por William de Vere
29 Noviembre 2019

del Sitio Web Counter-Currents

traducción de Julius 25

12 Diciembre 2019

del Sitio Web Editorial-Streicher
Versión original en ingles

 

 

 

 

 

 

Hace dos semanas fue publicado en counter-currents.com el siguiente breve texto que hemos puesto en castellano, en el cual el autor, como sugiere el título, señala las diferencias que tiene con la tradicional y prevaleciente visión izquierdista de la ecología, recalcando lo distintos que son los contrapuestos fundamentos filosóficos de dos cosmovisiones, una materialista y de escaso vuelo, y otra enfocada en un orden trascendente.

 

Hay que señalar que el concepto de derecha de que hace uso el autor en estas reflexiones no se refiere a la 'plutocrática económica y oligárquica' sino a lo que se contrapone a las permanentes fuerzas de la descomposición.

 

 


 

 

 

 



La Ecología Vista desde la derecha

 



Cualesquiera sean sus asociaciones contemporáneas, el hogar natural de la ecología política está en la derecha, no la falsa derecha asociada con el Partido Republicano de Estados Unidos, por supuesto, cuyo conservadurismo es poco más que un apego desesperado y autodestructivo a los principios liberales de la Ilustración, sino lo que Évola ha llamado la verdadera derecha:

la lealtad eterna al orden, la jerarquía y la justicia, implicando una hostilidad implacable contra los principios anárquicos y desintegradores de la época moderna.

Sin embargo, si bien un compromiso con la integridad ecológica ha sido durante mucho tiempo un pilar de la derecha europea, en Estados Unidos aquello es típicamente considerado como un tema en la plataforma política progresista, parte de su ofrecimiento pre-embalado de fronteras abiertas, redistribución económica e individualismo amoral.

 

La ausencia de cualquier amplio consenso derechista en cuestiones medioambientales en este país es parcialmente debido a que nuestro partido conservador predominante, una tensa coalición de fundamentalistas Protestantes y oligarcas neoliberales, se ha demostrado incapaz (o reacio) a realmente conservar la mayor parte de los vestigios de la sociedad tradicional.

 

Eso incluye la pureza, la totalidad y la integridad de nuestra tierra nativa, que constituyen una parte significativa de la herencia nacional estadounidense.

 

Articular un enfoque derechista con respecto a la ecología que a la vez exponga su subversión por parte de la izquierda política permanece por lo tanto como una tarea necesaria, debido a sus connotaciones invariablemente progresistas en este país.

Mi argumento para el lugar esencial de la ecología en cualquier programa de restauración estadounidense, así como mis ideas en cuanto a la forma que ello debería tomar, diferirá marcadamente de otros bien conocidos enfoques "conservadores".

 

No tiene como premisa simplemente nuestro deber de conservar sabiamente los recursos naturales para el futuro uso humano, ni el poder revitalizador de la belleza natural y la recreación, ni tampoco un compromiso patriótico de conservar la herencia de nuestra tierra nativa.

 

Éstos tienen su lugar, pero están subordinados al principio último de la ecología correctamente entendida: de que el mundo natural y sus leyes son una expresión primordial del orden cósmico y que en consecuencia merecen nuestro respeto.

 

Recapturar la perspectiva metafísica y ética del mundo tradicional, y restaurar una sociedad de acuerdo con ello, exige por lo tanto una defensa del orden natural frente a aquellos que procuran subvertirlo.

Para comenzar, es necesario distinguir entre las variantes derechistas e izquierdistas de la ecología política, que se diferencian tan enormemente en sus fundamentos metafísicos y ramificaciones políticas que constituyen dos enfoques totalmente separados con respecto a la preservación ecológica.

La ecología izquierdista o progresista es esencialmente una consecuencia de los ideales de la Ilustración de libertad e igualitarismo, extendidos al mundo natural.

 

La ecología progresista se presenta de dos formas.

  • La más publicitada es la versión elitista, tecnocrática e internacionalista asociada con los Verdes europeos, el Partido Demócrata estadounidense e innumerables ONGs, agencias internacionales y celebridades a través del globo.

     

    Cuando es sincera (y no simplemente una toma del poder o una cruz en la cual clavar a patriarcas Blancos ecocidas), esa variante de la ecología progresista pone sus esperanzas en,

    • la energía limpia

    • los acuerdos internacionales

    • el desarrollo sostenible

    • la ayuda humanitaria,

    ...como los medios necesarios para conducir una sociedad ecológicamente sana.

