4. LA CUNA DE LA HEREJÍA
Las leyendas acerca de la Magdalena han viajado mucho más allá de la
Provenza francesa, si bien los lugares asociados a su vida terrenal
en Francia sólo se encuentran allí. Muchas anécdotas se refieren a
ella en el Midi, más cerca de los Pirineos hacia el sudoeste y en la
región de Ariège. Se dice que llevó a estas tierras el Santo Grial.
Como cabía esperar, son también tierras de muchas Vírgenes negras,
sobre todo en los Pirineos orientales.
Saliendo de Marsella hacia el oeste nos acercamos a la región de
Languedoc-Rosellón, antaño la más rica de Francia y hoy una de las
más pobres. En estas comarcas despobladas el país parece ir haciendo
eco a los propios pensamientos y así recorremos kilómetro tras
kilómetro, pese a los turistas cada vez más numerosos que vienen a
empaparse de su sangrienta Historia... por no mencionar el vino
local. Y aunque hacemos nuestra contribución a la economía de la
región como buenos europeos, estamos aquí, ante todo y
principalmente, para examinar el pasado.
Abundan los indicios de la turbulenta historia de estos parajes.
Ruinas de castillos y de antiguas ciudadelas, arrasados por orden de
reyes y de papas, puntúan el paisaje y recuerdan brutalidades que
ultrapasaron el grado corriente de imposición de la autoridad por la
atrocidad, tan habitual en la Edad Media. Porque el
Languedoc-Rosellón fue la cuna de la herejía, si cabe decir esto de
algún lugar de Europa, y no hace falta acudir a más hechos de la
Historia para explicar el sistemático empobrecimiento de la región.
Pocas veces habrá marcado la religión los destinos de un país de una
manera tan visible, si exceptuamos a Bosnia e Irlanda del Norte.
Lo que en otros tiempos se llamaba tan sólo Languedoc —por el idioma
del país, la Langue d’Oc—se extendía desde la Provenza hasta la
región comprendida entre Toulouse y los Pirineos orientales. Hasta
el siglo XIII en realidad ni siquiera formaba parte de Francia, sino
que era feudo de los condes de Tolosa, teóricos vasallos de los
reyes de Francia, pero en la práctica más ricos y poderosos que
éstos.
Durante los siglos XI y XII estas tierras eran la envidia de Europa
por su civilización y su cultura. En arte, literatura y ciencias
iban por delante de todo el mundo... pero en el siglo XIII esta
brillante y fastuosa cultura quedó destrozada por una invasión de
los bárbaros del norte, de lo cual quedó un resentimiento que
todavía escuece. Para muchos de los habitantes actuales su país
sigue llamándose Occitania, y tendremos más ocasiones de ver que ésa
es una región con muy larga memoria.
El antiguo Languedoc siempre fue un reducto de ideas heréticas y
heterodoxas, probablemente porque una cultura que favorece la
búsqueda del conocimiento ha de ser tolerante con las ideas nuevas y
radicales.
Elemento central de ese medio ambiente fueron los trovadores,
músicos peregrinos cuyas canciones de amor eran, esencialmente,
himnos al Principio Femenino. Toda la tradición del amor cortés se
centraba en la idealización de la feminidad y en la mujer ideal, la
Diosa. Hoy tenemos de ellos la idea que transmitió el romanticismo,
pero también hubo erotismo de verdad en sus canciones. Sin embargo
la influencia del movimiento se extendió mucho más allá del Languedoc, y tuvo especial arraigo en Alemania y Holanda, donde los
llamaron Minnesinger, que significa literalmente cantores de la
mujer, aunque en este caso referido a una mujer idealizada o
arquetípica.
Pues bien, ese Languedoc fue el primer escenario europeo de un
genocidio cuando hubo una matanza de más de 100.000 seguidores de la
herejía cátara, por mandamiento del papa, durante la cruzada
albigense (que recibió su nombre de la ciudad de Albi, uno de los
focos de la insurrección). Precisamente la Inquisición se creó para
interrogar y exterminar a los cátaros. Aunque esta carnicería no
ocupa en el imaginario moderno un lugar comparable al de otros
holocaustos más recientes, lo cual sin duda se debe, sencillamente,
a que la cruzada albigense tuvo lugar en el siglo XIII, todavía
agita las pasiones de los occitanos. Algunos incluso aseguran la
existencia de una secular conspiración oficial para echar tierra al
asunto e impedir que el caso de los cátaros fuese más universalmente
conocido.
Aparte
los cátaros, esta región era y ha sido siempre un centro de
la alquimia. No pocas poblaciones conservan huellas de las
preocupaciones alquímicas de sus habitantes, como las
ornamentaciones con símbolos esotéricos que vemos en las casas de Alet-les-Bains, en las cercanías de Limoux. Hacia 1330 o 1340
saltaron en Toulouse y Carcasonne, por otra parte. las primeras
acusaciones de hechicería con la descripción hoy convencional del
aquelarre o Sabbath de las brujas. En 1335 la Inquisición de
Toulouse acusó a sesenta y tres personas, a las que extrajo
confesiones por los infalibles métodos habituales. Destacó
especialmente una joven acusada, Anne-Marie de Georgel, de quien se
considera generalmente que habló en nombre de los demás al describir
sus creencias. Dijo que para ellos la tierra era campo de batalla
entre dos dioses, el Señor de los Cielos y el Amo de este mundo.
Y que ella y los demás apoyaban a este último porque estaban
convencidos de que
sería el ganador. Lo cual pareció tal vez «hechicería» a los
interrogadores, pero era
puro y simple gnosticismo. Otra mujer similarmente apremiada declaró
que había
asistido al aquelarre «para servir la cena a los cathari».1
Muchos elementos paganos sobrevivieron en estos parajes y aparecen
todavía en los lugares más sorprendentes. Pues si bien es posible
ver relieves del «Hombre Verde», ese primitivo dios de la vegetación
que fue venerado en la mayoría de las comarcas rurales de Europa,
incluso en iglesias por demás cristianas como la catedral de
Norwich, no es tan normal que lo describan como descendiente de una
divinidad del Antiguo Testamento.
Como han escrito A. T. Mann y Jane Lyle:
Lilith consiguió hacerse un lugar en una iglesia, a saber, la
catedral pirenaica de Saint-Bertrand-de-Comminges: hay en ésta un relieve que representa
una
mujer con alas y patas de
pájaro que da a luz un personaje dionisíaco, el «Hombre Verde».2
Es una pequeña ciudad que dice haber tenido también la sepultura de
Herodes Antipas, nada menos, el rey de Judea que mandó matar a Juan
el Bautista.
Según Josefo, el historiador judeorromano del siglo I, el perverso
triunvirato
formado por Herodes, su intrigante esposa Herodías y su hijastra
Salomé, la de la
«danza de los siete velos», fue desterrado por los romanos a la
ciudad gala de Lugdunum Convenarum, que es la actual Saint-Bertrand-de-Comminges.
