TERCERA PARTE

LA CIVILIZACIÓN DE GANÍMEDES

 

 


CAPITULO XII

La Cultura y la Moral en ese Mundo


Con todo lo expuesto en la segunda parte de esta obra, podrá el lector comprender más fácilmente las profundas y notables diferencias que separan nuestra civilización de aquella raza de superhombres. Muchas de tales diferencias obedecen, en verdad, a la posesión por ellos de ese sexto sentido que hemos venido explicando.

 

La clarividencia y clariaudiencia, natas en todos los habitantes de Ganímedes, han permitido el logro de adelantos sorprendentes en infinidad de aspectos de la vida en su astro, y sus favorables influencias norman y fundamentan métodos, sistemas e instituciones en el amplio panorama de la convivencia y desarrollo de todas las actividades en aquel interesante satélite de Júpiter.


Las ventajas derivadas de tal estado evolutivo, alcanzado por ellos a través de los muchos milenios que nos llevan de adelanto, se manifiestan en todos los aspectos de su vida desde la más tierna infancia. A este respecto, es triste comparar cómo transcurren los años para nuestros niños y los de Ganímedes.

 

Mientras acá, especialmente en los últimos tiempos, estamos envenenando el alma infantil de nuestros hijos, con espectáculos de cine, televisión y otros, que en su mayoría no muestran sino la barbarie de las guerras, la violencia y el crimen de argumentos policiales, las groseras costumbres y los brutales métodos siempre encaminados al delito, de los dramas tipo western norteamericanos; y para sus juegos y distracción les proporcionamos juguetes y artefactos que representan las armas asesinas y toda clase de apáralos más o menos enfocados al afán de destrucción.

 

Mientras en la gran mayoría de los hogares populares, en todo el planeta, 4os ejemplos que esos niños contemplan son, casi siempre, de vicio, de bajeza moral y de violencia; y en otros hogares, de condición social y económica más elevadas, muchas veces encuentran el abandono de sus progenitores, preocupados por una serie de compromisos, intereses, frícalas vanidades o secretos vicios y contubernios...


¿Qué podemos esperar de criaturas educadas en tal forma? ¿Hemos de culparlos a ellos por el mal que, después, hagan? ¿No -somos nosotros, sus padres y maestros, los que deformamos esas almas tiernas, con nuestro proceder, nuestra torpeza o egoísmo, nuestra inconsciente frivolidad o la satisfacción, criminal, de vicios y aberraciones, muchas veces ocultos pero, no por eso menos malignos?... No quiero seguir adelante con tan vergonzoso panorama. Todos sabemos, muy bien, cómo es nuestra humanidad y cómo se vive en la Tierra...


En cambio, esa raza que habita Ganímedes, contempla desde Ja cuna los más bellos y amorosos ejemplos; hasta en sus juegos y distracciones infantiles están presentes valiosas enseñanzas, útiles demostraciones de lo que es el mundo que los rodea y cómo aprovechar, más tarde, las lecciones que jugando han aprendido. El hecho de ser clarividentes y clariaudientes desde que nacen, les permite avanzar con mucha mayor rapidez en su desarrollo cultural. Y en los primeros siete años de su vida, muchos de sus juegos y variadas formas de distraerlos, son empleados por los padres como complementos de un amplio, sabio y paulatino método de enseñanza y de instrucción.

 

Daremos algunas muestras que ilustren mejor, este punto:

Siendo poseedores de aquel sexto sentido, su visión y audición abarca, al mismo tiempo, su mundo físico, la porción etérica, y la cuarta dimensión. De tal manera, una de las primeras preocupaciones de los padres es la de explicar, pacientemente, el rol de cada uno de los seis sentidos (porque el séptimo sólo se desarrolla en ellos al llegar a la edad adulta) y muy especialmente cuanto se relaciona con el sexto.

 

Porque, igual a nuestras escuelas iniciáticas, la variedad de aspectos, fuerzas y formas, en constante movimiento y continua mutación, en ese mundo astral o cuarta dimensión, es fácil de ocasionar terribles confusiones, peligrosas reacciones de orden psíquico y mental y hasta daños en el organismo fisiológico.

 

Así los niños de Ganímedes aprenden desde la más tierna infancia a utilizar aquel “tercer ojo”, a identificar fuerzas y seres de ese plano astral o del alma, y a diferenciar las causas y efectos de esa cuarta dimensión en sus relaciones con el mundo físico.

 

Este adiestramiento paulatino, con un instrumento de tal poder, los coloca en situación de adelantar rápidamente en el conocimiento de todas las materias básicas de su primera instrucción, y permite a los padres educar a sus hijos con métodos altamente objetivos, pues la enseñanza va unida a la práctica, la que es facilitada en todo momento y todas las circunstancias, por aquel sexto sentido.

Hemos dicho que muchos de los juegos son, también, provechosas lecciones. Lo comprenderemos mejor con un ejemplo: Entre la multitud de seres que pueblan la cuarta dimensión, están las diferentes categorías y especies de “Espíritus de la Naturaleza” como ya se dijo. Muchos de ellos asumen formas bellísimas y son accesibles al ser humano, cuando éste les demuestra su bondad y simpatía. Para darnos una idea de algunos de esos seres, recordemos una de las más hermosas y profundas películas de Walt Disney: “Fantasía”.

 

Los que la hayan visto recordarán algunas escenas, como las de las flores en que brotaban diminutas hadas, luminosas, gráciles, con rápidos y armoniosos movimientos en una danza maravillosa, al compás de las dulces melodías, en un conjunto esplendoroso de luz, de gracia y de belleza. Para quienes conocemos de estas cosas, esa obra de Walt Disney no fue sólo fantasía, como parece indicar su nombre: Walt Disney tuvo estudios rosacruces, sabía el fondo oculto de lo que estaba haciendo, y esas escenas son iguales a lo que el sexto sentido nos descubre cuando visitamos muchos prados...


Los niños de Ganímedes, en tales condiciones, con su pureza y bondad atraen la simpatía de esos seres y juegan con ellos a menudo, aprendiendo a tratarlos, ganando su amistad y preparando, así, el camino que más tarde, cuando llegan a mayores, les permite utilizar todas las fuerzas de la Naturaleza, porque esas fuerzas en la cuarta dimensión asumen las más variadas formas, pero están siempre dispuestas a obedecer, como fieles servidores, a quienes las conocen y poseen el poder y la sabiduría necesarias para su manejo.

 

Esto explica, ahora, con mayor claridad, aquel pasaje de la segunda parte en que nos referimos al episodio bíblico en que los vientos y el mar obedecieron la orden de aquietarse, impartida por la divina y poderosa voz de Cristo...


La educación de los niños, y los métodos y sistemas de instrucción en ese mundo, ofrecen marcadas diferencias con los nuestros. En primer lugar, entre ellos no existe, propiamente, la primera etapa escolar conocida en la Tierra con varios nombres: primaria, básica, academia, etc. Esta fase inicial de la instrucción general corre a cargo de los padres, directamente, en forma combinada con la educación familiar, a fin de impartir los conocimientos básicos al niño al mismo tiempo que se moldea su alma y su mente.

 

Este período, por lo común, dura hasta una edad de siete a ocho años de los nuestros, en que el hijo se encuentra, enteramente, en las manos de sus progenitores, siendo éstos sus primeros maestros. Esta labor, mayormente, es realizada por la madre, interviniendo el padre en las horas que su trabajo diario le permitan. Debe tenerse en cuenta que en Ganímedes no existe un sólo analfabeto ni un ignorante. Esto no es concebible allá.

 

Hombres y mujeres reciben la misma instrucción, alcanzan los mismos niveles culturales, sin distingos de ninguna clase, y sin costo alguno para ellos, pues todo es proporcionado por el Estado, según veremos después. Hombres y mujeres trabajan por igual en todas las actividades de ese mundo. Pero cuando una mujer es madre, se le concede el cuidar y enseñar al hijo hasta el término de esa primera etapa básica de instrucción, disponiendo de todos los recursos que el Estado le proporciona, como si estuviera desempeñando su cuotidiana labor, porque en ese período se convierte en maestra-madre de un nuevo ser cuya moral, inteligencia y desarrollo previos merecen de todos el más prolijo cuidado.

 

Siendo esmeradísima y de una amplitud que en la Tierra no alcanzamos, la educación que todos los habitantes de ese mundo reciben, es fácil de comprender este aspecto en el que los padres, en especial la madre, son los primeros profesores, en el largo recorrido cultural de esa raza. Y los métodos de enseñanza, particularmente en esa primera etapa, son eminentemente prácticos y directos. Para ello el sexto sentido ofrece incalculables ventajas. Los niños aprenden jugando. Muchos de sus pasatiempos son otras tantas lecciones que la madre aprovecha para instruirlos.

 

Así por ejemplo, todo lo relacionado con la anatomía, la fisiología, el funcionamiento general de todos los órganos internos, de los sistemas digestivo, circulatorio, nervioso, respiratorio; de los complicados mecanismos y funciones cerebrales, glandulares u otros, al poder ser vistos y apreciados con toda claridad y en cualquier momento, constituyen un motivo de entretenimiento para ellos, a la par que utilísimas lecciones que jamás se olvidan y que vienen a ser la base para estudios superiores, que, más tarde, convertirán a esos hombres en los propios cuidadores de su salud, o en médicos especializados capaces de realizar verdaderos milagros en comparación con nuestra medicina terrestre.


Así sucede en todo lo demás. Una forma común y general de aprovechar los días de descanso, que allá equivalen a dos y medio de los nuestros, son los paseos campestres y los viajes de placer. En ellos toma parte toda la familia, constituida casi siempre por los padres, uno o dos hijos, pues la descendencia es cuidadosamente controlada, según veremos después, y los abuelos si es que viven con aquel hijo o hija. Cuando se trata de un simple paseo, por zonas cercanas a la ciudad de residencia, el grupo familiar utiliza vehículos colectivos de transporte.

 

Para estos casos emplean naves aéreas con capacidad hasta de veinte pasajeros, que hacen el trayecto a los lugares de destino en pocos minutos. Cuando el plan de esparcimiento contempla un viaje de placer y de descanso, a mayores distancias, suelen emplear naves del mismo tipo con capacidad para cincuenta personas.

 

Tales viajes, por lo general, los llevan a visitar otros valles o centros poblados; pues se debe recordar lo que explicamos en la segunda parte, o sea que todas las urbes o poblaciones están concentradas en los miles de valles diseminados entre las estribaciones de esa intrincada red de cordilleras y montañas que cubre todo el astro. La velocidad de sus naves aéreas les permite hacer tales viajes, a los más apartados lugares de Ganímedes, en cortísimo tiempo. Y así puede disfrutar la familia de los dos días íntegros en su paseo.

 

Esto permite a todos, especialmente a los niños, conocer y aprender objetivamente cuanto se refiera a lo que, en nuestro lenguaje, llamamos la geografía, puesto que esa palabra, derivada del griego, se refiere entre nosotros a la Tierra, y ellos dan a su mundo el nombre de “Reino de Munt”...


Con este método y dentro de tal sistema de educación, a la edad correspondiente a nuestros siete u ocho años, esos niños han aprendido, en forma indeleble, todos los conocimientos básicos sobre su mundo, su naturaleza, sus formas de vida y han asimilado, también, una serie de lecciones sobre la moral y las normas de conducta que habrán de observar en el resto de su vida, confirmadas con los ejemplos que la convivencia familiar les proporcionan a cada paso.

 

Porque entre esa raza, el amor, el respeto a los padres y mayores, a la sabiduría y autoridad de sus maestros y gobernantes, como base de la síntesis magistral de todos los más altos atributos del alma, y preparación para el entendimiento de las grandes verdades cósmicas, se aprenden y se inculcan desde la cuna.


Cuando llega a esa edad, todos, hombres y mujeres, ingresan a lo que se llama entre ellos “La Shamata”. Este es un período que alcanza hasta los quince años. Los alumnos en esa etapa, reciben instrucción general enfocada a definir las cualidades y aptitudes especiales de cada uno, y desarrollarlas en el sentido más conveniente.

 

Esto se logra, comúnmente, a la mitad de ese lapso de tiempo: el resto de esa etapa es dirigido hacia una instrucción especializada preparatoria, que aproveche las condiciones particulares de cada sujeto, estimulándolas y desarrollándolas, para conseguir el mejor desenvolvimiento de su personalidad y el afianzamiento de sus aptitudes predominantes, a fin de encauzarlo por la senda más adecuada en el futuro desempeño de sus actividades. Tanto en la etapa “Shamática” cuanto en las posteriores, toda la instrucción es impartida en centros estatales enteramente gratuitos y bajo la dirección de maestros especializados, igualmente dependientes del Estado.


Al término de esta segunda fase de la enseñanza, todos los alumnos, sin excepción, ingresan a los diferentes centros de instrucción altamente especializada, según las cualidades y aptitudes demostradas por cada uno en la etapa anterior. En los mencionados centros se les capacita para el más eficiente desempeño del tipo de actividad escogida, y no salen de él hasta no alcanzar la más alta calificación. Obtenido este resultado llega para ellos, sin discriminación de ninguna clase, el momento quizás más anhelado por todos: el despertar del séptimo sentido.

 

Esto se consigue dentro de un período en el que se someten a un adiestramiento especial y muy riguroso, en centros o institutos exclusivamente dedicados a ello, que requieren la permanencia constante de todos los educandos a manera de internado, algo parecido a los lamasterios del Tibet o de la India entre nosotros, en los cuales reciben la enseñanza y la práctica de ejercicios adecuados en medio de la más estricta disciplina.

 

Esto se comprende, fácilmente, si recordamos lo que al principio se dijo sobre tal sentido: es el “Verbo Creador” la facultad de influir por el lenguaje, o la emisión de ondas sonoras de la voz, en la constitución molecular de la materia, en las vibraciones de la misma, y por ende el poder de actuar voluntariamente sobre la “Nota Clave” de todos los cuerpos, de todas las substancias, influyendo y hasta dominando, en muchos casos, las mismas fuerzas de la Naturaleza...

 

Recordemos que en las partes precedentes de esta obra hemos hecho referencia a varios ejemplos históricos y bíblicos, tales como el famoso caso de la desintegración de las murallas de Jericó por el efecto de las ondas sonoras de las trompetas israelitas dirigidas por Josué; algunos de los efectos producidos en el caso de la destrucción de Sodoma y Gomorra sobre el cuerpo de la mujer de Lot; varios de los prodigios realizados por Cristo que ya mencionáramos anteriormente...


Y un poder así no es posible conferirlo a quien no haya demostrado, hasta la saciedad, mía fortaleza moral a toda prueba y una inteligencia capaz de impedirle cometer el más mínimo error. Por eso, durante todos los años de su preparación cultural y científica, profesional o técnica, los integrantes de esa raza superior, están sometidos a una disciplina y a una modelación cuidadosa del carácter, de la voluntad y el pensamiento, enfocadas hacia la máxima superación moral, intelectual y mental de todos y cada uno de ellos. Especialmente es la base moral, sobre la que sustentan, particularmente, la estructuración total de su civilización.


Antes de estudiar algunos aspectos relativos a este campo, deseamos mencionar un detalle muy interesante con respecto al sistema de enseñanza en ese mundo. La instrucción allá se imparte, casi siempre, por métodos teorice-prácticos simultáneos. Es lógico que en esto influye, también el sexto sentido. Y en Ganímedes no existen libros ni escritos de ninguna clase como lo que nosotros conocemos y empleamos.

 

Es natural que así sea.

 

En un mundo en el que el lenguaje hablado ya no se usa, por ser mucho más fácil, más rápido y efectivo el comunicarse directa e instantáneamente por el lenguaje mental, por la lectura simultánea y recíproca del pensamiento, no tendría, tampoco, razón de ser el lenguaje escrito. Este es reemplazado allá por un admirable sistema electrónico susceptible de captar el pensamiento y grabarlo en cuitas especiales, indelebles una vez grabadas, que lo reproducen en toda su amplitud, en imágenes y frecuencias de onda que son proyectadas en aparatos receptores que nos recuerdan, en cierta forma, a nuestras máquinas fumadoras.

 

Así puede retenerse las lecciones, y cuanto material merezca ser conservado para su reproducción futura. Y esas máquinas son construidas hasta en tamaños portátiles. Del mismo modo, los documentos oficiales y administrativos vienen a ser esas livianas y pequeñas cintas, en las cuales, junto con lo que llamaríamos el texto, a manera de firma y sello identifica torios, va impresa la imagen del autor, dictando el cierre de los mismos.

 

Y ya hemos dicho que, a diferencia de nuestras cintas magnetofónicas, o nuestras películas sonoro-visuales, aquellas graban para siempre el pensamiento completo, sin que se pueda alterar en nada el contenido, posteriormente, lo que implicaría la destrucción total de la cinta.


Por lo demás, nadie se atrevería, ni a pensar, en alterar un documento, cosa tan común entre nosotros... Ha llegado la oportunidad de referimos a la moral reinante en esa raza, base fundamental, como se ha dicho, de la civilización de Ganímedes.


Al describir la cuarta dimensión y cómo se desarrolla la vida en ese Plano del Cosmos, percibimos las tremendas fuerzas positivas y negativas que en él actúan. Y vimos, también, la poderosa influencia que, constantemente, ejercen en el alma humana. Parecerá redundancia que digamos “Alma Humana”, pero no es tal. Aunque no tiene mayor importancia para esta obra, estamos obligados a explicar, de paso, que lo hacemos por el conocimiento de que los animales, en mundos en que existen como el nuestro, también poseen alma, o sea aquel vehículo correspondiente a la cuarta dimensión, y son susceptibles de muchas de aquellas influencias anotadas.


Al mismo tiempo, mencionamos el papel de las diferentes categorías de seres o entidades superiores, y como se relacionan con los Egos en su continua evolución. Recordaremos que se dijo que nadie puede pasar de un mundo inferior a otro superior sin estar debidamente preparado y poseer el vehículo o cuerpo correspondiente. Vale decir, haber alcanzado las condiciones evolutivas y vibratorias adecuadas. Este es uno de los factores que, relativamente, garantizan en Ganímedes, o en cualquier otro mundo similar, el ingreso o intromisión que dijéramos clandestinamente, de algún Ego no capacitado para ello.

 

Pero en cuanto a las entidades astrales y a las fuerzas de esa cuarta dimensión, es diferente. Ellas actúan en su mundo, y en su mundo o plano pueden afectar a cualquier ser humano encarnado, pues la encarnación presupone la existencia en un mundo material, aún cuando éste sea del tipo de Ganímedes, o “Reino de Munt” como ellos lo llaman.


De tal manera, gran parte de la enseñanza, disciplina y cuidados que reciben todos sus habitantes, están encaminados a conseguir la permanente seguridad y el perfecto equilibrio de su alma, en los niveles más altos de conciencia. En esto les ayuda eficazmente su sexto sentido, que en todo momento les permite descubrir la cercanía de cualquier entidad baja o maligna, pudiendo alejarla con la fuerza de su mente o, si fuera preciso, con el poder del séptimo sentido. Hemos dicho que éste sólo es desarrollado cuando finaliza la etapa de instrucción superior.