     

    Su tema simbólico es el calentamiento global, cuya culpa es adjudicada casi exclusivamente al mundo desarrollado y que puede ser derrotado mediante regulaciones que castigan a esas naciones por sus 'pecados históricos'.
     

  • La otra versión es más abiertamente radical en sus prescripciones políticas, y puede ser mejor entendida como el brazo ecológico de la Nueva izquierda.

     

    Ella encuentra su ejército entre los adherentes de los frentes post-años '80 Earth First! y Earth and Animal Liberation, así como entre anarquistas verdes, anarco-primitivistas y eco-feministas; su táctica son las manifestaciones de masas, la desobediencia civil y actos menores de sabotaje que son a veces etiquetados como "eco-terrorismo".

Los activistas que se suscriben a esas visiones tienden a rechazar totalmente la civilización y trabajan para combatir sus muchos males,

jerarquía, racismo, patriarcado, superioridad humana frente a los animales, homosexofobia, transgenerofobia, clasismo, estatismo, fascismo, privilegio de los Blancos, capitalismo industrial, etcétera,

...a fin de terminar con la explotación y la opresión de toda la vida en la Tierra.

 

"Liberación total" es su grito de guerra.

 

Aunque formulados en base al primitivismo romántico y el Trascendentalismo de Nueva Inglaterra, los fundamentos filosóficos de la ecología izquierdista pueden ser remontados más directamente a la contracultura de los años '60, la teoría crítica de la raza, el feminismo, y los movimientos pacifistas y a favor de los derechos civiles.

A pesar de su aparente compromiso con la preservación natural, ambas variantes de la ecología izquierdista en último término involucionan hacia una obsesión con la "justicia medioambiental" y un fácil humanitarismo, careciendo de las características de una cosmovisión ecológica de verdad holística e integral.

 

Sin embargo, a pesar de la naturaleza aparentemente monolítica del medioambientalismo estadounidense, la percepción progresista de la ecología no es la única que ha echado raíces en este país.

Para muchos de sus primeros profetas, como los poetas Románticos y los Transcendentalistas de Nueva Inglaterra, así como los filósofos de la Naturaleza del siglo XIX y los abogados en favor de los bosques, el misticismo de la Naturaleza era la expresión contemporánea de una doctrina primordial, una que enfatiza el orden natural y una devoción a las fuerzas que trascienden a la humanidad.

 

Para los hombres de Occidente, esta antigua doctrina y su entendimiento del cosmos son expresados, de manera simbólica y teórica, en las religiones indoeuropeas tradicionales y sus vástagos filosóficos.

Según algunos defensores de esa tradición, si bien el hombre primordial - con su acceso sin trabas a la realidad divina - pudo haber poseído esa sabiduría en su integridad, cuando la humanidad cayó de su anterior estado esas enseñanzas antiguas retrocedieron hacia la memoria distante.

 

Ellas son débilmente repetidas en las doctrinas religiosas tradicionales del mundo antiguo, tales como los viejos paganismos europeos, el hinduismo védico y el budismo temprano.

 

Los rastros filosóficos de esa vieja sabiduría también pueden ser discernidos en la metafísica de los pitagóricos, los neoplatónicos y los estoicos.

Mientras ciertas variantes del cristianismo han enfatizado una concepción estrictamente dualista y antinatural del cosmos, ésa no es la única visión, o siquiera la predominante.

 

Los teólogos cristianos más esotéricos y místicos (en gran parte europeos influidos por su panteísmo ancestral o por el neoplatonismo) también han considerado el mundo natural como un despliegue de la realidad divina, expresado en la teología del misticismo franciscano y renano, así como en el hermetismo cristiano del Renacimiento.

Finalmente, para responder al desarrollo del liberalismo de la Ilustración, el socialismo, el materialismo científico y el industrialismo en la época moderna, el Romanticismo y el Idealismo alemán ofrecieron una nueva versión artística y filosófica de la antigua cosmovisión holística, que más tarde consiguió su expresión más radical en el anti-antropocentrismo de Nietzsche, Heidegger y Robinson Jeffers.

