3. TRAS LOS PASOS DE LA MAGDALENA
Es bella, al modo que también lo son las estatuas de las diosas
griegas, no «guapa» a la manera moderna. De rasgos grandes, el
cabello partido por una raya en medio, comunica una sensación de
severa virtud, casi como si representara una institutriz. No
recuerda en absoluto a la gozadora voluptuosa de las leyendas. Pero
nos dicen que ésa es la cabeza de María Magdalena.
Habitualmente expuesto en la basílica con toda su gloria macabra,
ahora el cráneo está decentemente recubierto por una máscara de oro
y lo pasean ante los habitantes de Saint-Maximin-en-Provence. Esta
procesión anual se celebra el primer domingo después del día de
Santa Magdalena, el 22 de julio. En 1995, que fue el año de nuestra
visita, cayó en 23 de julio, bajo un sol abrasador y espléndido.
Casi a las cuatro de la tarde, a la conclusión de las largas
sobremesas francesas, sacaron la reliquia a la calle, en andas de
estabilidad más que dudosa. Cientos de personas asistieron a la
procesión, tal vez porque estaban allí, casualmente, y a quién no
gusta un desfile callejero. Pero nos pareció que también había
muchos adoradores fervientes entre la jovial multitud que miraba la
curiosa cabeza ofrecida a su contemplación. Nos vimos en la
necesidad de recordarnos a nosotros mismos que todo acontecimiento
tiene siempre sus peregrinos, sus adoradores fervientes, y que esto
por sí solo no es ningún criterio de autenticidad histórica. Pero de
todos modos, y como oriundos de una cultura relativamente
desprovista de Magdalenas, la espectacularidad de la celebración nos
indujo a meditar. Estábamos, indudablemente, en la tierra de María
Magdalena y aquí estas cosas se tomaban en serio.
Era un poco irónica, no obstante, nuestra presencia en
Saint-Maximin. La datación al carbono 14 realizada en 1988 mediante
la cual se estableció que el Sudario de Turín era falso —y originó
nuestro interés hacia esa pieza— había utilizado corno muestra de
control un trozo de una capa pluvial del siglo XIII perteneciente a
«San» Luis IX que se conserva en la basílica de Saint-Maximin.
A los efectos de esta investigación, sin embargo, era preciso dejar
de lado toda evocación del Sudario de Turín. Estábamos allí, en el
sur de Francia, para averiguar la verdad sobre María Magdalena, la
mujer a quien muchos sitúan en el corazón de varios misterios
antiguos, y cuyo poder se prolonga en la cultura actual por vías que
aún no hemos acabado de entender del todo. Conque estábamos allí de
pie, soportando un calor tremendo, casi amodorrante, y
contemplábamos el paseo en procesión de la supuesta cabeza de María
Magdalena sin saber muy bien qué pensar. A los criados en la
Inglaterra protestante, nos caen un poco a manera de «shock
cultural» esas celebraciones católicas y el ritual con que veneran
las reliquias. Algunos detalles parecen de mal gusto, estridentes,
incluso morbosos.
En este caso lo que resaltaba con fuerza no era el espectáculo
grotesco de una
superstición, sino el fervor y el orgullo del paisanaje, cuyo
entusiasmo por esta
santa en particular no aseguraríamos que sea religioso al cien por
cien. Quizá convendría subrayar la noción de paisanaje, porque aquí
la bandera que ondea sobre nuestras cabezas no es la francesa, sino
la provenzal, y esta santa se tiene por advocación local, aunque
hubiese arribado a estos parajes relativamente tarde en su vida. En
efecto, según la creencia Magdalena llegó por mar procedente de
Palestina y se asentó en la Provenza, donde murió. Y su poder
persiste con fuerza, en esta región y hasta la fecha, porque aquí no
sólo la veneran sino que la quieren con una pasión peculiar.
Ciertamente se le dedica una devoción extraordinaria, e incluso
fanática, y se mantiene la leyenda de que murió en esta comarca, lo
cual tienen muchos por hecho demostrado. Pero no estábamos sólo ante
otro ejemplo más de continuación devota de una tradición católica.
Lo que nos sorprendió fue la persistente sensación de que había algo
mucho más significativo, y apenas oculto bajo la superficie. Y era
precisamente esa vena de significado sumergido, subterráneo, lo que
veníamos decididos a descubrir.
En primer lugar, ¿cómo se explica que los restos de una oriunda de
la Palestina del siglo I hayan venido a descansar en el sur de
Francia? ¿Qué tiene esta mujer, esta santa en particular, para
evocar tanta pasión y devoción, tantos años después de su muerte? ¿Y
por qué la distingue el Priorato de Sión, si estamos en lo cierto,
con veneración tan desusada?
Incluso antes de emprender nuestro primer viaje a Francia con la
intención concreta de estudiar los lugares tradicionalmente
asociados a su culto, habíamos dedicado bastante tiempo a
reflexionar sobre el trasfondo conocido. Necesitábamos saber qué
percepción histórica tiene de ella nuestra cultura y cuánta fuerza
conserva su influencia. Pues en contraste con la relativa
impasibilidad de la moderna Inglaterra protestante, para muchos
católicos europeos de otros países de sangre más ardiente es objeto
de una devoción ferviente e incluso apasionada: para ellos es la
mujer más importante después de la Virgen María.
Preguntemos a tantas personas cultas como queramos quién fue María
Magdalena y qué representa. Las respuestas suelen ser muy
interesantes. La gran
mayoría dirán que fue una prostituta, pero después de eso, y en
función de los
puntos de vista de nuestro interlocutor, por lo general escucharemos
algún
comentario sobre su relación no bien definida, pero implícitamente
íntima con
Jesús. Hallamos expresada esta noción cultural implícita, aunque
nebulosa las más
de las veces, en la canción de Tim Rice y Andrew Lloyd Weber «I
Don’t Know
How to Love Him» perteneciente a la comedia musical Jesus Christ
Superstar (1970),
donde aparece como la «fulana de buen corazón», personaje cuya
popularidad en
el teatro inglés nunca decae, y consoladora de Jesús, a quien
agradece la
recuperación de su autoestima.
Cuando se estrenó esa obra, y de
nuevo más tarde
cuando hicieron de ella una película, hubo un cierto escándalo entre
los cristianos
de la tendencia más convencional, incluso entre los británicos
tenidos
generalmente por menos emotivos. Al parecer, lo que chocaba
principalmente era
que un argumento cuyo protagonista fuese Jesús hubiera sido
explotado para la industria del espectáculo, ¡y en forma de ópera
rock nada menos!
Otra versión de la Magdalena apareció en Monty Python’s Life of
Brian (1979), aunque tampoco fue ésa la razón del clamor indignado
que La Vida de Brian suscitó entre los cristianos de todo el mundo.
Al entender que el personaje de Brian era una alusión apenas velada
al mismo Jesús, esa comedia astuta y extrañamente inquietante fue
considerada por lo general como una flagrante blasfemia.
Sin
embargo, y dejando aparte el afán de provocación, esa película nunca
se propuso ser un retrato de Jesús, sino un comentario satírico
sobre los cultos mesiánicos de su propia época. Y además, en nuestra
opinión incorporaba, sea por azar o intencionadamente, algunas
reflexiones profundas y algunos detalles curiosamente bien
documentados. Resultaba que el verdadero poder de Brian y su
movimiento lo tenía su amiga Judith, surrealistamente presentada
como galesa, y era la inflamada retórica de ella la que hizo al
hombre, aunque finalmente también lo hizo un mártir.
Los cristianos se manifestaron a las puertas de las salas de
proyección en varios países cuando se exhibió The Last Temptation of
Christ, de Martin Scorsese (1988). Aunque el propio Jesús aparece
retratado poco más o menos como un ingenuo, no parece que ésta fuese
la razón de la generalizada reacción de horror, si no más bien la
representación explícita de unas relaciones sexuales entre María
Magdalena y Jesús... aunque en una secuencia imaginada. Por motivos
que analizaremos luego, la mera noción resulta curiosamente
repugnante para muchos cristianos, seguramente porque consideran que
afecta a determinadas cuestiones fundamentales en relación con la
divinidad de Jesucristo.
Para ellos la imagen de un Jesús
sexualmente activo, aunque fuese dentro del contexto de un legítimo
matrimonio, es una sugerencia blasfema porque creen que implica
automáticamente que entonces él no pudo ser el Hijo de Dios. Para
nosotros, en cambio, lo más significativo de la puesta en escena de
La Última Tentación de Cristo fue la obvia y persistente fascinación
de Scorsese en cuanto a la Magdalena y el concepto de su relación
íntima con Jesús (vale la pena observar que en este caso el
realizador es cristiano).
Hagamos constar asimismo que no es la mera permisividad moderna lo
que
ha convertido a la Magdalena en una especie de icono mediático. En
el decurso de
la Historia ella siempre ha personificado la actitud contemporánea
con respecto a
las mujeres, en cierta medida y en modos no accesibles a la otra
figura femenina
significativa de los Evangelios, la Virgen María, por excesivamente
remota y
asexuada. En la época victoriana, por ejemplo, la Magdalena daba un
buen
pretexto para pintar hermosas penitentes semidesnudas en posturas
extáticas;
santa y pecadora al mismo tiempo, sabia e ignorada. En los burdeles
de aquellos
tiempos no era infrecuente que alguna de las pupilas representase su
penitencia,
aunque los detalles concretos de esos peculiares «Misterios» no
tuviesen mucho
que ver con el caso según se cuenta en los Evangelios. Ahora que
estamos en
tiempos posfeministas, en cambio, la atención recae más en la
relación que tuviese con Jesús.
Es posible que la Magdalena se haya mantenido en esa función de
servir como prueba de toque de las costumbres sexuales seculares en
cada época; pero por otra parte, a través de la Historia su imagen
también ha reflejado la actitud de la Iglesia frente a la mujer y la
sexualidad de la mujer. Fue admitida en la congregación de los
santos, pero sólo en tanto que arrepentida, y la divulgación de la
leyenda hace hincapié en la penitencia y en la dureza y soledad del
resto de su vida. Es la santidad como recompensa de la abnegación,
que aquí quiere decir negación de sí misma.
