamiento que se le ha dado a los grupos étnicos desfavorecidos, supuestamente amenazantes, en ciertas sociedades durante determinados periodos históricos. (40)
Ecológica Considerando las desventajas de la guerra como mecanismo de control selectivo de la población, podría parecer que el diseño de sustitutos para esta función debería resultar comparativamente simple. Esto es así en teoría pero el problema de administrar la transición en el tiempo hacia un nuevo mecanismo de equilibrio ecológico hace que la factibilidad de la sustitución sea menos clara. Debe recordarse que la limitación de la guerra en esta función es enteramente eugénica. La guerra no ha sido genéticamente progresista. Pero como sistema de control general poblacional para preservar a la especie, no puede considerarse como fallida. Como se ha señalado, la naturaleza de la guerra en sí está sufriendo una transición. Las tendencias actuales en materia bélica - el aumento en los bombardeos estratégicos sobre poblaciones civiles y la mayor importancia militar que ahora se le otorga a la destrucción de fuentes de aprovisionamiento (en contrapartida con las bases y personal puramente "militares"), sugieren poderosamente que se está produciendo una mejora cualitativa realmente importante. Asumiendo que el sistema de guerra ha de continuar, resulta más que probable que la calidad regresivamente selectiva de la guerra se habrá invertido a medida en que sus víctimas resultan más y más representativas de sus respectivas sociedades. No existe ninguna cuestión, fuera de un requerimiento universal, de que la procreación se vea limitada a los resultados de la inseminación artificial ya que ésta brindaría un sustituto totalmente adecuado para controlar los niveles poblacionales. Semejante sistema reproductivo tendría, por supuesto, la ventaja adicional de ser susceptible a la administración eugénica directa. Su futuro desarrollo previsible - concepción y crecimiento embriónicos que tengan lugar íntegramente bajo condiciones de laboratorio - extenderían estos controles hasta sus conclusiones lógicas. La función económica de la guerra bajo estas circunstancias no solo se vería mejorada sino que también sería superada en su efectividad. El paso intermedio indicado - el control total de la concepción con una variante que involucre a la píldora anticonceptiva, a través de las fuentes de provisión de agua o de ciertos alimentos, luego contrarestado por medio de algún "antídoto" controlado - ya se encuentra bajo desarrollo. (41) Parecería no existir ninguna necesidad previsible de revertir a prácticas pasadas de moda a las que nos hemos referido en la sección anterior (infanticidio, etc.), como hubiera sido el caso si la posibilidad de la transición hacia la paz hubiese surgido hace dos generaciones. La verdadera cuestión aquí, entonces, no se refiere a la viabilidad de un sustituto de la guerra sino a la problemática política de llevarla a cabo. No puede establecerse mientras el sistema de guerra siga vigente. La razón de ello es simple: el exceso poblacional es material de guerra. Mientras cualquier sociedad deba contemplar aun la posibilidad remota de una guerra, debe mantener el nivel poblacional en el punto máximo soportable, aun cuando hacerlo agrave de manera crítica las responsabilidades económicas. Esto resulta paradójico en vista del rol de la guerra en reducir el exceso poblacional pero puede ser fácilmente comprendido. La guerra controla el nivel general de la población, pero el interés ecológico de cualquier sociedad específica yace en mantener su hegemonía en relación a otras sociedades. La analogía obvia la encontramos en cualquier economía de libre-empresa. Las prácticas que resultan dañinas para la sociedad en su conjunto - tanto las competitivas como las monopólicas - son minimizadas a través de las motivaciones económicas conflictivas emergentes del interés individual capitalista. El precedente obvio lo encontramos en las dificultades políticas irracionales que han bloqueado la adopción universal de métodos simples para el control de la natalidad. Las naciones que más desesperadamente necesitan mejorar las relaciones desfavorables de producción/consumo, no están dispuestas, sin embargo, a apostar sus posibles requerimientos militares de dentro de veinte años para resolver esta problemática. El control poblacional unilateral como se practicara en el antiguo Japón y en otras sociedades aisladas queda totalmente fuera de cuestión en el mundo actual. Dado que la solución eugénica no puede lograrse hasta tanto la transición hacia un sistema de paz haya tenido lugar, entonces ¿porqué no esperar? Uno debe comprender que se podría estar de acuerdo con este razonamiento. Como mencionáramos previamente, la verdadera posibilidad de una crisis global de insuficiencia alimentaria sin precedentes existe hoy en día, y es muy probable que el sistema de guerra no lo pueda frenar. Si esto llegara a tener lugar antes de que se complete una transición acordada hacia la paz, el resultado sería irrevocablemente desastroso. Claramente no existe ninguna solución para este dilema; es un riesgo que debe ser tomado. Pero tiende a apoyar el punto de vista de que si se adopta una decisión para eliminar el sistema de guerra, sería mejor hacerlo antes que después.
