Octubre 02, 2014
del Sitio Web
GazzettaDelApocalipsis
Versión en italiano
La mayoría de nosotros nos llenamos la boca al decirlo: somos
pacifistas
Nos decimos a nosotros mismos que "aborrecemos la violencia" y que
toda lucha que emprendamos siempre será "estrictamente pacífica".
Así es como abarrotamos calles y plazas cuando nos manifestamos,
convencidos de que estamos en la cúspide de la evolución humana y de
que somos un ejemplo a seguir por todo el mundo.
Y una vez nos hemos suministrado esta inyección de autocomplacencia
y superioridad moral, zanjamos el tema y no volvemos a discutir del
asunto con nosotros mismos.
Pero quizás deberíamos ser un poco más valientes.
Y ser valientes significa mirarnos al espejo sin miedo.
Deberíamos preguntarnos con plena sinceridad:
En principio, una persona pacífica es la
que no hace uso de la violencia para conseguir sus objetivos.
Por lo tanto, inherentemente, estamos diciendo que una persona
pacífica o pacifista es alguien que tiene la posibilidad de actuar
violentamente, pero que en cambio, opta por no hacerlo.
Así pues, estamos hablando de una elección entre dos opciones
diferentes y opuestas.
-
¿Pero esto es lo que sucede en
nuestras vidas?
-
¿Los que nos calificamos a
nosotros mismos de pacíficos o pacifistas hemos renunciado
de forma efectiva al uso de la violencia?
-
¿O quizás lo que sucede en
realidad es que no tenemos ninguna otra opción?
Porque esta es la verdad que nadie quiere afrontar.
Los que nos llenamos la boca con la palabra "pacifismo" o con
expresiones como "lucha pacífica" no podemos elegir. Lo somos,
sobretodo, porque no nos queda más remedio.
Una persona auténticamente pacífica es aquella que puede actuar
violentamente y de forma efectiva, causando un gran daño, pero que,
sin embargo, renuncia a ello y opta por no utilizar tales
capacidades.
Por ejemplo, una persona fuerte que se ve envuelta en una disputa y
tiene suficientes conocimientos de artes marciales como para
romperle el brazo a su oponente, pero opta por rehuir la pelea.
Esa es una persona pacífica. Tiene dos opciones diferentes y elige
una de ellas.
Sin embargo, cuando una persona débil e incapaz de utilizar la
violencia de forma beneficiosa para sus intereses rehúye una pelea,
no puede saber si es realmente pacífico o no.
¿Qué haría si tuviera la fuerza suficiente o estuviera armado? Ahí
se pondría a prueba lo que es en realidad.
Una gran paradoja:
solo una persona como
Rambo podría llegar a calificarse de pacífico o pacifista
con plena
justificación y conocimiento de causa
Así pues, seamos sinceros con nosotros mismos de una vez por todas y
digamos las cosas por su nombre.
Cuando salimos a manifestarnos a la calle contra los abusos del
gobierno y llenamos las plazas con pancartas, pitos y cánticos, no
podemos calificamos pomposamente como "luchadores pacíficos". Eso
solo podría ser verdad si en el armario tuviéramos un Kalashnikov y
renunciáramos a utilizarlo.
Los defensores del "activismo pacífico" deberíamos preguntarnos:
-
¿Tenemos armas en casa?
-
¿Sabemos usarlas?
-
¿En el caso de enfrentarnos
cuerpo a cuerpo con alguien podríamos infligirle algún tipo
de daño grave?
-
Si no estamos de acuerdo con
nuestros gobernantes u opositores, ¿tenemos la posibilidad y
la capacidad de arrojarles una bomba o pegarles un tiro?
La respuesta es NO.
Por lo tanto, no sabemos si somos auténticamente pacíficos ni
pacifistas.
Simplemente somos una masa de personas impotentes en lo que se
refiere al uso de la violencia, que no tienen otra opción que
mostrarse pacíficos.
Una manifestación pacífica, en realidad no es una demostración de
fuerza, sino de impotencia
Y hemos decidido ocultarnos a nosotros mismos esta terrible
impotencia, envolviéndonos en un halo de superioridad moral,
mediante un mecanismo psicológico de sustitución: simplemente hemos
cambiando la etiqueta y hemos dejado de llamarlo "impotencia" para
llamarlo "actitud pacífica".
A eso se le llama auto-engañarse... y ser un hipócrita...
Este autoengaño solo tiene un aspecto positivo:
hemos convertido un sentimiento
negativo de debilidad en una fuerza en nuestra mente, algo así
como un asidero al que agarrarnos.
Pero en el fondo poco importa, porque
toda nuestra actitud se basa en una falsedad que nos susurramos a
nuestro propio oído.
Es como si un hombre afirmara orgullosamente que,
"es fiel a su pareja porque no se va
a la cama con la primera chica guapa que se le pone a tiro".
En la mayoría de los casos lo que sucede
realmente es que las chicas guapas no le hacen ni puñetero caso.
Si se viera constantemente rodeado de
tentadoras mujeres deseosas de retozar con él, entonces sí podría
poner a prueba su fidelidad y hablar con propiedad y conocimiento de
causa.
Con la "lucha pacífica" sucede lo mismo.
Como va siendo habitual, mucha gente querrá malinterpretar el
sentido de este artículo y pensará que estamos abogando por la
violencia o por la lucha armada.
Y no es así.
Este artículo no habla de violencia, sino de hipocresía y
falsedad.
Todos querríamos crear un mundo mejor, más justo y donde reine la
paz.
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¿Pero lo vamos a conseguir
cambiándole el nombre a las cosas, utilizando subterfugios y
cerrando los ojos a nuestras miserias?
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¿Qué debemos hacer?
-
¿Crear una realidad basada en la
más dulce hipocresía o fundamentarla de una vez por todas en
la verdad, aunque resulte amarga?
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