En los dos últimos decenios esta María ha sido como un faro que
enfoca el
trato dispensado por la Iglesia cristiana a sus seguidoras, sobre
todo durante el
debate en el seno de la Iglesia anglicana sobre la ordenación de
mujeres. No por
casualidad, en 1994 cuando dicha Iglesia ordenó a sus dos primeras
vicarias la
lectura del Evangelio elegida para la ocasión fue el episodio del
encuentro de Jesús
resucitado con la Magdalena en el huerto. No es raro, sino lógico,
tratándose de la
única mujer significativa en la vida de Jesús —aparte su madre— tal
como nos ha
sido contada, que aquélla sea reivindicada por muchas feministas
activas dentro de
la Iglesia como símbolo poderoso de sus derechos. Pues el poderío
permanente de
María Magdalena no es nada imaginario; siempre ha existido y ejerce
una atracción
profunda en el decurso de los siglos, como ha evidenciado Susan
Haskins en su
reciente estudio Mary Magdalen (1993).1
En principio sorprende esta potente atracción de la Magdalena, si se
tiene en cuenta que son escasas sus menciones en el Nuevo
Testamento. Nos inclinábamos a pensar que, como en el caso de Robin
Hood, la escasez de la información daba margen a la invención de
material legendario que rellenase las páginas. Pero si alguien ha
creado fantasías sobre María Magdalena, ese alguien ha sido la
Iglesia. Su imagen de prostituta arrepentida no tiene nada que ver
con lo que cuentan Mateo, Marcos, Lucas ni Juan. El personaje que
describe el Nuevo Testamento es bastante distinto del que ha
conjurado la Iglesia.
De los textos que mencionan a María Magdalena, los Evangelios son
los únicos que conoce la mayoría de las personas, así que vamos a
centrarnos en ellos ahora. Hasta hace poco, el personaje estuvo
considerado por muchos cristianos como marginal en relación con la
peripecia de Jesús y sus seguidores. En los últimos veinte años, por
el contrario, se advierte un cambio de percepción por parte de los
estudiosos. Hoy por hoy se le atribuye un papel bastante más
destacado, y es a la luz de estas conclusiones que estableceremos
nuestra propia hipótesis.
Aparte la Virgen María, es la única mujer a quien los cuatro
evangelistas citan
por su nombre. Hace su primera aparición durante el ministerio de
Jesús en
Galilea, y formaba parte del grupo de mujeres que le seguían, «las
cuales le asistían
con sus bienes».2 Antes Jesús había echado de ella «siete demonios».
La tradición la
identifica con otras dos mujeres del Nuevo Testamento: María de Betania, hermana
de Marta y de Lázaro, y la mujer cuyo nombre no se cita que unge los
pies de Jesús con esencia de nardos que saca de un vaso de
alabastro. Esta conexión la examinaremos luego, pero de momento
limitémonos al personaje inequívocamente identificado como María
Magdalena.
Su papel adquiere una significación completamente nueva, más
profunda y más permanente cuando queda consignado que estuvo
presente en la Crucifixión, y más especialmente que fue el primer
testigo de la Resurrección. Aunque los cuatro Evangelios difieren,
como sabemos, en la manera de narrar el descubrimiento del sepulcro
vacío, todos coinciden en lo tocante a la identidad de la primera
persona que vio a Jesús resucitado. Es indudablemente María
Magdalena y no dicen los evangelistas que fue la primera mujer que
le vio, sino la primera persona, detalle que suelen pasar por alto
aquellos para quienes sólo cuentan como verdaderos apóstoles los
hombres que siguieron a Jesús.
Es así que la Iglesia ha fundamentado su autoridad, por entero, en
el concepto de apostolado. El primado apostólico le incumbe a Pedro
y éste es el conducto a través del cual se transmiten a la
posteridad los poderes de Jesús. Dicha autoridad, que muchos creen
fundada en el anuncio, con juego de vocablos incluido, de que «sobre
esta Piedra edificaré mi Iglesia»,3 según la creencia oficial
proviene de ser el primer discípulo de Jesús que lo vio resucitado.
Pero lo que dice el Nuevo Testamento no concuerda con esa enseñanza
de la Iglesia.
Aunque sólo fuese por eso, evidentemente se le ha infligido a la
Magdalena
una injusticia tremenda, y que en este caso reviste consecuencias de
alcance
excepcional. Pero aún hay más. Es también la primera, entre los
discípulos, que
recibe una comisión apostólica directa de Jesús, cuando éste la
envía a comunicar
la noticia de su resurrección a los demás. Tal vez parezca curioso,
pero la primitiva
Iglesia sí reconoció su verdadero lugar en la jerarquía y le dio el
título de Apostola
Apostolorum, «la Apóstol de los Apóstoles», o más explícitamente
«la primera Apóstol».4
¿Por qué razón quiso Jesús resucitado aparecerse en primer lugar a
una
mujer? Esta pregunta siempre ha sido una espina para los teólogos.
La explicación
más pintoresca quizá fue una de las surgidas durante la Edad Media,
cuando se
propuso que decírselo a una mujer era la manera más eficaz de
propagar rápidamente la noticia.5
Los estudiosos admiten hoy día que las mujeres desempeñaron en el
movimiento de Jesús una función mucho más amplia y más activa de lo
que
enseña habitualmente la Iglesia, y ello tanto en vida del fundador
como más tarde,
cuando la predicación se abrió a los gentiles.6 Paradójicamente, tal
vez el verdadero
panorama del lugar que ocupaban las mujeres no se habría conocido
nunca, a no
ser por la controversia que suscitó la campaña a favor y en contra
de la ordenación
de las mujeres. La misión de éstas perdió importancia cuando la
Iglesia se
formalizó como institución, bajo la influencia de Pablo. Y este
proceso también fue
retrospectivo; en consecuencia, y aunque las mujeres no habían sido,
en modo
alguno, personajes secundarios del drama cristiano primero, Pablo y adláteres se encargaron de empujarlas a un puesto marginal de la
Historia.
Desde luego, si nos atenemos exclusivamente a la impresión que
comunican los Evangelios parecería que todos los discípulos de Jesús
fueron hombres. Sólo en Lucas se menciona que le acompañaban
mujeres, lo cual podría introducir alguna confusión cuando luego
todo se llena de mujeres, aparentemente salidas de ninguna parte
para ocupar los lugares centrales alrededor de la cruz. Teniendo en
cuenta la desdeñosa marginación de aquéllas en lo principal del
relato, sorprende que pasen tan súbitamente al centro de la
atención. ¿No sería que sus seguidores masculinos le habían
desertado? ¿Vemos tal vez a las mujeres en este punto crucial de la
narración porque eran las únicas amigas fieles que le quedaban?7
Es
posible que los autores de los Evangelios se viesen obligados a
tenerlas en cuenta cuando narran la crucifixión, sencillamente
porque no había nadie más allí, y la crónica depende exclusivamente
de ese testimonio presencial.8
Detalle significativo, en aquella
época las mujeres no podían testificar ante los tribunales judíos
porque se consideraba que su palabra no era importante. Entre las
muchas consecuencias de este punto, la de conceder cierto fundamento
a la historia de que María Magdalena fue la primera que vio a Jesús
resucitado; no es de creer que nadie se molestase en urdir una
falsedad basada primordialmente en la palabra de una mujer.
Ejemplos resplandecientes de lealtad, hay que aplaudir a esas
mujeres, que tuvieron la valentía de quedarse junto a un
ajusticiado. Pero una de ellas sobresale de entre todas las demás:
María Magdalena. Sugiere su importancia el detalle de que,
prácticamente sin excepción,9 su nombre aparece el primero todas las
veces que se cita a las seguidoras de Jesús. Ahora algunos católicos
incluso dicen que eso se debe a que ella dirigía el grupo. En una
sociedad tan adepta a los formulismos y rígidamente jerarquizada,
tal honor no sería ni secundario, ni casual: la Magdalena aparece
primero incluso cuando la nombran quienes nunca tuvieron en
consideración el lugar de ninguna mujer en el movimiento de Jesús,
ni afecto alguno a esa mujer en particular.
Así pues, fue de las «que asistían» a Jesús y sus discípulos, lo que
tradicionalmente se ha interpretado como que era una especie de
criada fiel, siempre postrada delante de los varones del grupo, los
únicos que de verdad importaban. Pero la cuestión es bien diferente.
Lo que dice en realidad el texto evangélico es que los mantenían con
sus bienes. Muchos estudiosos creen que María Magdalena —y tal vez
también las demás mujeres del séquito de Jesús— no era una
menesterosa sin recursos, sino una mujer independiente que podía
disponer de sus bienes y con ellos «asistía» a Jesús y a los
discípulos.10 Aunque el relato bíblico incluye en la expresión a
otras mujeres asistentes, como hemos visto es ella la que figura
citada en primer lugar.
La propia cita nominal la coloca definitiva y deliberadamente aparte
de las
demás. Cualquier otra mujer expresamente citada en los evangelios
canónicos
figura por referencia a un hombre, como «esposa de...» o «madre
de...». Sólo María
Magdalena tiene lo que podríamos llamar nombre propio, aunque sobre
el significado exacto de éste volveremos luego.
Personaje poderoso e importante, pues, pero que permanece
curiosamente enigmático. Después del cumplido a regañadientes que le
hace el evangelista al destacarla de las demás, nunca más aparece,
ni en los Hechos de los Apóstoles, ni en las epístolas de Pablo —ni
siquiera cuando éste describe la sepultura vacía—, ni en las de
Pedro.
Parecería que nos hallamos ante otro de esos misterios
eternamente discutidos y nunca resueltos... hasta que nos volvemos a
los escritos llamados los evangelios gnósticos, en los que el
panorama se ilumina hasta dejarnos deslumbrados. En 1945 fueron
descubiertos estos documentos, que son más de cincuenta, en la aldea
egipcia de
Nag Hammadi; se trata de una colección de
primitivos textos del gnosticismo cristiano, algunos más
o menos contemporáneos, según es común opinión, de los evangelios
canónicos.11
Estas escrituras fueron condenadas por la primitiva
Iglesia, que las calificaba de «heréticas» y las buscaba con
sistemática aplicación para destruirlas, como si contuviesen algún
secreto de gran peligrosidad para la Institución que estaba en vías
de establecerse.
Lo que proclamaban muchos de esos textos prohibidos era la
preenimencia de María Magdalena. Uno de ellos incluso se titula
El
Evangelio de María, que no es la madre del Señor sino
María
Magdalena.
