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por Alonso González de
Nájera
12 Abril 2019
del
Sitio Web
Editorial-Streicher
Del libro del investigador y escritor español
Salvador Freixedo (1923), ex-sacerdote jesuita,
titulado 'El Cristianismo - Un Mito Más' (1986),
presentamos aquí dos capítulos, que hablan
acerca de lo que se denomina
teofagia (comerse a
una divinidad).
Para
la Iglesia Católica es lo que se llama la
'eucaristía' o 'comunión'; de la intolerante y
persecutoria actitud eclesiástica, que comenzó
tempranamente; y de algunos elementos y
narraciones de la Biblia que se constata que
figuran de manera más antigua en otras culturas,
más algunos otros datos relacionados.

EL CRISTIANISMO - UN MITO MÁS
(Capítulos 11
y 12)
por Salvador
Freixedo
1986
Capítulo 11 -
TEOFAGIA
Comerse a 'Dios' es una frase que tendría que sonar
monstruosamente en los oídos de cualquier persona racional y
civilizada.
Y sin embargo en el
cristianismo, aunque velada con términos místicos, no sólo es una
frase habitual y perfectamente admitida sino que es una realidad
cotidiana, si hemos de creer lo que nos dicen los teólogos y
jerarcas.
La teología cristiana no
sólo tiene la audacia de hacer encarnar a ''Dios'', y hacerlo
morir de manera ignominiosa sino que se atreve a encerrarlo, gústele
a 'Dios' o no, en un pedazo de pan, en virtud de un abracadabra que
poseen ciertos seres humanos y que pueden utilizar cuando les venga
en gana.
Éste es ni más ni menos el poder que tienen los sacerdotes católicos
y episcopales de "consagrar", convirtiendo mediante unas sencillas
palabras el pan y el vino en el verdadero cuerpo de Cristo.
Y cuando
la Iglesia Católica dice "consagrar" no está diciendo que acepta el
pan como un símbolo o que dedica aquel vino a que represente la
sangre de Cristo. Para la Iglesia Católica "consagrar" significa
cambiar o convertir radicalmente una cosa en otra. En este caso
cambia la sustancia del pan y del vino en el cuerpo del Cristo.
Éste es el importante dogma de la transubstanciación o del cambio de
sustancia que se da en la materia del pan y del vino. Las palabras
con las que se enuncia semejante fenómeno son sencillas, pero lo que
ellas encierran es de tal envergadura que se necesitaría todo un
libro para poder explicarlo.
Intentaremos un poco ingenuamente explicar en un capítulo lo que ha
tomado centenares de libros, en pro y en contra, concilios,
escisiones seculares en la Iglesia y, forzoso es decirlo, ríos de
sangre.
Pero antes de nada, tendremos que tener en cuenta, que a
pesar de tratarse de algo tan importante, por lo menos una cuarta
parte de los cristianos del mundo no admite el dogma de la
transubstanciación tal como lo entienden los católicos.
Y si bien es
cierto que en la Iglesia griego-ortodoxa lo admiten poco más o menos
como los católicos, también es cierto que en la actualidad hay
millones de católicos que en la práctica no lo admiten ya que no se
acercan nunca a recibir la comunión, y si se les preguntase cómo
entienden ellos el dogma, a duras penas podrían saber de qué va la
cosa.
Ante algo tan importante dentro de la Iglesia, uno de nuevo tiene
derecho a suponer que tal creencia ha tenido que ser clara y
definitiva desde un principio y que tiene que haber sido instituida
de una manera completamente definida por el mismo Cristo.
Pero de
nuevo nos encontramos con la inexplicable realidad de que la cosa no
ha estado nada clara nunca, y que esa falta de claridad viene desde
el momento mismo en que el rito fue instituido por Jesucristo, si es
que en realidad él pretendió instituir un rito.
Por supuesto que
para quien estudie u hojee un manual de teología católica, el
sacramento de la eucaristía no presenta duda alguna; fue instituido
por el mismo Cristo tal como lo cree y practica en la actualidad el
catolicismo, y en la Iglesia no ha habido nunca duda acerca de ello.
Pero las cosas distan mucho de ser así, como veremos enseguida.
Según la teología católica, el
sacramento de la eucaristía lo
instituyó Cristo en la Última Cena, tal como nos lo cuenta Mateo en
el capítulo 26 vers. 26-29
"Mientras estaban comiendo tomó Jesús pan y pronunciada la bendición
lo partió y dándoselo a sus discípulos dijo: "Tomad, comed, éste es
mi cuerpo".
Tomó luego un cáliz y dadas las gracias se los dio
diciendo: "Bebed de él todos, porque ésta es mi sangre de la alianza
que va a ser derramada por muchos para remisión de los pecados".
Que Cristo quisiera establecer un pequeño rito en medio de una
comida familiar o fraternal, con el cual recordasen las generaciones
futuras el sacrificio que él estaba a punto de hacer, no hay
dificultad alguna en admitirlo.
Pero de eso a todo el mito
eucarístico que tenemos en la actualidad, tal como se manifiesta,
por ejemplo, en una misa pontifical, con todo su montaje
dogmático-litúrgico-folclórico, hay un abismo.
Deducir de las
sencillas palabras de Cristo en la Ultima Cena la increíble doctrina
de la transubstanciación es tener una imaginación demasiado viva. Y
admitir, por otro lado, semejante cosa, es demostrar demasía
credulidad.
Porque
la Iglesia católica ha enseñado durante los últimos quince
siglos, sin tener de ello la más mínima duda, que después de las
palabras del sacerdote en la consagración, aquello que parece pan y
vino, deja de serlo para convertirse en el verdadero cuerpo y sangre
de Jesucristo.
Es decir, que el que toca el pan está tocando a
Cristo en persona, y el que bebe el vino está bebiendo la sangre de
Cristo.
En su afán por enfatizar el acto conmemorativo de la Ultima Cena de
'Jesús', los piadosos Padres de la Iglesia y las autoridades romanas
se extralimitaron. Creer semejante exageración es renunciar al
sentido común y a la racionalidad más elemental.
Los Protestantes
han considerado las palabras de Jesús y el rito recibido de la
primitiva iglesia cristiana, como algo simbólico.
