PARTE IV LA CATÁSTROFE
Durante una caminata que realizamos bajo un clima helado (él sacó a pasear a su perro, el cual apenas podía seguirnos a causa del frío), hablamos sobre el desastre por venir. Mi hermano es ingeniero civil en electrónica y, tal vez, podría asesorarme sobre algunas de las preguntas que yo me formulaba.
Le dije:
Mi hermano permaneció en silencio por unos instantes.
Lo miré sorprendido, mientras las últimas nebulosas de su respuesta desaparecían en el aire congelado.
Lo miré, me quedé paralizado y me alarmé:
Me hizo sentir mal, pues no había tenido esto en cuenta.
Mi hermano lanzó una desdeñosa carcajada.
Si me hubieran visto después de esas palabras... Mis ojos casi saltaron de sus órbitas, así de consternado me sentía.
Pero mi hermano seguía firme:
No podía creer lo que estaba oyendo. ¡Como si ya no hubiera sido suficiente! Entonces, pregunté con desaliento:
Todo el conocimiento actual está almacenado en las computadoras y en el año 2012 lo estará más todavía.
La información esencial ya no estará en los libros y la totalidad de ese conocimiento se destruirá de un plumazo. Nuestra fuente de información entera desaparecerá para siempre: yo no había tomado eso en cuenta. Había pensado que íbamos a poder guardar todo en las computadoras, de modo que pudiéramos iniciar una civilización en un período de unos pocos cientos de años.
Continué nuestra conversación al cabo de casi un minuto completo de silencio.
Mi plan había sido desafiar la ola gigantesca a bordo de un barco, como lo hicieron los atlantes, pero con todas las corrientes inducidas, esto parecía imposible.
Volví a apremiarlo:
Suspiré pesadamente.
El viento solar nos va a traer una catástrofe descomunal, el campo magnético de la Tierra se va a sobrecargar y, luego, se quebrará y revertirá. Durante los eventos alucinógenos que le seguirán, habrá desaparecido todo cuanto conocemos, a menos que tomemos medidas para salvar de una completa destrucción, los conocimientos que tenemos en la actualidad. Sintiéndome miserable miré al Sol, el cual, debido al invierno, estaba bastante bajo en el horizonte. El Sol no sólo hacía posible la vida sobre la Tierra, sino que también la destruía a su debido tiempo.
El núcleo interior
de la Tierra iba a volcarse de arriba hacia abajo, después de lo
cual, sobrevendrían sucesivos hechos fatales. Y nadie podía detener
el reloj.
Escapar de él sin haber hecho los preparativos necesarios, se volverá algo imposible. Las predicciones del zodíaco de los mayas y los egipcios han sido el único tema de debate durante semanas y meses.
¿Y qué pasaría si resulta que esto es verdad? ¿Cómo podremos sobrevivir? ¿Hacia dónde debemos correr?
El temor tenía sus buenos fundamentos en muchas personas, pero no obstante, ellos no tomaron las medidas necesarias. Algunos miles de personas hicieron los preparativos y almacenaron alimentos y suministros de energía. También construyeron una biblioteca con los libros que contienen todos los conocimientos que existen al presente y se almacenó otra copia en los videodiscos digitales que pudieran sobrevivir a la tormenta magnética. Con calma y confianza en sí mismos, hacían los últimos preparativos.
Barcos especialmente equipados con suministros por un año, abandonaron los puertos hace algunos días. Estos serían los que van a sobrevivir la inundación. Entonces, un ominoso mensaje llegó al satélite Heliostat, que se encontraba en órbita alrededor del Sol. Yo había registrado los cambios en el campo magnético del Sol. No era un cambio normal, sino algo importante. Sólo al cabo de unos segundos de haber recogido el Heliostat el mensaje, estaba enviando la información a la Tierra a la velocidad de la luz.
La gente gritaba, se peleaba, se mataba por llegar a bordo. Grupos armados tomaron un barco crucero que ya estaba lleno de pasajeros; estos fueron devueltos a tierra y el buque zarpó hacia el océano. Veleros, botes de goma, todos cambiaron de dueño en medio de una terrible violencia. Era un caos total y la anarquía corría sin freno alguno. Había grupos arrasando las áreas abandonadas, y las iglesias se colmaron de gente. El penetrante olor del miedo, miedo puro y desnudo, provenía de casi todos los habitantes de la Tierra.
El fin estaba por llegar; ya se encontraba más allá del
punto de retorno.
La antigua civilización de la Atlántida había descubierto los códigos de este cataclismo y, tanto en las pirámides como en un enorme templo subterráneo con más de 3.000 habitaciones, habían logrado guardarlos para las futuras civilizaciones, pero el conocimiento se había perdido y la gente pensaba que el zodíaco sólo servía para hacer graciosas predicciones. La última de esas predicciones para las cuales había sido diseñado, fue recibida con aullidos de escarnio por parte de los científicos, hasta que llegó el momento del juicio final.
Con asombro, observaron cómo las líneas magnéticas empezaron a cambiar brutalmente, cómo el Sol entró en un gigantesco cortocircuito y entonces, agitaron sus manos, sus corazones latieron con fuerza y un abrumador temor se apoderó de ellos. Miraron los números incrédulamente, pero no había otra salida, pues con la reversión del magnetismo, la capa de convección ardería en llamas. Una dínamo gigante había entrado en funcionamiento, el cual podría causar una continua producción de campos magnéticos.
En breve, el Sol experimentaría su mayor actividad desde tiempos inmemoriales.
Figura 39.
Es el principio del fin. Entonces, sucedió lo inevitable: se desataron reacciones nucleares internas, se fundió mucho más hidrógeno que lo normal y una gigantesca cantidad de energía encontró su curso hacia la superficie.
A doscientos mil kilómetros de esta, de repente la energía se transmitió a la capa de convección, haciendo que súbitamente las capas de gas se calentaran, expandieran y fueran arrojadas en forma ascendente, hacia las capas más frías. Una vez en la superficie del Sol, las bolas de gas burbujeante estallaron, abriéndose y liberando hacia el cielo, una temperatura normal de 6.000 grados.