Quizá no sea coincidencia que los cuatro evangelios del Nuevo
Testamento la marginen concienzudamente, mientras que las escrituras
«heréticas» destacan su importancia. ¿Sería posible que el Nuevo
Testamento fuese en realidad una especie de propaganda en favor de
la facción anti-Magdalena?
Tendremos oportunidad de comentar con mucho más detalle los
evangelios gnósticos en otro capítulo, pero destaquemos aquí los
puntos siguientes que son de importancia inmediata. Como hemos
visto, el relato neotestamentario admite aunque de mala gana que
tuvo una función principal en el movimiento de Jesús, pero los
evangelios gnósticos proclaman abiertamente y corroboran su
preeminencia. Y lo que es más, esa categoría superior no consiste
sólo en ser la primera de entre las mujeres, sino que es
literalmente Apóstol de Apóstoles y por tanto sólo cede en rango al
mismo Jesús, por encima de los seguidores varones y mujeres.
A lo
que parece aquí, ella es la persona que actuaba como auténtico
puente entre Jesús y el resto de los discípulos, la que interpretaba
sus palabras para que ellos las entendieran. En estos textos no era
Pedro el elegido como mano derecha de Jesús, sino María Magdalena.
Ella fue, según el texto gnóstico del Evangelio de María, la que
reunió a los
desalentados discípulos después de la Crucifixión y les devolvió un
poco de valor,
cuando ellos estaban dispuestos a abandonar y volverse a sus casas
creyendo haber
perdido definitivamente a su carismático líder.12
Ella rebatió todas
las dudas y no
sólo con pasión sino también con inteligencia, consiguiendo
inspirarlos para que se
comportasen como verdaderos y fieles apóstoles. Lo cual no debió de
resultar fácil,
es de suponer, teniendo en cuenta la discriminación predominante en
su época y
cultura, y además la rivalidad de un poderoso antagonista personal:
Pedro, el Gran Pescador de la leyenda, el futuro fundador de la
Iglesia católica y mártir. Él, nos aseguran reiteradamente los
evangelios gnósticos, la odiaba y la temía, aunque mientras vivió el
Maestro no pudo sino formular alguna que otra protesta ineficaz
contra la extensión de la influencia de aquélla.13
Varios de los
textos repiten acaloradas discusiones entre Pedro y María, o las
ocasiones en que el primero se empeña en preguntar por qué Jesús da
muestras de preferir la compañía de la mujer. Como dice María
Magdalena en otro evangelio gnóstico, el
Pistis Sophia:
«Dudo de Pedro, y le temo, porque
odia el género femenino».14
Y el
también
gnóstico Evangelio de Tomás cita estas palabras de Pedro:
«Dejad que
se vaya María,
porque las mujeres no merecen la vida».15
Hay algo más en los relatos gnósticos, y los convierte en explosivos
por lo que concierne a la Iglesia. La idea que dan de la relación
entre María y Jesús no es sólo la de maestro y discípula, ni
siquiera la que pudiera tener un guru con una adepta de su
predilección. La relación se describe como bastante más íntima, a
veces en términos sobradamente gráficos. Tomemos por ejemplo el
Evangelio de Felipe:
Pero Cristo la amaba más que a todos los discípulos y la besaba a
menudo en la boca. Los demás discípulos se molestaron al verlo y le
manifestaron su desaprobación diciéndole: «¿Por qué la amas a ella más que a todos nosotros?».
A lo que el
Salvador les contestó y dijo: «¿Por qué no os amo a vosotros como la amo a ella?».16
En el mismo evangelio gnóstico leemos la frase, en apariencia
inocua:
«Eran tres las que siempre andaban
con el Señor, su madre María, su hermana y la Magdalena, a la
que llaman su compañera. Su hermana, su madre y su compañera,
las tres se llamaban María. Y la compañera del Salvador es María
Magdalena.17
Si bien hoy la palabra «compañera» puede tomarse como camarada,
colega y amiga en sentido puramente platónico, en cambio la palabra
griega original significaba «consorte» o pareja sexual.18 En cuanto
a los evangelios canónicos, o bien se incluyeron en el Nuevo
Testamento porque ellos, y sólo ellos son auténtica palabra de Dios
—que es lo que creen los fundamentalistas, y no son pocos—, o bien
los evangelios gnósticos contienen por lo menos tanta información
válida como los de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Por cálculo de
probabilidades la balanza se inclina en favor de los gnósticos, si
los consideramos exactamente tan respetables como los que figuran en
el Nuevo Testamento.
Si la Magdalena realmente fue la amante o la esposa de Jesús,
quedaría
explicada su enigmática posición en el Nuevo Testamento. Su
importancia es
obvia, pero nunca se describe con exactitud su situación; tal vez
los autores daban
por supuesto que los lectores de la época sabían cuál había sido su
relación con
Jesús.
Al fin y al cabo, y como han apuntado algunos, en aquellos
tiempos lo más
natural era que un rabí fuese un hombre casado; lo contrario sí
habría dado lugar a
mucho comentario, y no se habría omitido en los evangelios una
justificación
expresa de tal circunstancia. En una cultura tan dinástica como
aquélla, un Jesús
célibe y sin hijos hubiera sido piedra de escándalo, y se habría
visto obligado a
explicarlo en el decurso de su vida pública o como parte de sus
supuestas
enseñanzas.
En realidad la tradición judaica no sólo aborrecía (y
aborrece) el
celibato sino que incluso lo considera auténticamente pecaminoso.
Mucho habría
llamado la atención Jesús si hubiese predicado el celibato, pero ese
cargo nunca se
esgrimió contra él, ni siquiera por parte de sus enemigos más
implacables. La vida
monástica fue un invento muy posterior del cristianismo, e incluso
un personaje
tan obviamente misógino como Pablo admitió que era «mejor casarse
que
consumirse de pasión».19
Pero la mera idea de que Jesús hubiese tenido una vida sexual repele
tanto a la mayoría de los cristianos actuales que, como hemos
mencionado, la imaginaria escena de amor entre Jesús y María
supuesta por Martin Scorsese suscitó un multitudinario clamor de
escándalo, y los cristianos de todos los países denunciaron el
sensacionalismo, el sacrilegio y la blasfemia.
El verdadero motivo
de tal indignación, sin embargo, no era otro sino el miedo atávico,
el odio subyacente a la mujer, tradicionalmente vista como impura
por constitución: su vecindad física contamina el cuerpo, la mente y
el espíritu de los hombres, naturalmente buenos y puros. Qué duda
cabe de que el Hijo de Dios nunca querría ponerse en tal situación
de riesgo mortal. El horror que suscita la idea de Jesús, ¡nada
menos!, como compañero sexual de ninguna mujer, se centuplica cuando
dicha amante toma el nombre de María Magdalena... una notoria
prostituta.
Sobre esta cuestión tendremos que volver luego, pero baste por ahora
decir que la cuestión de si fue o no una mujer de la calle nunca se
ha demostrado de manera concluyente. Hay indicios a favor y en
contra de la supuesta profesión, pero el aspecto más significativo
del asunto es que la Iglesia eligió consentir que su imagen fuese la
de una prostituta aunque eso sí, arrepentida. Esa interpretación
selectiva de su carácter, por llamarla de alguna manera, servía
también para transmitir dos mensajes importantes: que la Magdalena
en particular, y las mujeres en general, eran impuras y
espiritualmente inferiores a los hombres, y que sólo la Iglesia
ofrece la redención.
Si ya resulta inimaginable que Jesús y la (supuesta) ex prostituta
fuesen amantes, para la mayoría de los cristianos apenas resulta
menos ofensivo postular que eran marido y mujer. Como hemos visto,
los autores de The Holy Blood and the Holy Grail aducen que si la
Magdalena fue la esposa de Jesús, entonces ello explicaría por qué
su persona revestía tanta importancia para el Priorato de Sión y su
idea de un linaje sagrado. Sin embargo no fue ésa, ni con mucho, la
primera vez que se daba tal idea a la imprenta.
En 1931, D. H. Lawrence publicó su última novela corta The Man who
Died, en la que Jesús sobrevive a la crucifixión y, encuentra la
verdadera redención a través del acto sexual con María Magdalena,
claramente identificada como sacerdotisa de Isis. El autor también
pone a Jesús en relación con el esposo de dicha diosa, el dios
Osiris, que murió y resucitó. El primer título propuesto para el
relato había sido The Escaped Cock, y como ha apuntado Susan
Haskins:
El gallo [cock, eufemismo por
miembro viril en inglés] se asocia a la idea del «cuerpo erecto»
(el personaje de Cristo hace un juego de palabras al
exclamar «¡he resucitado!» cuando logra por fin una erección).20
(Sorprende que la atención se haya fijado tanto en
El amante de lady Chatterley, mientras que esta otra obra del mismo autor, más
escandalosa en potencia, escapó a la censura.)
Aunque pueda argumentarse que Jesús y la Magdalena fueron cónyuges,
e incluso sacar la consecuencia de que tuvieron hijos, esta razón de
por sí no parece suficiente para explicar por qué el
Priorato de Sión le dedica una devoción tan apasionada, teniendo en cuenta
además que, según hemos visto en el capítulo anterior, hay buenas
razones para descartar la idea de que fuesen los antepasados de la
dinastía merovingia. Está claro que el atractivo consiste en otra
cosa, algo oculto pero no inaccesible a la experiencia. Es lo que
apuntan los indicios de su poder en nuestra cultura, pero no
olvidemos que fue en Francia donde, según se supone, acabó sus días
la mujer de carne y hueso.
El relato más famoso en cuanto a la presencia de la Magdalena en
Francia es la Leyenda Dorada, de Jacobo de Voragine (1250).21
En
esta célebre colección de vidas de los santos, el autor, que fue
dominico y arzobispo de Génova, la llama Illuminata e Illuminatrix:
Iluminada e Iluminadora, que son precisamente los atributos que le
asignan los textos gnósticos «prohibidos». Para nosotros resulta
interesante que sea descrita como iluminada y portadora de la
iluminación, iniciada e iniciadora; aquí nadie sugiere, ya la
inferioridad espiritual de la mujer, antes al contrario.
Como suele ocurrir con todas las leyendas, hay distintas variaciones
del tema central; sin embargo éste permanece notablemente constante.
