4 Por qué y para qué se manifiestan
Por necesidad
Por placer
¿Qué placer?
Las ondas que emite el cerebro
Sangre y vísceras
Los ovnis y la sangre
También sangre humana
Por qué la sangre
Resumen y explicación
Qué buscan los Dioses
Si hubiésemos de resumir muy brevemente la contestación a estas
preguntas, diríamos que se manifiestan fundamentalmente por
necesidad —una necesidad bastante relativa— y por puro placer.
Sin embargo estas dos simples palabras tendrán que ser expuestas y
analizadas muy detalladamente, para que no sean entendidas de una
manera errónea; y éste será el propósito de todo este capítulo, que
también podría titularse «Qué buscan los Dioses en nuestro mundo».
Nos ayudará mucho en todo este análisis, la reflexión acerca de los
motivos que los humanos tenemos para interferir en la vida de los
animales. Tenemos que ir metiéndonos en la cabeza que la relación
entre nosotros y los Dioses, tiene muchos paralelos con nuestra
relación con todo el mundo animal.
Por necesidad
Fundamentalmente, los hombres nos entrometemos en la vida de los
animales animados por los mismos motivos que acabo de señalar, por
necesidad y por placer.
En nuestro caso la necesidad que de ellos
tenemos es mucho más acuciante que la que los Dioses tienen de
nosotros. Hoy día, a pesar de que nos hemos liberado enormemente de
esta necesidad de los animales, (sobre todo si nos comparamos con
nuestros remotos antepasados y aun de nuestro inmediatos antecesores
para quienes la tracción animal, las pieles las lanas, etc., etc.,
eran cosas sin las cuales la vida se les hubiera hecho mucho más
difícil, ya que no habían logrado todavía adelantos que hoy tenemos
en cuanto a maquinaria y sintéticos) sin embargo todavía tenemos una
enorme dependencia de ellos sobre todo a nivel alimentario.
Es una
triste y cruel verdad, que hasta la humanidad más avanzada, depende
todavía en la actualidad de una manera radical de los animales.
Sencillamente necesitamos comérnoslos directamente o extraer de
ellos grasas, carbohidratos y proteínas para poder subsistir, porque
todavía no hemos sido capaces de crear sustitutivos sintéticos en
cantidad y calidad, ni de desarrollar una agricultura que nos provea
de todos estos compuestos alimenticios que necesitamos.
La necesidad que los Dioses tienen de nosotros es mucho más relativa
y menos perentoria o apremiante que la que nosotros tenemos de los
animales. Muy probablemente pueden subsistir — por lo menos en su
medio ambiente natural— sin necesidad de recurrir a nosotros para
nada. Y digo en su medio ambiente natural, porque muy bien puede
suceder que el esfuerzo de llegar hasta nuestro medio ambiente o de
mantenerse en él, genere en ellos cierto tipo de necesidades
extraordinarias que les haga precisar de algo que hay en nuestro
mundo y que ellos no han podido traer consigo desde sus lugares o
dimensiones de origen.
Y aquí volveré a repetir que algunos de ellos no necesariamente
tienen que venir de otro lugar del Universo y muy bien pueden
residir aquí, en nuestro mismo planeta, pero en otra dimensión o
nivel de existencia; lo cual, para nuestros sentidos, sería como no
residir en ningún plano de los que nosotros conocemos y habitamos.
Sin embargo, aun no viniendo de ningún otro lugar del Universo y aun
siendo de nuestro mismo planeta, este saltar de su dimensión o nivel
al nuestro, podría crear en ellos alguna necesidad que tendrían que
suplir con algo que nosotros les suministrásemos.
Pero a pesar de esto, creo que la necesidad que ellos pueden tener
con relación a nosotros, es más psicológica o espiritual que
material, constituyendo al mismo tiempo para ellos un placer el
llenar esta necesidad.
Como seres inteligentes que son, tienen la misma necesidad que
nosotros tenemos de saber y de conocer cada vez más. Lo mismo que un
zoólogo se pasa horas y horas observando el comportamiento de
determinado animal, únicamente por saber o por conocer sus hábitos
de conducta, y sin ningún interés comercial sobre él. Es el saber
por saber; porque el conocimiento es el alimento natural de la
inteligencia. Es perfectamente natural que estos seres, una vez que
hayan descubierto nuestra existencia, sientan una urgencia por
conocer nuestra manera de actuar y todavía más, nuestra manera de
pensar y todos los sentimientos superiores de qué es capaz nuestra
alma.
Y no sería nada extraño que en muchas ocasiones provocasen
determinadas situaciones para observar nuestras reacciones a ellas y
muy posiblemente para aprender algo de todo ello.
¿No tenemos
nosotros textos de Historia Natural en los que catalogamos las
cualidades y características de todos los seres vivientes que nos
rodean y todo ello sólo por el afán de saber?
¿No parece muy lógico
que haya seres superiores a nosotros que estén haciendo poco más o
menos lo mismo, estando nosotros tan ajenos a ellos, como los están
las hormigas de las prolongadas observaciones que el entomólogo hace
sobre sus idas y venidas en el hormiguero?
Por placer
Entremos ahora en la consideración del otro motivo de la
manifestación de los Dioses en nuestras vidas: su placer.
Creo que
este motivo y finalidad tiene mucha más importancia, por lo menos
por nuestra parte, debido a las consecuencias que esto tiene y ha
tenido en las vidas de todos los hombres que han pasado por este
planeta.
Y fíjese el lector que digo su placer y no nuestro placer, como
ingenuamente siguen creyendo todavía tantos aficionados al fenómeno
ovni. Y como, más ingenuamente todavía, siguen creyendo todos los
líderes religiosos, que continúan tragándose la gran mentira de que
«ellos» —el Dios de cada religión— vienen al mundo para nuestro bien
(«se encarna para nuestra salvación») o como quiera que se enuncie
en cada una de las múltiples «revelaciones» con que nos han engañado
por siglos. Tanto los Dioses de los creyentes, como los ovnis de los
platilleros, lejos de ser remedio para nuestros problemas, son un
problema más; son el más grave problema que la humanidad tiene
planteado en cuanto a su evolución social y personal.
Volvamos a reflexionar acerca de nuestra conducta en relación con
los animales.
Nadie puede negar que los animales, aparte d vestirnos
y nutrirnos, hayan sido siempre una fuente de diversión de placer
para nosotros. Las peleas de gallos, las corridas de toros, las
carreras de galgos y de caballos (y en cuestión de carreras creo
que, por pasatiempo, no hay clase de animal al que no hayamos puesto
a correr) el tiro de pichón, la cetrería y todas las infinitas
modalidades cinegéticas, son ejemplos que prueban sin lugar a dudas
que el hombre ha usado siempre a los animales para divertirse.
Y hemos de caer en la cuenta de que, aun en los casos violentos
—como son las corridas de toros o los safaris africanos, pasando por
una vulgar cacería de conejos— el hombre practica; estos «deportes»
sin tener ni pizca de odio hacia los animales, por más que los
destripe con sus rifles y sus perdigonadas. Es por puro placer
egoísta. Y como anteriormente dijimos, no siente por estos actos,
remordimiento alguno, ya que entiende que el mero hecho de ser
hombre le da derecho a usar los animales como le parezca.
Si estos seres que se nos manifiestan en apariciones y en vehículos
siderales, tienen la misma filosofía que nosotros, entonces vamos a
salir muy mal parados; el mero hecho de ser ellos «Dioses», es
decir, una especie de superhombres (al igual que nosotros no somos
más que unos superanimales), les dará derecho a usar a los hombres
como les venga en gana, privándolos incluso de la vida, si esto
conviene a sus necesidades o a sus gustos. Y por supuesto, sin que
ello signifique que nos odian o que tienen nada contra nosotros.
Simplemente por pertenecer a otro peldaño superior en una de las
muchas escalas cósmicas de las que ya hablamos en otro capítulo.
Lector, prepárate a oír una muy desagradable noticia: esto es ni más
ni menos, lo que ha estado sucediendo desde que el primer hombre
apareció sobre la superficie del planeta. Y de paso —y a manera de
paréntesis— déjame decirte que cuando el primer hombre apareció en
la superficie del planeta, ya estos misteriosos y superinteligentes
individuos andaban por aquí.
En primer lugar, porque posiblemente
este planeta es más de ellos que de nosotros, y en segundo lugar,
porque muy probablemente el «Adán» o primer hombre de cada una de
las razas, es una hechura — ¿un juego?—de estos «elohim» (que
significa «señores») tal como les llama la Biblia.
Y aunque al hablar de «hechura» pueda parecer a primera vista que se
rompe el paralelo {ya que los animales no han sido creados por el
hombre), sin embargo no se rompe, ya que no me refiero a una hechura
total o «de la nada», sino a una gran manipulación de aquellas
primeras criaturas inteligentes o semiinteligentes. Y nadie negará
que el hombre ha manipulado enormemente todas las razas de animales
haciendo desaparecer muchas de ellas, multiplicando
desproporcionadamente otras, e incluso creando una gran cantidad de
especies nuevas y de híbridos.
Al igual que sucedió en todo el reino animal, el primer superanimal
llamado «homo sapiens» fue el fruto natural de una evolución
programada por una Inteligencia superiorísima que se esconde no sólo
en el fondo del Cosmos, sino que está diluidamente presente en todas
y cada una de las criaturas del universo, incluida la materia que
llamamos muerta.
Pero cuando el primer rudimentario «homo erectus» tuvo posibilidades
de convertirse en un «homo sapiens», hicieron su aparición los
Dioses. Ellos manipularon racialmente (genéticamente) aquella criatura (al igual que
nosotros hacemos con los animales) y con bastante probabilidad no se
contentaron con eso, sino que, dado su grado de evolución
intelectual, fueron capaces de programarlo, genéticamente de modo
que a lo largo de las sucesivas generaciones fuese comportándose y
evolucionando —o no evolucionando— de la manera que a ellos les
convenía (y que no es precisamente la manera que más le conviene a
la raza humana).