Fuentes gigantes de fuego que alcanzaban más de cientos de miles, incluso de millones de kilómetros de altura, hicieron arder al Sol, y enormes cantidades de rayos radiactivos fueron arrojados al espacio. Estos alcanzaron al Heliostat. "Bliiip" se oyó en su última transmisión y eso fue todo; terminó. La advertencia del Heliostat sobre una tormenta cósmica de inconmensurables proporciones quedó interrumpida abruptamente, pues la radiación atómica había realizado su tarea asesina y ahora el Sol ardía en llamas.
Por todas partes, la superficie solar se abrió con enormes llamaradas, similares a lo que sucedería si todos los volcanes de la Tierra entraran en erupción, flagelando a todo el planeta. Era el preludio de la obertura de la caída del mundo. Los campos magnéticos y eléctricos se estaban tornando frenéticos, un fenómeno que hasta el presente era desconocido, salvo en los misteriosos confines del espacio exterior. Era algo que uno podía observar en lejanas constelaciones de las fronteras del universo.
Allí, en una lejanía inimaginable, probablemente en el último escondite del espacio infinito, ocurrían estos notables sucesos. Pero ahora, en nuestro universo que tiene miles de millones de años, nuestro Sol se convirtió en el centro de todo. Cada segundo, billones de partículas fueron arrojadas al aire y se creó una fuente de radio intergaláctica como si no fuera nada.
¿Era este en verdad el Sol o una galaxia ultraterrena?
Un espectáculo mortal y fascinante comenzó a desplegarse. Lenguas de fuego provenientes del Sol arrojaron al espacio su destructiva carga. Es imposible describir con palabras su poder explosivo. Una de esas llamas que se desarrolla puede llegar a alcanzar la energía de cincuenta mil millones de bombas explosivas de hidrógeno. La temperatura alcanzada en este infierno tiene varios cientos de millones de grados. ¡Si la Tierra cayera allí, se reduciría casi por completo a un protoplasma nuclear!
Las llamaradas solares forman una especie de red alrededor del Sol, provocada por las salvajes erupciones ondulantes; tienen una belleza sobrenatural en el espacio desértico.
El enloquecido plasma solar lleva las células cerebrales a su máximo, haciendo surgir un demente entusiasmo a causa de tanta belleza, sumado a una aterradora tensión al conocer su descomunal poder destructivo; algo milagroso y a la vez mortal, como hielo que se evapora instantáneamente cuando se coloca en un horno atómico.
Figura 40.
Sin embargo, el mundo de ensueños de los astrofísicos fue sólo una pura realidad para todos los habitantes de la Tierra, que iría a terminar en una catástrofe destructora, la más grande jamás conocida. Es un evento que sólo puede experimentarse una vez en la vida si, de más está decir, se logra sobrevivir a él. Increíblemente bello ya la vez, desesperadamente mortal. Peor que la peor de las pesadillas.
Un grito primordial estaba ahora en la mente de casi todos:
Otros, por su parte, permanecían completamente estoicos; sus voces sonaban más fuerte mientras recitaban sus plegarias pidiéndole perdón a su Dios. Para eso, ya era demasiado tarde. El Creador estaba encolerizado por los crímenes que la humanidad había cometido contra la naturaleza. Con su enojo contenido, Él generó el caos en ese Sol de miles de millones de años de antigüedad.
Los Testigos de Jehová ahora tenían su fin del mundo, los islámicos decían que era la voluntad de Alá y muchos se convirtieron repentinamente. A la larga, la Biblia demostró ser cierta, pues había llegado el fin de los tiempos. En Nueva York, un nuevo día comenzaba. Una luz difusa, oculta detrás de espesa niebla, con un brillo jamás irradiado por la más brillantes de las luces, dominó la atmósfera entera.
En la ciudad, se había detenido toda la actividad este 21 de diciembre. La nieve en las calles se derretía velozmente y la temperatura se elevó con toda rapidez. Una figura solitaria miraba toda la ciudad con su cámara infrarroja desde el edificio del Empire State y luego dirigía su mirada al Sol invisible. Tembló ante esta visión apocalíptica y decidió quedarse esperando lo inevitable.
Mientras tanto, en el barco Atlantis, todo estaba dispuesto. Los casi 4.000 pasajeros que se habían anotado años atrás para este viaje de supervivencia, estaban más que alertas. Observaban muy de cerca lo que ocurría. El barco pesaba más de 100.000 toneladas y estaba completamente lleno de alimentos, ropa y suministros energéticos. Contaba con un quirófano y también con un consultorio odontológico. Todos lucían ropa de estreno, tenían sus dentaduras en excelentes condiciones, habían traído anteojos de repuesto y demás.
Después del cataclismo, iban a pasar años, antes de que la civilización comenzara a funcionar otra vez.
Seguro que no iban a lamentarlo.
Las agujas de la brújula van a girar alocadamente, los equipos eléctricos van a entrar en cortocircuito y el radiofaro va a ser barrido por la tormenta de electrones. Una nave muerta va a circular en el espacio eternamente. Ahora la onda de choque de plasma solar interestelar se acercaba a la atmósfera terrestre.
Los electrones y protones tenían una velocidad mucho mayor que la normal, debido a su impetuoso origen.
Figura 41.
En la Tierra había vientos, tormentas, huracanes y tornados. Los vientos no eran los causantes del mayor daño, las tormentas podrían arrancar árboles y hacer volar techos, etc., los huracanes iban a arrasar pueblos y ciudades enteras, mientras que los tomados destruirían todo lo que encontraran a su paso. Lo mismo va a ocurrir con las tormentas solares. La baja actividad arroja plasma a una velocidad lenta y la mayor actividad produce una importante cantidad de plasma que puede alcanzar algunos millones de toneladas.
Pero ahora, todos los registros se habían dañado. Cientos de miles de toneladas de electrones con carga negativa y protones con carga positiva eran lanzados como torpedos al vacío del espacio. Las primeras partículas se aplastaron contra la magnetosfera y la mayoría de ellas rebotó, continuando su viaje hacia otros destinos.
En circunstancias normales, la magnetosfera tiene la forma de una lágrima, con una parte globular en dirección hacia el Sol y alongada en la línea de la onda de choque. Cada vez más y más partículas empezaron a golpear contra el campo protector, que había funcionado perfectamente durante los últimos 11.003 años y, del mismo modo que el parabrisas de su auto lo resguarda del viento, la magnetosfera cumplía con su tarea de protección.
La incesante corriente de
partículas radioactivas estaba haciendo su lento y destructivo
trabajo.