Se atienen a las
palabras finales del mismo rito de la consagración "Haced esto en
recuerdo mío", es decir,
"Bendecid el pan como yo lo he bendecido y
comedlo fraternalmente entre Vosotros, y al hacerlo, acordaos de
estos momentos en que estoy con vosotros, muy poco tiempo antes de
mi pasión". (...)
Una de las principales causas de que no hubiese más herejías en
cuanto al dogma de la eucaristía y en cuanto a muchas otras cosas
discutibles dentro de las creencias cristianas, es el miedo.
En
cuanto se produjo el maridaje de los poderes civil y eclesiástico - entre los siglos VI y VII
- la represión comenzó a apretar más y más
las gargantas de los que querían disentir.
A veces los obispos
farisaicamente, para no mancharse de sangre, remitían a los
disidentes al "brazo secular", aun a sabiendas de que el "brazo
secular" era feroz.
Y por su parte, las potestades civiles se valían
de las "herejías" de ciertos disidentes sociales para sacarlos del
medio.
Para darle al lector una somera idea de cuán pronto los
representantes de aquél que se llamó a sí mismo "manso y humilde de
corazón" empezaron a ser intolerantes y a reprimir toda idea
religiosa que no estuviese de acuerdo con las suyas, le daremos un
brevísimo panorama de cómo estaban las cosas en este particular en
la Edad Media, una vez que los gobernantes de la mayoría de las
naciones de Occidente habían abrazado ya el cristianismo.
Tan temprano como en el año 385 fue degollado en Tréveris (Alemania)
el piadoso obispo de Ávila, Prisciliano, con todos sus compañeros de
herejía.
La sentencia oficial dictada por el Emperador
Máximo los
acusa del "crimen de magia", pero la realidad era que Prisciliano,
aparte de ser un purista y un severo censor de las costumbres
relajadas del clero y del pueblo cristiano, era un librepensador en
cuanto a la interpretación de las Sagradas Escrituras.

Ciudad de Ávila
España
Es cierto que el autor material de la condena y del suplicio fue el
Emperador, pero detrás de él había dos Pilatos - los obispos Hidacio
e Itacio - lavándose y frotándose las manos.
Ellos, como en tantas
otras ocasiones en la historia de la Iglesia y de Europa, fueron los
que indujeron a las autoridades civiles a que castigasen las
herejías que eran un "peligro para la estabilidad del reino".
No se
puede negar que siempre ha habido voces de eclesiásticos que se
levantaron contra semejantes monstruosidades que van contra la
esencia del Evangelio.
Pero tampoco se puede negar que el
pensamiento general, y en épocas oficial, de la Iglesia fue el de
favorecer la represión absoluta de toda doctrina que fuese contra
los dogmas esenciales, sin excluir la pena de muerte.
Vea el lector
con qué mojigato cinismo uno de los más famosos pontífices de la
Historia, León Magno, aconseja en una carta a Toribio, obispo de
Astorga (siglo V) a propósito de las torturas a los herejes:
"...si es cierto que la mente sacerdotal
rehúye los castigos
cruentos, también es cierto que pueden ayudar las severas leyes de
los príncipes cristianos, porque hay gente que recurre al remedio
espiritual cuando temen el suplicio corporal".
¡Qué frecuente ha sido esta untuosidad y gazmoñería eclesiástica en
palabras tras las cuales sólo hay política, ambición o deseos de
venganza!
De sobra sabía León Magno cómo eran de bárbaras las
"severas leyes de los príncipes cristianos".
Por las mismas fechas,
Juan Crisóstomo en Oriente decía que la Iglesia no puede matar a los
herejes, pero sí reprimirlos, quitarles la libertad de hablar y
disolver sus reuniones.
Me permito en las líneas siguientes
extractar unos párrafos de la "Historia de la Iglesia" de la
Biblioteca de Autores Cristianos, escrita por tres
jesuitas, a los
que no se puede acusar de detractores de su propia Iglesia.
Todavía sin salirnos del punto de vista prejuiciado con el que
narran la historia los tres autores jesuitas, nos encontramos con el
"bárbaro rigor", tal como ellos definen las salvajadas de Pedro II
de Aragón contra los valdenses.
Felipe Augusto de Francia hizo
quemar a ocho
Cátaros en Troyes en 1200, uno en Nevers al año
siguiente, otros muchos en 1204, y obrando como rey "christianissimus
et catholicus", hizo quemar a todos los discípulos de Amaury de
Chartres:
hombres, mujeres, clérigos y laicos.
Y todo esto no fueron
más que los comienzos de las horrendas matanzas que en los primeros
quince años de ese mismo siglo habría en el Sur de Francia, con
motivo del exterminio de los Cátaros.
Estos "herejes" que si de algo
pecaban era de ser fanáticamente puristas y austeros, y de haber
estrechado la interpretación de las Escrituras hasta límites
enfermizos, fueron salvajemente exterminados por varios caudillos "cristianísimos" entre los que sobresalió una bestia humana llamada
Simón de Montfort al que el Papa Inocencio III le dio el título de
"católico ferviente y admirable" y de "hijo predilecto del Papa",
títulos a los que el propio Concilio de Letrán añade el de "Paladín
de la cristiandad".
No hay palabras con que describir los horrores de esas "guerras
religiosas", ni el odio fanático que rezumaban los "cruzados", ni
las mundanas intrigas de los "vicarios de Cristo" que por esa época
regían los destinos de la Iglesia, entre los que descolló Inocencio III. (...)
Según nos cuenta Gerard de Sede en "El Tesoro Cátaro", en la toma de
Beziers por las huestes de Simón de Montfort en 1209, murieron
alrededor de 20.000 personas en su mayoría cátaros; y otros 20.000
en la toma de Muret en 1212.
Y no se crea que todos esos horrores se
debían al fanatismo de algunos exaltados como Simón de Montfort, o a
las ambiciones políticas disfrazadas de celo religioso del rey Pedro
de Aragón, no.
En todas esas salvajadas de comienzos del siglo XIII
que ennegrecen la historia del cristianismo nos encontramos en
primera fila a obispos alentando al asesinato y al exterminio de los
"enemigos de la santa religión". Y no sólo a obispos; el mismo Papa
es el principal instigador de todos esos horrores.
