3. Mamitu y Sa'am

« Tú has abierto mi corazón al conocimiento, y tu abres mis oídos [.] en base a tu bondad. Pero mi corazón gime y se funde como la cera a causa de la culpa y del pecado.”
Manuscritos de Qumran

Salmos de acción de gracias (rollo de Hymes)

Columna 22 fragmento. 4
 

Gîrkù-Tîla Nudîmmud / Min-ME-Es


De vuelta a la superficie de nuestro planeta, el engañoso y tórrido viento del desierto me obligó a colocar mis Gigirlah en los alrededores de la sala de creación. Adentro, el zumbido familiar de la actividad del Siensisâren me despertó suavemente de mi pesadilla.

 

En las numerosas redes de sacerdotisas que atendían en todos los sentidos, yo entendí, sin dolor, que la información con respecto a nuestra misión secreta se había, obviamente, propagado en todo el planeta. Examiné los lugares observando a Mamitu conversar con un grupo de sacerdotisas. Al acercarme, me di cuenta de que Nammu estaba vestido en la pompa Santa, dispuesto a designar quienes compartirán su cama.


El cuerpo delgado de Mamitu estaba apretado en una estrecha vaina blanca que era abierta hasta la parte baja de la rodilla y sus hombros y brazos estaban expuestos. Sobre su pecho, un pectoral adornado de esmeraldas, en sus muñecas, tenía pulseras kùsig, y a sus pies, sandalias cosidas con el mismo metal, ejerciendo en armonía un ceremonioso y gracioso atractivo. Al verme, las sacerdotisas se dispersaron silenciosamente, dejando a la planificadora acogerme con una amplia sonrisa.


El espíritu completamente abandonado a la desesperación, oculté algunos momentos mi terrible delito, felicitándola por su deliciosa intención. Yo estaba, de verdad, feliz por ella. Mamitu me sonrió, entonces, con alegría e intentó decirme algo, pero un nudo en su garganta, por la emoción, no le permitió que sacara ninguna palabra. Me asombré de esta inusual reacción, y estremecido internamente me di cuenta que el apasionado consentimiento de su deseo no estaba destinado a un Nungal sino que a mi persona. ¡Qué tonto fui!

 

Me sentía febril y completamente impregnado con un indescriptible fuego que corría por sus venas. ¿Qué era, entonces? La extraña y deliciosa sensación que percibía en lo más profundo de su ser la corroía internamente como una extraña enfermedad.

 

Mi silencio dijo mucho. Mamitu adivinó mis pensamientos y se sintió molesta y avergonzada. Teníamos la piel de color oliva, por lo cual nuestra epidermis no cambiaba color cuando al estar avergonzados. Pero si en ese momento, Mamitu hubiese tenido la piel más clara, se habría podido decir que se enrojeció de vergüenza y confusión.

 

Por último, con aire de dignidad y la cabeza en alto, se recuperó y decidió hablarme.

- Bien, Sa’am, ¿tendrías objeción que expresarte en contra de la excelencia de mi decisión?


- No, por supuesto. Solamente que es algo inesperado y un tanto inadecuado, eso es todo.

Le di la espalda y la dejé, sin saludo. Esto era una afrenta, pero tenía otras preocupaciones en mente. Sin embargo, me sentía en el deber de aceptar sus favores, ya que nuestras leyes nos impedían estrictamente que la rechazara.


En el punto en el que estaba, ella habría podido hacer de mi su dócil esclavo flexible y obligarme a saciar sus deseos ocultos. Si yo hubiera podido, seguramente lo habría hecho. Me habría precipitado, quizás, a sus pies y la habría venerado como es el deber un varón adorar al quien lo eligió.

 

Además, habría estado bajo su divina protección y con un poco de suerte, así como con la ayuda de su condición divina, habría sido absuelto, o mi castigo podría haber sido mitigado, quizás. Entonces, Mamitu habría hecho de mi su objeto de placer, le habría entregado mi cuerpo y habría compartido su cama, esforzándome en cumplir con sus deseos más inconfesables.


¿Que otra cosa podría esperar una sacerdotisa de un hombre, si él se abandona favorablemente a sus más íntimos caprichos?

 

Estaba terriblemente cansado y no me hacía ninguna ilusión en cuanto a mi destino. Yo estaba aislado en una esquina del laboratorio para hacer el punto en mi torturado espíritu. Debía tomar cuanto antes una decisión.

