por Daniel Gutman
07 Junio
2018
del Sitio Web
IPSNoticias
Un maizal en la nororiental provincia de Santa Fe.
En los
últimos 20 años, el gobierno argentino aprobó la comercialización
de
distintas variedades transgénicas de maíz,
la
mayor parte modificadas para resistir herbicidas e insecticidas.
Crédito: Cortesía de Aapresid
BUENOS AIRES (IPS)
Hasta hace pocos años era una preocupación exclusiva de la comunidad
ambientalista y científica en Argentina.
Pero hoy son también los
productores los que ven con inquietud los impactos negativos del
modelo agrícola de este país sudamericano, basado en,
-
el monocultivo
-
los transgénicos
-
los agroquímicos
Con más de la mitad de la
superficie agrícola cubierta por soya genéticamente modificada, que
consume cada vez mayores volúmenes de sustancias químicas
contaminantes, la actividad enfrenta ahora la
resistencia social de muchas comunidades y la incertidumbre de
productores, que reconocen que deben abordarse cambios.
"Está muy claro que
el modelo, tal cual se venía llevando adelante, entró en crisis.
En eso coinciden
todos los actores. No se puede seguir igual", dijo a IPS el
ingeniero agrónomo Diego Fontenla, quien vive en Tres Arroyos, a
casi 600 kilómetros de Buenos Aires y en el corazón de la Pampa
Húmeda, una de las regiones más fértiles del mundo.
"La aplicación de agroquímicos ha crecido de manera
extraordinaria y la presión que se genera sobre el ambiente es
enorme. Los productores saben que están contaminando, pero desde
el punto de vista económico no tienen alternativas", agregó.
Desde hace más de 20
años, Diego Fontanela produce en su finca de manera orgánica
trigo, centeno, avena, cebada y girasol y asesora a otros
agricultores de la zona que también eligieron el camino ecológico.
De todas maneras, este agrónomo admite que la producción orgánica es
una variante que excluye a la enorme mayoría de los agricultores
argentinos, por la dificultad para encontrar mercados dispuestos a
pagar precios más elevados que por los productos convencionales.
Si se habla del modelo agrícola en Argentina, hay un antes y
un después de 1996, cuando el gobierno de entonces autorizó
la comercialización del primer cultivo transgénico, que fue la
soya RR, del gigante estadounidense
de la biotecnología
Monsanto, tolerante al
herbicida glifosato.
Desde entonces, en el transcurso de pocos años, empujada por la
demanda china y por políticas de gobiernos entusiasmados con la
entrada de divisas al país, la producción argentina de soya pasó de
10 millones de toneladas anuales a más de 50 millones.
La soya, que casi en su totalidad es transgénica y se exporta, cubre
hoy cerca de 20 millones de hectáreas, lo que es aproximadamente el
doble de la superficie dedicada en conjunto al maíz y al trigo, y
desplazó a buena parte de la ganadería hacia zonas antes
consideradas marginales, lo que contribuyó a la deforestación y a un
aumento de los conflictos por la tierra con comunidades locales.
Desde 1996 hasta hoy se han autorizado en Argentina otros 46
organismos genéticamente modificados,
no solo en soya sino también en maíz, algodón y hasta en papa.
Casi todos ellos se
utilizan con el objetivo de tolerar herbicidas o insecticidas, de
acuerdo a datos oficiales.
Este extenso país, con 2,8 millones de kilómetros cuadrados y 44
millones de habitantes, es una histórica potencia en producción de
alimentos, que a mitad del siglo XX dedicaba unas 20 millones de
hectáreas a la producción agropecuaria, con el maíz, el trigo y la
carne como principales rubros.
Desde los años 90 se vivió una drástica transformación, que incluyó
un aumento del área sembrada hasta cerca de 35 millones de
hectáreas, en gran parte sobre tierras vulnerables, en el bosque del
Chaco, en el norte del país. La soya fue la estrella del cambio,
mientras que la producción de carne y otros rubros tradicionales se
estancó.
El peso del sector sigue siendo determinante, con un aporte de 20
por ciento del producto interno bruto, al englobar las
contribuciones directas e indirectas.
Además, el año pasado,
según la consultora privada DNI, 65 por ciento de las exportaciones
locales fueron de origen agropecuario, sumando primarias y
manufacturadas.
Una extensa plantación de trigo en el sur de la oriental provincia
de Buenos Aires.
Este cultivo ocupa algo más de cinco millones de hectáreas en
Argentina,
que es aproximadamente la cuarta parte de la superficie sembrada con
soya.