 

Esto nunca tiene lugar antes de los veintiocho o treinta años. Nos referimos al despertar del sentido mencionado. Aún así, puede mantenerse dicha facultad en un estado latente de mediana expresión, cuando a juicio de los maestros responsables de ese trabajo, el aspirante no alcance todavía las máximas condiciones requeridas para el pleno uso de tan formidable poder.

Por todo ello en esa raza viven una vida de paz, de absoluta serenidad, bondad y amor...

  • ¿Quién podría pensar en mentir, engañar, traicionar o estafar a alguien, si los más recónditos pensamientos e intenciones se están leyendo mutuamente?

  • ¿Cómo puede cometerse algún delito cuando nada queda oculto ante la clarividencia y clariaudiencia de todos?

  • ¿Cómo podrían caer en las pasiones comunes entre nosotros, si para llegar a ese estado han tenido que sufrir las pruebas de cientos de encarnaciones previas, que han forjado en ellos, no sólo una sólida conciencia con el conocimiento total de su larga evolución, sino el más amplio y poderoso dominio de todo ese mundo astral en que se desenvuelve entonces su alma?...

Es así que su reino resulta la expresión viva de todas las más bellas cualidades concebibles en el alma humana.

 

Y esto se manifiesta en la familia, en el trabajo, en las relaciones de unos y otros y, por ende, en toda la organización social, política, económica o religiosa de ese mundo en que no hay fronteras, ni ejércitos ni policía, como vamos a verlo en los próximos capítulos de esta obra.
 

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CAPITULO XIII
EL “REINO DE MUNT"

 


Su Organización Política, Social y Económica


Hemos visto que la humanidad establecida en el satélite de! planeta Júpiter conocido por nosotros con el nombre de Ganímedes, denomina a su morada sideral como “REINO DE MUNT”.


Consideramos interesante saber el origen de tal nombre, porque también contribuye, en cierta forma, al conocimiento del pasado de esa raza y a la comprobación del desarrollo evolutivo de la misma, que en algunos aspectos podremos comparar con el de nuestra humanidad.

 

La tradición histórica de ese pueblo nos refiere que, hace más de diez mil anos de los nuestros, cuando todavía existía el Planeta Amarillo al que hemos hecho mención en otros pasajes de esta obra, y que, al desintegrarse, diera lugar al “Cinturón de Asteroides" que hoy gira en tomo al Sol entre las órbitas de Marte y Júpiter, los habitantes de aquel planeta se repartían entre los dominios de dos grandes reinos, o imperios, que en el transcurso del tiempo, después de etapas remotísimas en las cuales existieran otras divisiones estatales, o naciones, que en largos períodos de luchas y guerras, llegaron a unificarse en aquellos dos grandes bloques-potencias, las que habiendo alcanzado un notable adelanto en todos los aspectos de su civilización, poseían ya los secretos de la Naturaleza que hoy tenemos en la Tierra y comenzaban a utilizar el sexto sentido y todas las fuerzas derivadas del mismo.

 

Alcanzaban ya al dominio del espacio y habían desarrollado modelos de astronaves que, sin ser tan perfectas como las actuales, eran más poderosas y versátiles que las que hoy tenemos en la Tierra. Con ellas pudieron visitar diferentes mundos en nuestro sistema solar, conociendo desde tan remotos tiempos, la constitución de los planetas y satélites y las formas de vida o existencia que en ellos se desarrollaban.


Uno de esos grandes imperios, el originario de la raza que hoy reside en Ganímedes, era gobernado entonces por un gran rey, de nombre Munt, hombre de sabiduría excepcional y notables poderes suprafísicos, quien era asesorado por un consejo de sabios y evolucionados maestros, impartiendo a su pueblo una amorosa y patriarcal dirección. Ambos reinos vivían, ya, dentro de un equilibrio de fuerzas que diera por resultado una larga etapa de paz y de común entendimiento, porque sabían que su poder y sus formidables medios de ataque ocasionarían la aniquilación total en el problemático suponer de un choque entre ambos.


El Rey Munt, que alcanzara una existencia equivalente a varios siglos de los nuestros, llegó a conocer con mucha anticipación, el tremendo cataclismo cósmico que se estaba gestando en las entrañas de su planeta. Asesorado por los otros sabios de su elevado Consejo, comprobó en el plano físico y en los otros planos suprafísicos, la exactitud de sus cálculos y sus apreciaciones, llegando a fijar matemáticamente las fechas en que se realizaría el terrible fenómeno.

 

Su extraordinaria longevidad, pues aún estaba joven, relativamente, le permitieron elaborar todos los planes y tomar todas las providencias necesarias para evacuar a los habitantes del Planeta Amarillo antes de la catástrofe. Esta iba a producirse un siglo después. Munt y sus colaboradores inmediatos contaban con tiempo suficiente. Entre los mundos visitados por ellos en nuestro sistema planetario, fue escogido el gran satélite de Júpiter por su mayor cercanía, por las condiciones ambientales fáciles de acomodar y dominar, por las fuentes inagotables de fuerza y de energía que la sabiduría de esos hombres descubrieran allá y, también, por encontrarse totalmente deshabitado.

 

En comparación con nuestro planeta, de tamaño mayor pero mucho más lejano, esas dos facetas resultaron decisivas en la elección de un nuevo mundo, una nueva morada para establecerse, en la que su raza pudiera continuar desenvolviéndose con entera libertad y sin los inconvenientes, molestias y riesgos de todo orden, muy en especial en el campo de la supremacía de niveles evolutivos.

 

La distancia mayor y la existencia en la Tierra de ese entonces de una humanidad tan primitiva y atrasada en todos los niveles de la Vida, fueron de gran importancia para la decisión final que hizo de Ganímedes la nueva morada de esa raza. Debemos pensar que en tan remotas épocas nuestra humanidad se encontraba en la Edad de Piedra...


En los cien años, más o menos de que disponían los hombres de Munt, se trabajó intensamente en los preparativos de la total evacuación. Aquel sabio rey comunicó todo eso a su colega reinante en el otro imperio. La tradición no explica los motivos que influyeran en los hombres de ese otro reino para no hacer caso a las previsiones de Munt. Tal vez una menor sabiduría que les impidiera comprobar, por ellos mismos, la veracidad de los fenómenos que se gestaban en las entrañas del planeta.

 

¿Se dejaron, quizá, tentar, por la ambición de ser los únicos dominadores de ese mundo? Sólo Dios lo sabe...

 

Así pues, en aquel lapso de un siglo, Munt y su pueblo fueron estableciendo bases en el satélite de Júpiter; acondicionando las primeras zonas elegidas para su posterior establecimiento; construyendo la numerosa flota de astronaves en que evacuarían a la gente y a todos los implementos y equipos necesarios para el traslado de su civilización al nuevo mundo...

 

Cuando se acercaba la fecha prevista, ya en él estaba trabajando, paciente y disciplinadamente, la mayor parte de los habitantes del reino. Cuenta su tradición que el sabio Munt hizo varios esfuerzos por convencer a los gobernantes del pueblo vecino. En la centuria transcurrida habían fallecido muchos de los principales consejeros antiguos de ese país, y el mismo rey era nuevo. La fraterna y sapientísima intervención de los enviados de Munt no obtuvo mayor crédito.

 

Así llegó el momento en que abandonaron el Planeta Amarillo las últimas escuadras de astronaves, conduciendo el Rey Sabio, a todos los altos miembros de su gobierno y a los postreros pobladores de su vieja patria... Reza la tradición que, algún tiempo después, no más de un mes de los nuestros, llegaron hasta ellos algunas astronaves del otro imperio. Conducían a técnicos y pobladores que habían huido, despavoridos, y que explicaban que en ese planeta se estaban produciendo gigantescos terremotos y explosiones volcánicas nunca vistas; que el terror dominaba en todas partes y que la confusión y el pánico eran generales.

 

Así las cosas, un día pudieron contemplar, desde su nuevo mundo, cómo aumentaba desmesuradamente el brillo y la magnitud del lejano planeta. El fenómeno aumentaba, el destello cada vez más grande, iba igualando al del sol (fenómeno conocido por nuestros astrónomos como “supernova”) y, peco después, llegaba hasta el satélite de Júpiter un sordo rumor que venía del espacio, como el de una remota y extensa tempestad. El espectáculo sideral duró dos días. Al cabo de ellos, aquel resplandor inusitado y aquellos rumores cesaron por completo. El Planeta Amarillo había desaparecido del firmamento. La sabia predicción del Rey Munt acababa de cumplirse...


Refiere nuestro amigo Pepe que los hombres que en Ganímedes lo están reeducando, le manifestaron que aquel sabio rey alcanzó a vivir dos siglos más. En todo ese tiempo se fueron desarrollando las estructuras fundamentales y las instituciones que habrían de transformar el nuevo mundo, sobre la base de las que tuvieran en el planeta destruido.

 

Y que todo el pueblo decidió denominar, a perpetuidad, REINO DE MUNT a su nueva morada sideral, como homenaje de amor y de respeto hacia el sapientísimo y bondadoso Maestro y Soberano autor de tan magna proeza...


 



Si recordamos lo explicado en las dos partes anteriores acerca de varias de las visitas de extra terrestres a la Tierra, como los ejemplos del descubrimiento arqueológico en la Pirámide de Palenque, del “Hombre de la Máscara de Jade” y de su desconcertante sarcófago; los de las pinturas de las grutas de Tassilli, en el desierto de Sahara; los referentes al origen celeste atribuido a los primeros emperadores chinos; y todos los otros ya mencionados, y comparamos las fechas con la tradición que hoy nos viene desde ese “Reino de Munt”, encontraremos la coincidencia en el tiempo y los detalles, hasta ahora enigmáticos, de todos ellos...

 

¿Fueron fugitivos del Planeta Amarillo el “Hombre de la Máscara de Jade”, Hermes Trismegisto, Zoroastro, los primeros fundadores de la civilización china, y algunos” otros?...

 

Los hombres de Ganímedes dicen que sí. ¿Podemos nosotros probar lo contrario?... Si no lo podemos probar, tampoco debemos negarlo. Aún más, cuando nos ocupemos de la Religión en ese Reino de Munt, veremos nuevos aspectos y comprobaciones sumamente interesantes acerca de este problema. Ahora, veamos cómo es la organización política, social y económica en ese mundo.

Ya hemos dicho que en él no existen fronteras. Dentro de nuestro lenguaje y según nuestros conceptos, podríamos decir que es una sola nación esparcida en todo un mundo. O, en otra forma, un Estado que abarca a toda la humanidad de ese astro. El Reino de Munt viene a ser como una gran comunidad, verdaderamente fraternal. Algo parecido a lo que fuera, entre nosotros, una comunidad gigantesca de aquellas formadas por las órdenes religiosas. Pero con desarrollo y alcances mucho más vastos.

 

Un Gobierno central, de tipo teocrático, rige los destinos de ese pueblo, formado por una sola raza. Encabezan el gobierno un Soberano reinante y dos Supremos Regentes, asistidos por un Consejo Supremo que integran diez Grandes Consejeros del Reino. Tanto el Rey como sus dos regentes inmediatos son hombres que han alcanzado la plenitud del desarrollo evolutivo a que puede aspirarse en aquel mundo.

 

Su sabiduría y poder, en todos los planos de la vida material como en los de la vida suprafísica, llegan a niveles imposibles de comprender por nosotros en la Tierra. Y eso les permite realizar una labor que, entre nosotros, podría asumir los caracteres de semídivinidad. Pueden trabajar, simultáneamente, en los diferentes planos de la Naturaleza; ello los faculta para poder comunicarse y actuar en constante e íntimo contacto con todas las fuerzas y entidades de esos Planos, y por tanto, conocer y mantener estrecha relación con todos los Planos Cósmicos emanados y dirigidos desde el reino central de nuestro sistema planetario, el Sol, que, en verdad, es aquel Reino al que se refiriera Cristo como “EL SUYO”... Esto ha de causar asombro y perplejidad; pe-ro este punto lo trataremos cuando nos ocupemos de la Religión en Ganímedes.


No debe extrañar, entonces, que tales gobernantes impartan una dirección de tan suprema sabiduría y eficacia, y que simultáneamente, sus métodos y su conducta sean la manifestación más efectiva y positiva del Amor Universal, pues trabajan con pleno conocimiento y perfecta aplicación de cuanto entraña la Ley Cósmica del Amor, lo cual también explicaremos después, al tratar de la religión.


Dentro de la filosofía, de la doctrina y práctica del gobierno, la trilogía conformada por el soberano y sus dos regentes, recuerda y simboliza la Trinidad de Elementos en el Cosmos: Espíritu, Materia y Energía. El Rey es, al mismo tiempo, Jefe Supremo del Estado y Sumo Sacerdote, o cabeza visible de lo que, entre nosotros, conocemos o entendemos por “Iglesia”.

 

La sucesión al trono en el Reino de Munt no es hereditaria ni electiva: se verifica por un estricto y minucioso proceso de selección. En un mundo como ése esto es posible sin el menor riesgo de error o de injusticia. El Soberano, por sus facultades y poderes especiales, conoce con gran antelación, la época y la fecha en que habrá de desencarnar. Escoge, minuciosamente, a quienes serán durante cierto tiempo sus dos regentes. Esto se hace, siempre, dentro de los demás miembros de su Gran Consejo, los que a su vez, han sido elevados a tan alta posición, a través de muchos años de trabajo y de esmerada selección en escalones sucesivos encargados de la administración general de aquel Estado.

 

Puede pensarse, con la suspicacia y malicia tan extendida en la Tierra, que tal sistema genere favoritismos, acomodos, adulación, postergaciones injustas, intrigas y luchas, rencores, y cuantas formas conocemos de perseguir el favor de los poderosos o para obstaculizar el progreso de un rival... Eso sucede en la Tierra, por nuestro atraso en la Evolución, en el Sendero de la Vida, en este mundo de cinco sentidos y de potente influencia de la Región Inferior del Astral o Cuarta Dimensión...

 

Pero en Ganímedes, o Reino de Munt, todo eso es imposible. Desde las remotísimas edades en que llegaron a alcanzar el sexto sentido, llegó a desarrollarse, entre ellos, el Sistema de la Selección Perfecta, de la justa promoción por el trabajo, la ciencia y la moral de cada uno. Ya hemos dicho que en un mundo en donde no se puede ocultar nada, ni los propios pensamientos; en que no es posible desfigurar, tergiversar o encubrir la verdad, nadie puede pretender lo que no le corresponda, aspirar a lo que no merezca, ni favorecer u otorgar injustamente nada...

 

Comprendemos que todo esto puede parecer una utopía, un absurdo fruto de la imaginación o del idealismo, ingenuo, de un escritor. No dudamos que la mayoría pensarán de tal modo. ¿Cómo puede pretender tan bellas realidades, tan elevados niveles, una humanidad que pese a sus notables conquistas en el orden científico y técnico, vive aún en estados tan deprimentes de moral, de psiquismo y de espiritualidad?


Pero la presencia de los OVNIS es un hecho real. Todo lo que venimos explicando se basa en hechos comprobados por diversas disciplinas científicas, por escuelas que existieron y existen aunque los ignorantes las desconozcan; corroborados a través del tiempo y en diferentes lugares de la Tierra por otros tantos hechos históricos que la arqueología ha comprobado.

 

Todo ese conjunto de pruebas nos habla de un mundo superior al nuestro, de una humanidad más poderosa y sabia que la nuestra; y ahora el destino quiere mostrarnos cómo vive esa humanidad y cómo existen otros niveles de vida que no por ser todavía ignorados por la gran mayoría de este mundo, han llegado a ser conocidos ya por muchos...


Continuando con el tema de este capítulo, debemos explicar que la sucesión al poder supremo en ese reino se decide con bastante antelación a la fecha en que terminará la existencia material del Soberano. Se ha dicho que sus dos colaboradores inmediatos, los Regentes, habiendo subido, peldaño por peldaño, los diversos niveles administrativos del reino, alcanzan la máxima expresión que la vida en ese mundo puede ofrecer, junto al Soberano.

 

Este, a su debido tiempo, designa entre ellos al que lo sucederá. Debe tenerse en cuenta que esa trilogía gobernante, al detentar la máxima sabiduría y poder en la variedad de planos cósmicos en que trabaja al llegar a tan altos cargos, domina también el secreto de la longevidad. Y de tal suerte el futuro soberano es preparado adecuadamente para asumir su puesto en cuanto muera en el mundo físico el cuerpo inferior de su antecesor. Pero ya explicamos anteriormente cómo es el fenómeno y de qué manera esa humanidad sigue comunicándose y conviviendo en la Cuarta Dimensión con los Egos desencarnados.

 

Así el anterior Rey sigue ayudando y asistiendo al nuevo, durante un tiempo, en todos los problemas en que éste lo requiera.


Los puestos de Regentes y de Grandes Consejeros del Reino, son vitalicios, por la misma razón de haber sido seleccionados, progresivamente, entre los más capacitados para ellos de toda la población. Cada uno de los diez Grandes Consejeros encabeza, como jefe superior, un Consejo Funcional integrado por diferentes grupos de asesores administrativos, y entre aquellos se reparte la atención, dirección, y control general de todas las actividades del país, o en este caso, mundo. Para ello todo el territorio está dividido en gobiernos comunales urbanos encargados de atender lo correspondiente al desarrollo de la vida en sus diferentes aspectos en la respectiva zona.

 

Estos son los valles a que nos referimos en capítulos anteriores.

 

En la intrincada red montañosa que cubre toda la superficie del astro, las múltiples planicies encerradas entre las estribaciones de tan complicado sistema orogénico son los centros de actividad humana del reino. En cada valle se asienta una ciudad, más o menos grande según las áreas disponibles, con su correspondiente zona agrícola y el respectivo sistema hidráulico proveniente de un reservorio natural o artificial que abastece de agua a dicha región.

 

Cada valle constituye, además, un centro de producción industrial, y está regido por uno de aquellos gobiernos comunales, integrados a semejanza del gobierno supremo central por un gobernador, dos subgobernadores y un comité ,o consejo administrativo, cuyos miembros dependen de la importancia que pueda tener el territorio bajo su mando.

 

Estos gobiernos comunales tienen bastante parecido con nuestras municipalidades; pero sus alcances, atributos y poder son mucho mayores, pues en ellos abarcan el control general de todas las actividades de su región, siendo dependientes y responsables, a su vez, ante el Supremo Consejo del Reino, por intermedio de los grandes consejos funcionales que ya hemos mencionado, según sean los asuntos a resolver.


La economía general de ese pueblo depende exclusivamente del Estado. La planificación, organización y desarrollo de todas las formas de trabajo y producción son absolutamente estatales.

