JOSÉ LUIS
Era el año 1976. Terminé de hablar en un gran local público de la
ciudad de México y cuando, sudoroso, entré en la pequeña habitación
contigua al escenario desde el que había hablado, me encontré
esperándome a José Luis. No lo había visto en mi vida. Me saludó
tímidamente y me dijo que quería contarme algo que le venía
sucediendo desde hacía años.
José Luis tendría unos 20 años, era alto, con cara inteligente, de
modo que me inspiró confianza y ni siquiera por un momento sospeché
que podría estar delante de uno de los muchos chiflados que con
demasiada frecuencia vienen a contarle a uno sus «comunicaciones»
alucinatorias con «extraterrestres». Comenzamos a hablar allí mismo
y aquello fue el inicio de una sincera amistad que ha durado hasta
hoy.
He aquí, en resumen, lo que entonces me contó José Luis.
Cuando tenía unos 10 años, un buen día apareció por la escuela
pública en que él estudiaba un muchacho rubio, poco más o menos de
la misma altura que él tenía por aquel entonces —hoy día José Luis
mide aproximadamente 1,85 m—, con una piel muy tersa que hacía muy
difícil adivinar su edad.
El muchacho, que no era alumno de aquella escuela, se hizo amigo de
un grupo de los compañeros de clase de José Luis. Cuando aparecía
por allí los entusiasmaba a todos con sus cuentos sobre viajes
espaciales, sobre nuevos inventos y muchos otros temas más en los
que el extraño forastero estaba mucho más adelantado que sus
infantiles amigos.
A pesar de que hizo muy buenas migas con unos cuantos de ellos,
intimó de una manera especial con José Luis, al que frecuentaba más,
no sólo en la escuela sino también en su casa, hablándole de un
sinfín de temas diversos e instruyéndolo acerca de cosas que en el
futuro le iban a suceder.
Pasado un tiempo hizo una especie de pacto con todos sus amigos,
incluido José Luis, y la señal del pacto fue una especie de ligero
tatuaje que a todos les hizo en la parte interior de la muñeca, que
tenía aproximadamente la forma de una H mayúscula.
En otras palabras, el tatuaje que todavía puede verse en la muñeca
de José Luis, tiene un no pequeño parecido con el famoso signo de UMMO, del que ya le hablamos al lector en páginas anteriores.
Más
adelante volveremos a hablar de ello cuando surjan otras relaciones
con
el caso UMMO.
El misterioso visitante —al que en adelante llamaremos el rubio, ya
que José Luis nunca me ha dicho si tiene nombre propio— tomó la
costumbre de visitarlo en su propia casa, haciéndolo siempre en una
fecha fija, que era precisamente el día de su cumpleaños que caía en
el mes de abril.
Llegada esa fecha, el rubio aparecía invariablemente y saludaba a
todos los miembros de la familia que ya lo trataban como a un
conocido, lo apreciaban por la dulzura de sus modales por lo mucho
que sabía y, especialmente la madre de José Luis, por los buenos
consejos que le daba a su hijo.
La visita fija en la fecha del cumpleaños continuó repitiéndose sin
interrupción y cada vez fue estrechándose más la unión con su
misterioso amigo, que nunca decía de dónde venía exactamente ni
cuáles eran sus actividades ordinarias. Cuando se le preguntaba
sobre esto contestaba con vaguedades, dando a entender que prefería
que no se le preguntase sobre ello.
Por otro lado nunca manifestó que él procediese de otro planeta ni
que fuese diferente a los demás seres humanos. Como ni José Luis ni
nadie en su familia habían prestado anteriormente la menor atención
al fenómeno OVNI, no se les ocurrió sospechar que el rubio podía ser
alguno de aquellos «extraterrestres» que por entonces aparecían de
vez en cuando en las páginas de ciertas revistas y de los diarios.
Sí les llamaba a todos la atención el hecho de que el rubio no
parecía crecer ni envejecer de ninguna manera. Se mantenía siempre
igual, tal como lo habían visto la primera vez. Fue sólo pasados
varios años de este trato cuando José Luis comenzó a sospechar que
algo muy extraño había en la persona de su amigo y aprovechando que
yo hablaba de estos temas, allá acudió para contarme lo que le
estaba pasando.
Una de las circunstancias que me hizo sospechar que el rubio podía
ser un visitante «extraterrestre» del tipo que fuese o un auténtico
jina, fue lo que José Luis me contó relacionado con su matrimonio.
Ni que decir tiene que él desconocía muchos por no decir todos los
recovecos e implicaciones del fenómeno OVNI, y cuando me contaba
anécdotas que le habían sucedido con el rubio no lo hacía
seleccionando aquellas que se parecían a otras que él hubiese leído
en libros de OVNIS, porque en realidad no había leído ninguno y lo
desconocía todo sobre el tema. Más bien lo hacía con cierta timidez
de que lo que me contaba me pudiese parecer una trivialidad o una
chifladura. Yo era el que ante detalles como el que en seguida
contaré, me sobresaltaba al reconocer el parecido que tenía con
otros casos que previamente habían sido estudiados por mí y por
otros investigadores del fenómeno.