La línea principal es la siguiente: poco después de la crucifixión,
María Magdalena, junto con sus allegados Marta y Lázaro, emprendió
con otros seguidores, —cuya identidad difiere según versiones— la
travesía marítima hacia las costas de lo que hoy es la Provenza.
En
el grupo variable de figurantes se cita a san Maximino diciendo que
fue uno de los setenta y dos discípulos de Jesús, y legendario
primer obispo de Provenza: a María Jacobi y María Salomé, supuestas
tías de Jesús, a una criada negra llamada Sara; y finalmente, a
José
de Arimatea, el rico amigo de Jesús, en otras tradiciones vinculado
a la leyenda de Glastonbury.
La razón del largo, fatigoso y, según
se nos dice, peligroso viaje, también depende de la versión que
escuchemos. Se apunta por ejemplo que el grupo huía de la
persecución desencadenada por los judíos contra los primeros
cristianos; en algunos casos la narración introduce un motivo
milagroso, y es que los desterrados fueron puestos deliberadamente
por sus enemigos en una barca sin remos ni timón, pero sin embargo
lograron arribar a tierra firme.
En la leyenda medieval el sur de Francia era por aquel entonces un
yermo
donde sólo vivían algunas tribus de salvajes paganos. En realidad la
Provenza
formaba parte del Imperio romano, y no de las menos importantes,
sino muy
civilizada, donde prosperaban la colonia romana, la griega e incluso
la judía. La
familia de Herodes tuvo fincas en la región, y el viaje, lejos de
ser tan arduo y aventurado, era ruta normal de barcos mercantes y no
mucho más difícil que una travesía, digamos, desde Sidón o Tiro
hasta Roma. De manera que, si realmente el grupo se mudó a la
Provenza, no sería la persecución el motivo de que recalasen allí, y
bien pudieron elegir tal destino por su propia voluntad.
Todas las leyendas aseguran que desembarcaron en lo que hoy es
Saintes-Maries-de-la-Mer, en la Camargue. Una vez allí se despidió
la comitiva y sus integrantes emprendieron diversos caminos a fin de
propagar el Evangelio. Dice el relato que la Magdalena predicó en
aquella misma región convirtiendo a los paganos, antes de hacerse
ermitaña en una cueva de Sainte-Baume. Según algunas variantes vivió
allí durante el poco plausible pero castizamente plazo bíblico de
cuarenta años, muy largos para dedicarlos a arrepentirse de sus
pecados y meditar sobre Jesús.
Seguramente con intención de añadir
un poco de picante a la historia dicen que los pasó desnuda,
tapándose únicamente con su cabellera, más o menos como hizo Juan el
Bautista con pellejos de animales. Al término de su vida, unos
ángeles la llevaron a presencia de san Maximino, entonces primer
obispo de Provenza, quien le prestó los últimos auxilios. Y que está
enterrada en la población que lleva el nombre del santo.
Bonita leyenda, pero ¿cuánta verdad hay en ella? Para empezar, es
muy poco probable que la Magdalena fuese ermitaña en una cueva de
Sainte-Baume, no importa cuántos años. Que nunca estuvo allí, lo
admite incluso el actual sacristán de la capilla católica.22 El
lugar no carece de significación, sin embargo. En la época romana no
era la ermita selvática que dice la leyenda, la comarca tenía
bastante población y, la cueva propiamente dicha era un centro de
culto de Diana Lucifera (que significa «la que trae la luz», o sea
lo mismo que Illuminatrix).
Aunque una Magdalena desnuda, por más
que cabelluda, habría sido un centro de atención, ciertamente no se
habría visto sola en dicho centro religioso, porque sin duda se
congregaban en la cueva otras sacerdotisas y adeptos. No obstante, y
aunque la cristianización de los santuarios paganos a posteriori ha
sido, como se sabe, una práctica corriente y bien conocida, ahí hay
algo más en el trasfondo.
(Por cierto que Arles, la población importante más cercana al lugar
donde se supone que desembarcó la Magdalena, era un destacado centro
del culto de Isis.23 Esta comarca pantanosa y malsana por lo visto
recibió a varios grupos adoradores de divinidades femeninas, y sin
duda siguió sirviendo de refugio a los seguidores de tales cultos
hasta bien avanzado el período cristiano.)
De hecho, la metamorfosis de la Magdalena espléndidamente voluptuosa
de
antaño en una ermitaña famélica y llorosa fue la cristianización
deliberada de otra
narración mucho más ambivalente, ya que todos los elementos se
tomaron de la
leyenda de María Egipcíaca, una santa del siglo V que también fue
prostituta
convertida en ermitaña y cuya penitencia en los desiertos de
Palestina duró
cuarenta y siete años. (Pero como las costumbres inveteradas no
desaparecen
fácilmente, pagó el viaje en barco al lugar de su penitencia con la
prestación de los
habituales servicios personales a los marineros. Y lo que es más
notable, se la consideró tanto más santa por hacerlo.)
Con esto y otros indicios que citaremos más adelante se echa de ver
que en la historia de la Magdalena, la parte de la «penitencia» es
un invento deliberado de la Iglesia medieval para hacerla más
aceptable. Pero el distinguir lo que no fue sirve de poco a la hora
de dilucidar lo que ocurrió en realidad, ni el verdadero carácter
del personaje. El caso es que una vez y otra nos tropezamos con el
curioso atractivo de esa mujer, el cual va mucho más lejos que el
mero carisma contemporáneo y no sólo ha sobrevivido a los siglos
sino que incluso parece aumentar en época reciente.
Las leyendas de santos son miles, algunas más verosímiles que otras,
Pero la triste realidad es que casi todas son ficticias.¿Por qué iba
a ser diferente el caso de María Magdalena? ¿Qué razones hay para
creer que esa leyenda encierra una sustancia? Muchos comentaristas
han afirmado que la presencia legendaria de la Magdalena en Francia
fue obra de hábiles amanuenses franceses deseosos de crearse una
especie de ascendencia bíblica (de estilo parecido a los relatos de
la presencia del niño Jesús en las partes occidentales de
Inglaterra).
Es innegable que muchos detalles de la crónica de María Magdalena en
Francia son adherencias posteriores, pero hay motivos para sospechar
que todo
ello tuvo un fundamento real. Se puede considerar inverosímil que
Jesús visitase
nunca las comarcas occidentales de Inglaterra, entonces un rincón
muy remoto en
los confines del Imperio romano; otra cosa es proponer que una mujer
adinerada
hubiese visitado una provincia culturalmente floreciente de las
orillas de un
Mediterráneo ya romanizado por completo. Pero es mucho más revelador
el papel
que se le atribuye en esos relatos, puesto que se afirma
expresamente que
predicaba.
Como hemos visto, la primitiva iglesia la llamó «Apóstol de
Apóstoles»; en la Edad Media habría sido inimaginable que nadie
atribuyese a una mujer misión semejante. Si como mantienen algunos
críticos, la leyenda de la Magdalena francesa fue inventada por unos
monjes medievales, desde luego no le habrían concedido el atributo
de Apóstol, por entonces enfáticamente masculino. Lo cual sugiere
que el relato se basaba en el recuerdo real de una mujer que estuvo
allí, por más que embellecido en el decurso de los siglos. Vale la
pena señalar además que según los historiadores, hay indicios de que
el cristianismo estuvo establecido en la Provenza desde el siglo I.24
Tras fijar nuestra base en la ciudad de Marsella, fuimos a ver los
lugares principales que se asocian con la leyenda de la Magdalena.
La pista empieza, como la narración misma, en
Saintes-Maries-de-la-Mer, a
unas dos horas en coche hacia el sur saliendo de Marsella en
dirección a la
Camargue, región pantanosa puntuada de étangs o marismas, donde el
Ródano
desemboca en el Mediterráneo. Saintes-Maries es la única población
en una
comarca por lo demás eficazmente dedicada a la cría de caballos, que
es la que ha
dado fama a la Camargue, y refugio también de numerosas especies de
aves acuáticas, entre las cuales pueden verse bandadas de flamencos
que visitan estas costas procedentes de África.
Es una tierra
primitiva aquélla, donde al anochecer se levantan enjambres
millonarios de mosquitos, por lo que el viajero que lleva un buen
rato conduciendo a través de las marismas de Arles suele quedarse
bastante sorprendido cuando se tropieza con Saintes-Maries y
descubre un activo centro turístico donde no faltan su parque de
atracciones, sus bares y, sus restaurantes. Como todo lo demás de la
Camargue, tiene cierto sabor español incluida la plaza de toros, que
en este caso se encuentra junto a la playa.
La nave de Notre-Dame de la Mer se alza como un galeón sobre las
casas
bajas y no nos extraña enterarnos de que esta iglesia del siglo XII
estaba amurallada cuando se construyó: en esa remota ciudad costera,
se hallaría constantemente amenazada por los piratas y otros
enemigos.25
Aquí se venera a tres Marías: la Magdalena, María Jacobi y María
Salomé. Esta iglesia interesó particularmente a René d’Anjou
(1408-1480), rey de Nápoles y Sicilia que según el Priorato de Sión
fue uno de sus Grandes Maestres. «El buen rey Renato», pues así pasó
a la Historia, era gran devoto de la Magdalena y pidió permiso al
Pontífice para excavar la cripta. Descubrió dos esqueletos, que dijo
ser los de María Jacobi y María Salomé, pero no halló ni rastro de
la Magdalena.
En el interior de la iglesia hay una capilla dedicada a Sara la
egipcia y
supuesta criada de las Marías. Tenida tradicionalmente por negra, es
la santa
patrona de los gitanos, que se reúnen a miles en la ciudad cada 25
de mayo para
celebrar su festividad. Eligen la Reina gitana del año frente a la
figura de Sara, y
luego sacan a ésta en solemne procesión y se adentran con ella en el
mar. Como es
natural, dicha ceremonia se ha convertido en uno de los grandes
eventos turísticos
de la región, que todos los años atrae a gran número de famosos,
entre los cuales
Bob Dylan, quien después de su visita se sintió inspirado y escribió
una canción.26
A otro de estos visitantes ilustres se le conmemora por medio de una
placa
colocada en la plaza de la iglesia: el cardenal Angelo Roncalli
(1881-1963), entonces
embajador del Vaticano en Francia y futuro papa Juan XXIII. Se ha
dicho que
también éste fue miembro del Priorato de Sión en la época en que el
Gran Maestre
era Jean Cocteau con el título de Juan XXIII.27
Siguiendo el itinerario atribuido a la propia Magdalena regresamos
al calor y al bullicio de Marsella, donde ella predicó. De las dos
catedrales contiguas, una sólo tiene 150 años de antigüedad y es la
que se halla en uso. Aunque la ornamentación celebra también el tema
de la Magdalena, ello seguramente no es sino resultado de las
tradiciones y expectativas locales; el edificio mas interesante es,
con mucho, el más antiguo, la Vieille Majeure, con imágenes
auténticas, a lo que dicen, de la vida y obras de la santa en esta
región. Exactamente como el domo de Notre-Dame de France en Londres,
el techo de ésta simula una gran telaraña. Por su estado ruinoso,
sin embargo, la tienen cerrada al público.
