por
Alejandro Mar G
Menos hemos integrado un aspecto que probablemente fue definitivo en la conformación intelectual y espiritual de estas culturas:
Por cerca de dos milenios en estas civilizaciones mediterráneas se celebraron distintos ritos religiosos secretos, los más famosos siendo los de Eleusis.
En estos misterios, cifrados por el más alto secretismo, se llevaba a cabo una especie de drama psico-cósmico, una enseñanza y una experiencia mística que diferentes investigadores han tratado de descifrar, sin que realmente se haya llegado a una conclusión definitiva.
Sabemos que los misterios
estaban ligados al mito del rapto y descenso al inframundo de
Perséfone, la búsqueda de su madre Demeter y su posterior
ascenso al mundo superior lo cual marca el renacimiento y el
florecimiento de las primavera.
Cicerón, no podía otorgarle más alto estima a los misterios:
Interpretaciones como la de Thomas Taylor, el traductor más importante de filosofía platónica y neoplatónica en la historia de la lengua inglesa, o la del erudito de lo esotérico Manly P. Hall, sugieren que los misterios debían de producir una experiencia en el neófito en la cual se le hacía entender y experimentar de alguna manera íntima la inmortalidad o la noción de que el alma continuaba después de la muerte.
Los griegos, sabemos hoy, contaban con una dramaturgia sagrada y probada por cientos de años ligada a los aspectos rituales dionisiacos y a la mitología órfica.
Sabemos por otros académicos modernos, como Carl Ruck y Gordon Wasson (quienes escribieron un libro junto con el Dr. Albert Hofmann sobre Eleusis y la hipótesis de que se ingiriera una forma de LSD natural) que es posible que los rituales, como parte de su drama visionario, utilizaran una planta psicodélica.
Ahora bien, si miramos hacia las culturas que han utilizado plantas psicoactivas en rituales religiosos o chamánicos por milenios, existe una constante en los ritos de provocar una experiencia de muerte y renacimiento, lo que a veces se llama una muerte simbólica o un descenso al inframundo.
La experiencia psicodélica está ligada en su profundidad con la experiencia y el conocimiento de la muerte ("ayahuasca", por ejemplo, significa liana o viña de la muerte).
Esto resultó evidente para el Dr. Timothy Leary que en los 60 modeló la experiencia psicodélica alrededor del Libro Tibetano de los Muertos, el texto milenario del budismo tibetano que lidia con la navegación por los mundos intermedios (bardos) que prosiguen a la muerte en la escatología budista, en la que se cree en la continuidad de la mente más allá de este plano de realidad.
Leary creía que los psicodélicos podían usarse como una brújula para navegar estos planos sutiles de realidad, que emulaban los mundos intermedios o zonas liminales que los místicos habían atravesado antes.
La clave de una experiencia psicodélica como de una experiencia mística, sugiere Leary, es la muerte del ego.
Al igual que en Eleusis o que en las meditaciones budistas, lo que se puede aprender en una experiencia psicodélica genuina, es que lo único que realmente puede morir es el ego, lo cual ciertamente no es el fin del mundo, es solamente el principio de la realidad.
Lo que permanece cuando
quitamos el ego, eso es lo real y eso es inmortal, nos dirían los
místicos de todas las edades.
De igual manera, esta tecnología del inframundo o del supramundo, a través del símbolo, de la experiencia cercana de la muerte o de la experiencia psicodélica, detona una transformación.
Esa transformación, creemos, debía ocurrir por la belleza y la profundidad de lo que se vivía (y entonces entendía) en Eleusis:
...escribió el poeta Píndaro.
En diversas tradiciones aquel que conoce la muerte, aquel que ha regresado de su dominio o que ha sido iniciado en los secretos de la muerte, es considerado alguien especial, que lleva la marca del chamán, del místico o del profeta.
No es del todo difícil comprender que la muerte confiere un poder sobre los demás y también sobre la vida misma, quizás porque ante el conocimiento de la inmortalidad se pierde el miedo y la ansiedad que caracteriza a los mortales, justamente por pensarse mortales.
Para los platónicos y para los budistas, tener presente la muerte es el fundamento de la ética individual, ya que la vida encuentra su significado en la muerte o al menos la posibilidad de su trascendencia.
En el caso de la filosofía platónica, la muerte, como sugiere Sócrates, es la posibilidad de separar lo impuro de lo puro y elevar el alma a un estado beatífico de unidad con los dioses y las Formas de la eternidad - el filósofo se acerca a este estado de pureza contemplando el bien y obrando conforme a las nociones más altas que provienen de la idea del Bien.
Para el budista la muerte puede ser la frontera de liberación de la rueda del sufrimiento que es esta vida en la que se ha echado a andar una inercia kármica.
Así la muerte llama a una conducta de compasión y claridad para dejar de acumular karma: una losa que impide volar hacia el impersonal vacío radiante del dharma.
Se sabe también que una
de las prácticas espirituales de los monjes budistas en la
actualidad es contemplar imágenes de cadáveres, lo cual les recuerda
que la existencia es impermanente, que el cuerpo es perecedero y que
tienen una oportunidad invaluable de trascender finalmente la muerte
y el sufrimiento asociado.
Y de manera simbólica, la enseñanza de que necesitamos morir para poder acceder a nuestra esencia relumbrante (o simplemente a la realidad) y encaramarnos sobre las mutaciones del tiempo en un trono de fuego inextinguible.
Como escribió San Juan, sólo aquel que ha vuelto a nacer podrá acceder al reino del cielo. Pero para nacer otra vez es necesario estar dispuestos a morir.
Para concluir, el poema de D.H. Lawrence sobre el Ave Fénix:
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