Éste envía como
legado a Pierre de Castelnau quien, al no lograr lo que pretendía
del conde de Tolosa, Raimundo VII, lo excomulga y pronuncia la
célebre frase:
"Quien os desposea, bien hará, y quien os hiera de
muerte, bendito será".
Ante esto, Inocencio III hace un llamamiento en pro de una cruzada
para exterminar a los cátaros y publica para ello una bula.
He aquí
un resumen de ella, en la que uno se queda pasmado viendo con qué
cinismo se usa el nombre de 'Dios' y con qué engreimiento se mezclan
las ambiciones humanas con los castigos 'divinos':
"Consideramos que debemos advertir a nuestros venerables hermanos
los obispos y a exhortarlos por el Espíritu Santo, ordenándoles
estrictamente que hagan tomar fuerza a la palabra de paz y de fe
sembrada por Pierre Castelnau..."
"En cuanto a aquellos que virilmente se ciñan y armen contra estos
herejes apestados que atacan a la vez la paz y la verdad, se les
promete con toda seguridad la remisión de sus pecados, concedida por
'Dios' y por su Vicario..."
Continúa animando a los súbditos del conde a que se rebelen contra
él y se queden con sus tierras y posesiones, y termina con esta
arenga:
"¡Adelante, pues, soldados de
Cristo!
¡Esforzaos por pacificar estas
poblaciones en nombre del dios de paz y amor! ¡Aplicaos a destruir
la herejía por todos los medios que 'Dios' os inspire!".
Por lo que hemos visto más arriba, el medio que 'Dios' y sus
representantes les inspiraron fue el fuego, la horca, el degüello y
el pillaje.
Según los historiadores, el total de muertos por los dos
bandos en la "Cruzada" contra los cátaros y albigenses (que se
extendió todavía durante todo el siglo XIII) supera las 100.000
personas...
Pero volvamos a las herejías específicas contra la
eucaristía.
Todos estos sacros horrores que acabamos de mencionar fueron traídos
para explicarle al lector una de las razones de por qué no hubo
herejías contra la eucaristía hasta tan tarde en la historia de la
Iglesia.
Por lo que el lector acaba de ver, a medida que fue pasando
el tiempo, se fue haciendo más difícil discrepar, y entrado ya el
siglo XIV (y el XXI. NdE.) discrepar en cuestiones religiosas en la
mayor parte de Europa era sinónimo de cárcel o de muerte, una vez
instituido el
Santo y Demente Tribunal de la Inquisición.
La doctrina de la transubstanciación fue resistida y contestada
desde los primeros tiempos del cristianismo.
Aunque la palabra
"transubstanciación" no aparece hasta el siglo XII, usada por
Hildeberto de Lavardin, lo que con ella quiere decir la Iglesia en
la actualidad ya era ciertamente defendido por algunos autores en
los comienzos del cristianismo.
Pero probablemente era una
afirmación minoritaria, ya que nos consta que muchos de los
principales teólogos de los tres primeros siglos tenían opiniones
diferentes de cómo había que entender la presencia de Cristo en la
hostia. (...)
Las ideas no estaban muy claras y, ante un hecho tan
extraño como la conversión de un pedazo de pan y de un vaso de vino
en nada menos que el cuerpo y la sangre de 'Dios', los Doctores y el
pueblo preferían no ahondar, dejándolo a la imaginación de cada uno.
En los siglos IX y X aparecieron las primeras dudas y controversias
en Francia, sobre todo, protagonizadas por Pascasio Radberto,
Rabán
Mauro y Escoto Eriúgena, del cual son estas palabras, que confirman
lo que venimos diciendo acerca de la poca claridad en torno al tema:
"El sacramento del altar no es el verdadero cuerpo y sangre del
Señor sino solamente un recuerdo de su verdadero cuerpo y sangre".

En el siglo XI Berengario de Tours se rebela abiertamente contra la
doctrina de la transubstanciación, y a partir de entonces,
valdenses, cátaros, albigenses, y los grandes reformadores
Protestantes, con Lutero a la cabeza, se unen a esta rebelión contra
la presencia "real" de Cristo en la Eucaristía.
La doctrina sobre la
eucaristía no es, pues, unánime en el cristianismo.
A lo que tenemos
que añadir que la doctrina "eucarística", es decir, la creencia de
que 'Dios' se hace comestible, por increíble que esto suene, tampoco
es original del cristianismo como enseguida veremos. De hecho, es
algo que lo llena a uno de admiración el encontrarse el mismo rito y
la misma creencia, tan extraños de por sí, en otras religiones.
Esto
lo lleva a uno a pensar que tiene que haber un secreto y profundo
mecanismo que inconscientemente fuerza al ser humano a inventar y a
practicar semejantes creencias y ritos.
Si esto lo encontrásemos
sólo en una religión se lo achacaríamos a la mente especialmente
calenturienta del visionario fundador.
Pero no es así. El rito
eucarístico, de una u otra forma, lo encontramos en unas cuantas
religiones anteriores al cristianismo y practicado con la misma fe y
la misma entrega de mente con que se practica y se cree en el
cristianismo de hoy.
Esto nos lleva a pensar en la teoría de los arquetipos de Jung, esos
modelos universales hacia los que tiende la mente humana de una
manera inevitable e inconsciente.
Nos lleva a pensar en la necesidad
profunda que el hombre siente de seguridad, de sentirse protegido
por 'Dios'; y la manera mejor de lograrlo es sintiéndose físicamente
fundido con él, tal como lo logra en la eucaristía, comiéndoselo. Es
una forma primitiva e irracional de solucionar el profundo miedo
vital, la constante incertidumbre que el ser humano tiene ante la
existencia y ante el Universo.
Creo que hay otras maneras más
radicales de explicarse este extrañísimo rito de la comunión; pero
no es este libro el lugar adecuado para discutirlas.
Veamos ahora cómo se practicaba la eucaristía en las religiones
anteriores al cristianismo.
En la misma Biblia tenemos en los
capítulos 14 y 18 del Génesis una temprana noticia acerca del pan y
del vino consagrados como alimento religioso. Se trata del pasaje en
el que Melquisedec, rey y al mismo tiempo sacerdote de una religión
pagana, bendijo a Abraham, padre del judaísmo.
Faltaban entonces
alrededor de años para que naciese Cristo.
