19 Octubre 2020
del Sitio Web
PijamaSurf
El complicado
caso
de Giorgio
Agamben...
Giorgo Agamben, uno de los
filósofos más importantes de nuestra época, ha protagonizado un
controvertido affaire en su natal Italia.
Agamben ha sido
enormemente crítico de las medidas de distanciamiento social
implementadas como respuesta
al coronavirus ("despotismo
tecnomédico", las llamó en cierto momento) y, por ello mismo,
algunos críticos lo han llamado un "negacionista".
Al inicio de la pandemia, Agamben publicó un artículo, "El
Estado de Excepción provocado por una Emergencia Sin Motivo",
en el que subestimó el virus y utilizó datos no demasiado precisos
con los que suscribió la idea de que el Covid-19 era,
"una gripe normal,
no muy diferente de la que sucede cada año",
...con lo cual, para
algunos, el filósofo se volvió parte del bando de
los
conspiracionistas.
Sin embargo, las cosas
son más complicadas, y pese a lo que muchos verán como errores
y horrores, el pensamiento de Agamben, quien fue uno de los
primeros en ver el ascenso de
el estado de vigilancia basada en
los datos, no deja de ser radicalmente interesante y en muchos
puntos quizá uno de los más lúcidos de la actualidad.
Algunos han calificado su
posición como un corajudo "gesto socrático".
Que su pensamiento tenga
estos claroscuros y contradicciones y se pueda mover por estos
extremos es quizá un reflejo del tiempo tan incierto en el que
vivimos.
El filósofo italiano observa que nuestra época se caracteriza por el
predominio de la ciencia, la cual ha desplazado a otras creencias,
como
el cristianismo, y se ha
posicionado como la principal religión.
Alumno de
Heidegger y cercano a
Simone Weil (a cuyo pensamiento
dedicó su tesis doctoral), Agamben coincide con el alemán en que la
tecnología transforma nuestra relación con el mundo, la cosifica y
la vuelve mero cálculo e instrumentalidad.
Coincide con Weil en
que
el capitalismo desvincula al
ser humano de sus tradiciones culturales o espirituales y lo
hace parte de la "Gran Bestia" de la sociedad de masas.
El capitalismo crea
la sensación de existir en un estado de crisis permanente y con
esto se apropia y seculariza las ideas de trascendencia y
Apocalipsis, las convierte en urgencia de consumo y en modos de
conducta.
Por todos lados se
legítima que vivimos no en un estado de emergencia, sino de
excepción.
Agamben ha notado que los
estados de excepción (en especial las guerras con enemigos visibles
o invisibles) suelen crear nuevos órdenes y producir nuevas
tecnologías de control o separación, desde los
alambres de púas hasta los diferentes mecanismos de vigilancia
digital.
Agamben ha dicho que la
ominosa tecnología que llegará para quedarse es "la distancia
social", no una distancia física, sino social.
Su tesis es que la
distancia social es una medida tanto médica como política (y
acaso incluso más política que médica).
El miedo
a enfermarse hace que se sacrifique todo lo demás...
Agamben diferencia entre
la vida desnuda, o vida en bruto, y la vida ética.
Por la vida desnuda
se sacrifica la dignidad humana, que florece lejos del cálculo y las
máquinas.
El ejemplo es la
prohibición durante la pandemia de acompañar a los que mueren y
celebrar funerales, algo que no ha sucedido nunca en la
historia, según él.
La vida como mera
cantidad, sugiere, se impone a la vida cualitativa, auténticamente
política que reconoce el rostro.
Un argumento contrario
podría ser el siguiente:
la conformidad con
las medidas de aislamiento no es sólo una forma desesperada de
autopreservación biológica, sino un acto ético, de respeto hacia
el otro, en el sentido de
Lévinas...
E igualmente se ha
preferido, de alguna manera (o en algunas partes al menos), la vida
a la economía.
Por supuesto que Agamben
podría contestar de diversas maneras,
quizá señalando que
la actitud predominante no es el cuidado hacia el otro sino
el miedo.
Y que en realidad los
poderes biomédicos y tecnológicos saldrán de estas crisis en
condiciones mucho mejores de las que ya gozaban.
Los artículo de Agamben
sobre la pandemia publicados en
Quodlibet ya han sido editados
en un libro. Y el que probablemente sea el mejor y más lúcido ha
sido publicado recientemente, "Cuando
la Casa se Quema", traducido en el sitio Ficción de la
razón.
Recuperamos aquí algunos
pasajes.
Agamben empieza con unas frases enigmáticas que cita:
"Todo lo que hago no
tiene sentido si la casa se quema". Sin embargo, cuando la casa
se quema, es necesario continuar como siempre...
Pero sigues como antes, es demasiado tarde para cambiar, no hay
más tiempo. "Lo que sucede a tu alrededor / ya no es asunto
tuyo".
Es evidente, el mundo
arde...
Lo que se está
destruyendo es la civilización occidental. Y el mundo arde y el
hombre está ciego.
Tal vez las casas,
las ciudades ya se han quemado, no sabemos cuánto tiempo, en un
gran incendio, que fingimos no ver.
Todo lo que queda de
algunos son trozos de pared, una pared con frescos, una franja
del techo, nombres, muchos nombres, ya mordidos por el fuego.
Y sin embargo, los
cubrimos tan cuidadosamente con yeso blanco y palabras
mentirosas, que parecen intactos.
Los políticos y los
sabios de la técnica nos dicen que hay solución a este estado, pero
¿debemos creer en ellos y hacer los que nos dicen?