Allí
Herodes desapareció sin dejar rastro, Salomé murió ahogada en un
arroyo y
Herodías sobrevivió en la leyenda local, convertida en la bruja
mayor de un culto
de aquelarres nocturnos.3
Otra leyenda languedociana no menos llamativa es la que se refiere a
la «Reina del Sur» (Reine du Midi), uno de los títulos de las
condesas de Toulouse. En el folclore, la protectora de Tolosa de
Languedoc es La Reine Pedauque, es decir la Reina Pata de Oca. Lo
cual puede ser una alusión en el humorístico y esotérico «lenguaje
de los pájaros» al País de Oc (Pays d’Oc, de pronunciación similar a
Pedauque), pero los estudiosos franceses han identificado a ese
personaje con la diosa siria Anath, a su vez muy vinculada a la
egipcia Isis.4 Y queda también la asociación evidente con
Lilith, la
diosa de pies de ave.
Veamos otro personaje legendario del país, Meridiana. Por el nombre
parece vinculado al mediodía y al punto cardinal sur (ambos se dicen
midi en francés). Su aparición más famosa aconteció cuando Gerberto
de Aurillac (aprox. 940-1003), el futuro papa Silvestre II, viajó a
España para aprender los secretos de la alquimia.
Silvestre, propietario además de una cabeza parlante que le
anunciaba el porvenir,
recibió su sabiduría de esta Meridiana que le regaló «su cuerpo, sus
riquezas y sus
saberes mágicos»,5 lo cual describe claramente algún tipo de
conocimiento
alquímico y esotérico que se transmitía mediante una iniciación
sexual. Según la
estudiosa y escritora norteamericana Barbara G. Walker, el
nombre de Meridiana es un compuesto de «María-Diana», es
decir, que vincula a esa compleja divinidad pagana con las leyendas
acerca de María Magdalena corrientes en el sur de Francia.6
Tuvo también el Languedoc con mucho la máxima densidad de caballeros
templarios en Europa hasta la supresión de la Orden a comienzos del
siglo XIV, y todavía abundan allí las evocadoras ruinas de sus
castillos y sus encomiendas.
Si tal como sospechamos el culto a la Magdalena tuvo más ramas
«heréticas» que las encontradas por nosotros en la Provenza, sin
duda habría que buscarlas en esta otra región. Ciertamente una de
las ciudades principales que íbamos a encontrar en el recorrido
desde Marsella fue escenario de increíbles pasiones en nombre de
ella, y miles de sus habitantes perecieron de una muerte horrible en
defensa de lo que ella significaba.
Béziers se encuentra en el actual departamento de Hérault, del
Languedoc-Rosellón, y es una activa ciudad a escasos diez kilómetros del golfo
de Lyon, en la
costa mediterránea. En 1209 todos y cada uno de sus habitantes
fueron
perseguidos y muertos sin contemplaciones por los cruzados; el
suceso se sale de
lo habitual incluso en la crónica sangrienta, y muchas veces
francamente extravagante, de aquella larga campaña.
Lo narraron varios observadores contemporáneos, pero aquí nos
atendremos al relato de Pierre des Vaux-de-Cernat, un monje
cisterciense que escribió en 1213.7 No fue testigo presencial pero
se basó en los relatos de cruzados que sí estuvieron allí.
Béziers se había convertido en una especie de puerto de refugio para
heréticos y por eso, cuando los cruzados la atacaron existía allí un
enclave de 222 cátaros que vivían en la ciudad sin que nadie los
molestase.8 Aunque no se sabe si el conde de Béziers era también
cátaro, o sólo un simpatizante, el caso es que no hizo nada por
perseguirlos o expulsarlos, y esto enfureció sobremanera a los
cruzados.
Éstos exigieron que los habitantes, católicos comunes y corrientes,
entregaran a los cátaros o salieran de la ciudad dejando intramuros
a los cátaros para que fuese más fácil exterminarlos. Aunque estas
exigencias se plantearon bajo amenaza de excomunión —que no era
baladí en aquella época de cercanía muy real del infierno—, y la
alternativa parecía bastante generosa en el sentido de conceder a
los católicos la oportunidad de salvarse de la inminente matanza,
sucedió algo asombroso: los ciudadanos no quisieron cumplir ninguna
de las dos condiciones. Como escribió Vaux-de-Cernat, prefirieron
«morir como heréticos que vivir como cristianos». Y de acuerdo con
el informe que el papa recibió de sus enviados, los habitantes de la
población juraron además defender a sus herejes.
En julio de 1209, por consiguiente, los cruzados entraron en
Béziers. Después de ocuparla sin dificultad mataron a todo el mundo,
hombres, mujeres, niños y clérigos, tras lo cual incendiaron la
ciudad. Debieron de morir entre 15.000 y 20.000 personas, y
recordemos que los heréticos eran poco más de doscientos. «No
encontraron refugio ni bajo la cruz, ni ante el altar, ni junto al
crucifijo.» Así fue que los cruzados preguntaron a los delegados del
papa cómo distinguirían a los heréticos de los demás ciudadanos y
recibieron la célebre contestación: «Matadlos a todos, que Dios
conocerá a los suyos».
Se entiende fácilmente que los ciudadanos de Béziers quisieran
defender su ciudad frente a las previsibles atrocidades por parte de
un ejército enemigo, pero hay que recordar que se les había ofrecido
salvoconducto. Y si el cuidado principal hubieran sido las
propiedades, les habría bastado con entregar a los heréticos y
retornar a sus actividades cotidianas sin pensarlo más. Pero lo que
hicieron fue quedarse y firmar dos veces la sentencia de muerte
cuando además juraron defender a los cátaros. ¿Qué ocurrió allí en
realidad?
En primer lugar hay que tener en cuenta la fecha exacta de la
matanza, que
fue el 22 de julio, fiesta de María Magdalena, detalle cuya singular
importancia
destacaron todos los autores contemporáneos. Y fue en la iglesia de
la Magdalena
de Béziers donde cuarenta años antes murió asesinado el señor local,
Raymond
Trencavel, por motivos que no han quedado claros. En Béziers al
menos, la relación
entre la Magdalena y la herejía no era casual, y además nos
proporciona algunos atisbos sobre el trasfondo de la cruzada
albigense en su conjunto.
Como escribió Pierre des Vaux-de-Cernat:
Béziers fue tomada el día de santa María Magdalena, ¡oh justicia
suprema de la Providencia! [...] los heréticos afirmaban que santa
María Magdalena había sido la concubina de Jesucristo [...] era
justo, por tanto, que esos perros repugnantes fuesen vencidos y
exterminados en la festividad de aquella a quien habían agraviado
[...].
Por más que la idea pareciese repugnante al buen monje y a los
cruzados, es obvio que no escandalizaba a la gran mayoría de los
ciudadanos que se pusieron activamente a favor de los herejes hasta
la muerte. Lo cual indica con claridad que la creencia o tradición
local en cuestión ejercía un ascendiente insólito en los corazones y
las cabezas de aquellas gentes.
Como nosotros sabemos, los
evangelios gnósticos y otros textos primitivos describen sin muchos
eufemismos como unión sexual la relación entre María Magdalena y
Jesús. Pero ¿es de creer que estuvieran al corriente de eso los
habitantes de una pequeña ciudad medieval? Los evangelios gnósticos
ni siquiera habían sido descubiertos (y aun en el supuesto de que se
hubiese sabido algo de ellos, esas personas seguramente no habrían
sido notificadas). Así pues, ¿de dónde provenía la tradición?