La cosa fue que cierto día en que José Luis se hallaba especialmente
deprimido, el rubio le dijo:
—Estás triste y yo sé por qué.
José Luis trató de negar que estuviese especialmente triste o por lo
menos de restarle importancia al hecho, pero el rubio insistió:
—Estás enamorado de una joven y ella no te corresponde porque ya
está casada. Te deprime el ver la resolución de tus deseos como algo
imposible.
Se quedó un momento pensativo y en seguida añadió:
—No te preocupes. Dentro de un año, cuando yo vuelva a visitarte, tú
no sólo estarás casado con esa joven, sino que tendrás ya un hijo
con ella, aunque ahora eso te parezca imposible.
José Luis desconocía por completo la gran afición que algunas de
estas entidades tienen en inmiscuirse en los asuntos familiares y
amorosos de los humanos. Pero la realidad fue que efectivamente, al
año de aquellas palabras, cuando en el mes de abril el rubio volvió
hacer acto de presencia, ya José Luis estaba casado con la joven y
ésta acababa de dar a luz un varón.
Y aquí conviene hacer un paréntesis para explicar los métodos
expeditivos con que algunas de estas misteriosas entidades suelen
desembarazarse de los humanos que de alguna manera entorpecen sus
planes. Suelen ser tremendamente drásticos en sus medios, sin
importarles si éstos son injustos o violentos, según nuestra manera
de apreciar las cosas.
Lo que sí suele suceder es que hacen que las cosas aparezcan como
completamente naturales. Y cuando los medios ordinarios y lógicos no
son suficientes o cuando el tiempo apremia, no tienen inconveniente
en recurrir a métodos mucho más expeditivos por violentos que sean.
Los accidentes automovilísticos, ataques al corazón o incluso
meteoros inesperados —aunque siempre «naturales»— son bastante
frecuentes.
Ignoro cómo fue la retirada del primer esposo de la actual mujer de
José Luis; lo que sí es cierto es que en muy poco tiempo desapareció
de la escena dejando el campo libre para que mi amigo pudiese
cumplir sus deseos.
Como dije anteriormente, este solo detalle me hizo sospechar de que
estaba ante un caso auténtico y le propuse a José Luis que hiciese
dos cosas que nos podrían ayudar a cerciorarnos de si estábamos en
lo cierto. Lo primero que le propuse fue que para la fecha en que su
amigo solía venir, tuviese en su casa un perro.
Sabido es que los animales domésticos y en particular los perros,
gatos y caballos, son especialmente sensibles a la presencia de
estas entidades, a las que son capaces de detectar antes de que lo
hagan los hombres y en muchas ocasiones cuando son invisibles al ojo
humano.
(Lo cual, dicho sea de paso, es una prueba contundente a la
que se suele acudir en parapsicología para demostrar que ciertos
fenómenos que los científicos miopes atribuyen a alucinaciones, son
auténticos y reales, aunque no sepamos explicar con exactitud de qué
se trata. Los animales no tienen afán de notoriedad o de ganar
dinero ni sufren tan fácilmente alucinaciones como los humanos.)
Pues bien, ante mi sugerencia, José Luis me dijo con pena que aquel
mismo año, unas semanas antes de la fecha en que suponía llegaría su
amigo, le habían regalado un perrito y que él tenía una gran ilusión
por enseñárselo a el rubio cuando apareciese. Pero desgraciadamente
el perrito desapareció de casa la víspera de su cumpleaños, y por
más que lo buscaron por el barrio no lo pudieron encontrar.
José
Luis pensaba que en algún descuido, el perro, que era todavía un
cachorro, habría encontrado la puerta abierta y se habría lanzado a
la calle con la fogosidad e inexperiencia con que lo hacen los
cachorros, siendo luego incapaz de retornar a casa o pereciendo bajo
las ruedas de algún automóvil.
Este detalle de la desaparición del perro en una fecha tan cercana a
la llegada de el rubio me pareció bastante sospechoso, pero por el
momento me guardé la sospecha para mí.
La otra prueba que le sugerí a José Luis fue que tratase de hacerle
una fotografía. Su contestación fue instantánea:
«No es amigo de
fotos. Pero en una que le hicimos con toda la familia, en la que yo
puse mi brazo por encima de su hombro, todo el mundo aparece muy
bien menos él, que se ve todo borroso. Fue una lástima porque es la
única foto que tenemos de él.»
Esta contestación de José Luis acabó de disipar mis sospechas de que
estaba ante un auténtico caso de «entidad no humana» que merecía la
pena ser investigado a fondo, dada su poca esquivez y la diafanidad
de sus manifestaciones.
Porque, como ya hemos visto, otra de las
características normales entre estas entidades venidas del «más
allá» es la de ser bastante alérgicas a la fotografía; bien porque
no les guste que las fotografíen o bien porque la radiación que
emiten vela las películas e impide que sean captados por la cámara
fotográfica. El caso es que después de muchos años de trato y
amistad, José Luis no posee ninguna foto de su amigo.
