por Thierry Meyssan
1 Julio 2013
del Sitio Web
RedVoltaire
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Mientras la prensa internacional presenta las informaciones de Edward Snowden como revelaciones sobre el programa PRISM y finge descubrir lo que
todo el mundo sabe desde hace tiempo, Thierry Meyssan se interesa más bien
en el sentido de este acto de rebelión.
Y otorga por ello mucha más
importancia al caso del general Cartwright, también acusado de espionaje.
Ex comandante de las fuerzas nucleares de Estados Unidos,
ex jefe del Estado
Mayor Conjunto, ex consejero militar del presidente Obama,
el general
Cartwright está siendo acusado de espionaje.
Se le imputa haber entregado al New York Times
información sobre la guerra secreta
contra Irán
para evitar
así una guerra inútil.
-
¿Qué son los funcionarios estadounidenses, civiles o militares, que se
exponen a un mínimo de 30 años de cárcel por haber revelado a la prensa
secretos de Estado de su país?
-
¿Son «denunciantes» que ejercen un
contrapoder dentro de un sistema democrático o se trata de «miembros de la
resistencia contra la opresión» dentro una dictadura militar-policiaca?
La
respuesta no depende de nuestras propias opiniones políticas sino de la
naturaleza misma del Estado estadounidense.
Y esa respuesta cambia por
completo si nos centramos en el caso de Bradley Manning, el joven soldado
izquierdista de Wikileaks, o si incluimos el caso del general Cartwright,
consejero militar del presidente Obama, sometido a investigación desde el
jueves 27 de junio de 2013 bajo la acusación de espionaje.
Se impone aquí un regreso atrás en el tiempo para entender cómo funciona el
paso del «espionaje» a favor de una potencia extranjera a la «deslealtad»
hacia la organización criminal en la que uno ha trabajado.
Peor que la censura -
la criminalización de las fuentes
El presidente de Estados Unidos y Premio Nobel de la Paz Woodrow Wilson
trató de poner en manos del ejecutivo estadounidense el poder de censurar la
prensa cuando están en juego la «seguridad nacional» o la «reputación del
gobierno».
En su discurso sobre el Estado de la Unión correspondiente al 7
de diciembre de 1915, Wilson declaró:
«Hay ciudadanos de Estados Unidos…
que han vertido el veneno de la deslealtad en las arterias mismas de nuestra
vida nacional, que han tratado de arrastrar al desprecio de la autoridad y
de la buena reputación de nuestro gobierno… de destruir nuestras industrias… y de degradar nuestra política en beneficio de intrigas extranjeras…
Carecemos de leyes federales adecuadas… Os exhorto a no hacer menos que
salvar el honor y el respeto de la nación por sí misma. Esas criaturas de la
pasión, de la deslealtad y de la anarquía deben ser aplastadas.» [1]
A pesar de ese discurso, el Congreso no siguió de inmediato la exhortación
del presidente Wilson.
Como consecuencia de la entrada en guerra de
Estados Unidos, el Congreso votó
el Espionage Act, que retomaba los elementos
fundamentales del Official Secrets Act británico. Ya no se trata de
censurar la prensa sino de cortarle el acceso a la información, prohibiendo
a los depositarios de los secretos del Estado revelar lo que saben.
Ese
dispositivo legal permite a los anglosajones presentarse como «defensores de
la libertad de expresión», cuando en realidad son los peores violadores del
derecho democrático a la información, derecho que sin embargo defienden las
Constituciones de los países escandinavos.
El silencio, más eficaz que el secreto
Los anglosajones viven así mucho menos informados que los extranjeros sobre
lo que sucede en sus propios países.
Por ejemplo, durante la Segunda Guerra
Mundial, Estados Unidos, el Reino Unido y Canadá lograron mantener en
secreto - en su propio territorio - el
Proyecto Manhattan, destinado a la
concepción de la bomba atómica, a pesar de que 130 000 personas trabajaron
en ese proyecto durante 4 años y de que los servicios secretos extranjeros
lo habían penetrado ampliamente.
¿Por qué pudieron mantenerlo en secreto?
Porque Washington no estaba preparando aquella arma para la guerra que
estaba librando en aquel momento sino para la siguiente, o sea para la
guerra contra la Unión Soviética.
Como ya lo han demostrado los
historiadores rusos, en Japón se pospuso la capitulación hasta que se
concretó la destrucción de Hiroshima y Nagasaki, como advertencia dirigida a
la URSS.