 

Todas y cada una de las diferentes actividades en que se desarrolla la vida en ese mundo son minuciosamente estudiadas, planificadas, estructuradas, dirigidas y controladas por organismos del Estado, enfocándolas hacia el más perfecto y amplio fin de asegurar a todos el mayor bienestar, la satisfacción total de sus necesidades y el desenvolvimiento de una existencia exenta de preocupaciones, en un nivel de vida que garantice la dignidad más elevada, la armonía más completa y la paz del espíritu y del cuerpo tan cabalmente equilibradas, que de todo el conjunto se derive la felicidad colectiva y personal del pueblo.
 


Cómo funciona ese régimen


Para una mejor comprensión tomaremos un ejemplo del desarrollo esquemático de la vida de cualquier habitante de Ganímedes. Desde el momento en que la futura madre va a dar a luz al hijo o hija, al ser internada en el centro de salud correspondiente, deja de trabajar en sus obligaciones laborales. Debe tenerse en cuenta que todos, sin excepción, trabajan para el Estado. En el Reino de Munt no existe ninguna forma de trabajo particular.

 

Todas las ocupaciones, todas las actividades, por más variadas que sean, se desenvuelven dentro de organismos pertenecientes al Estado. Así, cualquiera que fuere la ocupación de una mujer, cuando va a tener su primer hijo entra en un nuevo régimen de vida: el de la maternidad y atención de su hogar. A este respecto conviene resaltar que en ese mundo el concepto del hogar, de la familia y de la maternidad son elevadísimos. No es extraño, por tanto, que lo que nosotros llamamos “ciudad capital”, o capital de una nación, tenga allá un término equivalente a “matriz” o ciudad madre de todo el reino. Esto lo veremos con más detalles, después.


Cada zona urbana cuenta con uno o más centros de salud, según sea el volumen de la población. En ellos la atención y todos los servicios son enteramente gratuitos. Ahí la parturienta es rodeada de los más esmerados cuidados pre y post natales. Al retornar a su hogar puede dedicarse con toda tranquilidad a la crianza y educación del niño que acaba de nacer. Ya explicamos, en el capítulo referente a la cultura, que los primeros siete años de instrucción básica transcurren en el hogar bajo la dirección exclusiva de los padres, especialmente de la madre.

 

Durante ese tiempo, ésta recibe del Estado todo lo necesario para sí y para su hijo. Esto no quiere decir que se prescinda del padre. Este trabaja, como siempre, en su ocupación normal, recibiendo también del Estado cuanto le sea menester para su vida diaria y la de su familia; pero como ya hemos dicho que tanto los hombres como las mujeres trabajan por igual, y todo el mundo lo hace para el Estado, en el período básico de instrucción y educación infantil, la madre es considerada “maestra” del niño. Debe tenerse en cuenta lo ya explicado anteriormente.

 

En el Reino de Munt la totalidad de sus habitantes reciben la más completa enseñanza. Todos, hombres y mujeres pasan por el mismo proceso que describimos en el capítulo anterior; por tanto, cada madre está capacitada para ser, al mismo tiempo, la profesora de sus hijos, y esto es muy apreciado por los sabios dirigentes de ese mundo en que tanto valor e importancia se da a la conformación moral, intelectual, mental y psíquica del ser humano.


Ello contribuye, además, a reforzar los vínculos de amor, de comprensión y mutuo respeto de todos en el seno de la familia, considerada en Ganímedes la célula sustancial y básica de la sociedad humana, fundamento en que están cimentadas todas sus instituciones. Ese concepto familiar, podíamos decir patriarcal, domina en todos los aspectos de la vida en el Reino de Munt, extendiéndose desde el hogar particular hasta los supremos niveles del Estado. La familia es sagrada para ellos.

 

Desde la constitución de los hogares, todo su desarrollo y evolución merecen el cuidado especial de todos los organismos estatales, porque del seno de la familia, como un crisol de mágicas propiedades, deben salir todos los seres que encarnen en ese mundo con las hermosas cualidades, con la superación moral requerida en aquella sociedad, con la educación necesaria para el absoluto dominio de las bajas pasiones provenientes de la influencia que en la cuarta dimensión ejercen las fuerzas negativas del Plano Astral o del Alma.

 

Y a ese fin se encamina, principalmente, aquel primer período de enseñanza para el que se considera el mejor ambiente el seno del propio hogar.


El nuevo ser dispone, así, de cuanto le sea necesario para aprender a vivir en un mundo tan elevado. Y cuando llega a la edad de ingresar a la segunda etapa, la “shamática”, todo se lo proporciona gratuitamente el Estado. No es separado de los suyos. Recibe la instrucción en centros apropiados, pero permanece viviendo en su hogar.

 

Sólo cuando llega la tercera etapa, o de especialización, habiendo superado ya la adolescencia, ingresa en centros de instrucción superior, igualmente del Estado, en los que se mantiene el mismo régimen de gratuidad absoluta y en los que vive junto con los demás discípulos, aprendiendo al mismo tiempo que las materias requeridas por una alta especialización, la rígida disciplina que observan en toda su vida, los habitantes de ese reino, y la íntima y estrecha confraternidad que une a todos los seres de ese mundo.


Llegado el momento en que tendrá que trabajar, como todos los habitantes, hombres o mujeres, el Estado lo coloca en el puesto para el que fue capacitado. Desde su ingreso, tiene asegurada su vida hasta el día, lejano, de su muerte física.

 

Desempeña sus labores, en cualquiera ocupación que sea, sin recibir ni pretender salario, sueldo o remuneración específica de ninguna clase, porque el Estado le proporciona cuanto necesite para subsistir: vestuario, alimentación, vivienda, comodidades, transporte, distracciones, viajes de placer, servicios asistenciales de todo orden, comunicaciones, etc., están al alcance de todos, en la medida en que los necesiten, en ese intercambio magistral entre el trabajo de cada uno para el Estado, y la retribución de ese trabajo por el Estado, proporcionando a todos y cada uno cuanto le sea menester para el desenvolvimiento de una vida feliz en los más altos y amplios niveles, de los que no tenemos en la Tierra ni la más remota idea...


A este respecto cabe señalar un detalle singularísimo de aquella civilización: en el Reino de Munt no existe el dinero... Esto puede parecer absurdo para una humanidad como la nuestra. Aquí, el dinero es imprescindible para todo. Porque sin el dinero no se puede comprar ni vender nada. Nuestro mundo está encausado hacia el comercio. El comercio domina todos los aspectos de la /ida terrenal, hasta los altos niveles de las relaciones internacionales. Y en un mundo dividido en multitud de Estados, la moneda es imprescindible para el intercambio comercial y el desarrollo económico de los pueblos.

 

Aún más, el comercio ha constituido una de las palancas más poderosas de nuestra civilización, llegando a motivar los más terribles enfrentamientos en todos los niveles, desde el íntimo y pequeño de las familias, hasta el grande de las naciones y los pueblos todos del mundo, que luchan constantemente por los mercados y las esferas de influencia, generando los conflictos y las guerras.

 

El comercio ha favorecido mucho el progreso material de nuestra humanidad; pero acostumbrando a los hombres de la Tierra a medir todo en términos de moneda, a negociarlo todo para el usufructo de una riqueza material, en esa escuela que nos enseña que todo se puede vender y comprar, se ha llegado, en todas las épocas y en todos los niveles hasta el extremo, muy común por cierto, de negociar con el honor, con el alma y la conciencia...


En Ganímedes no se compra ni se vende nada. Desde la más tierna infancia aprenden todos, como axioma, que todas las cosas materiales de ese mundo, que todos los bienes, frutos y productos pertenecen, por igual, a todos los habitantes del reino. Ellos los producen y elaboran, y el Estado los administra y reparte, equitativa y sabiamente, para la perfecta satisfacción de todos y cada uno de ellos. Y no existiendo allá división de pueblos.

 

Siendo una sola humanidad, un sólo pueblo, un sólo Estado mundial; no existiendo el comercio como acá lo conocemos, la moneda, o el dinero, no tiene razón de ser, porque la adquisición de cuanto se requiera para satisfacer las más amplias y variadas necesidades, desde los más diversos elementos vitales hasta los más pequeños y frívolos, es proporcionado por los múltiples organismos estatales, que planifican, dirigen, almacenan y distribuyen toda la producción mundial entre todos sus habitantes, dentro de un sistema en que basta ingresar en alguno de los múltiples establecimientos de todo orden, reunir la mercadería que se busca y presentar en el sitio de control la ficha identificatoria.

 

En ésta, constituida por un material y por un proceso similar al que describimos en el capitulo de la cultura, figuran todos los datos concernientes a la persona y centro de trabajo a que pertenece. Tal ficha es introducida en una pequeña máquina y al instante se tiene la reproducción de la ficha en una cinta que, en tres ejemplares, incluye la relación completa de la mercadería llevada. Un ejemplar es entregado al cliente, otro se remite a la correspondiente central controladora y el tercero queda en los archivos del almacén.

 

El mismo procedimiento se sigue en todas partes, exceptuando los servicios de transporte, comunicaciones, suministros de energía y fluidos hogareños, que se obtienen libremente y sin ningún control personal, por ser de uso común para todos los habitantes del reino.


Antes de terminar este capítulo, debemos anotar algo más sobre la constitución social de esa raza. Continuando con el ejemplo del nombre que llegó hasta la etapa de trabajo, es corriente que los hijos continúen viviendo al lado de sus padres hasta formar un nuevo hogar. Hemos dicho cómo se destaca y se magnifica la familia, elevándola a los más altos conceptos en esa humanidad. De tal manera, la elección de cónyuge es también cuidadosa y sabiamente enfocada.

 

El absoluto dominio del cuerpo astral o alma, por el conocimiento y trabajo consciente a través del sexto sentido, permite a todos superar las comunes manifestaciones del instinto sexual, que en la Tierra llegan hasta niveles inferiores a los animales. En los jóvenes de Ganímedes cuando alcanzan la etapa de la pubertad, ya han obtenido toda la instrucción, en los diferentes planos a que tienen acceso por su sexto sentido, para poseer el más claro discernimiento y la fuerza volitiva y mental suficientes para proceder equilibrada, científica y armoniosamente en ese campo.

 

La unión del hombre y la mujer tienen allá un elevadísimo concepto. Sus especiales condiciones eje clarividencia los alejan de lodos los errores tan comunes en la Tierra en materia sexual. Y siendo el hogar y la familia verdadera mente sagrados en ese mundo, esa unión siempre se realiza por amor y con la bendición de los padres, de la Religión y del Estado.

 

Cuando dos jóvenes se conocen y simpatizan, su mutua clarividencia les evitan las necias posturas de los principiantes de la Tierra. La recíproca atracción de dos almas destinadas a juntarse está presente en el pensamiento de ambos. Huelgan los rodeos y las hipocresías. El engaño y la falsedad no pueden existir. El amor se manifiesta espontáneo, en toda la amplitud de dos almas que se ven y que se entienden. Y como la educación y la alta moral alcanzadas en ese mundo serían incompatibles con los múltiples desvíos, subterfugios y aberraciones tan comunes entre los seres de este mundo, al tratarse, comprenderse y amarse con la más elevada pureza de pensamiento, para su unión carnal sólo necesitan el cumplimiento de los pequeños requisitos que esa sociedad establece para el matrimonio.

 

Como en todo, allá también se facilita cuanto es preciso para la felicidad de los enamorados.

 

Jamás cabe la oposición familiar. La superación moral y fraternal reinante entre ellos, los alejó hace miles de años de las mezquindades y torpezas que muchos padres de la Tierra cometen. La lectura del pensamiento y la visión permanente de la cuarta dimensión evidencian, desde el principio, sí una pareja está capacitada para unirse dentro de los mejores augurios. Esto lo conocen, personalmente los mismos novios desde el primer momento. Todo lo demás se facilita lógicamente. Acordado el enlace, este es comunicado a las respectivas autoridades, civiles y religiosas.

 

Se llenan los trámites pertinentes para la constitución del nuevo hogar y se realiza el matrimonio en conformidad con las prácticas litúrgicas y legales que la tradición establece desde la más remota antigüedad. Nada cuesta nada, ni a los novios ni a sus padres. El Estado, como siempre, proporciona cuanto es necesario.

 

La ceremonia nupcial es igual para todos los habitantes del reino: sencilla, amorosa, rodeada por el afecto de parientes y amigos, como entre nosotros; pero sin afectación de vanidad, sin distingo de clase, porque allá no existen diferencias de nivel social, y dentro del marco de una hermosa ceremonia en que se reúne lo material, lo psíquico y lo espiritual para la bendición efectiva, no ficticia como en la Tierra, sino materializada con la presencia efectiva de grandes entidades cósmicas, según detallaremos al tratar este punto en el capítulo de la religión.


Desde el momento en que se realiza el matrimonio, los nuevos esposos cuentan con una nueva vivienda, con todo el mobiliario, enseres de confort y equipos de higiene y para la alimentación, proporcionados por el Estado, en donde podrán instalar su nuevo hogar al regreso de una etapa de descanso y de viaje nupcial en que todo se les ha facilitado por el mismo sistema ya descrito anteriormente.

 

Ha nacido una nueva familia, y el ciclo se repite, para todos, a través de la sabia y paternal organización de ese reino de superhombres...
 

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CAPITULO XIV
Un Mundo sin Ejércitos ni Policía


De todo lo expuesto hasta acá se desprende, por lógica deducción, que en Ganímedes no puede haber ejércitos ni armadas. ¿Cómo concebir marina en un mundo que no tiene mares? —Ya se explicó en los primeros capítulos que toda el agua de ese astro está repartida en la multitud de lagunas, lagos y reservorios existentes en todos los valles.

 

Según la extensión de cada uno de estos, es mayor o menor el área acuática.

 

Muchos de esos lagos o lagunas fueron formados por la acción inteligente de los habitantes, a través de siglos, en su constante expansión por toda la superficie del satélite. Cuando llegaron a é!, como hemos visto, establecieron las primeras bases en el valle que ha sido luego el asiento de su capital, o “Ciudad Madre” como la llaman, y en los valles circunvecinos. El valle “matriz” es uno de los más extensos y hermosos del país.

 

Rodeado por altísimas montañas cubiertas de nieves perpetuas y de brillantes glaciares, entre los que elevan al cielo, por lo general celeste y limpio, sus blancos penachos de vapor ocho majestuosos volcanes. Refieren las crónicas del reino que en su origen era sólo cinco los volcanes; pero que los tres restantes fueron abiertos y “fabricados” por ellos, exprofesamente, para aliviar la fuerte presión interna sobre la corteza de esa región y para aumentar los coeficientes de fuerzas, energías y materiales que de ellos obtienen.

 

La planicie en que se extiende la ciudad, bastante grande pues alberga dos millones de habitantes, puede compararse en belleza panorámica a algunos lugares de Suiza o del Tirol. Rodean la zona urbana grandes campos cultivados y frondosos bosques de especies desconocidas en la Tierra, bordeando un lago de cristalinas aguas alimentadas por las vertientes montañosas. En los límites cercanos a la ciudad se aprecian variadas instalaciones, refulgentes como todo en Ganímedes, que rematan una gigantesca represa.


Dijimos que no habiendo mares, no podían existir armadas. Pero en aquel plácido y pintoresco lago, como en todos los de mayor o menor extensión, hay diferentes tipos de embarcaciones: unas grandes, con líneas marcadamente elípticas y cubiertas chatas, convexas y del mismo acabado rutilante como plata bruñida que se observa en todas partes; otras pequeñas, de variadas formas, pero del mismo material que las grandes.

 

Son naves de paseo, colectivas las primeras y familiares las chicas, para el solaz y esparcimiento de los pobladores que lo deseen. No son empleadas como medio de transporte porque éste, en general es de tipo aéreo, y para evitar que las aguas pudieran ser contaminadas o ensuciadas por tal motivo. En efecto, con las magníficas y poderosas máquinas aéreas que poseen, todo el transporte de personas y materiales viaja por el aire. El transporte terrestre sólo se usa entre las instalaciones subterráneas.

 

En tales casos la propulsión es de tipo eléctrico, pero los equipos han alcanzado límites verdaderamente maravillosos en cuanto a disminución de espacio-peso-masa y en multiplicación de potencia.


Ahora veamos lo referente a fuerzas armadas y policiales. Sabemos bien que los ejércitos son necesarios para resguardar las fronteras de un país, hacer respetar su soberanía en el orden internacional y, muchas veces, en el interno. Esto se justifica en un mundo dividido en diferentes naciones. Más en una civilización extendida por todo el mundo, dentro de un sólo Estado, ¿para qué serviría un ejército?... Aún puede argüirse que por la seguridad interna de ese Estado. Esto, igualmente, se explica en la Tierra, por nuestro atraso moral y de otros órdenes... pero ¿en una humanidad como la de Ganímedes...— Si hemos comprendido los alcances de todo lo que se ha expuesto, resultaría absurdo, ingenuo, creer que el Reino de Munt pueda necesitar fuerzas armadas ...


No pensemos, sin embargo, que esa raza de superhombres esté inerme. ¡Muy lejos de eso!

 

Cuentan con medios pasmosos, en su formidable adelanto científico y técnico, para dominar, si lo quisieran, a todos los mundos de nuestro sistema planetario. Hemos dicho que, desde los tiempos más remotos, establecieron bases en el espacio, como la que describimos al comenzar esta obra.

 

Hemos dicho, también, que esas bases, repartidas estratégicamente en diversos puntos de nuestro sistema solar sirvieron para estudiar y conocer todos los planetas, extraer y utilizar diversos materiales de varios de ellos, vigilar y controlar el desarrollo evolutivo de los mismos, y poder cumplir las misiones cósmicos emanadas del centro gobernante de todo el sistema que hemos dicho que es el Sol.

 

Esto mantiene estrecha relación con sus actuales visitas a la Tierra, como las que efectuaran en otras épocas, en cumplimiento de Planes Cósmicos a los que nos referimos después, en los próximos capítulos. Pero en cuanto a la calidad y extensión de ese poder, recordemos lo presenciado por nuestro amigo Pepe en su primer viaje a través del “Cinturón de Asteroides” ya narrado... y recordemos, igualmente, el hecho misterioso y conocido por todo nuestro mundo actual, del fantástico y gigantesco apagón que sufriera toda la costa oriental de Norteamérica hace pocos años.

 

En la memoria de todos, en nuestra Tierra, están frescas, aún, las noticias propaladas a todo el planeta de aquel tremendo e inexplicable fenómeno. Una noche, súbitamente, cesó de golpe la corriente eléctrica a lo largo de toda la costa atlántica, desde el norte de Canadá hasta el sur de los Estados Unidos. Al faltar el fluido se detuvieron, de pronto, en todas partes, cuanto mecanismo y artefacto funcione eléctricamente. Las ciudades quedaron en tinieblas. Se detuvieron los ferrocarriles, los automóviles, paralizaron las usinas, fábricas y talleres.