Otras partículas corrían en espirales descendentes hacia las líneas magnéticas de los Polos Norte y Sur. De ese modo, gran cantidad de energía se liberaba debido al estímulo recibido por los átomos de nitrógeno y oxígeno. El resultado fue la generación de auroras boreales y australes teñidas de brillantes colores, tornándose a cada minuto, más y más violentas, y representando una señal de advertencia de lo que estaba por venir.
El escudo de deflexión de la Tierra también se estaba afectando progresivamente por la tormenta geomagnética que estaba por alcanzar su máxima potencia. Y no podía ser de otra manera, pues el Sol había arrojado partículas al espacio, a una turbovelocidad.
Eyectadas a enormes velocidades, estas partículas electromagnéticas se abrieron paso por la atmósfera con una fuerza mayor que la usual, creándose una especie de chimenea donde las líneas del campo de los vientos solares se adentraron en la magnetosfera. Se generaron tormentas sumamente fuertes en las capas superiores de la atmósfera, las conversaciones telefónicas se interrumpieron, las conexiones radiales se desconectaron abruptamente y las señales televisivas entraron en cortocircuito. En resumen, desapareció toda posibilidad de comunicación en la Tierra.
Era algo aterrador, más aterrador que cualquier otra cosa, pues sin comunicaciones, este mundo no podría sobrevivir.
Figura 42. Una de ellas contiene la misma energía que cien mil millones de bombas explosivas de hidrógeno.
La tormenta solar más grande de la historia desde el fin de la Atlántida, estaba ahora haciendo su trabajo mortal.
El flujo de electrones se hacía sentir en los polos, donde hallaron su camino. En Canadá, se sobrecalentaron los transformadores eléctricos, siendo esta una reacción en cadena seguida de reactores que se derrumbaban. El flujo de electrones ahora adquiría una fuerza huracanada, penetrando la atmósfera cada vez más. Todas las plantas de energía eléctrica y nuclear del planeta entero fueron cayendo una por una. Había vuelto la era del hombre de las cavernas.
En muchas partes, los motores de combustión entraron en cortocircuito y quedaron fuera de servicio; era como si ya nada fuera a funcionar nunca más. Los Testigos de Jehová rezaban para estar entre los elegidos, otros tenían un color gris mortecino y sólo atinaban a murmurar incoherencias; sólo les quedaban unas pocas horas y entonces, sus vidas, abruptamente llegarían a su fin en un terremoto, erupción volcánica u ola gigantesca.
Hubo un silencio mortal durante un minuto y luego se produjo un ruidoso aplauso, liberando las emociones que habían quedado contenidas. Fue un gran momento para todos y les pertenecía a los pocos que habían creído en las profecías del zodíaco. Gracias a ello, ahora estaban por recibir la recompensa de seguir viviendo.
El hecho de que iban a perder todo lo que poseían los conmovió profundamente, pero la esperanza surgió de la nueva vida que estaba por comenzar luego de la catástrofe. Las crecientes necesidades de la humanidad habían colocado a la Tierra al borde del desastre; este evento la haría llegar a su fin, creando una nueva posibilidad de hacerlo mejor esta vez, siguiendo las leyes de la naturaleza y no las leyes opresivas del supercomercio y sus fuerzas destructivas. Valía la pena seguir vivo.
De un solo golpe muchos problemas desaparecerían, aunque muchos otros iban a comenzar. Sin embargo, la creencia en la supervivencia era muy fuerte y constituiría la fuerza motriz detrás de una nueva existencia.
Con intensidad miró al brumoso e impenetrable cielo. ¿Vendrían los ángeles a buscarlo y sacarlo de allí? Había un zumbido en el aire y ya empezaba a oler a ozono, mientras la temperatura seguía subiendo. Era como un día de verano, sólo que era invierno.
Los perros empezaron a ladrar y aullar, y los gatos a chillar; era horroroso. La muerte inminente era esperada en un espacio de tiempo exageradamente doloroso, donde los segundos parecían siglos.
El infierno se desató. Ahora el plasma solar golpeó contra la desprotegida atmósfera, dando como resultado fuegos artificiales de alcance mundial. Las auroras aparecían por todas partes a una velocidad de relámpago, las diferencias potenciales generadas en la atmósfera eran enormes y parecía que el cielo había sido dominado por el fuego.
Ya nada podría detener el golpe fatal, y cualquiera que viese esto se daría cuenta con toda claridad. Miles de millones de personas iban a morir, más que nunca en todas las catástrofes anteriores juntas, pero también iba a sobrevivir más gente que nunca, simplemente porque el planeta ahora estaba más poblado. La hora del juicio final se acercaba con rapidez.
La capa exterior de la Tierra tembló; normalmente está unida a ella, pero debido a la reversión del núcleo interior de la Tierra, las cadenas de la capa exterior se rompieron. El casquete polar del Polo Sur, que se había tornado sumamente pesado durante casi 12.000 años, empezó a hacer su trabajo desestabilizante. La catástrofe se avecinaba y podía empezar en cualquier momento.
Debido a que las partículas solares ahora podían penetrar profundamente en la atmósfera, se crearon numerosos campos magnéticos, perturbando el funcionamiento de los cerebros, tanto de animales como de seres humanos. Muchos animales, ciegamente entraron en pánico, al tiempo que sus amos comenzaron a desesperarse. El fuego radiactivo ardió con intensidad, causando un daño irreparable en los órganos reproductores. Abordo del Aíiantisya estaban preparados para esto. Los escudos de deflexión eran un excelente protector.
También, los compartimientos separados detenían gran parte de la radiación, y sólo el capitán y algunos oficiales iban a recibir su parte más pesada, dado que no podían abandonar sus puestos. De ellos dependía que el barco sobrellevara con todo éxito o no, los cambios geológicos y, preferentemente, lo hiciera en una sola pieza.
Ellos transpiraban profusamente y se preguntaban qué les estaría aguardando, ¿cuánto tiempo pasaría antes de los primeros movimientos sísmicos?
Esta idea pasó por sus mentes, y luego se le sumó:
Nuevamente el sonar detectó un sonido semejante a un gruñido y los
cielos parecieron moverse, debido al gigantesco balanceo que se
produjo en la corteza terrestre.