Si los estadounidenses hubiesen sabido que su país disponía de
aquella arma, sus dirigentes habrían tenido que utilizarla para acabar con
Alemania y no para amenazar al aliado soviético a costa de los japoneses.
En
realidad, la guerra fría comenzó antes del fin de la Segunda Guerra Mundial.
[2]
En materia de secreto, es importante señalar que Stalin y Hitler tuvieron
conocimiento sobre la existencia del Proyecto Manhattan desde el momento
mismo de su inicio, porque ambos tenían agentes donde había que tenerlos.
Truman, sin embargo, en su calidad de vicepresidente de Estados Unidos, no
fue informado hasta el último momento, o sea después del fallecimiento del
presidente Roosevelt.
La verdadera utilidad del
'Espionage Act'
En todo caso, el espionaje ocupa un lugar secundario en el Espionage Act,
como queda demostrado por su forma de aplicación.
En tiempo de guerra, el Espionage Act sirve más bien para castigar las
opiniones disidentes. Por ejemplo, en 1919, la Corte Suprema determinó - al
pronunciarse sobre los casos Schrenck contra Estados Unidos y Abrams contra
Estados Unidos - que el hecho de llamar a la insumisión o a la no
intervención en contra de la Revolución Rusa se incluía entre los
comportamientos penados por el Espionage Act.
En tiempo de paz, esa misma ley sirve para impedir que los funcionarios
hagan público un sistema de fraudes o crímenes cometidos por el Estado,
incluso aunque revelen hechos de los que el público ya tenía conocimiento
previo pero que no han podido comprobarse hasta el momento de las
revelaciones impugnadas.
Bajo la administración Obama ya se ha recurrido al Espionage Act en 8
ocasiones, lo cual es todo un record en tiempo de paz.
No abordaremos en
este trabajo el caso de John Kiriakou, el oficial de la CIA que reveló el
arresto de Abu Zoubeida y las torturas a las que este fue sometido. Lejos de
ser un héroe, Kiriakou es en realidad un agente provocador de la propia CIA
cuya misión consiste en hacer creer a la opinión pública la leyenda de las
supuestas confesiones arrancadas a Zoubeida, para justificar a posteriori la
«lucha contra el terrorismo».
[3]
Tampoco abordaremos el caso de Shamal Leibowitz, en la medida en que sus
revelaciones nunca se dieron a conocer a la opinión pública.
Nos quedan así
6 casos profundamente instructivos sobre el sistema militar-policiaco
estadounidense.
-
Stephen Jin-Woo Kim confirmó a Fox News que Corea del Norte estaba
preparando un ensayo nuclear, a pesar de las amenazas de Estados Unidos
contra Pyongyang, una confirmación que en nada perjudicaba a Estados Unidos,
aparte de subrayar su incapacidad para imponer obediencia a Corea del Norte.
Esa información ya había sido divulgada, en otro contexto, por el célebre
periodista estadounidense Bob Woodward sin provocar ningún tipo de reacción.
-
Thomas Andrew Drake reveló a un miembro de la Comisión de la Cámara de
Representantes encargada de los servicios de inteligencia el despilfarro del
programa Trailblazer.
O sea, se le reprochó haber informado a los
parlamentarios encargados de vigilar a las agencias de inteligencia
que la NSA (National Security Agency) estaba tirando secretamente por la ventana
miles de millones de dólares.
El objetivo del
programa Trailblazer era
buscar la manera de implantar virus informáticos en cualquier computadora o
teléfono móvil. Algo que nunca prosperó.
-
En ese mismo campo, Edward Snowden, empleado de la firma jurídica Booz Allen
Hamilton,
hizo públicos diversos documentos de la NSA que demuestran el
espionaje estadounidense contra China… y también contra los invitados al G20
organizado en Reino Unido.
Lo más importante es que demostró la envergadura
del sistema militar de escuchas de las comunicaciones telefónicas y a través
de Internet, escuchas a las que nadie escapa, ni siquiera el presidente de
Estados Unidos.
Ahora la clase política estadounidense describe a Snowden
como «un traidor a eliminar», únicamente porque sus documentos impiden que
la NSA pueda seguir negando ante el Congreso la realización de una serie de
actividades de todos conocidas desde hace mucho tiempo.
-
Bradley Manning, un simple soldado, transmitió
a Wikileaks los videos de dos
crímenes cometidos por el ejército estadounidense, 500 000 informes de
inteligencia de las bases militares estadounidenses en Irak y 250 000 cables
sobre los datos de inteligencia recogidos por los diplomáticos
estadounidenses durante sus conversaciones con políticos extranjeros.
