por Alejandro Martínez Gallardo del Sitio Web PijamaSurf
no sea siempre progreso...
Sí existe algo que se conoce como evolución regresiva.
Algunos animales experimentan fenómenos de regresión hasta el punto de que pueden "evolucionar" a volverse ciegos. Con involución nos referimos aquí a una regresión evolutiva que va en contra del desarrollo integral de una especie y pone en riesgo su supervivencia como tal.
Me preguntó aquí si no nos estará ocurriendo como a los "peces bruja" y nosotros también nos estamos volviendo ciegos (y sordos) pero a una forma de existencia más sutil y poética.
Algunas personas han esbozado la hipótesis de que el ser humano ha dejado de evolucionar debido a que, a diferencia de lo que ocurre naturalmente con otras especies, nosotros mantenemos con vida a los débiles, y las comodidades de la vida moderna no exigen una competencia que acelere mutaciones.
Esto es incorrecto:
Y por supuesto, como han entendido los biólogos de las últimas décadas, la evolución cultural no está separada de la biológica.
A lo que nos referimos aquí es a una especie de bifurcación en el proceso evolutivo humano - no a algo seguro, sino a algo posible, de lo cual existen algunos indicios.
El historiador Yuval Noval Harari, en su libro Homo Deus, teoriza que con el advenimiento de la inteligencia artificial, un grupo selecto de seres humanos se aliará a las máquinas inteligentes y se optimizará nano-tecnológicamente, separándose del Homo sapiens, de manera análoga a como el Homo sapiens se separó del reino animal.
Esta inteligencia artificial sería algo así como el nuevo fuego de Prometeo.
Sin embargo, esta extirpación de una élite probablemente no dejaría a la especie humana - al sapiens - incólume; por el contrario, tal escisión supondría probablemente su degeneración, quizás de la misma manera en la que hoy el ser humano amenaza seriamente la existencia de buena parte de las especies del mundo - y buena parte de las que no están amenazadas son plagas o animales que son criados para el consumo.
El Homo sapiens podría derivar, en esta versión, en algo así como "ganado sofisticado".
A lo que me refiero con la "involución del ser humano", sin embargo, no es al escenario que pinta Yuval Noah Harari.
Está por verse hasta qué punto se convierten en realidad los sueños de tecnoutopistas como Ray Kurzweil, y más allá de que la tecnología pueda optimizar y alargar la vida a niveles cuasidivinos, no resulta evidente que se pueda crear una inteligencia artificial, en el sentido de máquinas conscientes o máquinas capaces de hospedar conciencias humanas.
La ciencia realmente no sabe lo que es la conciencia - el llamado problema duro.
Y, si bien es posible, como creen muchos científicos panpsíquicos - una nueva ola de animismo que está colonizado la ciencia - que la conciencia sea fundamental y que exista de manera universal, incluso a nivel atómico, esto no significa que la experiencia consciente en su aspecto metacognitivo - justamente el aspecto del sapiens, la conciencia autorreflexiva - pueda homologarse a la materia o que pueda reducirse a la mera complejidad.
Si la conciencia no es un fenómeno emergente, sino que es fundamental, es posible que el ser humano sea la intención y la dirección que lleva esa conciencia - la inteligencia misma del universo - en un proceso de autorrevelación.
Esto en el sentido de las ideas de Schelling, Hegel, Whitehead y Jung, entre otros.
Es decir, el ser humano podría ser la encarnación del espíritu universal, el vehículo de la conciencia misma - que como potencialidad inmanifiesta, los idealistas alemanes, y el mismo Jung, llamaron "el inconsciente" - para hacerse consciente de sí mismo: la forma en la que Dios se conoce a sí mismo.
El sentido del hombre, sugiere Jung, tal vez sea permitir que la imagen de Dios no sólo encarne una vez sino continuamente.
Algunos astrofísicos, como Carl Sagan, han dicho algo similar:
...pero con una importante diferencia:
Si el universo se podrá conocer a sí mismo en nosotros - que somos "polvo de estrellas" - esto es un accidente de la evolución. No un destino del Ser, no una voluntad trascendente que se autorrealiza en la inmanencia.
Raimon Panikkar, en su libro The Rhythm of Being, sugiere que el ser humano moderno, residente de un un mundo tecnócrata, que sigue la idea del progreso en un sentido estrictamente material, se encuentra en una "regresión del Homo sapiens al animal habilis".
En vez del hombre que sabe, el hombre que hace cosas útiles. En vez del hombre que filosofa y busca conocer y entrar en contacto con el misterio de la existencia en su propia alma, el hombre que crea tecnología para conocer vicariamente y, más aún, eliminar el misterio de la existencia.
Un mundo que busca lo material-tangible y rechaza lo ideal-espiritual, en el que,
El hombre moderno quiere ser un ingeniero, no un filósofo.
El término alemán Wirklichkeit significa "realidad" y contiene la raíz "werk" (work, en inglés), "trabajo".