 

Era necesario encontrar a Tiamata y explicarlo todo desde el principio, incluso traicionar a mi creador, o dejar que An acabase con su terrible empresa? ¡Monumental dilema, incluyendo la monstruosidad de las dos salidas excluía toda solución! Yo estaba paralizado y parecía esperar mi irrevocable y final caída. Al cabo de un momento, oí ruidos de pasos detrás de mi, el crujido que hacen las sandalias sobre el suelo.

 

Era ella.

 

Yo esperaba lo peor. Vista la afrenta que acababa de hacerle sufrir, Mamitu tenía derecho a pedir reparación. Estaba perfectamente dispuesto a sufrir la ira de una sacerdotisa indignada.

 

Se acercó mi, se colocó a mis lado y, contra toda espera, colocó su delicada mano sobre mi brazo.

- Estoy triste Sa’am. Sabes, vengo de una gran distancia, y la lejanía me hizo darme cuenta de que estas prácticas son completamente injustas y yo añadiría incluso, que de otro tiempo. Espero que esto pueda, pronto, cambiar, pero desafortunadamente aún no es posible. No deseo obligarte a concederme tus favores y te concedo la libertad, si así lo deseas de verdad.


Dulce Mamitu, definitivamente, ella no era como otras. ¿Habrá sido su prolongado aislamiento sobre Uras que la había vuelto así? Nunca una sacerdotisa habría aceptado liberar al varón que ella había elegido. Además de ser terriblemente exquisita, poseía una bondad de corazón muy notable.
 

- No tienes porqué disculparte, noble Nindiğir (sacerdotisa). Si pudiera, aceptaría tu oferta, ya que sería necesario estar loco para rechazarla. Tu eres la más tierna Nindiğir que mi creador y yo hayamos jamás encontrado. Pero no puedo acceder a tu petición por razones que no puedo revelarte. Debes saber, sin embargo, que beso tu nombre y me siento honrado plenamente por tu elección.

A estas palabras, Mamitu recuperó un poco de su naturaleza imperiosa. Con la mirada brillante, finalmente salpicada de kùsig, una ligera sonrisa se esbozó en la comisura de sus labios apenas maquillados, entrelazando lánguidamente sus dos brazos en torno a mi, susurrando.

- Eres muy misterioso Sa’am. Sólo estoy tranquila a medias. No es mi nombre el que desearía que besaras, tu debes también.

Yo estaba aturdido por su gracia y obstinación. ¡Con ambas cosas! Podía vivir con un beso, si tal fuera su deseo. En esta época, los Gina’abui no se besaban de la misma forma como sobre Uras. Cuando una sacerdotisa nos ordenaba besarla, no era en la boca, sino sobre sus pies. Sin duda alguna era otra manera de señalar nuestra sumisión ante el sexo femenino.

 

Respetuosamente me fui hacia abajo, bordeando la larga manga que le cubría sus muslos e hice frente a sus dos finos y delicados pies. Éstos brillaban ligeramente impregnados del mismo exótico perfume que yo no conocía. Antes de que haya podido darme cuenta, Mamitu se bajó precipitadamente, colocándose a mi nivel.

 

Nuestras dos caras estaban muy cercanas una de la otra, como nunca no lo habían estado antes. Sus hombros desnudos, brillaban también, y estaban asimismo sutilmente empapados del mismo perfume embriagador. Estaba completamente bajo la influencia de su belleza y ella lo sabía. La sacerdotisa aprovechó para fijarme su mirada profunda y brillante.


Teníamos los ojos más bien rojos, pero la planificadora los habían revestido magníficamente con cobre, con matices amarillos y verdes en el interior. Sin embargo, esto no era una excepción, ya que había observado que algunas de nuestro Nindiğir poseían ojos de un verde profundo. La atmósfera era extrañamente asfixiante, y casi caliente.


No es así. Algunas Kadistu (planificadoras) proceden de esta manera. Mamitu colocó delicadamente sus labios sobre los míos y pasó furtivamente su lengua en mi boca. Completamente sorprendido por este inculto método, me pregunté si era necesario contener mi respiración. Una extraña sensación me recorrió el cuerpo, como si millares de hormigas circulasen por mis venas. Cuando ella me liberó de este extraño hábito, entorpecido, yo reconocí en mi boca, un sabor metálico asemejándose al kùsig, y también un gusto azucarado, completamente irreconocible.