Esta construcción del siglo XII sobre el emplazamiento de un
baptisterio del
siglo V huele a culto ancestral de la Magdalena. No sólo tiene una
capilla
expresamente consagrada a ella, sino que también adorna la capilla
de san Sereno una serie de bajorrelieves que representan escenas de
su vida... encargados por el mismísimo Renato de Anjou. En uno de
ellos está representada predicando, lo cual corrobora la imagen
apostólica que dan de ella los evangelios gnósticos.
De acuerdo con la tradición local, predicaba en la escalinata de un
antiguo templo de Diana. Ninguna de las dos iglesias actuales se
edificó sobre dicho templo, del cual se dice que estuvo en lo que
ahora es la Place de Lenche, en un laberinto de callejuelas distante
apenas 200 metros de aquéllas. En ella no vemos nada que conmemore
las pretensiones de fama histórica, pero hay algo que seduce en la
insistencia de los paisanos cuando afirman que ese vulgarísimo
recinto triangular es el lugar donde en tiempos predicó la
Magdalena.
Pasamos el fuerte de San Juan Bautista y el pintoresco puerto viejo
con su mundialmente famosa aunque algo maloliente lonja del pescado,
y encontramos la abadía de San Víctor. Ésta es otro centro religioso
memorable. Ahí ha existido siempre un monasterio desde el siglo V,
y aun entonces se construyó sobre una necrópolis pagana. El edificio
actual data del siglo XIII, pero la cripta es mucho más antigua y
contiene varios sarcófagos, ornamentados de época romana. Hay
asimismo una capilla subterránea consagrada a la Magdalena. Pero
para nosotros, lo más fascinante del lugar fue la efigie de Notre-Dame de Confession, del siglo XIII, con niño... y la piel
negra. Es una más de las legendarias y discutidas «Vírgenes negras».
Saliendo de Marsella hacia el este se va a Sainte-Baume. la gran
cueva donde se cree popularmente que María Magdalena pasó como
ermitaña buena parte de su vida. Una carretera empinada y con muchas
curvas nos lleva a casi 1.000 metros de altitud hasta desembocar en
una meseta donde el visitante contempla un caserío que es la aldea
de Sainte-Baume, pero falta todavía un largo y caluroso paseo por el
monte hasta llegar a la gruta misma, que ahora es una ermita
católica.
No hay que buscar grandes revelaciones aquí porque, como
hemos visto, la Iglesia injertó a Sainte-Baume en la leyenda de la
Magdalena buscando el paralelismo con la vida de otra prostituta y
santa, María Egipcíaca, y en la época en que supuestamente estuvo
allí la Magdalena, esa gruta era el Santuario de una divinidad
pagana. El invento tuvo el doble mérito de convertir a un personaje
tan independiente como la Magdalena en una santa de tipo más
convencional, y un antiguo templo pagano en un centro que atrajese
peregrinos cristianos.
Desde Sainte Baume la carretera prosigue hasta el supuesto lugar de
la muerte y enterramiento de la Magdalena, que no es otro sino
Saint-Maxirnin-la-Sainte-Baume, cuya festividad anual se
desarrollaba con toda solemnidad.
La gloriosa procesión de la cabeza se inicia con una misa en la
basílica de
Sainte-Marie-Madeleine y luego la reliquia, habitualmente guardada
en la sacristía,
se pone en andas y es llevada en un recorrido preestablecido por las
estrechas y
retorcidas callejas de Saint-Maximin. La banda municipal, vistiendo
el atuendo
típico provenzal, encabeza la procesión y siguen obispos,
sacerdotes, frailes
dominicos y las fuerzas vivas locales. A manera de «aperitivo»,
quizá, vienen dos
pasos con las figuras de unos santos menores, y, luego. tras no
breve espera, el de la cabeza. Con su palio rebordeado de pequeñas
medallas de oro, evidentemente la preciosa reliquia tiene una
importancia enorme. Numerosos habitantes del pueblo montan una
simbólica guardia con lanzas, y tanta es la atracción del
espectáculo que vimos a una mujer joven asomada en cueros a la
ventana, con absoluto olvido del decoro (tal vez alguien dirá que
ése fue un homenaje totalmente idóneo por tratarse de la santa).
Por dondequiera que pasa la procesión se oye el mismo estribillo
obsesivo que canta el clero oficiante así como la multitud. Es un
himno compuesto en loor a María Magdalena, y que culmina
ensordecedoramente dentro de la misma basílica, a los acordes del
gran órgano, famoso en todo el mundo. ¿Diremos que sea puro
espectáculo tanto fasto y ceremonia? ¿O tal vez nos revela algo
acerca de la María Magdalena real, la enigmática mujer del Nuevo
Testamento que quizá fue la esposa de Jesús?
Sus reliquias se hallaron, según se dice, enterradas en la cripta de
la iglesia de
Saint-Maximin el 9 de diciembre de 1279, y el afortunado descubridor
fue Carlos II
de Anjou, conde de Provenza. El esqueleto que se creyó ser de ella
estaba en un
valioso sarcófago de alabastro que databa del siglo V. Esta
inhumación tardía la
explicaban los documentos hallados dentro de la misma sepultura:
hasta el año 710
los restos de la Magdalena habían permanecido en otro sarcófago,
escondido para
protegerlo de las incursiones de los invasores sarracenos, y fueron
trasladados en
la fecha que se cita. La sepultura en cuestión se halla todavía en
la cripta de la
basílica y contiene el esqueleto, pero el cráneo se conserva en el
ornamentado
relicario de oro y guardado en la sacristía.
Carlos de Anjou
emprendió la
construcción de la basílica y contando con la autorización papal, la
acogió a la
protección de la orden de Santo Domingo. Se comenzó en 1295 y quedó
más o
menos terminada 250 años más tarde, aunque como suele ocurrir con
las catedrales
la obra nunca se terminó del todo. El propósito de Carlos había sido
convertirla en
un centro de peregrinación y culto a la Magdalena, aunque no llegó a
suplantar la
fama de otros similares, como el de Santiago de Compostela por
ejemplo.28
El comercio medieval con las reliquias tenía mala fama entre las
clases ilustradas, incluso entonces, por su carácter de sacadineros
flagrante a expensas de la devoción. Millares de peregrinos y
creyentes colmaban los cofres de los clérigos administradores de los
centros que pudiesen pretender la posesión de reliquias auténticas.
Por supuesto las más lucrativas eran las constituidas por el cadáver
de algún santo, o parte de él al menos.
Dondequiera que uno
anduviese dentro de la Cristiandad, seguro que encontraba una uña
del pie de algún santo y el lóbulo de la oreja de algún otro.
Paradójicamente, ni el más cínico o descarado de los traficantes se
habría atrevido a exhibir ante las multitudes de peregrinos ningún
despojo del mismo Jesús, pues ¿acaso éste no ascendió
corporalmente
a los cielos? Lo más parecido que se podía presentar era alguna
espina de la «corona de espinas» o una astilla de la Vera Cruz... y
existen tantas que se ha dicho que si las juntaran todas, podían
armar con ellas un barco.
En estos tiempos apenas ningún comentarista, aunque sea ajeno a la
Iglesia
católica, se toma el trabajo de denunciar unas falsificaciones tan
patéticas que
constituyen casi un insulto a la inteligencia humana. Por desgracia
lo son también
los «huesos de María Magdalena» conservados en Saint-Maximin,
habiéndose
demostrado sin lugar a dudas que los documentos probatorios de su
autenticidad
también eran falsos, en particular por su utilización del sistema de
calendario que
regía en el siglo XIII, que era distinto del vigente en el siglo
VIII. Y si se corrigen las
fechas resulta que no había amenaza sarracena en Francia para la
época a que se
refieren.29
En el caso que nos ocupa intervienen, sin embargo, otros elementos,
los cuales sugieren que estaba en juego algo más que la simple
venalidad. Es cierto que la posesión de reliquias era un negocio
lucrativo. pero en lo que concierne a los supuestos despojos de
grandes personajes históricos suelen intervenir además otros
motivos. Durante el siglo XI, por ejemplo, se descubrieron en
Glastonbury los supuestos restos del rey Artús y de su reina. Muchos
creen que esto no fue más que un truco del abad para dar notoriedad
a su abadía, pero hay en ello una dimensión añadida, y es que por
aquel entonces los ingleses andaban ocupados en conquistar el país
de Gales, y para los galeses el rey Artús era un héroe legendario,
un símbolo del orgullo nacional. Que no había muerto, sino que
estaba escondido para regresar algún día y expulsar a los invasores.
Con la presentación del cadáver, los ingleses les dieron un buen
golpe psicológico a los galeses.
En cuanto a los huesos de María Magdalena, se creía que estaban en Vézelay de Borgoña, adonde habían sido trasladados procedentes de la
Provenza, y se guardaban bajo el altar de la abadía de
Sainte-Marie-Madeleine, no habiendo sido vistos por nadie. En 1265
san Luis, gran coleccionista y venerador de reliquias, ordenó la
exhumación y dispuso que dos años más tarde fuesen exhibidos en
solemne ceremonia a la que él asistió. Por desgracia los monjes de
Vézelay sólo pudieron presentar algunos huesos en un cofre metálico,
pero no el esqueleto entero que hasta entonces se había supuesto en
poder de ellos.30 (La historia es notable porque demuestra una total
ausencia de recursos por parte de los monjes en esa situación.)
Carlos de Anjou, que tendría entonces diecinueve años, debió de
asistir a la ceremonia, en tanto que sobrino del rey.