Pero no es esta la
primera ocasión en que el pan y el vino aparecen como principales
elementos litúrgicos, y por ello no es extraño que Melquisedec
conociese y practicase el rito, ya que en toda aquella región se
practicaba desde tiempos inmemoriales, a juzgar por los documentos
que han llegado hasta nosotros.
En efecto, los persas practicaban unas ceremonias que se parecían
mucho a nuestro sacramento de la comunión.
Los que eran iniciados en
los misterios de Mitra tomaban el pan y el vino sagrados, y eran
marcados en la frente con una cruz, tal como luego lo practicaban
algunos cristianos en la misma Roma a donde los persas habían
llevado sus ritos.
Tan parecidos eran los cultos de Mitra y muchas de las creencias del
mitraísmo y el mazdeísmo, que los Padres de la Iglesia tuvieron que
salir en defensa del sacramento de la eucaristía.
He aquí las
palabras con que lo defiende Justino mártir (año 170):
"Habiendo Cristo tomado el pan, después de dar gracias, dijo:
'haced
esto en memoria mía; esto es mi cuerpo'. Y habiendo tomado una copa,
dando de nuevo gracias, dijo: 'ésta es mi sangre'. Y se la dio a
todos ellos.
Esta ceremonia, los malos espíritus, únicamente por
imitarnos, se la han enseñado a hacer a los que practican los
Misterios y los ritos de iniciación de Mithra.
Porque vosotros
sabéis o debéis saber que en la consagración de la persona que es
iniciada en los
Misterios de Mithra, se le dan, con ciertas
encantaciones, pan y una copa de vino o de agua".
(Apol. 1 cap. XVI)
Tertuliano (año 200) en su libro "De Praescriptione Hereticorum",
cap. XI, dice poco más o menos lo mismo.
Y fue este Padre de la
Iglesia el primero que empezó por esta misma razón a llamarle a
Satanás el "mono de 'Dios'," porque imitaba las creencias y ceremonias
de la verdadera Iglesia de 'Dios'.
Es de notar que en los Misterios
del "Señor" o del "Salvador" - como los persas llamaban
a Mithra
- lo
más frecuente era que mezclasen el agua con el vino, que es, ni más
ni menos, lo que la Iglesia cristiana ha hecho siempre y continúa
haciéndolo aún hoy en la celebración de la Misa.
Otras ocasiones en las que vemos aparecer el agua y el vino al mismo
tiempo que el trigo en las ceremonias sagradas, son los famosísimos
Misterios de Eleusis, los
Misterios de Adonis y los que se
celebraban en honor de Ceres y de Dionisos.
Algún cristiano piadoso me dirá que aquello era diferente. Que la
analogía del pan y del vino es sólo una cosa circunstancial, porque
en el cristianismo no sólo bendecimos el pan y el vino sino que nos
los comemos creyendo firmemente que en ellos está el cuerpo de
nuestro 'Salvador'.
Pero resulta que en los Misterios citados de las
religiones antiguas también se comían el pan y se bebían el vino, y
los que lo hacían creían comer la carne de Ceres y beber la sangre
de Dionisos.
La copa de vino consagrado que se hacía circular entre
los iniciados se llamaba la copa del "agazodemon" es decir, la copa
del "buen espíritu".
Y si de Roma y Grecia nos vamos a Egipto nos
encontraremos con un viejo papiro en el que se halló esta frase:
"Que este vino se convierta para mí en la sangre de Osiris".
En Egipto la comunión se practicaba con una especie de oblea gruesa
compuesta con harina de trigo, miel y leche en la que se imprimía la
señal de la cruz.
Tanto ellos como los griegos celebraban una cena
ritual a la que llamaban "ágape" en la que practicaban la comunión,
lo mismo que hicieron los primeros cristianos durante medio siglo,
hasta que, debido a los abusos que Pablo denuncia en sus cartas,
separaron el "ágape" de la propia eucaristía, celebrando uno por la
mañana y otra por la noche.
He aquí cómo Epifanio (325-403) nos
narra el rito eucarístico de los gnósticos marcosianos, el cual, por
supuesto, para él era puramente demoníaco por los prodigios que allí
sucedían:
"En la fiesta congregacional de la Eucaristía llenaban los
marcosianos de vino blanco tres grandes vasos de finísimo y
transparente cristal.
Durante la ceremonia, el vino tomaba, a la
vista de todos los fieles, un color rojo de sangre que cambiaba
después a púrpura y por último a azul celeste.
Entonces el
celebrante entregaba uno de los vasos a una mujer de la congregación
para que lo bendijera, y hecho esto, trasegaba el celebrante su
contenido a otro vaso mucho mayor diciendo:
'Que la gracia de
'Dios' inconcebible e inexplicable que domina todas
las cosas, llene tu interno ser y acreciente el conocimiento
del que está dentro de ti'..."
(Epifanio, "Herejías" XXXIV).
Los judíos también tienen su pan y vino rituales, al igual que lo
tenían los enigmáticos druidas.
Y si nos remontamos milenios atrás
nos encontraremos con el misterioso "soma" de los hindúes: una
bebida sagrada - que también era considerada como un dios - que una
vez tomada, hacía experimentar al creyente una identificación con la
divinidad.
En la comunidad esenia de Qumram también tenían el rito de la "Cena
Sagrada", que algunos han considerado como el antecesor directo de
nuestra misa, ya que es un hecho histórico que muchos de los
primitivos judeo-cristianos - antes de hacerse la definitiva
separación del judaísmo y del cristianismo - eran esenios.
Y terminaré esta somera presentación de ritos de otras religiones
relacionados con la eucaristía, con lo que el historiador José
Acosta S.J. nos cuenta en su magna "Historia Natural y Moral de las
Indias" (1590).
El jesuita, que recorrió gran parte de América
estudiando con mucho cuidado las costumbres y religiones de los
indios, se asombraba al encontrarse en muchas ocasiones, en tribus y
razas completamente diferentes, con que aquellos indios practicaban
ceremonias que parecían calcadas en las del cristianismo:
"Lo que es admirable en el odio y la altanería de Satanás, es que no
solamente ha falsificado idolátricamente nuestros ritos y
sacrificios sino también nuestros sacramentos con ciertas
ceremonias.