Cultural y científico Hablando en términos precisos, la función de la guerra como determinante de valores culturales y como motor primario del progreso científico puede que no sea crítico para un mundo sin guerra. Nuestro criterio respecto de las funciones básicas no militares de la guerra ha sido: ¿Son necesarias para la supervivencia y la estabilidad de la sociedad? La necesidad absoluta de determinantes de valor cultural sustitutos y de un continuado avance del conocimiento científico no ha quedado establecido. Consideramos importante, sin embargo, en nombre de aquellos para quienes estas funciones tienen una importancia subjetiva, que se sepa qué es lo que razonablemente puede esperarse de la cultura y de la ciencia después de una transición hacia la paz. En lo que se refiere a las artes creativas, no existe razón para creer que tuvieran que desaparecer sino solamente de que cambiarían en su carácter e importancia social relativa. La eliminación de la guerra con el tiempo le quitaría su principal fuerza pero necesariamente pasaría algún tiempo antes que esa incidencia se hiciera sentir. Durante la transición y quizás durante una generación posterior, temas del conflicto socio-moral inspirados por el sistema de guerra se transferirían en forma creciente al idioma de la sensibilidad puramente personal. Al mismo tiempo, se tendría que desarrollar una nueva estética. Sea cual sea su nombre, forma o lógica, su función sería la de expresar en el lenguaje apropiado para el nuevo período la alguna vez desacreditada filosofía de que el arte existe por sí mismo. Esta estética rechazaría inequívocamente el requerimiento clásico del conflicto paramilitar como contenido sustantivo de todo gran arte. El efecto eventual del arte de la filosofía de la paz mundial sería el de la democratización extrema, en el sentido de que una subjetividad generalmente reconocida de los standards artísticos equilibraría sus nuevos "valores" libres de contenido. Lo que puede esperarse que ocurra es que al arte se le reasignaría el rol que alguna vez desempeñó en una par de sistemas sociales primitivos orientados hacia la paz. Esta era una función puramente decorativa, de entretenimiento o juego, enteramente libre del peso de expresión de valores socio-morales y conflictos de una sociedad orientada hacia la guerra. Resulta interesante observar que el trabajo correspondiente a una estética libre de valores de esta naturaleza ya se está realizando hoy en los crecientes experimentos artísticos que carecen de contenido, posiblemente anticipando así la venida de un mundo sin conflictos. Se ha desarrollado un culto alrededor de un nuevo determinismo cultural (42) que propone que la forma tecnológica de la expresión cultural determina sus valores en lugar de hacerlo a través de un contenido con un significado ostensible. Su implicancia clara es que no existe un arte "bueno" o "malo" sino tan solo aquél que resulta apropiado a su tiempo (tecnológico) y aquél que no es apropiado. Su efecto cultural ha sido el de promover construcciones circunstanciales y expresiones no planeadas; le niega al arte la relevancia de la lógica secuencial. Su significado dentro de este contexto es que provee un modelo operativo de un tipo de cultura libre de valores que posiblemente podamos anticipar en un mundo en paz. En lo que concierne a la ciencia, podría parecer a primera vista que un programa especial gigantesco podría ser uno de los sustitutos económicos más prometedores para la guerra y que al mismo tiempo podría servir como el estimulador básico de la investigación científica. La carencia del fundamental conflicto social organizado inherente en el trabajo relacionado con el espacio, sin embargo, lo excluiría como un sustituto motivacional adecuado para la guerra cuando se aplica a la ciencia "pura". Sin embargo, podría sostener el espectro amplio de la actividad tecnológica que un presupuesto de investigación espacial de dimensiones militares requeriría. Un programa de asistencia social de escala similar podría brindar un ímpetu comparable a los adelantos tecnológicos de bajo nivel, especialmente en la medicina, los métodos de la construcción, la psicología educativa, etc. El sustituto eugénico de la función ecológica de la guerra también requeriría una investigación continua en ciertas áreas de las ciencias de la vida. Fuera