Después de este evento (y por motivos que se desconocen) Carlos
quedó
persuadido de que los verdaderos restos de la Magdalena habían
quedado en
algún lugar de la Provenza, y se obsesionó con la búsqueda. Tanto es
así que esa
pasión ha extrañado a los estudiosos de todas las épocas, y como
escribió un
historiador francés, «nos gustaría saber qué motivos tendría el
príncipe para tanta
devoción».31
Carlos mandó excavar debajo de la iglesia de
Saint-Maximin y llegó a
hurgar con sus propias manos. Y aunque sean falsas las reliquias que
finalmente
aparecieron, y son las mismas que se reverencian hoy, a juzgar por
la conducta de
Carlos parece que él fue el engañado, no el engañador. Salvo si
consideramos otra
posibilidad, la de que el «descubrimiento» de las reliquias en
Saint-Maximin fuese
una intencionada maniobra de diversión para poner fin a todas las
búsquedas ajenas... mientras Carlos y su familia seguían buscando en
otra parte.
Cuando se encontraron los huesos, Carlos ejerció su influencia cerca
del papa
con objeto de conseguir que fuesen reconocidas sus reliquias en
detrimento de las
que tenía Vézelay, lo cual consiguió en 1295, y que se autorizase la
construcción de
la basílica. Algo más se tramaba ahí, sin embargo, pues se sabe que
Carlos hizo sus
proyectos en reuniones secretas con los arzobispos de todas las
diócesis del
entorno.
También se encargó de lograr que los dominicos reemplazasen
a los
benedictinos ya establecidos en Saint-Maximim, aunque aquéllos no
tenían el
menor interés en hacerlo y fue necesario que se lo ordenase el
pontífice. Bajo cuya
autoridad quedó la nueva basílica, sustrayéndola a la del diocesano.
Pero estos
cambios de auspicios tropezaron con tan fiera resistencia en la
región que Carlos se
vio obligado a enviar tropas para proteger al nuevo cabildo y a los
delegados del
papa y del rey durante los actos de la toma de posesión oficial.32
Una consecuencia
de todo esto, y no poco curiosa, fue que los dominicos adoptaron a
la Magdalena
como santa patrona en 1297 con el epíteto de «hija, hermana, y
madre» de su
Orden.33
Como hemos visto, Renato de Anjou, descendiente de Carlos (y
supuesto Gran Maestre del Priorato de Sión), también tuvo en
altísima estima a la Magdalena. Se cuenta que tenía un cáliz a
imitación del Grial con la siguiente y enigmática inscripción:
El que beba a fondo verá a Dios; el que la apure de un solo trago
verá a Dios Y a la
Magdalena.34
Obviamente la Magdalena mereció gran respeto y destacada
significación a la familia de Anjou, pero es que además observamos
un misterio oculto en ese fervor: el hecho de que Renato de Anjou
practicase excavaciones en Saintes-Maries-de-la-Mer —en busca de
restos de la Magdalena, según todas las apariencias— forzosamente ha
de juzgarse muy extraño puesto que 200 años antes Carlos aseguró
haberlos encontrado en Saint-Maximin. Se diría que pese a las
diversas pretensiones en contrario, aún no los había descubierto
nadie en realidad.
Descubrimiento para nosotros fue ver en Marsella una de las
misteriosas «Vírgenes Negras» que nosotros sabíamos íntimamente
conectadas con la tradición de la Magdalena, aun sin haber entendido
todavía con claridad cómo ni por qué.
Estas figuras religiosas son precisamente las imágenes habituales de
la Virgen
con el Niño, pero por alguna razón la Virgen aparece de piel negra.
No diremos
que sean especialmente apreciadas por la Iglesia católica, que suele
considerarlas
con cierta desconfianza por decirlo de alguna manera, y se han
propuesto muchas
teorías para explicar lo de la piel negra. Además, ¿qué relación
pueden tener con la
Magdalena, mujer que fue supuestamente de una raza del Oriente
Próximo, y que
según cree la tradición no tuvo hijos? Nos hicimos el propósito de
profundizar en
el culto de la Virgen Negra con la esperanza de hallar alguna
pista.35
Todas y cada una de estas figuras, dondequiera que fuesen halladas,
se
convirtieron en centro de un culto importante. Aunque se han
encontrado en una
gran extensión de Europa, pues las hay en Polonia y también en el
Reino Unido, la
mayor proporción de ellas —hasta un 65 por ciento según el estudio
realizado en
1985 por Ean Begg— se da en Francia, y de éstas la mayoría se hallan
en el sur.36
Aunque es obvio que esas advocaciones atraen todavía un seguimiento
numeroso y apasionado, se trata de cultos locales nunca reconocidos
oficialmente ni patrocinados por la Iglesia católica. Según todos
los indicios la veneración a las Vírgenes negras tiene alguna cosa
non sancta, y esto podemos asegurarlo incluso por propia
experiencia. En su libro The Cult of the Black Virgin (1985),
Ean
Begg escribió:
La hostilidad fue inconfundible el 28 de diciembre de 1952 cuando
iban a presentarse
[colaboraciones acerca de] las Vírgenes Negras ante la Asociación
Americana para el
Progreso de las Ciencias. Todos los curas y monjas presentes entre
el público abandonaron la
sala.37
Y sigue diciendo que, hostilidades activas aparte, la mayoría de los
sacerdotes actuales exhiben desinterés o ignorancia en cuanto al
tema, y no muestran ningún interés en investigarlo.
Durante la recogida de datos para su libro, Begg visitó con
asiduidad los santuarios de diversas Vírgenes negras sólo para
descubrir que el párroco o sacristán decía no tener ningún
conocimiento de tal estatua, o que ésta no estaba visible por un
motivo u otro. Pero las Vírgenes negras, dondequiera que han
existido o se siguen descubriendo, cuentan con cariño y devoción
inmensos por parte de los fieles de la comarca. Así pues, ¿por qué
caen tan antipáticos esos cultos a la corriente oficial del
catolicismo?
Para explicar que sean negras se han aventurado varias teorías que
van de lo ridículo a lo sublime, con bastante predominio de lo
primero. Ean Begg cita un diálogo típico sobre el tema entre un
colega suyo y un sacerdote, A la pregunta «dígame, padre, ¿por qué
es negra la Virgen?», el clérigo respondía: «Es negra porque es
negra, hijo mío».38
Otras explicaciones incluyen la condescendiente
proposición de que las estatuas se ennegrecen en el decurso de los
siglos, por estar expuestas a ambientes cargados de humo de los
cirios. Por supuesto, el hecho de que otras figuras de la misma
antigüedad y colocadas en los mismos ambientes sigan siendo por lo
menos lavables desautoriza la explicación; además las gentes no son
tan ingenuas que hayan venerado equivocadamente, con tan rara y
ferviente pasión, y durante siglos, unas Vírgenes de caras sucias.
Sobre esto resulta que muchas de esas figuras están deliberadamente
pintadas de negro o se tallaron en material negro, como el ébano:
parece razonable suponer que quien las hizo quería que fuesen
negras.
Otra idea quizá más plausible es que son, digamos, oscuras porque
fueron traídas por los Cruzados de lugares donde la población tenía
la piel de ese color. En realidad la mayoría de las Vírgenes negras
se hicieron en los mismos lugares donde luego se les rindió
veneración, y no fueron copiadas de ningún prototipo que los
cruzados hubiesen traído de exóticos y lejanos países.
Pero hay otra teoría bastante más persuasiva, y es que las Vírgenes
negras se vinculan, por lo general, a emplazamientos paganos mucho
más antiguos.39
1 - Saint
Gervazy 2 - Cantal 3 - Clermont Ferrand 4 - Einsiedeln 5 -
Rocamadour
6 - Molompize 7 - Marsat 8 - Chartres 9 - Sara-la-Kâli (Saintes
Maries de la Mer)
10 - Palladuc 11 - Montserrat
Y si bien la cristianización de esos santuarios ha
sido un hecho común en toda Europa, la propia negritud de estas
imágenes sugiere que son la continuación de una diosa pagana
revestida de ropajes cristianos. Quizá sea ésa la causa de que la
Iglesia las trate con desdén, aunque el fervor a ellas dedicado
imposibilita prácticamente la prohibición. Por otra parte, si se
quisiera que tal prohibición surtiese efecto, y más en tiempos
actuales, sería preciso suministrar algún motivo, lo cual no dejaría
de llamar la atención sobre lo que ha estado ocurriendo durante los
últimos 2.000 años.
La relación con el paganismo por sí sola no explica, naturalmente,
el motivo de que las Vírgenes sean negras, por más que algún
apologista cristiano dijese que tal relación debió de ser «negra»
simbólicamente, al menos. Pero muchas de estas localizaciones se
vinculan a deidades precristianas como Diana y Cibeles, a las que sí
se representó como negras durante los largos períodos en que su
culto estuvo vigente.
Otra diosa representada en ocasiones como negra fue Isis, cuyo culto
en la región mediterránea sobrevivió hasta bien entrado el período
cristiano. Hermana de Neftis, era una divinidad de múltiples
aspectos cuyos dones particulares incluían la magia y la sanación,
íntimamente asociada además al mar y a la Luna. También su consorte
Osiris era negro en tanto que dios del mundo subterráneo y de la
muerte. Éste es el que fue arteramente traicionado y muerto por Set,
el dios del mal, pero mágicamente devuelto a la vida por Isis a fin
de engendrar el infante Horus.
Se sabe que los primeros cristianos tomaron en beneficio de la
Virgen María
buena parte de la iconografía de Isis. Por ejemplo, le adjudicaron
varios de los
títulos de Isis, como el de «Estrella del mar» (Stella maris) y el
de «Reina de los
Cielos». También la representación tradicional de Isis, de pie sobre
una media luna,
o con el cabello cuajado de estrellas, o una orla de estrellas
alrededor de la cabeza,
fue adoptada con frecuencia para la Virgen. Y aunque los cristianos
crean que las
figuras de Virgen con Niño son una iconografía exclusivamente
cristiana, de hecho
todo el concepto de Nuestra Señora con niño se hallaba ya bien
asentado en el
culto de Isis.40
También a ésta se le rindió culto como santa virgen. Pero, aunque
fuese
asimismo la madre de Horus, esto no suponía ninguna dificultad en
las mentes de
sus millones de seguidores. Pues a diferencia de los cristianos
actuales, obligados a
admitir el dogma de la virginidad como artículo de fe y además como
suceso
histórico real, los seguidores de Isis y otros paganos no se
enfrentaban a un dilema
intelectual de ese género. Para ellos, Zeus, Venus o Ma’at
anduvieron o no por la tierra en algún momento, pero lo importante
no era esto sino lo que encarnaban.