Cristo nuestro
señor los instituyó y la Santa Iglesia
los usa, pero Satanás tiene especial interés en imitar de alguna
manera el sacramento de la comunión, que es el más excelso y divino
de todos".
El buen Acosta, para explicarse lo
inexplicable, acude de nuevo a la
tesis de Satanás como el "mono de 'Dios'" que ya habíamos encontrado
en Tertuliano y Justino Mártir.
Pero sospechar que su punto de
vista, su propia creencia, su sagrada religión, sea la que está
imitando a otras, o simplemente sea una religión falsa más, ni se le
pasa por la cabeza.
Y para gran desgracia de la Humanidad, todos los fieles creyentes de
todas las religiones piensan igual. ¡Qué débil es la mente humana en
ciertos aspectos!
La profunda explicación de un rito tan raro como
la eucaristía-comunión, y de un hecho tan extraño como la presencia
de él en tantas religiones tan separadas en el tiempo y en el
espacio, es la que apuntamos más arriba, y, en el fondo, la que
Freud señaló hace ya mucho tiempo:
el miedo...
El miedo a
la muerte y el miedo al 'más allá'...
La necesidad profunda
que el ser humano tiene de sentirse protegido y defendido por
alguien más poderoso que él. De ahí que quiera identificarse con eso
que él llama "Dios", en lo que simboliza todo el misterio de la vida
y de la muerte y toda la energía impulsora del Universo.
La mente del hombre, aterrada ante su propia tumba abierta
esperándole, y sin saber a punto fijo a dónde va - ni si va a alguna
parte - se vuelve loca, y en su delirio comienza a fantasear cosas
disparatadas:
inventa dioses, los hace bajar del cielo
"encarnándolos", comer, caminar, llorar y sufrir, hasta que acaba
matándolos.
Pero como el miedo persiste, la mente sigue delirando y
los hace resucitar, les hace prometer que volverán, (la famosa "Segunda Venida" que también es frecuente en las otras religiones)
hasta que, en el colmo de su delirio, los hace convertirse en pan y
acaba comiéndoselos para sentirse identificada con ellos.
Por eso lo que tiene que hacer un espíritu evolucionado es respetar
la fe infantil de los que creen que 'Dios' es comestible.
Pero por
otro lado, el hombre verdaderamente adulto debe ayudar a que sus
hermanos dejen de ser niños, religiosamente hablando, y superen los
profundos traumas mentales a que fueron sometidos en su niñez y que
son los que en la actualidad no les dejan ver que su religión,
considerada en bloque, es sólo otro mito más.
Capítulo 12 - PARALELOS
Aunque ya hemos ido mostrando muchos puntos en que el cristianismo
coincide sospechosamente con otras religiones, presentaremos en este
capítulo una somera lista de personajes, creencias y ritos, que ya
existían o se practicaban antes de nacer Cristo; y en ocasiones,
antes de que Moisés escribiese el Pentateuco, si es que en realidad
fue Moisés el autor de los cinco libros fundamentales del Antiguo
Testamento.
De hecho, hoy día, tal como ya apuntamos anteriormente, los
especialistas de la Biblia, católicos, protestantes y judíos, saben
a ciencia cierta que en los cinco primeros libros de la Biblia han
intervenido unas cuantas manos, que proceden de dos o tres fuentes,
y repiten hechos, leyendas y mitos de otras culturas más antiguas,
que acomodan, en ocasiones, al pueblo de Israel.
Referente a los ritos pre-cristianos comencemos diciendo algo sobre
el antiquísimo rito de lavar, bañar o purificar con agua, que en la
Iglesia cristiana recibe el nombre de sacramento del bautismo.
El
cristianismo no hizo más que incorporar a sus creencias y ritos algo
que ya se practicaba en muchas religiones.
Es cierto que tuvo cierta
originalidad en cuanto a la explicación de la causa que motiva el
rito - el pecado original - pero en cuanto a éste, casi no pudo hacer
otra cosa que repetir lo que ya se practicaba.
La simbología del
lavado y de la purificación con agua, apenas deja margen para
innovaciones.
Es cierto también que en el cristianismo poco a poco, y dependiendo
de las diversas regiones, se ha ido adornando la acción de bañar y
lavar con nuevas adiciones, a veces un poco descabelladas pero en el
fondo se conserva la misma ceremonia:
al recién nacido o al iniciado
se le baña o se le lava de alguna manera con agua, simbolizando la
purificación que su alma recibe.
Todos los que eran iniciados en los Misterios de Baco y de Mitra,
eran admitidos por medio de un bautismo con el que lograban la
regeneración.
Siglos antes de que el cristianismo llegase a los
países del Norte de Europa, ya los daneses, suecos, noruegos e
islandeses bautizaban a sus hijos, al mismo tiempo que les imponían
un nombre, tal como leemos en los poemas épicos
Hávamál y
Rigsmal.
Este rito de "lavar ritualmente" a los recién nacidos, al mismo
tiempo que se les lavaba de los líquidos maternos de que venían
empapados al momento de nacer, es algo que vemos con cierta
frecuencia en pueblos antiguos.
Los etruscos, por ejemplo, los
marcaban en la frente con una cruz en el momento de imponerles el
nombre, y al mismo tiempo los sumergían en el agua. Mayor paralelo
con nuestro bautismo no se puede dar...
Y no sólo los seres humanos mortales eran bautizados, sino que es
frecuente encontrar en las diferentes mitologías que los
"inmortales" eran también bautizados en el momento de presentarse
como hombres.
Veamos lo que a este respecto nos dice
Lloyd M.
Graham:
"Los dioses de la India, Grecia y Egipto eran de hecho bautizados
todos, y al
dios sumerio Anu lo llamaban el Bautizador. Y en sus
bautismos invariablemente sucedían fenómenos sobrenaturales".
En el evangelio podemos efectivamente recordar cómo en el bautismo
de Cristo los cielos se abrieron y se oyó una voz que decía:
"Éste
es mi Hijo amado en quien me complazco". (1)
(1) Señalaré como hecho harto curioso, que en el
'bautismo de Cristo'
se apareció una paloma revoloteando, a la que, como era de esperar,
la tradición identifica con el Espíritu Santo. Es un hecho bien
conocido dentro de la paranormalogía la aparición de palomas
extemporáneas en momentos cruciales de la Historia.