El episodio vino a ser como el estreno general de la cruzada
albigense, cuyos estragos en el Languedoc aún habrían de durar
cuarenta años más y dejaron tales cicatrices en la conciencia
colectiva de la población, que no incurre en un exceso de fantasía
el que cree detectarlas aún. Pero entonces, ¿quiénes fueron esos
cátaros cuyas creencias justificaron que se montase toda una
cruzada? ¿Qué motivos tenía el poder establecido para temerlos tanto
que juzgase necesario crear la Inquisición como arma concretamente
asestada contra ellos?
Hoy día no es posible describir con exactitud la génesis de la fe
cátara, pero
en el Languedoc el movimiento se convirtió rápidamente en una fuerza
no
desdeñable durante el siglo XI. Los languedocianos no los hicieron
blanco del
desdén o el ridículo que hoy dispensamos a las confesiones
minoritarias existentes
en nuestra cultura. Llegaron a ser la religión dominante del país y
siempre fueron
tratados allí con el mayor respeto. Los miembros de todas las
familias aristocráticas
eran cátaros notorios, o simpatizantes que los ayudaban activamente.
Se puede
afirmar que el catarismo era la virtual religión de estado en el
Languedoc.9
Los llamaban les Bonhommes o les Bons Chrétiens, es decir buenos
hombres o
buenos cristianos, lo cual da a entender que no escandalizaban a
nadie. Los
comentaristas modernos, en especial los que consideran la cuestión
desde la
perspectiva de la Nueva Era, los presentan como un movimiento de
pureza, un
intento de retorno a los principios fundamentales del cristianismo.
Aunque como
veremos luego, asimilaron otras muchas ideas y sus doctrinas no
estuvieron
exentas de alguna confusión, sí es cierto que propugnaron un ideal
de vida
conforme a las enseñanzas de Jesús.
Acusaban a
la Iglesia católica
de haberse
alejado en exceso de los postulados originarios, en especial el de
la pobreza
apostólica. Por tanto, anatemizaban la riqueza y los fastos de la
Iglesia, que juzgaban opuestos a lo que Jesús exigió de sus
seguidores. Una consideración superficial tiende a explicarlos como
precursores de la Reforma protestante, lo que no es el caso pese a
que se dan algunas semejanzas.
Los cátaros vivían sencillamente. Preferían congregarse al aire
libre o en casa de un vecino mejor que en las iglesias, y aunque
tuvieron una jerarquía administrativa con sus obispos, todos los
miembros bautizados eran iguales, en lo espiritual. También
postulaban la igualdad entre los sexos, y esto puede sorprender más
teniendo en cuenta la época, aunque la cultura del Languedoc exhibía
ya una actitud más ilustrada en ese mismo sentido.
Se abstenían de
comer carne (por razones ligeramente erróneas, como veremos luego),
eran pacifistas y creían en una especie de reencarnación. También
practicaban la predicación itinerante, para lo cual viajaban por
parejas que vivían en la mayor pobreza y sencillez y se detenían
dondequiera que hiciese falta ayudar y sanar. En muchos sentidos
cabe decir que los Hombres Buenos no eran un peligro para nadie...
excepto para la Iglesia.
Dicha institución sí tenía numerosos motivos para perseguir a los
cátaros. Éstos se declaraban adversarios fanáticos del símbolo de la
cruz en tanto que morboso y funesto recordatorio del instrumento de
suplicio en que Jesús halló la muerte. Aborrecían asimismo el culto
de los difuntos y el consiguiente tráfico de reliquias, recurso
principal con que la Iglesia de la época llenaba sus arcas. Pero el
primer motivo de la enemistad eclesiástica fue que los cátaros no
reconocían la autoridad del papa.
En el decurso del siglo XII varios concilios condenaron a los
cátaros, pero fue en 1179 cuando ellos y sus protectores quedaron
definitivamente anatemizados. Hasta esa fecha la Iglesia envió a
misioneros, elegidos entre los mejores predicadores con que contaba,
para tratar de obtener el «regreso al redil» de los languedocianos.
Incluso el gran santo Bernardo de Claraval (1090-1153) fue enviado a
la región, pero regresó exasperado por la contumacia de aquéllos.
Sin embargo, y esto es significativo, en su informe al papa tuvo
buen cuidado de señalar que, si bien los cátaros estaban sumidos en
el error desde el punto de vista de la doctrina, «si examinamos su
modo de vida no encontraremos ninguno más irreprochable».10 En toda
la cruzada éste fue un rasgo invariable: incluso los enemigos de los
cátaros tenían que admitir que la regla de vida de éstos era
ejemplar.
Otra táctica ensayada por la Iglesia fue la de vencer a los
heréticos con sus propias armas haciendo que sus misioneros actuaran
como predicadores itinerantes. Entre los primeros, allá por 1205,
estuvo Domingo de Guzmán, monje español y futuro fundador de la
Orden de los Predicadores (luego conocida como dominicos o frailes
negros, que suministraron la mayor parte del personal de la
Santa
Inquisición).
Los dos bandos se reunieron para una serie de disputas públicas, una
especie
de espectáculo de la época pero mortalmente serio, aunque éstas no
solucionaron
nada. Por último, en 1207 el papa Inocencio III perdió la paciencia
y excomulgó a Raymond VI conde de Tolosa por no haber procedido
contra los herejes. Medida obviamente impopular, como se echó de ver
cuando el legado papal que traía la noticia fue muerto por uno de
los soldados de Raymond. Y ésa fue la gota que colmó el vaso; el
papa convocó la cruzada contra los cátaros y contra quienes los
ayudasen o simpatizasen con ellos. Esta proclamación se realizó el
24 de junio de 1209, fiesta de San Juan Bautista.
Hasta entonces se solía llamar a la cruzada contra los musulmanes,
es decir unos «infieles» extranjeros que vivían en países tan
lejanos, que apenas se tenía una noción de ellos. Pero esta cruzada
iba a ser de cristianos contra cristianos, y se desarrollaba casi
como quien dice a las puertas de la sede pontificia. Era muy posible
que algunos cruzados conociesen personalmente a algunos de los
heréticos que juraron exterminar.
La cruzada albigense, comenzada en 1209 con el asalto a Béziers,
continuó con la mayor brutalidad conforme una ciudad tras otra iba
cayendo en manos de los soldados bajo el mando de Simón de Montfort.
La campaña duró hasta 1244, es decir que los cruzados dispusieron de
un tiempo considerable para hacer de las suyas. Todavía hoy, en
algunos lugares del Languedoc el nombre de Simón de Montfort suscita
una reacción mezcla de temor y odio.
En la época, las razones religiosas manifiestas de la campaña no
tardaron en combinarse con otros motivos más cínicamente
políticos.11 La mayoría de los cruzados eran oriundos del norte de
Francia. Las atractivas riquezas y el poderío del Languedoc eran
aspectos que nadie ignoraba. Antes del comienzo de la cruzada la
región disfrutaba de una notable independencia; cuando aquélla
terminó, había pasado a formar parte de Francia de una vez por
todas.
Se mire como se mire, este episodio de la Historia europea resultó
significativo en muchos aspectos. Además de ser el primer genocidio
perpetrado en Europa, proporcionó un impulso definitivo a la
unificación de Francia... Y también a la creación de la Inquisición.
Pero nosotros opinamos que hay en la cruzada albigense mucho más que
un episodio de ferocidad antigua, y por mucho tiempo extrañamente
olvidado.