Nada
de especialmente importante, pero se trata de una documentación que da al
público una idea de los burdos chismes que recoge el Departamento de Estado
y que sirven de base a la «diplomacia» de Estados Unidos.
-
Jeffrey Alexander Sterling es un empleado de la CIA que reveló al New York
Times la «Operación Merlin».
-
Pero más sorprendente resulta el caso del
general James Cartwright, ex número 2 de las fuerzas armadas de Estados
Unidos, ya que fue jefe adjunto del Estado Mayor Conjunto, y también
consejero del presidente, tan cercano a este último que en Washington
llegaron a llamarlo «el general de Obama».
Ahora resulta que este militar de
alto rango reveló el año pasado al New York Times la «Operación Juegos
Olímpicos» y acaba de abrirse una investigación en su contra, según CNN.
Sterling y Cartwright no creen en el mito israelí sobre «la bomba atómica de
los ayatolas».
Así que trataron de contrarrestar los intentos israelíes de
arrastrar Estados Unidos a la
guerra contra Irán.
La «Operación Merlin»
consistía en hacer llegar a Irán información falsa sobre la fabricación de
la bomba atómica. En realidad se trataba de una provocación para que Irán
emprendiera un programa nuclear de carácter militar, lo cual justificaría a
posteriori la acusación israelí.[4]
En cuanto a la «Operación Juegos
Olímpicos», esta consistía en introducir los virus informáticos
Stuxnet y
Flame en los ordenadores de la central iraní de Natanz para provocar
problemas en el funcionamiento de esa instalación, específicamente en las
centrifugas. [5]
El objetivo era, por lo tanto, sabotear el programa nuclear
civil iraní. Así que esas revelaciones no perjudicaron los intereses de
Estados Unidos sino
las ambiciones de Israel.
Una forma de resistencia
Cierta oposición de salón nos presenta a las personas encausadas bajo el Espionage Act como «denunciantes» (whistleblower), como si Estados Unidos
fuese hoy una verdadera democracia en la que es posible denunciar ante la
ciudadanía algunos errores que hay que corregir.
Lo que en realidad nos demuestran estos ejemplos es que, en Estados Unidos,
desde el simple soldado (Bradley Manning) hasta el número 2 de las fuerzas
armadas (el general Cartwright), existen hombres que tratan de luchar como
pueden contra
un sistema dictatorial cuando se dan cuenta de que forman
parte del mecanismo.
Ante un sistema monstruoso, lo justo es catalogarlos
entre los ejemplos más conocidos de una forma de resistencia, como el
almirante Canaris o el
conde Stauffenberg.
Notas
[1] “There
are citizens of the United States...
who have poured the poison of disloyalty into the very arteries of our
national life; who have sought to bring the authority and good name of
our Government into contempt... to destroy our industries... and to
debase our politics to the uses of foreign intrigue... [W]e are without
adequate federal laws... I am urging you to do nothing less than save
the honor and self-respect of the nation. Such creatures of passion,
disloyalty, and anarchy must be crushed out.”
[2] «La
Segunda Guerra Mundial podía haber terminado en 1943», «Si
no fuera por la toma de Berlín...» y «La
Conferencia de Yalta ofrecía una oportunidad que no fue aprovechada»,
entrevista de Viktor Litovkine con Valentin Faline, Ria-Novosti/Red
Voltaire, 30 de marzo, 1º y 12 de abril de 2005.
[3] «Abu
Zubeida, el hombre que “delató a al-Qaeda”» y «La
tortura que nos ocultan - Lee Hamilton, John Brennan y Abu Zubeida»,
por Kevin Ryan, Red Voltaire, 19 de enero y 2 de marzo de 2013.
[4] State of War: The Secret History of the CIA and the Bush
Administration, por James Risen, Free Press, 2006.
[5] «Obama
Order Sped Up Wave of Cyberattacks Against Iran» por David E. Sanger,
The New York Times, 1º de junio de 2012. «Did
America’s Cyber Attack on Iran Make Us More Vulnerable?» por Marc
Ambinder, The Atlantic, 5 de junio de 2012. «The
rewards (and risks) of cyber war»,por Steve Call, The New Yorker,
7 de junio de 2012. «U.S.,
Israel developed Flame computer virus to slow Iranian nuclear efforts,
officials say», por Ellen Nakashima, Greg Miller y Julie Tate, The Washington Post, 19 de junio de 2012.