Debido a las partículas que cayeron sobre él, este entró en cortocircuito y se detuvo; entonces, la capa exterior de la Tierra (la litosfera) giró alrededor de una capa de hierro de consistencia viscosa y se desconectó, y el cimbronazo que sufrió la Tierra también afectó la astenosfera (está inmediatamente debajo de la litosfera, aproximadamente entre 100 y 240 kilómetros por debajo de la superficie de la Tierra.).
La litosfera que se encuentra encima de esta, siendo la capa más delgada de. la Tierra y sobre la cual depende toda la vida, se quebró.
El peso del hielo que se encontraba sobre la Atlántida—que había estado creciendo por más de 11.000 años hasta alcanzar una increíble masa— puso en movimiento la capa exterior de la Tierra. Al rajarse, romperse y temblar, esta capa comenzó a tener vida propia. La Tierra siguió sacudiéndose de manera continuada y nuestro solitario observador de Nueva York fue arrojado en todas direcciones.
Luego, la torre se quebró en su base y lentamente comenzó a derrumbarse. En apenas unos segundos, sólo quedaban las ruinas del edificio que había tenido cientos de metros de altura. Durante su caída al vacío, nuestro hombre vio cómo se formaba una fisura gigantesca en la calle donde iría a caer; era como si hubiese empezado Armagedón. Las casas se venían abajo y se hundían en insondables profundidades.
Las carreteras construidas de concreto y asfalto se partían por largas distancias, y los puentes se derrumbaban sobre las aguas arremolinadas debajo de ellos. La gente desaparecía repentinamente en las grietas que se formaban a sus pies y todo aquel que no se encontraba en un barco o arriba en la montaña, quedaba atrapado; de hecho, no había ningún lugar seguro.
Los escaladores del Monte Everest, perteneciente a los Himalayas, y que es una cadena montañosa que se formó durante el anterior corrimiento de los polos, eran arrojados cual plumas al aire desde la montaña temblorosa, quedando sepultados bajo las avalanchas. Entonces, la montaña se abrió en dos y se derrumbó. Fin del ascenso. En Hollywood, las casas paradisíacas de las estrellas de cine se deslizaron hacia el océano, a una asombrosa velocidad. El cuento de hadas había concluido, sin que importara ya cuan famosos habían sido.
Debajo de Disneylandia, la tierra se convirtió en algo parecido a las arenas movedizas. Los juegos y las atracciones, disfrutadas por cientos de millones de personas, se partieron, se desplomaron y se hundieron en el terreno pantanoso que emergía. En Londres, el famoso Puente de la Torre también colapso, al que le siguió la ciudad entera, como si fuera un castillo de naipes. Pronto, el corazón financiero quedó en ruinas y nada pudo preservarse del hermoso distrito de compras.
Las cañerías de agua explotaron, las de gas arrojaron su contenido, las estaciones de servicio se desgajaron y nublaron la atmósfera. Era el caos, el supremo caos. Un delirante pánico se apoderó de los sobrevivientes. No había escapatoria. Las ciudades, al derrumbarse, quedaron en ruinas, y el sonido de los llantos y gemidos de las personas heridas, podía oírse por todas partes.
Si todos los muertos se hubieran quejado juntos, el sonido hubiese sido ensordecedor.
No había nada que pudiera soportar esta naturaleza que se había vuelto loca. Por un minuto, la Torre Eiffel pareció resistir; se balanceaba de un lado al otro y luego encontraba nuevamente su equilibrio, hasta que uno de sus principales pilares se hundió y el poderoso esqueleto de hierro se derrumbó completamente.
En París, nada era igual a lo que había sido hasta el día anterior.
La festiva iluminación se apagó, el Arco de Triunfo se vino abajo, los puentes sobre el río Sena desaparecieron, el Museo del Louvre, donde se guardaba el zodíaco de Dendera, resistió apenas un momento. En resumen, con cada temblor, París se deshacía más y más. En el interior de la Tierra, las grandes masas de piedra seguían rompiéndose sin parar y las extensiones rocosas se deslizaban, cubriendo áreas ya destruidas. Este fenómeno causaba un incesante temblor y sacudón de la corteza terrestre y no iba a detenerse rápidamente, porque ahora, toda la Tierra estaba en movimiento. En el mundo entero, los sismógrafos saltaban hasta el techo.
Eran utilizados para medir la fuerza de los terremotos y podían registrar los temblores a grandes distancias, debido a que los temblores de los grandes terremotos provocan ondas que penetran en todas las capas de la Tierra y viajan sobre su superficie; en EE.UU. o Europa se registra cada temblor... hasta ahora. Las incesantes series de imponentes terremotos causaron una permanente disfunción de los instrumentos; pero esto no representó una gran pérdida, dado que la mayoría de la gente que los usaba murió en uno de los maremotos.
Un fuego infernal, peor que el peor de los infiernos, salió disparado por la boca de los volcanes y lava hirviente expulsada desde las montañas, destruía todo a su paso. Los pocos gorilas que quedaron en el mundo conocieron ahora su trágica suerte. Por miles de años, habían llevado una vida pacífica en las altas montañas de África y ahora la tierra se sacudía peligrosamente. Con un enceguecido pánico trataron de escapar; entonces, Némesis, diosa de la venganza, hizo su trabajo.
Debido a la fragmentación de las capas terrestres, la roca se hizo fluida; normalmente, se mantiene sólida por la presión de las capas superiores, pero como estas se habían abierto, las rocas se derritieron con rapidez. Pronto, la presión interior fue tan alta que buscó una vía de escape a través de las capas superiores. Las piedras y rocas superiores fueron empujadas y se derritieron.
El "corcho" voló y toneladas de lava se esparcieron por los aires. Aterrorizados, los gorilas miraron hacia arriba y luego, desde el cielo, cayó una lluvia de fuego sobre ellos. Los gases venenosos, las brasas, el barro hirviendo y las cenizas no les dejaron salida a los animales. Lo peor de todo son las cálidas nubes de gases, pues en apenas unos pocos minutos, estas cubren kilómetros de distancia y se hace imposible la respiración, dado que no hay suficiente oxígeno.
La temperatura de los gases es tan elevada que hasta pueden provocar fatales quemaduras, si es que todavía uno sigue vivo. Cuando la nube se retira vuelve el oxígeno, y prácticamente todos los árboles, plantas y casas, entre otros, arden en llamas, y como si eso no fuera suficiente, llega la lava y lo cubre todo.
