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PijamaSurf
vigente durante varios siglos, se ha convertido ahora en materia prima de la sociedad del espectáculo en que vivimos...
Durante más de 2 siglos,
ambas posturas frente a la existencia - conocerse y cuidarse -
habían sido entendidas como elementos imprescindibles en la
construcción y consecución de una vida plena.
Ahora y desde hace
algunas décadas, el cuidado de sí se ha confundido con el cuidado
personal, y por todos lados se nos insta a cuidar de nuestra salud,
de nuestro cuerpo, de nuestra apariencia, pero no libremente, sino
en el marco específico del consumo, con mercancías producidas
específicamente para dicho fin y, en última instancia, para
convertir nuestra propia salud, nuestro cuerpo y nuestra apariencia
en mercancías expuestas en el aparador global del capitalismo
contemporáneo.
En cuanto al conocimiento de sí, su suerte ha sido diametralmente distinta...
Conocerse, ahora, parece un ejercicio relegado al catálogo de las supersticiones anteriores al racionalismo, propio de una época carente de la tecnología necesaria para medir y comprobar cualquier aspecto de la realidad.
La invitación a conocerse que se ofrece desde ciertas tradiciones espirituales, filosóficas, psicológicas y del buen vivir, se desdeña por esto mismo, porque proviene de sistemas de pensamiento que la ideología dominante considera superados u obsoletos, en comparación con la pretendida objetividad y precisión de la técnica.
¿A quién le importa ahora
tomarse el tiempo de conocerse cuando un test de personalidad o un
examen psicométrico nos prometen arrojar inmediatamente la
definición de lo que somos?
...cabría preguntarse por
el lugar que esas preguntas tienen actualmente, si es que dicha
comprensión de la existencia propia aún está vigente, si aún se
ejerce y de qué manera.
A juzgar por lo que
ocurre cotidianamente, por la iteración inconmensurable de imágenes
del Yo que mana en las redes sociales, como un torrente o como una
hidra, quizá sea posible afirmar que esa necesidad de elaborar la
historia propia que antes se buscaba satisfacer en las páginas de un
diario personal, en el cultivo de la mente y del espíritu, en la
lectura de cierta filosofía (Platón, Nietzsche, Schopenhauer), en la
dificultad del diván pero, sobre todo, al hilo de los hallazgos y
las adversidades propias de la existencia, es ahora la materia prima
de una narrativa homogénea que circula diariamente a través de
millones de pantallas.
Se le tributa ahora a la
maquinaria insaciable de los likes y los shares, al
dios inmisericorde de esta sociedad del espectáculo en la que tantos
se afanan por figurar y aun destacar, cumpliendo con todos los
requisitos impuestos para convertirse en representaciones de sí
mismos.
Tan llenos de distracciones como estamos, tan ocupados en la trivialidad del momento, tan ansiosos por ganar el reconocimiento inmediato y fugaz de una buena selfie,
La historia personal sólo puede elaborarla y contarla el propio sujeto, porque sólo él conoce la suma de circunstancias que lo llevó al momento actual de su existencia.
Las redes sociales, sin embargo, nos han habituado a la idea de que todas las historias pueden contarse de cierta forma, bajo ciertas reglas, en el marco de ciertos límites, todo lo cual tiene algo en común:
Preferir la exhibición de sí al conocimiento de sí es, en buena medida, participar de ese cautiverio, aceptarlo mansamente.
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