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necesita de lo divino para encontrar sentido; y aunque nuestra sociedad secular - la religión de la época - ha hecho de los dioses enfermedades, las potencias divinas aguardan a que pongamos atención y afilemos nuestra percepción para aparecer.
La existencia estaba tejida de dioses:
Lo divino daba sentido a la vida y ésta era orientada a relacionarse con lo divino, incluso hacia alcanzar la divinidad para uno mismo.
Los hombres que legaron los himnos védicos - las primeras grandes composiciones religiosas que tenemos - tuvieron una única obsesión, alcanzar ese poder divino.
No dejaron objetos, imágenes ni construcciones, sólo métodos - liturgias - para la divinización y el mantenimiento de un orden sagrado.
Fundamentalmente uno:
Gesto ritual que había sido primero hecho por los dioses - era el origen del mundo (un sacrificio de Prajapati) y también posiblemente el origen de la divinidad de los otros dioses.
Aunque no todas las culturas han tenido esa misma obsesión unifocal por lo divino, en casi cualquier cultura antigua encontramos una saliente preocupación por lo divino, algo que no podemos decir de la nuestra:
Otro caso notable es el de los griegos antiguos.
Roberto Calasso señala en una entrevista:
Una expresión griega dice:
Este hecho existe en la experiencia de todos.
No es algo que pertenezca sólo a un momento determinado de la historia. Pertenece al tejido de nuestra vida. La verdadera diferencia estriba en reconocerlo o no. Que haya o no conciencia de ello es el punto donde se dividen las aguas.
A partir de ahí pueden
tomarse los rumbos más diversos.
Calasso escribe en 'La literatura y los dioses':
Las energías, emociones y enigmas que sacuden y poseen a los hombres son los dioses.
El erotismo, la ira, la inspiración poética no sólo vienen de un dios (Eros, Ares, Apolo, etc.), son el dios mismo, lo divino aconteciendo.
En la India se va más allá e incluso se habla de que los sentidos mismos (indriyani) son dioses, la unión del sentido con el objeto sensorial es la cópula de una deidad masculina y una deidad femenina, el acto mismo de percepción es deidad.
Sin embargo, progresivamente este aparecer de lo divino se encuentra con una resistencia.
Desde la modernidad vivimos en una época en la que los poetas tienen nostalgia de los dioses, cantan su desaparición y los científicos los exilian y exorcizan el saber de su presencia.
Sin embargo, su persistencia en el mundo y en la psique del hombre no puede borrarse tan rápido, sólo se desplaza, se reprime o se hace inconsciente.
De nuevo Calasso:
La frase de Jung tiene varias lecturas.
Una de ellas es literal:
Nuestra era, por ejemplo, es profundamente narcisista.
Una mujer que disfruta demasiado del sexo es considerada una ninfómana, pero para Aristóteles, señala Calasso, la "locura" que venía de las ninfas era en realidad la felicidad.
Y no sólo mentales; los dioses que habitan nuestra sangre se han convertido en patologías físicas:
El otro sentido evidente de la frase de Jung tiene que ver con que nuestra era tiene como característica que patologiza.
Se patologiza y clasifica como enfermedad mental todo lo que no entra dentro del rango de la conciencia y la 'visión del mundo aceptada'. La manía, el delirio, el furor, el éxtasis, la ebriedad mística y la posesión son considerados trastornos mentales y rápidamente suprimidos con medicamentos y terapias destinadas no a conversar con estos estados sino a suprimir sus síntomas.
Se prefiere el estupor y la anestesia a la desmesura y al éxtasis; se prefiere que la naturaleza no nos hable con una polifonía de voces ni se presente con visiones (sólo se admite una voz: la razón).
Los dioses atentan contra el dios de nuestra era:
Nuestra sociedad ha abrazado la mesura (sophrosyne, en griego) como valor fundamental.
No sólo el proceder de manera mesurada conforme a lo establecido por la sociedad, sino que también ha legislado la realidad bajo el principio del materialismo científico de que sólo lo que se puede medir con instrumentos físicos - y no aprehendido con la mente - es real.
Esto es radicalmente distinto a la desmesura, que celebró Nietzsche, la esencia de lo dionisíaco.
Y contrasta notablemente con el pensamiento védico, donde vemos que la palabra māyā, que designa "ilusión", "apariencia", "irrealidad", entre otras cosas, proviene de una raíz, mā, que significa "medida".