Los cátaros eran pacifistas, y además desdeñaban tanto la «vil
envoltura carnal», que no tenían inconveniente en desprenderse de
ella, aunque fuese por medio de un martirio tan horrible como la
muerte en la hoguera. Durante la campaña, incontables millares de
cátaros hallaron la muerte en las piras, pero muchos de ellos no
dieron ninguna muestra de temor. A lo que parece, algunos ni
siquiera sufrieron, como se evidenció singularmente cuando terminó
el asedio a Montségur, su último reducto.
Parada obligada para el turista moderno, Montségur se ha convertido
en una
especie de lugar mítico, al estilo de Glastonbury Tor. Y si en éste
la cuesta resulta
un poco ardua para los visitantes que no se han mantenido en forma,
no digamos
la rampa de acceso al castillo de Montségur. Vertiginosa ciudadela
de piedra
increíblemente encaramada en lo alto de una montaña que tiene más o
menos la
forma de un pan de azúcar de los de antes, domina una aldea y un
valle donde menudean peligrosos desprendimientos de rocas.
Al pie de
la cuesta hay carteles en varios idiomas desaconsejando el intento
de subir al «château» a quienes no gocen de plenas facultades; más
de un bronceado excursionista pierde el resuello antes de llegar. Es
difícil imaginar cómo subieron los cátaros el material de
construcción y los pertrechos. Una vez arriba, sin embargo, la
resistencia se hacía relativamente fácil, porque los cruzados con
sus caballos y armaduras no podían ni pensar en intentar la
escalada.
Poco después de 1240 y conforme sus enemigos iban arrinconando a los
cátaros sobrevivientes en sus reductos pirenaicos, ellos hicieron de
Montségur su cuartel general. En tanto que refugio de unos 300
cátaros y más particularmente de sus cabecillas, para los hombres
del Papa era el premio gordo, o como escribió Blanca de Castilla, la
reina de Francia, refiriéndose a la importancia de Montségur, «[hay
que] cortar la cabeza del dragón».
Durante los meses que duró el sitio se produjo un curioso fenómeno.
Varios de los soldados sitiadores se pasaron al bando de los cátaros
aun sabiendo perfectamente cómo acabaría la aventura para ellos. ¿A
qué motivos obedecería tan extravagante deserción? Se ha sugerido
que los impresionó tanto el ejemplar comportamiento de los cátaros,
que sufrieron una profunda conversión interior.
Como decíamos, los cátaros se enfrentaron a la muerte cierta en el
suplicio no ya con estoicismo, sino con absoluta tranquilidad...
incluso mientras las llamas crecían a su alrededor, según se ha
contado. A quienes recuerden los años setenta del siglo XX, esa
descripción les evocará inmediatamente la imagen del solitario monje
budista quemándose vivo para protestar contra la guerra del Vietnam:
perfectamente inmóvil, en un trance sólo explicable por un largo
entrenamiento y una disciplina inconcebible, mientras el fuego le
mataba. Y los cátaros se preparaban a conciencia para la muerte, e
incluso prestaban juramento de mantener la fe cualesquiera que
fuesen los tormentos a que se viesen sometidos. ¿Quizá practicaban
una técnica (endura) parecida de trance que les permitía soportar las
torturas más extremas? En tal supuesto, habrían encontrado el
secreto que los soldados de todos los tiempos darían cualquier cosa
por conocer.
Comoquiera que sea, la caída de Montségur creó muchos más misterios
perennes que fascinaron a muchas generaciones, incluidos los nazis
cazatesoros y los buscadores del Santo Grial. El misterio más
duradero de todos es el relacionado con el supuesto Tesoro de los
Cátaros, que cuatro de éstos lograron sacar la noche antes de la
matanza. Esos intrépidos herejes consiguieron escapar de algún modo,
se dice que descolgándose con ayuda de sogas por el despeñadero más
escarpado, a favor de la oscuridad nocturna.
Aunque se habían rendido formalmente el 2 de marzo de 1244, por
razones
nunca explicadas se les permitió quedarse en la ciudadela quince
días más, tras lo
cual se entregaron para ser quemados. Algunos relatos van todavía
más lejos y
pretenden que bajaron y se metieron por su propio pie en las
hogueras que los
enemigos habían preparado en el llano, al pie de la fortaleza. Se ha
especulado si
solicitaron ese plazo adicional de gracia para realizar alguna
ceremonia. En este punto no es fácil que llegue a saberse nunca la
verdad.
La naturaleza exacta del tesoro cátaro ha sido objeto de aventuradas
especulaciones. Si hemos de tener en cuenta la arriesgada vía de
escape de los cuatro sobrevivientes, no parece que fuesen sacos
cargados de lingotes. Algunos postulan que debió de ser el Santo
Grial —u otro objeto ritual parecido, de mucho significado—,
mientras otros dicen que pudieron ser escrituras, o conocimientos, o
que lo importante eran las personas de los cuatro cátaros en sí. Que
tal vez representaban una línea de autoridad, o incluso
personificaban, literalmente, el legendario linaje de Jesús.
Pero si el tesoro cátaro era en realidad un conocimiento secreto,
¿qué forma
revestiría éste? ¿En qué consistían, bien miradas, las creencias de
los cátaros? Es
difícil valorar sus doctrinas con ningún grado de precisión porque
dejaron pocos
escritos, y la mayor parte de lo que sabemos acerca de sus creencias
proviene de
sus enemigos, los inquisidores. Como han señalado prudentemente
Walter Birks y
R.A. Gilbert en su libro
The Treasure of Montségur (1987), se ha
hablado demasiado de la supuesta teología cátara, cuando la
atracción estaba, más probablemente, en su estilo de vida.12 Sin
embargo, esa religión derivaba de una visión concreta del mundo, y
se puede discutir de los orígenes concretos de ésta.
Los cátaros fueron sucesores de los bogomiles, movimiento herético
que floreció primero en los Balcanes hacia mediados del siglo X y
seguía activo en esa región mientras los cátaros se encaminaban
hacia su destino fatal. El bogomilismo tuvo mucha extensión,
alcanzando hasta Constantinopla, y por momentos constituyó un serio
peligro para la ortodoxia.
A su vez los bogomiles de Bulgaria eran los herederos de una larga
sucesión de «herejías» y habían alcanzado una reputación peculiar
entre sus oponentes. Por ejemplo, la palabra inglesa bugger y la
francesa bougre derivan de «búlgaro» como tal vez también la
española «bujarrón». Se entienden tanto en el sentido fuerte —
dentro de la costumbre tradicional de imputar prácticas sexuales
aberrantes a todos los heréticos, sea o no fundada la acusación—,
como en el atenuado de «pobre infeliz» o «desgraciado» que toman
dichas palabras en los dos idiomas que hemos citado primero.
Los bogomiles y sus derivados como los cátaros eran dualistas y
gnósticos.
Para ellos el mundo era inherentemente malo, el alma sufría la
prisión de una
envoltura indigna, y la única vía de liberación era la gnosis, la
revelación personal
gracias a la cual el alma accede a la perfección y al conocimiento
de Dios. Se le
reconocen varias raíces al gnosticismo: la filosofía de los antiguos
griegos, los
cultos mistéricos como el de Dioniso, y las religiones dualistas
como la zoroástrica,
entre las más probables. (Para más detalles véase el magistral
estudio de Yuri
Stoyanov
The Hidden Tradition in Europe, 1994.)
