
por Dalia Ventura
14 Septiembre 2025
del Sitio Web
BBCNewsMundo
Información enviada por JHGP

Las extraordinarias
piedras rai
pueden medir hasta 4
metros de diámetro,
pero eso no es lo más
fascinante.
Imagen, Getty Images
"Cuando visité las Islas Carolinas en 1903, solo había un
pequeño vapor (...) que, unas cinco veces al año, conectaba
estos pequeños mundos con el nuestro", escribió
William Henry
Furness III.
Ese mundo "nuestro" al que se refería al
principio de su libro "La Isla del Dinero de Piedra -
The Island of Stone Money" (1910) era el
que llamaba "civilizado", del cual hacía parte su patria, Estados
Unidos.
Furness era un médico, etnógrafo y autor, y ya había realizado a
cuatro expediciones al sudeste asiático y a Oceanía entre 1895 y
1901.
En esta ocasión, su plan era quedarse dos meses en uno de esos
pequeños mundos, la
isla de Yap, que,
"era apenas un punto en los mapas escolares",
compartiendo con los isleños "cuyo mundo entero no era más que
un paseo de un día".
En ese entonces
las Carolinas estaban bajo el
dominio de Alemania, que se las había comprado a España por US $3.300.000
tras la guerra hispano - estadounidense.
"Yap (...) significa, según me dijeron los
nativos, 'la Tierra' en su antigua lengua", contó Furness.
Y relató mucho más en su libro, pero un capítulo
en especial encantó, y sigue encantando, a los economistas, incluido
el Nobel Milton Friedman, quien lo valoró como una
ilustración clave sobre la naturaleza del dinero.
Furness describía,
un sistema monetario extraordinario que llamaba a
reflexionar sobre cuestiones fundamentales.
Explicaba que los yapenses, aunque podían subsistir con lo que la
naturaleza les ofrecía - comida, bebida, abrigo - también anhelaban
adornos,
como toda "alma humana, desde el ecuador hasta los polos"...
Y esos lujos requerían trabajo.
Sin haber leído a los economistas Adam Smith ni a Ricardo, decía,
habían resuelto el problema fundamental de la economía:
"Han
descubierto que el trabajo es el verdadero medio de intercambio y el
verdadero estándar de valor".
Pero ese medio requería algo físico y,
"como su isla no tiene metales, recurrieron a
la piedra".
Hablaba de las
piedras de rai, también
llamadas fae o faí, una singular moneda usada por los
yapenses durante varios siglos, aunque nadie sabe con certeza desde
cuándo.
Lo que sí se sabe es que, como detalla Furness,
"eran extraídas y
labradas en
Babelthuap, una de las islas Palaos, a 400 kilómetros al
sur, y transportadas a Yap por intrépidos navegantes locales en
canoas y balsas, atravesando un océano nada pacífico, a pesar de su
nombre".

Las primeras tenían forma de ballena - rai, en yapés - pero luego
adoptaron una forma circular con un hueco central para facilitar su
transporte.
Y es que eso era primordial, pues esas inusuales monedas podían
pesar desde 1 kilo hasta varias toneladas.
Monumentales y omnipresentes, eran y siguen siendo, llamativas.
Pero más que eso, eran la expresión física de algo fascinante.
En el Fondo del Mar
Tradicionalmente, los jefes tribales comisionaban las monedas, y
marineros y talladores experimentados se embarcaban en canoas en un
viaje de días en mar abierto y meses de trabajo agotador.
Inicialmente, las rai eran relativamente pequeñas, pero a medida que
las técnicas y las herramientas mejoraron, se volvieron aún más
grandes que quienes las tallaban con esmero.
Cuando llegaban a Yap, los jefes se quedaban con las más grandes y
una porción de las más pequeñas.
También confirmaban su legitimidad asignándoles un precio que se
pagaba valiéndose de un sistema monetario aún más antiguo:
el
yar
(moneda de concha de perla).
Así, las rai entraban en circulación.
Aunque no literalmente en
todos los casos.
"Cuando se realiza una transacción que involucra una
rai demasiado
grande para moverse, el nuevo dueño no tiene problema en que la
piedra quede en el lugar que está, siempre que se le reconozca la
propiedad", explicó el etnólogo.