Hace casi 12.000 años, durante el desastre anterior, los mamuts, los tigres con colmillos de sables, los toxodontes (mamíferos de América del Sur) y docenas de otras especies, se extinguieron. Ahora le tocaba el turno a los simios y muchos otros animales exóticos, cuya existencia conoce el hombre por su presencia en los zoológicos.
El aire estaba cargado con los quejidos de estas criaturas, amenazadas por una completa extinción. Veían imágenes fantasmales de la catástrofe anterior, como si hubieran retrocedido en el tiempo. Hace miles de años, en otra enorme erupción, un grupo entero de mastodontes quedó enterrado bajo la ceniza volcánica. Cuando fueron descubiertos en el valle de San Pedro, aún permanecían parados; lo que pasó entonces fue asombroso, pero pertenecía a un pasado olvidado.
Lo que ahora estaba aconteciendo era la pura realidad: la actividad volcánica con un efecto destructivo sobre la vida animal y vegetal, y no sólo localmente sino a escala mundial. Las nubes de cenizas oscurecieron el cielo, como si el mundo hubiese ingresado en una era de oscuridad. Eso era cierto, porque esta violencia de la naturaleza no sólo mató toda la vida en muchas regiones, sino que también asoló las comarcas inhabitables.
Si bien las personas y los animales trataron de escapar, la Tierra seguía temblando, sacudiéndose y arrojando fuego; era algo increíblemente traumático y aquellos que lograron sobrevivir lo recordarían para siempre. Por generaciones, esta descomunal catástrofe iba a convertirse en el tema de conversación, a causa del devastador daño producido.
Durante el anterior desplazamiento de los polos, una gran parte de Perú se elevó desde las profundidades.
Bellamy sostuvo que, en los tiempos geológicos recientes, toda la cordillera surgió violentamente; en la obra The Path of the Pole [La senda del Polo] aparece una de sus citas:
Luego de este levantamiento, nació un gran lago artificial de agua salada, el Lago Titicaca. Incluso ahora, los peces y crustáceos parecen animales de aguas saladas, más que especies de agua dulce. En un tiempo no demasiado lejano, van a reunirse con los de su género nuevamente.
Ese era el castigo porque los sacerdotes de Machu Picchu ya no hacían su ritual sagrado. Ellos solían atar una soga a un gran pilar de piedra para "guiar" al Sol por el cielo y para evitar que se saliera de su curso. Este "Intihuatana" o ritual de la "estaca para atar al Sol" dejó de realizarse por siglos. El dios del Sol ahora se vengaba abandonando su rumbo y provocando muerte y destrucción. En Stonehenge, se había reunido un grupo de videntes para hacer el intento de que el Sol retomara su ruta, pero sin éxito alguno. La ira del Sol era demasiado feroz, después de tantos siglos sin ofrendas ni rituales.
En la Tierra, comenzaron los incendios, a causa de este cambio de ruta. Para salvar a la humanidad, Zeus decidió matar a su hijo; con ese propósito dejó caer un rayo en dirección a este, con el resultado esperado. Como el incendio aún ardía en la nueva senda, envió una ola gigantesca para extinguir el fuego.
En el libro hebreo de Enoc, Noé gritó con amarga voz:
Eso es exactamente lo que se preguntaban los japoneses.
Tokio se había derrumbado; islas enteras habían desaparecido bajo el mar y la lava corría en torrentes sobre los arrozales, su fin se aproximaba, de eso no cabía duda. Así como la Atlántida, una vez desapareció completamente, su tierra también iba a hundirse bajo las aguas. Una vez más, el Sol hacía un extraño movimiento en el cielo y la Tierra del Sol Naciente se hundía también cada vez más profundamente, como si el océano la tragara. El agua salada penetró por la capital, la rodeó y siguió subiendo.
Aquí, el Sol ya no nacería más. Si hubieran estudiado el calendario maya, tal vez hubiesen podido escapar de la furiosa locura de la naturaleza, como alguna vez lo hicieron los atlantes. Pero ¿qué tecnócrata, sólo interesado en computadoras, chips y otros productos para la sociedad de consumo, hubiera permitido que ese pensamiento siquiera cruzase su mente?
Ahora era demasiado tarde y el ciclo actual del Sol
terminaría en la destrucción del mundo entero.
Si esta civilización no lograba decodificar su mensaje, entonces, tal vez, la próxima lo haría. De ahí el estado bastante bueno de las pirámides después de una serie de terremotos. También sus similares en América del Sur, portadoras del mensaje de destrucción, permanecían de pie. Más tarde, los astrónomos podrían descubrir todavía que Orión es un vínculo importante para develar los códigos de destrucción de la Tierra, en caso de que volviese a ser necesario. Ese es el último interrogante.
Era como si los sumos sacerdotes quisieran resguardar su creación maestra, como si hubieran querido decir:
Y así sucedió. El daño fue escaso, como si los dioses lo hubiesen determinado, mientras todo lo demás en el mundo colapsaba. Si pudiera ver el desastre desde una nave espacial, el panorama sería mucho más claro. La Tierra se había movido y había sido desplazada de su eje.
Allí donde alguna vez estuvieron los polos, ahora había otras regiones. Los estadounidenses y canadienses se aterrarían si pudieran ver que su mundo era arrastrado hacia el lugar don de antes se encontraba el polo. No había cómo detenerlo. Canadá y EE.UU. iban a desaparecer bajo el hielo polar como sucedió antes, hace 12.000 años.
En Navidad, la ciudad de Nueva York - corazón financiero de la sociedad de consumo que había escalado hasta la cima - ahora iba a quedar enterrada bajo una gruesa capa de hielo y su clima sería extremadamente frío, frío polar. Si se realizaran excavaciones en miles de años, se descubrirían millares de cadáveres humanos y de animales, porque se habrían congelado para siempre, a causa del súbito desplazamiento del eje de la Tierra.
La predicción del clarividente Edgar Cayce (ver The Mayan Prophecies [Las profecías mayas] y otro textos), referida a que la ciencia de la Atlántida iba a ser redescubierta, se había vuelto realidad, y ahora sus otras predicciones también demostraban ser correctas:
Y eso estaba sucediendo ahora.
Áreas enteras sufrieron un drástico cambio en el clima en apenas unas pocas horas; era el escenario de un completo juicio final para enormes grupos de poblaciones y animales. Los osos polares y los pingüinos tal vez logren sobrevivir, pues ellos pueden nadar y adaptarse a los cambios de la temperatura, de fría a cálida.