Con este dato de la foto mis dudas se convirtieron en certeza, aun
antes de conocer muchos otros detalles que más tarde fui conociendo,
y abiertamente le comuniqué a José Luis mis sospechas acerca de la
desaparición de su perro.
—Creo que él fue el que te lo hizo desaparecer —le dije.
Ante su incredulidad y extrañeza le expliqué la gran sensibilidad
que los animales tienen para detectar a estas entidades no humanas.
Muy probablemente el perro hubiese aullado o huido despavorido ante
la presencia de su amigo, lo cual hubiese sido comprometedor para
él, pues el perro de ninguna manera hubiese estado tranquilo en su
presencia. Su instinto les dice que están ante algo que «no es de
este mundo» y muy probablemente lo captan merced a su gran
hiperestesia sensorial, que es muy superior a la de los humanos. Lo
cierto es que se aterran. Acerca de este particular podría escribir
páginas enteras, ya que el comportamiento de los animales ante
entidades y fenómenos paranormales es algo que siempre me ha
interesado mucho.
Lo curioso es que José Luis, llegado el momento, le comunicó esta
sospecha mía a su amigo y éste asintió, dándome la razón. Él había
hecho desaparecer el perro por la misma razón que yo había dicho:
hubiera sido un engorro constante durante su visita. Y de paso note
el lector lo que dijimos en párrafos anteriores referente a las
maneras expeditivas que estos individuos tienen de deshacerse de
todo lo que entorpece sus planes.
En años sucesivos, en todas mis visitas a la ciudad de México, de
las primeras cosas que hacía era llamar a José Luis para oír sus
confidencias acerca de su trato con el rubio, que ha continuado
apareciendo religiosamente cada cumpleaños de mi amigo. Hubo unos
años en que sus visitas se extendían más y eran no sólo en el mes de
abril, hasta que un buen día le dijo que tenía que ausentarse y que
por un buen tiempo no volverían a verse.
Ya para entonces la vida de José Luis había cambiado bastante y
siempre de acuerdo a lo que el rubio le había predicho. Para ganarse
la vida se había dedicado a varias cosas, hasta que entró en el
mundo del sindicalismo en donde llegó a ocupar un puesto de
responsabilidad. El rubio le dijo que aquello le iba a traer
problemas con las autoridades, pero que no tuviese miedo y que
siguiese adelante hasta rematar lo que se habían propuesto, porque a
la larga todo se iba a solucionar, como así fue.
De hecho José Luis
fue encarcelado por los pugilatos de una empresa con su sindicato,
pero al poco tiempo fue liberado sin consecuencias. Entonces su
misterioso consejero le dijo que dejase aquel trabajo, pues allí no
había futuro para él y que estuviese atento a las oportunidades que
se le iban a presentar.
Efectivamente, al poco tiempo le brindaron, de una manera bastante
extraña, la oportunidad de entrar en una empresa moderna que tenía
que ver con ordenadores e informática. Naturalmente, al no tener él
una gran formación profesional, y menos aún una especialización
universitaria en las tareas de la empresa, tuvo que contentarse con
un puesto bastante humilde. Y aquí es donde de nuevo podemos ver
cómo es la «eficacia» de un jina cuando se empeña en favorecer a su
amigo humano.
Hoy día José Luis es el jefe supremo —tras muy pocos
años de haber trabajado en ella— de una gran empresa de informática.
No es que me lo cuente él y yo se lo crea sin más ni más; es que he
estado con él en el edificio de la empresa, he visto su gran
despacho comparable ai de un presidente de Banco, he sido testigo de
los silencios solemnes y de las reverencias un poco adulonas que los
empleados de todo el edificio le hacen al pasar, tal como vemos en
las grandes empresas cuan-do pasa el jefe supremo.
Y no sólo eso. El coche en el que José Luis me llevó la última vez a
ver su empresa no se parece en nada al modestísimo «Volkswagen» con
el que se movía años atrás.
Escalar tan rápidamente puestos en una empresa en la que había antes
que él muchas personas interesadas en conseguir lo mismo y con
mayores cualificaciones, no es tarea nada fácil. Sin embargo él no
tuvo que hacer grandes cosas. Su amigo del «más allá» se encargó de
allanarle el camino... y ¡de qué manera!
Todos los que en la empresa podían haber sido competidores para el
puesto supremo y sobre todo aquellos que positivamente
obstaculizaban el ascenso de José Luis fueron desapareciendo
paulatina y «naturalmente» —cánceres rápidos incluidos— hasta que el
puesto le cayó en las manos como pera madura y como algo
completamente lógico y normal al no haber nadie más cualificado que
él para el puesto.
Esa «naturalidad» se ha dado en cientos si no en miles de ocasiones
en la historia. Los dioses juegan con sus marionetas humanas con una
gran maestría y ponen en los puestos claves a sus protegidos o a
quienes ellos juzgan que secundarán mejor sus intereses o cumplirán
mejor sus consignas. A veces se toman el trabajo y el tiempo de
preparar las circunstancias para que todo parezca lógico, pero en
otras ocasiones, forzados por imponderables imprevistos, prefieren
la eficacia aunque se les vea un poco la oreja.