13
Si sólo pudiéramos disponer de la literatura sobre el catarismo que
se ofrece
en las muchas tiendas para turistas que hay en el Languedoc, se nos
podría
disculpar si creyéramos que fue una especie de religión tipo Nueva
Era, para almas
benditas que se satisfacen con una teología simplista y cuatro
nociones fáciles. En docenas, literalmente, de libros y panfletos se
celebra el humanitarismo de los cátaros y la creencia en principios
tan «modernos» como la reencarnación y el vegetarianismo.
Por lo
general son banalidades sentimentales y nada más. Los cátaros eran
vegetarianos no porque fuesen amantes de los animales, sino porque
aborrecían la procreación, y comían pescado porque estaban
convencidos de que los peces tenían reproducción asexual. En cuanto
a su idea de la reencarnación, se basaba en el concepto de la «buena
muerte», lo que significaba más comúnmente recibir el martirio por
la fe. Si uno tenía la suerte de merecer ese final, no hacía falta
que siguiera reencarnándose en este despreciable valle de lágrimas;
caso contrario, tendría que regresar una y otra vez hasta que le
saliera bien.
Algunos han intentado demostrar que el catarismo fue un producto
exclusivamente languedociano.14 Lo cual es de una inexactitud
manifiesta, aunque sí incorporó a su teología bastantes materiales
de cosecha propia. Vale la pena observar que una aportación original
de los cátaros fue la creencia de que María Magdalena había sido la
esposa de Jesús, o tal vez su concubina. Aunque este conocimiento no
se juzgaba adecuado para todos los cátaros, sino sólo para los
admitidos al círculo más sublime, el de los «perfectos».
No parece
plausible que fuesen ellos los inventores de tal idea, puesto que
eran virulentos enemigos de la sexualidad e incluso del matrimonio;
quizá les horrorizaba tanto a ellos mismos que por eso la reservaban
a quienes hubiesen demostrado ya la solidez de su fe.
En este y otros asuntos, los cátaros se embarcaban en dificultades
teológicas. Por ejemplo, cuando recomendaban a sus seguidores que
leyeran la Biblia por sí mismos (a diferencia del catolicismo
ortodoxo, que no escatimó esfuerzos para evitar que los laicos
tuviesen acceso a las Escrituras), pero por otra parte forzaban
reinterpretaciones radicales del relato bíblico para encajar sus
creencias.
El ejemplo principal de su reinvención del Nuevo
Testamento fue la doctrina de la Crucifixión según la cual Jesús no
tuvo cuerpo humano, sino que estaba hecho de una sustancia
espiritual y ésa fue la que clavaron en la cruz. Aunque los textos
bíblicos no justifican para nada esa interpretación, tuvieron que
inventarla porque no concebían que el Cristo hubiese encarnado en la
misma materia vil y despreciable que los demás hombres.
Así que la noción de que Jesús y María Magdalena hubiesen sido
pareja sexual no tenía, a primera vista, nada susceptible de agradar
especialmente a los cátaros. Y en efecto, éstos debatieron varias
justificaciones teológicas diferentes para explicar semejante
matrimonio; seguramente habrían preferido ahorrarse la molestia si
les hubiera sido posible rechazar la historia declarándola un
completo absurdo.15
Tenemos ahí un indicio que apunta a la muy
especial categoría de esa relación entre Jesús y la Magdalena en las
creencias del Languedoc de la época: parte integrante de lo que las
gentes del común creían sin discusión, y más todavía, elemento tan
central de la visión cristiana en ese lugar del mundo, que no se
podía ignorar, sino que era preciso debatirla. Y tal como ha escrito
Yuri Stoyanov:
Con la enseñanza de que María Magdalena fue «esposa» o «concubina»
de Cristo aparece
además una tradición original cátara que no tiene ninguna
contrapartida en las doctrinas de
los bogomiles.16
Aunque la Magdalena fuese y sea todavía una santa curiosamente
popular en la Provenza donde se cree que vivió, fue en el Languedoc
donde hicieron de ella foco de creencias abiertamente heréticas. Y
como no tardaríamos en descubrir nosotros mismos, en esa región es
también donde tales creencias suscitan pasiones asombrosas, rumores
descabellados y lóbregos secretos.
Como hemos visto, la idea de que Jesús y María Magdalena fueron
amantes también se encuentra en
los evangelios de Nag Hammadi,
ocultos en Egipto desde el siglo IV. ¿Cabe pensar que las creencias
languedocianas en el mismo sentido procedan de esa fuente, o de otra
común? Algunos estudiosos y en especial Marjorie Malvern han
especulado sobre si el culto de la Magdalena en el sur de Francia
conservó esas primitivas ideas gnósticas.17 No faltan indicios de
que así fue.
Hacia 1330 aparecía en Estrasburgo un notable tratado titulado
Schwester
Katrei o «Hermana Catalina», atribuido al místico alemán Meister
Eckhart, pero
más probablemente obra de una de sus discípulas, según convienen
todos los
entendidos. Expone una serie de diálogos entre la «hermana Catalina»
y su
confesor sobre la experiencia religiosa de la mujer, y aunque
incorpora muchas
ideas ortodoxas, tiene ciertos rasgos que no lo son tanto. Por
ejemplo, declara
expresamente que «Dios es la Madre Universal...» y revela con
claridad una fuerte
inspiración cátara así como la influencia de la tradición de los
trovadores o
Minnesinger. 18
Esta obra extraordinaria, en el sentido de que se expresa con
insólita franqueza, relaciona a la Magdalena con la Minne u homenaje
amoroso a la mujer.
Y todavía más interesante para nosotros, ha dado mucho que pensar a
los
investigadores porque contiene ideas acerca de María Magdalena que
no se
encuentran en ningún otro lugar, excepto los evangelios de Nag
Hammadi: la
describe como superior a Pedro porque supo entender mejor a Jesús, y
aparece la
misma rivalidad entre ambos. El tratado de la hermana Catalina
incluso describe
incidentes concretos que también figuran en los textos de Nag
Hammadi.19
La profesora Barbara Newman ha descrito con estas palabras el apuro
en que se encuentran los académicos:
«El hecho de que Hermana
Catalina utilice estos motivos plantea un espinoso problema de
transmisión histórica», y confiesa que es «un problema real, pero
sorprendente».20
¿El autor de Hermana Catalina manejó en el siglo XIV unos textos que no fueron descubiertos hasta el siglo XX?
No
puede ser coincidencia que el tratado refleje la influencia de los cátaros y los trovadores del Languedoc, y la conclusión obvia es que
éstos transmitieron el conocimiento de los evangelios gnósticos en
relación con María Magdalena; es posible que estos secretos no
estuvieran sólo en los textos que hoy conocemos como los de Nag
Hammadi, sino asimismo en otros de parecido valor y que aún no hayan
sido redescubiertos.
Por eso nos llama la atención que exista una arraigada creencia en
la naturaleza sexual de la relación entre la Magdalena y Jesús en el
sur de Francia.