Lo medible, lo que no es inconmensurable, lo limitado, lo descriptible, es lo ilusorio: lo real es lo que está más allá de lo ma-terial.
Sigue Calasso:
Vivimos "la venganza de la secularidad" sobre lo sagrado,
Lo verdaderamente religioso, que es experiencia y no dogma, ya no se encuentra casi en el mundo.
Pero la sociedad secular actual no tiene interlocutores más que ella misma, es un circuito cerrado.
Vemos:
De este movimiento cerrado en sí mismo emerge,
La primera manifestación de un sistema de creencias universal - un sistema que, sin embargo, galvaniza el mundo justamente porque mantiene que está más allá de las creencias, que ha refutado a los dioses, que produce tecnología para controlar a la naturaleza (como los dioses antes) y, por lo tanto, postula su autonomía.
El hombre controla su destino - es más, no hay destino ni esencia (y por lo tanto, no hay sentido dado en el mundo). Pero es libre de autogenerarse uno.
No obstante, como mostró Durkheim, quien consideraba que la religión es una alucinación (y de quien Calasso toma la idea de la sociedad como religión), la sociedad como un ente rector también es una alucinación.
En El Ardor, Calasso sostiene que entre los jerarcas de la cristiandad, del islam o del hinduismo actuales,
La religión organizada no sólo está perdiendo su poder mundano ante la sociedad secular; ha perdido su verdadero poder, que era su relación con lo divino o numinoso, su capacidad de religar al ser humano con lo Absoluto y producir experiencias inmanentes de lo trascendente.
Claro que el misticismo siempre ha existido en los márgenes y en la sombra del poder religioso establecido.
Y sigue existiendo aún hoy, pero lo que es indudable es que para la sociedad, lo religioso cada vez parece más prescindible, cada vez ocupa un lugar menos importante y cada vez más es visto con desdén.
Hoy en día una persona promedio en Occidente probablemente repararía en aceptar que es "religiosa" (se avergonzaría de esto ante la sociedad ilustrada), aunque seguramente no tendría la misma reticencia en decir que es "espiritual".
Pero la espiritualidad moderna "new age" es como una versión gentrificada, lite o rebajada y socialmente aceptada de la religión. Sabiduría predigerida, vacunada, vuelta accesible para el consumidor promedio.
Generalmente, esta espiritualidad no sólo se libera de las estructuras de poder de la religión (y todos los crímenes y opresión cometidos en su nombre).
También se libera de las exigencias, la renuncia y la disciplina que requieren las prácticas religiosas.
Existe una radical diferencia con nuestra espiritualidad contemporánea - que generalmente es una recolección de experiencias: viajes de ayahuasca, empoderamientos, cursos de fin de semana de iluminación - no tiene grandes conflictos con el capitalismo, el individualismo y la solidificación del yo que definen a nuestra sociedad.
La mejor definición de esto la ha hecho Chögyam Trungpa:
Trungpa mezcla astutamente las dos definiciones que ha cobrado el materialismo:
Usamos la espiritualidad para fortalecer nuestro ego - aunque finge su muerte o disolución a través de experiencias pico - nos apegamos a las experiencias que tenemos y forjamos posesiones espirituales que solidifican nuestra realidad individual y nos permiten escalar en el mundo.
La espiritualidad se convierte en un viaje de poder, de afirmación del yo. Lo cual contradice la "espiritualidad" tradicional (la religión) que, al menos en su aspecto esotérico - ya que parte del principio de que lo divino es, que lo divino existe como la base o fondo de la existencia - generalmente se centra en la eliminación de cosas y no en su obtención.
Es un quitar, más que un poner, un dejarse poseer, más que un poseer algo. Es más limpiar una ventana o arrojar una sustancia al fuego que escalar una montaña o tomar una pastilla.
Dice Calasso sobre la forma de pensar de los hombres védicos:
La genuina espiritualidad nace de un razonamiento fundamental, que lo mundano - el éxito, el placer, la riqueza y demás - es insatisfactorio, puesto que es impermanente y puesto que el hombre desea lo divino:
Así entonces la verdadera
espiritualidad, aquella que aspira a reconocer la naturaleza divina
y religar permanentemente al hombre con lo divino, no puede
coexistir con un modelo de progreso tecnológico, económico y social
como el nuestro. Simplemente tiene otras prioridades.