Más adelante veremos en particular cuáles fueron estas
características genéticas, raciales o temperamentales, fruto de esta
manipulación de los Dioses en los primeros ejemplares de cada raza
humana.
Si estas ideas, amigo lector, te parecen raras, prepárate, porque
vas a encontrarte con otras más extrañas todavía a medida que
vayamos profundizando en el tema.
¿Qué placer?
¿Qué placer pueden sacar los Dioses del hombre, aparte de la
satisfacción de conocer a otras criaturas inferiores del Universo?
Ciertamente, el placer que ellos sacan de nosotros no es tan
elemental y burdo como el que nosotros sacamos de los animales. Y
antes de proseguir, quiero hacerle notar al lector que no debe
pensar que nosotros somos algo importante en la vida de los Dioses;
porque nuestro natural egoísmo —nos han dicho y redicho que somos
los señores de los animales y los reyes de la creación— nos lleva a
creer que somos unos personajes centrales en este planeta; y que
aunque ahora resulte que hay otros por encima de nosotros, éstos
deben estar muy atentos a lo que nosotros hacemos, porque al fin y
al cabo nosotros somos los que dominamos la superficie de la Tierra;
y según las enseñanzas de la Iglesia, los ángeles —que es el nombre
bíblico de los Dioses— están muy pendientes de lo que los hombres
hacen.
Pero las cosas no son así como nosotros creemos (y
paradójicamente, como más tarde veremos, son los mismos Dioses los
que nos han inducido a tener esta falsa creencia de que nosotros
somos los dueños del planeta). La realidad es completamente
diferente.
Los hombres con nuestras grandes carreteras, nuestros
aviones, nuestras ciudades, etc., etc., no molestamos a los Dioses
porque ellos no usan nuestro entorno físico. Usando un símil, ellos
viven en otro piso de este inmenso condominio que es el planeta.
Millones de bacterias se puede decir que conviven con nosotros
—literalmente millones dé ellas viven dentro de nosotros— sin que
sus vidas interfieran o molesten en lo más mínimo a la nuestra. Su
«nivel de existencia» es diferente al nuestro. Pues bien, a los
Dioses les sucede algo parecido; pero su separación de nosotros es
todavía mucho más radical que la de las bacterias. Estas viven en
nuestra misma dimensión y obedecen a casi las mismas leyes físicas a
las que nosotros estamos sujetos; de hecho, si nos lo proponemos,
—usando un gran microscopio o con otros medios— somos capaces de
verlas y captarlas con nuestros sentidos.
En cambio estos seres, sin
dejar de regirse por ciertas grandes leyes generales del Universo
por las que nosotros también nos regimos, caen bajo otras que no nos
afectan a nosotros y que nos son totalmente desconocidas. Cada
dimensión del Cosmos tiene sus leyes específicas que no aplican a
otras dimensiones. Lo mismo que dentro de una misma dimensión, hay
muchas leyes que sólo aplican a determinados cuerpos o en
determinadas circunstancias. El potente electroimán que es capaz de
levantar un camión cargado con diez toneladas de chatarra de hierro,
no es capaz de levantar ni un milímetro un anillo de oro o de cobre.
La luna que es capaz de llenar una bahía entera con millones de
toneladas de agua de mar, no es capaz de lograr que se derrame ni
una sola gota en un vaso totalmente lleno de agua. El Cosmos tiene
muchas leyes mucho más extrañas y desconocidas de lo que pensamos
nosotros los hombres ordinarios y de lo que piensan los científicos
que se creen que ya todo lo inventable está inventado.
Resumamos estos párrafos diciendo que los Dioses viven en su
dimensión, inalcanzables por nuestros sentidos, sin que de ordinario
nuestras vidas ni nuestras actividades les molesten y sin que nos
consideren los personajes centrales del planeta, o alguien a quien
hay que tener siempre en cuenta en el momento de tomar alguna gran
decisión.
Los Dioses viven sus respectivas vidas totalmente
despreocupados de nosotros, lo mismo que nosotros vivimos nuestras
vidas totalmente despreocupados de la de los insectos. A no ser que
estos insectos interfieran en nuestras vidas y nos molesten de
alguna manera. Entonces, con toda naturalidad, los extirpamos y
seguimos haciendo lo que estábamos haciendo.
A pesar de la separación radical que existe entre los Dioses y
nosotros, es muy posible que algunas de nuestras acciones trasciendan la barrera de nuestra dimensión y lleguen a causarles
algún tipo de molestia directa o indirecta (por ejemplo, si no nos
atenemos a las directrices que ellos nos han dado); en este caso
actúan conforme a sus intereses, aunque tengan que hacerlo de una
manera drástica; y creo que esto, tal como más tarde veremos ha
sucedido en muchas ocasiones a lo largo de la historia.
Volvamos a la pregunta que dejamos en el aire unos párrafos más
atrás: ¿qué placer pueden sacar los Dioses del hombre?
No nos usan
como alimento, ni como materia prima, ni para sus deportes tal como
nosotros usamos a los animales, ¿de qué manera nos pueden usar
entonces?
Las ondas que emite el cerebro
Vamos a dejar en suspenso las afirmaciones nada seguras que se hacen
entre estas preguntas, porque más tarde volveremos sobre ellas;
ahora vamos a fijarnos en algo que constituye la médula dé este
capítulo y aun de este libro: en un placer específico que los Dioses
sacan de los hombres y que probablemente es la principal causa de su
interferencia en nuestras vidas y en toda nuestra historia.
El cerebro humano tiene una natural actividad psíquica; esta
actividad psíquica, a pesar de que vulgarmente es considerada como
algo sinónimo de «espiritual», sin embargo, en último término, no es
sino una actividad eléctrica, lo que equivale a decir física, que
consiste, tal como ya dijimos, en la emisión de ondas o radiaciones,
pero de una frecuencia y longitud, y con unas características
peculiarísimas, que hace que tales radiaciones no puedan ser
detectadas por los instrumentos normales que usan los físicos, y sí
en cambio, por instrumentos biológicos, tales como los cerebros de
otras personas o de otros seres vivientes.
Pues bien, los Dioses se interesan mucho por esta actividad psíquica
del cerebro humano y en particular por toda la actividad psico-fisica
de los cerebros, cuando éstos están sometidos a ciertas
excitaciones. Los Dioses sí están capacitados para captar las ondas
que en determinadas circunstancias emite el cerebro. Por lo tanto,
su principal actividad entre nosotros —y ésta es una de las más
importantes afirmaciones de este libro— consiste en propiciar estas
circunstancias en las que el cerebro emite las ondas o radiaciones
que a ellos les interesan.
¿Y qué sacan los Dioses de estas ondas emitidas por el cerebro
humano?
Para explicárnoslo de alguna manera, podemos preguntarnos
qué sacamos los hombres de otro tipo de ondas parecidas, (aunque de
una frecuencia enormemente inferior) tales como las ondas
hertzianas. Los animales, por no ser capaces de captarlas, no sacan
nada de ellas y las desconocen por completo; pero el hombre en
cambio, al ser capaz de descodificarlas, puede sacar un placer
estético, un estado de placidez, adquirir nuevos conocimientos y
todo aquello de lo que es capaz un programa de radio.
Volvamos ahora a la pregunta que hacíamos más arriba: ¿qué sacan los
Dioses de esas determinadas ondas producidas por el cerebro humano?
La respuesta tiene que ser genérica: sacan algo. No sabemos
exactamente qué; pero sí hemos llegado a la conclusión de que sacan
algo, a juzgar por lo atentos que han estado siempre para
conseguirlas.
A lo que parece —y en esto ya no estamos tan seguros— estas
radiaciones provenientes del cerebro (y de otras fuentes, tal como
veremos enseguida), son para ellos una especie de droga: algo así
como para los hombres es el rapé, el tabaco, el café o el licor; es
decir, un placer que no es de ninguna manera necesario ni
imprescindible, sino un complemento placentero de nuestra
alimentación.
Los ovnis en la actualidad, propician los estados anímicos en que el
hombre puede producir esas vibraciones, lo mismo que los Dioses lo
propiciaban en tiempos pasados.
Y esto no son meras deducciones sino
que es algo que salta claramente a la vista cuando uno conoce a
fondo la manera de actuar de los ovnis en nuestros días, y cuando se
ha tomado el trabajo de leer los antiguos historiadores para conocer
qué era lo que los Dioses les imponían a griegos y romanos y a los
pueblos de la Mesopotamia (lo mismo que a los pueblos de la América
precolombina) con «ritos o ceremonias religiosas». A pesar de las
distancias en tiempo y en el espacio, curiosamente nos encontramos
con mismos hechos, propiciadores de idénticos estados anímicos.
¿Cuáles son los estados anímicos bajo los cuales el cerebro produce
estas ondas?
Hablando genéricamente podemos decir que el cerebro
humano las produce cuando es presa de alguna excitación; esta
excitación puede provenir de la angustia, de una gran expectación,
del odio violento y manifestado, de una explosión de alegría, sobre
todo del dolor; del dolor moral, y más aún, del dolor físico
De
todos estos estados anímicos, parece que el que más energía produce,
aparte de ser el más fácil de conseguir, y al mismo tiempo del que
se puede conseguir de una manera más rápida —podríamos decir que
casi instantánea— es el de dolor. Basta con darle un fuerte golpe a
uno, para que automáticamente el cerebro comience a irradiar este
tipo de ondas o de energía que tan apetecida es por los Dioses.