Una investigación inédita de John Saul ha recopilado gran número de
alusiones a
tal relación en la literatura del Midi hasta el siglo XVII
inclusive. Aparecen
concretamente en las obras de gentes vinculadas al Priorato de Sión,
como Cesar, el
hijo de Nostradamus (publicada en Toulouse).21
Habíamos visto en la Provenza que dondequiera que hubiese santuarios
de la
Magdalena también se descubría algún emplazamiento relacionado con
Juan el
Bautista. En vista de que los cátaros la tenían en tan alta
consideración, nos
figurábamos que tal vez veneraron también al Bautista. Pero sucede
lo contrario, es
decir que les desagradaba hasta el punto de describirlo como «un
demonio». Ésa es
otra herencia directa de los bogomiles, algunos de los cuales
aludieron a aquél, no
sin cierta confusión, como «precursor del Anticristo».22
Una de las pocas escrituras sagradas que nos han quedado de los
cátaros es el
Libro de Juan, llamado también Liber Secretum. Se trata de una
versión gnóstica del
evangelio de otro Juan muy diferente; en buena parte es idéntico al
evangelio
canónico, pero contiene varias «revelaciones» añadidas que
supuestamente recibió
en privado el «discípulo predilecto del Señor». Éstas contienen
ideas dualistas y
gnósticas, en correspondencia con lo demás que sabemos de la
teología de los
cátaros.23
En este libro Jesús enseña a sus discípulos que Juan el Bautista era
en realidad
un emisario de Satán (el Amo del mundo material), enviado para
adelantarse a la
misión salvífica. Idea debida en principio a los bogomiles, y ni
siquiera aceptada
por todos ellos, ni por todos los cátaros. Muchas sectas cátaras
tuvieron acerca de
Juan ideas bastante más ortodoxas, y de hecho se tienen incluso
indicios de que los
bogomiles de los Balcanes celebraban ritos en el día de su
festividad, 24 de junio.24
Lo cierto es que los cátaros tenían en especial consideración el
evangelio de
Juan, que según el parecer de los entendidos es el más gnóstico del
Nuevo
Testamento. (En los círculos ocultistas circula un rumor persistente
en el sentido de
que los cátaros tenían otra versión del evangelio de Juan, hoy
perdida, y muchos
de aquéllos han registrado los alrededores de Montségur a ver si
lograban
encontrarla, aunque sin éxito por ahora.)25
Ciertamente los cátaros tuvieron ideas no ortodoxas por más que algo
confusas acerca de Juan el Bautista, pero ¿conviene que nos tomemos
en serio sus
nociones acerca de un Juan malo y un Jesús bueno? En estos términos,
tal vez no,
pero algunos comentaristas han apuntado que la relación entre los
dos quizá no
fue tan sencilla como se ha dado en creer entre los cristianos.26
La
idea de los
cátaros representa posiblemente la reducción más simplista, de
acuerdo con el
dualismo de su filosofía: el uno bueno, el otro malo. En tal caso,
sin embargo, se
deduce lógicamente que los consideraban opuestos, pero iguales.
También se
infiere que los cátaros veían en ellos a unos rivales; eso desde
luego no corresponde
a la visión cristiana tradicional, y revela que desde hacía mucho
tiempo existían desconcertantes dudas, al menos en esta región,
sobre si Juan fue partidario de la misión de Jesús o no. Tal como
ocurre con la relación entre la Magdalena y Jesús, parece que se
tuvo de la que hubiese entre Juan y Jesús una idea radicalmente
distinta de la que enseña la Iglesia.
A primera vista nuestra indagación sobre si los cátaros confirman la
supuesta importancia de Juan para los movimientos heréticos se salda
con una decepción. Pero existe en la Historia otra organización
significativa que restablece el equilibrio más que cumplidamente.
Nos referimos, naturalmente, a los caballeros templarios, para
quienes Juan el Bautista fue siempre (e inexplicablemente) objeto de
especial veneración. Y tal como la cruzada contra los cátaros ha
dejado la marca visible del trauma en los paisajes del Languedoc,
también los castillos de aquellos enigmáticos caballeros se alzan
todavía entre las nieblas de los rincones más remotos de dicha
comarca.
A estas alturas los templarios se han convertido en una especie de
lugar común del esoterismo, como sabe quien haya leído la novela de
Umberto Eco, y muchos historiadores reciben con el máximo desdén
cualquier pretensión de desvelar supuestos «secretos» acerca de
aquéllos. Pero sucede que cualquier misterio relacionado con el
Priorato de Sión implica asimismo a los monjes- soldados, así que
ellos forman parte intrínseca de esta investigación.
La tercera parte de todas las posesiones europeas de los templarios
estuvo en el Languedoc, y sus ruinas acentúan la salvaje belleza de
la región. Una de las leyendas locales más pintorescas es la que
dice que cuando el 13 de octubre cae en viernes (fecha y día de la
brutal supresión de la Orden), pueden verse en las ruinas
resplandores extraños, y movimientos de misteriosos bultos. Por
desgracia, los viernes que estuvimos allí no pudimos ver ni oír
nada, excepto los alarmantes gruñidos de algún que otro jabalí. Pero
la historia demuestra hasta qué punto los templarios han pasado a
formar parte del acervo legendario local.
Los templarios viven en el recuerdo de los naturales de la región, y
no son
recuerdos negativos en modo alguno. A comienzos del siglo XX la
célebre cantante
de ópera Emma Calvé, que era oriunda del Aveyron, al norte del
Languedoc, anotó
en sus memorias que cuando andaba por allí algún muchacho
especialmente
guapo o despabilado solían decir de él: «¡Es un verdadero hijo de
los
templarios!».27
Los hechos históricos principales acerca de los caballeros
templarios son sencillos. La Orden oficialmente llamada de los
pobres conmilitones de Jesucristo y del Templo de Salomón fue
fundada en 1118 por el noble francés Hugo de Payens con el fin de
dar escolta a los peregrinos que iban a Tierra Santa. En principio y
durante nueve años fueron nueve caballeros, pero luego la orden
creció y no tardó en constituir una fuerza considerable, no sólo en
el Oriente Próximo sino también en toda Europa.
Una vez obtenido el reconocimiento de la orden, el mismo Hugo de
Payens emprendió una gira por Europa a fin de solicitar a la realeza
y los nobles tierras y dinero. Visitó Inglaterra en 1129 y fundó
allí el primer establecimiento templario, sito en lo que hoy es la
estación Holborn del metro de Londres.
Como todos los monjes, los caballeros hacían votos de pobreza,
castidad y
obediencia, pero vivían en el mundo y del mundo, y se comprometían a
usar la
espada contra los enemigos de Cristo cuando fuese necesario. La
imagen de los
templarios ha quedado indisolublemente unida a las cruzadas que se
organizaron
para expulsar a los infieles de Jerusalén y mantener los Santos
Lugares en manos
de la cristiandad.28
Fue en 1128 cuando el Concilio de Troyes reconoció oficialmente a
los templarios como Orden religiosa y militar. El protagonista
principal de la decisión fue Bernardo de Claraval, superior de la
orden cisterciense y más tarde canonizado, pese a que como ha
escrito Bamber Gascoigne:
Fue agresivo y prepotente [...] y un
político malicioso, bastante desprovisto de escrúpulos en cuanto
a los medios que utilizaba para librarse de sus enemigos.29
Fue el mismo Bernardo quien escribió la Regla de los templarios,
basada en la
de los monjes del Císter, y un pupilo de aquél, tras coronarse papa
como Inocencio
II, estableció en 1139 que en adelante los templarios sólo
obedecerían a la
autoridad del Sumo Pontífice. Por cuanto los templarios y otras
órdenes
cistercienses crecieron en paralelo, se advierte cierta medida de
coordinación
deliberada entre ellas.