de estos sustitutos parciales de la guerra, debe tenerse presente que el impulso otorgado al progreso científico por las grandes guerras del ultimo siglo y aun más por la anticipación eventual de la tercer guerra mundial es material e intelectualmente enorme. Es nuestra conclusión que si el sistema de guerra terminase mañana mismo, este impulso es tan poderoso que la persecución del conocimiento científico podría esperarse que seguiría avanzando sin una disminución notable durante unas dos décadas. (43) Luego, continuaría a un ritmo cada vez menor durante otras dos décadas antes de que la "cuenta bancaria" de los problemas sin resolver de la actualidad terminaran. Por los standards de las preguntas que hemos aprendido a formular actualmente, no existiría ya nada más que valga la pena que permaneciera sin conocer; no podríamos concebir entonces cuales serían las preguntas científicas a realizar una vez que aquellas que ahora nos formulamos hallasen sus respuestas. Esto nos conduce inevitablemente a otro tema: el valor intrínseco de la búsqueda ilimitada del conocimiento. Nosotros, por supuesto, no ofrecemos ningún juicio de valor independiente pero hace a este punto que señalemos que una minoría substancial de opinión científica considera que dicha búsqueda debe circunscribirse de todos modos. Esta opinión es, en sí, un factor a considerar la necesidad de un sustituto para la función científica de la guerra. También debemos señalar el precedente de que durante largos periodos de la historia humana, a menudo abarcando miles de años, hubo períodos en los que no se le asignó ningún valor social al progreso científico y sin embargo hubo sociedades estables que sobrevivieron y florecieron. Aunque esto no hubiera sido posible en el mundo moderno industrial, no podemos estar seguros de que no pudiera ser nuevamente factible en un futuro mundo en paz.
Sección 7 - Síntesis y conclusiones La Naturaleza de la Guerra La guerra no es, como se presume a menudo, primariamente un instrumento de política utilizado por las naciones para extender o defender sus valores políticos expresados o sus intereses económicos. Por el contrario, conforma en sí misma la base principal de la organización sobre la cual todas las sociedades modernas se asientan. La causa próxima común de la guerra es la aparente interferencia de una nación con las aspiraciones de otra. Pero en la raíz de todas las diferencias ostensibles del interés nacional yacen los requerimientos dinámicos del sistema de guerra en sí, que requiere del conflicto armado periódico. La preparación para la guerra caracteriza a los sistemas sociales contemporáneos más ampliamente que las estructuras económicas y políticas que se le subordinan. Los análisis económicos de los problemas previsibles de una transición hacia la paz no han reconocido la preeminencia general de la guerra en la definición de los sistemas sociales. Lo mismo es verdad, con solo raras y parciales excepciones, en relación a los "escenarios" de modelos de desarme. Por esta razón, el valor de los trabajos previos se limita a proponer los aspectos mecánicos de semejante transición. Ciertas características de estos modelos podrían posiblemente ser de aplicación a una situación real de conversión hacia la paz; esto dependerá de su compatibilidad con un plan de paz sustantiva en lugar de uno que sea meramente de procedimiento. Semejante plan podrá ser desarrollado únicamente desde una premisa que implique una comprensión completa de la naturaleza del sistema de guerra que se propone abolir, lo que - a su vez- presupone una comprensión detallada de las funciones que el sistema de guerra cumple para la sociedad. Requerirá la construcción de un sistema detallado y factible de sustitutos para aquellas funciones que resultan necesarias para la estabilidad y supervivencia de las sociedades humanas.
Las funciones de la guerra La función visible y militar de la guerra no requiere de ninguna aclaración; no solo resulta obvia sino que es irrelevante para una transición hacia una condición de paz en la que, por definición, se convertiría en superflua. A su vez, resulta subsidiaria en su significado social a las funciones implícitas y no-militares de la guerra; aquellas funciones que resultan críticas para semejante transición pueden ser sintetizadas en cinco agrupamientos generales.