Para que el lector tenga una idea de cómo se forma el tinglado
teológico, le transcribiré una nota de la muy seria "Biblia de
Jerusalén", a propósito del tema que estamos tratando:
"El rito de inmersión, símbolo de purificación o de renovación, era
conocido en las religiones antiguas y en el judaísmo (bautismo de
prosélitos, esenios, etc.).
Aun inspirado en estos precedentes, el
bautismo de Juan se distingue de ellos por tres rasgos principales:
-
apunta a una renovación no ya ritual, sino moral
-
no se
repite, y cobra por ello el aspecto de una iniciación
-
tiene un
valor escatológico, ya que introduce, en el grupo de los que
profesan, una espera activa del Mesías próximo y constituye por
anticipado su comunidad
Su eficacia es real pero no sacramental,
puesto que depende del Juicio de 'Dios', que aún ha de venir en la
persona del Mesías, cuyo fuego purificará o consumirá, según que se
esté bien o mal dispuesto, y quien únicamente bautizará "en el
Espíritu Santo".
Este bautismo de Juan aún será practicado por los
discípulos de Cristo hasta el día en que quede absorbido por el
nuevo rito instituido por Jesús."
Toda esta palabrería,
dicha en términos teológicos, no es más que una pura jerga
ininteligible, salida de las bienintencionadas y calenturientas
mentes de piadosos varones que, a fuerza de imaginar, acaban
haciendo un dogma impresionante pero hueco.
Los autores de esta cita nos acaban de confesar que el rito de
inmersión ya existía antes de nacer Jesús; por lo tanto, no fue
original de él, aparte de que, según parece, Cristo nunca bautizó a
nadie, ni siquiera a sus apóstoles, cosa harto extraña si en
realidad hubiese querido instituír un nuevo rito.
Y ya que he hablado de las mentes bienintencionadas de los teólogos
y demás escritores piadosos, me permitiré un breve paréntesis para
expresarle al lector ciertas dudas.
A veces uno no puede menos de sospechar de la buena intención de
ciertos apologistas del cristianismo, cuando lee lo que escriben. Da
la impresión de que cuando la realidad es desagradable o va contra
sus teorías, la disimulan con tales palabras que sólo los entendidos
son capaces de descifrarlas.
Y si esto pasa en nuestros días, cuando
saben que pueden ser acusados de inexactos, ¿qué no habrá pasado a
lo largo de tantos siglos?
Sin salirnos del tema, veamos cómo se comenta en la misma Biblia de
Jerusalén el episodio de la institución del bautismo por Cristo.
El
texto del evangelio (Mateo 28:18) dice así:
"Me ha sido dado todo
poder en el cielo y en la tierra. Id pues, y haced discípulos a
todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo".
Pues bien, he aquí el comentario de los escrituristas:
"Es posible que esta fórmula se resienta, en su precisión, del uso
litúrgico establecido más tarde en la comunidad primitiva.
Se sabe
que el libro de los Hechos habla de bautizar 'en el nombre de Jesús'. Sea lo que fuere de estas variaciones, la realidad profunda
es la misma".
Estas retorcidas palabras significan esto:
"La fórmula 'en el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo' no fue probablemente
dicha por Cristo, sino que, influída la Jerarquía por fórmulas
posteriores adoptadas por algunas iglesias, se la impuso a toda la
Iglesia; y se intercaló, como si fuese original, en copias
posteriores de los evangelios.
Por el libro de los
Hechos de los
Apóstoles sabemos a ciencia cierta que el bautismo en un principio
se hacía únicamente 'en el nombre de Jesús' y no invocando a
la 'Santísima Trinidad'."
Y lo más peligroso de todo es la mentalidad que asoma en la frase,
"sea lo que fuere de estas variaciones, la realidad profunda es la
misma".
Dicho en otras palabras más inteligibles:
"Como el dogma de
la Santísima Trinidad es un dogma del que no se puede dudar, no
importa que el texto de los Evangelios haya sido adulterado para
achacarle a Cristo palabras que nunca dijo; puesto que este error
nos lleva a algo que es absolutamente cierto, porque es dogma de fe,
lo toleraremos".
Y así, con los buenos deseos de unos, las imaginaciones de otros,
las manías de unos terceros, las interpolaciones y malas
traducciones de unos cuartos, y los silencios cómplices de unos
quintos, el cristianismo ha ido elaborando un dogma que hoy lo
aprisiona como una camisa de fuerza que le impide evolucionar.
Pero volvamos a otro de los muchos paralelos entre el cristianismo y
otras religiones y culturas más antiguas.
Si saltamos del Nuevo Testamento al Antiguo nos encontraremos con su
figura principal, Moisés. Este personaje ha pasado a la Historia
como el legislador por excelencia ya que recibió "la ley" nada menos
que del mismo 'Dios'.
La tradición, nos dice que recibió los
mandamientos grabados en dos tablas de piedra.
El cristianismo, y
mucho más el judaísmo, tienen este hecho por algo fundamental en su
religión y se sienten orgullosos de ello como algo "único". Pero
¡cuán lejos están de la verdad...!
Oigamos nuevamente a Lloyd M.
Graham:
"El conocimiento de otras culturas nos ayuda a comprender mejor los
hechos de la Biblia.
Por ejemplo, comprenderemos mejor todo el
episodio de Moisés en el Sinaí recibiendo las tablas de la ley, si
sabemos que Mises - el Moisés de los asirios - escribió sus leyes en
dos tablas de piedra.
Dioniso, el dios legislador griego, es
representado teniendo en sus manos dos tablas de piedra en las que
está grabada la ley.
Minos, el rey de Creta, recibió de
'Dios' las
leyes para su pueblo en un monte llamado Dicta.
Los persas afirman
que sus leyes les llegaron de la misma manera: Cuando Zoroastro se
hallaba orando en una cueva se le apareció 'Dios' en medio de rayos y
truenos, y le entregó el Zend-Avesta o 'Libro de la Ley'.
¿Dónde está
la originalidad de Moisés y de la Biblia?".
Siglos antes de Moisés, vivió
Hammurabi en Babilonia, al que según
la tradición, Shamash, el 'Dios'-Sol, le entregó el famoso Código
titulado,
"Leyes de la Rectitud que Hammurabi, el Poderoso y Justo
Rey, Ha Establecido para Beneficio del Débil y del Oprimido, de las
Viudas y de los Huérfanos".