Hombres portando
una antigua
moneda de piedra o rai,
la dote de una
novia en la isla de Yap.
La posesión a menudo era abstracta.
Aunque algunas rai estaban frente a los hogares de sus dueños,
muchas se quedaban en espacios públicos... o hasta en otros menos
accesibles, como contó Furness.
"Mi viejo amigo Fatumak me aseguró que en la aldea cercana hay una
familia de gran riqueza reconocida por todos. Pero nadie, ni
siquiera la misma familia, jamás vio ni tocó esa riqueza (...).
"Un antepasado de la familia, en una expedición de búsqueda de
rai,
consiguió una piedra extraordinariamente grande y valiosa.
La
cargaron en una balsa para transportarla a la isla. Pero en medio
del viaje los sorprendió una tormenta y la tripulación, para salvar
sus vidas, tuvo que echar la piedra al mar.
"Cuando llegaron a casa, todos testificaron las magníficas
proporciones y extraordinaria calidad de la piedra, y aseguraron que
no había sido culpa del dueño que se perdiera.
"Así que se aceptó que el hecho de estar bajo cientos de pies de
agua no debía afectar su valor de mercado.
"El poder de compra de esa piedra sigue, por tanto, tan válido como
si estuviese en la casa de su propietario…".
Curioso
Ese valor de mercado de las piedras rai, estuvieran donde
estuvieran, no obedecía sólo al tamaño.
Era una compleja fórmula que tenía también en cuenta el esfuerzo que
había implicado extraer la
aragonita - un tipo especial de piedra
caliza que brilla con la luz - la calidad de esa materia prima, la
finura de la artesanía y la dificultad para llevarla a Yap, así como
si se habían perdido vidas al hacerlo.
También se valoraba quién la había comisionado, tallado y poseído, y
la edad de las monedas y la riqueza de las historias asociadas con
ellas las hacían más preciadas.
Por no comprender esa fórmula, el legendario aventurero del siglo
XIX
David O'Keefe, quien ideó la forma de sacarle provecho a la
economía pétrea de Yap, provocó algo inesperado.
La leyenda cuenta que llegó a la isla en 1871 por una tormenta que
hizo que su barco naufragara y, aunque quizás no fue así, lo cierto
es que se quedó.

O'Keefe se convirtió en una
leyenda
como el "rey de
las islas caníbales"
que vivió una
idílica existencia tropical.
Su historia
inspiró la película
"Su Majestad
de los Mares del Sur -
His Majesty O'Keefe" (1954).
Yap estaba repleta de cocoteros, que daban
copra - pulpa seca de
coco, una importante fuente de aceite para lámparas - y en sus
lagunas, abundaban los pepinos de mar, una exquisitez asiática.
Con esos dos productos O'Keefe se hizo muy rico, aún más de lo
esperado pues entendió que podía pagar la mano de obra de los
isleños con el bien más preciado:
las rai...
Usó barcos a vapor, herramientas modernas y dinamita para producir y
transportar piedras más grandes y mejor labradas... pero no más
valiosas que muchas rai más pequeñas y toscas.
Como no habían sido comisionadas por ningún jefe tribal, requerían
menos mano de obra y carecían de historia, no tenían valor cultural.
Al eliminar el componente simbólico de rareza y esfuerzo, y aumentar
bruscamente la oferta monetaria, la maniobra de O'Keefe generó
'inflación'...
Y Más Curioso
Más que objetos de intercambio, las rai eran parte del tejido
social:
así no todos las tuvieran, su posesión dependía de la
memoria colectiva.
Todo el pueblo sabía quién era dueño de cada piedra, descubrió
Furness, y había quienes guardaban en sus mentes un registro
histórico de siglos de propiedad.
Aunque los discos pequeños servían para transacciones cotidianas,
los grandes eran más bien símbolos de riqueza y poder.
Se usaban como moneda, pero para ocasiones significativas, como,
dotes matrimoniales, acuerdos de guerra o regalos diplomáticos, así
como para pedir disculpas o premiar lo excepcional...
Ubicadas a menudo en lugares de baile tradicionales o ceremonias,
eran también el orgullo del pueblo, conmemoraciones del esfuerzo y
lo ancestral.
Un episodio ocurrido durante la administración alemana, a fines del
siglo XIX, demostró cuán profundamente arraigadas estaban en la vida
de Yap.