Sustitutos para las funciones de la guerra: criterios Las funciones de la guerra previamente expuestas son esenciales para la supervivencia de los sistemas sociales como los conocemos hoy en día. Con dos posibles excepciones, también resultan esenciales para cualquier tipo de organización social estable que pudiera sobrevivir en un mundo sin guerra. Analizar las maneras y medios para lograr una transición hacia un mundo semejante no tendría sentido a no ser que:
Semejantes sociedades e hipótesis sustitutivas deben cumplir diversos criterios. En términos generales, deben ser técnicamente factibles, políticamente aceptables y potencialmente creíbles para los miembros de las sociedades que pretendan adoptarlas.Específicamente, deben caracterizarse de la siguiente manera:
Sustitutos de las funciones la guerra: modelos Las siguientes instituciones sustitutivas, entre otras, han sido propuestas para consideración como reemplazantes de las funciones no-militares de la guerra. Que no se las haya propuesto originalmente para tal propósito no implica o invalida que se las pueda considerar para esta aplicación en un futuro.
Sustitutos de las funciones de la guerra: evaluación Los modelos arriba indicados solo reflejan el comienzo de la búsqueda de instituciones sustitutivas para las funciones de la guerra y no tanto una recapitulación de las alternativas disponibles. Sería prematuro e inapropiado entonces ofrecer juicios finales sobre su aplicabilidad a una transición hacia la paz y más allá. A su vez, dado que el complejo pero necesario proyecto de correlacionar la compatibilidad de los sustitutos propuestos para las diferentes funciones podría ser tratado solamente en forma ilustrativa en esta etapa, hemos elegido no brindar las correlaciones hipotéticas que fueron intentadas ya que se estima que son estadísticamente inadecuadas. De todos modos, algunos comentarios tentativos y orientadores a estas "soluciones" funcionales propuestas indicarán cual es la amplitud de las dificultades involucradas en esta área del planeamiento para la paz.
Conclusiones generales Resulta evidente de lo antedicho que ningún programa o combinación de programas aun propuesto para la transición hacia la paz se ha acercado ni siquiera remotamente a los requerimientos funcionales de un mundo sin guerra. Aunque un sistema proyectado para cumplir con las funciones económicas de la guerra parezca prometedor, no se puede expresar un optimismo similar en las áreas igualmente esenciales de la política y la sociología. Las otras principales funciones no militares de la guerra - ecológicas, culturales, científicas - presentan una problemática muy diferente pero al menos resulta posible que la programación detallada de sustitutos en estas áreas no constituya un requisito para la transición. Más importante aun, no es suficiente con desarrollar sustitutos adecuados pero separados para las funciones principales de la guerra; deben, en verdad, ser totalmente compatibles y de ninguna manera auto-cancelables. Hasta tanto se desarrolle un programa unificado semejante, al menos hipotéticamente, resulta imposible para que éste o cualquier otro grupo brinde respuestas significativas a las preguntas que originalmente se nos presentaron. Cuando se nos pregunta cual sería la mejor manera de prepararnos para el advenimiento de la paz, debemos primero responder tan enfáticamente como sea posible, que no se puede responsablemente permitir que el sistema de guerra desaparezca hasta tanto:
Sólo así habrá tiempo suficiente para desarrollar las metodologías para realizar la transición. La programación de los procedimientos deberá seguir y no preceder estas soluciones concretas. Tales soluciones, si es que realmente existen, no serán logradas sin una revisión revolucionaria de los modos de pensamiento que hasta ahora se han considerado como apropiados para las investigaciones relacionadas con la paz. Que hayamos examinado las cuestiones fundamentales relacionadas con este tema de manera desapasionada, desde un punto de vista libre de valores, no debería implicar que no apreciemos las dificultades intelectuales y emocionales que deben ser superadas en todos los niveles del proceso decisorio antes de que estas preguntas sean reconocidas por todos por lo que realmente son. Las preguntas reflejan, en un nivel intelectual, la tradicional resistencia emocional a nuevas formas de armamento (mas letales y por ende "chocantes"). El comentario insuficientemente enfatizado del entonces Senador Hubert Humphrey respecto de la publicación del libro On Thermonuclear War (Sobre la Guerra Termonuclear), sigue siendo aun muy pertinente:
Tampoco minimizamos, por la sencilla razón de que no los hayamos abordado, la reconciliación masiva de intereses conflictivos sobre los que se presuponen acuerdos locales al igual que internacionales respecto de la manera de proceder hacia un proceso de paz semejante. Este factor fue excluido de nuestro análisis pero no pretendemos ignorar su incidencia. Aunque no existen obstáculos insuperables en el camino hacia el logro de semejantes acuerdos, sin embargo existen intereses firmemente establecidos y ampliamente reconocidos a corto plazo de grupos privados y otros de interés general, a favor del mantenimiento del sistema de guerra. La resistencia a que la paz surja de tales intereses es solo tangencial, a la larga, respecto de las funciones básicas de la guerra pero no serán fáciles de superar tanto en éste como en otros países. Algunos observadores, de hecho, consideran que no podrán superarse en absoluto en nuestros tiempos, y que el precio de la paz es simplemente demasiado elevado. Esto concuerda con nuestras conclusiones generales en lo que se refiere a los plazos para la transferencia hacia instituciones sustitutivas y puede que sea un factor critico en la viabilidad política de estos esquemas. Resulta incierto saber en estos momentos si la paz será algún día posible. Resulta aun mucho más cuestionable, según el standard de la continuada supervivencia social en lugar de un pacifismo emocional, saber si un estado de paz semejante sería conveniente aun en el caso de que resultase lograble. El sistema de guerra, a pesar de toda su repugnancia subjetiva para importantes sectores de la "opinión publica", ha demostrado su efectividad desde el comienzo de la historia escrita; ha brindado las bases para el desarrollo de muchas civilizaciones durables e impresionantes, incluyendo aquella que hoy es dominante. Consistentemente, ha brindado prioridades sociales sin ambigüedades. En general, conforma una cantidad conocida. Un sistema viable de paz, presuponiendo que las grandes y complejas cuestiones de las instituciones sustitutivas planteadas en este informe resulten tener solución y que la misma sea hallada, aun así seguiría constituyendo un viaje hacia lo desconocido con el riesgo inevitable que se refiere a lo desconocido, independientemente de hasta qué punto esos factores desconocidos resulten controlables. Los funcionarios de gobierno que adoptan decisiones tienden a elegir la paz sobre la guerra cada vez que una opción real semejante existe dado que usualmente parece ser la alternativa más "segura". En la mayoría de las circunstancias inmediatas, probablemente estén en lo cierto. Pero en términos de la estabilidad social a largo plazo, lo opuesto resulta verdadero. En nuestro estado actual de los conocimientos y a través de una inferencia razonable, resulta ser el sistema de guerra el que debe identificarse con la estabilidad y el sistema de paz con la especulación social, por más justificable que tal especulación resulte en términos de valores subjetivos morales o emocionales. Un físico nuclear alguna vez dijo respecto de un posible acuerdo de desarme:
La calificación y la subjetividad son igualmente irrelevantes; cualquier condición de paz total genuina, se logre como se logre, sería desestabilizante hasta tanto se demuestre lo contrario. Si resultase necesario en estos momentos optar irrevocablemente a favor de la retención o de la disolución del sistema de guerra, la prudencia básica aconsejaría el primer curso de acción. Pero esto aun no resulta necesario a pesar de lo tarde que pareciera ser. Y más factores deberán eventualmente ingresar dentro de la ecuación de guerra/paz que excederán las expectativas de las investigaciones más decididas en búsqueda de las instituciones alternativas para las funciones de la guerra. Un grupo de tales factores ha sido mencionado tan solo brevemente en este Informe; se centra sobre la posible obsolescencia del sistema de guerra en sí. Hemos observado, por ejemplo, las limitaciones del sistema de guerra en satisfacer sus funciones económicas y la importancia declinante de este aspecto de la guerra. No pueden dejarse de imaginar desarrollos comparables que podrían comprometer la eficacia de la guerra como, por ejemplo, controlador económico u organizador de la lealtad social. Este tipo de posibilidad, por más remota que parezca, sirve para recordarnos que todos los cálculos de contingencia no solamente implican sopesar un conjunto de riesgos contra otro, sino que requieren se deje un margen de error en ambas partes de la balanza. Una razón más directa para proseguir con estas investigaciones en búsqueda de formas y medios alternativos para cumplir las funciones actuales de la guerra resulta estrechamente