Quizás, ellos se originaron en un anterior corrimiento de los polos y se vieron forzados a adaptarse después de haber sido arrojados de un clima cálido a uno frío. En esta ocasión, eso ya no será necesario, pues hallarán su camino hacia nuevos polos. Los estadounidenses ahora iban a darse cuenta de por qué su tierra estaba tan poco poblada apenas unos cientos de años.
Después del último desplazamiento, el hielo debió derretirse y sólo entonces, se hizo posible el crecimiento de la vegetación. Por supuesto, esto tardó unos miles de años. Entonces, los animales pudieron reproducirse sin ser perturbados. Dado que las personas emigraron más tarde, la mayor parte del país permaneció deshabitada. Hubiera sido mejor que permaneciese de ese modo.
Sumamente sorprendidos, los norteamericanos sobrevivientes iban a ver su tierra deslizarse hacia el Polo. Su tierra iba a desaparecer casi por completo e iban a comenzar a darse cuenta cuando sintieran las primeras oleadas de frío. El dólar - que alguna vez fue todopoderoso -, ahora llegaría a su fin para siempre, congelado a cincuenta grados bajo cero y cubierto de colosales cantidades de hielo.
Dentro de cientos de años, ya nadie hablaría del dólar, del índice Dow Jones, del precio del oro, la plata y los metales preciosos, la crisis del petróleo, etc. terminaría para siempre, así como el mundo de la Siberia de repente llegó a su fin durante el deslizamiento anterior.
En aquel tiempo, Siberia tenía un clima moderado, pero en pocas horas, de pronto se tornó intensamente frío. Como consecuencia de ello, grandes cantidades de mamuts murieron en forma súbita; el deceso llegó tan rápido, que ni siquiera habían digerido las plantas que habían comido. Incluso en la actualidad, se pueden hallar flores y pastos en buen estado dentro de sus estómagos.
Richard Lydekker escribe en Smithsonian Reports [Informes smithsonianos] (1899):
Los norteamericanos obtuvieron su respuesta ahora. De un clima suave y benigno, EE.UU. y Canadá se convirtieron en tierras de hielo y nieve; para las regiones del norte fue lo peor. La nueva ubicación de Montreal, ahora no estaba lejos del centro del nuevo Polo.
Sin electricidad, la gente se congelaba y moría rápidamente y esto le iba a pasar a cientos de millones de personas, en los que alguna vez habían sido los polos económicos del poder. Su carne no se pudriría y, en miles de años, podrían realizarse horrorosos descubrimientos.
También se preguntarían:
Preguntas, miles de preguntas tratando de comprender esta catástrofe para la humanidad. No iban a hallar respuesta, o deberían empezar a buscarla en los intereses comerciales, el escepticismo, la falta de comprensión de antiguos códigos, la todopoderosa creencia en el dólar, etc.
Cuando Solón oyó esto, dijo:
22 de diciembre de 2012. Mientras la Tierra temblaba y se sacudía y el cielo se encendía, estas palabras acudieron a las mentes de los que todavía estaban vivos.
El sacerdote egipcio había enfatizado hace 2.500 años, que esta civilización poseía descripciones de importantes acontecimientos:
Frank Hoffer, en la obra The Lost Americans [Los americanos perdidos], brinda una vivida imagen de las consecuencias de la catástrofe anterior, cuando se destruyó la Atlántida:
Un cataclismo similar se estaba produciendo ahora. Millones de animales murieron y sus esqueletos irían a cubrir el fondo del mar por miles de años. La isla Llakov, en la costa de Siberia, de hecho, está construida con millones de esqueletos que aún permanecen en buenas condiciones debido a las bajísimas temperaturas. Pero ni siquiera los peces van a sobrevivir.
Cerca de Santa Bárbara, en California, el Instituto Geológico de los Estados Unidos ha descubierto un lecho de peces petrificados en el anterior fondo del mar, donde se estima que más de mil millones de peces hallaron su muerte por una masiva ola gigantesca.
Cuando la corteza terrestre se une otra vez y detiene su movimiento, evoca inmensos temblores. Puede compararse con un auto que choca contra un muro; cuanto más rápido marcha, mayor será el impacto. Cuando las placas tectónicas chocan entre sí, van acompañadas por titánicos movimientos sísmicos, erupciones volcánicas, etc.
En determinados lugares las placas serán prensadas otra vez, unas contra otras, de tal manera que se formarán montañas con varios kilómetros de altura. En otras partes, las capas subyacentes se abrirán y tierras enteras desaparecerán en las profundidades. Los sucesos apocalípticos que se avecinan no tienen parangón, pues serán tan destructivos que resultan incomprensibles.
En el lenguaje científico, a esto se lo denomina la ley de inercia: todos los objetos que alcanzan cierta velocidad la mantienen; es una ley de la naturaleza que siempre ha existido y existirá eternamente y las víctimas de accidentes automovilísticos lo saben muy bien. Esta ley universal también se aplica para la Tierra misma. Al estudiar de cerca los desplazamientos polares anteriores en los escritos de la Atlántida, entonces, uno se entera de que esto sucedió en apenas algunas horas.
Imagine tener que viajar 3.000 kilómetros en su auto durante 15 horas; eso equivale a una velocidad de 200 kilómetros por hora. Desde el momento en que la Tierra empieza a moverse, uno soporta cierto nivel de velocidad, pero si esto pasara rápidamente, entonces, podríamos salir despedidos. Una vez que la Tierra alcanza una velocidad constante, ya no se nota.
Ahora estoy llegando al punto crucial.
El campo magnético de la Tierra se recupera y une las capas exteriores, otra vez. Este es el efecto más desastroso para todos los terrícolas y los animales. Es como si un muro inmenso apareciera de repente y hubiera que clavar los frenos de un auto de carrera. ¡Demasiado tarde! En un colosal impacto, uno choca contra el obstáculo y sale despedido del vehículo.
Eso es lo que ocurre con
los océanos en este punto del cataclismo; debido a la ley de
inercia, ya no pueden detenerse y, según sea la dirección, los mares
comienzan a elevarse sobre determinadas tierras costeras.
Es un desastre inimaginable. Mire los números.