Crédito: Cortesía de Marcelo Torres
"No existen estadísticas oficiales sobre agroquímicos.
Pero de acuerdo a las
cifras de la Cámara de Sanidad Agropecuaria y Fertilizantes
(Casafe), el uso creció 850 por ciento entre 2003 y 2012", dijo
a IPS el abogado especializado en derechos humanos Marcos
Filardi.
"A partir de 2012,
Casafe dejó de publicar estadísticas, pero las proyecciones nos
indican que se usan anualmente entre 360 y 400 millones de
litros de agroquímicos, lo que convierte a la Argentina en
el país con el mayor consumo por persona del mundo",
agregó Filardi, quien integra la cátedra de Soberanía
Alimentaria de la Escuela de Nutrición de la Universidad de
Buenos Aires.
Se trata de uno de los
espacios académicos que se extienden por distintas universidades del
país y proponen un modelo agroalimentario distinto, que dé
protagonismo a campesinos e indígenas y produzca de manera
sustentable tanto en lo social como lo ambiental.
La presión social por poner un límite al uso de agroquímicos en
general y, en particular, a las fumigaciones cerca de las zonas
urbanas, está calando cada vez más hondo en distintas zonas de
Argentina, un país federal donde las regulaciones ambientales no son
potestad del poder central, sino de las jurisdicciones locales.
Así, en importantes ciudades, como Rosario y Gualeguaychú, se ha
prohibido la utilización de glifosato.
La preocupación por la cuestión de los agroquímicos llegó al
gobierno de Mauricio Macri, que es un defensor del actual
modelo agrícola.
También lo fue su antecesora, Cristina Fernández (2007-2015),
quien en 2011 presentó un impreciso plan con que para 2020 la
producción anual de granos pasase de 100 a 157 millones de toneladas
y la superficie sembrada de 33 a 42 millones de hectáreas.
En febrero, con la finalidad de "llevar seguridad a la población",
el gobierno convocó a una comisión de expertos, para que elabore una
serie de "buenas prácticas" en materia de uso de agroquímicos, que
serían publicadas como recomendaciones para las autoridades de todo
el país.
Marcelo Torres, productor de la zona de Mar del Plata, 400
kilómetros al sur de Buenos Aires, consideró ante IPS que,
"no es una opción ir
a la agricultura orgánica, porque estaríamos comprometiendo la
seguridad alimentaria" y reclamó generar "un debate serio sobre
el impacto en el ambiente y en la salud del actual sistema de
producción".
"Hace falta que profesionales de distintas disciplinas discutan
el futuro de la agricultura argentina, porque ningún sector
puede solucionar esto solo.
Quienes no tienen que
participar son los grupos anticiencia y extremistas ambientales,
que nos han hecho perder mucho tiempo", agregó el productor de
maíz, trigo y soya, entre otros cultivos.
Torres es directivo de la
Asociación de Productores en Siembra Directa (Aapresid),
una organización empresarial que promueve la agricultura sin
labranza de la tierra, práctica que favorece la conservación del
suelo y que se extendió por el país junto a la soya transgénica.
En Aapresid se creó una Red de Conocimientos de Malezas
Resistentes (REM), especies que en los últimos años han
desafiado a los herbicidas y son tanto causa como consecuencia del
aumento exponencial del uso de sustancias químicas en el campo
argentino.
Las malezas resistentes, que expertos señalan como productos del
monocultivo y del abuso del glifosato, se convirtieron en una enorme
preocupación para científicos y productores agrícolas.
Para el abogado Marcos Filardi,
"las malezas son una
consecuencia de la manera en que se hace agricultura.
Cualquier agrónomo
sabe que las hierbas generan resistencia si se las combate
durante años con un solo producto. Las malezas son el talón de
Aquiles del modelo".
"Los agroquímicos se están usando mal y de manera
indiscriminada, lo que está produciendo consecuencias muy
negativas", dijo a IPS el exdiputado nacional y productor
agrícola Gilberto Alegre, que actualmente tiene arrendada sus
tierras en el municipio de General Villegas, en la oriental
provincia de Buenos Aires.
"El problema es la ausencia total de políticas agrícolas por
parte del Estado, que es el que tiene que garantizar la
sustentabilidad del sistema y evitar que la rentabilidad sea el
único criterio", añadió quien hasta diciembre del año pasado fue
presidente de la Comisión de Agricultura de la Cámara de
Diputados de la Nación hasta diciembre pasado.
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