Las rai son parte
del tejido
social yapense.
Cuando las autoridades coloniales llegaron, notaron que las aldeas
estaban conectadas por senderos de coral que no molestaban los pies
descalzos de los habitantes, pero sí incomodaban a los alemanes, así
que le ordenaron a los jefes de los distritos repararlos.
La orden fue emitida y desobedecida una y otra vez hasta que se
decidió imponer una multa poco convencional.
"Por una feliz idea, la multa se exigió enviando un hombre a cada
distrito desobediente para marcar con una cruz negra un cierto
número de los rai más valiosos con el objetivo de indicar que el
gobierno había reclamado las piedras", relató Furness.
El efecto fue inmediato:
sintiéndose "tan tristemente empobrecidas",
las comunidades restauraron los caminos en tiempo récord.
Una vez cumplida la tarea,
"el gobierno volvió a enviar a sus
agentes a borrar las cruces. ¡Listo!
La multa había sido pagada, y
los miembros de la tribu recuperaron su capital y su riqueza".
¿Absurdo?
Décadas más tarde de que Furness relatara lo ocurrido entre los
alemanes y los yapenses, el economista Friedman citaría el caso, y
escribiría:
"A menos que seas una excepción, tu reacción, como la
mía, seguramente debe ser: '¡Qué torpes! ¿Cómo puede esa gente ser
tan ilógica?'."
"Sin embargo, antes de criticar con demasiada severidad a la gente
inocente de Yap, vale la pena reflexionar sobre un episodio ocurrido
en EE.UU., ante el cual bien podrían (los yapenses) tener la misma
opinión", añadió.
Contó que,
en 1932, ante el temor de que EE.UU. abandonara el patrón
oro, el Banco de Francia le pidió al Banco de la Reserva Federal de
Nueva York que convirtiera en lingotes de oro los activos que tenía
en dólares.
Para evitar el viaje del metal a través del Atlántico, los oficiales
del banco en Nueva York sencillamente apartaron el oro
correspondiente en sus propias bóvedas y lo marcaran como propiedad
francesa.
Nada se movió, pero la sola etiqueta bastó para desatar titulares
alarmistas sobre una "fuga de oro" y el debilitamiento del dólar.
Aquella transferencia invisible, tan simbólica como efectiva, fue
uno de los factores que llevaron al pánico bancario de 1933, recordó
Friedman en su artículo.

Oro en la bóveda del
Banco de
Nueva York...
¿realmente es
tan distinto?
¿Somos realmente tan distintos de los habitantes de Yap?, se
preguntó el economista.
Ellos se sintieron más pobres cuando sus rai fueron marcadas del
mismo modo que
la Reserva Federal cuando etiquetó unos lingotes en
su sótano, señaló.
Cuán diferente era la creencia del Banco de Francia de que estaba en
una posición monetaria más fuerte sólo por ciertas marcas en unas
cajas a kilómetros de distancia, y la de los Yap de que alguien era
rico por una piedra en el fondo del mar.
"¿Realmente una forma es más racional que la otra?", cuestionó...
Para Friedman, estas escenas revelaban cómo
las finanzas se apoyan
sobre 'símbolos compartidos'...
¿Acaso nuestras riquezas no son, en su
mayoría, entradas digitales, títulos en papel, acciones que nunca
vemos...?
Ambos sistemas - con sus piedras, sus lingotes, sus cuentas y
ficciones - demuestran el mismo principio:
que el dinero, en última
instancia, es un mito que decidimos creer, concluyó Friedman.
De Memoria Humana a Memoria Digital
Para cuando Friedman escribió su artículo, EE.UU. ya había
introducido el dólar en Yap, pues había gestionado el territorio de
1947 a 1986.
Cuando, hace unos años, el corresponsal de la BBC Robert Michael Poole visitó Yap, encontró que el dinero estadounidense se usaba
para transacciones cotidianas, como la compra de comestibles.
Pero para intercambios más conceptuales,
las piedras ¡seguían siendo
una moneda vital...!

Su valor se fija teniendo en
cuenta
cualidades
físicas, históricas y culturales.
La familia de Falmed, el taxista que lo recogió, por ejemplo, tenía
5 rai, herencia de un antepasado ilustre.
Solían tener dos más, pero las usaron, en una ocasión porque,
"uno de
mis hermanos le causó problemas a otra familia", reveló Falmed con
remordimiento.
El matrimonio de ese hermano había fracasado.
"La hija de uno de los
jefes recibió una rai como disculpa, y la aceptaron. Cuando se trata
de altos rangos, hay que usar moneda de piedra".
Cientos de esos extraordinarios discos gigantes siguen ahí - en los
patios de las casas, en hileras cerca de la playa o en lo profundo
de los bosques - pero más importante aún:
en la mente de quienes
saben a quién pertenecen...
Sobrevivieron como símbolo, como relato compartido, como una forma
de riqueza que no necesita moverse para tener peso.
Y en 2009, apareció la primera
criptomoneda,
Bitcoin, cuyo sistema
funcionaba como el de las piedras rai en aspectos fundamentales.
Ambos se basan en una idea poderosa:
que no hace falta ni siquiera
tocar el dinero para poseerlo o para que cambie de dueño, ni se
necesita una autoridad central para validar esa posesión o cambio.
Basta con que ¡toda la comunidad lo sepa y lo acepte...!
La diferencia es que,
los yapenses confiaban en la memoria humana
colectiva, mientras Bitcoin usa
algoritmos y criptografía...
En 1903, William Furness se maravilló ante un mundo donde la riqueza
no se contaba en billetes ni se guardaba en bancos, sino que vivía
en la experiencia compartida, en el recuerdo común y en las marcas
invisibles del prestigio.
Más de un siglo después, no estamos tan lejos de volver a lo mismo,
solo que ahora,
la memoria es digital y el consenso,
global...
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