Por supuesto, sería una exageración afirmar que todos esos pensadores eran proto-ecologistas o que, en realidad, estaban siquiera remotamente preocupados de la preservación de la Naturaleza salvaje.

 

El punto consiste más bien en entender cómo todos ellos ofrecen, en lenguajes y conceptos adaptados a diferentes culturas y épocas, un modo particular de acercarse a una verdad primordial:

que el cosmos es un todo interconectado, orgánico, un orden natural que exige nuestra sumisión.

La orientación metafísica fundamental del mundo tradicional, y por lo tanto de la verdadera derecha, podría ser técnicamente descrita como un "emanatismo-panenteístico".

 

Dicho en términos simples,

hay una realidad última, un terreno silencioso que contiene y trasciende todo lo que es, conocido diversamente como Dios, Brahma, el Absoluto, el Tao, el Uno, o el Ser...

Todo lo que existe es un despliegue o emanación de esa unidad primordial, desde las más altas deidades y ángeles hasta los elementos materiales en las entrañas de la Tierra.

 

Si bien hay una jerarquía del ser, todo lo que existe tiene dignidad en tanto participa en ese divino desplegarse.

 

Todo en el cosmos es una emanación de esa realidad trascendente, incluyendo todas las cosas en la Tierra y en el cielo:

los animales, las plantas, las montañas, los ríos y los mares, y los patrones meteorológicos, así como los procesos biológicos, químicos y ecosistémicos que les dan orden y ser.

Esto incluye a la raza del hombre, que ocupa una posición única en la jerarquía cósmica.

 

En la unidad primordial, la perfecta continuidad que unía a todas las otras criaturas conocidas en su constante lealtad a la ley natural, surgió la auto-consciencia humana.

 

Aunque la humanidad participa de la forma material de otros animales y órdenes "inferiores" de la creación, también posee razón y voluntad propia, introduciendo la multiplicidad en la unidad divina.

Nosotros nos encontramos entre la Tierra y el Cielo, por así decir.

Por una parte, eso nos hace capaces de trascender las limitaciones del mundo material y de obtener una comprensión de los niveles superiores del ser, funcionando de esa manera como un aspecto de la "Naturaleza reflexionando sobre sí misma".

 

Del mismo modo, únicos entre otras emanaciones conocidas de la Divinidad, somos capaces de actuar por voluntad propia, violando la ley natural y poniéndonos a nosotros mismos y a nuestra propia inteligencia como rivales de lo Absoluto.

 

Además, considerando nuestra voluntad propia, nuestros deseos artificiales, y los medios antinaturalmente eficientes de obtenerlos, los humanos no pueden con una buena conciencia perseguir los fines puramente naturales de propagación, hedonismo y supervivencia a cualquier costo.

 

Para conseguir verdaderamente su naturaleza, para reintegrarse en aquella unidad primordial de la cual él está actualmente alienado, el hombre debe trascender lo meramente humano y alinear su voluntad con la de lo Absoluto.

 

Ciertos humanos son capaces de acercarse a ese estado:

ésos son los 'aristócratas naturales', los arhats (en el budismo, los que han alcanzado la iluminación espiritual), los santos, los Übermenschen...

Por supuesto, dada nuestra naturaleza defectuosa y caída, la mayoría de los humanos permanecerá atada a su voluntad e intereses materiales.

 

Así, mientras la religión del igualitarismo propone un antropocentrismo básico según el cual todos los humanos son iguales simplemente en virtud de ser humanos, en la doctrina tradicional eso es negado por el hecho de la desigualdad humana.

 

Como observó Savitri Devi,

un león hermoso es de mayor valor que un humano degenerado, considerando la mayor conformidad del león al orden natural y a la Eidos (idea, forma o esencia) divina.

Por esta razón, tanto la metafísica tradicional como una ecología vista desde la derecha requieren que rechacemos el humanitarismo sentimental de la izquierda moderna, según el cual,

toda y cada vida humana (o, en realidad, cada vida no humana, en el caso de los derechos de los animales) tienen igual valor...

Una implicación adicional de esta visión es que, siendo desiguales los humanos en su capacidad de acercarse a lo divino y de ejercer el poder de manera justa, los ordenamientos sociales deben asegurar que el gobierno sea ejercido por el tipo superior.

 

Ésta es la esencia de la estructura social indoeuropea tripartita,

el sistema de castas de sacerdotes, guerreros y comerciantes/artesanos que formaba la base de las sociedades tradicionales...

