el filósofo emperador Marco Aurelio exhibe la futilidad del nacionalismo.
Acaso en un encuentro
deportivo, quizá cuando vimos nuestra bandera izada en un territorio
extranjero, al escuchar los compases de una canción folclórica o en
un extraño momento en que nos sentimos en la obligación de defender
"nuestra identidad nacional" (lo que sea que eso signifique) frente
a otra persona.
Por más que pueda parecernos que la Nación es un ente que ha estado ahí desde el origen de lo tiempos, por un instante podemos pensar que no fue así.
Si en vez de mirar la época actual ampliamos este horizonte a, digamos, los últimos 50 años,
Todo es distinto, ¿no...?
Como sabemos, Marco Aurelio suscribió las ideas de los estoicos, escuela filosófica que miró la vida con sencillez y simpleza, bajo una pregunta general que podríamos condensar así:
La respuesta es categórica: no...
Porque, como nos señala Marco Aurelio y la historia en sí misma, nacer en un lugar es un accidente.
Nacemos en un país casi con la misma probabilidad como pudimos nacer en otro, crecemos ahí, hacemos una vida (con todo lo que ello implica), pero, a fin de cuentas, todo eso es un accidente del tiempo y del espacio, de eso que llamamos probabilidad o contingencia.
De ahí que Marco Aurelio haya escrito:
El
Athos, cabe decir, es una cadena
montañosa que ya en los tiempos de la Grecia antigua se miraba con
respeto y solemnidad, más o menos como hablaríamos ahora de los
Himalaya o los Andes.
Eso que llamamos "nuestro" país, nuestra cultura o nuestra identidad no es más que una invención surgida en un instante de la historia, tan frágil como cualquier otra.
Hay más, mucho más, que estas nociones por las que ahora discutimos y peleamos.
La Eternidad, por ejemplo, el océano, la vastedad del mundo y la realidad…
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