En el caso de José Luis, probablemente su amigo el rubio no lo puso
en el cargo porque espere que desde él pueda hacer grandes cosas,
sino simplemente por pura amistad, por ayudarlo, ya que como vimos,
cuando una de estas entidades extrahumanas se encapricha con un
humano es capaz de hacer por él cualquier cosa.
José Luis me ha contado muchos pormenores de su trato con el rubio a
lo largo de todos estos años.
Algunos son puramente anecdóticos, que
sirven para saciar la natural curiosidad de los humanos ante todos
estos hechos que nos asoman a un «más allá» que, aunque inquietante
y perturbador, es siempre enormemente interesante para nosotros. Sin
embargo otros, aunque aparentemente tan inocuos como los puramente
anecdóticos, encierran profundas lecciones que nos llevan a hacer
deducciones reveladoras.
Porque si bien es cierto que la mente humana está en posición
desventajosa ante estas inteligencias extrahumanas, no por eso
tenemos que infravalorarla y caer en el error de que no podemos
avanzar en el conocimiento de ellas y de otros niveles de
existencia.
Una de las cosas que más nos ha hecho reflexionar siempre en lo que
se refiere a los mensajes de los supuestos «extraterrestres» o
hablando con más propiedad, de estas entidades inteligentes no
humanas (sin que necesariamente tengan que ser extraterrestres) es
su falta de credibilidad; o dicho en otras palabras, su proclividad
a afirmar cosas que juzgadas con la lógica y la mente humanas,
suenan a ramplonas mentiras.
Aunque ya en mi libro Defendámonos de los dioses intenté dar una
solución radical a este gran enigma, en el capítulo siguiente
remacharé aquellas explicaciones con argumentos venidos de otras
fuentes e investigados por personas altamente cualificadas y del
todo ajenas a los «prejuicios» que yo pueda tener acerca de todo
este tema.
El caso es que en el trato y en las conversaciones de el rubio con
José Luis aparecen estas mismas facetas chocantes, que si por una
parte le confirman a uno que está ante un genuino hecho paranormal
englobado en el gran «fenómeno OVNI», por otra lo llenan a uno de
sospechas de que la realidad de los hechos, al igual que la
veracidad de las palabras, no son lo que parecen ser, y en
consecuencia la mente debería ser muy cauta al tratar de enjuiciar
globalmente todo el fenómeno, sin llegar demasiado rápidamente a
conclusiones definitivas ni mucho menos cambiando hábitos de vida o
adoptando patrones de conducta basados en las revelaciones o
enseñanzas de estas misteriosas entidades.
El rubio es muy selectivo en cuanto a las personas con las que se
relaciona; de algunas ni se deja ver, como si le molestara su
presencia. En cambio no tiene inconveniente en dejarse ver y aun en
conversar con otras, aunque no llegue a intimar con ellas como con
José Luis. Mientras éste estuvo soltero se dejaba ver de toda la
familia; sin embargo, una vez casado, que yo sepa, nunca se ha
dejado ver de su esposa. En cambio sí se ha dejado ver de su hijo.
Cierto día estaba José Luis a la puerta de su casa con él, cuando
era todavía muy pequeño, y apareció en la esquina el rubio caminando
tranquilamente hacia ellos por la acera. Se saludaron afectuosamente
como hacen siempre, y el rubio se quedó mirando fijamente por un
rato al niño, que daba muestras de estar nervioso ante la presencia
de aquel extraño al que no había visto en su vida. Al cabo de un
rato, y como el muchacho persistiese en su intranquilidad y
manifestase deseos de entrar en casa, el rubio le dijo que lo
llevase y luego volviese para poder hablar tranquilamente.
La sensibilidad de los niños para cierto tipo de energías es muy
superior a la de los adultos y se asemeja mucho a la de los
animales.
Si el lector recuerda, ya nos habíamos encontrado con esta misma
selectividad en «Zequiel», el rubio que se le presentaba al doctor
Torralba y que tantas similitudes tiene con el amigo de José Luis.
Otro día un vecino de éste le dijo:
—Ayer me acerqué a tu casa para hablarte de cierto asunto y como te
vi en la acera enfrascado en conversación «con un muchacho rubio»,
preferí no interrumpirte y dejarlo para otro día.
El «muchacho
rubio» no era otro que nuestro misterioso personaje, que
precisamente había estado hablando la víspera con José Luis en la
acera de su casa.
En cuanto a mezclar informaciones de muy desigual valor, tanto en lo
que se refiere a su credibilidad como a su contenido, el rubio no se
diferencia de otros casos que el autor conoce muy bien.
En estas mismas páginas se reproducen los planos dibujados por el
rubio en los que éste le predecía algo que luego tuvo un total
cumplimiento y que el lector mexicano podrá comprobar por sí mismo.
(Ver
ilustraciones 14 y 15.)
Nótese que el plano fue dibujado antes de que en una esquina de la
gran plaza del Zócalo, de la ciudad de México, se comenzasen las
grandes excavaciones y los trabajos de restauración que en los
últimos años se han venido realizando.
