2 Enero 2009 del Sitio Web PrensaRural
Creo que ya se pueden cerrar los muchos debates abiertos sobre la
utilidad o no de las semillas transgénicas. Ya conocemos los
argumentos a favor y en contra: que si aumentaran la producción de
alimentos y con eso se resolverá el hambre en el mundo, que si solo
generarán mayor dependencia para las gentes del campo de estas
semillas y sus pesticidas asociados...
Estamos salvados...
del Sitio Web
ElPais
Por ello, con acierto, se ha vinculado a esa celebración un nuevo
concepto político que deberemos tener muy en cuenta, el
decrecimiento.
Tanto nos han invadido el pensamiento con la idea de que hay una relación directa entre crecimiento y desarrollo, que incluso algunos autores alternativos enfrascados en estos temas no aceptan ya terminologías sucedáneas, como desarrollo sostenible, desarrollo local, endodesarrollo o desarrollo humano, argumentando que es palabrería para disfrazar al lobo.
Son propuestas que pueden
nacer de buenos propósitos, asegurar un equilibrio social, respetar
y preservar el medio ambiente, etcétera, pero que -dicen- no
cuestionan el modelo de crecimiento según acumulación, el
crecimiento capitalista.
La agricultura que nos alimenta hoy en día es, lamentable, un buen ejemplo de lo que significa priorizar el crecimiento capitalista.
Su desarrollo ha sobrepasado en términos globales la satisfacción de las necesidades de la población mundial (aunque el hambre siga afectando a millones de personas) pero sigue imparable, impulsada por la necesidad de generar, no alimentos, sino crecimiento económico.
Así, en muchos países del Sur se ha
implantado la agricultura de los agronegocios donde sólo importan
los volúmenes de producción sin medir las consecuencias: el aumento
de las zonas de cultivo a base de deforestación, la desaparición de
muchos puestos de trabajo, una agricultura petrodependiente
corresponsable del cambio climático, concentración de tierras y
rentas, pérdida de biodiversidad y más.
No podemos aceptar más políticas de crecimiento económico sabiendo que esconde la generación de pobreza y compromete la vida de las generaciones futuras. Entonces, aparece la propuesta y la necesidad de pensar en el decrecimiento: supeditar el mercado a la sociedad, sustituir la competencia por la cooperación, acomodar la economía a la economía de la naturaleza y del sustento, para poder estar en condiciones de retomar el control de nuestras vidas. La ciudadanía del mundo no pierde nada, pierden las corporaciones.
El decrecimiento nos llevará a vivir mejor con menos: menos comida basura, menos estrés, menos pleitesía al consumo. Y también aquí el modelo agrícola puede ilustrar bien estas propuestas. Devolver el control de la agricultura a los campesinos, que con la complicidad del resto de la sociedad, aseguren mediante modelos productivos ecológicos (donde los ecosistemas no están al servicio de la economía, sino al revés), consumo de temporada y distribución en mercados locales de alimentos sanos.
Apostar por el
decrecimiento es encarrilarse en un nuevo rumbo, donde más gente
encontrará lugares de vida y trabajo que sin dañar el medio ambiente
y sin competir y empobrecer otras regiones, puedan asegurar
alimentos de buena calidad y buenos sabores para nosotros, las
poblaciones del Sur y las futuras generaciones.
del Sitio Web
LaRei
Porque las razones de la subida de precios de los cereales, en una agricultura globalizada, las encontramos lógicamente en el contexto mundial. La demanda de cereales que ha aumentado en los países asiáticos por la expansión de su ganadería, las sequías en el norte de Europa que disminuyeron su producción de cereales, las equivocadas reformas de la Política Agraria Europea que han desincentivado su producción, y finalmente la dedicación de tierras para cultivar agro-combustibles, constituyen el paquete completo de razones del aumento del precio de los cereales.
En definitiva cualquiera de ellas (también los agro-combustibles) revela los peligros de dejar al mercado y a la especulación a los mandos de la agricultura. En nuestro caso, la Unión Europea no cuenta ya con mecanismos para evitar estas situaciones y que garanticen una autosuficiencia alimentaria y precios justos para la gente que vive del campo.
Aunque la subida del precio de los cereales llega como agua bendita al campo, en realidad sólo sitúa temporalmente el precio en el precio justo que debe compensar los gastos y esfuerzos de los agricultores. Por cierto, que los agricultores puedan vender a un precio superior, no significa que eso ocurra y que obtengan mayores beneficios.
En algunos lugares los agricultores venden la cosecha a futuro, es decir, lo que producen este año lo tienen ya vendido a las grandes harineras al precio del año pasado y no serán ellos los que disfruten de los mejores márgenes, mientras que a los consumidores el alza de los alimentos nos la repercuten desde ya. Además, el incremento de los precios de los cereales ha provocado en cascada el aumento de los precios de los insumos que requieren los agricultores.
Si todos quieren ganar (los oligopolios de las harineras,
agroindustria, semilleras, etc.), los que pierden son los pequeños y
medianos agricultores y los consumidores.
Situaciones de explotación de trabajadores, de quema de montes y expansión de la frontera agrícola, de violencia, etc.). En República Dominicana, sembrados entre los latifundios de caña de azúcar se encuentran bateyes (míseras viviendas) de haitianos semi-esclavizados, con salarios ínfimos, sin posibilidad económica alguna de cruzar de nuevo la frontera hacía su país, completamente desarraigados.
En Brasil, como se ha conocido recientemente, el pasado mes de marzo los Fiscales del Ministerio del Trabajo rescataron 288 trabajadores en situación de esclavitud en Sao Paulo y 409 en el estado de Mato Grosso en diferentes ingenios que producen etanol.
La investigadora del Ministerio del Trabajo, María Cristina Gonzaga, que fue alertada de la situación, describe las condiciones de vida en los cañaverales:
La expansión del Rey Azúcar, en tiempos globales, no se concentra sólo en el continente americano, e impregna también con sus empalagosos encantos diferentes zonas africanas y asiáticas.
En Uganda, la corporación azucarera Metha, de capital hindú, quiere destruir la reserva forestal Mabira, en la orilla norte del Lago Victoria, morada de 300 especies de aves y de monos poco comunes, con un papel vital en el ecosistema del país, para expandir el cultivo de caña de azúcar y producir más agro-combustibles.
Para acabar con este triste viaje, podemos hacer una parada en Indonesia, donde la fiebre del bio-combustible ha llevado a una gran expansión de otro monocultivo, la palma aceitera. Indonesia es el tercer país del mundo en superficie de bosque tropical, pero la palma está provocando que estos bosques desaparezcan al brutal ritmo de 3,8 millones de hectáreas al año (casi la superficie total de Cataluña), lo que le coloca también como el tercer país emisor de gases de efecto invernadero debidos a la propia deforestación.
El monocultivo de la
palma ha afectado, desde los años 90, a 10 millones de personas que
vivían directamente de este bosque.
El humo del CO2 que todos queremos combatir no nos deja ver el avance de una nueva co2lonizacion.
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