 

Mis labios estaban pegados, no podía decir nada inteligible.

- Dije, ¿el interior de tu boca está perfumado!?

Mamitu soltó una apasionada carcajada, casi molesta

- No es el interior de mi boca, joven Bûlug, son mis labios impregnados de un sutil perfume de flor de Uras mezclado con polvo kùsig.

Observé furtivamente su boca glosada y observé que estaba, efectivamente esmaltada con un fino polvo del precioso metal. Mamitu me fijó los ojos y tomó un tono más serio al pasar su mano sobre mi cara.

- Encantando Am, tendré muchas cosas que enseñarte si aceptaras mi noble cama.

 

- ¿Es necesario de verdad dormir contigo, mi digna (hembra)?

Ella bajó sus ojos y se señaló, desconcertada.

- ¿Debo entender que no soy de tu gusto? Eso no es lo que acabas de decirme anteriormente. Definitivamente, no te comprendo. ¡Eres completamente incoherente y estúpido! No obstante, sólo tengo una palabra, eres libre.

La pobre no podía entender. Para ella, era imposible que un varón no tuviera posesión del Gès, además, ella no sabía nada con respecto a la anatomía de los Anunna, de los cuales el estaba supuesto a ser el primer ejemplar. ¿Por qué se le privaría a un varón su sexo? La planificadora de Uras, al igual que Tiamata, defendían ardientemente la próxima ronda de nacimientos dentro de las Amasutum.

 

Cuando Mamitu se preparaba a abandonar el lugar, yo me levanté y la agarré por el brazo. Ella tomó mi mano con fuerza.

- ¿Cómo te atreves? ¿No hiciste ya bastante?

La planificadora levantó la cabeza para fijarme la mirada. No obstante, al mismo tiempo que yo la miraba, ella encontró en mis ojos una expresión vulnerable que le agradó un tanto, haciendo que se calmara inmediatamente.

- ¡Pequeño niño perdido, tu no estás bien, indudablemente! Sólo deseo una única cosa: ayudarte, si tu me lo permites. Confía mi, hijo mío. Tu que me mientes desde nuestro primer encuentro. Tu, que has pasado tu tiempo encubriendo un pesado secreto. ¿Sabrás tu ser sincero por esta vez, y olvidarte de tu creador?

Increíble sacerdotisa, de impresionante clarividencia, que tienes respuesta a todo mientras no poseías el control del Niama. Sus sentimientos eran, de verdad , sinceros respecto a mi.

 

Las sacerdotisas utilizaban a menudo la expresión “mi hijo” al nombrar a los Gina’abul masculinos. Cada vez que Tiamata o una sacerdotisa me llamaba de esta forma, la realidad me alcanzaba, recordándome que todos éramos considerados como hijos de las sacerdotisas 35.

- ¿Podrías tu, de verdad, ayudarme, noble Kadistu (planificadora), y estarías, de verdad, lista para eso? La verdad, a veces, duele, añadí.

35. Las Amasutum habían instaurado un sistema matriarcal en el cual las hembras ejercían una autoridad soberana. Es interesante tener en cuenta que la palabra matriarcado procede de la mezcla de los términos latinos mater (madre) y del griego arkhê (orden). La descomposición sumeria MA-TE-ER “que produce y establece la creación” o también “que lleva y crea la fundación”. La partícula sumeria TE (creación, fundación) posee la misma señal pictográfica antigua en forma de dos estrellas que se unen, la partícula MÛL (estrella), esto quiere decir también un que a un tiempo lejano; y TE y MÛL poseían un sentido común. Este descubrimiento nos incita a traducir también MA-TE-ER en “que guía y establece las estrellas”, lo que se ajusta al papel de planificación que ejercen las Amaèutum.

 

Mamitu recuperó su radiante sonrisa.

- La franqueza nunca me ha dado miedo, estoy listo para todo. ¡Sí, deseo ayudarte, lo quiero, lo exijo!

¿Era esto, por fin, al menos, en parte, la salida de mi tortura? ¿Cómo rechazar una mano tan tierna? ¿Habrá sido efectivo el shock de mis revelaciones o iba a rechazarme, invadida por el temor y el disgusto? La hora no estaba ya para preguntas.