El
lector deberá tener esto bien presente para las consideraciones que
más tarde haremos en relación con esta circunstancia.
Al principio del capítulo dijimos que los Dioses venían a nosotros y
se nos manifestaban por dos cosas, por necesidad y placer. En los
párrafos que siguen trataremos de profundizar esta doble afirmación.
Si hubiésemos de mirar desde otro punto de vista cuáles pueden ser
las razones que los impulsan a manifestársenos, podrían enunciarlas
así: buscan en nosotros ciertas cosas de índole psíquica, inmaterial
o invisible (las que acabamos de exponer en los párrafos
anteriores), y ciertas cosas materiales, visibles y concretas de las
que ellos extraen algo.
Estas cosas materiales son las que ahora
quiero exponerle al lector.
Sangre y vísceras
De nuevo nos encontramos con un paralelo sorprendente, mismo tiempo
que totalmente inexplicable desde el punto de vista de la lógica.
Más que de un paralelo podríamos hablar de una absoluta identidad de
hechos. Y antes de proseguir, quiero confesarle al lector que lo que
le voy a decir es algo tan inesperado, tan chocante y tan increíble,
que en un primer momento, engendra en la mente del que lo conoce por
primera vez, un rechazo absoluto, y una duda acerca de la cordura de
quien se atreve a exponer semejante cosa.
Lo que los Dioses han pedido siempre en la antigüedad y continúan
pidiendo hoy, es ni más ni menos que sangre; sangre tanto de
animales como de seres humanos. ¿Por qué? No lo sé con exactitud.
¿Extraen ellos de la sangre algún producto que les sirva para algo?
Tampoco lo sé; aunque al fin del capítulo le comunicaré al lector
mis sospechas.
Lo único que sé con exactitud, y que sabemos muy bien
todos los que nos dedicamos a investigar en el mundo de la ovnilogía
y de la paranormalogía, es que la sangre y ciertas vísceras, son el
común denominador entre los Dioses de la antigüedad, —incluido
el Dios de la Biblia— y los ovnis de nuestros días.
Aunque ya traté este tema en mi libro «Israel Pueblo-Contacto»,
quiero profundizar aquí en él, porque es una gran clave para
desentrañar todo este misterio.
Los eternos dubitantes que constantemente están pidiendo pruebas
concretas acerca de todos estos hechos misteriosos, cuando uno se
las da, —como en este caso de la sangre— las encuentran tan
extrañas, y tan demasiado concretas, que de ordinario en vez de
servir para quitarles la duda se la acrecientan.
Pero el hecho está
ahí, atestiguado no sólo por todos los libros de los historiadores
antiguos, sino por «el libro» por excelencia, —la Biblia— en donde
vemos a Yahvé, página tras página, explicarle a Moisés qué era lo
que quería que se hiciese con la sangre y con las vísceras de los
animales sacrificados.
Nos imaginamos el pasmo de Moisés cuando tras haberle preguntado a
Yahvé cómo quería ser adorado, oyó que éste le contestó dándole una
serie de pormenores y de órdenes minuciosas de cómo debía degollar a
los diferentes animales, qué es lo que debería hacer con las
diferentes vísceras, y sobre todo cómo tenía que manipular la
sangre.
Moisés, que seguramente conocía muy bien cómo eran los
sacrificios que los egipcios y los pueblos mesopotámicos hacían
constantemente a sus respectivos Dioses, debió que darse de una
pieza, viendo que su «Único Dios» le pedía exactamente lo mismo que
los otros «falsos» Dioses pedían. Y sólo por el hecho de que
exigiese que le entregasen «cosas» (en vez de preferir el diálogo
directo y unos ritos de una simbología espiritual y lógica) sino
porque esas «cosas» que exigía, eran exactamente las mismas que los
otros Dioses pedían y con el agravar de que eran unas cosas raras y
en nada relacionadas con la adoración o con el perdón de los
pecados.
Porque si lo miramos con una mente sin prejuicios, ¿qué
tiene que ver la muerte de un cabrito y diseccionar de sus vísceras
de tal o cual modo, o el derramar su sangre en determinados lugares,
con la demostración del amor a Dios y de la obediencia a sus
mandatos? ¿Qué tiene que ver degollar una vaca, con el sincero
arrepentimiento y con el reconocimiento de los propios defectos? 4
4 La ciencia oficial —la arqueología— que tiene que ver con el tema
que estamos tratando, se resiste a admitir nuestros puntos de vista;
sin embargo llega, por su parte, a las mismas conclusiones y hasta
muestra su extrañeza de que las cosas sean así. Cito al autor alemán
Wilhelm Ziehr: «De este modo se explica la ofrenda de víctimas: los
Dioses no aprecian el agradecimiento en la oración o en el cambio
moral de vida, o en la aceptación de determinados mandamientos, sino
sólo en el sacrificio; y el supremo sacrificio que puede
ofrendarse, es la sangre de los hombres» («La magia de pasados
imperios»).
Y si seguimos usando la cabeza, tendremos derecho a pensar que es
completamente natural el quemar madera, pero es total mente
antinatural el quemar la carne. La carne cuando se quema por
completo (como se hacía en los holocaustos), impregna el ambiente de
grasa y produce un penetrante olor nada agradable
Para que el lector, con ojos desapasionados pueda ver por mismo lo
que le estamos diciendo, y de paso, para recordarle textos que leyó
en sus años de colegial sin caer muy bien en la cuenta de lo que
leía (o que muy probablemente no ha leído en su vida), copiaremos
aquí varios pasajes del Pentateuco en los que Yahvé alecciona a
Moisés acerca de cómo debe ser adorado:
«Quien ofrezca un sacrificio pacífico, si lo ofreciera de ganado;
mayor, macho o hembra sin defecto, lo ofrecerá a Yahvé. Pondrá la
mano sobre la cabeza de la víctima y la degollará a la entrada de el
tabernáculo; y los sacerdotes, hijos de Arón, derramarán la sangre
en torno del altar.
De este sacrificio se ofrecerá a Yahvé en combustión el sebo y
cuanto envuelve las entrañas y cuanto hay sobre ellas, los dos
riñones y los lomos y el que hay en el hígado sobre los riñones...»
(Lev. 3, 1 y sig.).
Y así sigue explicando detalladamente a lo largo de los capítulos
siguientes, qué es lo que los sacerdotes tienen que hacer con las
vísceras en caso de que, en vez de ser vacas, toros o novillos,
fuesen cabras, corderos o aves; y de acuerdo a los diversos pecados
por los que se ofrecen los sacrificios:
«Si es sacerdote ungido el que peca, haciendo así culpable al
pueblo, ofrecerá a Yahvé por su pecado un novillo sin defecto en
sacrificio expiatorio. Llevará el novillo a la entrada del
Tabernáculo y después de ponerle la mano sobre la cabeza, lo
degollará ante Yahvé. El sacerdote ungido tomará la sangre del
novillo y la llevará ante el Tabernáculo y mojando un dedo en la
sangre hará siete aspersiones ante Yahvé vuelto hacia el velo del
santuario; untará con ella los cuernos del altar del timiama y
derramará todo el resto de la sangre en torno del altar de los
holocaustos... Cogerá luego el sebo del novillo sacrificado por el
pecado y el sebo que cubre las entrañas y cuanto hay sobre ellas,
los dos riñones con el sebo que los cubre y el que hay entre ellos,
y los lomos y la redecilla del hígado sobre los riñones... La piel
del novillo, sus carnes, la cabeza, las piernas, las entrañas y los
excrementos lo llevará todo fuera del campamento... y lo quemará
sobre leña...»
(Lev. 4, 1 y sig.).
Aun con peligro de abusar de la paciencia del lector pero por creer
que tiene mucha importancia, voy a citar otro texto que resume, en
cierta manera, todas las detalladas órdenes que Yahvé le transmitió
a Moisés acerca de cómo quería ser adorado.
Durante los capítulos 4, 5, 6, 7 y 8 del libro del Levítico,
continuaba Yahvé instruyendo detalladamente a Moisés; he aquí cómo
la Biblia describe los primeros sacrificios ofrecidos por Ai y sus
hijos después de haber terminado de recibir todas instrucciones:
«...Trajeron ante el Tabernáculo todo lo que había mandado Moisés y
toda la asamblea se acercó poniéndose ante Yahvé.... moisés dijo:
«Esto es lo que ha, mandado Yahvé; hacedlo y se mostrará la Gloria
de Yahvé. [Note el lector que en la Biblia se llama la «Gloria de
Yahvé» a la famosa nube en que Yahvé se manifestaba y desde la que
les hablaba.]
«Arón se acercó al altar y degolló el novillo... sus hijos;
presentaron la sangre y mojando él su dedo, untó con ella las
esquinas del altar y la derramó al pie del mismo. Quemó en el altar
la grasa, los riñones y la redecilla del hígado de la víctima por
pecado, como Yahvé se lo había mandado a Moisés. Pero la carne y la
piel las quemó fuera del campamento. Degolló el holocausto y sus
hijos le presentaron la sangre, que él derramó en torno al altar. Le
presentaron entonces el holocausto descuartizado, junto con la
cabeza y él los quemó en el altar. Lavó las entrañas y las patas y
las quemó encima de dicho holocausto.
Luego presentó la ofrenda del
pueblo, degollándolo según el rito... Degolló el toro y el carnero
de sacrificio pacífico por el pueblo. Los hijos de Arón le
presentaron la sangre que él derramó en torno al altar; y el sebo
del toro y del carnero, el rabo, el sebo que recubre las entrañas,
los riñones y la redecilla del hígado; las partes grasas las puso
sobre los pechos.