 

La gente se quedó encerrada en los ascensores, en los subterráneos detenidos, en las tiendas con mamparas eléctricas... todo ello a través de miles de kilómetros en una extensa faja de territorio que abarcó cientos de ciudades y pueblos, entre ellos la populosa Nueva York. El apagón duró dos horas sin que las numerosas cuadrillas de técnicos e ingenieros, que buscaban la causa por doquier, sin poder hallarla ni explicar lo que pasaba, lograran arreglar el desperfecto. Transcurrido ese lapso, volvió la corriente, en la misma forma súbita y misteriosa como faltara...

 

Nadie en el mundo pudo explicar este fenómeno; pero el pánico, el desconcierto y la curiosidad de millones de seres perduran todavía. ¿Qué pasó esa noche en las costas orientales de toda la América del Norte?...

 

Ahora, desde Ganímedes, nos viene la respuesta: fueron dos astronaves de ellos. No las del modelo más grande, sino las del tipo de seis tripulantes, ya descritas. Detenidas en el espacio, a una altura imposible de ser descubiertas, una sobre el Golfo de México y la otra sobre el Atlántico en un punto cercano al cabo Farewell, Groenlandia, establecieron un circuito de ondas que paralizó toda la energía eléctrica de aquel sector... No desearon revelar el secreto de esa fuerza. Pero explicaron que había sido un ensayo y un aviso, con íntima relación a los sucesos mundiales que se avecinan y con la futura misión cósmica en que tendrán que actuar para bien de muchos seres de este mundo..


Tal vez no sea exacto decir que no cuentan con fuerzas armadas, si consideramos la amplitud de los servicios aéreos, la cantidad de gente que en ellos trabaja, la perfecta organización y la férrea disciplina que se nota en todos y cada uno de los elementos que los forman. Y si tenemos en cuenta que las bases en el espacio también están comprendidas dentro de los organismos estatales que dirigen y controlan todos los servicios aéreos, y meditamos un poco acerca del ejemplo de lo sucedido aquella noche en las costas atlánticas de Norteamérica, podemos pensar que todo ello representa una verdadera organización aérea de tipo militar, aún cuando no manifiesten, ostensiblemente, ningún propósito belicista.


Respecto al fenómeno del gigantesco apagón mencionado, muchos creyeron poder atribuirlo a alguna falla que, de alguna manera pudo ser la causa, aunque tal falla jamás se supo que fuera ubicada. Y en tal caso, de haber sido posible tal hipótesis, ¿cómo se explicaría que los automotores, como autos, camiones, ómnibus y motocicletas, ajenos por completo al suministro de corriente urbano, con medios independientes de propulsión, también se vieron paralizados...?
 

Todo el material de este libro se basa en los informes proporcionados por nuestro amigo, como se explicó desde el comienzo. La mayor parte se debe a las observaciones directas de Pepe. Otras, a la información recibida por él de los mismos habitantes de Ganímedes. Es lógico suponer que haya mucho más que lo captado hasta ahora. Que posean secretos y detalles o aspectos muy íntimos de su civilización que no le revelaran, todavía; al menos hasta que haya llegado a compenetrarse profundamente con ellos.

 

Esto se desprende claramente, de ciertas facetas de su narración: en el desarrollo informativo de varios temas, Pepe me declaró que le habían dicho “Con el tiempo comprenderás y conocerás nuevas cosas...”

Ahora, antes de terminar este capítulo, veamos también cómo no es necesaria lo que entre nosotros conocemos por “policía”. El alto nivel moral alcanzado, y las especiales condiciones de vida en un mundo en que la cuarta dimensión está presente para todos, según lo hemos explicado, resulta superflua una institución policíaca. Si no puede haber delincuentes porque la superación moral y psíquica, unidas al sexto sentido, lo impiden, ¿qué justificación tendría el organizar y mantener un sistema policial, incluso el establecimiento de cárceles?...

 

En este campo de acción, todo individuo es su propio guardián, y el conocer y actuar simultáneamente en el mundo físico y en la cuarta dimensión, le está manifestando, en todos los instantes de su vida física, la presencia de aquellas entidades superiores, suprafísicas encargadas de vigilar y dirigir la evolución de todo su mundo. Al no poderse ocultar nada, ni el más pequeño pensamiento ¿qué le sucedería a un individuo en el supuesto, e imposible, caso de dejarse arrastrar por una mala tentación? Todos cuantos le rodearan, la sociedad entera de ese mundo, conocerían, de inmediato, su intención y le impedirían realizarla...


Lo que existe allá, para el mejor desenvolvimiento de la vida en las ciudades, en los campos y en todas las organizaciones a través de las que se desarrolla la producción y los diferentes servicios, es un sistema colectivo de asistencia social para la previsión y auxilio de emergencias. En él tornan parte, sin excepción, todos los habitantes del reino, que se movilizan automáticamente en el lugar y en la proporción en que fueran necesarios. Este mismo servicio atiende, en cierta forma, cuanto se relaciona con la higiene, limpieza y eliminación de desperdicios.

 

Estos dos últimos aspectos son ejecutados por medios mecánicos enteramente automáticos, accionados por control remoto y en ciertos aspectos, por mecanismos electrónicos de autocontrol, algo así como robots, de una eficiencia asombrosa. Además la alta cultura y la esmerada pulcritud de los habitantes, hace que en todo lugar, hasta los más apartados rincones del reino, se mantenga la limpieza y la higiene general en niveles que superan hasta a las salas de cirugía de nuestros más modernos hospitales. El mismo servicio comunal de asistencia que acabamos de mencionar controla, también, este aspecto de la vida en Ganímedes.


Y para terminar este capítulo debemos decir que allá tampoco se conoce periódicos, revistas o publicaciones como lo que tenemos en la Tierra. En todos los confines del satélite funciona una gigantesca red de comunicaciones por ondas electromagnéticas y lumínico-sonoras que llega a todos los hogares, centros de trabajo, dependencias administrativas y oficiales, centros de cultura salud, y esparcimiento, sin que falte en ninguna parte, que capta, transmite y reproduce cuanto sucede en los más apartados sitios del reino.

 

Así, inmediatamente, conoce toda la población cualquier noticia; nada escapa al ojo y al oído múltiple de aquel sistema-servicio, gratuito como todos los demás.
 

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CAPITULO XV
La Religión en el Reino de Mun


Resulta interesante comprobar que la religión de los superhombres que habitan Ganímedes es, en esencia, la misma doctrina de Amor y Confraternidad que predicara hace dos mil años el Sublime Maestro Jesús el Cristo en las riberas del Jordán. Todas las enseñanzas fundamentales del primitivo Cristianismo y muchas de las prácticas esotéricas acostumbradas en el período inicial de la vida de los primeros cristianos, se encuentran en la base fundamental de la estructura religiosa de aquel Reino de Munt.

 

Y para mayor abundamiento, cabe anotar la asombrosa coincidencia de la forma cómo en Ganímedes se denomina a la figura central o personaje divino en torno al cual gira todo el culto.

 

Lo llaman con el más profundo respeto y veneración:

“El Sublime Maestro, Dios del Amor y del Perdón, Camino de la Luz, de la Verdad y de la Vida”.

En esto encontramos también otra sorprendente coincidencia con las prácticas y lecciones ocultas de una de las más antiguas órdenes iniciáticas de nuestro mundo: la secretísima de “Los Caballeros de la Mesa Redonda” ya mencionada en otros capítulos de este libro. Entre los herméticos Hermanos Caballeros de esa tan antigua institución esotérica, se llama a Cristo, en nuestro mundo, “El Sublime Maestro, Dios del Amor y del Perdón, Camino de la Luz, de la Verdad y de la Vida”...

 

La misma fórmula, exactamente idéntica, el mismo concepto y las mismas enseñanzas fundamentales. A través de milenios de separación en el tiempo, y de más de setecientos sesenta millones de kilómetros de distancia en el espacio, ¿qué relación existe o ha existido entre ambos...? No estamos capacitados para resolver este misterio. Pero vamos a ver, a medida que avancemos, otras muchas coincidencias y semejanzas estrechísimas entre la religión de ese mundo y varias doctrinas del nuestro.


Pero si comprobamos abundantes concordancias, vemos, también, profundas y múltiples diferencias en la práctica religiosa, con respecto a la Tierra. En primer lugar, allá sólo hay una religión, como un sólo gobierno. Esa proliferación de credos, que es una de las tantas causas de división entre nuestra humanidad, no existe allá. Su religión es la misma para todos, con una misma doctrina, una filosofía uniforme y una práctica igual en todos los confines del reino y para todos y cada uno de sus habitantes.

 

El dogmatismo, tan común entre nosotros, ha sido superado por la explicación científica en la enseñanza religiosa, y por la comprobación metafísica en los diferentes planos cósmicos, tanto para la práctica general de los preceptos cuanto en la liturgia de los oficios de la profesión sacerdotal. En los capítulos anteriores manifestamos que el Soberano reinante, allá es al mismo tiempo el Sumo Sacerdote.

 

Pero el sacerdocio, en Ganímedes, no pretende apoderarse de la conciencia popular ni de dominar la voluntad y la mente de sus feligreses. En todos los niveles eclesiásticos, reducidos en verdad, pues sólo hay cuatro categorías entre el sacerdote común y el Supremo Pontífice, la diaria labor está enfocada, principalmente a la instrucción de las grandes verdades cósmicas, sólido sustento de toda la doctrina, y a las prácticas del culto que no tienen nada de teatral o espectacular y sí, mucho de comprobación objetiva de las enseñanzas previas o teóricas.

 

Las ceremonias rituales son verdaderas pruebas demostrativas de la existencia y de la interconexión de los diferentes planos cósmicos, o de la Naturaleza, de las fuerzas y energías que en ellos actúan y de la estrecha relación entre las diversas entidades superiores e inferiores que los pueblan. Cada ceremonia, cada rito, pone en evidencia a alguna o a varias de esas fuerzas y entidades, porque el sexto sentido presente en todos, permite verlas, oírlas, unirse a ellas, si conviene, para realizar conjuntamente los maravillosos servicios que en tales oportunidades tienen lugar en beneficio general de todos.


Cuando hablamos del matrimonio en el capítulo precedente, prometimos dar mayores datos sobre la ceremonia. Vamos a hacerlo, como un ejemplo de lo que se viene explicando. Se dijo que para todos, sin distinción, era igual, en sobriedad, ausencia de lujos y oropeles vanidosos y en la maravillosa experiencia de manifestación efectiva de las grandes fuerzas cósmicas que en ese acto intervienen.

 

Los novios avanzan solos hasta el centro del templo, que invariablemente es de forma circular y en cuyo centro está ubicado el altar, una simple mesa, redonda y de metal dorado y refulgente, ante la cual los espera el sacerdote. Todos los demás asistentes, padres, parientes y amigos, se reparten en torno de ellos, pero a discreta distancia, llenando el amplio espacio y formando así un compacto círculo humano en cuyo centro permanece el triángulo integrado por los contrayentes y el sacerdote que rodean el ara.

 

Todo ello tiene un significado cósmico profundo: el recinto simboliza al universo; los concurrentes, ubicados en círculos en torno al altar, recuerdan los mundos y habitantes de nuestro sistema planetario; girando en sus órbitas al rededor del Sol representado por el Ara; y los tres personajes centrales de la ceremonia a realizarse vienen a ser el símbolo de la Vida en aquel astro. No hay ninguna imagen, ningún objeto ni utensilio material sobre el altar.

 

El sacerdote viste una larga túnica dorada, sin emblema de ninguna clase, y los novios son revestidos, en aquel momento por sus respectivos padres, con un sutil y vaporoso manto blanco. Ello simboliza la educación que los padres les dieron para elevar sus almas a los altos niveles de la pureza moral, mental y psíquica que todos están viendo, con el sexto sentido, en los brillantes resplandores de sus respectivas auras. Cumplido este primer rito y ocupando todos sus puestos correspondientes, comienza la ceremonia sacramental.

 

El sacerdote eleva sus manos al cielo imitado por todos los asistentes, incluso los novios. Una plegaria muda toma forma en el pensamiento, visible, de todos, siguiendo a la que dirige el oficiante; poco a poco se va notando un suave rumor que parte de todos los labios, como las notas muy tenues de una salmodia. La plegaria telepática, uniforme y concentrada, se une en la cuarta dimensión a las ondas sonoras que se está modulando en aquella letanía o melopea sorda. A medida que la intensidad aumenta, sin llegar nunca a disonancias o estridencia, el recinto se va iluminando con una extraña luz dorada que aumenta en intensidad segundo a segundo.

 

Junto con aquel brillante resplandor se aprecia una música melodiosa y de singular armonía que envuelve a todos en un ambiente balsámico; en la parte central, exactamente sobre el ara, comienza a notarse como un torbellino de luz, de ráfagas fulgurantes que giran vertiginosamente al principio y que, amenguando poco a poco su velocidad se van condensando y tomando forma humana... Aquella figura resplandeciente ya es perfectamente visible. Es un ser de indescriptible belleza que se mantiene en el aire sobre el altar. De sus ojos y de toda su persona brotan rayos de potente luz dorada, blanca ligeramente celeste, en combinaciones imposibles de explicar en nuestro lenguaje.

 

El sacerdote oficiante baja los brazos y dirige sus manos hacia los novios. Estos, igualmente, bajan los brazos y se toman las manos. En ese momento aquel Ser maravilloso materializado sobre el Ara dirige su mirada a los contrayentes. Todo el templo se llena de armonías imposibles de explicar en nuestro mundo. Son melodías celestiales que van acompañadas por una suave fragancia que invade todos los ámbitos del templo y que exaltan los sentidos de todos los presentes.

 

En torno al Ser resplandeciente que se dispone a bendecir a los novios, giran entonces una serie de entidades, también luminosas pero sin alcanzar la magnitud de los destellos que brotan de la figura central. Todo es un conjunto glorioso, divina emanación de los Planos Superiores de la Vida, mensajero celestial del Reino de la Luz Dorada que, mi adelante veremos, en verdad, es el Reino de Cristo...
 

Aquel bellísimo y esplendoroso Ser, dirige sus manos, lo mismo que el sacerdote, en dirección a las de los contrayentes unidas en amoroso lazo. De las divinas manos de la aparición brotan haces de luz, como rayos que envuelven a los novios, y algo así como un coro de mil lejanas voces es percibido claramente por todos los asistentes. La visión se va esfumando, cesan las voces y armonías, se extinguen los destellos luminosos y todo vuelve a la anterior normalidad.

 

Los dos nuevos esposos acaban de formar un nuevo hogar consagrado, no por los hombres mortales como en la Tierra, sino, directamente, por las altísimas entidades de aquel Reino de la Luz, del Amor y de la Vida al que tantas veces mencionara Cristo cuando, hace dos mil años, nos decía: “Mi Reino no es de este Mundo... Seguidme, porque Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida...”

 

Nos damos cuenta que a la mayoría de los lectores todo esto les parecerá fantástico. No podemos evitar que piensen así quienes ignoren las grandes verdades del Cosmos. Es el mismo caso que, en otras partes de este libro, comparamos con lo que habrían pensado hace cien o doscientos años si les hubieran descrito en ese entonces nuestra actual televisión, radar, computadoras electrónicas o los viajes a la Luna en máquinas comunicadas y controladas por control remoto... Quien ignora algo no está en condiciones de opinar sobre ello.

 

Pero todo aquel que posea ya una cultura metafísica y que haya logrado algún adelanto en las ciencias esotéricas, comprenderá que nos estamos refiriendo a fenómenos positivos, a hechos reales y comunes en los planos superiores del Cosmos.


Muchos, también, se preguntarán qué significa todo eso de “La Luz Dorada”, “Reino Solar de Cristo”, “Mensajeros del Reino de la Luz Dorada”, etc. Vamos a explicarlo. Ya hemos dicho en diferentes pasajes de esta obra cómo es conocido, ampliamente, nuestro sistema solar por los superhombres de esa raza. Y también explicamos lo referente a la Cuarta Dimensión y al Sexto Sentido. Con tal bagaje de conocimientos no es de extrañar que alcancen, en su ciencia y en su religión, a conocer que la estrella primaria de nuestro sistema planetario, el Sol, sea realmente la morada, el mundo en que se asienta la Vida en un “Reino de la Naturaleza” enteramente superior a todo lo imaginable en la Tierra. Esto, a primera vista, puede causar risa al ignorante, al escéptico y al materialista.

 

Pero muchos científicos de nuestra época actual ya vislumbran que la Vida puede manifestarse en miles de formas, no sólo en las que nosotros comprendamos.

 

Para la Vida, que emana de los más altos niveles del Cosmos, que es completamente inmaterial, con absoluta independencia del medio en que le toque manifestarse y que el espíritu, participante de esa Vida y perpetuamente inmortal, puede, así mismo, actuar libremente en cualquier plano de la Naturaleza y asentarse en cualquier mundo, sin que las condiciones ambientales de ese mundo lo afecten en lo menor por su misma inmaterialidad; un mundo como el Sol en que la vida material, física, es inconcebible, puede, sin embargo, ser la morada, el reino especial de un tipo de seres, vale decir espíritus, que en él concentren la fuerza inconmensurable de su Inteligencia y Poder para los Supremos Fines de la Sabiduría Infinita del Creador...

 

Y ésta es la verdad. El Sol no es solamente el centro astronómico de nuestro sistema planetario, cuya fuerza de gravedad mantiene en sus órbitas a tantos otros cuerpos celestes. No es únicamente la fuente central de energías y fuerzas que irradia a todos ellos, como ya lo saben nuestra Física, nuestra Química y todas nuestras ciencias naturales y astronómicas...

Es también el Centro, la Matriz, en una palabra EL REINO, en donde se concentran, como en una gigantesca central distribuidora, todas las Fuerzas, todas las Inteligencias, todos los Poderes de la Naturaleza y el Cosmos relacionados con todos los mundos y todos los seres que integran la gran familia de Su sistema planetario. Y esa central gigantesca, ese reino sideral no es otro que el Reino Cósmico, el Trono Supremo desde el cual gobierna todo un sistema solar Aquel Sublime y Gran Espíritu a Quien en la Tierra denominamos El Cristo...


Esto lo saben, con pruebas como todo, en Ganímedes. Y le dan los nombres más arriba mencionados. En cuanto a este punto, debemos manifestar que en la Tierra también lo conocen muchos. En los grandes lamasterios del Tibet y en algunos de la India y del Nepal se llama al Sol “El País de la Luz Dorada” y los Grandes Lamas han poseído siempre el secreto de este nombre. Entre los Caballeros de la Mesa Redonda todo esto es conocido ampliamente, y lo mismo que en Ganímedes, denominan al Sol “El Reino de la Luz Dorada”.

 

Y en la más remota antigüedad ¿por qué adoraban al Sol las más cultas y avanzadas civilizaciones de ese entonces?.., Egipto, Persia, Tiahuanacu, Mayas, Aztecas e Incas centralizaron en el Sol el supremo culto de sus religiones y, bajo diferentes nombres por los léxicos distintos, pusieron al Sol a la cabeza de sus complicadas teogonías.