Hay cerca de 24.000 millas alrededor de la Tierra en la línea del Ecuador. Dado que la Tierra hace una rotación completa cada 24 horas, significa que viajamos 24.000 millas cada 24 horas. Divida 24 horas por 24.000 millas y obtendrá el asombroso resultado de que estamos girando alrededor del eje del globo a unas 1.000 millas por hora.
A una asombrosa velocidad, las aguas se elevarán, alcanzando alturas catastróficas. Una ola gigante como nunca se ha visto antes, de cientos de metros de altura (incluso, más de un kilómetro), se aplastará sin piedad contra las regiones costeras y será imposible escapar de su violenta naturaleza. Olas gigantes más pequeñas, de unos diez metros de altura, son capaces de borrar todo lo que encuentran a su paso.
Entonces, ¿qué hará este muro de agua?
Literalmente, toda la vida perecerá con ella. Imagine que vive en una zona costera y ve venir hacia usted esta inconmensurable ola cientos de metros de altura; antes de poder reaccionar estará cubierto por miles de millones de litros de agua de mar. No lo olvide, esta ola gigantesca alcanzará una velocidad relativamente elevada, debido a la energía que ha creado. Esta energía del movimiento debe disiparse completamente antes de que los océanos recobren su calma. Esto significa una enorme destrucción de la vida animal y vegetal.
Mientras la ola gigantesca se extiende sobre las tierras, más gente muere, como nunca antes había ocurrido, más incluso que en todas las guerras de la historia juntas.
En su libro titulado Voyage dans l'Aimérique mérídionale [Viaje a la América meridional], Alcide d'Orbigny escribió:
Entonces, los americanos y canadienses no sólo van a tener temperaturas polares, sino que también una inundación desde las montañas aplastará todo. Los árboles serán arrancados como si no pesaran nada; animales y personas serán levantados y transportados, igual que los autos, que serán trasladados a kilómetros de distancia.
Nada, absolutamente nada escapará a esta violencia de la naturaleza.
Incluso, numerosos animales marítimos perecerán, porque se los aplastará violentamente contra los restos de las casas y la tierra. Será una tumba gigante y masiva, una reunión de cientos de millones de personas con animales marítimos. Los cadáveres restantes se preservarán para las futuras generaciones, debido a su intenso frío glacial, como una advertencia por haber ignorado las fuerzas anunciadas de la naturaleza y para que este error no vuelva a cometerse.
El geólogo J. Harlen Bretz escribe en The Channeled Scabland of the Columbia Plateau [La acanalada tierra escarpada de la meseta de Columbia] (Journal of Geology [Diario de Geología], noviembre de 1923):
Ya se habían producido miles de millones de muertes y aún no había terminado. Parecía que la ola gigantesca no iba a detenerse nunca, penetrando cada vez más tierra adentro.
Sólo a 1.500 metros sobre el nivel del mar uno podía estar a salvo, siempre y cuando esos lugares no se hubieran derrumbado durante los deslizamientos de tierra. En ninguna parte uno estaba seguro de sobrevivir. En esta heroica batalla entre los poderes de la luz y la oscuridad, estos últimos venían ganando en fortaleza. La Tierra entera quedó atrapada en la confusión general.
Aquí y allá, la gente desesperada trataba de escalar las montañas para estar a salvo de las aguas que subían, y sólo unos pocos lo lograban. Esta ola gigante de los mares era demasiado poderosa como para tratar de combatirla. Duras y despiadadas, las olas rodaban cada vez más. La ola gigante llegó hasta las pirámides, entonces las construcciones que alguna vez se erigieron poderosas no pudieron resistir el embate y quedaron enterradas bajo una enorme inundación.
Con una atronadora violencia, el agua tomó velocidad por la entrada y los respiraderos hacia la habitación real. Hace algunos milenios, los rituales sagrados de resurrección se realizaban allí. En la actualidad, estas habitaciones formaban el centro de la destrucción de la Tierra, el fin de la era del quinto Sol, en un cataclismo como nunca antes se había presenciado.
La civilización iba a regresar a la Edad de Piedra, si es que lograba sobrevivir.
Figura 43.
Relatar estos acontecimientos determinará el futuro comportamiento por miles de años. Todas las civilizaciones no vinculadas entre sí lo contarán y el relato pasará de padres a hijos, de madres a hijas, acompañado por cuentos inmortales de coraje y desesperación, como informes históricos de lo acontecido.
Exactamente como lo que leemos ahora sobre lo que sucedió las veces anteriores.
En Perú existe una historia sobre un indio que fue advertido por una llama, acerca de la inundación. Juntos huyeron a la montaña. El nivel del mar comenzó a subir y pronto cubrió las llanuras y montañas, con excepción de aquella a la cual habían escapado; cinco días después, el agua empezó a descender. Historias similares pueden hallarse en todo el mundo; la de Noé es la más conocida por todos.
En la Mesopotamia existe la historia de Utnapishtimin (Hancok, 1995):
En toda la historia del mundo se cuentan más de 500 testimonios de inundaciones prehistóricas masivas. Incluso en China se halló un antiguo trabajo que narraba lo siguiente (Berlitz, 1984):
Estas historias sobre inundaciones apocalípticas no dejan duda, es decir, eso ya ha sucedido y con anterioridad debe haber ocurrido infinidad de veces; suceso recurrente, aniquilador y despiadado. La vida es tan sólo algo frágil que puede desaparecer de esa manera.
Las mismas catástrofes deben ocurrir en innumerables planetas de otros soles; no puede ser diferente. No sorprende que no hayamos recibido signos de vida extraterrestre. Si todos los planetas sufren de esta destrucción masiva, es un milagro que quede vida después de eso, y por añadidura, vida inteligente. La reversión del magnetismo solar con sus desastrosas consecuencias para la vida inteligente, por lo tanto, debe ser considerada como un factor increíblemente restrictivo en las evidencias sobre la vida extraterrestre.
La prueba de la caída y desaparición de la civilización de la Atlántida es demasiado grande para negarla. Tardó más de 11.000 años para alcanzar más o menos un nivel similar de civilización. Reflejado en la. escala del universo, esto significa otra vez un golpe para la existencia de la vida extraterrestre. En mi libro A New Space - Time Dimensión [Una nueva dimensión entre el espacio y el tiempo], ya demostré que la vida extraterrestre sólo podría existir en las partes centrales del universo. Más lejos, los sistemas solares explotan, uno tras otro.