Arón quemó los sebos ante el altar; después
ofreció, balanceándolos5, los pechos ante
Yahvé, y la pierna derecha, balanceando también al ofrecerla, tal
como había mandado Moisés... Moisés y Arón entraron en el
tabernáculo de la reunión y cuando salieron, bendijeron al pueblo y
la «Gloria de Yahvé» se apareció a todo el pueblo, y un fuego
mandado por Yahvé consumió en el altar el holocausto y las grasas».
(Fíjese el lector en este «fuego mandado por Yahvé» porque tiene
gran importancia en la relación de los Dioses con nosotros, tanto en
tiempos pasados como en la actualidad. Más tarde hablaremos en
detalle sobre este particular).
5 Este «balanceo» o mecimiento al momento de ofrecer la victima
(ordenad taxativamente por Yahvé en diversas ocasiones), aparte de
su extrañez nunca bien explicada por los exegetas bíblicos ni por el
propio Yahvé, es algo en lo que el autor encuentra un detalle más de
sospechosa coincidencia entre la manera de actuar los Dioses de la
antigüedad y los misteriosos visitantes del espacio de lo tiempos
modernos, cuyas naves tienen frecuentemente un balanceo tan
característico; aparte de que, en apariciones religiosas
contemporáneas, también hemos podido observar este extraño balanceo,
para el que los modernos teólogos tienen todavía menos
explicaciones.
Perdóneme el lector unas citas tan largas —que podían haber sido
mucho más largas todavía— pero es que quería que cayese en la cuenta
de que la sangre y las vísceras eran para Yahvé como una idea fija y
obsesiva6. Pero lo grave es que
Baal, Moloc, Dagón, etc., les pedían
exactamente lo mismo a los pueblos mesopotámicos; y Júpiter-Zeus les
pedía los mismos sacrificios a griegos y romanos; y si saltamos a
América nos encontramos con que Huitzilopochtli les pedía lo mismo a
los aztecas y con el agravante de que éste les exigía que la sangre
fuese humana en ocasiones.
6 Es muy de admirar que mientras en la Biblia se
habla únicamente 160 veces del amor, se habla en cambio 280 veces de
la sangre.
La mayoría de las tribus negras en las que no ha penetrado el
cristianismo o el islam, siguen todavía hoy día ofreciendo
sacrificios de sangre a sus Dioses; los ozugus del centro de África,
en el día de la gran solemnidad, se tumban en el suelo, mientras el
supremo brujo-sacerdote los rocía abundantemente con la sangre de
los animales sacrificados...
¿Qué hace el «Dios Único» exigiendo lo
mismo que los demás Dioses? ¿Y por qué tiene que ser precisamente
sangre y vísceras, algo tan difícil de conseguir para los pueblos
pobres, tan fácilmente corruptible y hasta maloliente a las pocas
horas, tan falto de relación con el amor y la obediencia que es lo
que fundamentalmente se quiere simbolizar en los ritos?
Indudablemente uno tiene derecho a sospechar que algo extraño hay en
torno a la sangre cuando tan universalmente la vemos relacionada con
el fenómeno religioso.
El cristianismo, a pesar de haberse liberado de este lastre de los
sacrificios cruentos de animales y a pesar de mostrarse mucho más
racional en sus ritos, sin embargo en cuanto uno profundiza poco en
ellos, se encuentra de nuevo con la sangre, aunque en es caso
sublimada: «la sangre del cordero», y el «vino convertido sangre del
Hijo de Dios», son dos símbolos fundamentales en toda la
ritualística cristiana.
Y si profundizamos más todavía, veremos que
estos símbolos no son tan símbolos, ya que la sangre de Cristo en la
cruz fue una sangre real y no simbólica; ¡sangre que le fe exigida
nada menos que por su Padre! Pero no tendremos que admirarnos mucho
ante un hecho tan monstruoso, cuando nos enteramos que ese padre,
según nos dice la teología, no era otro que
Yahvé.
La cuidadosa y selectiva manipulación de las vísceras que veíamos en
los textos citados anteriormente, es algo que también tiene que
hacernos reflexionar mucho, pues tiene grandes paralelos con otros
hechos igualmente inexplicables de los que no podemos tener duda
alguna ya que están sucediendo estos mismos día delante de nuestros
ojos.
Enseguida hablaremos de esto.
Hasta aquí el lector tiene derecho a tener muchas dudas acerca de lo
que llevo dicho. No precisamente de que la sangre tuviese mucha
importancia en las religiones antiguas, incluida la judeo cristiana,
(los testimonios bíblicos son irrefutables), sino de que eso pueda
ser presentado como una prueba de que a los Dioses todavía les sigue
interesando el obtener sangre humana o de animales en nuestros días.
Trataremos de quitarle esas dudas en los párrafos siguientes.
Los ovnis y la sangre
Recordará que en páginas anteriores no sólo relacionábamos el
«fenómeno ovni» con lo que venimos llamando «los Dioses», sino que
lo identificábamos totalmente: es decir, que los que hoy se nos
manifiestan en los misteriosos ovnis son los mismos que en épocas
pasadas se manifestaban como Dioses a nuestros antepasados (a veces
a bordo también de máquinas volantes, tal como nos dicen muchas
historias antiguas), exigiéndoles adoración y sacrificios.
Pues
bien, en línea con esta idea e identificación, nos encontramos con
otro hecho que no puede menos de llenarnos de pasmo, después de lo
que hemos visto en párrafos anteriores.
El hecho desnudo e
irrefutable es el siguiente: Los ovnis acostumbran con cierta
periodicidad, a llevarse determinadas vísceras y sobre todo grandes
cantidades de sangre que extraen de animales —preferentemente vacas
y toros— que previamente han sacrificado en granjas. Estas
carnicerías, que siempre suceden durante la noche, han ocurrido
prácticamente en todas partes del mundo, y las autoridades de unos
cuantos países, avisadas por los ganaderos perjudicados, han
intervenido activamente para dar con el causante de las matanzas,
sin que nunca hayan llegado a dar una explicación convincente.
El hecho de que nosotros relacionemos estas muertes con los ovnis no
proviene de deducciones
o de la falta de una explicación convincente por parte de las
autoridades, sino por haber investigado personalmente unos cuantos
hechos de esta índole y por haber oído los testimonios de testigos
presenciales.
El lector que por primera vez oiga o lea acerca de esta extraña
cualidad de los ovnis, (que los hace en cierta manera semejantes al
legendario Drácula), pensará inmediatamente que se trata de una
leyenda más.
Dejando a un lado a Drácula (de cuyo aspecto legendario
habría mucho que hablar) nos encontramos ante hechos para cuya
investigación no hay que acudir a tradiciones orales o a viejos
libros, sino que lo único que hay que hacer es tomarse el trabajo de
leer ciertos despachos que las modernas agencias de noticias
publican de vez en cuando en los periódicos. Y el que, ante un hecho
tan extraño, quiera convencerse, tiene que hacer lo que hizo el
autor, que en cuanto apareció la primera noticia en el periódico
acerca de misteriosas muertes de animales (que aparecían con
extrañas heridas en el pescuezo y en la cabeza, y totalmente
desangrados) salió inmediatamente para aquella región montañosa a
investigar los hechos personalmente.
Y no sólo fue capaz de oír
testimonios, sino que fue capaz de fotografiar vacas que habían sido
muertas aquella misma noche por los ovnis, y que tenían las heridas
características de esta clase de muertes.
Las muertes y el desangramiento de animales por los ovnis un hecho
totalmente admitido por todos los buenos investigadores del
fenómeno, y en los Estados Unidos, hasta llegó a publicar una
pequeña revista titulada «Mutilations» dedicada exclusiva mente a
catalogar todos estos fenómenos.
En dicha revista, limitaban casi
exclusivamente a hechos ocurridos en los Estados Unidos, pero es de
sobra conocido que tales matanzas ocurren la actualidad en todos los
continentes y de algunas naciones como Francia, Brasil y Sudáfrica,
entre otras, hay informes muy detallados, fruto de largas
investigaciones.
Comprendo la extrañeza y hasta la duda que un hecho como éste pueda
producir en todos aquellos lectores que oyen por primera vez
semejantes hechos. Pero en éste como en casos semejantes, lo sabio
no es cerrarse ante la realidad negándola desinteresándose de ella;
lo sabio es investigar a fondo sin miedo y sin prejuicios y
dispuestos a llegar hasta las últimas consecuencias. No hacerlo así,
es exponerse a permanecer en el error, desgraciadamente esto es lo
que ha pasado a la humanidad y sigue pasando en cuanto a sus
creencias «sagradas» y en cuanto muchas otras creencias que tienen
que ver con la razón de ser con la explicación de la vida humana.
Al admitir ciertas verdades como «inviolables» y como «absolutamente
ciertas», nos cerramos automáticamente a la investigación de otras
posibilidades que podrían explicar la vida y toda la realidad del
Universo de una manera diferente a como lo explican esas «creencias
sagradas» y esas «verdades inviolables». Ordinaria mente los que
viven bien, gracias a esas «creencias sagradas» (los líderes
religiosos) o esas «verdades inviolables» (algunos profesionales y
científicos), son los que con mayor violencia se oponen a todas
estas investigaciones y explicaciones nuevas, porque podrían dar al
traste con sus posiciones de privilegio.
Y si las matanzas de animales no son admitidas de buena gana, mucho
menos es admitido que los ovnis en algunas ocasiones se atrevan a
desangrar personas humanas. Y no es admitido porque en general los
hechos de esta índole son menos abundantes en nuestros días y cuando
se dan, suelen ser realizados de una manera muy discreta y en
regiones apartadas, llegando difícilmente al conocimiento del gran
público. Enseguida hablaremos sobre esto.