 

En esos lejanos tiempos no se explicaba al pueblo las grandes verdades cósmicas ocultas en la simbología. Eran secretos conocidos por unos pocos sacerdotes, incluso no todos, sino los verdaderos iniciados en las ciencias herméticas, como aquellos “Hermanos de la Esfinge” ya mencionados al principio de esta obra. Los historiadores comunes creyeron ver en ello —en el culto al Sol— el reconocimiento, solamente, de las fuerzas y energías físicas, luz, calor, etc., que dan vida químico-física a los mundos dependientes del astro-rey.

 

Así lo explicaron a la posterioridad. Pero quienes han estudiado, en distintas épocas, la metafísica profunda en aquellas escuelas esotéricas tantas veces mencionadas, saben que existen muchas pruebas del otro aspecto, coincidentes en todo con lo que en Ganímedes constituye una verdad comprobada y un fundamento esencial de su religión.

 

A este respecto podemos decir que en el Tibet, antes de que la China comunista lo invadiera convirtiéndolo en provincia suya, los Dalai-Lamas y los más altos Lamas conocían y guardaban en el más cuidadoso secreto un voluminoso papiro egipcio de los tiempos de la segunda dinastía —vale decir más de cinco mil años— que la tradición hacía llegar hasta su lejano país conducido por dos “Hermanos de la Esfinge” en la época en que se estaba derrumbando el reino de los Faraones por la decadencia de los Ptolomeos.

 

Es conocido en todas las escuelas ocultas de los misterios antiguos el éxodo de los últimos “Hermanos de la Esfinge” antes de que llegaran los romanos a conquistar las tierras del Nilo. Se sabe cómo se repartieron por el mundo, estableciendo nuevas escuelas de su ciencia en diferentes lugares de la Tierra. Los rosacruces de la Europa medioeval fueron una de ellas.

 

Y en el voluminoso rollo de papiros confiado a la custodia y perpetua instrucción de los más sabios Lamas del Tibet, entre muchas enseñanzas relacionadas con el Cosmos, estaba la que se refiere al Sol como sede central de un “reino de Grandes Espíritus, Dioses de los mundos que lo envuelven, que gobiernan los cielos y la Tierra, a los hombres, animales y plantas, y a todas las cosas que dependen del dominio y voluntad supremas de Amon Ra”...


Esta alusión no puede ser más clara. Interpretando las amplias lecciones del papiro, a la luz de los conocimientos emanados del sexto sentido y de la Cuarta Dimensión, “Amon Ra”, el padre de la teogonía del antiguo Egipto, no es sólo el disco solar, el astro físico central de nuestro sistema planetario, sino el Gran Espíritu que lo rige como Rey y Señor de iodo el sistema.

 

Y ese Gran Ser, reconocido y reverenciado por los “Hermanos de la Esfinge”, por los Magos de Zoroastro en la antigua Persia, por los sacerdotes iniciados de los Mayas, Aztecas e Incas, es el mismo a quien los hombres del Reino de Munt consideran “El Sublime Maestro, Dios del Amor y del Perdón, Camino de la Luz, de la Verdad y déla Vida”...


Si todas estas cosas hubieran sido conocidas por los sacerdotes de las diversas regiones de la Tierra, en diferentes lugares y épocas ¡cuántos errores y crímenes se hubiera evitado!... Pero nuestra humanidad estaba, todavía, en la infancia de la Evolución. No puede extrañarnos que así sea si comparamos a los pueblos con los individuos que los forman.

 

Que distancia tan grande, en facultades, experiencia, sabiduría y poder hay entre un niño tierno y un adulto instruido. Y esa distancia se multiplica hasta lo infinito si tomamos como elementos de comparación a dos seres pertenecientes a tipos o niveles de evolución muy separados. Por ejemplo al miembro de una raza de pigmeos de la Australia y a uno de nuestros hombres de ciencia actuales. Y esa progresión, como ya se ha dicho, alcanza al Infinito. £s el resultado ineludible de las leyes cósmicas gobernantes de la Evolución Universal. Ya esto lo tratamos al ocuparnos de la Cuarta Dimensión y al explicar la Ley de la Reencarnación.


Ya que llegamos a este punto, hemos de anotar, también, que el conocimiento profundo y comprobado por la experiencia en la Cuarta Dimensión, de la “Ley Cósmica de la Evolución Progresiva Universal” y de la Reencarnación, constituyen verdaderos pilares fundamentales de la Religión en Ganímedes. Por todo lo explicado en la segunda parte de este libro, nos abstenemos de repetir información que sería redundancia. Pero tenemos que mencionar ciertas coincidencias notables entre los conceptos y fundamentos religiosos de esa raza y nuestra humanidad, procurando esclarecer divergencias de opinión y los graves errores que en la Tierra ha motivado su ignorancia.


No vamos a detenernos, mayormente, en las religiones antiguas y modernas que participan de aquel conocimiento, como las de la India y el Tibet. Ni de repetir el vasto dominio que del tema existe en todas las escuelas esotéricas. Queremos referirnos, muy particularmente, al gran bloque cristiano, sin diferencias de iglesia, por ser el Cristianismo la última y más elevada concepción religiosa a que ha llegado el proceso evolutivo correspondiente en la etapa actual de nuestra civilización.

 

Hemos venido explicando que la religión en Ganímedes participa de todos los elementos esenciales contenidos en las sublimes enseñanzas de Cristo, y que la diferencia que pueda haber entre la denominación y concepto absoluto del personaje se deben, únicamente, a diferencias de léxico, muy pequeñas y relativas, pero en mayor grado a la distancia enorme del desarrollo evolutivo de ambas humanidades. Todas las lecciones substanciales de la doctrina crística están presentes, de manera inconfundible, en la doctrina básica de la religión de Munt.

 

Y no sólo están presentes como cuerpo de doctrina y como guía filosófica. Son verdaderas fuerzas vivas que tienen su manifestación objetiva en el desarrollo moral, psíquico y mental de todos los seres que habitan ese mundo. ¿De qué manera han podido grabarse con tal intensidad, con tan poderoso influjo en la mente y en el alma de toda esa humanidad?... Primero, por los métodos de enseñanza de padres, maestros y sacerdotes, que jamás pretendieron obligar a creer determinada verdad como un dogma impuesto y no explicado. Y en segundo lugar, por aquel sexto sentido que permitió a todos, maestros y discípulos, comprobar la realidad de la enseñanza en todos los niveles de la Vida, desde el mundo físico hasta dominios superiores a la cuarta dimensión.


Y así se ha comprobado, desde los tiempos remotos del Planeta Amarillo de origen, el proceso evolutivo y su inmediato instrumento, la reencarnación. Esta gran verdad, sin la cual no tiene lógica ni explicación la variedad de estados, formas y niveles de vida desde lo más ínfimo hasta lo supremo, en todo el Universo, también fue enseñada en la Tierra por Cristo...!

 

Tomemos la Biblia. En el Evangelio de San Mateo, capítulo 11, versículos 13 al 15, el Señor hablando con sus discípulos sobre la misión de Juan El Bautista, dice:

“Porque todos los profetas y la ley hasta Juan profetizaron. Y si queréis recibir, él es aquel Elias que había de venir. El que tiene oídos para oír, oiga”...

Más adelante, en el mismo evangelio, cap. 17, versículos del 10 al 13, repite:

“Entonces sus discípulos le preguntaron, diciendo ¿Por qué dicen pues los escribas que es menester que Elias venga primero? — Y respondiendo Jesús, les dijo: A la verdad, Elias vendrá primero, y restituirá todas las cosas. Más os digo que ya vino Elias y no le conocieron; antes hicieron en él todo lo que quisieron; así también el Hijo del Hombre padecerá de ellos. — Los discípulos entonces entendieron, que les habló de Juan el Bautista”...

En el Evangelio de San Marcos, cap. 9, versículos 10 al 13, hablando sobre la resurrección de los muertos, se lee:

“Y retuvieron la palabra en sí, altercando, qué sería aquello: Resucitar de los muertos”. — “Y le preguntaron, diciendo: ¿Qué es lo que los escribas dicen, que es necesario que Elias venga antes?” — “Y respondiendo El les dijo: Elias a la verdad, viniendo antes, restituirá todas las cosas: y como está escrito del Hijo del Hombre, que padezca mucho y sea tenido en nada”. “Empero os digo que Elias ya vino, y le hicieron todo lo que quisieron, como está escrito de él”...

En el Evangelio de San Juan, capítulo 3, versículos 1 al 7 leemos una de las más claras referencias. Dice así:

“Y había un hombre de los Fariseos que se llamaba Nicodemo, príncipe de los judíos. Este vino a Jesús de noche, y díjole: Rabbi, sabemos que has venido de Dios por maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no fuere Dios con él. Respondió Jesús, y díjole: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere otra vez, no puede ver el Reino de Dios” — “Dícele Nicodemo: ¿Cómo puede el hombre nacer siendo viejo? ¿puede entrar otra vez en el vientre de su madre, y nacer? — “Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles que te dije: Os es necesario nacer otra vez”.

A través de los siglos se ha pretendido interpretar sofísticamente estas concretas palabras del Salvador, empleando los más complicados juegos de la dialéctica teológica.

 

Pero Cristo refrenda su afirmación a Nicodemo con estas palabras:

“De cierto, de cierto te digo que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios”...

Todos sabemos que para nacer, el cuerpo físico pasa un período de nueve meses en el claustro materno dentro de una bolsa llena de agua que es la placenta. Así pues, confirma la necesidad de volver a nacer en cuerpo físico, o de carne, y con su correspondiente ego, o sea el espíritu. Y vuelve a repetirle: “No te maravilles que te dije: Os es necesario nacer otra vez”.


¿Puede haber declaración más concreta, directa y objetiva sobre la Ley de Reencarnación? A través de la Biblia hay muchos ejemplos. Estos nos bastan.

 

En los “Registros Akáshicos”, plano cósmico en que está grabado todo cuanto ha sucedido y sucede en un mundo, plano que también es conocido por las escuelas inicia-ticas con el nombre de “Memoria de la Naturaleza” y en el que se encuentran las fuentes de la Profecía, por encerrar en sus regiones superiores todo el pasado, el presente y el futuro, se puede ver cómo se enseñaba todas esas verdades suprafísicas a los primeros cristianos; y en los tiempos de las persecuciones romanas, en el secreto de las catacumbas y de las reuniones clandestinas, toda esa enseñanza fue la clave de la misteriosa fuerza demostrada por los miles de mártires cristianos, que marchaban a la muerte con la entereza, la serenidad y hasta en muchos casos la alegría de quien está seguro que la muerte no es la destrucción final, y que a través de ella lo espera un futuro promisor y bello.


Cabe, ahora, preguntarse: ¿Por qué se olvidó, ocultó y negó posteriormente, la enseñanza de la Reencarnación en el Cristianismo?

 

En efecto, a partir del primer Concilio Ecuménico de Nicea, en el año 325 de la nueva era cristiana, y de los posteriores concilios de esa centuria, cuando se inicia la vida pública’ y libre de la Iglesia, al amparo de los decretos del Emperador Constantino y con la ya naciente protección del Estado para la nueva religión, se va olvidando la enseñanza esotérica de aquella gran verdad del Cosmos, hasta perderse por completo en los siglos tenebrosos, de ignorancia y de superstición, de la Edad Media.

 

No pretendemos investigar el misterio de su desaparición, del conjunto doctrinario que después se ha predicado a todos los cristianos en los siglos posteriores. Pero ahí están, en los evangelios, las palabras categóricas, las afirmaciones positivas de Jesucristo a Nicodemo sobre la necesidad, ineludible, de volver a nacer, de renacer, para poder llegar al Reino de Dios...


Y a medida que aumentaba el poder de la Iglesia, que se acrecentaban sus riquezas materiales y su dominio sobre las conciencias de los pueblos y de sus gobernantes, se difundían más los dogmas creados por los hombres, y se explicaba menos los grandes misterios del Cosmos, las profundas e inmutables leyes fundamentales de la Vida, que en pocos años trasformarán en titanes a los primitivos cristianos, como lo prueban las lisias heroicas de los mártires del primero y segundo siglos.

 

¿Por qué se apartaron, en muchos aspectos de básica importancia, los gobernantes de la Iglesia del Medioevo, de la esencia y del camino trazado por el Salvador?

 

Ejemplos de esto hay muchos en la historia. Que lo digan, si no, los ríos de sangre vertidos por los cruzados, en nombre del Dios del Amor, del Perdón, de la Paz y de la Confraternidad humana... ¿Cómo explicar esa abominable institución, sarcásticamente llamada la “Santa Inquisición”?... Y las aberraciones, crímenes y violencia practicadas hasta por Papas y Cardenales, entre el Medioevo y el Renacimiento, y que fueran la causa de los cismas protestantes y de las guerras de religión, que, hasta hoy, enfrentan a unos cristianos contra otros, convirtiéndolos en fieras, como estamos, todavía, contemplando en la convulsionada Irlanda... Y, todo esto ¿en nombre de un Dios de Amor, de Paz y de Humildad...?


No seguiremos adelante. Sólo hemos querido hacer una ligerísima comparación entre nuestro “Cristianismo” y el cristianismo esotérico de los hombres de Ganímedes. Allá no existe el símbolo cristiano del Crucificado, porque en esa civilización no se crucificó jamás al Rey del Reino del Amor, de la Verdad y de la Luz, como lo crucificamos desde los días del Calvario, hasta ahora, en todos los pueblos, en gran parte de las almas y de las instituciones de este mundo...I

Por todo eso es que se reveló al discípulo vidente, en la isla de Patmos, el Apocalipsis, transcrito por San Juan. Y esa profecía tremenda, que ya se está cumpliendo, terminará muy pronto en los próximos treinta años; y en ella, también, está señalada la misión que, por designios del reino de la Luz Dorada, comienzan a cumplir, con sus continuas visitas a la Tierra, las astronaves del Reino de Munt.

 

Faltan muy pocos años para que toda nuestra humanidad contemple, absorta, la llegada de numerosas escuadras que traerán a los superhombres de esa raza, en el desempeño de la misión apocalíptica a que han sido designados, misión que trataremos de explicar en los próximos capítulos y que tiene la más íntima relación con el Juicio Final prometido por el Salvador.
 

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CAPITULO XVI
Relaciones Extraterrestres con la Tierra


En varias oportunidades nos hemos referido a continuas visitas realizadas a nuestro planeta por hombres de otros mundos. Ahora ha llegado el momento de explicar cómo, en verdad, muchas de ellas fueron más que simples visitas de estudio o de investigación.

 

Con todo lo informado hasta aquí, podrá el lector comprender mejor la estrecha relación existente entre las humanidades pobladoras de nuestro sistema solar, bajo la sabia y vigilante dirección de aquel reino central al que nos hemos referido como el “Reino de la Luz Dorada”, y su Corte de Grandes Espíritus que enrumban la evolución de todo el conjunto, pese a lo que quieran pensar u opinar los hombres de la Tierra, muy en especial los ignorantes o maliciosos “fariseos” de las distintas religiones que durante siglos se pavonearon como “ministros de Dios”, creando dogmas y mitos que hoy comienzan a desmoronarse ante el avance inexorable de la Verdad y de la Luz, para el mismo cumplimiento de los inmutables Planes Cósmicos dirigidos desde aquel Sublime Reino Central en donde asienta su Glorioso Poder el Sublime Señor a Quien ya hemos llamado varias veces: “Dios del Amor y del Perdón, Camino de la Luz, de la Verdad y de la Vida”.

 


EL ORIGEN DE LAS RAZAS


En los capítulos anteriores sólo hicimos referencias. Simples esbozos de algunas de aquellas visitas. Ahora vamos a tratar de explicar un buen número de ellas, tomando como ejemplo las más notables y fáciles de entender, entre la gran cantidad de intervenciones que, para el mejor desarrollo de la vida inteligente en nuestro planeta, tuvieron en los primitivos albores de la civilización terrestre humanidades venidas de otros mundos.


En primer lugar vamos a referirnos a un hecho capital, a un fenómeno innegable que, hasta hoy, no pudo ser explicado satisfactoriamente ni por los antropólogos, arqueólogos, palentólogos, ni menos por los sacerdotes de las distintas religiones: la variedad de razas en la Tierra. Si nuestra humanidad tuvo un mismo origen, si desciende, toda —como la Biblia narra en el Génesis de Moisés— de una sola pareja original, Adam y Eva, primeros padres de todos los seres humanos, ¿cómo explicar la serie de contradicciones que brotan del texto bíblico, contradicciones imposibles de negar a quien estudie el Génesis con criterio científico imparcial?...


Adam y Eva se nos muestran como pertenecientes a la raza blanca. Todos sus descendientes inmediatos, en la larga lista bíblica hasta Noé, poseen los caracteres morfológicos y antropomórfícos distintivos de tal raza. Y si toda la humanidad fue exterminada por el Diluvio, lógico es que la nueva humanidad nació de la descendencia directa de Noe. La ciencia nos demuestra que las leyes de la herencia no permiten manifestar caracteres diferentes mientras no medien elementos nuevos que introduzcan nuevas características raciales, o sea la mezcla de razas en la procreación de nuevos seres.

 

¿Cómo explicar, entonces, que de padres sin ninguna característica ajena a la raza blanca, hayan podido nacer la raza negra, la raza roja o cobriza y la raza amarilla?...


La respuesta a tal enigma, que ha ocasionado centenarias discusiones y hasta muchos ateísmos, nos viene ahora desde Ganímedes. Adam no fue un hombre, un individuo, sino toda una raza: la blanca, última de las razas asentadas en la Tierra. Esto no contradice a la Biblia, porque todos los discípulos de las diferentes escuelas esotéricas saben que el Génesis, como la gran mayoría de los textos sagrados más antiguos, fue escrito en ciertas partes de manera simbólica.

 

La creación del hombre allí aludida representa un amplio e infinito proceso cósmico, en que las figuras de los textos literales se refieren a fenómenos abstractos y sus consecuencias objetivas en diferentes planos de la Naturaleza. El polvo de la Tierra con que Dios aparece formando al hombre es la materia que forma todos los mundos en nuestro sistema planetario. Tiene los mismos componentes materiales, químicos-físicos, los mismos minerales que integran, como sabemos, nuestro cuerpo, y el espíritu infundido, a manera de “soplo” divino, sigue el proceso ya explicado cuando hablamos de la cuarta dimensión. Además, si conocemos el significado hebraico de la palabra Adam, veremos que es “Humanidad”. Y esto lo encontramos, también, en el Génesis: en el capítulo 5, versículo 2, leemos: “Varón y hembra los crió; y los bendijo, el día en que todos fueron criados”.