En cuanto a la parte de la ciudad señalada con una cruz, en donde el
rubio dice que hay ruinas sepultadas todavía mayores, según noticias
que han llegado a mi conocimiento, en las excavaciones para la
construcción de nuevas líneas del Metro, se han tropezado por
aquella zona con importantes ruinas que han alterado en parte los
planes originales. Aunque tengo que confesar que este detalle no lo
he podido comprobar con personas cualificadas para ello.
Sin embargo hay que reconocer que el tremendo acierto que tuvo, allí
donde aparentemente no se veía más que asfalto y casas, nos da pie
para sospechar que también puede estar en lo cierto en su otra gran
predicción.
Otra cosa inquietante en que el rubio coincide con otras entidades
extrahumanas es en la predicción de grandes catástrofes para el
planeta. José Luis no ha querido ser muy explícito conmigo en esto,
porque a lo que parece así se lo han recomendado; pero de una manera
genérica me ha dicho que el rubio claramente le ha indicado que
vienen tiempos muy malos.
Ésta es una constante que se da también en casi todos los videntes y
profetas. Una constante que a mí personalmente no me inquieta,
porque la vengo leyendo y oyendo hace muchos años, tanto de parte de
los profetas religiosos como de los videntes psíquicos que no hablan
en nombre de ningún Dios. Y las generaciones se siguen sucediendo
una tras otra como las cosechas de hierba, y este pecador mundo, si
bien es cierto que a trancas y barrancas, sigue girando en el
espacio.
La gran catástrofe de este planeta no es ningún cataclismo cósmico;
nuestra gran catástrofe son los líderes estúpidos y desquiciados que
padecemos, inflados por el poder; y con los doctrinarios fanáticos
que siguen envenenando las conciencias y llenando los corazones de
suspicacias o de odios con sus dogmas y sus necios patriotismos.
A veces pienso que estas profecías cataclísmicas, a fuerza de ser
repetidas generación tras generación por profetas y videntes de
todos los tipos, han logrado sembrar una angustia profunda e
inconsciente en el alma de los humanos. Esta angustia parece que es
útil a alguien o para alguna causa que pasa completamente
inadvertida para nuestra mente.
No creo en los castigos de Dios inmediatos de que nos hablan los
enfermizos videntes religiosos. El Apocalipsis ha tenido ya dos mil
años para hacer valer sus profecías cataclísmicas; y si no lo ha
hecho en todo este tiempo tampoco creo que lo haga en nuestros días.
Pero lo extraño es que el rubio también habla de catástrofes
próximas, lo cual es altamente sospechoso y nos lleva a la
conclusión de que José Luis no debería caer en la tentación de
entregar su mente por completo a todas las sugerencias y enseñanzas
de su amigo, manteniéndola en cambio alerta para caer en la cuenta
de cuándo los mensajes del misterioso confidente sobrepasan su
capacidad de comprensión u obedecen a otras normas lógicas
diferentes a las nuestras, o simplemente son nocivos a sus propios
intereses.
Éste es un axioma que todos los contactados deberían tener siempre
muy presente pero que desgraciadamente no lo tienen, por hacérseles
imposible dudar de la buena voluntad de sus cósmicos interlocutores.
Los que estamos fuera de este embrujamiento o fascinación, y por
otra parte conocemos a una gran cantidad de contactados con los
resultados finales de toda su extraña experiencia, podemos dar un
juicio más certero de todo el fenómeno.
Y al que pregunte cómo es posible que seres tan evolucionados no
caigan en la cuenta de que ciertas enseñanzas o sugerencias pueden a
la larga ser nocivas para sus amigos humanos
o que, cayendo en la cuenta, no les importe que lo sean, les
repetiremos que las «leyes morales» de un nivel cósmico no se
aplican a otro. Los humanos acabamos comiéndonos sin escrúpulos a la
vaca que nos ha arado el campo y que nos ha dado terneros y leche
por años.
El «bien» o «mal» del contactado no tiene importancia, por
duro que esto parezca, si lo comparamos con la misión que el «dios»
o visitante de otras dimensiones tiene asignada en nuestro mundo.
Nosotros sólo somos sus esclavos; esclavos racionales o semirracionales, pero esclavos al fin.
Esto no quiere decir que todos ellos prescindan o se desinteresen
por completo de lo que puede hacer sufrir al hombre y menos aún que
se ensañen en buscar su mal. Después de reflexionar mucho sobre ello
y de conocer muy diversos casos, hemos llegado a la conclusión de
que algunos de ellos buscan positivamente el bien del hombre. Aunque
la mayor parte dan la impresión de ayudarlo sólo en tanto en cuanto
éste obedece sus órdenes y facilita la consecución de los planes de
ellos. Y esto por no hablar de otros —a los que ya nos hemos
referido— que gozan en jugar con el hombre, sometiéndolo a toda
suerte de engaños y hasta sacrificándolo fríamente.
Pero volvamos a el rubio.