La regresión de las castas - característica del mundo moderno - junto con el colapso de todas las estructuras sociales tradicionales y la veneración del gobierno democrático, no significa realmente que seamos auto-gobernados.

 

Eso simplemente significa que en vez,

  • de ser gobernados por valores sacerdotales (espirituales) o monárquicos (nobles)

     

  • somos gobernados en el mejor de los casos por valores burgueses (económicos)

     

  • o en el peor, por valores plebeyos (anárquicos)...

Los valores del burgués y el plebeyo están invariablemente orientados hacia,

la comodidad, el placer y la adquisición, en vez de la trascendencia o el honor.

La organización tripartita es por lo tanto necesaria a fin de colocar un control sobre los impulsos más profanos y destructivos de la humanidad, hacia sí misma y hacia el mundo natural.

El corolario de esta perspectiva es una sospecha de los fundamentos filosóficos de la modernidad tardía, con su reduccionismo desenfrenado, su atomismo, y la visión puramente instrumental del hombre.

Otras implicaciones sociopolíticas se siguen de esto:

La ecología derechista implica un rechazo tanto de la economía marxista-comunista como de la neoliberal, la primera por su nivelación igualitaria y ambas por su reducción del hombre a un ser puramente económico.

 

Además de su toxicidad para el espíritu humano, esa tiranía de la economía conduce a la gente a considerar al mundo no como el vestido de la Divinidad sino como una mera reserva permanente, una colección de recursos para la satisfacción de deseos humanos.

A la vez que aboga por la tecnología que mejora genuinamente la vida humana y disminuye el impacto humano sobre otras especies, el ecologista derechista rechaza la tecnología que fomenta la fealdad, el hedonismo, la debilidad y la destrucción irresponsable.

Junto con entender la importancia de las ciudades como centros de cultura y comercio, el ecologista derechista prefiere los antiguos pueblos europeos de las colinas, armonizados con los contornos de la tierra, con una catedral en su punto más alto, por sobre la inhumana metrópolis modernista o el fabricado barrio residencial.

Esta ecología también implica una oposición al excesivo crecimiento demográfico humano, que amenaza la soledad espiritual, la belleza del paisaje natural y el espacio necesario para continuar la evolución de la especie.

La calidad y la cantidad son mutuamente excluyentes...

Además, contrariamente al estigma de "totalitaria" a menudo empleado contra ella, la verdadera derecha cree que la diferencia y la variedad son un regalo de Dios.

 

Más bien que ver eso como un imperativo categórico para llevar tanta diversidad como sea posible a un lugar, la derecha procura preservar las diferencias culturales, étnicas y raciales.

 

Ella también debería por lo tanto esforzarse por preservar los distintos ecosistemas y especies del mundo, así como la diversidad humana de razas y culturas, contra la irresponsable destrucción realizada por actores humanos (las catástrofes naturales inevitables son otra materia).

 

A medida que el mundo de la humanidad se hunde en la mayor corrupción, el mundo natural permanece como un reflejo de valores eternos y superiores, un todo unificado desplegándose de acuerdo con el orden divino.

Una posible objeción pide su discusión:

Todas las creencias indoeuropeas, y en realidad la mayoría de las doctrinas tradicionales de todo el mundo, postulan un final inevitable de este mundo...

Ya se trate de un final con la Edad de Hierro, la Segunda Venida, la Edad del Lobo o el Kali-yuga, la mayoría enseña que este ciclo cósmico debe terminarse a fin de abrir camino a uno nuevo.

 

Esto generalmente implica la destrucción de la Tierra y todo lo que hay en ella.

¿Cómo puede ser reconciliado esto con una ecología derechista, que postula un deber de conservar aquellos vestigios de la Naturaleza pura que más reflejan el orden divino?

 

¿Cuál es, en realidad, el punto, si todo está destinado a ser destruido de todos modos?

En primer lugar, este escenario apocalíptico es también un dogma de la ciencia moderna, ineludiblemente implicado por sus teorías de la evolución cósmica.

 

La vida en la Tierra será destruida, si no por alguna locura antropogénica, entonces por la expansión del Sol o la muerte del universo por causa del calor.