Permítaseme esta auto-cita
sacada de un libro mío inédito, titulado «60 casos de ovnis», que no
ha podido ver la luz pública por culpa de la irresponsabilidad de un
editor. El lector tendrá que tener en cuenta que cuando escribí lo
que a continuación transcribiré, todavía no había llegado a las
claras conclusiones a que llegué varios años más tarde, como
resultado de mi intensa investigación del fenómeno ovni en toda su
profundidad.
Para mí no hay duda que algún tipo de los llamados
"extraterrestres" son la causa de los miles de muertes y
desapariciones de todo tipo de animales tanto domésticos como
salvajes. No sé por qué lo hacen, pero sí estoy seguro de que ellos
son los carniceros. Alguien preguntará que cómo puedo saber que los
animales salvajes son muertos también por los tripulantes de los
ovnis, y tiene todo la razón para hacerlo.
Ciertamente el coyote muerto que vi en un campo en las afueras de la
ciudad mexicana de Querétaro, no me lo dijo, pero yo pude deducirlo
por muchas razones.
Querétaro (unos 200 kilómetros al noroeste de la ciudad de México)
es una ciudad en donde en tiempos pasados y también en nuestros
tiempos, han ocurrido cosas extrañas, más o menos relacionadas con
los ovnis. Un día de 1975 un joven de clase muy humilde me dijo que
dos meses antes, al anochecer había visto pasar por encima de su
casa (en los límites de la ciudad) un ovni a muy baja altura y muy
despacio.
Excitado por la visión comenzó a correr siguiendo la
trayectoria del ovni que descendió en una profunda quebrada en las
afueras de la ciudad no lejos de su casa. Cuando llegó al borde de
la quebrada vio un gran objeto lenticular posado en tierra, que
emitía una fantástica luz blanca. Atemorizado ante lo que estaba
viendo se agachó, entre unos arbustos, y desde su escondite pudo ver
a varios "enanos" con una especie de linternas en sus manos; las
linternas emitían unos haces de luz muy finos y concentrados y los
"enanos" se divertían mucho cortando con los haces de luz los tallos
de diversas plantas; cortaban una tras otra con gran entusiasmo.
Pasado un tiempo, mi amigo, que había permanecido total mente
inmóvil entre los arbustos, vio cómo la luz del objeto cambió de
color y a los pocos instantes notó que comenzaba a elevarse muy
despacio, balanceándose repetidamente a unos cinco metros por encima
del terreno, hasta que salió disparado hacia el cielo; uno de estos
balanceos, golpeó un gran cactus y lo derribó.
Cuando varios meses
más tarde fui con el joven al mismo sitio para que me contase los
hechos sobre el terreno, le dije que me indicase donde había sido
derribado el cactus; fuimos allá y efectivamente allí estaba
derribado y medio seco un gran nopal. A pesar del tiempo que había
pasado, y sin dificultad alguna, pudimos ver en el medio de la
quebrada las huellas redondeadas de más de un aterrizaje.
El joven
me dio más tarde en su casa, partes de piedras fundidas que él había
recogido entre las huellas del aterrizaje cuando aún estaban
calientes; las metió en un frasco, y al cabo de un tiempo, el
interior del frasco se había recubierto con un polvo amarillento que
parecía azufre.
Todas estas circunstancias son más o menos comunes en muchos otros
descensos de ovnis; pero lo que resultó nuevo para mí, fue el coyote
medio disecado que descubrí bastante cerca de uno de los
aterrizajes. Lo que atrajo mi curiosidad fueron ciertas extrañas
circunstancias que se podían apreciar en los restos del animal. Lo
más extraño de ello era que todo el cuerpo estaba retorcido como se
retuerce un trapo para sacarle el agua; y a pesar de ello los huesos
no estaban rotos.
También me llamó la atención que ni bajo el cuerpo del animal ni en
los alrededores, se podía ver hormiga ni insecto alguno, cuando
buena parte de la carne del animal estaba aún adherida a los huesos,
aunque se había secado de una manera extraña, sin corromperse y sin
desintegrarse tal como es común en los animales que mueren en los
campos.
Para confirmar mi sospecha acerca de la causa de la muerte del
coyote, mi amigo me dijo que en la otra parte del monte había un
esqueleto de un tlacuache (especie de zarigüeya) que presentaba las
mismas características y que curiosamente, estaba también muy cerca
de las huellas de otro aterrizaje de ovni.
En cuanto a las muertes de animales domésticos por los tripulantes
de los ovnis, en los años 1974 y 75, tuvimos en Puerto Rico muchos
casos que fueron investigados por mí y por muchas otras personas
interesadas en estos temas.
Durante el mes de septiembre de 1974 hubo en toda la isla, pero
especialmente en el oeste y en el suroeste, una verdadera oleada de
avistamientos. Una mañana oí por la radio que en una pequeña granja
habían aparecido muertos unos cuantos animales de una manera muy
extraña. Si mal no recuerdo, eran dos cerdos, dos gansos, una o dos
novillas y varias cabras. Me monté en mi automóvil y fui allá
inmediatamente, y me encontré con que los animales tenían las
heridas típicas, y además algo que llenaba de pasmo a su atribulado
dueño: no había trazas de sangre en ninguno de ellos a pesar de que
las heridas que tenían eran profundas y a pesar de que los dos
gansos eran blancos como la nieve y cualquier herida de sangre se
hubiese notado enseguida.
Durante los próximos días, los periódicos siguieron informando de
más animales muertos en la misma región, sin que se pudiese explicar
las causas. Fui al campo en varias ocasiones para investigar los
hechos y me encontré con que los dueños de granjas estaban
intrigados por la muerte de sus animales como de las luces que por
la noche se veían en el cielo. Alguno de ellos me dijo que a él se
le parecían a las luces giratorias que los coches patrulla de la
policía llevan en la parte superior.
En uno de mis viajes pude ver a lo lejos una vaca blanca y negra
tendida en la mitad de un campo. Salí del coche y me dirigí hacia
ella aunque la labor de llegar hasta allá no fue nada fácil. La vaca
tenía las típicas heridas en el cuello y en la cabeza; le habían
sacado la piel de un lado de la cabeza, como si lo hubiesen hecho
con un bisturí de precisión; le faltaba además la entrada de uno de
los orificios de la nariz pero no había absolutamente nada de
desgarramiento. A pesar de que parte de la cabeza era blanca, no se
veía una gota de sangre por ningún sitio.
El campesino que me
acompañaba, no acababa de explicarse qué podía haber dado muerte a
aquella vaca. Me contó que aquella misma noche había oído a los
perros ladrar furiosamente y una anciana ciega que vivía en los
lindes de aquel campo, me dijo que aquella noche el ganado — que
ordinariamente se queda a dormir a la intemperie — no había dejado
dormir porque estaba como alocado corriendo una parte para otra.
(Es de notar que por este mismo tiempo sucedieron en Puerto Rico
muchos otros extraños fenómenos como la aparición de raros animales
de gran tamaño, grandes explosiones misteriosas en el aire,
apariciones de vírgenes y santos en diversos pueblos imágenes
religiosas que sangraban o lloraban, milagros en el santuario de
Nuestra Señora, desaparición de personas de una manera muy
misteriosa, etc., etc. Para mí todas estas cosas, aunque
aparentemente no tienen nada que ver, están muy relacionadas y más
aún que relacionadas, se puede decir que proceden una misma causa).
Hasta aquí la larga autocita del libro impublicado.
No sé si el lector habrá caído en la cuenta al leer las anterior
citas de la Biblia, que hay vísceras como los pulmones, el corazón
el estomagó, los intestinos, o miembros como la cabeza y las patas
que apenas si son nombradas alguna que otra vez (note el lector que
he puesto una muy pequeña parte de los textos dedicados a este tema)
y que cuando son nombradas, con frecuencia se ordena que «sean
quemadas fuera del campamento»; y sin embargo los riñones, y la
envoltura de los riñones y del hígado, son mencionados
constantemente y sin excepción en todos los sacrificios, lo mismo
que se puede decir del sebo o grasa y sobre todo de la sangre: («No
comas nunca la grasa ni la sangre; la grasa y la sangre son para
Yahvé». — Deut. 12, passim — ).
Pues bien, sólo como anécdota curiosa, tendremos que decir que ha
habido casos en que los ovnis, además de llevarse la sangré del
animal, cosa en la que nunca fallan, se han llevado precisamente
estas vísceras en las que tanto énfasis se hace en el Levítico Uno
de estos casos, al que ya he hecho referencia en otro lugar, es el
de una campesina boliviana, en la década de los años 50, que cuando
se acercó al aprisco en que tenía guardadas sus ovejas, en un lugar
muy apartado en el monte, vio con asombro, cómo un ser de baja
estatura y que tenía en sus espaldas como una caja, estaba matando
una por una sus ovejas a las que les extraía mediante una pequeña
incisión, sólo una parte de los riñones que guardaba en una especie
de bolsa de plástico.
La campesina, atemorizada ante lo extraño del
caso, pero defendiendo lo que era suyo, la emprendió a pedradas con
el extraño visitante. Este, al verse descubierto, abandonó enseguida
su tarea, y comenzó a elevarse en vertical, al parecer impulsado por
un chorro que salía hacia abajo desde la caja que tenía a la
espalda.
Aunque es muy cierto que con unos pocos casos no se puede probar
nada, sin embargo está fuera de toda duda el hecho de que los
tripulantes de los ovnis, al igual que los Dioses de la antigüedad,
tienen una extraña afición por las entrañas de los animales y sobre
todo no pueden disimular su interés en la sangre tanto de animales
como de hombres.