Otro aspecto que me resulta sospechoso es
su pretensión de identificarse con los visitantes de UMMO. Si todo
lo relacionado con este asunto ya resulta de por sí bastante
complicado y sospechoso, la afirmación de el rubio de que él es uno
de ellos se hace más sospechosa todavía. ¿Por qué? Porque muchas de
las circunstancias que se dan en sus manifestaciones no están del
todo de acuerdo con lo que sabemos de los visitantes ummitas.
Aparte de su talla —los de UMMO son más bien altos mientras que él
tiene la estatura de un niño de unos 10 años— hay muchos otros
detalles que no cuadran.
Una cosa que me llamó mucho la atención fue que cuando le entregué a
José Luis los tres tomos en que alguien ha ordenado toda la
documentación recibida de los ummitas, el rubio se apresuró a
decirle que no la leyese por el momento y que esperase a leerla
cuando él se lo dijese. Ignoro en este momento si José Luis ha
recibido ya el permiso para leerlos.
Me pregunto, ¿por qué esta prohibición?
Lo que uno deduce es que
José Luis detectaría en seguida las discrepancias que hay entre los
informes de UMMO y los recibidos por él de su amigo y descubriría
que, por una u otra razón, no le había dicho la verdad. Y esto
podría minar de raíz su credibilidad y hasta las buenas relaciones
tenidas hasta entonces. Comprendo que me puedo equivocar en mis
deducciones, pero uno tiene derecho a preguntarse y a sospechar.
En ocasiones, las circunstancias que rodean las comunicaciones de
los contactados con sus visitantes del más allá, tienen ribetes de
novela policíaca.
Le contaré al lector una de esas «circunstancias», que aparte de sus
pinceladas rocambolescas, encierra a mi manera de ver una estrategia
o una astucia de estos seres que es todo un desafío para la
inteligencia humana.
A fuerza de conocer y analizar casos del «fenómeno OVNI» he llegado
a la conclusión de que estos extraños visitantes o estas
inteligencias —quienesquiera que sean v vengan de donde viniesen
— distan mucho de ser todopoderosos y perfectos. A la corta, los
seres humanos estamos en desventaja ante ellos; y si acomplejados
por nuestra inferioridad dejamos de usar a fondo nuestra mente, no
evolucionaremos, y a la larga seguiremos siendo manipulados por
ellos por los siglos de los siglos. Por eso es absolutamente
necesario que los humanos les perdamos el miedo y comencemos a ver
sus debilidades y a usarlas en nuestro provecho.
El caso fue que en cierta ocasión José Luis sintió la necesidad de
retirarse varios días a un lugar tranquilo, con el fin de preparar
un plan necesario en su empresa, al mismo tiempo que descansaba un
poco del asfixiante tráfago diario. Hizo un reserva en un hotelito
muy privado, en la ciudad de Cuernavaca, y se dirigió allá, solo, a
pasar el fin de semana.
Llegado al hotel, que en aquella fecha del año estaba prácticamente
sin huéspedes, se registró, acomodó sus cosas en la habitación y
bajó a darse un chapuzón en la piscina.
Sin prestar atención a si había o no había alguien por allí — era el
atardecer— se zambulló en el agua, avanzando por debajo de la
superficie hasta topar con el muro. Allí sacó la cabeza, y para su
sorpresa, se encontró con un individuo joven, de pelo negro, que
estaba sentado en una silla, descalzo, apoyando sus pies en el borde
de la piscina. A José Luis le llamó en seguida la atención una cosa:
aquel individuo tenía los pies de un color marcadamente amarillento.
Obligado casi por las circunstancias, lo saludó con una frase
tópica, y ya que prácticamente eran los únicos huéspedes del hotel,
quedaron en verse más tarde en el bar.
Efectivamente, una hora después, allí estaba aquel extraño huésped
esperándolo en el bar. José Luis le preguntó qué quería tomar y él
le contestó que únicamente agua. José Luis pidió un cóctel con
hielo. Cuando trajeron las bebidas el camarero, por error, puso el
cóctel helado ante el amigo de José Luis y ante éste el vaso de
agua.
Para subsanar el error, el desconocido extendió rápidamente su mano
hacia el cóctel, con ánimo de acercarlo a José Luis, pero en cuanto
tocó el cristal empañado por el frío hizo un gesto como de dolor,
retirando la mano al instante.
José Luis notó con extrañeza su gesto y todavía se sintió más
intrigado al notar que aquel individuo no cesó de frotar su mano
contra el muslo durante la larga conversación que mantuvieron, como
si quisiera calentarla después del enfriamiento que había sentido al
coger el vaso helado.
Hasta aquí los dos detalles que me han hecho reflexionar
grandemente, por pensar que en ellos y en otros semejantes —más que
en lo que estos visitantes digan— está la clave de su verdadera
identidad e intenciones hacia nosotros, contempladas desde nuestro
punto de vista humano.
¿Por qué digo esto?