Cada uno de esos soberanos del
panteón rigió su propio departamento de la vida humana; por ejemplo
a la diosa egipcia Ma’at le correspondía la noción de justicia,
tanto en el mundo material como en el reino de los difuntos, donde
las almas eran pesadas en la balanza. Los dioses eran entendidos
como arquetipos vivientes, no como personajes históricos. Ningún
seguidor de Isis habría perdido el tiempo buscando un sudario que
hubiese envuelto el cadáver de Osiris, ni, consideraría importante
el hallar una astilla del ataúd en que estuvo. Aquella religión,
lejos de ser primitiva e ignorante, se diría que tuvo una
comprensión muy profunda del psiquismo humano.
Isis recibía culto como Virgen y como Madre, pero nunca como madre
virgen. A sus seguidores les habría parecido francamente ridículo
pensar que una mujer permaneciese virgen antes y después de dar a
luz un hijo; los dioses serían capaces de obrar prodigios, pero no
de cancelar la incredulidad humana hasta ese punto. El culto de las
divinidades femeninas mayores subrayaba esa feminidad esencial
dividiéndola en tres aspectos principales, cada uno de los cuales
representaba una fase del ciclo de vida de una mujer real: primero
la Virgen, luego la Madre, luego la anciana que representa la
Sabiduría, las tres vinculadas además a las fases de la Luna, sin
exceptuar su ocultación.
De este modo cada diosa, y también Isis,
representaba la totalidad de la experiencia femenina, sin exceptuar
el amor sexual, y por consiguiente podía ser invocada por una mujer
para que la socorriese ante cualquier género de dificultad... a
diferencia de la Virgen María, de quien se postula una pureza que es
un obstáculo infranqueable para quien tal vez desearía poder
consultar con alguien sus conflictos sexuales.
Pues bien, algunas veces se representó como negra a Isis, esa mujer
hecha y
derecha que representa el ciclo de vida femenino completo. Y su
culto estuvo
mucho más difundido de lo que generalmente se cree. Por ejemplo, se
descubrió
un templo consagrado a ella en lugar tan septentrional como París,
junto con
indicios de que no era un centro aislado. Isis, la bella diosa
adolescente a quien una
mujer podía rezar sin escrúpulos de conciencia para absolutamente
todo, sedujo a
las mujeres de todas las culturas. Cuando surgió la Iglesia, tan
patriarcal ella, la
primera intención fue la de erradicar los cultos femeninos de los
paganos.
Pero la
necesidad de una diosa continuaba ahí, y representaba un peligro
para los Padres
de la Iglesia. Así que permitieron la veneración a la Virgen María
como una especie
de versión expurgada de Isis, aunque absolutamente desvinculada de
los
imperativos biológicos, emocionales y espirituales de las mujeres de
verdad: un
sucedáneo de diosa creado por misóginos para un ambiente misógino.
Pero no era
fácil que la asexuada Virgen María pudiese suplantar el rol de Isis
y que ello no
suscitase ninguna reacción por parte de sus seguidoras.
La madre de
Jesús,
esencialmente buena pero desprovista de relieve en los relatos
evangélicos, ¿cómo
reemplazaría a una figura tan redonda como la de Isis, que no sólo
era la
virginidad, la maternidad y la sabiduría, sino además iniciadora
sexual y dueña de
los destinos de los hombres? ¿No podría ser que el culto a María
Magdalena, como el de la Virgen negra tan menospreciada por la
Iglesia, ocultasen en realidad una idea de la mujer mucho más
antigua y más completa?
Ha quedado bien establecido que los santuarios de Vírgenes negras
tienen relación con antiguos emplazamientos paganos, pero hay otro
vínculo no tan ampliamente conocido. Una y otra vez, esas figuras
enigmáticas y sus antiquísimos cultos florecen al lado de los
consagrados a María Magdalena. Por ejemplo la célebre figura negra
de Sara la Egipcia que está en Saintes-Maries-de-la-Mer, el mismo
lugar donde se dice que desembarcó la Magdalena al término de su
viaje desde Palestina. En la región de Marsella tienen no menos de
tres Vírgenes negras, una de ellas en la cripta de la basílica de
Saint-Victor, contigua a la capilla subterránea consagrada a María
Magdalena. La otra está en la iglesia que tiene «ella» en
Aix-en-Provence (cerca del lugar donde se cree fue sepultada), y la
tercera en la catedral de esta misma ciudad, la de Saint-Saveur.
Es innegable la relación entre el culto a María Magdalena y el de
las Vírgenes negras. Ean Begg ha relacionado no menos de cincuenta
centros del primero, que también poseen santuarios dedicados a la
Virgen negra.41 Un estudio de las localizaciones de Vírgenes negras
en Francia muestra la concentración máxima en el polígono entre Lyon, Vichy y Clermont-Ferrand, con centro en una cordillera llamada
Les Monts de la Madeleine. También hay una importante aglomeración
en la Provenza y los Pirineos orientales, regiones ambas íntimamente
unidas a la leyenda de la Magdalena. Así que la asociación entre
ambos cultos queda clara, aunque no sus razones.
Y volvemos a topar con el Priorato de Sión, a quien el culto de la
Magdalena
merece particular interés, aunque eso no sea muy conocido (y es
curioso que no lo
mencione The Holy Blood and the Holy Grail, porque hacia la misma
época en que
apareció el libro, sus autores, Michael Baigent y Richard Leigh,
aludieron al asunto
en los artículos que escribían para la revista semanal The
Unexplained.42 Varios de
los emplazamientos vinculados al Priorato tienen sus propias
Vírgenes negras, por
ejemplo Sion-Vaudémont y también la ciudad donde sus miembros
celebran
tradicionalmente la elección del Gran Maestre, es decir Blois, en el
valle del Loira.43
Más exacto sería decir que la veneración de las Vírgenes negras
ocupa un
lugar central para el Priorato. Sus miembros destacan como devoción
especialmente recomendada la de Goult, cerca de Avignon. Ésta tiene
la
advocación de «Notre-Dame de Lumière», es decir Nuestra Señora de
Luz.44 Ellos
al menos no albergan ninguna duda en cuanto al significado real de
la Virgen
negra; como ha escrito explícitamente Pierre Plantard de
Saint-Clair, «la Virgen
Negra es Isis y su nombre es Notre-Dame de Lumière».45
Parece que hemos encontrado una discrepancia, porque ¿cómo puede
existir
una relación entre las Isis-Vírgenes negras y la obsesión del
Priorato con el linaje
merovingio? Plantard de Saint-Clair explica la relación entre el
Priorato y las
Vírgenes negras diciendo que su veneración fue promovida por los
reyes
merovingios. Pero, aun cuando depongamos por un momento nuestro
escepticismo en cuanto a la continuidad de ese linaje, la afirmación
no acaba de
encajar con el postulado de que provenía del linaje judío de David.
Otra
discrepancia es la que ha observado Begg: que si bien la veneración
del Priorato
moderno hacia Isis puede considerarse como el intento de establecer
para sí
mismos un pedigree que se retrotraiga a la época de los romanos o
más atrás
todavía, las deidades femeninas a las que se rendía culto en las
Galias eran
principalmente Cibeles y Diana, pero no Isis. Es así que Plantard de
Saint-Clair
insiste en que el Priorato tiene que ver concretamente con Isis,
pero ¿por qué? Begg
sugiere que podría tratarse de un artificio para insinuar alguna
vinculación
importante con la antigüedad egipcia.46
Si existiera un personaje legendario que pudiese proporcionar una
respuesta a este acertijo, o entenderse como un puente entre la
tradición pagana y la cristiana reunidas en el culto a las Vírgenes
negras, sin duda nadie mejor que María Magdalena. Hemos visto que
ésta era muy importante para el Priorato y que éste ve a Isis en las
Vírgenes negras. Pero ¿cómo fue que aquella famosa penitente
cristiana acabó relacionándose con antiguos emplazamientos de
santuarios paganos?
Una posible pista podría buscarse en el Cantar de los Cantares, esa
colección de poesía amatoria sorprendentemente incluida en el
Antiguo Testamento, y tradicionalmente atribuida al rey Salomón en
elogio de los encantadores atributos de la reina de Saba. Vale la
pena observar que el día de la Magdalena se lee en las iglesias
católicas un pasaje de dicho libro, que dice (Cantar de los Cantares
3, 1-4):
En mi lecho, por la noche, busqué
al amor de mi vida; lo busqué, pero no lo encontré.
Me levantaré, recorreré la ciudad, por las calles y las plazas
buscaré al amor de mi vida. Lo busqué, pero no lo encontré.
Me encontraron los centinelas, los que hacen la ronda por la ciudad:
«¿Habéis visto al amor de mi vida?». Apenas los había pasado,
cuando encontré al amor de mi vida. Lo abracé y no lo he de soltar
hasta que no lo haga entrar en la casa de mi madre,
en la alcoba de la que me engendró.
Desde los primeros tiempos de la era cristiana se ha asociado a la
Magdalena con el Cantar de los Cantares.47 En este caso es posible
que los versos oculten alguna otra relación, porque pone en boca de
la amante las palabras «morena soy, pero hermosa», por donde vemos
otro vínculo con la veneración de las Vírgenes negras,48 y si
podemos creer al Priorato en este punto, con la diosa egipcia Isis.
Con esto quedamos en suspenso, porque si no se ven muy claras las
relaciones entre la Magdalena y las Vírgenes negras, menos aún las
encontramos entre la santa y el Cantar de los Cantares. Es verdad
que Isis salió en busca de su esposo Osiris, como la amante que se
lamenta en los versos citados, pero ¿qué paralelismo puede haber ahí
con la historia de María Magdalena? En principio no se nos ocurría
ninguna respuesta directa, y no parecía que ninguna permutación de
factores explicase todos los hechos conocidos.