John Hiel refiere el caso de una ambulancia que
transportaba (en el Estado de Ohio, en los Estados Unidos) un
cargamento de sangre humana, que fue repetidamente asediada por un
ovni que mediante una especie de grandes pinzas, intentó en
repetidas ocasiones elevarla en el aire. El chofer, en medio de los
gritos histéricos de una aterrada enfermera, aceleró todo lo que
pudo hasta que la presencia de otros vehículos hizo desistir al ovni
de sus intentos.
Como resumen a todo esto diré que en tiempos pasados da la impresión
de que tanto Yahvé como los demás Elohim, lograron convencer a
aquellos pueblos primitivos para que les ofreciesen sacrificios de
animales.
En nuestros tiempos, ante la imposibilidad de convencer a
los pueblos civilizados para que sigan ofreciendo esos sacrificios,
(de los que indudablemente sacaban algún beneficio) da la impresión
de que ellos mismos hacen directamente los sacrificios, buscándose
las víctimas en las granjas por sí mismos y reservándose para sí,
como antaño, algunas vísceras determinadas y, sobre todo, la sangre,
de la que parece sacan algún principio vital, alguna droga
placentera o alguna energía que, hoy como entonces, les es necesaria
para mantener la forma física que adoptan para comunicarse con
nosotros o para materializarse en nuestra dimensión.
También sangre humana
Si las mutilaciones y los desangramientos de animales son
interesantes, con toda razón se puede decir que resultan mucho más
interesantes los desangramientos de seres humanos.
En 1977, cuando me encontraba en la ciudad de San Luis Potosí (a
unos 300 kilómetros de la ciudad de México) llegó a oídos el primer
caso de esta naturaleza: un recién nacido que había sido encontrado
muerto totalmente desangrado. Las extrañas circunstancias del caso
me incitaron a una investigación más a fondo hasta que enseguida
descubrí que no se trataba de un caso aislado sino que era uno entre
muchos parecidos.
Las circunstancias generales eran éstas: ordinariamente se trataba
de recién nacidos o con muy poco tiempo de vida; solían presentar
hematomas o magulladuras en la piel, como si a través de ella les
hubiese sido succionada la sangre; porque el común denominador de
todos ellos era que estaban completamente vacíos de sangre.
En
algunos de los casos daba la impresión de que la sangre les había
sido succionada a través de la boca ya que no había heridas ni
marcas de ninguna clase en la piel. Es también corriente que las
madres de esos niños sean descubiertas sumidas en un estado
letárgico al lado de sus infantes muertos, como si hubiesen sido
drogadas por alguien, mientras realizaba la tarea de desangrar a
su hijo; algunas de estas madres han tardado días en volver en sí y
cuando lo hacen, se sienten extremadamente débiles.
Hay también
adultos que dicen —o suponen— que han sido atacados por alguien
durante el sueño, porque descubren mataduras y golpes en la piel por
todo el cuerpo y sienten también una gran debilidad.
Todos estos hechos sucedieron en el municipio de Landa de Matamoros,
en el estado de Querétaro, en diferentes localidades. Naturalmente
la gente comenzó a hablar de vampiros y otras cosas y cundió el
pánico entre los humildes habitantes de la zona. Los casos fueron
reportados a las autoridades las cuales hicieron algunas
averiguaciones para ver cuál había sido la causa de las muertes,
pero como sucede de ordinario en estos casos, no se llegó a ninguna
conclusión, y las mismas autoridades trataron de que se olvidase
todo.
Los lugares en que sucedieron la mayor parte de los incidentes
son Tres Lagunas, Tan coyol, Valle de Guadalupe, Pinalito de la Cruz
y algunas otras aldeítas muy pequeñas situadas en la Sierra Madre
del Este, cerca de los límites del estado de San Luis Potosí. .
Naturalmente uno puede atribuir todas estas muertes a causas
naturales; pero sin embargo hay unas cuantas circunstancias que las
asemejan mucho a las mutilaciones de animales. Una de esas extrañas
circunstancias, que a cualquiera que conozca bien el fenómeno ovni
le dirá mucho, es el hecho de que por esos mismos días los
habitantes de la región veían constantemente luces que se movían muy
lentamente en el cielo nocturno; algunas de ellas se paraban encima
de los cerros cercanos y hasta encima de las copas de los árboles y
hacían movimientos muy raros.
La humilde gente del lugar les llama a
estas luces (que se aparecen de tiempo en tiempo) «brujas» y de
hecho les tienen bastante temor, hasta el punto de que tienen para
defenderse de ellas unos ritos mágicos especiales que me
describieron.
Todos estos hechos fueron reseñados más de una vez en la prensa y de
hecho conservo un recorte del periódico de la región, «el Heraldo de
San Luis Potosí» en el que se lee:
«Los casos más recientes tuvieron
lugar en Tres Lagunas y Valle de Guadalupe. En el primer lugar una
niña de 7 años descubrió por la mañana que su madre, Josefa Jasso de
Martínez, dormía profundamente, abrazada a su bebé de sólo dos días.
Como no acabara de despertarse, la niña corrió a avisar a su tía.
Cuando llegaron encontraron que el bebé estaba muerto y la madre no
recobró totalmente el conocimiento hasta dos días más tarde».
El periódico cita otro caso en el pueblo de Valle muy parecido al
que acabamos de citar: la madre, llamada María Nieves Márquez, fue
encontrada inconsciente al lado de su bebé. En ambos casos las
madres estaban muy débiles y los bebés no tenían heridas o señales
en la piel.
Hasta aquí los hechos investigados por mí, y conste que en otros
lugares he aportado más información acerca de otros casos en los que
han sido hallados en el monte seres humanos completa mente
desangrados, con la coincidencia de que también por aquellos días
era frecuente la visión de misteriosas luces volando a baja altura
sobre los campos por la noche. (Estos hechos sucedieron en el
Canadá).
El poner por escrito y divulgar de una manera seria hechos como
éstos, suele enfurecer a dos tipos de personas: a los individuos
«serios», llámense científicos o no, que creen que en el mundo ya
quedan pocas cosas por descubrir y que entre las autoridades y la
ciencia, son capaces de explicar cualquier cosa que suceda; y a
ciertos «ufólogos» (que en el nombre llevan ya su falta de
originalidad) que siguen creyendo que los ovnis son como avanzadas
de los buenos hermanos del espacio que vienen a nuestro planeta a
ayudarnos.
Los hechos que estoy narrando son francamente desconcertantes, pero
son absolutamente reales y con más pruebas de las que los dirigentes
religiosos del cristianismo pueden presentar para sus creencias. No
será, por tanto, extraño, que las hipótesis que presenten para
explicarlos, sean igualmente desconcertantes hasta contrarias a lo
que por años tanto la religión como la ciencia nos han estado
diciendo.
Cuando se descubren hechos nuevos y radicalmente diferentes, es
normal que la manera de pensar de los hombres sufra alguna
convulsión, pues al mismo tiempo que se derrumban las teorías
viejas, aparecen en escena teorías nuevas y más abarcadoras, que son
capaces de explicar los hechos nuevos, hasta entonces desconocidos.
Tomemos como ejemplo, la actual controversia en los Estados Unidos
entre los creacionistas y los evolucionistas. Cuando la Iglesia
cristiana monopolizaba el pensamiento, no había problema ninguno
para explicar el origen de la vida humana: la Biblia lo explicaba
bien claramente.
Cuando aparecieron hechos nuevos (desconocidos por
los líderes religiosos) se crearon enseguida teorías nuevas para
explicar estos hechos, al mismo tiempo que se iban por el suelo las
explicaciones bíblicas. Entonces comenzó la ciencia oficial a
monopolizar el pensamiento con sus nuevas teorías evolucionistas,
acusando a los líderes cristianos de fanáticos y de miopes al
negarse a admitir los hechos.
La ciencia oficial tenía razón...
hasta que en nuestros tiempos aparecieron otros hechos (o más
exactamente la humanidad reflexionó sobre muchos hechos extraños
sucedidos en todas las épocas) que echaban por tierra muchas de las
teorías de los científicos. Y en este momento la ciencia está
cometiendo el mismo error que cometieron los líderes religiosos.
La
ciencia está dogmatizando acerca de los orígenes del hombre (con un
simple hueso no sólo montan un esqueleto sino que se imaginan todo
un sistema de vida) y, peor que eso, la ciencia oficial no quiere
oír hablar de hechos que no estén de acuerdo con sus manuales
universitarios y se niega a analizar el enorme cúmulo de datos que
contradicen sus teorías. Cuando todos esos «hechos» apuntan a que la
raza humana ha descendido en buena parte de las estrellas, ellos
siguen empeñados en probarnos que todos nuestros antepasados
descendieron de los árboles.
Más tarde profundizaré sobre estos
hechos, cuando los veamos confirmados y magnificados por otros
semejantes con los que nos encontramos en la historia y de los que
no podemos tener duda alguna.
Por qué la sangre
En párrafos anteriores dije que no sabía exactamente el porqué de la
afición, tanto de los Dioses de la antigüedad como de los Dioses de
nuestros días (los ovnis), a la sangre. Sin embargo, le comunicaré
al lector mis sospechas, basadas no sólo en mis propias conclusiones
y en las de otros autores cuyos textos aduciré, sino en las mismas
informaciones que algunos «contactos» han recibido de los
extraterrestres, por más que éstas nunca sean de fiar.
La clave de todo es que la sangre libera muy fácilmente y de una
manera natural, este tipo de energía (que en último término no es
más que ondas electromagnéticas) que tanto agrada a los Dioses.
Para
obtener de un cuerpo vivo energías semejantes, los Dioses tienen que
matarlo violentamente y luego quemarlo, mientras que la sangre,
cuando fluye libremente, ya separada del cuerpo, suelta esta energía
de una manera completamente espontánea, contrario a lo que sucede
con la mayor parte de las vísceras y de la materia orgánica
desmembrada 7.