 

Yo no me consideraba ya digno del nombre que me había concedido An, era hora de ser honesto conmigo mismo. Decidí pues, a pesar de algunas vacilaciones, revelarle todo a Mamitu por medio del pensamiento. Le dije que no se preocupase y que confiaba plenamente en cuanto a la manipulación que ella habría de realizar. Coloqué entonces mi mano derecha sobre su frente, abriendo mi sexto éagra principal, sede consagrada de todas las facultades superiores, y me reveló, con un guiño de ojo, mientras proyectaba aquello que había visto desde mi creación hasta este instante.


Todo el conjunto de esta vergonzosa historia le fue descargada sin consideraciones. Sólo hacía algunos días que yo existía, y sin embargo, ya tenía numerosos secretos que revelar. Todo fue la terrible maquinación de An, el inefable horror de su plan maquiavélico, el torbellino de locura y perversidad que lo animaba, mis mentiras para encubrirlo, mi Ğèš completamente inexistente, la verdadera naturaleza de los Anunna, la muerte de Abzu-Abba. ¡en resumen, la encarnación de una pesadilla despierto !

 

Cuando abrí de nuevo los ojos, percibí que Mamitu era presa del pavor, completamente angustiada, sus dos manos aferradas a mi brazo. La solté por fin. Febril y en pleno ataque de nervios, ella casi se derrumbó sobre el suelo, desmayada, inconsciente, pero tuve el reflejo de detenerla con las puntas de los dedos.


La tomé en mis brazos y la transporté delicadamente a la nariz de las sacerdotisas, completamente aturdidas. Estaban preocupadas. Yo percibí que un gran número de ellas se preguntaban sobre el origen de su malestar y sobre mi presencia entre ellas; era un verdadero objeto de curiosidad y rumores. No dejé de tranquilizarlas y les dije que la transportaría a sus aposentos.

 

En este momento, la sonora señal resonante, avisando la próxima apertura de las matrices se hizo escuchar. Les pedí que recibieran a los nuevos seres y pusieran fin a la cadena de fabricación, hasta nueva orden. Por suerte, el viento no soplaba ya en el exterior. Encontré los aposentos de la planificadora al final de la sala central, en la penumbra de una pequeña callejuela donde la luz del día prácticamente no se filtraba. De paso, a la puerta de su alojamiento, resonaba una extraña música.

 

De los metálicos y armoniosos sonidos, mezclados a canciones lejanas, formaban una melodía ceremonial de una rara belleza. Una luz filtrada bañaba todo el apartamento. Cristales rociaban el suelo. Obviamente, este agradable lugar no podía sino aportar toda la comodidad de la cual tenía necesidad una sacerdotisa.


La extendí en el centro de su cama, entre un montón de pequeños cojines con tintes iridiscentes. Mamitu estaba todavía dormida, y con una expresión mucho más serena en su suave cara, cosa que me tranquilizó un poco. La observé un momento, pensando que, en verdad, poseía una gran belleza y un encanto inquietante. Al verla, así, extendida, y completamente expuesta a mi sola mirada, mis ojos recorrieron su cuerpo y se dirigieron finalmente a una de sus manos.

 

Observé repentinamente que llevaba la marca del sistema estelar de Gagsisà (Sirio), y sus manos estaban ligeramente palmeadas. No sabía que Mamitu procedía de este maravilloso lugar. Gagsisà era para las hembras Gina’abul y sus aliados, los Kadistu, una de las bases más importantes de la confederación de los planificadores. Este descubrimiento me perturbó, ya que había observado que mis manos llevaban también esta particularidad.

 

Eran menos obvios y marcados que las de Mamitu, como si mi creador hubiese querido borrar la marca de Gagsisà (Sirio). ¿Tenía yo alguna conexión particular con esta constelación? Era imposible, por la única razón de que An no tenía absolutamente ninguna.


Estaba sentado ante ella sobre la cama, sobre esta famosa cama que deseaba ardientemente compartir conmigo, y realicé que era prácticamente tan sensual, que la idea de yacer a su lado me hizo de extenderme a su lado. Esta idea me hizo saltar de la cama.


Curioso, hice una vuelta rápida de los lugares con el fin de hacerme una mejor idea sobre lo que podía ser el apartamento de una sacerdotisa. Este lugar estaba lleno de objetos inquietantes, cuyo lejano exotismo alejado me hizo inmediatamente pensar en el sistema de Ti-ama-ta (el sistema solar) y de su planeta Uras.