Hay otro elemento que debe tenerse en cuenta y que complica todavía
más la cuestión. La Provenza, domicilio de la veneración
magdalaniense y de varias Vírgenes negras, muestra asimismo el
poderoso influjo de otro personaje significativo del Antiguo
Testamento: Juan el Bautista. En efecto, sorprende comprobar cuántas
iglesias se le han consagrado en esa región, y cuántos lugares
dedicados a su nombre.
En Marsella además de una iglesia de San Juan
Bautista hallamos el fuerte de San Juan, de los antiguos caballeros
hospitalarios, que todavía guarda la entrada del puerto. En Aix-en-Provence está la no pequeña iglesia de San Juan de Malta, y
para mostrar el camino, un bajorrelieve que representa la
decapitación de Juan el Bautista en un muro de la calle por donde se
va al templo.
En todo nuestro recorrido nos hemos tropezado con el
mismo fenómeno inexplicable: la mayor concentración de santuarios
consagrados a la Magdalena corresponde a una densidad de iglesias
consagradas a Juan el Bautista superior al promedio. Tal vez esa
relación extraña en apariencia inspiró las especulaciones de Ean
Begg:
[...] el caso de las Vírgenes negras incluye tal vez un secreto
herético susceptible de
escandalizar y asombrar incluso en estos tiempos actuales de
actitudes poscristianas, y lo que
es más, un secreto que afecta a fuerzas políticas todavía
influyentes en la Europa moderna.49
Por supuesto la abundancia de edificaciones dedicadas a Juan el
Bautista podría explicarse recordando que los hospitalarios (más
tarde llamados caballeros de Malta) le profesaron siempre una
veneración especial, y tuvieron destacada presencia en la región.
Pero también hay que contar con otra gran Orden de caballería, aún
más famosa, que tuvo fuerza en el sur de Francia y también veneraba
especialmente al Bautista, la de los caballeros templarios.
Como estábamos en la Provenza, no íbamos a perdernos la oportunidad
de visitar los alrededores de Saint-Jean-Cap-Ferrat, donde residió
Jean Cocteau. El viaje de Marsella a Niza se nos hizo eterno, aunque
sea apenas un salto contorneando la costa en dirección a los
oropeles de la ciudad-estado de Mónaco.
En cuanto a Saint-Jean-Cap-Ferrat, se halla al final de una
península y su prestigio
por haber servido de reducto a algunas estrellas del cine como David
Niven suscita
una inevitable imaginería cinematográfica. Aunque es verdad que
pueden verse
allí algunas de las residencias más lujosas del mundo que uno
pudiera imaginar
fuera de una película de James Bond,
50 así como un Château
Saint-Jean que alza su
silueta siniestra, casi amenazadora, y parece recién salido de una
película de Hitchcock. Pero ni siquiera ese reducto de ricos y
famosos es tan materialista como parece, ni es casual la destacada
presencia de San Juanes en la localidad.
La aldea propiamente dicha tiene una iglesia consagrada a Juan el
Bautista, que también da nombre a la población. Una vez más esto se
debe a la presencia de los caballeros de Malta, cuya capilla del
Saint-Hospice ocupa todavía el lugar que tuvo dentro del antiguo
fuerte, en la punta más saliente de la península: lugar muy bien
elegido para servir de vigía. En la ornamentación de la capilla
sobresalen las placas que conmemoran las visitas de los Grandes
Maestres de diferentes épocas.
La plaza exterior se llama «Place des Chevaliers de Malte» y la domina una gran figura de bronce que
representa una Virgen con Niño; pese a la pátina color verde oscuro
que la recubre, allí la llaman La Vierge Noire. Con sus más de cinco
metros de altura, lleva casi un siglo mirando al mar. He aquí otra
manifestación del extraño vínculo, casi diríamos simbiótico, entre
los emplazamientos de las Vírgenes negras y los dedicados a Juan
Bautista.
Volviendo al continente, sin embargo, hallamos una relación
inesperada con
el Priorato de Sión. En el puerto de la pequeña
ciudad de Villefranche-sur-Mer hay una capilla de la cofradía de
pescadores, naturalmente consagrada a san Pedro (el
«Gran
Pescador»), pero interesante para nosotros, sobre todo por la
identidad del autor de su notable ornamentación. Proyectada y
ejecutada por Jean Cocteau, quedó terminada en 1958, aunque se dice
que había sido un sueño suyo desde hacía muchos años. Lo que cuenta
en este caso es que él se encargó de todos los detalles de la
decoración, desde la renovación del enlucido hasta el diseño de los
candeleros.
El resultado final es extraño, para no entretenernos
demasiado en buscar un calificativo. Recuerda vagamente la
decoración de algún templo masónico, aunque con una imaginería
notablemente más surrealista. En todas partes hay ojos pintados,
gigantescos los situados a uno y otro lado del altar, y muy
abundantes, constelaciones de ojos por todas partes, además de unas
figuras muy peculiares, como la de una mujer que mira
intencionadamente y apunta con tres dedos al espectador.
De todo este amasijo de extraños símbolos y personajes que contiene
la capilla, sin embargo, nos llamó especialmente la atención una
escena que representa a los gitanos bailando alrededor de una
divinidad adolescente, obvia alusión a la ceremonia anual de
Saintes-Maries-de-la-Mer. No deja de extrañar esta referencia al
otro extremo de la Provenza, y en una capilla consagrada a san
Pedro, si no mienten los evangelios gnósticos al presentarlo como
enemigo de María Magdalena, la predilecta del Priorato de Sión.
La decoración de esta capilla fue el último trabajo de Cocteau antes
de emprender el mural de la iglesia londinense, y en ambos casos el
visitante sale del lugar con una sensación de incomodidad, como si
unas imágenes subliminales le hubiesen comunicado a nivel
inconsciente algo muy distinto del mensaje que supuestamente debe
contener un templo cristiano.
Unos treinta y cinco kilómetros al norte de los lujos de Niza hay
varios pueblos que forman parte de la pauta ya familiar de
santuarios de la Magdalena al lado de otros dedicados a Juan
Bautista. Es el valle del río Vésubie, por donde pasa una ruta
antaño importante de los Alpes a la costa, y es en esta comarca
donde hallamos topónimos que evocan las mismas asociaciones halladas
en las cercanías de Saint-Jean-Cap-Ferrat. Por ejemplo la aldea de
Sainte-Madeleine (sic) tiene por vecinas una Marie y un Saint-Jean.
Y eso no es todo. En la misma comarca encontramos un conjunto
medieval,
Utelle, que fue de los templarios, en los muros de cuyas estrechas
callejuelas
vemos los sellos esotéricos de los antiguos alquimistas, y valle
arriba está
Roquebillière, otro asentamiento de los monjes-soldados. La ciudad
más
importante es Saint-Martin-de-Vésubie, escenario de una
legendaria
matanza de
templarios en 1308.51
En estos parajes veneran a otra famosa Virgen negra, la Madone des
Fenestres - o Nuestra Señora de las Ventanas, aunque no falte quien haya
puesto en tela de juicio la advocación actual—, introducida en el
lugar por los templarios. Pero la tradición local dice que la figura
fue traída a Francia por María Magdalena.52 Son leyendas, claro
está, no necesariamente fundadas en nada real, pero queda el hecho
curioso de que a las gentes de estos lugares, por lo visto, les
parece muy natural el establecer asociaciones entre la Magdalena, la
veneración de las Vírgenes negras... y los templarios.
Al otro lado del valle, vista desde Saint-Martin-de-Vésubie, se
encuentra la aldea de Venanson, con una capilla de Saint-Sébastien
colgada sobre una peña que se asoma a la única carretera, y que se
enorgullece de poseer un retrato de Saint-Grat, obispo que fue de
esta diócesis, llevando en las manos la cabeza de Juan el Bautista.
A sólo cinco kilómetros de esta capilla está el pueblo de
Saint-Dalmas y en éste, la iglesia templaria de Sainte-Croix, uno de
los monumentos religiosos más antiguos de Francia. En las paredes,
unos frescos representan a Salomé, que enseña la cabeza de Juan el
Bautista a su madre Herodías y a su padrastro Herodes.
Bien es cierto que muchas iglesias así católicas como protestantes
tienen alguna que otra imagen del Bautista, pero el tema elegido
suele ser el bautismo de Jesús. Muy raras son las escenas de la
decapitación de Juan, o que muestren su cabeza cortada; sólo en las
regiones donde se le venera más especialmente se juzgan apropiadas
semejantes imágenes.
Pero hay varias en esta parte de Francia y,
como veremos, tal circunstancia no es casual porque, como se ha
mencionado, la comarca tuvo en otros tiempos gran densidad de
templarios y otras órdenes similares. Como se sabe desde siempre,
Juan el Bautista fue el santo patrono de los templarios, quienes lo
reverenciaron especialmente. Pero aún está por ver por qué este Juan
tenía tanta importancia para los templarios y los caballeros de
Malta. Tal cuestión fue cobrando cada vez mayor importancia a medida
que progresaba nuestra investigación.
Nuestra excursión por la Provenza había revelado que las leyendas
locales
sobre la Magdalena tenían un trasfondo consistente. Al mismo tiempo
se
descubrían inquietantes atisbos de algo más antiguo, más
trascendente, más organizado... quizá más oscuro. Mientras nos
poníamos a seguir las pistas fuimos levantando una capa tras otra de
asociaciones esotéricas, de antigüedad muchas veces centenaria.
Dondequiera que hubiese una Magdalena había una Virgen negra, por lo
general, y donde funcionó ese culto, hubo antes un floreciente
santuario consagrado a una diosa pagana. Otros hilos de la trama
conectaban a ese triunvirato femenino con el Priorato de Sión, e
inexplicablemente, con la veneración de los templarios por Juan el
Bautista.
En estas fases iniciales de nuestra investigación distinguíamos las
relaciones, pero no lográbamos deducir de ellas ningún sentido. A
veces llegamos a temer que nunca lo conseguiríamos. Pero conforme
perseverábamos en el análisis, las leyendas y los personajes
empezaban a ocupar el lugar que les correspondía en el cuadro... y
éste resultó ser tal que habría enorgullecido al mismo Leonardo.
Sin tener ni la menor idea de lo subversivas que iban a resultar
nuestras conclusiones, dejamos a nuestras espaldas la Provenza para
adentrarnos en la cuna de las herejías europeas.
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