política. Es posible que una o más naciones soberanas arriben, a través de un liderazgo ambiguo, a una posición en la cual una clase administrativa gobernante pierda el control de la opinión publica básica, o de su habilidad para racionalizar una guerra deseada. No resulta difícil imaginar, en tales circunstancias, una situación en la que tal gobierno podría verse obligado a iniciar un proceso serio de desarme a gran escala (quizás provocado por alguna explosión nuclear "accidental") y que tales negociaciones puedan conducir a la real disolución de las instituciones militares. Como nuestro Informe indica claramente, esto sería catastrófico. Nos parece evidente que en caso de que una parte importante del planeta se viera inmersa, repentinamente y sin una alerta previa suficiente, en una condición de paz inadvertida, entonces una preparación parcial o inadecuada será mejor que ninguna. La diferencia podría ser critica. Los modelos considerados en el capitulo anterior con aquellos que parecen prometedores y aquellos que no lo parecen tienen una característica positiva en común y es su posibilidad inherente de aplicación en fases. Y a pesar de nuestras reservas respecto de avanzar conscientemente hacia procedimientos de transición hacia la paz sin una completa preparación, nuestro gobierno debe sin embargo estar preparado para moverse en esa dirección con los recursos limitados de planeamiento que tenga a su alcance en el momento correspondiente - si las circunstancias así lo requieren. Un enfoque arbitrario del tipo "todo o nada" no resulta más realista en el desarrollo de la programación de contingencias para la paz que para cualquier otro tema. Pero la principal causa de preocupación sobre la continuada efectividad del sistema de guerra y la razón más importante para controlar y limitar el planeamiento para la paz yace en lo retrógrado de la actual programación del sistema de guerra. Sus controles no han mantenido el ritmo de los avances tecnológicos que ha hecho posible. A pesar de sus discutibles éxitos, hasta la fecha aun en este área de potencial sin precedentes para la destrucción masiva, se sigue operando principalmente sobre una base del laissez-faire. Según nuestro conocimiento, ningún estudio serio cuantificado ha sido jamás realizado para determinar, por ejemplo, lo siguiente:
Estos y otros factores de la función de guerra son íntegramente susceptibles de análisis con los sistemas de computación actualmente disponibles. Pero hasta el momento no han sido adecuadamente tratados. Las técnicas analíticas modernas han relegado hasta el momento tales aspectos de las funciones ostensibles de la guerra tales como el abastecimiento, la utilización del personal, el análisis de armamentos, etc. No es que deba exagerarse con este tipo de análisis pero si deploramos que no se haga una utilización de la capacidad de abordar esta problemática dentro de un ámbito más amplio. Nuestra preocupación por la eficiencia en este contexto no es estético, económico o humanístico. Surge del axioma de que ningún sistema puede sobrevivir durante mucho tiempo, tanto en sus niveles de input ("entradas") como en los de output ("salidas"), que constante o sustancialmente se desvíe de un rango optimo. A medida en que los datos crecen en sofisticación, el sistema de guerra y sus funciones se ven crecientemente amenazados por tales desvíos. Una ultima conclusión entonces sería que será necesario para nuestro gobierno planificar con profundidad para dos contingencias generales. La primera que es la que se refiere a la posibilidades de una paz general viable; la segunda es la continuación exitosa del sistema de guerra. En nuestra opinión, una preparación cuidadosa para la posibilidad de la paz debería continuarse, no porque tomemos la postura de que el fin de la guerra sería necesariamente deseable, si es que resulta posible, sino porque puede que nos sea impuesta de alguna manera, estemos listos para ella o no. El planeamiento para racionalizar y cuantificar el sistema de la guerra, por otra parte, asegurará la efectividad de sus principales funciones estabilizadoras lo que no solo resulta más prometedor en relación a los resultados previstos sino que resulta esencial. No podemos dar por sentado que seguirá sirviendo bien a nuestros propósitos por el solo hecho de que así lo ha venido haciendo desde hace mucho tiempo. El objetivo de la política gubernamental respecto de la guerra y de la paz en este periodo de incertidumbre debe ser preservar la máxima cantidad de opciones. Las recomendaciones que siguen están orientadas hacia este fin.
Sección 8 - Recomendaciones
NOTAS
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