Si añadimos a esto la aparente contradicción que se advierte en los pasajes referentes al diálogo entre Dios y Caín, después del asesinato de Abel, en que Dios le pone marca a Caín para que no sea perseguido y matado al huir del Edén, ¿quién o quiénes podrían haber hecho eso, si sólo fueran Adam y Eva, con Caín, los únicos habitantes de la Tierra en ese momento? Y vemos, también que Caín, según el capítulo 4, ver. 16 y 17, se dirigió a la tierra de Nod, en donde conoció a la que fue su mujer y de la que tuvo su hijo Henoch. Era, por tanto, otra región ya habitada por otros seres humanos. Esto prueba que no sólo Adam y su mujer eran los únicos habitantes del planeta...

 

¿Quiénes eran los otros, y de dónde habían salido?


Además, en el capítulo 6 del Génesis, versículo 2, leemos: “Viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomáronse mujeres, escogiendo entre todas”— Bien claro está que se trataba de dos tipos o razas de seres humanos, en este caso; “los Hijos de Dios” y “las hijas de los hombres”. La explicación de tal galimatías es, sin embargo, muy sencilla. La raza adámica, o blanca, al llegar a la Tierra, encontró ya en ella a otras razas más viejas, o anteriores. Y ellas fueron, por orden cronológico, la raza lemúrica, o negra, y la raza atlante, o roja.


La raza negra puede decirse que fue la única autóctona de la Tierra. Tuvo su origen en un largo proceso evolutivo muy anterior a la llegada a nuestro planeta de los primeros representantes de lo que después fuera la raza atlante. Se desarrollaron principalmente en un continente hoy desaparecido. La Lemuria, que estaba ubicado en una gran extensión de lo que hoy es el Océano Pacífico.

 

En un desarrollo de milenios, alcanzaron a diseminarse hasta las costas del sur del África. Australia y Mueva Zelandia son restos de aquel gran continente que desapareció bajo las aguas en una serie de cataclismos sucesivos en un período de más o menos diez mil años; su existencia tuvo lugar, probablemente, entre ochenta mil y cuarenta mil años atrás. En esa época la Tierra aún mantenía dos lunas. La otra era de tamaño menor que la actual y giraba en una órbita más amplia, a casi el doble de distancia que la actual.

 

Refieren los informes obtenidos por nuestro amigo en Ganímedes, que la influencia combinada proveniente de ambas lunas motivó un crecimiento notable del cuerpo físico en hombres y animales, y esto fue la causa de que en esos tiempos vivieran hombres gigantescos en el planeta. Por otra parte, esto se menciona, también, en la Biblia.


Esa luna más pequeña y más apartada, fue atraída, violentamente, por un gran cuerpo celeste que se cruzó con la Tierra hacen aproximadamente treinta mil años. La influencia tremenda ejercida sobre nuestro astro por aquel insólito visitante fue, en verdad, la causa del tremendo cataclismo final que transformó la geografía de entonces. Muchas porciones superficiales, en distintos lugares del globo, se hundieron, siendo invadidas por las aguas que formaron nuevos mares. Y otras, hasta entonces sumergidas, emergieron.

 

De esto la geología tiene abundantes pruebas, y muchos hombres de ciencia, y hasta simples particulares, han tenido oportunidad de ver y estudiar los extensos campos cubiertos con residuos marinos en diferentes lugares elevados de nuestros actuales continentes.

 

En muchas cumbres de la Cordillera de los Andes; en el Altiplano de Perú y Bolivia, a más de cuatro mil metros de altura; en varios lugares de los Himalayas, entre cinco y siete mil metros de altitud y hasta en pleno centro del actual desierto del Sahara, se encuentra abundantes sedimentos de conchas y toda clase de restos marinos que prueban cómo, en verdad, fueron fondos de mares desaparecidos.


La segunda raza, o sea la roja, fue de origen extraterrestre. Para ser más concretos, fue venusiana.

 

En los albores de la nueva era, que comenzó para nosotros, hace exactamente, 28.760 años, fueron trasladados, en diferentes grupos y en un lapso de más o menos cien años, muchos de los habitantes del planeta Venus, por astronaves provenientes del Planeta Amarillo, del que nos hemos ocupado anteriormente. Las crónicas del Reino de Munt narran que en esos remotos años se estaba gestando en Venus terroríficos trastornos, mutaciones catastróficas y cambios ambientales que darían lugar a la extinción total de la vida en ese astro.

 

Y que por mandato expreso de los sublimes seres gobernantes del Reino de la Luz Dorada, tuvieron que intervenir para salvar a la humanidad de aquel planeta. No era una humanidad tan adelantada como la de ellos. Pero ya tenían un grado bastante elevado en su civilización. No fue tarea fácil hacerles comprender tan extraordinaria misión, y vencer el temor que a la mayoría les inspiraba su presencia, descendiendo en máquinas de fuego desde los cielos enteramente nublados de Venus. Pero los más sabios pudieron entenderlos y darse cuenta del peligro.

 

Así, por grupos, fueron siendo transportados a la Tierra, en donde se establecieron, principalmente, en el gran continente al que llamaron la “Tierra de Mu”, la famosa Atlántida de los egipcios y de Platón. En el curso de los siglos, en un lapso de más o menos diez mil años, aquella raza pujante y sabia había desarrollado la gran civilización atlante, centralizando su poder en un extenso continente en que se asentaban diez reinos, como las más antiguas tradiciones egipcias y mayas nos recuerdan. Y en esas tradiciones se conservaba, hasta los tiempos más cercanos, la historia de aquel pueblo bajado de los cielos”, al que, también, conocían como el “País de Mu”.


La existencia de la Atlántida, tan discutida hasta hoy, ha dejado profundas huellas en la gran mayoría de los pueblos antiguos de nuestro planeta. Sería muy largo, y fuera del tema de esta obra, pretender explicar la multitud de pruebas de todo orden que abonan su poderosa influencia en el mundo del pasado. Todas las religiones de esa etapa de evolución de nuestra humanidad; las costumbres, ritos, tradiciones de muchos pueblos, especialmente en las tres Américas; muchos de los hitos de civilización en los primitivos griegos, fenicios y etruscos; hasta en los actuales habitantes del Norte de África, recuerdan la influencia atlante en sus orígenes.

 

Existe una gran bibliografía sobre el tema, a la que pueden recurrir quienes se interesen.

 

Pero no está demás indicar que los atlantes, en su gran expansión por el mundo de ese entonces, llegaron hasta los confines del Norte de América, transpusieron el Mediterráneo y alcanzaron las riberas del Ni-lo y las entonces fértiles llanuras de la Mesopotamia y de toda la península arábiga.


Un reciente libro dado a la publicidad por la arqueólogo alemana Karola Siebert, presenta abundancia de pruebas irrefutables de la presencia y de la influencia, netamente atlante y venusiana, de aquella raza y de su civilización en la costa occidental de América, especialmente en el Perú. Ha demostrado lo señora Siebert la existencia, en abundantes ruinas preincaicas, de los principales elementos rituales, simbólicos, tradicionales y hasta costumbristas, de aquellos hombres de origen venusiano.

 

A este respecto es muy interesante conocer que en el Altiplano, entre Perú y Bolivia, en las famosas ruinas preincaicas de Tiahuanacu, se encuentra el monumento más antiguo del mundo: La Puerta del Sol, la que tiene esculpida en el centro la figura del Dios rodeado por otras figuras con alas, clara alusión a seres alados o bajados del cielo, y que en tan formidable monumento existe, también, esculpido, un calendario considerado como el más antiguo que se conoce pues las pruebas al carbono 14 arrojan más de 15.000 años.

 

Pero lo sorprendente de tal calendario es que representa el año venusiano, con los 255 días terrestres y los meses de 24 días, exactamente.

 

Y merece citarse, igualmente, lo escrito hace muchos años por el famoso historiador, filósofo y sabio profesor de la Universidad de San Petersburgo, Dimitri Mereshkowsky, en su libro: “El Secreto del Oeste”:

“Los restos de la Atlántida sumergida se encuentran en el misterioso Egipto, México y en el Perú”.

Y ahora pasaremos a ocuparnos de la tercera raza: la raza de Adam, o blanca, llamada también caucásica, y que hace su aparición en la Tierra más o menos a mediados de nuestra actual etapa evolutiva, dentro del conocimiento cósmico de la existencia de ciclos, o “revoluciones cósmicas” con una duración de 28.791 años cada uno. A este respecto, la información obtenida desde Ganímedes por nuestro amigo es categórica. Refiere que los primitivos representantes de esa raza fueron traídos a la Tierra por astronaves del gran imperio, que, más tarde, sería llamado “Reino de Munt”, como viéramos en capítulos anteriores.

 

Le explicaron que en ese entonces, hace más o menos doce mil años, cuando aún perduraban en el Planeta Amarillo las últimas contiendas entre los dos poderosos bloques étnicos en que se dividieran, como ya hemos visto anteriormente, un numeroso grupo de prisioneros del país vecino, que no podía ser asimilado a su civilización por no haber alcanzado el alto nivel moral requerido, fue trasladado a nuestro planeta, ubicándolo en los territorios, entonces deshabitados pero fértiles y con abundancia de recursos naturales que ahora conocemos como Siria, Jordania y El Irak.

 

Esto explica, hoy, diferentes pasajes de la Biblia, entre ellos la expulsión del Edén de los primeros progenitores de esa raza, como castigo. Vinieron, en efecto, de un mundo superior. De un mundo en que se desarrollaba una civilización fácilmente comparable con un paraíso. Y venían a un mundo en que tendrían que “trabajar con el sudor de su rostro”, y en donde tendrían que “sufrir y sentir dolor” y en “donde conocerían la muerte”, pues ya hemos visto que en el Reino de Munt, ésta ya no existe, como se ha explicado en capítulos anteriores.


Todo ello concuerda, amplia y lógicamente, con el relato bíblico. Y ahora vamos a ver, también, la explicación que han dado aquellos superhombres a distintos casos referidos por el Antiguo Testamento, comprobando así la permanente intervención que tuvieron en el desarrollo y evolución de esa raza en nuestra Tierra.

 

Previamente hemos de añadir que se le explicó a Pepe que siempre actuaron y actúan por orden y dirección de los Supremos Señores del Reino de la Luz Dorada. Pero antes de pasar al siguiente punto, debemos anotar que poco tiempo después de traer aquel primer grupo de “emigrantes”, trasladaron, también, otro grupo al que dejaron en las costas septentrionales del Mar Negro, en la región comprendida entre las desembocaduras de los ríos Dniéper y Danubio.

 

Este segundo núcleo de seres de raza blanca fue el que, al extenderse con el correr de los siglos, subiendo por las márgenes de ambos ríos poblaron toda la Europa.

 


LA DESVIACIÓN DEL NILO


La formidable civilización del antiguo Egipto no habría existido jamás, de no mediar la intervención de aquella super-raza extraterrestre en los destinos de nuestra humanidad. Siempre se ha dicho que el Egipto era un producto del Nilo.

 

Pero en esos remotísimos tiempos el Nilo no recorría lo que, después, fuera poderoso imperio de los Faraones. El extenso y caudaloso río que tiene sus fuentes en los territorios de lo que hoy son Uganda y Etiopía, llegaba hasta más al norte de la primera catarata, en la región en que ahora se levanta la gran represa de Asuán. De allí se desviaba en dirección al Mar Rojo, desembocando en él.

 

Toda la región ocupada por Egipto era desierto, continuación del de Libia, con la sola excepción de una estrecha zona fértil limitada por los desiertos de Nubia y Libia, que se extendía hasta cerca del lugar en que hoy se asienta la población de El Qoseir en la ribera del Mar Rojo, siguiendo el curso original del Nilo.

Mil quinientos años más tarde, cuando ya los pobladores de esa región de la Tierra se habían multiplicado y formado grandes tribus, algunas de las cuales llegaron a ponerse en contacto con descendientes de la raza lemuriana y de la raza atlante, los Sublimes Señores del Reino de la Luz Dorada ordenaron al pueblo que después fuera el Reino de Munt, volver a la Tierra a preparar el asiento de lo que, en los Planes Cósmicos, debía ser la gran civilización egipcia. Durante un tiempo se realizaron los estudios correspondientes, y se decidió desviar el río Nilo antes del gran recodo que formaba al norte de la primera catarata, para llevarlo a través del desierto hasta desembocar en lo que hoy es el Mar Mediterráneo.

 

Enormes astronaves condujeron ingenieros, máquinas y equipos hasta la zona escogida. Un grupo de técnicos extraterrestres se encargaron de educar a los atemorizados pobladores primitivos, que luego de los primeros días de terror, los adoraron como Dioses, y sirvieron de obreros en la obra. Al cabo de pocos años, por los formidables medios con que contaban, se había abierto el nuevo cauce y los cinco canales simétricos que iban a constituir el gran Delta.

 

El antiguo cauce de desagüe en el Mar Rojo fue anulado y el tiempo se encargó de cubrirlo totalmente. Una pequeña carga nuclear desmoronó la barrera natural que separaba el Nilo de su nuevo curso, y el gigantesco río corrió, desde entonces, a través de lo que, siglos más tarde, iba a ser el gran imperio de los Faraones, y el centro inicial de las grandes escuelas esotéricas del futuro...

 

Cumplida su misión, los hombres, los equipos y las máquinas retornaron a su planeta de origen.

 


LA FUNDACIÓN DEL IMPERIO EGIPCIO


Muchos han sido los problemas que durante siglos preocuparon a los hombres de ciencia que estudiaran la civilización egipcia. Algunos fueron resueltos a la luz de modernos descubrimientos. Otros, quedaron sin respuesta hasta hoy. Entre estos últimos figuraba el enigma del sorpresivo desarrollo de ese pueblo en, relativamente, pocos lustros.

 

Sociólogos, historiadores, arqueólogos y filósofos no atinaron a imaginar cuál pudo ser la causa a la que se debía que los egipcios representaran un fenómeno de evolución completamente distinto a todos los demás pueblos. En todas partes, en todas las razas y civilizaciones más remotas, se advierte el proceso lento y escalonado, sucesivo en sus diferentes gradaciones, desde los niveles más primitivos hasta el apogeo de sus culturas respectivas, en la variada gama de matices que ofrece al investigador estudioso la marcha de cualquier grupo humano en la historia de nuestra humanidad.


Pero con los egipcios no pasó eso. El país de los Faraones resulta un caso único. Hasta hace más o menos ocho mil años, en las riberas del Nilo se encontraban tribus dispersas, con un nivel de vida y de cultura muy pobres, como lo demuestran los restos arqueológicos de esa época.

 

Poseían solo rudimentarios elementos, cerámica tosca y modestas construcciones de adobe sin mayores alardes de cultura. Pero de pronto, en sólo el transcurso de un par de centurias, empieza a florecer allá una sorprendente civilización. Comienza a construirse grandes ciudades, con edificios de piedra que cada vez asumen formas y estructuras más notables, hasta llegar, en poco tiempo, a la asombrosa demostración de adelanto que ha llegado a causar el respeto y la admiración de los hombres cultos de todos los países y de nuestros sabios modernos.


¿Qué sucedió en Egipto entre el octavo y el séptimo milenio de nuestra era actual?...

 

También desde Ganímedes nos viene la respuesta. Recordemos que ya, tres mil años antes, la super-raza extraterrestre había preparado las bases con la desviación del Nilo. Pero en esa época empezaron a presentarse en el Planeta Amarillo los primeros síntomas de su futura desintegración, como se ha explicado al ocuparnos de la historia del Reino de Munt.

 

Era, precisamente, el comienzo del reinado de aquel portentoso soberano. Y, por tal razón, terminada la misión que se les encomendara en la Tierra, se dedicaron exclusivamente a sus propios y urgentes problemas. Ya hemos visto en la tercera parte lo referente a su traslado al satélite de Júpiter y la destrucción del Planeta Amarillo. En ese lapso de cerca de tres mil años de los nuestros, estuvieron muy atareados en adaptar su nuevo mundo a la perfecta evolución de su civilización, y no vinieron a la Tierra.


Pero una vez satisfechos con su nueva morada, recibieron del Sol otra misión: fundar la gran civilización del Nilo.


Debemos recordar que la historia del antiguo Egipto es perfectamente conocida, por la abundancia de documentos de todas las épocas, en que se narra, minuciosamente, el desenvolvimiento de ese gran pueblo.

 

Y se conoce al detalle el desarrollo evolutivo de tan formidable civilización, desde los tiempos del Rey Menes, fundador oficial de la primera dinastía, que en el año 5.004 antes de Cristo, establece la organización política y administrativa que habría de perdurar a través de las veintiséis dinastías que, oficialmente reconocidas como tales, rigen en el Valle del Nilo hasta ser conquistado por Cambises, Rey de Persia, en el año 527 antes de nuestra era cristiana; cinco dinastías más, de origen extranjero, completan la serie de 31 que termina con la dominación de Egipto por los romanos.


Pero es históricamente conocido, también, que al asumir Menes el poder soberano del Egipto, encuentra ya un país organizado, con una civilización floreciente y un gobierno teocrático ejercido por la casta sacerdotal, que en un lapso indefinido de tiempo, había ya establecido las bases de la cultura, religión, economía y administración de todo el país, que son continuadas por Menes y sus sucesores durante más de cinco mil años.

 

Esa etapa anterior a la de los Faraones que comienzan con Menes, está señalada en la tradición y escritos antiquísimos como el tiempo en que ese pueblo fuera gobernado por los “Dioses bajados del cielo”. No se fija, con exactitud, cuánto duró aquella primera etapa. Los egipcios no acostumbraban a señalar cronológicamente los tiempos en forma correlativa. Preferían relatar los hechos correspondientes a cada período gubernamental, refiriéndolos al personaje gobernante. Y en esa lejana época, no existen datos concretos que permitan identificar, todavía, a los personajes.

 

Por eso aquel período en que se manifiesta, claramente, un tipo de gobierno manejado por seres divinos, que delegan sus poderes a los sacerdotes gobernantes pero sin descuidar su control directo, ha parecido a muchos una etapa legendaria o mítica de la historia del Egipto.

 

Pero los hechos comprueban que no hubo tal leyenda, y que los aparentes mitos han sido la transcripción pintoresca en la forma, pero exacta en el fondo, referente a un lapso de más o menos mil años durante los cuales se convirtió a las tribus dispersas entre las regiones del Bajo y Alto Nilo, de núcleos humanos dispersos y desorganizados, en un floreciente imperio que en los tiempos de Menes ya contaba con importantes ciudades, en las que se levantaban magníficos templos y majestuosos monumentos.


Uno de éstos, posiblemente el más notable por muchos conceptos, fue la Esfinge. Esta formidable y enigmática figura, gigantesca mole de granito que se levanta hoy en las arenas vecinas al Cairo, junto con las tres grandes pirámides de Keops, Kefren y Miceríno, ha causado el asombro de miles de generaciones y ha mantenido en el más estricto secreto el misterio de su origen y el de los fines para los que fue construida.

 

Ahora, el “Secreto de la Esfinge”, como se mencionó por largos siglos a tan enigmático monumento, llega a su fin con las explicaciones que nos vienen de Ganímedes. Ellos, los hombres del Reino de Munt, fueron sus constructores. Mejor dicho, los arquitectos directivos de la obra. Se ubicó en un lugar solitario, frente al Nilo, como templo iniciático y sede hermética de los primeros “Hermanos de la Esfinge”, aquella fraternidad oculta tantas veces mencionada en este libro.