Sus planetas son pulverizados hasta convertirse en un mar de plasma. Allí la vida extraterrestre es imposible porque los planetas son reducidos a un desarreglo atómico. Paralelamente, la posibilidad de la existencia de otras culturas muy evolucionadas es muy poco probable. Por cierto, eso no significa que seamos los únicos o que nuestra civilización sea una de las grandes excepciones del cosmos, pero sí significa que el espacio en el cual la vida es posible, mide sólo una milésima parte del volumen total del universo.
Además de este atemorizante hecho están las implicancias de la reversión del magnetismo solar. Para mi asombro, debo llegar a la conclusión de que la vida, me refiero a las civilizaciones inteligentes como la nuestra, es mucho más esporádica de lo que solíamos postular. Además del hecho de que las partes más grandes de las estrellas mueren durante las más violentas explosiones en el universo, los deslizamientos de la corteza de los planetas forman una importante barrera para el debate acerca la vida extraterrestre.
En las lejanas profundidades del universo, un mar de fuego barre completamente toda existencia, ya que todo se reduce a cenizas atómicas. Aquí en la Tierra, un mar de agua se lleva casi toda la vida, luego de lo cual sigue un oscuro período y surge un verdadero interrogante sobre si es posible alcanzar un mismo nivel de civilización otra vez, o no.
Antes de que la Atlántida desapareciera bajo el hielo polar, los atlantes navegaban por los océanos. Poseían mapas y cartas tan perfectas que sólo pudimos decodificarlos en el siglo XX.
El profesor Charles Hapgood escribe en Maps of the Ancient Sea Kings [Mapas de los antiguos reyes del mar]:
Además, recién ahora empezamos a develar sus conocimientos sobre la órbita de los planetas y las constelaciones de las estrellas.
Eso muestra a las claras que un corrimiento polar y las inundaciones que lo acompañan, puede hacer desaparecer una civilización del globo de un plumazo. En la actualidad, nuestra civilización ha alcanzado su nivel porque un sumo sacerdote de la Atlántida había hallado una conexión entre el ciclo de las manchas solares y el campo magnético de la Tierra.
También descubrió que cuando Venus y Orión están ubicados en posiciones de códigos específicos, se producirá el próximo desastre.
Gracias a su previsión, grupos de atlantes pudieron escapar de la catástrofe. Sólo debido a este hecho, ahora el mundo está densamente poblado y ha alcanzado semejante grado de civilización. Pero no debemos olvidar que hace 200 años, decididamente no estábamos tan adelantados y había que descubrir aún gran cantidad de conocimientos. En ese período, la información que poseíamos era escasa.
Si los atlantes no hubieran sido advertidos con anticipación de la llegada del cataclismo, entonces, todos sus conocimientos se hubieran perdido para siempre.
Si no se toman medidas urgentes, las fuentes de conocimientos que permanezcan se perderán, una a una, en el caos después de la catástrofe. Y ese será el fin absoluto de nuestra civilización, lo cual no es del todo imposible.
En las antiguas escrituras se encuentran datos de que ya existían en la Tierra, hace 200.000 años, civilizaciones tecnológicas sumamente adelantadas. Si eso es verdad, entonces me temo lo peor para nuestra civilización, porque los sumos sacerdotes han postulado que los poderes destructivos que asolarán la Tierra, ahora serán los más grandes en cientos de miles de años.
La siguiente leyenda escandinava mucho dice al respecto (Hancock, 1955):
Que esto sea una advertencia para aquellos que no creen.
La catástrofe mundial descripta en el texto causó tal impresión, que esa gente quiso advertirnos de lo acontecido. Los atlantes sobrevivientes construyeron sus templos con datos astronómicos, en Egipto y México. De un modo asombrosamente preciso, muestran los códigos científicos que aparecen en los mitos. Cuando la ola gigantesca realice su poderoso trabajo destructivo, miles de millones de personas recordarán esto, dolorosamente.
Esto sucedió hace casi 12.000 años y ahora va a ocurrir lo mismo. Los desenfrenados movimientos de la Tierra y una ola gigantesca pusieron fin a su civilización, formando terribles cicatrices en la superficie de la tierra y en el fondo de los océanos. La vida animal y humana de la Tierra prácticamente fue devastada.
Fue una catástrofe de alcance mundial. Las aguas que subieron cambiaron el clima y la proporción tierra/agua, en enormes territorios del mundo. Cuando las aguas volvieron a descender, los esqueletos de animales marinos pequeños y grandes, la fauna marina y los crustáceos y moluscos quedaron allí donde habían sido arrojados.
Actualmente, es posible hallarlos diseminados en cadenas montañosas como los Andes, las Rocallosas, los Himalayas (donde se encontraron huesos de ballenas), etc.
Un manuscrito maya, el Popol Vuh (Berlitz, 1984), dice lo siguiente sobre la catástrofe anterior:
Otra crónica de la América precolombina (Berlitz, 1984) es igualmente notable:
Es probable que el recuerdo de un mundo anterior pueda llegar a ser
un apoyo para la conservación del presente, pero yo tengo grandes
dudas al respecto. La magnitud de la catástrofe será tal, que no es
mucho lo que quedará en pie. Sólo la transmisión de los
conocimientos es lo esencial; el resto es secundario.
Cuanto más cuento mi historia a la gente, más son los que no quieren sobrevivir; ellos dicen que no sólo van a extrañar a sus seres queridos sino que van a carecer de todas las comodidades creadas para el hombre. Nada quedará, ni alimentos, ni electricidad, ni vestimenta, etc.
¿Por qué querrían seguir vivos?
De hecho, esa es una pregunta que uno debe decidir por sí mismo. Si usted decide luchar por su vida, entonces yo soy su hombre. Los atlantes demostraron poseer gran previsión. Nosotros podemos repetir este tour de force, y la humanidad nos dará las gracias por la iniciativa tomada. Luche y sea emprendedor, es eso lo que se necesita para sobrevivir a la inundación venidera.
Es el mayor desafío que la humanidad haya enfrentado jamás y si fallamos, todo lo que hemos logrado hasta ahora se ve amenazado con perderse para siempre.
Los restos radiactivos de las plantas nucleares fundidas, los derrames de petróleo en todo el mundo y los gases venenosos que expulsaba la industria de armas químicas, demostraron ser letales. Aquí, un especial experimento planetario llegó a su fin definitivamente.
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