Por lo siguiente: José Luis desconocía casi por
completo todo lo relacionado con el asunto UMMO. El extraño
personaje con quien él trabó amistad en el solitario hotel resultó
ser, según propia confesión, un enviado de el rubio, que por
diversas circunstancias no había podido ir a visitarlo personalmente
en aquella ocasión.
En la larga conversación que aquella noche sostuvieron en el bar
después del incidente del cóctel, el solitario huésped le contó a
José Luis muchas cosas muy interesantes, acerca de la civilización a
la que él pertenecía y en concreto acerca de la personalidad de el
rubio, que resultó ser una personalidad de muy alto rango en su
planeta de origen.
Pues bien, entre las cosas que le dijo, le confirmó lo que ya le
había dicho el rubio: que ellos eran de UMMO.
Esta afirmación me llena de dudas y desata en mi mente una catarata
de deducciones. El rubio y sus misteriosos congéneres sabían que la
noticia del «asunto UMMO» necesariamente tendría que llegar a oídos
de su protegido y éste, a poco que la analizase, descubriría
contradicciones tal como ya hemos indicado.
¿Qué hacer ante tal situación?
Adelantarse a solucionar dudas y
deshacer sospechas, antes de que éstas se presentasen. O dicho de
otra manera, reforzar la propia credibilidad basándose en «detalles»
aparentemente sin importancia.
José Luis no sabía que los ummitas tienen una parte del cuerpo —de
ordinario cubierta por el vestido— que es claramente amarillenta.
Esto algún día llegaría a ser conocido por él y ¡oh casualidad!
cuando salió del agua lo primero que vio fueron los pies amarillos
de su desconocido amigo, cosa que los ordinarios confidentes de los
ummitas de diversas naciones del mundo nunca habían visto y
únicamente conocían en teoría por informaciones de los mismos
ummitas.
José Luis tampoco sabía nada de la extrema sensibilidad que los
visitantes de aquel planeta tienen en las yemas de los dedos. El
episodio del fulminante efecto de la frialdad del vaso en la mano y
de la constante frotación de los dedos contra el muslo, parece que
tenía por objeto que él identificase automáticamente a su amigo con
los ummitas en cuanto conociese esta cualidad o debilidad de ellos.
Con esto, las dudas que pudieran haberle surgido acerca de la
credibilidad de el rubio perdían fuerza ante estos hechos de los que
él mismo había sido testigo, tan concretos por un lado y tan
«casuales» por otro.
Puede ser que me equivoque en mis deducciones, pero el lector debe
saber que circunstancias «casuales» como éstas, se han dado en
múltiples ocasiones en las relaciones de los contactados con sus
visitantes. Y ante la pregunta de cómo seres tan evolucionados
puedan ser tan ingenuos en sus estratagemas para «engañarnos» o para
convencernos de lo que quieren, repetiremos que distan muchísimo de
ser todopoderosos y omniscientes y que tienen muchas limitaciones
cuando actúan con una lógica totalmente diferente a la nuestra. Más
tarde insistiremos en esto.
Otra pregunta que se le viene a uno a la mente es la siguiente: ¿Y
por qué quieren identificarse con los visitantes de UMMO si en
realidad no lo son? ¿No es esto un engaño o una mentira manifiesta?
«Engaño» y «mentira» son palabras, conceptos y valores que
pertenecen a nuestro mundo y que no se aplican al de ellos. Los
hombres «engañamos» constantemente a los anima les y sin embargo no
pensamos que hacemos nada malo ni somos llevados por ello ante
ningún tribunal, porque a fin de cuentas el «engaño» no se considera
como tal y por lo tanto es perfectamente lícito tratándose de
animales.
La fuerza de la pregunta está no en si eso es un engaño o no, sino
en por qué lo hace. Confieso que la contestación no es nada fácil y
la mente humana se pierde en un mar de conjeturas en las que puede
fácilmente equivocarse.
En el caso concreto que consideramos, una solución a la duda podría
ser que se tratase de dos tipos de visitantes completamente
diferentes. Es decir, los de UMMO podrían ser unos seres como
nosotros, con muchos años de adelanto en cuanto a sus técnicas y a
su evolución, pero en el fondo seres como nosotros, con una realidad
física y fisiológica equiparable a la nuestra, que no pueden
transformar a voluntad y de la que no pueden prescindir. En otras
palabras, unos seres que aunque de un planeta muy alejado del
nuestro, viven en nuestra misma dimensión o en una totalmente
sintonizada con la nuestra; por eso, cuando vienen a nuestro mundo y
se ponen en comunicación con nosotros, conectan bien con nuestra
manera de ser y se hacen creíbles, al mismo tiempo que son más
vulnerables a nuestra posible hostilidad.
El rubio, en cambio, pertenecería a seres de otra dimensión, con una
realidad física completamente diferente de la nuestra. El cuerpo con
el que se manifiestan entre nosotros sería fabricado ad hoc y su
«mente» o su inteligencia funcionarían en otros parámetros
totalmente diferentes de aquellos en los que funciona la nuestra.
Admitiendo estas suposiciones, no es difícil comprender por qué
seres tan distanciados de nosotros quieran unirse o «ser asociados»
a otros seres que teniendo también el marchamo de «no-humanos», se
presentan sin embargo con unas credenciales mucho más aceptables
para los hombres de este planeta.