 

En ella se preparaba a los sacerdotes escogidos como los más capacitados para gobernar el naciente imperio, y más tarde, al correr de los siglos, cuando ya había desaparecido el primitivo gobierno teocrático, siguió siendo el lugar de reunión y de instrucción de los miembros de esa escuela de sabiduría cósmica.

 

Desde los tiempos de la tercera dinastía pudieron ingresar en ella miembros laicos, y así tuvo el Egipto, posteriormente, sabios portentosos ajenos por completo a la orgullosa casta sacerdotal que, por milenios, trató siempre de dominar a los Faraones, sucesores de Menes.


Hasta hoy no se ha descubierto el verdadero sentido de la Esfinge, en gran parte debido a la inquina o negligencia por remover los miles de toneladas de arena bajo las que duerme su sueño de siglos el templo iniciático y todas las dependencias, muchas de ellas cámaras secretas, utilizadas por los Hermanos de la Orden en su vida institucional.

 

¿Cuántos tesoros culturales podría hallar nuestra humanidad si se descubriera tan misteriosos recintos?. ..

 

De allí salieron hombres que marcaron hitos en la historia de toda la Tierra. Entre ellos, el famoso Moisés de la Biblia. Y también, la enigmática y sapientísima personalidad conocida en los tiempos de la cuarta dinastía con el nombre de Imhotep, el famoso arquitecto constructor de la Gran Pirámide, ubicada a corta distancia de la Esfinge, que ya, por aquel entonces, era vecina a la gran capital del Bajo Egipto, Menfis, levantada con tal fin por Menes, en las cercanías del misterioso monumento.


No vamos a detenernos más en estos puntos. Hay todavía mucho por explicar sobre misiones terrenas de aquella raza extraterrestre; por tanto vamos a ocuparnos, ahora, de otras misiones, todas ellas trascendentales, para el desarrollo y evolución del hombre en nuestro planeta.
 


LA DESTRUCCIÓN DE SODOMA Y GOMORRA


Ya hoy día muchos hombres de ciencia han opinado que la destrucción de las dos ciudades, llamadas “malditas”, se debió al empleo de bombas atómicas del tipo de las que aniquilaron Nagasaki e Hiroshima. Entre ellos el físico soviético Alexei Kazantzev y el profesor, también ruso, Agrest, participan de esa opinión y este último ha presentado como pruebas de su aserto las tecticas encontradas en aquella región, materiales rocosos que todos los físicos nucleares saben que sólo pueden formarse a consecuencia de reacciones atómicas.


Los hombres del Reino de Munt explicaron este caso como el cumplimiento de otra misión que les fuera encomendada por los sublimes “Señores de la Faz Resplandeciente” para castigar el desenfreno y abominable corrupción reinante en aquellas ciudades, que amenazaba extenderse al resto de los nuevos pueblos escogidos para el futuro desarrollo de la humanidad terrestre. Era un escarmiento que buscaba servir de lección.


Los varones considerados ángeles en la Biblia, que visitaron a Lot y lo previnieron para abandonar esos lugares, eran miembros de la tripulación de una astronave de las del tipo de seis tripulantes. El mismo Génesis confirma los poderes extraordinarios que teman, que les permitieron defenderse de la multitud sodomita con un simple ademán que cegó a todos los que pretendían violarlos, pudiendo escapar en compañía de Lot y su familia. Después, cuando estos últimos estuvieron a salvo y a prudente distancia, regresaron ellos a su máquina oculta tras una loma.

 

Una bomba termo-nuclear sobre cada una de las ciudades las hizo pasar a la historia...

 


EL PASO DEL MAR ROJO


Uno de los pasajes más notables de la Biblia es el referente a la huida de Israel, perseguido por el ejército de Faraón, a través de las aguas del Mar Bermejo como ellos lo llamaban. Muchas discusiones han habido sobre el tema. Y muchos hombres de ciencia materialistas han creído ver en él una fábula inventada por Moisés. Pero la verdad del hecho histórico no puede refutase.

 

Los judíos salieron de Egipto y atravesaron el Mar Rojo por su parte más estrecha, que separa el África de la Península del Sinaí. La misma historia egipcia lo confirma. Y no lo hicieron en barcas, que no tenían. El Éxodo lo refiere con lujo de detalles. Y el prodigio le costó al Faraón lo más graneado de sus tropas. Todo ello ha sido conocido desde los más remotos siglos y no perderemos tiempo en repetirlo.

 

Pero, veamos ahora cómo nos han explicado los superhombres de Ganímedes la sucesión de hechos portentosos que tuvieron lugar en aquel episodio.


Los israelitas habían acampado en la margen occidental del Mar Rojo, conducidos hasta ahí por la famosa columna de humo que los guiara constantemente en todo el éxodo. Esta nube, que de día era una gigantesca columna de humo y de noche, de fuego, marchaba siempre a la cabeza del pueblo, y aquel día se encontraba detenida sobre la ribera del mar. Al percatarse los judíos que por el desierto se acercaba velozmente el ejército egipcio, cundió el pánico, tal como lo refiere la Biblia. Pero también narra que, en esos momentos, la columna de humo se puso en movimiento, colocándose a espaldas del pueblo, entre éste y el lugar por donde habrían de llegar las tropas de Faraón. Moisés calmó los ánimos, asegurándoles que “Jehová los defendería”...

 

Y comenzaron los prodigios. De la nube de humo salieron rayos y se estableció una espesa cortina tenebrosa de humo y fuego que separó a los egipcios de los israelitas. De aquella gigantesca cortina partían rayos y truenos y tan amenazante espectáculo detuvo a los egipcios que, atemorizados, empezaron a gritar que Jehová estaba defendiendo a su pueblo. Esta situación se prolongó todo el día.

 

Mientras tanto se formaban grandes nubes desde la playa y sobre el mar en dirección a las opuestas riberas. Durante la noche un viento huracanado azotó las aguas en toda la zona fronteriza. Los israelitas estaban pasmados y temblaban ante aquellos fenómenos. Sus enemigos continuaban detenidos al otro lado de la barrera flamígera. Con las primeras luces del nuevo día un grito de asombro partió de todo el campamento: el mar estaba dividido, formando las aguas como altas murallas a ambos lados de un amplio corredor o pasaje.

 

Moisés ordenó a los suyos que lo siguieran y penetró por el centro del providencial camino en demanda de la otra lejana orilla. Al ver eso, no sin dejar de temer, los demás siguieron tras él, marchando apretujados por el centro seco de aquel sendero constituido por el fondo del Mar Rojo.

 

Con terror miraban a ambos lados las murallas líquidas y trepidantes, como si estuvieran contenidas por tupidas y poderosas mallas de gigantescas redes invisibles. Cuando ya todos los israelitas se encontraban atravesando el mar, a pie enjuto, la columna de humo que los protegía se movilizó, desapareciendo la cortina de fuego que separaba los dos campos. Esta vez fueron los egipcios los que lanzaron grandes voces ante el espectáculo que presenciaban. Detenidos en la playa, presa del terror que tal prodigio les infundía, no se atrevían a avanzar tras los judíos que se iban alejando en demanda de la otra orilla.

 

Pero sus jefes, más audaces, viendo que la presa se les escapaba, lograron imponerse. Los carros y caballería empezaron a ingresar a tan insólito corredor y viendo que no les sucedía nada, el resto de las tropas los siguió. Los israelitas estaban ya cerca de las otras riberas, y a carrera abierta las alcanzaron cuando los soldados de Faraón llegaban al centro del mar. De la columna de humo que protegía a los judíos comenzaron a partir rayos que destrozaban las ruedas de los carros, mataban a los caballos y jinetes, deteniendo a todo el ejército. El pánico se apoderó de todos. Pretendieron volverse atrás. Pero en aquel momento las murallas líquidas se deshicieron como gigantescas cataratas y todas las tropas fueron sepultadas por las aguas del Mar Rojo.


Los hombres de Ganímedes explican así todos estos fenómenos: Tenían la misión de los Sublimes Señores del Reino de la Luz Dorada, de proteger y salvar al pueblo de Moisés para fines ulteriores en el desarrollo de los Planes Cósmicos, en cuanto a la evolución de la humanidad terrestre. Moisés, como secreto Hermano de la Esfinge, poseía la sabiduría y conocimientos necesarios para poder comunicarse con ellos. Así, desde los momentos en que luchó por conseguir que el Faraón los dejara salir de Egipto, sabía que contaría con su ayuda.

 

Pero no podía revelar a un pueblo tan ignorante y atrasado en todo concepto, las grandes verdades científicas y cósmicas que él, por su iniciación, sabía cómo utilizar. Al no poder explicar muchas cosas ocultas, secretos obtenidos en la forma tradicional y extremadamente rigurosa de su hermandad iniciática, se vio precisado a atribuirlo a la figura del Dios Jehová, personaje que, según analizaremos después, tuvo muchos aspectos poco divinos en su larga intervención en la vida y religión del pueblo israelita.

Así pues, desde la salida de Egipto, estuvieron acompañados y guiados por aquella famosa nube en forma de columna, de humo en el día y de fuego en las noches, en la que se “encerraba Jehová” y que los protegió como ya vimos para el paso del Mar Bermejo. Tal nube, en realidad, fue siempre una astronave de las del tipo chico que ya conocemos, que se presentaba envuelta por una nube gaseosa para no aterrorizar a los primitivos e ignorantes judíos, más dados a aceptar explicaciones de tipo sobrenatural, divino o fabuloso, que a comprender hechos y verdades científicas que, hasta hoy, son difíciles de entender para muchos. Y ya sabemos que por las noches aparecía como una nube de fuego, fenómeno que no necesita mayor explicación ahora.


En cuanto a la separación de las aguas del mar, dicen que se utilizó la fuerza combinada de una de sus bases espaciales y seis astronaves de las del tipo grande, ya descrito anteriormente, que se colocaron a conveniente altura, en fila india, teniendo tres máquinas en cada extremo y la base en el centro, sobre toda la extensión del brazo de mar que separa las costas de esa zona. Esa fue la gigantesca nube que cubría todo el corredor formado pos las aguas separadas.

 

Este fenómeno se logró mediante el empleo de poderosas fuerzas electromagnéticas en combinación con fuerzas vivas de la Cuarta Dimensión, que anulando la gravitación de las aguas, suspendiéndolas como las suspenden las trombas marinas en los grandes tifones, y manteniendo una cohesión molecular parecida a la de los bloques de hielo en ambas “murallas” acuáticas, lograron el efecto perseguido y lo mantuvieron durante todo el tiempo que fue necesario...

 

En cuanto al ataque a los carros y caballería, lo realizó la máquina pequeña con sus propios y simples elementos defensivos-ofensivos, armas incomprensibles todavía por nosotros a las que nos hemos referido en un capítulo anterior y que los hombres del Reino de Munt no parecen estar dispuestos a explicar en detalle...

 


VISITAS DE MOISÉS A LA CUMBRE DEL SINAI


Durante todo ese tiempo que los israelitas acamparon a las faldas del Monte Sinaí, fueron muchas las veces que Moisés subió a la cumbre. Siempre lo hizo solo, excepto la ocasión en que lo acompañó su hermano Aarón, destinado a ser el Sumo Sacerdote. Nadie se atrevió, jamás, a subir tras él, porque ello estaba penado con la muerte.


Y siempre, también, en tales casos, era llamado desde la cumbre, que en esos momentos era cubierta por una gran nube resplandeciente, con rayos y truenos que aterrorizaban al pueblo. Cuando regresaba Moisés, traía los mensajes “que le daba Jehová”.


.. .Es fácil, ahora, comprender que se trataba de una astronave en cumplimiento de misiones de enseñanza, para ir estructurando las bases culturales y religiosas que se proponía inculcar en el alma de los israelitas. Una de aquellas visitas duró “cuarenta días y cuarenta noches”. Todo el pueblo vio que Moisés penetraba en la espesa nube que cubría la cumbre y luego la nube se alejó.—Fue un viaje al Reino de Munt, en donde aprendió muchas nuevas lecciones y de donde trajo, ya grabadas. Las Tablas de la Ley...


Es ya ampliamente conocido que al retornar, ese pueblo ignorante, rebelde, lúbrico y codicioso, en la tradicional anarquía que siempre lo caracterizó, le había vuelto las espaldas y, en medio de una formidable orgía estaba adorando al Becerro de Oro...

 


EL “MANA” DEL CIELO


La Biblia nos dice que durante los cuarenta años que duró la permanencia de los israelitas en el desierto, estuvieron recibiendo diariamente del cielo su ración de “maná”. Estaba constituido por unas bolitas de sustancia parecida al pan, que todas las mañanas aparecía cubriendo el suelo de su campamento, en cantidad suficiente para todos.

 

Los hombres de Munt explican este hecho manifestando que se trató de un material alimenticio común entre ellos, con alto contenido de proteínas, carbohidratos y minerales vitaminados, provenientes de su reino vegetal, con elevado poder nutritivo, que elabora continuamente su industria manufacturera des-de los más remotos tiempos.

 

Era transportado en grandes cantidades desde su Reino hasta una de sus bases espaciales, ubicada a más o menos 12.000 kilómetros de altura sobre nuestro planeta.

 

Se lo llevaba en grandes envases herméticamente cerrados para evitar su descomposición, y lo almacenaban en las grandes bodegas de la base, de donde se extraía la cantidad necesaria para el suministro diario, de lo que se encargaba una de las grandes astronaves de carga con base en dicha estación espacial, la que en las postreras horas de la madrugada, en pocos minutos bajaba hasta escasa altura sobre el campamento, envolviéndose siempre en la consabida nube de humo, arrojaba el cargamento en un lento vuelo circular, y retornaba a su base.

 


CONSTRUCCIÓN DEL “ARCA DE LA ALIANZA


Entre los muchos objetos fabricados en esa época bajo la dirección de Moisés para el nuevo culto de la naciente religión, el principal fue el Arca de la Alianza, o “Santuario secreto de Jehová”. Las enseñanzas místicas primitivas afirmadas luego por la tradición, lo hacían aparecer como el lugar sacratísimo en el que se encerraba el Dios de los Israelitas, lugar al que nadie podía tener acceso, excepto el Sumo Sacerdote en determinadas ocasiones.

 

Sobre tal condición pesaba, nada menos, que la pena de muerte, y esta sanción tuvo lugar de manera maravillosa e impresionante varias veces, como en el episodio de aquel oficial del rey David, quien al ver que los cargadores del Arca habían tropezado, temiendo que el Santuario cayese a la tierra, lo agarró con la más sana intención: un rayo fulgurante partió del arca y el oficial cayó fulminado...


En esas remotas épocas un hecho así era prodigioso. Venía a confirmar la presencia de aquel Dios iracundo y muchas veces cruel en el interior del artefacto. Un pueblo ignorante no podía encontrar otra explicación a fenómenos de tal naturaleza, que las maravillosas y fantásticas ofrecidas por los sacerdotes, cuyo jefe era el único poseedor del secreto.

 

Este, en realidad, era muy simple: el Arca según se expresa detalladamente en la Biblia estaba recubierta enteramente de oro, por dentro y fuera. En su construcción (lo que no se dice en ninguno de los libros de Moisés) intervinieron instrucciones secretas recibidas en el Reino de Munt para convertir aquel objeto de culto en un poderoso elemento generador de electricidad.

 

Convenientemente ocultas en la estructura interior habían pilas formando una potente batería acumuladora de fuerza, la que se manifestaba, a veces, en ciertas ceremonias, como chispas y destellos fulgurantes, atribuidos a la divinidad que en ella se encerraba. En esos tiempos no se conocía la electricidad ni cómo producirla. Ello solo era privilegio de los “iniciados” de algunas escuelas esotéricas.

 

Y Moisés fue uno de los Hermanos de la Esfinge, los más adelantados en aquel terreno. De tal manera, no fue difícil concebir un artefacto que, dentro de un concepto mítico inspirado por el deseo y la necesidad de impulsar a su pueblo por el camino de la superación, se viera obligado a emplear una serie de trucos y estratagemas, únicas formas de dominar la tremenda rebeldía y los poderosos impulsos hacia el vicio y las bajas pasiones que tanto dominaron, por siglos, a los israelitas.


Estando el Arca revestida de oro, metal conductor, puesto en contacto directo con los acumuladores de su interior, mediante un dispositivo hábilmente disimulado y solo conocido por el sumo sacerdote quien podía conectar o desconectar el paso de corriente a voluntad, es fácil comprender que cualquier neófito que se atreviera a tocar el Arca recibiría, instantáneamente, una descarga mortal, como le sucedió al oficial de David. Y las pilas, de un tipo de alta potencia, eran proporcionadas por los hombres de Ganímedes.

 

En aquel entonces, el fin justificaba los medios...

 


VISITAS DE PROFETAS AL REINO DE MUNT


No sólo Moisés tuvo el privilegio de conocer el mundo maravilloso organizado en el satélite de Júpiter. Muchas de las grandes figuras representativas del adelanto cultural, moral y religioso de la humanidad terrestre, tuvieron esa oportunidad, en diferentes épocas y lugares.

 

La lista es muy larga, pues se reparte entre todos los pueblos de la tierra. Para detallar todos y cada uno de los casos, necesitaríamos ocupar un volumen especial, tan extenso como este libro en su integridad. Tal vez podamos hacerlo andando el tiempo. Más ahora, debemos concretarnos al desarrollo del tema principal que motiva esta obra, que en realidad, viene a ser un mensaje extraordinario debido al momento histórico y apocalíptico en que se encuentra nuestra humanidad.


Entre los muchos nombres que podríamos citar de esa larga lista, mencionaremos a Imhotep, Henoch y Elias, El Señor Bu-da, Zoroastro, Lao-Tsé y Confucio.
Imhotep, a quien nos referimos al tratar sobre la historia de Egipto, fue el sabio constructor de la Gran Pirámide de Keops.

 

Fue un Hermano de la Esfinge y su admirable sabiduría, demostrada por las maravillas de ese milenario monumento, tuvo confirmación y refuerzo objetivo en varias visitas realizadas secretamente al Reino de Munt. Vivió más de doscientos cincuenta años y su muerte fue un misterio, pues siendo personaje tan notable, nadie supo hasta hoy en dónde fue sepultado. La verdad es que al término de su misión en la Tierra lo llevaron a Ganímedes.


Los profetas Henoch y Elias, tan mencionados en el Antiguo Testamento, también fueron conducidos al Reino de Munt, como se confirma en los textos bíblicos al narrar que “fueron llevados al cielo en carros de fuego”.


En cuanto al Señor Buda, o sea el príncipe Sidarta Gautama, o Sakia-Muni como también fuera llamado, fundador del Budismo, es figura tan conocida en la historia que nos evita dar mayores referencias personales. Pero en el Reino de Munt existen las pruebas de que tal personaje visitó su mundo, conducido para estudio y comprobación de las grandes verdades cósmicas y eternas que, después, fueron la base de su elevada doctrina, tan parecida en la esencia, elevación y pureza, a las enseñanzas posteriores de Cristo.