Y es bien sabido que en los puntos en
que las leyes de Moisés y las de Hammurabi son paralelas, las del
rey de Babilonia superan a las del caudillo hebreo, que casi con
seguridad se "inspiró" en ellas.
Este Mises de la mitología asiria y fenicia de que nos habla Lloyd
M. Graham sería una copia perfecta de Moisés si no hubiese existido
antes que él.
Juzgue el lector:
De niño, su madre no tuvo más
remedio que ponerlo en una cestilla embreada y dejarlo ir, corriente
abajo por el río. Y esa fue la razón - al igual que en Moisés - de que
lo llamasen Mises. (2)
Lo representaban con unas protuberancias en
su frente. (3)
(2) Es decir "el salvado de las aguas". Es curiosísimo el hecho
frecuente de que los nombres de los lugares y personajes míticos que
desarrollan papeles semejantes (en culturas o religiones separadas
por miles de años y de kilómetros), sean iguales o muy parecidos.
Ello nos hace sospechar de causas profundas que se escapan a la
lógica normal, y nos indica también la importancia de los sonidos o mantrams, a los que tan poca atención les prestamos en Occidente.
Los dioses, cuando adquieren familiaridad con un mortal, suelen
cambiarle el nombre. La propia Biblia es testigo de ello en
repetidas ocasiones.
(3) La Biblia dice que "cuando Moisés bajó de la montaña de hablar
con Yahvé, no sabia que su faz tenía dos cuernos" (Éxodo 34:29).
Esta frase podía leerse en nuestras Biblias hasta hace apenas
algunas decenas de años. Ahora nuestras Biblias dicen: "Cuando
Moisés bajó del monte Sinaí llevaba las dos tablas del testimonio y
no sabia que la piel de su rostro se había vuelto radiante por haber
hablado con Yahvé". Los lingüistas comprobaron durante sus
investigaciones que en los textos hebreos figuraba la palabra qaran,
que significa "emitir rayos". Pero al no existir las vocales en la
lengua hebrea, Jerónimo interpretó la palabra como qeren, que
significa "llevar cuernos" (*).
Es posible que los cuernos de Moisés fueran una reminiscencia de los
tiempos de idolatría, ya que al dios Baal también lo representaban
con cuernos. Y no solo él y los dioses paganos llevan cuernos, sino
que también los luce Alejandro Magno en los medallones con su
efigie. Los cuernos fueron símbolo de estatus social (Manfred
Barthel, "Lo que Dijo Verdaderamente la Biblia"). Los cuernos de
carnero eran el emblema de la religión aria, y se vuelven a
encontrar sobre la cabeza de una multitud de personajes en los
monumentos egipcios. Ese tocado de los reyes y de los grandes
sacerdotes es el signo de la iniciación sacerdotal y real (Schuré,
"Rama y Krishna").
(*) NdelE: En la Vulgata, la autorizada versión latina de la Biblia
publicada en el siglo IV d.C. por Jerónimo, dice: "Moses... ignorabat quod cornuta esset facies sua ex consortio sermonis Dei",
y en la traducción inglesa del Antiguo Testamento de Douay (1609,
rev. en 1752), "Moses... he knew not that his face was horned from
the conversation of the Lord". La palabra latina "cornuta" o la
inglesa "horned" de estas traducciones se deriva de qâran, una raíz
hebrea primitiva que significa empujar o cornear, despuntar los
cuernos, y figurativamente, rayos; por lo tanto, tener cuernos o
brillar. Esa palabra está emparentada con qeren = cuerno, y se
asocia al colmillo del elefante, a una esquina de la mesa del altar,
a la cumbre de un monte o a un rayo de luz, según la referencial
Concordancia de J. Strong (1890). La griega Septuaginta señalaría
que a él "le brillaba la apariencia de la piel de su rostro". De
esta manera, permanece la ambigüedad, y puede leerse a la vez como
una faz resplandeciente y como un rostro con cuernos, interpretación
esta última que prevaleció en la Iglesia romana latina, lo que llevó
a Miguel Ángel a esculpir a Moisés con cuernos.
El Mises asirio tenía, como acabamos de ver, la ley grabada en dos
tablas de piedra.
Poseía además un bastón con el que hacía toda
suerte de milagros; entre otras cosas, el bastón se convertía en
serpiente.
Con él dividió las aguas de los ríos Orontes e Hydasto;
gracias a él, pudo pasar en seco el mar Rojo, al frente de un
ejército, tras haberse retirado las aguas; golpeándolo contra una
roca, brotó agua para que bebiesen todos...
¿Se pueden dar más paralelos con lo que la Biblia nos cuenta de
Moisés? Sí, se pueden dar.
He aquí cómo el rey Sargón, fundador de
Babilonia (2800 a.C.) - es decir, unos 1.500 años antes de Moisés - dejó grabada su infancia en tablillas de arcilla:
"Sargón, el poderoso rey de Agade, soy yo. Mi madre fue una vestal;
a mi padre no lo conocí...
En mi ciudad Azupirani, situada a orillas
del Éufrates, me concibió en su vientre mi madre, la vestal. Me dio
a luz en secreto; me colocó en una caja de juncos, cerrando la
puerta con pez negra y descendiéndome al río, que no me ahogó.
La
corriente me llevó hasta Akki, el aguatero. Akki, con la bondad de
su corazón me levantó de las aguas y me crió como hijo propio; me
confió el cuidado de su jardín.
Trabajando como jardinero, Ishtar se
enamoró de mí; llegué a ser rey y durante cuarenta y cinco años
ejercí mi reinado".

Según Otto Rank,
en su libro "El
Mito del Nacimiento del Héroe", podemos encontrar
historias semejantes en las vidas de,
-
Ciro
-
Rómulo
-
Mitra
-
Perseo
-
Edipo
-
Karna
-
Paris
-
Télefos
-
Hércules
-
Gilgamesh
-
Anfión
-
Zethos
Y hasta de Alejandro Magno se cuenta una historia parecida.
Los
autores del Pentateuco tuvieron muchos patrones en que inspirarse
para la historia de Moisés. Son las mitologías en acción. Es la
mente humana fabulando inconscientemente y presentándonos "modelos"
con una significación profunda - más allá de la mente racional - para
que tendamos hacia ellos.
