1523-24 por Tiziano más que una enfermedad, puede ser una cura; una cura divinamente inspirada, que restablece el estado de integración entre el alma y su fuente divina...
Fedro lee el discurso de Lisias, quien defiende a los que no aman, pues practican la mesura y viven una templada amistad, libre de pasiones y arrebatos.
Sócrates primero, de manera un poco desconcertante, hace un discurso que parece refrendar lo dicho por Lisias, pero inmediatamente después nota que lo que ha dicho es una blasfemia.
Bajo un amplio plátano, donde corre una fresca fuente de agua y cantan las hipnóticas cigarras, el filósofo busca reparar la ofensa que le ha hecho a Eros y se deja invadir por las ninfas, pronunciando un metadiscurso, pues habla sobre la posesión divina, cuando él mismo habla poseído por un dios:
Sócrates ahora recurre a la locura - a la locuacidad divina - para que cure su afrenta, como haciendo alarde de la máxima apolínea:
En contra de Lisias, quien había argumentado que había que preferir al que no ama, pues éste persiste en su cordura, mientas que el que ama entra en un estado de demencia, Sócrates defiende la locura, la manía, la misma palabra que nombra a las ciencias oraculares (mantíké):
El filósofo agrega que, de hecho, la mayorías de las cosas bellas que han sucedido en la Hélade han ocurrido a través de personas que no "estaban en su sano juicio".
Son el fruto del delirio de las profetisas y las sacerdotisas, y, debemos añadir, de los filósofos y poetas que también han llegado a sus más altas notas en estado maniáticos.
Actualmente esto nos
puede parecer extraño y muchos lo verán con cierto cinismo e
incredulidad, pero para los griegos la inspiración divina era
una realidad cotidiana, e incluso una ciencia psicofísica a
la cual eran iniciados y por la cual se realizaban purificaciones y
libaciones.
Se trata de un discernimiento de espíritus.
Sócrates entonces explica la famosa estructura tripartita del alma, formada por el auriga y los dos caballos, uno de los cuales es una bestia bruta controlada por la concupiscencia, la cual dificulta el vuelo del alma hacia la región celeste.
El alma humana va así
como dividida, entre jaloneos pasionales y refrenos
racionales, en un mundo que por momentos le brinda imágenes que
la elevan a los dichosos recuerdos de su paso por la dimensión
celeste en el cortejo de su divinidad tutelar.
Y la misma belleza opera como una especie de alquimia que derrite las estructuras anquilosadas y entumecidas del cuerpo, permitiendo que las alas se lubriquen y emplumen otra vez, liberando un río ambrosíaco, un vino divino como el que Zeus derrama sobre su amante Ganímedes (Acuario, el que sostiene la copa de ambrosía en el cielo).
Como dice Sócrates, es,
Lo cual comprueba que el amor es realmente un regalo de los dioses, pues es la sustancia misma de la divinidad, la energía que eleva de regreso hacia la fuente celestial:
Finalmente, Sócrates expone su famosa clasificación cuaternaria de la locura divina, si bien antes aclara que existen dos tipos de locura en general,
Esta última se divide en cuatro:
El filósofo neoplatónico Hermias, en su Comentario al Fedro, ordenó estas manías divinas dentro de un esquema de iniciación progresiva, según sus efectos en el alma del discípulo.
El orden quedaría entonces:
Antes de abrirse a la
posesión divina, sin embargo, era indispensable atravesar un
proceso de purificación que consistía en eliminar todo lo que es
ajeno al alma para así hacer el "vehículo" responsivo al influjo
divino o para hacer la morada agradable para el ágape de los dioses.
La ninfolepsia, de la cual el mismo Sócrates era presa al dar su divino discurso.
Aunque podría ser ubicada dentro de la manía poética, por su parentesco con las musas, también es cierto que las ninfas están asociadas con Apolo y, por supuesto, también a un cierto furor erótico.
Es esta la manía de la cual la modernidad hasta cierto punto sigue siendo presa, y que vemos resurgir, por ejemplo, en la ardorosa infatuación de Nabokov por su nymphet Lolita...
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