La figura grandiosa de Zoroastro, o Zarathustra, autor del conjunto de libros sagrados conocidos como Zend-Avesta, pilares fundamentales de la religión mazdeísta de la antigua Persia, la más elevada y noble por su alta moral, por la profundidad y sabiduría de sus conceptos básicos en cuanto a la interpretación simbólica o alegórica de las grandes verdades cósmicas, guarda una estrecha relación fundamental con los mismos principios esenciales que encontramos en la religión mosaica, en el budismo y en el cristianismo primitivo y sustancial.

 

Aunque el ropaje de que hacen gala, en mitos y ceremoniales cada una de estas grandes religiones pueda ser diferente, por las distancias que las separan en tiempo y ambientes de desarrollo, tales diferencias revelan al analista imparcial que son el producto, exclusivo, de la intervención de los hombres y de las costumbres de cada lugar y época. Pero la esencia de todas ellas es la misma, lo que prueba, lógicamente, la uniformidad de origen.


Y si la comparación es llevada hasta esa otra gran doctrina constituida por el conjunto de enseñanza de los grandes filósofos chinos Lao-Tsé y Kung-Fu-Tsé, mejor conocido en occidente por la derivación latina del nombre, Confucio, ambos anteriores a Cristo, desembocamos en la sorprendente analogía de los principios fundamentales de moral, de estímulo a la virtud, a la pureza de pensamiento y de conducta, a las prácticas más bellas y más nobles, más fraternas y elevadas para el trato y la mutua convivencia entre todos los seres humanos. Todo esto, en el fondo, no es otra cosa que lo ya descrito, en capítulos anteriores, sobre la cultura y religión que reinan en Ganímedes.


No es extraño, por tanto, que los superhombres del Reino de Munt hayan asegurado haber sido los intermediarios encargados, en distintas épocas y diferentes lugares y pueblos de la Tierra, de facilitar la difusión de las doctrinas y enseñanzas emanadas de aquel Sublime Reino de la Luz Dorada, de aquellos Grandes Espíritus gobernados directamente por el Supremo Rey del Sol a Quien llamamos en la Tierra el Cristo...


En los próximos capítulos, al explicar los pormenores de la trascendental Misión que ahora, después de largos siglos, motiva su regreso a nuestro mundo, tendremos oportunidad para ampliar conceptos y opiniones acerca de todos esos puntos.

 

Réstanos, solamente, ocuparnos en éste de otra visita importantísima, realizada hace casi dos mil años, y que, en verdad, obedeció a los preliminares preparativos de la Gran Misión Actual.

 


EL ENIGMA DE LA “ESTRELLA DE BELEM


La Historia y el Nuevo Testamento, en la Biblia, nos refieren que “unos magos, llegados del Oriente”, visitaron al Rey Heredes para preguntarle por “el nuevo Rey de Los Judíos” nacido en tierras de Judea. San Mateo, en su Evangelio, nos dice que en esa entrevista aquellos magos se expresaron así: “¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el Oriente y venimos a adorarle”.— Y en el curso de los siguientes versículos del Cap. 2, narra cómo esos magos, después de hablar nuevamente con Herodes, vuelven a ver la mencionada estrella que los va guiando hasta Belem, y que se detiene exactamente sobre el pesebre en que se hallaba el Niño Jesús y sus padres.


A la luz de nuestros modernos conocimientos científicos, muchos se han hecho esta pregunta: ¿Era una estrella lo que anunció en Oriente el nacimiento a los Magos, y lo que los condujo hasta Belem? —

 

La Astronomía, la Mecánica Celeste y la actual Ciencia del Espacio nos demuestran la imposibilidad de que se tratara de una estrella o cualquier otro tipo de astro. Su existencia en la época nos la prueba la Historia, que conserva las huellas del tremendo impacto causado en Jerusalén por la visita de los Magos a Herodes y toda la secuela de consecuencias que se derivaron de ella, hasta la terrible matanza de niños ordenada por el déspota- También nos la afirma la Biblia, y es presenciada, además, por multitud de pastores que llegan hasta Belem con el mismo propósito de los Magos.

 

Pero hoy, ya no podemos aceptar la idea de una estrella, ni de un cometa, ni siquiera la de un satélite, sateloide o meteorito. Si analizamos los textos bíblicos encontramos que la forma en que se refieren a esa “estrella” nos apartan, por completo, del concepto comprobado sobre todo cuerpo celeste común y corriente. Todos los astros conocidos están sujetos a leyes universales que norman su equilibrada y matemática marcha en el espacio. Todos siguen, perpetuamente, las trayectorias trazadas por la Naturaleza, y si alguno se apartara de su órbita ello significaría catástrofes astronómicas. Sin embargo, aquellos Magos del Oriente mencionan haber realizado su viaje porque “esa estrella les anunció en su tierra” un hecho digno de su máxima adoración.

 

Y esa “estrella”, posteriormente, en Judea, vuelve a presentarse y los va guiando hacia un lugar determinado, al lento paso de los camellos y caballos, y sobre ese lugar se detiene y se mantiene suspendida en el espacio.


Si comparamos estos hechos con las ya conocidas maniobras de los OVNIS en nuestros días, encontramos coincidencias que pueden llevarnos a deducciones muy interesantes. En primer lugar, en aquellos tiempos cualquier punto luminoso en el firmamento era considerado una estrella. Y si la magnitud de su luminosidad era suficiente como para impresionar a muchos, con mayor razón.

 

Ahora bien, sabemos que los OVNIS pueden ser confundidos a cierta distancia con luminarias celestes; y ya todos conocemos que se pueden mantener estáticos en el espacio, y recorrer el cielo a diferentes velocidades, desde las más vertiginosas imposibles de alcanzar aún por nuestras astronaves, hasta las de menor intensidad, parándose o avanzando en cualquier dirección a voluntad. ¿No es ésta, exactamente, la forma en que nos presenta el texto bíblico a la “estrella” de Belem?...

 

Siempre se representó a la misma detenida sobre el pesebre del niño Dios, lanzando un haz de rayos que iluminan el lugar. Ya sabemos, también, que aquellas máquinas extraterrestres han sido vistas en la misma forma: detenidas en el espacio, inmóviles a cierta altura del suelo, iluminando con un potente haz de luz el sitio sobre el cual se encontraban...


Entonces cabe preguntarse ¿fue una nave extraterrestre la que anunció el nacimiento de Jesús a los Magos en su distante país, y la que los guió, posteriormente, hasta el pesebre? — La respuesta es obvia. Ellos habían afirmado, categóricamente, que la “estrella” les anunció, en su tierra, el nacimiento del Niño y su condición de “nuevo Rey de los Judíos”... Y una estrella no habla para anunciar tales cosas... Por tanto la conclusión, lógica, es evidente: fue una astronave tripulada por seres capaces de realizar tal anuncio y guiar, más tarde, al grupo de Magos hasta su destino.


Pero una conclusión de tal naturaleza nos abre nuevos interrogantes: Si aquellos magos del Oriente fueron buscados y conducidos, así, por seres extraterrestres, ¿quiénes eran esos Magos para ser solicitados en tan especial manera y para realizar un viaje tan largo y penoso por tal motivo? — La Historia y la Biblia no nos dan detalles al respecto. Sólo se dice que llegaron a Jerusalén desde lejanas tierras del Oriente y que, al ser avisados en sueños de las intenciones aviesas de Herodes, regresaron a sus países por otro camino para evitar pasar de nuevo por la capital judía.


¿Quiénes fueron tan importantes y misteriosos personajes? ¿Qué relación tenían con la venida del Mesías, para realizar tan larga, penosa y peligrosa aventura, con el sólo afán de rendir un homenaje a un niño que acababa de nacer? ¿Y qué relación había entre ese Niño, los Magos y los seres extraterrestres que tripularon aquella máquina espacial?...


Tan enmarañado problema no habría tenido jamás una respuesta de no haber mediado, en él, la intervención directa de los superhombres de Ganímedes. Y por esos habitantes del Reino de Munt que ahora vuelven a visitarnos, podemos conocer el portentoso enigma de la “estrella”, descubrir el misterioso velo que durante dos milenios envolviera la personalidad de aquellos magos, y alcanzar a vislumbrar las profundas relaciones de todos los personajes y elementos que intervinieron en ese acontecimiento, aun-, que las respuestas puedan parecer a los profanos en las ciencias metafísicas pasmosamente desconcertantes.
 

Esos Magos eran iniciados Hermanos de la Esfinge, oriundos del Egipto; y sacerdotes iniciados de Zoroastro. Los egipcios, que fueron tres, venían de la región de Caldea en donde se refugiaran huyendo de la dominación romana impuesta años antes en su tierra natal. Y los persas, que también fueran tres, provenientes de la región de Bactriana. Conocedores profundos de los Planes Cósmicos de acuerdo con los cuales se norma la marcha de todos los mundos y de todas las humanidades que los pueblan.

 

En esos Planes Cósmicos, bebieron sus conocimientos los hombres que trazaran en la Pirámide de Keops las famosas profecías a que nos hemos referido como un oráculo perfecto de nuestra actual civilización, y en ese oráculo, como entre las profecías de la Biblia, también estaba señalada la venida a este mundo del Mesías prometido, del Ser divino que bajaría a la Tierra para marcar nuevos rumbos a esta humanidad.

 

Los grandes iniciados de esas escuelas de misterios sabían QUIEN debía bajar en cumplimiento de tan magna misión cósmica, y conocían, por tanto, que Aquel Gran Ser podía llamarse “REY” pues era y es EL REY DE NUESTRO SISTEMA SOLAR...


En cuanto a la relación que hubo entre esos “Magos”, el nacimiento de Cristo y la intervención de los seres extraterrestres en todo el episodio, llegamos a la parte más trascendental del gran misterio cósmico realizado en esos tiempos. Debemos aclarar, en primer término, que el nombre de “magos” que se les adjudicara a priori, y que se conservó en la Biblia, fue debido a la profunda sabiduría y maravillosos poderes demostrados ante Herodes, que concitaron su temor y respeto así como la admiración supersticiosa de cuantos tuvieron contacto con ellos en su visita a Jerusalén.

 

Pero no eran alardes frívolos como los de la magia barata de otros encantadores o prestidigitadores comunes de esa época. Eran en verdad poderes elevados, alcanzados en una larga evolución al servicio de la DIVINIDAD por dos de los espíritus que integraban ese grupo: el gran maestro persa y el gran iniciado egipcio, cada uno de ellos acompañado por dos íntimos discípulos.

 

Y ahora tendrá el lector que repasar cuanto explicamos acerca de la Cuarta Dimensión y de la Reencarnación, pues tenemos que declarar que esos dos imponentes personajes que infundieran temor al Rey Herodes eran, nada menos, que el Espíritu de Moisés, reencarnado como sacerdote persa de Zoroastro, y el espíritu de Sakia-Muni, o Señor Buda, encarnado entonces como Gran Hermano de la Esfinge del Egipto.

 

La oculta identidad de tan altos personajes ha sido relevada por los superhombres de Ganímedes para explicar la formidable misión cósmica que por designios divinos del Reino de la Luz Dorada, empezaba a desarrollarse en aquellos días, en directa concordancia con el descenso a la Tierra del Supremo Señor del Reino de nuestro sistema solar, que venía a fundar la Nueva Religión llamada a reemplazar a todas las formas religiosas y doctrinas anteriores, preparando el advenimiento de la Nueva Era en este mundo...


No importa que los hombres hayan creado barreras divisorias, interpretaciones antojadizas de la Divinidad, religiones que en vez de unir han separado, por la ignorancia y la ambición de poder de quienes, siempre, en la Tierra, trataron de impresionar las mentes populares titulándose “profetas o ministros de Dios”. No importa que las castas sacerdotales de todos los tiempos, hasta el presente, hayan explotado más o menos a las masas, imponiéndoles obligaciones, unas veces útiles, pero muchas otras necias; tratando de explicar, a su manera, secretos de la Naturaleza y del Cosmos que, en la mayor parte de los casos, desconocían ellos mismos.

 

El fenómeno se ha repetido siempre, desde los más remotos tiempos, porque el “SENDERO HACIA Dios” ha sido y es una necesidad inherente al Espíritu Humano, presento en todos con mayor o menor intensidad, pero eterno como el propio Espíritu. Y, ante la multitud ignorante, ansiosa de Luz y de Verdad, siempre se formaron grupos de Maestros o de Guías dispuestos a enseñar y conducir...

 

El origen de todos ellos siempre fue parecido: En los Planes que norman la marcha de la Humanidad hacia el progreso, nunca faltaron Apóstoles de la Verdad que iniciaran una labor efectiva de ayuda y asistencia, de instrucción y educación positivas. Ello se deriva, precisamente, de aquellos Planes Cósmicos ya mencionados.

 

Pero con el correr del tiempo, al ir desapareciendo los pioneros, los fundadores, los verdaderos guías, amorosos y desinteresados como auténticos “Soldados del Reino”, fue degenerando, en la mayor parte de los casos, el grupo colegiado, la institución o iglesia por ellos creada; y al faltar la sabiduría y el amor de los genuinos apóstoles, la ambición o egoísmo de los seguidores llegó, muchas veces, a las más absurdas pretensiones, a las aberraciones más bajas y los más censurables medios para mantener la autoridad y el poder sobre las masas, que fueron cimentados, al principio, sobre fundamentos nobles, amorosos y elevados...


Hemos dicho que no importa, mayormente, este fenómeno, porque es fruto de la misma debilidad humana, debilidad que debe fortalecerse y transformarse, en la marcha progresiva hacia la perfección de todos y de TODO... Y para ello han existido, siempre, aquellos secretos “Soldados del Reino” como los misteriosos miembros de las Escuelas Iniciáticas auténticas, —no las que so atribuyen este nombre sin merecerlo— que en todas las épocas y en todos los pueblos han trabajado al amparo del hermetismo do que se rodearon, para poder proteger el mejor cumplimiento de sus misiones, que muchas veces, o en la generalidad de los casos, habrían sido incomprendidas y a no dudarlo obstaculizadas por los hombres de su época.

 

Sólo en oportunidades en que la misión obliga al Iniciado a manifestarse públicamente, en alguna forma, es que lo hacen. Pero, aún así, es común que guarden el secreto de la verdadera identidad esotérica, de su íntima condición sustancial y de su vinculación con determinada “orden” o “hermandad”, ateniéndose a lo estrictamente necesario para el conocimiento del vulgo ignaro, y reservando a quienes fuera menester los detalles confidenciales de su personalidad y de su labor.


Este es el caso de aquellos “Magos”, a los cuales, con el correr de los siglos, se les ha llegado a considerar “Reyes”. La Biblia no los llama así. Únicamente se refiere a ellos diciendo: “Unos Magos vinieron del Oriente a Jerusalén”... viajaban sin séquito, con la sencillez propia de los grandes maestros esotéricos, y llevando consigo tan sólo el equipaje requerido por su especial misión. No los acompañaba el fastuoso cortejo acostumbrado por todos los reyes orientales. Y su seguridad personal y la de los valiosos presentes que conducían estaban protegidos, en verdad, por su gran sabiduría y la amorosa vigilancia que, desde el espacio, ejercía sobre ellos la máquina extraterrestre que los cuidaba.


Por otra parte, mal hubieran hecho al pretender que los tomaran por reyes, y tampoco necesitaban aparecer al mundo como tales. Por lo general, la realeza de la Tierra ha sido, muchas veces, acompañada por las bajas pasiones, por los niveles más pecaminosos que nos muestra la escala evolutiva de los seres humanos... Y los grandes espíritus iniciados han preferido, casi siempre, disimular su luminosa personalidad bajo apariencias sencillas. ¡Qué mejor ejemplo que el de Cristo, Rey de nuestro Sistema Solar, bajando a la Tierra en el más pobre y humilde de los ambientes populares !...


Y ahora veamos cuál fue la verdadera misión, oculta, de aquellos grandes hombres. Cumplido el homenaje a su Rey y Señor recién encarnado en la Tierra, salieron de Judea tal como lo narra la Biblia. Pero no se alejaron mucho. Solamente la distancia necesaria para no ser vistos por los pobladores de las zonas circundantes.

 

Acamparon en un oasis del desierto, lejos de toda mirada impertinente, y allí aguardaron el descenso de la astronave del Reino de Munt. Cuando esto se produjo, uno de los discípulos egipcios del Gran Hermano de la Esfinge, fue conducido en el Ovni hasta las puertas del monasterio de los Hermanos Esenios en las cercanías del Mar Muerto. Ya estos sabían, en secreto, su misión y la del mensajero del espacio, que permaneció con ellos preparando todo lo que, al correr de los años, tendrían que hacer en tomo a la Gran Misión de Jesús de Nazareth.

 

La máquina retornó al oasis, y transportó a Persia, a su lugar de origen, a otro de los discípulos Iniciados de Zoroastro, quien debía continuar trabajando por el restablecimiento de la dulce y elevada religión del Zend-Avesta, reemplazada allá, desde muchos años, por las prácticas idólatras y supercherías del Magismo, religión de los Medas, que tres siglos después, al establecerse la dinastía de los Sassánidas, volvió a dominar en Persia por un secular período.


Sabemos la facilidad con que se trasladan a cualquier distancia aquellas poderosas astronaves. Ambos viajes fueron breves, y a su retorno al oasis, los otros cuatro personajes subieron a ella. El gran sacerdote persa en quien moraba entonces, el espíritu de Moisés, fue conducido, junto con su otro discípulo, a un lugar cercano a Roma, la orgullosa capital del nuevo imperio que, en esos días, comenzaba a organizar el todopoderoso Octavio, llamado, desde entonces Augusto.

 

Y el gran iniciado egipcio que encarnaba el espíritu de Sakia-Muni, acompañado también por su discípulo, fueron llevados hasta un lugar conveniente de lo que hoy es España, en donde progresaban las vastas colonias establecidas por los romanos en esa floreciente provincia de su imperio.


Comenzaba la Nueva Era que, más tarde, sería conocida en todo el mundo como la Era Cristiana... Pero, también, se iniciaba el último período en el gran ciclo evolutivo de 28.791 años al que nos hemos referido anteriormente, ciclo al que mencionamos con el nombre de Gran Revolución Cósmica, cuyo último año corresponde al 2001 de nuestra era de Cristo, año en que cierra la Gran Pirámide de Egipto el largo oráculo de seis mil años que se refieren a nuestra actual humanidad...

 

La misión de esos cuatro grandes seres, repartidos en puntos estratégicos de la naciente Europa habría de coincidir, en el secreto de los Planes Cósmicos, con los Supremos designios de los sublimes Señores de la Faz Resplandeciente, para el futuro de todo el planeta...

 

Pero esto lo vamos a tratar en los próximos capítulos.

 

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