7 «Paracelso afirma que los magos negros se valen de los vapores de
la sangre para evocar a las entidades astrales, que en este elemento
encuentran el plasma conveniente para materializarse. Los sacerdotes
de Baal se herían en el cuerpo para provocar apariciones tangibles
con la sangre... En Persia, cerca de las aldea rusas Temerchan-Shura
y Derbent, los adherentes a cierta secta religiosa, forman un
círculo y giran rápidamente hasta llegar al frenesí, y en este
estado, se hieren unos a otros con cuchillos hasta que sus vestidos
quedan empapados en sangre. Entonces, cada uno de los danzantes se
ve acompañado en la danza por una entidad astral... Antiguamente las
hechiceras de Tesalia mezclaban sangre cordero y de niño para evocar
a los espectros... Aún hay en Siberia una tribu llamada de los
yakutes que practica la hechicería como en tiempos de las brujas de
Tesalia. Para ello necesitan derramar sangre, sin cuyos vapores no
se pueden materializar los espectros... También se practica la
evocación cruenta en algunos distritos de Bulgaria, especialmente en
los lindantes con Turquía;... durante unos instantes se materializa
una entidad astral... Los yezidis, (que habitan las montañas áridas
de la Turquía asiática y de Armenia, Siria y Mesopotamia en número
de unos 200.000) forman corros en cuyo centro se sitúa el sacerdote
que invoca a Satán. Los del corro saltan y giran y mutuamente se
hieren con puñales... y suelen tener algunas manifestaciones
fenoménicas, entre ellas la de enormes globos de luego que luego
toman figura de extraños animales...».
Este tema de la sangre y de las energías que los Dioses y otras
entidades no humanas buscan en ella, es tan alucinante y por otra
parte, de tanta importancia, que enseguida volveremos sobre él.
Resumen y explicación
Como resumen de lo que hasta aquí llevamos dicho en es capítulo,
diremos que lo empezamos preguntándonos por qué para qué se
manifestaban los Dioses y nos contestamos de una manera general,
diciendo que se manifiestan por placer y por necesidad, aunque
decíamos que es una necesidad muy relativa.
Además, mirando el
problema desde otro punto de vista, contestábamos la pregunta
diciendo que buscaban entre nosotros cosas inmateriales y cosas
materiales; como ejemplo de algo material hemos puesto la sangre,
aunque en fin de cuentas saquen de ella algo «inmaterial»; y como
ejemplo de una de esas cosas inmateriales que buscan, poníamos la
energía que produce nuestro cerebro excitado.
Sin embargo aquí tenemos que repetir la aclaración de que esa
energía de nuestro cerebro, no es totalmente «inmaterial» o dicho en
otras palabras, no es «espiritual», sino que es algo que pertenece
por completo al mundo físico, por más que sea invisible por nuestros
sentidos.
Esa energía del cerebro es emitida en forma de ondas, de
una frecuencia y de una longitud demasiado elevadas para poder ser
captadas por los instrumentos de que hoy disponemos. Algunas de las
ondas que el cerebro produce, sí son perfectamente captadas por los
instrumentos que hoy poseemos (electroencefalógrafos, etc.), pero
las otras ondas del cerebro a las que nos referimos, y que son las
que interesan a los Dioses, esas, hoy por hoy, son incaptables por
nuestros científicos, y únicamente de una manera indirecta, y
gracias en gran parte a los avances de la parapsicología, van
teniendo alguna sospecha de que existen.
Datos semejantes a estos (tomados de «Isis sin velo» Tomo IV, de Mme.
Blavatski) se pueden encontrar en muchos otros autores y en casi
todos los historiadores de la antigüedad.
Y aparte de estos textos
profanos, no tenemos nunca que olvidarnos de las claras, reiteradas
y tajantes órdenes de Yahve a su pueblo:
«Jamás comáis la sangre»;
«vertedla en el suelo como agua».
(Lev. 3,17; Deut. 12, 16 y 24;
etc.).!
Los últimos párrafos los hemos dedicado a explicar cuáles son esas
cosas materiales que los Dioses buscan en nuestro mundo y nos hemos
fijado especialmente en su preferencia por las vísceras y por la
sangre.
Sin embargo quedaría truncada esta explicación, si no
profundizásemos un poco en este tan extraño gusto de los Dioses.
Intentaremos hacerlo en los párrafos siguientes —que a mi entender
son de gran importancia— y por ellos veremos que la razón de su
gusto y preferencia por la sangre, grasa, y algunas vísceras, es en
el fondo la misma que los impulsa a captar las ondas que emanan de
los cerebros excitados.
Cuando se destruye la materia orgánica, o dicho de otro modo, cuando
muere la materia viva, ciertos elementos físicos que la componen,
(como son sus células, sus proteínas, sus aminoácidos, sus enzimas y
compuestos moleculares y hasta sus moléculas y átomos) vuelven a la
tierra, en donde continúan sus interminables ciclos de
desintegraciones, fusiones y transformaciones; otros elementos
también físicos (a nivel quántico o subatómico que componen la
materia viva, no entran en estos ciclos, sino se liberan.
Estos
elementos, aun siendo físicos, no son en el sentido clásico
«materiales», ni captables directamente por nuestros sentidos, sino
que son de naturaleza ondulatoria; son lo que llaman «energías»,
(porque no tenemos palabras concretas con que designarlos, ya que
apenas si sabemos que existen), radiaciones, vibraciones, ondas; son
en parte lo que, contemplado desde otro punto de vista, llamamos
«vida».
Cuando algo vivo muere, lo que muere es el andamiaje material que
acompaña la vida; pero ésta, cuando el caparazón en se hacía
presente en nuestra dimensión, por alguna razón se desintegra, se
libera como una energía y comienza o recomienza su ciclos de fusión
y transformación con otras energías que vibran a su misma o parecida
frecuencia y dimensión.
Este es otro y otro punto de vista de los
infinitos niveles de que está compuesto este fantástico ser viviente
en el que habitamos, llamado Universo. Pues bien, criaturas del
Cosmos más evolucionadas que nosotros —los Dioses—, son capaces de
captar, por lo menos en parte esta «energía» y estas ondas o
vibraciones que se liberan cuando sí desintegra la materia viva.
Esta energía parece que les proporciona gran placer, y por eso la
buscan hoy y la han buscado siempre valiéndose para ello de mil
estratagemas.
Si tuviésemos que explicarlo con un ejemplo, diríamos
que las termitas sólo le sacar provecho a la madera cuando se la
comen, mientras que un animal superior —el hombre— a esa misma
madera le saca también provecho, pero no comiéndosela, sino de mil
otras maneras total mente ininteligibles para las termitas; e
incluso le saca provecho quemándola; porque la madera, al quemarse,
emite calor y aroma, cosas que, si bien no interesan para nada a las
termitas (y hasta podrían ser mortales para ellas) son grandemente
apreciadas por los hombres.
Cuando la materia viva, sea ésta animal o vegetal, muere lentamente,
es decir, tras un proceso natural de envejecimiento, esta energía
vital se va desprendiendo muy poco a poco desde mucho antes del
momento final, y por eso es más difícilmente captable y aprovechable
por aquéllos que tienen la capacidad de hacerlo; pero cuando el ser
vivo está en toda su pujanza, y por una causa u otra, muere
violentamente (tal como sucede cuando un animal es degollado), o se
desintegra de una manera rápida, entonces toda esa energía vital
sale como en torrente y es mucho más fácilmente captable y
aprovechable.
Por extrañas que parezcan estas ideas, las vemos llevadas a la
práctica por pueblos diversos y muy distantes entre sí
geográficamente.
En unas cuantas tribus africanas, cuando un niño está enfermo, sobre
todo si está aquejado de alguna enfermedad desconocida para sus
padres y para el hechicero, y cuyos síntomas son una gran debilidad,
el remedio que le aplican consiste en matar un toro o una vaca,
abrirlo enseguida en canal, vaciarle parte de las entrañas y meter
dentro al niño, cerrando de nuevo la piel del animal en torno al
cuerpo del niño; la cabeza del niño es lo único que queda fuera del
cuerpo del animal. La criatura permanece dentro del animal mientras
éste se mantenga caliente.
Entre los apuntes de un viejo curandero en Galicia, se ha encontrado
prácticamente el mismo remedio, aunque, en este caso, el animal que
se usaba era una cabra; y naturalmente, sólo para el caso de algún
miembro enfermo, que se colocaba por un buen rato dentro del cuerpo
del animal recién muerto, o en el caso de alguna criatura con pocos
días de nacida.
Parece ser que lo que hace el cuerpo del niño débil y enfermizo,
sediento de energía (absorber la vida que se le está yendo a chorros
al animal en forma de ondas), es lo mismo que los Dioses hacen y han
hecho siempre; aunque en el caso de los Dioses, éstos lo hacen
conscientemente y debido al gran dominio que tienen sobre la
materia.
Para el niño, el acto de chupar esta energía es un acto
inconsciente y desesperado de su organismo, para evitar la muerte;
para los Dioses, esta energía es sólo una especie de juego o un
sentimiento placentero que de ninguna manera es esencial para su
existencia.
Dije unos párrafos más arriba que cuando un ser vivo —animal o
planta— se desintegra de una manera rápida, la energía vital sale
como en torrente y es mucho más fácilmente captable aprovechable.
Por demás está decir, que la manera más fácil y normal de
desintegrar la materia viva rápidamente es mediante cremación. Y
aquí es donde tenemos que recurrir a la historia recordar este
hecho: los Dioses, en todas las religiones de la antigüedad, en vez
de exigir actos de arrepentimiento colectivo alabanzas racionales
por parte de sus pueblos, lo que exigía siempre de ellos, como
máximo tributo religioso, eran «holocaustos», es decir ceremonias en
las que primero se sacrificaba a la víctima (humana o animal) y
luego se la quemaba íntegramente, de modo que nadie podía servirse
para nada de ella. Tenía que arder hasta consumirse, tal como indica
la palabra holocausto (que viene de dos palabras griegas que
significan «todo quemado»).