La naturaleza se vuelve muda, como Sartre creía que era.
El mundo no nos habla:
Esto evidentemente nos deja en un mundo mucho menos rico en significado.
Dice Calasso:
Si la naturaleza es inerte, si se encuentra desprovista de inteligencia y espíritu, entonces no podemos encontrar en ella un sentido que seguir, no es, como creían los antiguos védicos y los taoístas en sí misma un orden, una enseñanza, un camino a la verdad, rta, dharma, tao.
Nos encontramos abandonados, eyectos, solos. El mundo es absurdo. La belleza, la verdad y el bien son totalmente relativos, es decir, no tienen una esencia más allá de la que culturalmente les asignemos.
La sociedad y sus valores universales - libertad, igualdad, progreso - al final, no tienen la suficiente fuerza para hacernos actuar moralmente justamente porque no proporcionan un significado profundo para nuestra existencia.
No es lo mismo la sensación de obligación y motivación que se sienten cuando se cree que existe un poder superior o que la vida es infinita, que la que se sienten cuando se cree que no hay nada superior a uno o que la vida es solamente un momento efímero y completamente azaroso en un cosmos inerte.
Al perder la fuerza estética de lo divino ("lo que brilla") perdemos también una ética.
Lo que ha desaparecido del mundo es lo sagrado, el sacrificio, la iniciación a los misterios, el intercambio de energía con lo invisible que necesita de la muerte.
Hay una violencia necesariamente en el sacrificio, un destruir algo, un matar y un morir - sin esa energía sacrificada no es posible transformarse o establecer un vínculo.
Pero en nuestra cultura la muerte se esconde, se guarda en la sombra, se maquilla y se vuelve algo infrecuente, como perteneciente a otro orden de existencia. Los ritos se vuelven costumbres desvaídas y en lugar de los gestos rituales tenemos los meros procedimientos.
Como mantiene Calasso, lo
ritual perdura sólo como requisito jurídico. Pero el sacrificio es
lo sagrado, la muerte es la iniciación.
Esta ausencia de sentido en la descripción no se debe a un estado imperfecto del conocimiento, que un día podría superarse.
De echo, la descripción
no podrá desembocar nunca en el sentido. El conocimiento de un
trazado neural, por perfecto que sea, no se traducirá nunca en la
percepción de un estado de conciencia.
Esto es lo que se conoce como qualia, la cualidad subjetiva de la experiencia, el cómo se sienten las cosas, algo que está más allá de la ciencia - al menos en la medida en que la ciencia no acepte la subjetividad * - pero que es el dominio del arte y la religión.
El enigma de saber si existe vida en otros planetas o si podremos crear una inteligencia artificial que solucione los problemas de la sociedad, palidece ante el enigma de si podemos encontrar lo divino, si podemos realizar para siempre el estado libre de sufrimiento.
Como mantienen los védicos:
Hemos dejado de percibir lo divino:
Lo que no conocemos es la conciencia. Justo lo que la ciencia llama "el problema duro"...
Los hombres védicos y las diversas tradiciones que se derivan de este modelo de existencia - incluyendo el hinduismo y el budismo - dice Calasso, desarrollaron una "microfísica de la mente".
Se dedicaron a estudiar la mente, la mente era lo primordial. La mente - y el mismo sacrificio - antecedía a los dioses.
El himno de la creación del Rig Veda (10.129) habla de que los dioses son posteriores, e incluso ellos ignoran el origen o si el universo siempre ha existido.
Quizás aquel que se estremeció en las aguas, aquel que deseó - la primera semilla de la mente, el resplandor sobre las olas - el Uno,
Ciertamente esta no es la actitud dogmática asociada con la religión comúnmente, sino la duda originaria asociada con la ciencia y el asombro primordial (thaumazein) asociado con el origen de la filosofía.
Los rsis, los sabios védicos se dedicaron a concentrar su mente, a cultivar el fuego de su atención: samadhi y tapas.
* Nota: Alan Wallace ha comparado atinadamente el samadhi con una especie de telescopio interior que puede dirigirse para sondear las profundidades de la conciencia:
El instrumento para
conocer la realidad es la mente y debe de trabajarse y purificarse;
el mundo al que accedemos está delimitado por la mente con la que
observamos las cosas.
Ahora,
Así:
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