Pero lo malo es que este aparente «engaño» no lo vemos sólo en este
caso que estamos comentando, sino que es casi una constante en todo
el fenómeno OVNI: los «visitantes cósmicos» suelen decir con
muchísima frecuencia cosas que no se atienen a la realidad.
La
pregunta clave sigue esperando una respuesta: ¿Por qué lo hacen?
En el capítulo dedicado a los jinas, tal como se conocen en el
islam, hay otra posible solución a la pregunta. Pero entonces
tendremos que volver a preguntarnos: ¿son todos los que «engañan»
o dicen cosas que no se atienen a nuestra lógica ni a la realidad
que conocemos, jinas malévolos que buscan jugar con el hombre?
Creo que no. Creo que hay seres que buscan positivamente el bien de
los humanos con los que se comunican y creo que los hay que nos
defienden de los posibles «engaños» de otros. Pero aun a pesar de
esto, sigo creyendo que no lo hacen —ni la «ayuda» ni el «engaño»—
por amor o por odio a nosotros sino en definitiva por su propio
interés. Los mismos que ayudan a ciertos humanos es muy posible que
perjudiquen a otros porque así les conviene en ese momento.
Tengo mi sospecha de que la última razón de por qué algunos de estos
seres dicen cosas que no se atienen a la realidad es para salir del
paso o sencillamente les tiene sin cuidado lo que nosotros pensamos
de ellos. Algo así como lo que muchos padres y madres hacen cuando
sus pequeños hijos les preguntan, mientras son enfundados en sus
pijamas para irse a la cama, si al día siguiente los van a llevar a
ver los coches de bomberos. Los papás, casi sin oír, afirman
solemnemente que sí, y hasta les aseguran que les comprarán un coche
«de verdad». Pero lo único que tienen en mente es que aquel mocoso
acabe de meterse en la cama, y los deje ver a ellos su programa de
vídeo con tranquilidad.
Comprendo que esto que estoy diciendo es inadmisible para muchas
personas y suena como algo insultante para la raza humana. Pero ante
tanta «mentira» dicha por nuestros visitantes, incluidos los que han
ayudado a sus contactados, uno no puede menos que pensar así, por
duro que sea para el orgullo humano.
Hay todavía otro aspecto aún más difícil de explicar; pero nos
llevaría demasiado lejos el pretender encontrarle ahora una solución
y nos apartaría del tema concreto que estamos tratando en este
capítulo. Me refiero a las prolijas instrucciones sobre variadísimos
temas —prescindiendo ahora si son verídicas o no— con que estos
seres del «más allá» suelen instruir a sus visitados. En muchísimas
ocasiones tales instrucciones suenan a absurdas, a la larga han
resultado completamente inútiles y con frecuencia han sido hechas a
individuos que no estaban preparados para poder asimilarlas. Dejemos
para otra ocasión la explicación de este extraño hecho, que tan
frecuente ha sido y sigue siendo entre los contactados.
En nuestro caso, José Luis también ha recibido muchas instrucciones,
pero él está preparado para asimilarlas y no se puede decir si en el
futuro le serán de alguna utilidad. Algunas de ellas, a juzgar por
los hechos, parece que le han sido ya muy útiles.
Lógicamente, el lector se estará preguntando hace rato: ¿quién es
este rubio y de dónde procede?
Cuando José Luis le ha hecho esta
pregunta, directa o indirectamente, la contestación ha sido siempre
una evasiva en la que más o menos veladamente le decía que prefería
no hablar del tema. Según José Luis me ha dicho, nunca le ha
confesado abiertamente que él no es de este mundo, aunque se lo ha
dejado entrever en muchas ocasiones.
Cierto día le dijo con alguna tristeza que tenía que irse y que
estarían un buen tiempo sin volver a verse. Efectivamente cuando
tocó el tiempo de su visita acostumbrada, no se presentó y estuvo
muchos meses sin aparecer. Fue en este tiempo cuando sucedió el
episodio del hotelito con el «ummita» de los pies amarillos.
En la actualidad la extraña simbiosis de José Luis y el rubio sigue
todavía funcionando. Dudo si algún día tendré la oportunidad de ver
personalmente a este personaje del «más allá» y de cambiar con él
algunas palabras. Presumo que mi presencia es «non grata» porque
tengo gran tendencia a preguntar y a llegar hasta las raíces de las
cosas. Y como hemos visto, a estos seres les gusta muy poco ser
interrogados acerca de sus orígenes y de sus intenciones en nuestro
mundo.
En bastantes ocasiones he escrito formularios enteros para que los
diversos «contactados» los usasen cuando fuesen visitados, y
prácticamente en todos los casos mis amigos volvieron sin que sus
preguntas hubiesen sido escuchadas. En lugar de contestar preguntas
prefieren dar instrucciones.
Y en alguna ocasión, ante el formulario
del humano, le han dicho tajantemente que lo que tenía que hacer era
oír, en vez de preguntar.
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