 

La diferencia es que el ecologista progresista no tiene ninguna razón perdurable y objetiva para preservar lo prístino y lo auténtico en la Naturaleza más allá del gusto personal:

no hay escape, de hecho, de las mandíbulas de la subjetividad completa y el nihilismo...

 

Es por esto que la ecología izquierdista típicamente involuciona hacia una preocupación por la justicia social, cuando no es simplemente una preferencia personal por paisajes bonitos u oportunidades recreativas al aire libre.

Para el ecologista de derecha, sin embargo, el final a que han de llegar todas las cosas humanas no es un argumento contra vivir con honor y luchar desapasionadamente contra las fuerzas de la desintegración y el caos.

El hombre contra el tiempo, a largo plazo, puede estar destinado a fracasar en sus esfuerzos terrenales, pero eso no disminuye su resolución.

 

Esto es porque él actúa de acuerdo a un sentido de 'noble desapego',

  • el yoga del karma del Bhagavad Gita

  • la wu-wei (no-acción) de Lao-Tsé

  • el Abgeschiedenheit (aislamiento) de Meister Eckhart,

...de acuerdo al cual la acción fluye desde la pureza del ser de él y de su papel en el cosmos más bien que de cálculos utilitarios o esfuerzos voluntaristas.

 

El mantenimiento del orden natural exige que defendamos sus expresiones más puras:

lo santo, lo inocente y lo noble entre la humanidad, así como los árboles y los lobos y las rocas que estaban aquí antes de nosotros, que moran en una armonía inconsciente con el orden cósmico al cual el hombre sólo puede aspirar.

En su compromiso para vivir en conformidad con el orden natural y defenderlo contra la arrogancia del hombre moderno, el ecologista derechista acepta el papel de la violencia desapegada.

 

La mayor parte de la retórica ecologista que uno oye hoy día está formulada en la decadente fraseología del izquierdismo contemporáneo:

derechos, igualdad, anti-opresión, "ética de la protección", etcétera...

Además de su inclinación metafísica más fuerte, la ecología de la derecha también ofrece una ecología más varonil, un credo de hierro que desdeña la tecnologización y la sobrepoblación del mundo porque eso conduce a la disminución de toda vida; que apoya las leyes de hierro de la Naturaleza, de sangre y sacrificio, de orden y jerarquía; y que desprecia el desmedido orgullo humano (hybris) debido a su misma mezquindad.

 

Se trata de,

  • una ecología que ama al lobo, al oso, al guerrero, así como a la tormenta y al incendio del bosque por el papel que ellos juegan en el mantenimiento del orden natural

     

  • una ecología que quiere mantener salvajes y libres grandes extensiones de la Tierra, que no puede soportar verla racionalizada, mecanizada y domesticada.

Es una ecología que desdeña la blandura, la comodidad, el sentimentalismo y la debilidad.

El ecologista de derecha sabe que "la vida de acuerdo con la Naturaleza" no es ningún idilio al estilo de Rousseau o un imperativo neo-hipster de "que todo fluya", sino que demanda estoicismo, dureza y conformidad con mil leyes severas en la búsqueda de la fuerza y la belleza.

 

Ésta es una religiosidad varonil, una ascesis de la acción más bien que mera salvación o extinción personal.

Visto bajo esta luz, la ecología es un rasgo necesario en la restauración de la sociedad tradicional...

Por "tradicional" queremos decir no el libre mercado, los valores de familia o el fanatismo fundamentalista que agita banderas, que es lo que dicho término implica en el siglo XXI, sino más bien una perspectiva que está basada en el orden divino y natural, que dicta que todas las cosas permanezcan en su lugar apropiado.

Con respecto al hombre y la Naturaleza, esto significa que la humanidad debe reconocer su lugar en el orden cósmico y su papel como el guardián y la auto-conciencia del Todo, más bien que verse a sí misma como su tiránico jefe supremo.

Esto exige la sabiduría y la introspección necesarias para entender nuestro papel en el plan divino y para cumplir bien nuestros deberes.

 

Esto exige autenticidad, reconociendo el suelo cultural e histórico del cual surgimos, y preservando las tradiciones y la memoria de nuestros antepasados.

Esta reverencia hacia el orden cósmico exige que respetemos su manifestación en las rocas, los árboles y el cielo, cuya belleza y poder continuamente sirven para recordarnos la sabiduría trascendente del Todo.