 

Viendo los aposentos de Mamitu, difícilmente podría engañarme, sin embargo, algunos de estos objetos evocaban en mí muy claramente de las impresiones y los lugares. ¿Cómo era posible esto?

 

An, a mi modo de ver, nunca había puesto los pies en el sistema de Ti-ama-te. ¿Era yo una descendencia más de sus numerosas manipulaciones en la cocina genética de donde fui sacado? Si mi creador había puesto los pies sobre Uras, ¿por qué me lo habría ocultado? No, en realidad la pregunta era la razón que éste tuvo para disimularlo ante mí.

 

¡Yo pensé que ya este estúpido juego de pistas debía de haber terminado ya, y el destino tenía indudablemente nuevas cosas que enseñarme acerca de mi creador y, en consecuencia, acerca de mí mismo!

- Es un ilikû (una clase de cuchara procedente de Uras).

Yo reposé sobre el objeto y observé a Mamitu orgullosamente sentado en su cama, la cabeza en alto, la espalda derecha, sus dos piernas y sus pies ocultos bajo cojines sutilmente bordados.

 

Tenía una expresión neutra en su rostro. Hubiera podido anticipar e investigar sus pensamientos con ayuda del Niama, pero no lo hice. La planificadora me hizo una señal de que me acercara y fuera a sentarme ante ella, golpeando ligeramente su mano delicada sobre la cama. Pensé que me esperaban los peores reproches.

 

Tomé la palabra antes de que ella pudiera abrir la boca.

- Santa Nindiğir, voy a presentarme de inmediato ante nuestra Eras (reina) y seré capturado, por el honor del Gina’abul y el de las Amasutum

 

- Joven Alagni, no harás nada de eso. Seré yo quien vaya a defender tu causa ante Tiamata, porque es cosa de una Nindiğir abogar por el honor y la vida de su Nitahlam (amante).

Completamente estupefacto, fui presa del vértigo. ¿Cómo podía aún desearme como Nitahlam después de todo lo que había visto? ¡Esta sacerdotisa debía estar loca o era demasiado generosa, o ambas cosas a la vez!

- Estoy terriblemente sorprendido por tu elección. No necesito, de ninguna manera, tu augusta caridad y puedo manejarme solo. No merezco el honor de ser tu Nitahlam (amante). ¿Además, qué podría yo aportar?
 

- ¡Por la Fuente Original, tu actitud es insolente y me insulta profundamente, Sa’am!! Quédate, por ello, lamentando tu suerte.. ¡Nulo Alagni, Nadie está obligado a ser un monstruo, aunque tu creador lo sea! Eres esbelto, inteligente, y, no obstante, estás horriblemente limitado; ¡ese es tu único punto común con An, y también tu gran defecto! Percibí en ti inquietantes predisposiciones que me hacen pensar que no eres la plantilla exacta de An. Hay obviamente clemencia en ti, que es uno de los elementos favorables que An no posee. Te ayudaré a conocerte si me das la confianza y si me honras de conformidad con nuestras leyes que obligan a un varón a honrar a su San 36.

36. San es un término que se encuentra en el Emesal, el dialecto secreto de las mujeres y sacerdotisas del período paleo-babilonio. Estos últimos utilizaban el Emesal para comunicarse entre ellas y con las diosas. Ningún hombre estaba habilitado a utilizar este dialecto exclusivamente femenino, a excepción de los sacerdotes Kalû que eran eunucos. El término EME-SAL quiere decir a la vez “lengua de las mujeres” y “lengua refinada”. No ha de confundirse con la Emesà, la “lengua matriz” de las sacerdotisas de la historia que nos ocupa. Debe tenerse en cuenta que el dialecto Emesal, hasta cierto punto, se incluía en el Emesà, dado que este último - que engloba todas las partículas fonéticas que se encuentran a la vez en el sumerio y el babilonio-asirio - era bastante previo a la lengua sumeria

 

Yo no conocía esta palabra, que claramente formaba parte de la “lengua matriz” de las sacerdotisas. He entendido algo como, “el que agrada al cielo” o “aquel en el cielo que hace bien”, yo estaba perplejo y sonreí durante un corto momento.

 

Exasperada, Mamitu, contesta inmediatamente.

- ¡Ûgunu (amante), este término significa Ûgunu!


- ¡Pero no puedo honrarte, noble Mamitu! Y tu pareces olvidar la promesa de libertad que me ofreciste hace un momento. Cómo.
 