Nuestra visión de la realidad es utilitaria y se reduce a la operación de las cosas materiales.
Panikkar considera que esta cortedad imaginativa nos separa de una noción más vasta en la que la realidad se concibe como un ritmo de interpenetración entre el hombre, el cosmos y la divinidad:
Existe en el hombre una sed divina tan íntima como la urgencia de crecer y reproducirse.
Este deseo nunca ha dejado de operar, y en la era secular esta sed - que es un instinto de religiosidad: la inmanencia de lo trascendente - se manifiesta como el deseo de obtener la inmortalidad a través de la tecnología.
Y, sin embargo, en la visión teológica orgánica, que se ha desarrollado como una filosofía natural durante milenios en las más diversas culturas, esta sed anhela la divinización no como una prótesis o un injerto sino como el reconocimiento de la propia naturaleza, como el descubrimiento de una realidad increada, eterna.
Es el fruto del autoconocimiento, lo que le sigue a la frase del oráculo de Delfos: "Conócete a ti mismo"... y conocerás el universo y a los dioses. La regresión hacia el animal habilis significa crear otro ser para que experimente y realice el deseo prístino del ser humano, crear un doble transhumano (e inhumano) para que viva el sueño divino del ser humano.
Esto podría ser equivalente a renunciar al propio destino.
(Por eso un pensador como Douglas Rushkoff ha llegado al punto de hablar en términos tan simplistas, pero tan necesarios, de un team human, en oposición a un equipo transhumano o robótico).
Claro que el hombre moderno tecnócrata no considera que esto sea una traición; puesto que piensa que el progreso es absoluto, todo lo contemporáneo es superior a lo antiguo.
Y entonces, tal sueño espiritual orgánico es sólo un remanente retrógrado del pensamiento mágico.
Se piensa:
Y sin embargo, existe toda una tradición multicultural que sostiene que dicha inmortalidad no sólo es posible para el ser humano en un futuro, sino que es una realidad que ha sido experimentada por numerosos adeptos en el pasado.
Que es la realidad misma de la naturaleza humana, que no es concebida como mero ente material: el ser humano es un animal racional, y más aún, un animal metafísico.
La idea del Homo Deus no es nueva; es central a todas las tradiciones religiosas, incluyendo el cristianismo, al menos dentro de la Iglesia ortodoxa, donde la theosis es el misterio central. La búsqueda de la divinidad inmanente es la esencia de todo el misticismo.
En este sentido, como demuestra Erik Davis en su libro Techgnosis, la tecnología moderna tiene una veta o una corriente mística subterránea.
Pero a mi juicio es un misticismo desviado y un tanto aberrante, ya que nada garantiza que la máquina cumpla nuestros deseos sino, por el contrario, parece oponerse a ello en tanto a que atrofia nuestra cognición inmanente.
Como notó recientemente Henry Kissinger, a sus lúcidos 94 años:
Rilke había advertido el "dataísmo" hace 100 años:
Siguiendo a Jung, me parece que los mitos y los dioses que existen en el fondo de la psique no pueden ser eliminados del todo, sino que regresan - el regreso de lo represo - de manera patológica cuando no son escuchados en sus propios términos.
Cuando el ego humano no le pone atención a lo que desea el alma, ésta lo enferma, y cuando no se reconoce la existencia del numen, éste se convierte en un peligroso trickster, en una fuerza titánica autodestructiva.
Jung veía en la ciencia materialista moderna la continuación - aunque en forma pervertida - de la alquimia occidental:
La gran obra de los alquimistas se conseguía a través de la conjunción de los opuestos.
Esta misteriosa operación conjugaba tanto metales y elementos químicos como aspectos de la psique - el arquetipo femenino y el arquetipo masculino, la conciencia y el inconsciente, el Sol y la Luna, etc. - siendo todos ellos análogos a principios espirituales.
Los procesos de transformación química en el laboratorio podían verse como un teatro mágico en el que se reflejaban los mismos procesos de transformación psico-espiritual del alquimista (y viceversa).
La proyección de la opus magnum a la materia se ha exacerbado al punto de querer hacer el hierosgamos, el matrimonio alquímico, con las máquinas, unir la conciencia humana (el software) con el hardware de una computadora para alcanzar la inmortalidad, la piedra filosofal (sólo que sin filosofía).
Si se me permite cierta especulación simbólica, ya no se trata del matrimonio del cielo y la tierra o del cielo y el infierno, sino del matrimonio de la tierra con el infierno o de la tierra con la tierra, del hombre materialista con el mineral, y no la elevación de la materia a su espíritu celeste, separando lo puro de lo impuro, liberando la luz divina atrapada en los abismos inconscientes.
En términos simbólicos:
Es una operación al estilo Frankenstein, o al estilo del falso demiurgo de los gnósticos, o al estilo de aquel ángel que prefirió reinar en el infierno que servir en el cielo...
Apéndice
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