Así por ejemplo, el conde de Champagne, de
quien era
vasallo Hugo de Payens, donó a san Bernardo las tierras de Clairvaux
o Claraval,
donde éste levantó su «imperio» monástico. Más significativo aún,
Andrés de Montbard, uno de los nueve caballeros fundadores, era tío de
Bernardo. Se ha
sugerido que los templarios y los cistercienses actuaban de común
acuerdo y con
arreglo a un plan preconcebido para apoderarse de la cristiandad,
aunque eso
nunca se consiguió.30
Apenas cabe exagerar el prestigio y la potencia financiera de los
templarios en el momento culminante de su influencia en Europa, y
apenas existió un centro importante de civilización donde ellos no
hubiesen establecido una de sus capitanías, como lo demuestra en
Inglaterra la abundancia de topónimos por el estilo de Temple
Fortune y Temple Bar (Londres) o Temple Meads (Bristol), Con la
extensión del imperio creció también su arrogancia, y empezaron a
envenenarse sus relaciones con las jerarquías, tanto las religiosas
como las seculares.
En parte la riqueza de los templarios fue una consecuencia de su
regla. Al
ingresar, el nuevo adepto donaba a la orden todas las propiedades
que tuviese; por
otra parte amasaron una importante fortuna gracias a las grandes
donaciones de
tierras y dinero por parte de muchos reyes y nobles. No tardaron en
ver repletas
sus arcas, porque además llegaron a acumular una notable experiencia
financiera
que hizo de ellos los primeros banqueros internacionales del mundo,
de cuyo juicio
dependía, por ejemplo, la calificación de riesgo asignada a otros
poderes. Era desde
luego un buen sistema para establecerse a sí mismos como gran
potencia. En muy poco tiempo el título de «pobres conmilitones»
llegó a ser pura ficción, aunque eso no quita que los miembros de
número siguieran viviendo pobremente, conforme a los votos.
Aparte su asombrosa riqueza los templarios contaron con el prestigio
de su experiencia militar y valentía en la batalla, en la que
llegaban muchas veces hasta la temeridad. Tenían reglas que dictaban
su comportamiento como soldados; por ejemplo, se les prohibía
capitular a menos que se viesen ante una fuerza superior en
proporción de más de tres contra uno, y aun entonces no sin el
permiso de su comendador. Eran las Fuerzas Especiales de su época,
unos combatientes de elite que tenían a su favor la razón de Dios...
y la de su dinero.
Pese a su valiente defensa los Santos Lugares fueron retornando a
los sarracenos trozo a trozo, hasta 1291 en que cayó el último
territorio cristiano, San Juan de Acre. Nada les restaba que hacer a
los templarios excepto regresar a Europa y trazar planes para una
futura reconquista; para entonces, por desgracia, el impulso capaz
de iniciar semejante campaña se había desvanecido entre los reyes
que habrían estado en condiciones de financiarla. De manera que
aquéllos se quedaban sin su razón de ser principal. Faltos de
empleo, pero todavía ricos y arrogantes, suscitaban amplios
resentimientos porque no pagaban impuestos y sólo respondían ante el
Papa.
Así que en 1307 se produjo su inevitable caída en desgracia. El
todopoderoso rey francés Felipe el Hermoso inició la destrucción de
la orden templaria con la connivencia del papa, que era hechura suya
de todas maneras. Obedeciendo a órdenes secretas del rey, el viernes
13 de octubre de 1307 los templarios fueron cercados en un súbito
golpe de mano, encarcelados, torturados y finalmente quemados en la
hoguera.
Así es como se cuenta el suceso en los libros corrientes sobre el
tema, al menos. Se queda uno con la idea de que toda la orden
resultó arrasada en aquella jornada fatídica y remota, como si la
hubiesen borrado de la faz de la tierra. Nada más lejos de la
verdad.
Para empezar, fueron relativamente pocos los templarios ejecutados,
aunque a la mayoría de los capturados los sometieron a la
«cuestión», según el eufemismo de rigor para los tormentos
insoportables que se administraban. No muchos ardieron en la
hoguera, aunque no dejó de causar impresión que todo un Gran Maestre
como Jacobo de Molay fuese tostado a fuego lento en la Île de la
Cité, a la sombra de la catedral de Notre-Dame de París. Pero hubo
más, miles de templarios, y sólo quienes se negaron a confesar o se
retractaron de sus confesiones murieron. Sin embargo, ¿qué validez
podía atribuirse a unos testimonios arrancados mediante hierros al
rojo y cepos? ¿Y qué se pretendía que confesaran?
Lo que consta acerca de las confesiones de los templarios no carece
de
imaginación, por decirlo de alguna manera. Así nos enteramos de que
rendían
culto a un gato, celebraban orgías homosexuales como si fuesen parte
rutinaria de
sus devociones, y veneraban a un demonio llamado el Baphomet y/o a
una cabeza
cortada. También se dice que pisoteaban y escupían la cruz en sus
ritos de iniciación. Todo esto parece absurdo, naturalmente, en
relación con la idea de que eran los devotos caballeros de Cristo y
defensores del ideal cristiano, y cuanto más los torturaban más
resaltaba esa divergencia.
Que confesaran, apenas debe sorprender: no son muchas las víctimas
de la tortura que consiguen apretar los dientes para que no salga de
sus labios lo que sus torturadores quieren que digan. Pero en este
caso debe de haber algo más de lo que se aprecia a simple vista. Por
una parte se ha postulado que todos los cargos dirigidos contra los
templarios eran invenciones de quienes envidiaban sus riquezas y
temían su poder, y que el rey de Francia aprovechó la oportunidad
para quedarse con aquéllas y resolver así sus propios apuros
económicos. Por otra parte, y aunque las acusaciones no fueran
estrictamente verídicas, hay indicios de que los templarios andaban
en algo misterioso y tal vez «oscuro», en el sentido de lo oculto.
Por supuesto, esas dos interpretaciones no se excluyen mutuamente.
Mucha tinta se ha gastado en el debate sobre los cargos formulados
contra los
templarios y sus confesiones. ¿Perpetraron en realidad las acciones
que confesaron,
o fueron inventadas de antemano por los inquisidores, quienes se
limitaron a torturarlos hasta que dijeron lo que aquéllos deseaban
escuchar? (Algunos caballeros testificaron, por ejemplo, que se les
había enseñado que Jesús fue «un falso profeta».) Es imposible sacar
una conclusión definitiva en ningún sentido. Al menos una de estas
confesiones, sin embargo, nos da que pensar. Es la de un tal
Fulgencio de Troyes, quien declaró que le habían presentado un
crucifijo diciéndole «no pongas mucha fe en él, porque es demasiado
joven todavía».31
Teniendo en cuenta la incultura histórica
existente, esa enigmática frase no parece muy probable que la
hubiese imaginado un inquisidor.
Desde luego el Priorato de Sión dice haber sido la fuerza
inspiradora de la creación de los caballeros templarios. Lo cual, de
ser cierto, constituiría uno de los secretos mejor guardados de la
Historia. También se afirma que ambas órdenes fueron prácticamente
indistinguibles hasta que se produjo el cisma de 1188, después de lo
cual la una y la otra emprendieron caminos separados.32 No parece
descabellado suponer que la concepción de los templarios implicaba
algún designio oculto.