- ¡Basta! No deseo ya oírte. Sí, me honrarás y si no sabes cómo, yo te mostraré de qué manera proceder. ¡Tu reacción es primitiva y de degradante! Ustedes, los varones, se imaginan todos que las Nindigir (sacerdotisas) son seres depravados y codiciosos de sexo, yo pensaba que tu eras mucho más sutil que eso, Sa’am. Constato que tengo realmente numerosas cosas que enseñarte. Pareces también olvidar que soy una Kadistu (planificadora) y que tomo mi tarea muy seriamente. En cuanto a la promesa que te había hecho anteriormente, no la olvidé, por eso fue antes de que supiera esta trágica historia. Vi, gracias a las imágenes que transmitiste de que eres capaz. No tengo nada que reprocharte, Abzu-Abba te habría destruido si tu no lo hubieras destruido antes a él, pero tu representas un verdadero peligro para nuestro pueblo y no puedo dejarte en libertad. Hasta el momento, yo estaba bajo tus órdenes, como lo habían deseado Tiamata y tu creador, pero la situación cambió, ya que te tomo como Nitahlam (amante). No puedes elegir. En adelante, eres tú quien va a escucharme, ya que estás bajo mi responsabilidad y pronto seremos uno. ¡He aquí, esto es algo que tu detestable creador no había previsto, se hará y tu también!!

Mamitu se calmó y fijó sus grandes ojos luminosos en mí. Se arrodilló sobre la cama con elegancia, tomando una de mis manos. Sus rasgos se suavizaron.

- No tengo nada contra ti Sa’am. Como lo lo dije, deseo ardientemente ayudarte, ya que antes de enterarme de estos oscuros acontecimientos, yo ya te valoraba. Debes saber que mis sentimientos hacia ti no han cambiado. Además, me manifestaste tu confianza y eres muy sensible. Si estabas buscando una mano, te doy la mía. Trabajaremos juntos para la paz de nuestro pueblo. ¿Qué prefieres tu, la vida adornada con un èan (amante) influyente y encantador, o el enlace?

No respondí, estaba completamente atrapado. En algunas frases, Mamitu me hizo digno de respeto y obediencia, con una fuerza soberana. A pesar de sus bellas palabras, lo que acababa de ver no era una poderosa sacerdotisa sometiendo un varón.

 

Sentí, no obstante, que se tomaba así de mala gana, lo que volvía esta situación aún más confusa.

- Bien! Voy, de inmediato, a entrevistarme con Tiamata y explicarle toda la historia, agregó. Aprovecharé para hacer valer tus derechos, ya que ella debe saber que ahora eres el Lugal, (amo) del Abzu y posees numerosas tierras mucho más allá de nuestro sistema estelar. Guardaré mi Tûg-lamahus (prendas de vestir de pompa o gala) durante tres Ud (días), como lo quiere nuestra tradición, y después del tercer Ud (día), me presentaré ante ti en mi cama y honrarás a la Nindiğir (sacerdotisa) que soy, porque yo te elegí.

La sacerdotisa de Uras me hizo una amplia sonrisa, la primera desde el inicio de nuestra conversación. Lanzó una mirada sobre sus pies, justo sacados de los esponjosos cojines, y me invitó, con la mirada, a que los besara.

- Esta vez, tienes el derecho de besarme de esta forma.

Volví en mí rápidamente y dejé este lugar sin nada decir.

 

Perder su libertad de esta forma me rebelaba extremadamente, y consideré la frase de Mamitu como una verdadera traición. Acababa de traicionar la confianza de mi creador y tenía el sentimiento de perder a la única amiga quien poseía.

 

¡Sí! ¡la planificadora lo había salvado del Zirzi, pero a qué precio! Antes, era el disciplinado esclavo de An, y de ahora en adelante, otro ser iba a dirigir mi vida.


Si no hubiera tenido esta anomalía anatómica, habría respetado seguramente la elección de Mamitu, ya que habría tenido la garantía de poder honrarla.
Pero no tenía nada que ofrecerle y esta idea me aterrorizaba.


Consumido por un extraño sentimiento de indignación mezclado con pavor, regresé al gran hangar, transformado en sala de creación. Las sacerdotisas me indicaron que en mi ausencia habían tomado la iniciativa de producir 703 especimenes, lo que elevó a 1.668 el número de Nungal de los que disponíamos.

 

Esto era bueno, más no era todavía lo suficiente.
 

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