En fiestas solemnísimas entre los
griegos y romanos se hacían grane sacrificios de animales
—especialmente bovinos— que se llamaban hecatombes (otra palabra
venida de dos palabras griegas y que significa a la letra «cien
bueyes»), con los que se hacían grandes piras en honor de las
deidades.
Estas ceremonias que culminaban en grandes hogueras, eran la manera
perfecta que los Dioses tenían para «exprimir» toda energía vital
que existía en aquellas criaturas vivientes: primero mediante el
degollamiento o la vivisección de la víctima, —con consiguiente
derramamiento de sangre—, obtenían la energía sutil y más apreciada
por ellos: la que desprendían sus cuerpos agonizantes y
específicamente sus cerebros aterrados y atormentados. Y más tarde,
muerta ya cerebralmente la víctima, pero todavía celularmente, el
fuego se encargaba de liberar rápidamente toda la energía vital que
encerraban sus entrañas aún calientes las células de todo su
organismo.
Estas ondas de energía que se desprendían de los cuerpos humeantes
de las víctimas, eran, tal como dijimos, una especie de droga, o
como un aroma para los «sentidos» de los Dioses.
En el Pentateuco se
habla en repetidas ocasiones de estos «sacrificios abrasados» y se
dice de ellos que eran «un manjar tranquilizante para Yahvé»; o que
subían hacia él «como un aroma calmante». Algo así como un
cigarrillo de sobremesa, o una tacita de café, o quién sabe si una
droga más fuerte.
Y si en este particular echamos una mirada general a otras
religiones, nos encontraremos con los mismos extraños fenómenos con
que nos encontramos en la Biblia. No importa que cada época, cada
cultura y cada creencia los ejecute o los interprete de una manera
diferente; en el fondo son los mismos hechos, que a la mente humana
(cuando piensa sin prejuicios y sin miedos) le parecen totalmente
irracionales y en gran parte absurdos.
En otras religiones nos encontramos también con:
1) muerte de
animales
2) cremación de sus cuerpos
3) ceremonias en las que la
sangre es el elemento principal
No sólo eso, sino que en muchas religiones, éstas muertes y estas
cremaciones de animales, eran de animales humanos. En algunas de
ellas, estas ofrendas humanas tenían liturgias realmente feroces e
indignas no ya de un Dios, sino de pueblos salvajes; y a pesar de
ello, las vemos practicadas por pueblos que habían desarrollado
grandes culturas. Piénsese si no, en las inmolaciones de niños
hechas periódicamente por los incas a Pachacamac y a los Huacas, en
las tremendas matanzas rituales practicadas por los aztecas, en las
ofrendas periódicas de los primogénitos de las familias nobles en la
religión de los persas, etc., etc.
Y para los cristianos que se consuelan pensando que en el paganismo,
Satanás es capaz de inspirar cualquier aberración «a aquellos pobres
pueblos que viven privados del conocimiento del verdadero Dios»,
tenemos malas noticias; porque resulta que el Dios judeo-cristiano,
—Yahvé—, exigió también en muchísimas ocasiones, estas matanzas
humanas, a pesar de que gustaba llamarse «misericordioso y benigno»:
y no sólo eso, sino que a veces era él mismo quien las realizaba:
«Y Yahvé envió un fuego que devoró a 250 hombres» (¡que estaban
ofreciéndole incienso!)
(Num. 16,35).
Yahvé se enfadó, «y murieron 14.700 tragados por la tierra»
(Num.
17-14). «Y lo degollaron al rey [por orden de Yahvé] junto con sus hijos y
todo su pueblo»
(Num. 2134).
Después de la matanza de los madianitas, ordenada por Yahve (porque
habían perdonado a los niños y a las mujeres) Moisés enfadó y dijo:
«maten a todos los niños varones [incluso lactantes] y a toda mujer
casada»
(Num. 31, 7-17).
«Y aquel día degollaron 12.000 hombres y mujeres, la entera
población de Aim»
(Jos. 8). Etc., etc., etc.
En el Nuevo Testamento y en la moderna teología, se quiere correr un
tupido velo sobre todo esto, lo mismo que se trata de sublimar
muchas otras prácticas muy poco «divinas» de Yahve Pero no se puede
tapar el sol con un dedo, y los versículos Pentateuco están ahí,
desafiando el paso de los siglos, para testimonio de todas estas
divinas monstruosidades.
Y abundando aún un poco más en el tema, y como una variante más de
esta ferocidad sagrada, nos encontramos con religiones orientales y
africanas en las que «Dios» exige que la esposa o las esposas sean
quemadas en la misma hoguera en que se quema el cuerpo de su marido
difunto. Y muy probablemente los fieles de estas religiones seguirán
pensando que su «Dios» es bueno y misericordioso (!).
Pero ¿no
seguimos nosotros pensando que el «Dios» del cristianismo es bueno y
misericordioso, después de que lo vemos sacrificando a su propio
hijo en una cruz, y amenazándonos a nosotros —pobres hormigas
humanas— con un infierno en el que nos abrasaremos eternamente?
Dejemos el tema religioso para el próximo capítulo, cuando
expliquemos las diferentes estrategias de los Dioses para lograr de
nosotros lo que quieren.
Digamos ahora, para terminar este capítulo,
que si bien esta energía vital de la que venimos hablando y que se
libera en la cremación, se halla presente tanto en el reino animal
como en el vegetal, en el primero se halla no sólo en mayor
abundancia sino en una forma o en un nivel superior, que parece que
agrada más a ciertos seres más evolucionados del Cosmos, que
podríamos llamar «Dioses superiores», mientras que la energía vital
que se desprende de la cremación de la materia vegetal, aparte de no
ser tan abundante, no les agrada tanto a estos «Dioses superiores» y
está más de acuerdo con los gustos de otros seres menos
evolucionados.
Por eso, es natural que cuando quieran «holocausto»
de materia vegetal (y los han querido desde el principio de los
tiempos) estos holocaustos tengan que ser mucho más abundantes, ya
que, como dijimos, la materia vegetal libera menos cantidad de esta
energía que ellos buscan en nuestro mundo.
Vea el lector este curioso texto, sacado del capítulo 4 del Génesis,
versículos 2 al 5, que transcribo sólo a título de curiosidad:
«Fue Abel pastor y Caín labrador. Y al cabo del tiempo, hizo Caín a
Yahvé una ofrenda de los frutos de la tierra y se la hizo también
Abel de los primogénitos de su ganado, de lo mejor de ellos. Y
agradóse Yahvé de Abel y de su ofrenda, pero no de la de Caín».
Este capricho de Yahvé o esta discriminación tan injusta, ¿no se
debería a esto mismo que estamos diciendo?
Qué buscan los Dioses
Al fin del capítulo resumiré las diversas cosas que los Dioses
buscan entre nosotros:
-
Buscan, en primer lugar, las ondas que produce un cerebro humano
excitado; (sobre todo atormentado).
-
Buscan las «ondas de la vida», es decir, la energía que
desprende un cuerpo viviente cuando muere violentamente.
-
Buscan las ondas que desprenden todas y cada una de las células,
que todavía siguen vivas por un buen rato después de que el hombre o
animal ya ha muerto.
-
Buscan la sangre derramada, porque cuando ésta está fuera del
cuerpo, libera muy fácilmente una energía que ellos quieren.
Pensemos ahora en un hombre que va a ser inmolado a un Dios (¡y
cuántos cientos de miles lo han sido a lo largo de milenios!):
-
El terror y la desesperación de aquel pobre hombre, proporciona a
los Dioses lo 1° que buscan.
-
La muerte violenta, (de ordinario por decapitación) proporciona lo
2°.
-
Con la cremación del cuerpo consiguen lo 3°.
-
Y un río de sangre, es el fruto natural de estas sagradas
bestialidades con que los hombres hemos sido engañados milenios como
niños...
Aparte de esto, estamos seguros de que hay más cosas que ellos
buscan y consiguen en sus visitas a nuestra dimensión, que pasan
inadvertidas para nosotros, y muy probablemente no la entenderíamos
aunque nos las explicasen 8.
8 He aquí cómo
John Baines ve y explica desde el punto de vista de
su filosofía hermética, estas mismas ideas:
«El sapiens, en su lucha inclemente por la existencia, hace que su
aparato emocional y nervioso elabore ciertos elementos incorpóreos,
pero de una extraordinaria potencia, los cuales "abandonan" el
cuerpo humano en forma de vibraciones que son emitidas por antenas
incorporadas en su unidad biológica, las cuales se encuentran
orientadas o sintonizadas con la frecuencia de los Arcontes, que así
"cosechan" esta fuerza y la utilizan con fines que no divulgaremos;
volviendo a advertir que, de todos modos, cumplen una función
cósmica».
«Es así como el sapiens es despojado inadvertidamente del producto
más noble producido por él mismo, el destilado final de la
experiencia humana... el "caldo aurífero" de su vida»
(pág. 67 de
«Los brujos hablan»).
«El sapiens debe nacer, sufrir, amar, gozar, reproducirse, construir
civilizaciones, destruirlas, enfermar y morir, sólo para beneficio
de potencias superiores invisibles, quienes capitalizan el "producto
vital"».
«El sapiens es, por lo tanto, un esclavo a perpetuidad. No
obstante, ejemplares individuales o aislados (separados del grupo),
pueden llegar a ser libres»
(pág. 45).
Volver al Índice
|