por Guillermo Almeyra
La Jornada, México
19 Junio 2010
del Sitio Web
IARNoticias
El fútbol hace décadas que dejó de ser un deporte para transformarse en un
negocio que mueve centenares de miles de millones de dólares y, en
particular, desde la utilización que le dio el nazismo en los años treinta,
en herramienta de propaganda política para obtener aunque sea una momentánea
"unión nacional" detrás de los gobiernos. |
Debo aclarar, antes que nada, que desde hace más de 75 años, o sea, casi
desde que el amateurismo fue sustituido por el incipiente fútbol profesional,
soy hincha de ese deporte.
Pero pienso que no darse cuenta de la utilización
ideológica y política del campeonato mundial de fútbol por el capitalismo,
es dar prueba de enorme superficialidad y gran ingenuidad.
Porque el fútbol
hace décadas que dejó de ser un deporte para transformarse en un negocio que
mueve centenares de miles de millones de dólares y, en particular, desde la
utilización que le dio el nazismo en los años treinta, en herramienta de
propaganda política para obtener aunque sea una momentánea unión nacional
detrás de los gobiernos.
No es necesario recordar la promoción del deporte de Estado por Mussolini,
Hitler o Stalin, o lo que fue para la dictadura el Mundial de
Fútbol que
Argentina ganó en Buenos Aires, mientras fuera de los estadios desaparecían
decenas de miles de los mejores jóvenes y otros luchadores, entre ellos
cientos de deportistas y atletas profesionales.
Ese fútbol donde unos
cuantos muy bien pagados juegan ante millones de personas que jamás podrán
practicar un deporte porque no tienen campos, salarios ni alimentación
suficientes, ni tiempo libre al terminar sus trabajos extenuantes y mal
pagados, y por eso simplemente
miran la caja idiota que, de paso, se
populariza y redime cada tanto de sus crímenes contra la conciencia política
y la cultura populares, aunque aparezca como una diversión es, en realidad,
una maniobra diversionista.
Como en la época de los emperadores romanos, si no hay mucho pan se da circo
para que la gente no piense o, mejor dicho, que piense en cosas sin
importancia, creyendo participar y ser sujeto en un espectáculo promovido
por
los dueños del poder para controlar incluso los sentimientos y dar una
falsa sensación de alegría a las víctimas del capital, desviando su atención
de las crisis, las matanzas, el desastre ecológico, la desocupación, las
hambrunas, la explotación y la opresión.
Como las drogas, este tipo de fútbol crea una burbuja, un mundo ficticio.
Es
más, hoy, en la mayoría de los países el fútbol profesional, es el verdadero
opio del pueblo, mucho más que la religión, pues ésta no llena la vida de
los hinchas desde el lunes hasta el miércoles y desde el viernes hasta el
fin de semana con la misma intensidad ni de la misma manera absoluta.
También como las drogas, la prostitución o las industrias del juego y de los
entretenimientos (o sea, de los instrumentos cotidianos de dominación del
capital y de encarrilamiento del tiempo libre de las clases dominadas), ese
tipo de deporte pasivo y tramposo es un excelente negocio.
La FIFA (Federación Internacional del Fútbol Asociado) posee más de mil
millones de dólares y el año pasado ganó 300 millones simplemente cobrando
comisiones a las federaciones integrantes.
Y la compra-venta de jugadores - quienes
encuentran en un mundial una vidriera para su exposición - mueven cientos de
millones de dólares que quedan en manos de los dirigentes de los clubes, de
los intermediarios y representantes, y de otros tantos coyotes, y sólo en
muy pequeña medida llegan a los modernos gladiadores de este circo.
Por supuesto, aunque en todas partes del mundo se presenta la utilización
capitalista de un deporte popular (Silvio Berlusconi es propietario del
Milán y en ese carácter obtiene votos de imbéciles, y Mauricio Macri, el
gobernador de la ciudad de Buenos Aires, fue elegido porque fue presidente
del Boca Juniors, con el voto de miles de hinchas despistados), la magnitud
de esa utilización varía de acuerdo con la orientación política de los
diversos gobiernos.
En efecto, en todas partes se cuecen habas, pero, como decía Juan Gelman,
en
algunas se cuecen sólo habas… Los gobiernos mal llamados populistas en
particular, intentan hacer del deporte (pasivo, televisivo) una herramienta
ideológica para construir una efímera unión nacional y una fuente de gloria
moderna y barata, de cartón pintado.
En Argentina, por ejemplo, el gobierno le quitó al monopolio Clarín el
fútbol por abonamiento televisivo (un negocio de 4 mil millones de dólares)
y lo transmite gratis, para todos, y con motivo de este mundial regaló más
de un millón de decodificadores digitales para que todos lo pudieran ver.
Sin duda, esas medidas constituyen una democratización de los espectáculos.
Sin embargo, hay un pero: el canal oficial - el 7
- se saturó de fútbol,
eliminó los programas informativos y de opinión, así como los debates de
todo tipo, y así dio un importante impulso a la estupidización de la opinión
pública y a la utilización demagógica de los recursos públicos, que podrían
haber sido destinados a usos culturales, reforzando la campaña diversionista
del capital mundial.
De modo que, en
la mayor crisis económica y social del capitalismo mundial y
en una crisis ecológica que podría ser fatal para el destino de la
civilización y del planeta, viviremos preocupados durante un mes por unas
pelotas y, perdónenme la expresión, por unos pelotudos charlatanes y
explotadores de la ingenuidad.
También en esto, una civilización en profunda
descomposición imita los métodos de la decadencia del siglo III de nuestra
era, durante el Bajo Imperio Romano.