Sigmund Freud en su libro "Escritos sobre
Judaísmo y Antisemitismo" abunda sobre las profundidades esotéricas
y psíquicas de este mito en particular; pero renuncio a
presentárselas al lector porque nos llevarían demasiado lejos.
Otra de las cosas que se nos han presentado como originales del
judeo-cristianismo es el nombre de 'Dios':
Yahvé...
Cuando Moisés le
preguntó su nombre, el que se le presentaba en una nube le contestó:
-
"Yo soy el que soy", según la versión de los Setenta y de la
Vulgata
-
"Yo soy lo que soy", según la versión original
Pues
bien, en la mayor parte de los templos egipcios se puede leer a la
entrada esta inscripción: Nuk Pu Nuk, que significa exactamente lo
mismo:
Yo soy lo que soy.
Y en los templos indios se puede leer esta
otra:
Tat Twam Asi: Yo soy eso.
Y en los persas:
Ahmi Yat Ahmi: Yo
soy lo que soy.
O Yahvé no era original o Moisés no hacia más que
repetir viejos mitos.
En mi libro "Defendámonos de los
Dioses" dedico unas cuantas páginas
a describir el asombroso paralelo que hay entre el éxodo de los
israelitas desde Egipto hasta Palestina, y el de los aztecas desde
el Sur de Estados Unidos hasta Tenochtitlán.
Así como Yahvé acompañó a los israelitas durante 40 años, en forma
de una nube, a los aztecas, su Yahvé llamado Huitzilopochtli los
acompañó durante 120 años en forma de una gran águila o pájaro
blanco.
Su Moisés se llamaba Moshi y llevaban también con ellos un
"arca de la alianza" que les servía para comunicarse con su dios.
En estos dos éxodos hay muchas más semejanzas, que ahora no
describo, y que nos hacen sospechar que estamos ante una misma
realidad mítica.
A veces, en la Biblia el mito se hace descarado e
inocultable como en el episodio de Jonás.
No sólo vemos que la
narración es totalmente mitológica en sí, sino que nos encontramos
con el mismo mito, totalmente increíble, repetido en otras culturas.
Jonás iba de pasajero en una nave y se formó una gran tempestad.
Creyeron que la tempestad era en castigo de las culpas de Jonás, y
para librarse de él lo tiraron por la borda.
Un gran pez lo estaba
esperando y se lo tragó. Tres días estuvo Jonás vivo en el vientre
del pez hasta que éste lo vomitó. Todo pura mitología, admitido así
por los escrituristas modernos.
Pues bien, Hércules fue tragado también por una ballena o gran pez,
y según los eruditos, curiosamente en la misma región, y asimismo
estuvo tres días encerrado en su vientre.
Uno de los avatares de
Vishnu salió de entre las fauces de un gran pez. Yamshid, el
dios-hombre persa, fue devorado por otro gran pez y más tarde
vomitado vivo por él en la playa.
Y sin salir de mitos, tenemos el
del griego Arión que, habiendo sido la causa de una tormenta, fue
lanzado al mar por los marineros para que aquélla cesase, siendo
recogido por un delfín que lo depositó sano en la playa.
A propósito
de esta leyenda o creencia, los mitólogos y esotéricos hacen toda
suerte de reflexiones, asegurando que su significado profundo es
grande, y por ello vemos que los peces, y en particular "grandes
peces", tienen mucho lugar en las mitologías.
Los paralelos del cristianismo con otras religiones, en cuanto a
creencias y a pasajes de sus respectivos libros sagrados, podrían
extenderse interminablemente.
Por eso, para terminar este capítulo,
me limitaré a transcribir dos milagros realizados por Jesús y por
Krishna. Se trata de la resurrección de una jovencita.
He aquí como
lo narra el evangelista Marcos en el capítulo 5 versículos 21 al 43:
"Jesús pasó de nuevo en la barca a la otra orilla, y se aglomeró
mucha gente; él estaba a la orilla del mar. Llega uno de los jefes
de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo cae a sus pies y le
suplica con insistencia:
—Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella para
que se cure y viva.
Y se fue con él. Lo seguía un gran gentío que lo oprimía. Estaba
todavía hablando, cuando de casa del jefe de la sinagoga llegan unos
diciendo:
—Tu hija ha muerto. ¿A qué molestar ya al Maestro?
Jesús, que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga:
—No temas. Solamente ten fe.
Y no permitió que nadie fuera con él, a no ser Pedro, Santiago y
Juan. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y oye el alboroto de
los que lloraban y daban grandes gritos. Entran y les dice:
—¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida.
Y se burlaban de él. Pero él, después de echar fuera a todos, toma
consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos y entra donde
estaba la niña. Y tomando la mano de la niña le dice:
—Talithá kumi - (que quiere decir: Muchacha, levántate).
La muchacha se levantó al instante, y se puso a caminar; tenía doce
años. Quedaron todos fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió
mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran de comer".
Hasta aquí Marcos.
Veamos ahora cómo el Hari Purana, en traducción
de Louis Jacolliot (Jacolliot, Christna et le Christ, 2ª parte, cap.
X), nos cuenta el milagro del Señor Krishna:
"...De pronto un gran rumor se extendió por todo el palacio, y por
todas partes se oía, cien veces repetido: "Pacya gurum, Pacya
pitaram" (¡El Padre, el Maestro!).
Entonces se acercó Krishna, sonriente, apoyado en el brazo de Aryuna.
—Maestro—, gritó Angashuna echándose a sus pies y regándoselos con
sus lágrimas.
—"Mira a mi pobre hija"—, y le mostraba el cuerpo de Kalavatti
extendido en una cama...
—¿Por qué lloráis? - dijo Krishna con una suave voz. - "¿No veis que
la niña está dormida? Fijaos cómo se mueve. ¡Kalavatti: levántate y
anda!
Apenas había Krishna terminado de hablar cuando el calor, la
respiración, el movimiento y la vida volvieron poco a poco al cuerpo
de la niña, y obedeciendo ésta el mandato del dios, se levantó de su
cama y se juntó a los suyos. La multitud se maravilló y decía:
—"Este es un dios, pues la muerte es solamente un sueño para él"".
Tantos paralelos dan mucho que pensar...!
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