"La ceguera es aún
más desesperada, porque los náufragos afirman gobernar su propio
naufragio, juran que todo puede mantenerse técnicamente bajo
control, que no hay necesidad de un nuevo dios o un nuevo cielo
- sólo prohibiciones, expertos y
médicos"...
Nos encontramos no sólo
en el ocaso de la historia sino en el ocaso de la vida.
Nos hace falta aire. El
aire es el espíritu y es la relación.
Una cultura que se
siente al final, sin más vida, trata de gobernar como puede su
ruina a través de un estado de excepción permanente...
La movilización total
en la que
Jünger vio el carácter esencial
de nuestro tiempo debe ser vista en esta perspectiva...
Pero mientras que en
el pasado el objetivo de la movilización era acercar a los
hombres, ahora pretende aislarlos y distanciarlos unos de otros.
Por fuera, todo nos
empuja hacia Dios; por dentro, el ateísmo obstinado y
burlón del esqueleto.
Que el alma y el
cuerpo estén inextricablemente unidos, esto es espiritual. El
espíritu no es un tercero entre el alma y el cuerpo; es sólo su
indefensa y maravillosa coincidencia.
La vida biológica es
una abstracción, y es esta abstracción la que se supone que
gobierna y cura.
Agamben entiende que este
es un proceso histórico de destrucción de la vida apostando por la
técnica.
¿Cuánto tiempo lleva
la casa ardiendo? ¿Cuánto tiempo ha estado ardiendo?
Ciertamente hace un
siglo, entre 1914 y 1918, algo sucedió en Europa que arrojó todo
lo que parecía permanecer intacto y vivo a las llamas y a la
locura.
Luego otra vez,
treinta años más tarde, el fuego ardió por todas partes y ha
estado ardiendo desde entonces, implacablemente, apagado, apenas
visible bajo las cenizas.
Pero quizás el fuego
ya había comenzado mucho antes, cuando el impulso ciego de la
humanidad hacia la salvación y el progreso se unió al poder del
fuego y las máquinas.
Cómo fuimos capaces de respirar las llamas, lo que perdimos, a
qué restos - o a qué impostura - nos aferramos...
Y ahora que no hay
más llamas, sino sólo números, cifras
y mentiras, estamos ciertamente más débiles y más
solos, pero sin posibles compromisos...
La ciencia y la
tecnología pueden leerse también como un impulso religioso,
particularmente uno que niega la muerte, que busca sintetizar la
vida, transformarla en cantidad y controlarla.
Si sólo en la casa en
llamas se hace visible el problema arquitectónico fundamental,
entonces se puede ver lo que está en juego en la historia de
Occidente, lo que ha tratado de comprender con tanto esfuerzo y
por qué sólo podría fracasar.
Es como si el poder
intentara a toda costa captar la vida desnuda que ha producido
y, sin embargo, por mucho que intente apropiarse de ella y
controlarla con todos los dispositivos
posibles, no sólo policiales, sino también médicos y
tecnológicos, sólo puede escapar de ella, porque es por
definición esquiva.
Gobernar la vida
desnuda es la locura de nuestro tiempo.
Los hombres reducidos
a su existencia biológica pura ya no son humanos, los hombres
gobernantes y las cosas gobernantes coinciden.
¿Nos encontramos en un
punto en el que estamos por dejar de ser humanos, paradójicamente a
través de la ciencia médica, de la biología en manos del biopoder?
El ser humano no es sólo
un ser biológico, y cuando su existencia se reduce a lo meramente
biológico tiende a morir.
El ser humano es
también su pasado, su historia y su cultura, lo que algunos
filósofos alemanes llamaron "espíritu"...
En clave weiliana,
Agamben continúa:
Lo que llamamos
pasado es sólo nuestra larga regresión hacia el presente.
Separarnos de nuestro pasado es el primer recurso de poder.
Lo que nos libera de la carga es el aliento. En la respiración
ya no tenemos peso, somos empujados como si estuviéramos volando
más allá de la fuerza de gravedad.
Tendremos que aprender a juzgar de nuevo, pero con un juicio que
no castigue ni recompense, absuelva ni condene. Un acto sin
propósito, que quita la existencia a cualquier propósito,
necesariamente injusto y falso.
Sólo una
interrupción, un instante a caballo entre el tiempo y la
eternidad, en el que silba la imagen de una vida sin fin ni
planes, sin nombre ni memoria, por lo que salva, no en la
eternidad, sino en una "especie de eternidad".
Un juicio sin
criterios preestablecidos...
Sentirme vivo hace que la vida sea posible para mí, incluso si
estoy encerrado en una jaula. Y nada es tan real como esta
posibilidad.
Vivimos en el tiempo que
ya no quiere ver más caras y al desaparecer el rostro desaparece el
hombre.
Heidegger había dicho que
sólo un dios nos podría salvar.
Agamben no cree en esta posibilidad...
No deposita su esperanza
en un nuevo 'dios', sino en un nuevo 'animal', que
surja de las cenizas de la destrucción del hombre.
El hombre desaparece
hoy, como un rostro de arena borrado en la orilla.
Pero lo que ocupa su
lugar ya no tiene un mundo, es sólo una vida desnuda y
silenciosa sin historia, a merced de los cálculos del poder y la
ciencia.
Tal vez es sólo de
este estrago que algo más puede un día aparecer lenta o
abruptamente - no un dios, por supuesto, pero ni siquiera otro
hombre - un nuevo animal, tal vez, un alma viviente de
otra manera…
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