El sentido común sugiere que harían falta más
caballeros que los nueve fundadores para proteger y dar refugio a
todos los peregrinos que iban a Tierra Santa, y eso durante nueve
años nada menos; pero además hay indicios de que ni siquiera lo
intentaron en serio. A no tardar se convirtieron en los niños
mimados de toda Europa, y recibieron privilegios y honores fuera de
toda proporción con los méritos contraídos. Por ejemplo, se les
concedió un ala entera del palacio real en la misma Jerusalén, en un
lugar que antes había sido una mezquita. De ésta se dijo a su vez,
erróneamente, que había sido edificada sobre los fundamentos del
Templo de Salomón, y de ahí la denominación oficial de los
templarios.
Otro misterio en relación con sus comienzos lo constituyen los
indicios según los cuales la orden existía desde bastante antes de
1118, sin que sepamos por qué razones se falseó la fecha. Muchos
comentaristas han propuesto que el primer relato de su creación
—debido a un tal Guillermo de Tiro y escrito más de cincuenta años
después del hecho— fue sencillamente una ficción destinada a
desorientar.33 (Aunque Guillermo se manifiesta profundamente hostil
a los templarios,34 es de suponer contó la historia tal como él la
había entendido.) Pero una vez más, queda en los dominios de la
especulación qué era lo que se pretendía disimular.
Hugo de Payens y sus compañeros eran todos de la Champagne o del
Languedoc, entre ellos el conde de Provenza,35 y parece bastante
claro que acudieron a los Santos Lugares con una misión concreta.
Quizá buscaban el Arca de la Alianza, como ha sugerido alguien,36 o
algún tesoro antiguo de documentos que los condujera a ella, o tal
vez algún tipo de conocimiento secreto que les confiriese influencia
y fortuna. Recientemente Christopher Knight y Robert Lomas han
aducido en
The Hiram Key que los templarios buscaron y encontraron
un escondrijo de documentos del mismo origen que los Manuscritos del
Mar Muerto.
Sin embargo, y por sugestiva que sea esa proposición, no
aportan ninguna prueba convincente. Como veremos luego, todo el tema
de la procedencia de los mentados Manuscritos está cargado de ideas
erróneas y mitos. Pero tampoco hay que olvidar que efectivamente,
los templarios buscaron nuevos conocimientos y a tal efecto
consultaron a los árabes y otros que iban encontrando en sus viajes.
Para nosotros casi lo más fascinante de lo que se cuenta acerca de
los templarios era lo mucho que veneraban a Juan el Bautista: según
todos los indicios, bastante más de lo que suele venerarse al santo
patrono común y corriente. El Priorato de Sión —indisociable de
ellos según se pretende— llama «Juan» a todos sus Grandes Maestres,
tal vez también por veneración. Pero es prácticamente imposible
descubrir las razones de esta especial devoción templaria en ninguno
de los libros de Historia convencionales. La explicación habitual es
que Juan era especial para ellos porque fue el maestro de Jesús.
Algunos han propuesto que la cabeza cortada a la que se les acusó de
adorar no sería otra sino la del propio Bautista,37 pero el hecho de
adorar semejante tótem indicaría sin lugar a dudas que los
templarios fueron algo muy distinto de unos sencillos soldados de
Cristo.
La cuestión es que buena parte del simbolismo aparentemente ortodoxo
que utilizaban contiene también ocultas alusiones «juanistas». Por
ejemplo, una de sus imágenes favoritas era la del Cordero de Dios.
La mayoría de los cristianos creen que simboliza a Jesús —de quien
dijo el Bautista, según se le atribuye, «éste es el Cordero de
Dios»—, pero en muchos lugares, como es el caso de la región
occidental de Inglaterra, entienden que el símbolo se refiere al
mismo Juan, y parece que los templarios le atribuyeron ese
significado. El símbolo del Cordero de Dios fue adoptado en uno de
los sellos oficiales del Temple: concretamente, era el de las
encomiendas del sur de Francia.
Una pista en cuanto a que la veneración de los templarios por Juan
el Bautista no era el sencillo homenaje de cualquier cofradía a su
santo patrono, sino que ocultaba algo bastante más radical, se halla
en la obra de un erudito clérigo llamado Lamberto de Saint-Omer, o
Audemar, que era pariente de uno de los nueve caballeros fundadores,
Godofredo de Saint-Omer, la mano derecha de Hugo de Payens. En The
Hiram Key, Christopher Knight y Robert Lomas reproducen una
ilustración de Lamberto que representa la «Jerusalén celeste» y
observan que:
[...] al parecer presenta a Juan el Bautista como el fundador [de la
Jerusalén celestial]. Ni con
una sola palabra se menciona a Jesús en ese documento supuestamente
cristiano.38
Como en el simbolismo de los cuadros de Leonardo, parece que se
quiera dar a entender que Juan el Bautista fue importante a título
propio, y no sólo por su misión de precursor de Jesús.
Dos años después de la detención en masa y mientras se desarrollaba
el procesamiento de los caballeros, el visionario y ocultista
catalán Ramón Llull (1232-h. 1316), que antes había sido un rígido
defensor de la orden, escribió que los procesos habían revelado que
«peligraba la barca de san Pedro» diciendo:
Hay tal vez entre cristianos muchos secretos, de lo que un secreto
[particular] puede originar
una revelación increíble [como la] que emerge de los templarios
[...] infamia de por sí tan
pública y manifiesta que peligra la barca de san Pedro.39
Por lo que dice Ramón Llull se intuye que el peligro para la Iglesia
provenía no sólo de las revelaciones en cuanto a los templarios,
sino también de otros secretos de no menor magnitud. Y también
parece admitir los cargos que se formularon contra la orden...
aunque en el momento en que escribió esas líneas quizás habría sido
gran imprudencia ponerlas en duda.
¿Era posible que el Languedoc, escenario en otro tiempo de la mayor
concentración de templarios de Europa, contuviese alguna pista en
cuanto a la verdad acerca de la Orden? Pese al tiempo transcurrido,
sabíamos que esa comarca tenía larga memoria y una postura de sana
incredulidad frente a doctrinas convencionales.
Como hemos visto, los cátaros y los templarios florecieron allí más
o menos hacia la misma época, aunque dado lo que creemos saber
acerca de sus respectivos valores parece que habrían militado en
bandos opuestos el uno y el otro grupo, ambos influyentes pero por
razones distintas. El emblema de los templarios, la cruz roja sobre
el manto blanco, muchos lo confunden con la enseña típica de unos
cruzados.
Sin embargo, hay indicios de que los templarios
simpatizaron con los «heréticos» de aquellas montañas, aunque no
colaborasen activamente con ellos; en todo caso es innegable que
brillaron por su ausencia en la cruzada albigense. Puede aducirse
que su interés principal, en la época, estaba muy lejos de allí, en
los Santos Lugares. Además muchos de ellos descendían de linajes en
los que hubo numerosos cátaros. Pero no parece que ninguna de las
dos razones explique del todo su absoluta falta de interés en
capturar ningún cátaro.
Pero entonces ¿cuáles fueron los auténticos intereses y motivos de
los templarios? ¿Fueron sencillamente los monjes-soldados que
aseguraban ser, o hubo en sus designios una dimensión oculta y
secreta?
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